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Mensaje por Rainer Anderberg Sáb Ene 17, 2015 7:02 pm

Al albino le gustaba su forma de vida actual, resultaba un renovador aire fresco tras tantos años de ser servido y buscar únicamente complacer a sus familiares y superiores, desprestigiado y no tomado en cuenta por su juventud y supuestamente falta de experiencia, sin siquiera darse a la tarea de realmente considerarlo. Pero a la vez era consciente de que esos días tarde o temprano tendrían que concluir, porque no formaban parte de su destino salvo como un mero rompimiento breve pero maravilloso a su rutina. Sólo formarían parte de su historia como si fuesen un sueño agradable del cual recordar toda su vida, pero que no sería su futuro porque eso sí sería un imposible, un intentar alcanzar las estrellas con la punta de los dedos.
Y es que él, Ray Fontaine, un sencillo francés quien fungía como simple camarero en aquella prestigiosa academia de artes, no era quien pretendía y decía ser. Su verdadero nombre era Rainer Anderberg, aunque de ello sólo tuviera conocimientos su estimado sirviente y mejor amigo Günther Lenz, con quien estaba llevando toda aquella farsa al límite; y en realidad era el príncipe heredero al trono de Dinamarca. A veces estaba ya tan acostumbrado a su rutina actual que despertaba creyéndose su propia mentira, pensando que él era Ray solamente y que no había secreto alguno que estuviera ocultando. Podría fácilmente acostumbrarse a esa sensación de libertad y dueño de su propio albedrío, sin nadie detrás suyo que le dijera qué hacer y cómo hacerlo, sin recordarle una y otra vez que su vida no le pertenecía, sino a su nación, y que tenía una reputación que mantener intachable. Como Ray no tenía porqué preocuparse de los errores, si en algo fallaba sencillamente podía volver a comenzar sin que se le reclamara demasiado por ello. La mayoría de las personas desearían poder estar en sus zapatos, sin darse cuenta que lo que el príncipe más deseaba en el mundo era lo que sólo ellos tenían: la posibilidad de decidir sobre sí mismos.
Eso era la mayoría de las veces, pero existían otras en las que la nostalgia lo embargaba y recordaba con melancólica sonrisa su tierra natal, a sus padres a quienes sí quería a pesar de todo, a su pueblo, pero sobre todo a su hermosa y amada hermana Freya. Era por ella que estaba haciendo todo esto, viajando por todo el mundo sirviéndole como si fuera los cinco sentidos de la pequeña, para ver esta jamás podría experimentar de primera mano. Se le rompía el corazón de pensar que el anhelo más desesperado de su adorada hermana era tan sencillo como el poder conocer el exterior del castillo, sin que nunca esto pudiera realizarse debido a su enfermedad. Y sin pensarlo realmente, quizá siendo impulsivo por primera vez en su vida, el Anderberg, acompañado de su fiel sirviente, emprendió aquella huída para ser él quien llevara a cabo los sueños del ser que más amaba en el mundo, su preciado tesoro. Al de ojos tornasol se le había brindado con salud y temple necesarios para viajar, ¿por qué entonces ser egoístas y no hacerlo por ella, cuando tan amablemente se lo suplicaba? Por eso estaba allí, disfrutando de aquel tiempo limitado que estaba a punto de expirar, descubriendo lo que el mundo era en realidad, lejos de la pomposa y rígida vida monárquica. Sabía que pronto tendría que regresar, Freya no viviría mucho ni tampoco su padre sería eterno: cuando este último faltase, tendría que tomar su lugar como Rey de Dinamarca. Además, nunca se lo perdonaría si llegaba tarde, si regresaba y su preciada hermana ya no estaba... No, el joven de platinados cabellos no quería ni siquiera pensarlo. Él le relataría todas sus aventuras vividas en las distintas partes del continente Europeo junto a Günther, y Freya estaría más que encantada con estas; podría incluso apostar que sus favoritas serían las que abarcaban aquel tiempo vivido allí, en la academia de artes. La niña amaba el arte.
Rainer sabía que no tenía que torturarse con esa clase de pensamientos, pero el recuerdo de su dulce hermanita bastaba para traerle sensaciones y sentamientos agridulces muy difíciles de digerir. Era feliz como estaba ahora, pero debía retornar a lado de ella, eso era lo que su corazón siempre clamaba desesperadamente, pues su verdadero hogar siempre se encontraría en donde fuera que esta estuviese.
Se detuvo en medio del jardín, cerca de un frondoso árbol de cerezo que no tardaría mucho en retoñar al estar próxima la primavera. Alzó la mirada hacia el alto cielo oscuro plagado de estrellas. La suave brisa nocturna hacía mecer con suavidad su clara cabellera, que con los rayos de la luna se le confería un halo de plata de lo más atrayente. Al encontrarse solo a la intemperie, allí en medio del jardín contemplando la incomprendida belleza de la luna a tan altas horas de la noche y sin los lentes oscuros que solía siempre llevar consigo para proteger su enigmática mirada de los demás, realmente cualquiera que lo viera así pensaría que se tratara de un ser salido de un mágico mundo ajeno al real, como una fantasiosa aparición en medio de un escenario encantado sólo para él, iluminado de aquella manera por la envolvente luz plateada.
Como si fuera el vástago de la Luna.
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Mensaje por Darylene Wingfield Sáb Feb 14, 2015 11:52 am

Allí estaba de nuevo: una dama que no quería ser tratada como tal, una princesa que había robado un papel. ¿Anhelan tanto conocer la verdad? ¿Aun sabiendo que eso no traerá más que desastres? Darylene y su hermosa sonrisa no eran lo que aparentaban ser. Sí, ella era así y no podía cambiar, no tenía remordimientos, seguiría adelante y vencería las olas del destino si fuera necesario, no se dejaría manipular por nadie y a la vez, seguiría aquello que le habían pedido ser. En un principio las cosas no habían sido decididas que así serian, pero, la coincidencia dio lo necesario para cambiarlo todo y que, nadie, absolutamente nadie en todo su país -a parte claro de los monarcas y sirvientes- supieran la trágica verdad. Sí, habían escondido todo, habían cubierto la realidad con un velo tan pesado que nadie se atrevía a buscar la verdad y, si lo hicieran, no encontrarían nada, absolutamente nada. Observó el cielo estrellado desde aquella rama en la que había terminado por subir por puro capricho, os lo recuerdo, ella por muy dama que resulte ser, no tiene nada de encantador como ellas. Pero ahora ¿Qué hacía allí? Era simple, aun recordaba aquella voz tan malditamente conocida que resonaba en su mente al despertar, debido seguramente a un recuerdo que decidió hacerle visita. Si quisiera, aun en aquél momento sería capaz de recordar aquella voz, aquella promesa que en aquél momento era imposible cumplir y que, jamás sería cumplida, al menos, no literal.

"¿Evelyne? ¿Sabes qué? Cuando seamos mayores... ¡Iremos a ver el mundo exterior! Tú y yo juntas.
¿Me lo prometes?"

¿Cómo poder olvidar aquella inocente promesa hecha antaño entre dos hermanas que veían el mundo con ojos emocionados? No había forma y ella, aun cuando mantenía aquella sonrisa tan calmada en sus labios, y aun cuando cualquiera no pudiera ver más que luz a su alrededor, no sería mentira decir que poseía sombras. Unas sombras que nadie más a parte de Rikard había logrado ver, aunque muy raramente. Cerró sus ojos y fijó su mirada en el cielo, eso, hasta que no escuchó un sisear. Por inercia se volteó hacia el suelo, pensando que, no sería raro que Rikard la hubiera encontrado, como siempre hacía, aun cuando no sabía con certeza el lugar donde ella pudiera ser. ¿Cómo explicarlo? Era un ver sin ver, un misterio que siquiera ella había logrado descifrar... ¡Ella! ¡Quién sería una famosa detective! Pero no fue así y, ese fue el principal motivo por el cual en sus facciones se formó la sorpresa, igual de extraño en ella como si sus labios dejaran de sonreír. Aquél que estaba abajo era un hombre, un chico de cabello albino y ojos de un embriagante color... Intentando inclinarse un poco para poder ver mejor su mano resbaló y, sin poder evitarlo cayó hacia atrás.—¡Ah!.— Exclamó. Ah, esa era Evelyne, y nádie podría cambiarlo. Se metería en problemas y sería regañada, pero, aquél chico estaba en su camino, claramente no sería culpa de ella si él también caía al suelo con ella.
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Mensaje por Rainer Anderberg Sáb Dic 19, 2015 1:19 am

Al príncipe heredero al trono de Dinamarca le agradaban los ambientes así, serenos y apacibles donde su podía uno sumergir en sus propias cavilaciones y nada pasaría, como si de un espacio atemporal se tratara. Allí nada importaba, ni sus deberes como mesero del día siguiente, ni los cientos de estudiantes que ahora dormían no muy lejos de allí. Ni sus problemas de la realeza ni el que, tarde o temprano, tendría que regresar a casa. Vivir un sueño, recrear los recuerdos y volvir a abrir los ojos al presente, era de esta manera como el peliblanco pensaba pasar el resto de la velada, hasta que el sueño fuera tan apremiante que no tuviera de otra que regresar a la realidad. Pero por el momento esto aún no sucedía, y mientras así fuera, planeaba disfrutar de la serenidad nocturna del lugar, por único acompañante y testigo la luna.
O al menos eso había creído, hasta que un ruido en las alturas le hizo desviar su mirada tornasol del astro platinado hacia la copa del árbol junto a él, instantes antes de que todo sucediera con una velocidad difícil de analizar al mismo tiempo. Enarcó ambas cejas con sorpresa y en su rostro se dibujó la preocupación justo antes de reaccionar con la mayor prontitud de la que fue posible en aquel momento tan apremiante. Extendió ambos brazos, listo para recibir a aquella chica que, por más difícil que pudiera ser el creerlo, literalmente le había caído del cielo.
El cuerpo de la joven colisióno contra su torso e inmediatamente rodeó este con ambos brazos al tanto que trastabillaba por el impacto. Hizo todo por guardar el equilibrio, sin embargo al final fue una lucha que vio perdida y el Anderberg terminó cayendo de espaldas, sentado, con todo y damisela en brazos. Una mueca de dolor cruzó sus facciones primero, aunque instantes después olvidó el propio daño recibido cuando su cerebro terminó de asimilar lo que había acontecido. Antes que nada tenía que corraborar que ella estuviera bien; luego se preocuparía por él.

¿Se encuentra bien, señorita...? —su voz murió lentamente justo en el momento en que la mirada tornasol de él se cruzó con la violácea de ella. Parpadeó un par de veces, asombrado. Esa sensación... ¿Por qué sentía que algo se estaba revolucionando en su interior? Una emoción que no sabía que fuera capaz de sentir... ¿Qué sería?— ¿Acaso es un ángel nocturno que descendió de las alturas? —inquirió con voz muy baja, confundido y para sí. Después sacudió ligeramente su cabeza, incrédulo ante las propias incoherencias que estaba diciendo— Lo siento, ya ni sé qué digo... ¿No se hizo daño? —le proporcionó la ayuda necesaria para que esta pudiera incorporarse y así también hacer lo mismo a su vez.

Se sacudió un tanto la ropa para quitar la tierra que pudiera haberse impregnado en estas a la hora de caerse y después contempló una vez más aquellos ojos que por un segundo le robaron el aliento. Y de nuevo aquella extraña sensación que no podía descifrar... ¿Por qué? Se obligó a apartar la mirada de los ojos ajenos, por varias razones de peso: en primera, no quería parecer descortés observándole tan fijamente, pareciera como si quisiera intimidarla y nada estaba más alejado de la realidad. La otra era por los propios ojos de Rainer, los cuales tenían una peculiaridad que desde que era un infante siempre le había desagradado. No deseaba que la joven se viera afectada por su intenso mirar. En cambio, echó un rápido vistazo al resto de su anatomía, no con dudosas intenciones, sino para terminar de contemplar la figura a la que había ayudado a librarse de una dura caída. Bueno, de cierta manera su impresión primera no había errado, pues iluminada con la platinada luz de la luna, aquella chica bien podría ser un ángel. El príncipe abrió ligeramente los ojos, desconcertado ante aquellos pensamientos que cruzaban en su mente en esos momentos. Definitivamente algo no estaba bien, él no era así.

¿Qué hacía encaramada en el árbol? —inquirió finalmente, sin ningún matiz de reproche en su aterciopelada y grave voz; sólo se veía impulsado por la curiosidad— Por fortuna me encontraba justo abajo, o si no hubiera podido recibir un daño más severo... —suspiró pesadamente aunque de forma automática le dedicó una sonrisa gentil a la recién caída, sin embargo sus ojos la observaron con preocupación— ¿No le ha pasado nada? ¿Quiere que la acompañe a la enfermería? —quizá podía parecer un poco insistente con el tema, pero en verdad ansiaba saber si la señorita en cuestión estaba en perfecto estado, o en caso contrario no podría estar tranquilo.
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Mensaje por Darylene Wingfield Lun Jul 25, 2016 7:38 pm

Suerte

La suerte pareció sonreirle, como hasta ahora siempre lo había hecho. Lo peculiar era que no servía para encontrarse un trébol de cuatro hojas por mucho que buscara. Pero, al final alguien siempre estaba ahí para sacarla de los problemas. Sus padres, su hermana, Richard, ahora aquél misterioso chico en el que había aterrizado. Por inercia cerró sus ojos, esperando un duro golpe que jamás sucedió y, solo al sentir la blandeza del cuerpo que tenía debajo se atrevió a abrir sus violáceos ojos; encontrándose con aquellos ajenos... Esos particulares ojos que no sabría describirlos... ¿Era eso magia? ¿Quizás la luz de la luna le estuviera jugando una broma? ¿O aún estaría durmiendo en su cómoda cama? Pero no, ese no parecía uno de sus mágicos sueños. Ahí delante suya había un muchacho particular, casi sacado de un cuento de hadas. Era la realidad; no una banal mentira. Parpadeó, algo tomada por sorpresa ante su pregunta; una bastante usual, lógica, pero, que al momento la tomó por sorpresa... ¡Evelyne! ¿Qué pasaba contigo? ¡Esa no eras tú!— Se equivoca. En todo caso sería un demonio que intenta comer su alma tomando la apariencia de una muchacha para lograr acercarme más, sin que sospechen —Pronunció, formando una dulce sonrisa en sus labios, totalmente contraria a sus propias palabras. El caso era que solo se trataba de una inocente broma, pero, lo cierto era también que la seriedad no escaparía de ella a menos que la situación la meritaba y, ese no era el caso. Ese era más... Un extraño y afortunado encuentro.

Se echó un poco hacia atrás, logrando ponerse de pie gracias a la ayuda de aquél muchacho y, tras volver a formar una gentil sonrisa le miró también, con calma. Sería mentira decir que no se sorprendió, pues ¿quién no lo haría al ser equivocada con un ángel?—
No se preocupes, estoy perfectamente gracias a usted. Además, debo admitir que en un primer momento pensé que se trataría de algún ser mitológico... ¿Algo así como un unicornio? —Ladeó ligeramente su cabeza hacia un lado. Unicornios: Seres extremadamente puros, sorprendentemente hermosos. Indirectamente lo había dicho, sobretodo después de haber visto aquellos ojos ultramar. Pero, ella seguía siendo Evelyne, no caería ante lo que aparenta ser, porque sabía mejor que nadie que las apariencias engañaban, ella era un claro ejemplo de ello. Dio un paso hacia atrás, causando que su lacio cabello y blanco vestido de dormir se balancearan; no intentó alejarse ni mucho menos. Solo quiso demostrarle al otro que estaba bien, que no le había sucedido nada malo gracias a él. Negó con un gesto de la cabeza— No se preocupe, realmente estoy bien. En cuanto a su pregunta... —Miró hacia aquél árbol con curiosidad, casi como intentando dar con la rama traicionera que la había permitido caer al suelo— No podía dormir. ¿Acaso usted no tiene el mismo problema? Porque, no parece un guardián —Sonrió de lado, misteriosa, con aquél velo de misterio que la acompañaba por ser ella su señora.

Solo que usted prefirió la tierra y yo verlo todo desde lo alto. Fue un fortuito encuentro, me salvó de un buen golpe. Se lo agradezco, fue mi salvador —Realizó una ligera reverencia, tomando los pliegues de su vestido y, tras colocar un pie hacia atrás, inclinarse al frente. ¿Que así saludaran las princesas de antaño? A ella no le importaba, en lo más mínimo. Lo único que empezaba a cansarle era la etiqueta. Al incorporarse volvió a fijar su violácea mirada en los ojos del otro y sonrió, avanzando unos pasos hacia el otro, hasta quedar a un escaso metro de distancia; a solo un paso.— Mi nombre es Aika, Aika Fuwa. Llámeme solo Aika. Vamos a tutearnos. —Porque le daba igual; que fuera un profesor, un estudiante, un sirviente o un trabajador. Incluso si era realmente un ser de los cuentos que había bajado a la tierra como un obsequio de la luna. Ella no era una princesa, las formalidades estaban sobrevaloradas en su compañía. Entonces, juntó ambas manos detrás de su espalda y sonrió, abiertamente, aún bañada por la luz de la luna; como aquél muchacho cuyos ojos brillaban aún más con la luz de la luna.

La luna sería... La única en saber de aquél encuentro.
Ella se tragaría la verdad al final de la noche.
Un ángel y un ser mágico... Ellos desaparecerían al final de aquella noche; junto a la luna.
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♠ Hijo de la Luna - {Darylene Wingfield} Empty Re: ♠ Hijo de la Luna - {Darylene Wingfield}

Mensaje por Rainer Anderberg Sáb Ago 13, 2016 7:53 am

Una sutil sonrisa genuina apareció en los labios del Anderberg al descubrir que sus palabras iniciales, e inconscientes, habían sido tomadas a broma y no para mal. Sin embargo difería bastante con aquella misteriosa chica que prácticamente había caído desde las alturas hacia sus brazos, como si de un obsequio directo de la luna se tratara. Pero era absurdo pensar de esa forma, él no era nadie en absoluto para merecer tal regalo del destino.
Le alegró comprobar que la joven se encontraba en perfectas condiciones, y el príncipe heredero al trono ladeó su propio rostro para contemplarla con interés. El chico, por más que la mirara y tratara de encontrar algo que no cuadrara, no podía hallar cosa alguna que pudiera hacer creer que la jovencita ante sí era un demonio disfrazado de ángel. Lo cierto era que las apariencias engañaban, y el albino mejor que nadie lo sabía, pero por el momento deseaba omitir detalles de lado. Era difícil seguir el ritmo de las acciones y palabras de la castaña y eso sólo trajo como consecuencia que la curiosidad fuera despertando en él, atraído y cautivado por esa personalidad tan peculiar. Aun así, la preocupación no le abandonó por lo que no fue extraño ver cómo estiraba un brazo ante aquel brusco movimiento, creyendo que perdería el equilibrio de nuevo. Pero no fue así, y suspiró de forma imperceptible por ello. Pero eso no duró demasiado, pues el desconcierto se mostró en su expresión ante aquella comparación. Parpadeó un par de veces, incrédulo. ¿Unicornio? Jamás le habían dicho algo semejante, y por alguna extraña razón esa idea le causó gracia, mas nada dijo al respecto. Estaban a mano ahora, ¿no? Ya que el chico le había dicho ángel, ahora él tenía la obligación de ser un unicornio para ella.

Me alegra saber que se encuentra en perfectas condiciones, señorita... pero de todas formas le agradecería si guardara un poco la calma, una caída de esa altura no es para tomarse a la ligera y no me gustaría que se hiciera daño —alzó la mirada al árbol al decirlo, justo en el momento en que ella lo hacía. Frunció el ceño, siendo capaz de descubrir a la causante de que su actual compañera cayera desde las alturas. Aunque terminó por sonreír, al ella dar justo en el clavo. Ambos estaban en la misma situación, prefiriendo ser parte del magnitismo nocturno antes que descansar en sus respectivos aposentos—. No me considero ser un salvador, la verdad es que me alegra haberme encontrado en el lugar indicado en el momento justo. De otra forma hubiera salido lesionada y eso hubiera sido lamentable.

Cuando volvió a retornar la curiosa mirada suya en ella, descubrió con asombro que esta le dedicaba una reverencia que hoy en día se consideraría anticuada, pero que era enseñada de todas formas a todos aquellos que poseían sangre real. Como él. Por acto reflejo correspondió a la cortesía con una reverencia igual de majestuosa que la de la señorita, siendo notorio la naturalidad con la que la realizaba. A media acción fue capaz el de albina cabellera de percatarse de su imprudente error. Se suponía que se encontraba allí actuando el papel de un simple mesero con origen francés, y lo que acababa de hacer se encontraba muy lejos de todo lo estandarizado. Respiró, con cierto alivio, cuando se incorporó de manera rápida y así descubrió que la dueña de aquellos atrapantes ojos violetas ni se percató de ese desliz. Se había librado, por ahora, de dar explicaciones, pero no podía permitirse tales errores en un futuro. Nunca los cometía, ¿por qué en ese preciso momento olvidó todo lo ensayado? Existían muchas cosas en juego, cosas que no iba a arriesgar.

Si así lo deseas, no tengo ningún inconveniente —le dedicó una gentil sonrisa al decirlo—. Mi nombre es Ray... y, como acabas de decir, no soy un guardián. Sólo un simple camarero, ese soy yo —se encogió de hombros de forma desinteresada y alzó la mirada al cielo, para volver a fijar esos peculiares ojos suyos en el brillo de la luna. Hasta hacía unos minutos atrás no había considerado que pudiera algo rivalizar con la hermosura de tal astro, ahora podía acudir a su mente una imagen. De hecho, sólo bastaba con bajar el rostro para volver a sumergirse en aquella mirada aterciopelada y llena de misticismo, pero se contuvo de aquel impulso. Ante todo la caballerosidad, no podía incomodar a su acompañante aun si ella no tenía reparo en mirarle a él de forma fija y curiosa—. ¿Deseas tomar asiento? No muy lejos de aquí se encuentra un columpio... Y lo cierto es que aún me encuentro un poco preocupado por saber si en realidad no te has lastimado algo —volvió a verla, con serenidad en su expresión.

Lo cierto era, más bien, que no deseaba que aquel inesperado encuentro concluyera. En algún momento lo haría, pero por ahora tenía curiosidad por conocer a la chica de cabellera castaña y ojos violetas, esa que apareció tan de repente en su noche con una entrada espectacular.
Guardándose las manos en los bolsillos de su pantalón, Rainer comenzó a caminar allí a donde había sugerido esperando dentro de sí que Aika le siguiera.
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