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Mensaje por Marlene P. Edelstein Mar Jul 15, 2014 5:13 am

Por milésima vez contemplo su propio reflejo un tanto dudosa, moviéndose de un costado al otro y teniendo todavía puesta su bata de baño favorita. Seguía sin salir de su asombro, ciertamente, a medida que pasaban los días su esposo no le daba el tiempo suficiente para sorprenderle con algo nuevo en su persona. A tal punto, que jamás se imagino de que le iría a invitar a una velada de mascaras a un sitio totalmente ajeno,  que no sean las cuatro paredes de un pequeño estudio. Su estudio en la segunda planta. Tampoco con esto significaba, de que Adler la tuviera por siempre incomunicada del exterior, por más que aquella idea le bailara continuamente por la cabeza y le llenara de muchas expectativas. ¿Temía que huyera de él? ¿Qué lo dejara a la derriba? Muchos lo tomarían por loco del control, terrible y un villano del que merecía ser sometido al tormento de las siete plagas de Egipto. Es que él al ser una persona emocionalmente inestable, tendía a buscarle excusas a la joven para sospechar de ella. ¿Cómo se puede sobrevivir con alguien así? Pues armándose de una infinita paciencia…

Muy dentro de ella deseaba que esa noche surtiera efecto y de que ocurría el bendito milagro de un posible acercamiento favorable con él. Determino por sentarse cerca del borde de su lecho sin consumar, vació y de que agarraba entre sus pequeñas manos su vestido para examinarlo por última vez. Era tan precioso que no se cansaba de tantearlo con las yemas de sus dedos al ser sumamente aterciopelado y al saberle tan bien a la vista.

—Espero no verme demasiado sugerente, Unicornio—mencionó insegura a su felino amigo y recibiendo en apoyo un tierno maullido de su parte. Sin duda, su compañía le resultaba relajante y no le hacia poner los pelos de punta como lo haría estando bajo la intensa mirada de su esposo. Una de la cual aprendió a la fuerza a sostener y enfrentar de igual manera. Aun cuando una parte de ella le haga sentirse muy cohibida al estar a solas con él. Apretó la prenda contra su pecho. Debería esfumar esos tontos miedos y darse prisa en finalizar ese extraño ritual antes de que... tarde.

"¡Por Alak! ¿Qué le cuesta esperar unos segundos más?", pensó preocupada y desprendiendo el nudo de su bata para dejarlo caer al suelo, recogerlo y enrollarlo bien para depositarlo a un lado de la otra fina prenda.Por suerte, se había adelantado poniéndose unas zapatillas ceñidas a sus tobillos y los había caminado lo suficiente para volverse a acostumbrar a ellos.—¡Rod, ya bajo!—Ladró desde arriba, abandonado la cama para ir al espejo, u optando solamente por usar su cabellera suelta y un maquillaje en base de colores cálidos.  Suspiró.

Sus fibras nerviosas no demoraron a volverse más sensibles al sentir el rozamiento de la tela sobre su piel. Cerró los ojos por reflejo y emitió un suspiro de excitación. Mientras esfumaba de instantes, los endemoniados pensamientos con respecto al proxeneta. Su distanciamiento. Su indiferencia. Su abandono. Tan solo le faltaba un ultimo detalle y en él necesitaría la ayuda de Adler.—¿¡Rod, puedes subir!?—y al no escuchar respuesta, espero lo peor y francamente no se encontraba en condiciones para batirse a una segunda pelea. De repente percató un extraño ruido proveniente de planta baja y luego, tal cosa acalló para siempre.

—¿Rod?—Silencio. —¿Rod...?—Silencio. Ante la posibilidad de que se haya ido sin ella, salió echa una ventisca de la habitación y sin cuidado bajo por las escaleras de uno en uno. ¿Qué pasaría si no lo encontraba? Seguramente ella se enfadaría muchísimo, revelaría un sin fin de lagrimas reprimidas y que no tardarían en surcar por aquellos expresivos orbes.
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Mensaje por Adler R. Edelstein Vie Jul 18, 2014 2:51 pm



Hasta la última campanada


Evento × Noche ×  Marlene P. Edelstein



Estaba furioso. El proxeneta estaba tan furioso que si se mordía la lengua seguramente se muera envenenado. Quería maldecir, quería matarla a ella y a todo ser que se relacione con la rubia. Golpeó varias veces el volante y por fin salió del auto, al pisar los pies sobre el pavimento no hizo más que dar un portazo a la puerta del mismo, se frotó la cara exasperado. Estaba ya en un punto que era capaz de sacar un arma y matar cualquier cosa para descargarse. Así era él. Con un carácter bastante complejo de lidiar. Pobre de aquella flor virginal que vive a su lado. ¿Cómo es capaz de soportarle?, ¿cómo es que aún de sus malos tratos ella no se digne a huir?, ¿a pedir ayuda? Sus ojos por primera vez revelaron miedo, ¿le ama? Sacudió la cabeza de un lado a otro, no quiere pensarlo, y de hacerlo seguramente vomitaría del asco. Sí, ella le daba asco pero al mismo tiempo, no quería dejarla ir por ningún motivo. No quiere separarse, y seguramente, aún no se de cuenta pero, esa caboverdiana, se le ha clavado como una espinilla.

Respiró con agitación, tenía que ir a por su máscara, y observó como la noche bañaba el patio delantero de la residencia Edelstein. Por allí había flores de todo tipo, y el portón era la primera puerta para dar con la casa pues, el muro es de lo bastante alto. La abrió con desespero, y de no abrirse seguramente le daría una patada. A marcha presurosa se adentro por el sendero que conduce a la puerta principal, aquella puerta tallada de manera elegante y costosa, de madera y pintada en barniz para darle un toque profesional. Era el dueño, amo y señor de aquella vivienda más todos los bienes materiales, como también amo de su esposa. Por supuesto, es el propietario de ambas y lo asegurará a gritos pelados si es necesario. Su mirada mostraba unos ojos inquisidores, esos ojos que no tienen misericordia con sus víctimas. ¡Ay!, aquél que se meta en su camino terminaría siendo comido de un bocado.

Giró el picaporte, ejerciendo demasiada fuerza, era capaz de romperla por gusto. ¡Total!; si él paga todo. Y bruscamente, se adentró a su morada, ¡ah!, allí estaba, quieta sobre el mueble. Caminó sin mirar nada hasta lo que quería, agarrándola rápidamente y con cuidado para no dañarla. Tenía que estar en perfectas condiciones y no quiere caer en el error de, eso, verse ridículo con una máscara rota. La miró un par de segundos, inmiscuido en sus pensamientos y a continuación comenzó a levantar la vista hacia las escaleras. Allí estaba ella. Preciosa. Apretó los labios bastante sorprendido, impactado sería mejor decir. No dijo nada, no todavía, quería apreciar estos segundos y admirar aquella majestuosa obra de arte que tenía delante. Su turbio corazón comenzó a latir, como una maquinaria que comenzaba a procesar con velocidad. Su mente se ofuscó por tanta belleza, un deleite, y apenas se saboreó los labios. Quería arrancarle ése maldito vestido y llevársela al cuarto para hacerle cantar el Ave María. Al diablo con el baile, pensó.

Tragó saliva y apartó alterado sus ojos celestes, rompiendo el hechizo que lo tenía embalsamado—. ¿Por qué te demoraste tanto?, ¿acaso no sabes vestirte con más prisa?, serás inútil —escupió, no iba a admitir que el vestido provocó en él un atisbo de lujuria, no, jamás lo iba admitir aunque le pagasen miles y miles de dólares. ¡Y cuanto desearía tener esos dólares! — ¡Y ponte algo más decente!, ¡pareces una suripanta! —demandó, mucha carne para creerlo, estaba demasiado excitado y nunca va a permitir que otros hombres le vieran de aquella forma. Se agarró de la cabeza—. ¡Coño!, ¡maldita! —Vociferó a pulmón, el perro que dormía se despertó abruptamente por los gritos de su amo—. ¡Al parecer quieres llamar la atención con ése maldito vestido, zorra! —Sus ojos brillaban de exaltación, caminando de un lado a otro, despertando de un letargo. Rechinaron sus dientes para no seguir gritando, tenía que calmarse y volver a la normalidad. ¡¿Cómo?! Si cada vez que le echaba una ojeada se sentía aún más cautivado, más perdido.

No quería acercarse, teme romper ése vestido que, vaya a saber cuanto costó. Miró en su mano la máscara, la había dañado de tanto apretar los puños. — —se desató la corbata y se echó al sofá, metido en sus pensamientos.

« ¿Por qué no aún no te lanzas a ella?, sabes que quieres hacerlo… »

Cállate, mierda, nadie te pidió tu puta opinión. —Se revolvió el cabello exasperado, ésa voz, ésa aguda voz comenzaba a molestarlo en el momento menos deseado. Se deshizo de las gafas y las tiró lejos, mientras se encontraba boca arriba—. En un rato partiremos.  —Claro, cuando se calme.

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Mensaje por Marlene P. Edelstein Miér Jul 23, 2014 5:35 am


—¡No me interesa lo que piensen los demás! ¡Solamente, me interesas tú y solamente, tú, Rod! — Reaccionó frente a sus insultos desmedidos. — ¿¡Hasta cuando piensas poner muros entre nosotros?! Quiero tu atención y por lo visto, lo he logrado. ¿Qué más me vas a decir? ¿Qué soy estúpida? ¿Menos mujer? Si, sinceramente, lo debo ser para ti y para que lo sepas está estúpida: te quiere. —Finalizó, en un hilo de voz, sus emociones se había arremolinando a tal punto que se rebalsaron y sacaron a relucir cosas que ella no deseaba expresarle aún. Pero, salieron y ya. Marlene necesito decírselo de un modo u otro, aunque no sabia si había accedido de la manera correcta y ya, no le importaba, ciertamente.

¿Nunca se sintieron desesperados? Pues, ella poco a poco estaba al filo de su plancha y sin salvavidas que le socorriera. Sin embargo, pudo sentirse mejor cuando tuvo el valor de gritárselo y salió librada por unos minutos de sus ataques. El peso que experimentaba se empezaba a desvanecer muy lentamente y tan solo, le quedaba un profundo alivio. Le siguió cada uno de sus movimientos en silencio, disfrutando de la vista y de la belleza de cómo vestía. ¿Quién persona no le prestaría atención? Ella no lo sabía, pero, se estaba dejando  caer presa del débil sentimiento al que vuelve dócil al más fuerte, un sentimiento más bien humano. Uno que se encarna como una cicatriz sangrante que lentamente se aloja de forma instantánea en el órgano al que llamamos: Corazón.  ¿Amor?

Caminó hacia su sofá favorito, uno de color azul y que le recordaba al color de los mares. Marlene aprovecho para sentarse en un hueco, le dio la espalda y con mucho cuidado, enrolló parte de su larga cabellera dorada para mostrarle la causa de su tardanza. Aquello le resultó muy embarazoso al punto, de que si le llegaba a tocar, su cuerpo, seguramente se asemejaría a unas inquietas castañuelas.—¿Real..mente luzco tan horrible, Rod? Me lo envió mi madre y es más le pedí que fuera lo más discreto posible. No me gusta que me vean.. —Preguntó, sin mirarle, de mientras de que sus mejillas adquirieron de un tono rosado.  Inspiraba al que la viera inocencia y un sentimiento que para muchos se volvía un tanto peligroso. ¿También lo sería para el tiburón? —¿Te importaría subirme el cierre o preferieres de qué vaya de otra forma?
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Mensaje por Adler R. Edelstein Sáb Jul 26, 2014 2:53 am



Hasta la última campanada


Evento × Noche ×  Marlene P. Edelstein



Pese a lo que digan, Adler sobre todas las cosas consideraba a la mujer una especie inferior. Después de todo, sigue patente en él una faceta machista y de “macho alfa” que prefiere ser dueño de todo, como también el patriarca en una familia. Así que, en pocas palabras, cualquier mujer incluso las rubias que tanto adora, serán de menor grado intelectualmente para él. Siempre. Sin excepciones. Hasta la bonita princesa que tiene  de esposa le daba el primer premio a la más tonta. Quería echarse a reír, ¿cómo pensar que él no le prestaba atención?, ¿cómo osaba decir eso?, ¿es qué acaso no lo nota?, ¿no se da cuenta en su mirada demandante y en sus caprichos tan complejos? No le miró, se dignaba a hacerlo y mantenía a raya una bestia enjaulada. ¿Cuánto tiempo podría resistir?

Su cabeza sentía una ligera adrenalina, cómo si realmente estuviera en su casa una princesa de cuentos de hadas. Sólo que, bueno, estaba bajo el cuidado de un personaje antagónico que ni siquiera debería tenerla en sus garras. ¿Pero qué hacer cuando su propia hombría predominaba antes que la razón? Las rubias son por mucho su talón de Aquiles, tratándolas diferentes sin descuidar su hostilidad a la raza humana. A él le parecían obras perfectas; una cosa de otro mundo, simplemente sublime a sus sentidos cuando las admiraba y tan hiperrealistas, que gozaban de virtud. Incluso él podía destilar asombro por veces, cosa que no mostraba ocasionalmente.

Y, sí, aquella niñata rubia le prendía de muchas formas mire por donde se mire. La detesta, le da asco, encima es una virgen casta y a su vez, hace que sus sentidos se desplomen por los suelos. No es que luego se sienta culpable de arrebatarle su inocencia, sino que no quiere que se transforme en una cosa distinta y su esencia se vuelva algo más fea. Pensar en ella le estaba dando cierta repugnancia, ¡es un record!, ¿desde cuando pensó en alguien durante más de 2 minutos? ¡Rompió los límites! Respiró mirando las esquinas de la sala, estaba tan perdido como presente. Marlene se sentó a espaldas, y Adler seguía siendo tan sólo una decoración de la casa, inmiscuido en sus pensamientos que se retorcían como víboras. Tenía calor y una gran fogosidad que nunca antes había experimentado.

Su rostro aterciopelado estaba muy cerca de la rubia, y con su diestra en vez de subir el cierre con un gran cuidado, lo bajo cómo si realmente ella fuera una muñeca de porcelana frágil y rompible —aunque las ganas de romperla no faltaban—, su aliento cálido y su perfume One Million se estrellaba con la ajena, nunca fuma, así que es improbable que huela a pucho. Lo bajaba porque tenía un hambre voraz que rugía, y todo por su culpa. Pero algo estaba claro, Adler besó en un grato gesto la espalda desnuda de la caboverdiana. Mostrándose por primera vez menos arisco: —Luces hermosa… Exquisita —murmuraba, dejando una serie de besos y tomándola de la cintura para acariciar su vientre, subiendo aquella misma mano lentamente ahora que tenía el paso libre hacía sus senos. E incluso dejaba fluir suspiros, pequeños gemidos que brindaba cada vez que sus manos acariciaban a su esposa.


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