Encounter of beasts [Priv. Julieta]
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Encounter of beasts [Priv. Julieta]
Ya llevaba en aquel lugar algunos días por lo que comenzaba a conocerse el lugar poco a poco. ¡Por supuesto! ¿Cómo esperar que la gran María se pueda llegar a perder en un lugar así? Mas aquello no quitaba que, por conveniencia, se dedicara a preguntar indicaciones con el único objetivo de sociabilizar. ¿Qué mejor método podía haber para conocer cosas de los sitios si no gente que este allí de continuo? Por eso mismo, amable y encantadora, se había pasado esos días en búsqueda de información.
Y eso mismo fue lo que le hizo acercarse a la chica que, parece ser, iba a volverse un dolor de cabeza para el joven Daguetti. ¿Por qué se acerco? Sencillo: era parte de la familia Lobbosco, y… era chica. Aunque visto así, no parecía haber ningún indicante para María de que fuera a ser un problema, realmente lo era. Y eso era debido a que el de cabellos dorados iba a residir en la mansión Lobbosco por invitación de los allí residentes. Y aunque confiaba en que, quitando a los sirvientes, el resto eran hombres, no se acercarían a sus aposentos así como así, y de aquella manera poder estar el chico tranquilo sin miedo a que descubrieran su verdadero sexo. Pero si había chicas de por medio… la cosa cambiaba.
¿Por qué? Porque… ¡las mujeres eran horriblemente cotillas y entrometidas! Querían saber todo de todos y con exceso de detalles, tener calculado cada cosa que hacían y… agh realmente eran unos seres repelentes. ¿Generalizaba? Quizás un poco, y sabía que debía de haber sus excepciones, pero… de un 98% de mujeres que había tenido que tratar por su desgracia, todas cuadraban con ese molesto e insano estereotipo. Y María no iba a ser imprudente en ese sentido, si había logrado camuflar perfectamente su durante prácticamente los 17 años de vida que tenía, el estar allí no iba a ser una excepción. Se encargaría de que aquello no se convirtiera en un secreto de Estado… si, de esos que todo el maldito mundo conoce aunque nadie menciona realmente en voz alta.
Bueno, dejemos de retorcer el asunto y volvamos al inicial: que si esa mujer, fuera como fuera, resultaba ser una de esas molestas e imbéciles mujeres, tendría que pensar algo para encargarse de ello. ¿Podría manipularla? Sería divertido tener a alguien a quién usar como peluche anti estrés… pero si se podía evitar el contacto cercano, mejor. Menos problemas, o eso pensaba al menos el hermoso joven, y por supuesto que afirmo lo de ‘hermoso’, ¿Cómo negarlo?
De ahí que, tras reconocer a la chica que parecía tener de nombre Julieta, y verla andar por la calmada zona de los jardines, una suave sonrisa comenzara a asomarse en su rostro, ocultando la graaaaan molestia que le resultaba tener que hacer eso. Y sin más, se acercó a aquella muchacha de largos cabellos castaños. Pues nada, ¡que comience la actuación!
- Ah… ¿Julieta-san? –preguntó casi rozando la timidez. ¡Ha, timidez!-¿Eres Julieta Lobbosco, cierto? –volvió a preguntar, acabando por soltar un suave suspiro que parecía ser de alivio, aunque realmente fuera para serenar el mal humor que comenzaba a invadir al ‘hermoso oculto tras sedas’ pero dicho carácter se ocultó fácilmente bajo una dulce sonrisa- Soy María Daguetti, encantada –encantada de perderla de vista si resultaba ser que no iba a pisar esa mansión, como había escuchado en los rumores que le habían contado.- Al parecer no te conocía a pesar de ser parte de la familia Lobbosco, así que tenía curiosidad por conocerte –y aquello lo acompañó junto a una armoniosa risa. ¿Cómo reaccionaría aquella mozuela ante esa presentación? Como fuera… realmente esperaba que todo fuera rápido y poder irse a tomar algo para ver si mitigaba su arisco carácter.
Y eso mismo fue lo que le hizo acercarse a la chica que, parece ser, iba a volverse un dolor de cabeza para el joven Daguetti. ¿Por qué se acerco? Sencillo: era parte de la familia Lobbosco, y… era chica. Aunque visto así, no parecía haber ningún indicante para María de que fuera a ser un problema, realmente lo era. Y eso era debido a que el de cabellos dorados iba a residir en la mansión Lobbosco por invitación de los allí residentes. Y aunque confiaba en que, quitando a los sirvientes, el resto eran hombres, no se acercarían a sus aposentos así como así, y de aquella manera poder estar el chico tranquilo sin miedo a que descubrieran su verdadero sexo. Pero si había chicas de por medio… la cosa cambiaba.
¿Por qué? Porque… ¡las mujeres eran horriblemente cotillas y entrometidas! Querían saber todo de todos y con exceso de detalles, tener calculado cada cosa que hacían y… agh realmente eran unos seres repelentes. ¿Generalizaba? Quizás un poco, y sabía que debía de haber sus excepciones, pero… de un 98% de mujeres que había tenido que tratar por su desgracia, todas cuadraban con ese molesto e insano estereotipo. Y María no iba a ser imprudente en ese sentido, si había logrado camuflar perfectamente su durante prácticamente los 17 años de vida que tenía, el estar allí no iba a ser una excepción. Se encargaría de que aquello no se convirtiera en un secreto de Estado… si, de esos que todo el maldito mundo conoce aunque nadie menciona realmente en voz alta.
Bueno, dejemos de retorcer el asunto y volvamos al inicial: que si esa mujer, fuera como fuera, resultaba ser una de esas molestas e imbéciles mujeres, tendría que pensar algo para encargarse de ello. ¿Podría manipularla? Sería divertido tener a alguien a quién usar como peluche anti estrés… pero si se podía evitar el contacto cercano, mejor. Menos problemas, o eso pensaba al menos el hermoso joven, y por supuesto que afirmo lo de ‘hermoso’, ¿Cómo negarlo?
De ahí que, tras reconocer a la chica que parecía tener de nombre Julieta, y verla andar por la calmada zona de los jardines, una suave sonrisa comenzara a asomarse en su rostro, ocultando la graaaaan molestia que le resultaba tener que hacer eso. Y sin más, se acercó a aquella muchacha de largos cabellos castaños. Pues nada, ¡que comience la actuación!
- Ah… ¿Julieta-san? –preguntó casi rozando la timidez. ¡Ha, timidez!-¿Eres Julieta Lobbosco, cierto? –volvió a preguntar, acabando por soltar un suave suspiro que parecía ser de alivio, aunque realmente fuera para serenar el mal humor que comenzaba a invadir al ‘hermoso oculto tras sedas’ pero dicho carácter se ocultó fácilmente bajo una dulce sonrisa- Soy María Daguetti, encantada –encantada de perderla de vista si resultaba ser que no iba a pisar esa mansión, como había escuchado en los rumores que le habían contado.- Al parecer no te conocía a pesar de ser parte de la familia Lobbosco, así que tenía curiosidad por conocerte –y aquello lo acompañó junto a una armoniosa risa. ¿Cómo reaccionaría aquella mozuela ante esa presentación? Como fuera… realmente esperaba que todo fuera rápido y poder irse a tomar algo para ver si mitigaba su arisco carácter.
María Daghetti
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Re: Encounter of beasts [Priv. Julieta]
Apenas ayer al mediodía había regresado de mi corta estadía en Japón y había logrado a incorporarme sin ningún problema a la rutina diaria de aquel ostentoso lugar, lo cual me llevaba seriamente a preguntarme si no sería que comenzaba ya a verlo como una especie de hogar. Fruncí el ceño con suavidad ante esta idea. De ser así, sería sumamente problemático y algo lioso de resolver, porque ese era el territorio de los Lobbosco, no el mío. Mi lugar estaba junto a mis tíos en Tokyo, más ahora que me había convertido en un miembro oficial de la mafia que ellos mismos lideraban, los Sumiyoshi, como mi actual apellido lo demostraba. Con el tiempo heredaría el mando y cuando eso sucediera, debería ser ya una persona altamente capacitada para ocupar dicho cargo. Tenía confianza en mis aptitudes, se trataba de la misma gente que me había visto crecer en los últimos diez años y los cuales me tenían un profundo cariño; sabía que llegado el momento me seguirían sin chistar, tal y como hoy lo hacían con Subaru y Kamui. El saber la verdadera razón por la que había regresado, cuando era más que obvio que yo ya no tenía nada que hacer allí, era algo que en definitiva no deseaba analizar, por temor de descubrir algo desagradable y más profundo en el proceso. Sólo el siquiera imaginármelo superficialmente bastaba para poner el vello de mi nuca erizado. Aunque resultaba de lo más tentador hacerlo, no podía dejar a mi sirviente Sergei varado en aquella isla infestada de adolescentes egocéntricos que él tanto detestaba, esa era la pobre excusa que me había obligado a creerme, aunque en el fondo supiera que no fuera toda la verdad. ¿Pero nos pondríamos realmente a hablar de verdades? Porque mi vida misma estaba constituida en una vil mentira, en una fachada de falsas sonrisas alegres que con tanto esmero había tenido que pulir por bien de aquellos a quienes tanto quería. Pero lo que había dentro de mí estaba tan vacío y frágil como un jarrón de cristal...
Me amparé a la sombra de un árbol, aunque era invierno y los rayos del sol eran sumamente débiles en esa estación a pesar de ser mediodía, y tomé asiento sobre el helado césped de color mustio. Me acomodé mejor mi chamarra y bufanda, para evitar que el fuerte viento invernal me enfriara, y me dispuse a abrir uno de los libros que había sacado de la biblioteca para leerlo por enésima vez. El castillo ambulante de la escritora inglesa Diana Wynne Jones, uno de mis favoritos y que no podía dejar de leer por más que lo intentera. Al menos la trama era lo suficientemente atrapante, a pesar de sabérmela de memoria, como para sacarme de mis cavilaciones que en nada bueno me llevarían. Y quedarme en el claustrofóbico interior de alguno de los edificios de la academia sólo lograrían ponerme más enferma, así que por más frío que pasara allí, seguiría con mi objetivo inicial de pasar el resto del día a la intemperie.
Tan enfrascada estaba ya en la lectura, que me percaté demasiado tarde de la presencia de alguien desagrable que pasó en las cercanías y que había centrado su atención en mí, tan de interés le había resultado que había dirigido sus pasos hacia mí. Alcé el rostro del libro, alertada por su cercanía cuando ya sólo estaba a un par de pasos del árbol en donde estaba recargada, y fruncí ligeramente el ceño aunque sin mostrar ninguna reacción realmente latente en mi rostro. ¿Qué hacía ella allí y por qué me dirigía la palabra? Si lo que estaba buscando era a mis familiares, perdía su tiempo en cuestionarme, yo tenía total desconocimiento de su paradero, como siempre.
Sabía quién era y lo que significaba tanto para Leone como para Salvatore, a pesar de nunca antes haber mantenido ninguna clase de conversación, por más mínima que fuera, con la "perfecta" señorita de sociedad. Fue por ella que había finalmente decidido dejar de ser quien era para dar paso a quien actualmente estaba allí. Y aunque todos se tragasen su teatro de niña rubia delicada, yo sabía que algo estaba ocultando mucho antes de que abriera la boca. Cosa que confirmé cuando así lo hizo, preguntándome si yo era Julieta Lobbosco con esa voz modulada y tan ensayada que más bien parecía una broma.
La contemplé en silencio por unos momentos, con una expresión totalmente neutral en mi rostro mientras lo hacía, y a los tres segundos siguientes perdí total interés en la mujer frente a mí, volviendo a enfocar la mirada en mi libro. No era un ser espiritual, pero incluso como humana poseía una ligera intuición que rara vez se equivocaba. La contraria era una farsa aún peor que la mía, y eso nadie podría negármelo. Quién mejor que yo para decirlo.
-Acertaste a medias -repliqué con voz carente de emoción, pareciendo diplomática pero no amigable. Si mi actitud era cortés o no, poco cuidado me traía. La recién llegada nada tenía que ver conmigo y si mentía o no, no tenía por qué afectarme en lo más mínimo, aunque su sola presencia bastaba para que algo en mi interior se revolcara. Como no quería averiguar qué era esa sensación inusitada que estaba experimentando en mí, preferí hacerla a un lado y seguir con mi coartada de indiferencia- Mi nombre es Julieta mas no Lobbosco, dejé de serlo hace varias semanas atrás -alcé la mirada sólo un poco para observar la reacción que pudiera sucitar en su rostro, si es que la muñeca farsante frente a mí lograba hacerlo de alguna manera- Julieta Sumiyoshi, ese es mi nombre... Y espero que puedas ser lo suficientemente inteligente, si no es cierto el mito de que las rubias no poseen más de dos dedos de frente, como para percatarte que ya no pertenezco a esa familia; hace años que no lo hago -sonreí de lado, con total ironía, volviendo a enfocar mi atención en Howl, el protagonista de la historia que leía- Quizá es por eso que no sepas nada de mí, no me sorprendería que Leone y Salvatore se dieran a la tarea de borrar cada mínima huella que había de mí en su hogar hasta hacerla desaparecer. Y ahora que puedes estar segura de que no podré importunar tus planes, puedes marcharte por donde viniste y dejarme a mí tranquila. Aunque antes me gustaría decirte que conmigo sobran las farsas -en este punto me enfoqué por entero en ella, cerrando con delicadeza el libro y apoyándolo sobre mi regazo. Fruncí el ceño - Esa ternura y pureza que tanto te empeñas en transmitir... yo no me las trago, sé que son más fingidas que una actriz de telenovela de bajo presupuesto, aunque todos los demás caigan ante tus pies -ladeé el rostro con suavidad, mirándola con curiosidad y, a la vez, rencor mientras entrecerraba mis ojos castaños- ¿Quién eres y qué es lo que escondes realmente? Sea lo que sea, viene siendo algo que me tiene sin cuidado. Pero odio cuando tratan de venderme una farsa, y sobre todo tan descaradamente como tú lo haces. Ni siquiera sabía tu nombre y sé que toda tú no es más que una mentira, sólo me bastó observarte un par de veces anteriormente para descubrirlo y escuchar tu voz ahora para comprobarlo, ¿eso no debería de hacerte considerar sobre qué tan buenos son tus dotes actorales? Como sea, limítate al drama con las personas a las que sí les interesa que lo hagas, conmigo abstente de hacerlo, me enferma.
¿Por qué estaba perdiendo los estribos de esa manera? Si hubiera sido cualquier otra persona, me hubiera mantenido al margen del asunto y le hubiera despedido de manera tajante pero diplomática. El problema radicaba en que no era cualquier persona, se trataba de ella justamente. Y aunque fuera algo muy difícil de explicar, no podía soportar siquiera la idea de que fuera ella la que Salvatore y Leone escogieran para reemplazarme, precisamente ella: alguien aún más vacío y mentiroso que yo.
No podía aceptarlo, todo mi ser se negaba a ello.
Me amparé a la sombra de un árbol, aunque era invierno y los rayos del sol eran sumamente débiles en esa estación a pesar de ser mediodía, y tomé asiento sobre el helado césped de color mustio. Me acomodé mejor mi chamarra y bufanda, para evitar que el fuerte viento invernal me enfriara, y me dispuse a abrir uno de los libros que había sacado de la biblioteca para leerlo por enésima vez. El castillo ambulante de la escritora inglesa Diana Wynne Jones, uno de mis favoritos y que no podía dejar de leer por más que lo intentera. Al menos la trama era lo suficientemente atrapante, a pesar de sabérmela de memoria, como para sacarme de mis cavilaciones que en nada bueno me llevarían. Y quedarme en el claustrofóbico interior de alguno de los edificios de la academia sólo lograrían ponerme más enferma, así que por más frío que pasara allí, seguiría con mi objetivo inicial de pasar el resto del día a la intemperie.
Tan enfrascada estaba ya en la lectura, que me percaté demasiado tarde de la presencia de alguien desagrable que pasó en las cercanías y que había centrado su atención en mí, tan de interés le había resultado que había dirigido sus pasos hacia mí. Alcé el rostro del libro, alertada por su cercanía cuando ya sólo estaba a un par de pasos del árbol en donde estaba recargada, y fruncí ligeramente el ceño aunque sin mostrar ninguna reacción realmente latente en mi rostro. ¿Qué hacía ella allí y por qué me dirigía la palabra? Si lo que estaba buscando era a mis familiares, perdía su tiempo en cuestionarme, yo tenía total desconocimiento de su paradero, como siempre.
Sabía quién era y lo que significaba tanto para Leone como para Salvatore, a pesar de nunca antes haber mantenido ninguna clase de conversación, por más mínima que fuera, con la "perfecta" señorita de sociedad. Fue por ella que había finalmente decidido dejar de ser quien era para dar paso a quien actualmente estaba allí. Y aunque todos se tragasen su teatro de niña rubia delicada, yo sabía que algo estaba ocultando mucho antes de que abriera la boca. Cosa que confirmé cuando así lo hizo, preguntándome si yo era Julieta Lobbosco con esa voz modulada y tan ensayada que más bien parecía una broma.
La contemplé en silencio por unos momentos, con una expresión totalmente neutral en mi rostro mientras lo hacía, y a los tres segundos siguientes perdí total interés en la mujer frente a mí, volviendo a enfocar la mirada en mi libro. No era un ser espiritual, pero incluso como humana poseía una ligera intuición que rara vez se equivocaba. La contraria era una farsa aún peor que la mía, y eso nadie podría negármelo. Quién mejor que yo para decirlo.
-Acertaste a medias -repliqué con voz carente de emoción, pareciendo diplomática pero no amigable. Si mi actitud era cortés o no, poco cuidado me traía. La recién llegada nada tenía que ver conmigo y si mentía o no, no tenía por qué afectarme en lo más mínimo, aunque su sola presencia bastaba para que algo en mi interior se revolcara. Como no quería averiguar qué era esa sensación inusitada que estaba experimentando en mí, preferí hacerla a un lado y seguir con mi coartada de indiferencia- Mi nombre es Julieta mas no Lobbosco, dejé de serlo hace varias semanas atrás -alcé la mirada sólo un poco para observar la reacción que pudiera sucitar en su rostro, si es que la muñeca farsante frente a mí lograba hacerlo de alguna manera- Julieta Sumiyoshi, ese es mi nombre... Y espero que puedas ser lo suficientemente inteligente, si no es cierto el mito de que las rubias no poseen más de dos dedos de frente, como para percatarte que ya no pertenezco a esa familia; hace años que no lo hago -sonreí de lado, con total ironía, volviendo a enfocar mi atención en Howl, el protagonista de la historia que leía- Quizá es por eso que no sepas nada de mí, no me sorprendería que Leone y Salvatore se dieran a la tarea de borrar cada mínima huella que había de mí en su hogar hasta hacerla desaparecer. Y ahora que puedes estar segura de que no podré importunar tus planes, puedes marcharte por donde viniste y dejarme a mí tranquila. Aunque antes me gustaría decirte que conmigo sobran las farsas -en este punto me enfoqué por entero en ella, cerrando con delicadeza el libro y apoyándolo sobre mi regazo. Fruncí el ceño - Esa ternura y pureza que tanto te empeñas en transmitir... yo no me las trago, sé que son más fingidas que una actriz de telenovela de bajo presupuesto, aunque todos los demás caigan ante tus pies -ladeé el rostro con suavidad, mirándola con curiosidad y, a la vez, rencor mientras entrecerraba mis ojos castaños- ¿Quién eres y qué es lo que escondes realmente? Sea lo que sea, viene siendo algo que me tiene sin cuidado. Pero odio cuando tratan de venderme una farsa, y sobre todo tan descaradamente como tú lo haces. Ni siquiera sabía tu nombre y sé que toda tú no es más que una mentira, sólo me bastó observarte un par de veces anteriormente para descubrirlo y escuchar tu voz ahora para comprobarlo, ¿eso no debería de hacerte considerar sobre qué tan buenos son tus dotes actorales? Como sea, limítate al drama con las personas a las que sí les interesa que lo hagas, conmigo abstente de hacerlo, me enferma.
¿Por qué estaba perdiendo los estribos de esa manera? Si hubiera sido cualquier otra persona, me hubiera mantenido al margen del asunto y le hubiera despedido de manera tajante pero diplomática. El problema radicaba en que no era cualquier persona, se trataba de ella justamente. Y aunque fuera algo muy difícil de explicar, no podía soportar siquiera la idea de que fuera ella la que Salvatore y Leone escogieran para reemplazarme, precisamente ella: alguien aún más vacío y mentiroso que yo.
No podía aceptarlo, todo mi ser se negaba a ello.
Julietta Tescotti
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Re: Encounter of beasts [Priv. Julieta]
¿Sabéis de esas veces que tenéis un impulso casi incontenible de quitaros algo de en medio rápidamente por la repulsión que pueda causarte? Bien… pues eso pensó María nada más escuchó las maneras de hablar y en sí dirigirse a su persona de aquella muchacha. Quizás aquella chica rompiera el estereotipo de niñata caprichosa y metomentodo, pero era peor lo que estaba viendo. ¡Qué ganas de coserle la boca! Ante cada palabra que llegaba a oídos del de cabellos rubios, más irritación iba acudiendo a su rostro. Así que… en un instante acababan de decirle que era una estúpida cría de falsa careta que encima actuaba mal, resumiendo todo en poco, claro, ya que la contraria parecía haberle cogido gusto a expandirse para soltarle todo el veneno que pudiera tener en su interior. ¡Valiente víbora! Se acordaría de eso, sin duda.
Y la primera medida ante aquello fue, precisamente, no escatimar en la ‘farsa’ que llevaba día a día. Así que esa niñata odiaba las actuaciones y farsas… pues vamos a darle una terapia de shock~ pero todo por su ‘bien’, ¿eh? Por el bien que estallara de odio y se carcomiera ella solita en su amargura, claro~ ¿Realmente creíais que María haría algo por el bien de otro, sobre todo cuando acababan de patear su ego? ¡Ingenuos!- Ah… yo no sabía eso, es lo que tiene que haya llegado hace poco…-murmuró con una perfecta actuación de preocupación, incluso llevándose las manos al pecho en un inquieto gesto. Pero poco después, su armonioso rostro se contrajo en una auténtica mueca de nerviosismo y tristeza que era proporcionalmente marcada como la carcajada mental que estaba recorriendo la mente del joven andrógino.- Qué cruel… ¿cómo puedes decir eso? –incluso en su voz dejó que se resquebrajara como si de un llanto estuviera conteniendo. ¡Qué bonito era actuar~! ¡Qué bonito era fingir~! Pero ante todo… qué bonito era hacerlo cuando sabías que estabas jodiendo a otra persona en el proceso por un estúpido odio que, aunque María realmente no comprendiera aún por parte de la chica que tenía enfrente, le profesaba. Que se enfermara, que se carcomiera toda entera en su propio odio. Pero eso no iba a acabar ahí, no no.- Ni siquiera me conoces y me estas juzgando como si fuera una criminal… eso fue cruel… ¿tanto daño te han hecho que no eres capaz de seguir en la vida sin juzgar al resto? –golpe bajo. Tramposo, era un tramposo, lo sabía. Y qué maravilla sería si por ese interrogante que iba directo a la moralidad de aquella estúpida pudiera sonsacarle algo. Se aprovecharía de ello sin dudarlo. Ah, pero espera, que no hemos acabado: pronunció aquellas palabras con absoluta compasión bañando su voz, como si aquello le estuviera doliendo más a la ‘pura y tierna rubia’ que a la muchacha castaña en cuestión. ¿Quería farsa? Iba a recibirla a raudales.
Y la primera medida ante aquello fue, precisamente, no escatimar en la ‘farsa’ que llevaba día a día. Así que esa niñata odiaba las actuaciones y farsas… pues vamos a darle una terapia de shock~ pero todo por su ‘bien’, ¿eh? Por el bien que estallara de odio y se carcomiera ella solita en su amargura, claro~ ¿Realmente creíais que María haría algo por el bien de otro, sobre todo cuando acababan de patear su ego? ¡Ingenuos!- Ah… yo no sabía eso, es lo que tiene que haya llegado hace poco…-murmuró con una perfecta actuación de preocupación, incluso llevándose las manos al pecho en un inquieto gesto. Pero poco después, su armonioso rostro se contrajo en una auténtica mueca de nerviosismo y tristeza que era proporcionalmente marcada como la carcajada mental que estaba recorriendo la mente del joven andrógino.- Qué cruel… ¿cómo puedes decir eso? –incluso en su voz dejó que se resquebrajara como si de un llanto estuviera conteniendo. ¡Qué bonito era actuar~! ¡Qué bonito era fingir~! Pero ante todo… qué bonito era hacerlo cuando sabías que estabas jodiendo a otra persona en el proceso por un estúpido odio que, aunque María realmente no comprendiera aún por parte de la chica que tenía enfrente, le profesaba. Que se enfermara, que se carcomiera toda entera en su propio odio. Pero eso no iba a acabar ahí, no no.- Ni siquiera me conoces y me estas juzgando como si fuera una criminal… eso fue cruel… ¿tanto daño te han hecho que no eres capaz de seguir en la vida sin juzgar al resto? –golpe bajo. Tramposo, era un tramposo, lo sabía. Y qué maravilla sería si por ese interrogante que iba directo a la moralidad de aquella estúpida pudiera sonsacarle algo. Se aprovecharía de ello sin dudarlo. Ah, pero espera, que no hemos acabado: pronunció aquellas palabras con absoluta compasión bañando su voz, como si aquello le estuviera doliendo más a la ‘pura y tierna rubia’ que a la muchacha castaña en cuestión. ¿Quería farsa? Iba a recibirla a raudales.
María Daghetti
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Re: Encounter of beasts [Priv. Julieta]
Casi podía leer el juego macabro que la rubia en cuestión estaba planeando internamente, o de otra forma no podía explicarme el porqué de continuar con todo aquello cuando explícitamente le había dado a entender que conmigo sobraban las actuaciones. No me interesaban ni ella, ni lo que mis familiares pensaran al respecto sobre la extraña criatura que tenía frente a mí. ¿Por qué no iba a fingir delicadeza a otra parte? Claro... porque seguramente gustaba de todo aquello.
Reprimí un suspiro de cansancio y en cambio enarqué una ceja con incredulidad, observándola sin restricciones mientras ella perdía su tiempo en explayar sus nulas dotes actorales ante mi presencia. Vaya ejemplar se habían encontrado los Lobbosco para sustituirme, y una que creía que la que tenía pésimo gusto era yo... Aquella muchachita sólo me enfermaba, en más de un sentido. Al fin abandoné mi cómodo lugar bajo el cobijo del árbol; me puse en pie y con suavidad sacudí el resto de hojas y tierra que pudieran manchar mis pantalones oscuros. Una vez que terminé con mi faena, alcé mi mirada castaña para concentrarla en la rojiza de ella. Le obsequié una dulce sonrisa, exactamente igual a las que ella indiscriminadamente solía soltar a diestra y siniestra. Sí, sólo me estaba burlando de la contraria con ello.
-¿Sabes? Te diría que me siento halagada de ser el objeto central de tu hipócrita actitud, sin embargo es algo que me tiene sin el menor cuidado -aclaré, sin borrar aquella sonrisa en mi rostro, que sólo ayudaba a acentuar aún más el tono peligroso con el que iban dirigidas mis palabras- ¿Debo de suponer que estás tan necesitada de antención por parte de mis familiares que tienes la urgencia de venir a mendiguear un poco de mi parte? De ser así, te decepcionaré... No ganarás punto con ellos de esta forma, ¿acaso no fuiste capaz de comprender que ellos y yo no tenemos relación alguna? Pero qué más da, no se encuentra entre mis pasatiempos el de explicarle con manzanitas a jovencitas tan insulsas. -Aferré con fuerza mi libro y todo atisbo de fingida amabilidad por mi parte desapareció para ser sustituida por una gélida indiferencia. Clavé mi fría mirada en los ojos de ella, sin demostrarle ninguna clase de temor ante su presencia. Ella podría ser el nuevo juguetito de mi padre y hermano, pero eso era algo que no tenía nada que ver conmigo, y le iba a demostrar de una vez por todas a ese incordio de chica quién era en realidad Julieta Sumiyoshi, la heredera de la mafia japonesa- ¿Daño, has dicho? ¿Cómo podría afectarme algo tan banal como eso? Quizá si fuera una persona como cualquier otra, con sentimientos y la capacidad de salir herida... Pero no, tendré que decepcionarte: no tengo la facultad de sentir absolutamente nada... Podría sacarte de mi camino sin sentir remordimiento alguno y sin que mi mano temblara en el proceso... pero ni siquiera eres lo suficientemente importante como para considerarte un estorbo. Mi vida misma es una farsa, y precisamente por eso es que puedo identificar a una mentirosa como yo a simple vista... Y la manera en la que tú diriges tu propia actuación... vaya, sí que da pena, ¿debería de fingir compasión por ti?
Ninguna otra emoción que no fuera la indiferencia y frialdad acompañó a mi discurso. Acomodé un mechón de mi castaña cabellera detrás de mi oreja y, sin amedrentarme ni un ápice, me encaminé hacia donde la joven se encontraba hasta que escasos centímetros nos separaban; siempre mirándola de forma penetrante y casi altanera. Entrecerré mi mirada.
-Piérdete en tu propio hastío -sentencié al fin, a punto de retirarme y darle la espalda. Sin embargo mi cuerpo no reaccionó, me quedé inmóvil en mi lugar y la contemplé en silencio sin actuar de ninguna forma. Hasta que al fin mi ceño se frunció y mis ojos se convirtieron en una dura línea. Algo no estaba bien con ella, ¿qué era? Esa corazonada... No, definitivamente algo mal había, y no era precisamente su pésima manera de actuar- ¿Qué es lo que tratas de ocultar? -inquirí finalmente, dirigiéndole una mirada de soslayo hasta que impulsivamente mi mano libre se encaminó a su entrepierna, retirándola casi al instante al encontrarse con algo que definitivamente no debería de estar allí. Ella... qué...
Retrocedí un par de pasos, con los ojos ligeramente abiertos mas ocultando gran parte de la sorpresa que aquel descubrimiento me había dejado. ¿Ella...? La miré de arriba a abajo y de regreso, sin emitir sonido algo por un instante que casi pareció eterno. Y, sin poder remediarlo, una divertida risa ligeramente teñida de sarcasmo brotó de mi garganta. Primero fue un quedo sonido que fue incrementando a tal grado que tuve que llevarme el libro a la boca para ocultar mi expresión y así tratar de amortiguar un poco mi risa también. Vaya sorpresita se tenía guardada...
-Ahora todo tiene sentido para mí, eso explica el porqué tu poco creíble ternura me causaba náuseas... -musité entrecortadamente por la risa- Esto es más que hilarante...
¿Cómo debía procesar aquella insospechada información, cómo debía recibirla? ¡Daba igual, justo en ese momento no podía parar de reír!
Reprimí un suspiro de cansancio y en cambio enarqué una ceja con incredulidad, observándola sin restricciones mientras ella perdía su tiempo en explayar sus nulas dotes actorales ante mi presencia. Vaya ejemplar se habían encontrado los Lobbosco para sustituirme, y una que creía que la que tenía pésimo gusto era yo... Aquella muchachita sólo me enfermaba, en más de un sentido. Al fin abandoné mi cómodo lugar bajo el cobijo del árbol; me puse en pie y con suavidad sacudí el resto de hojas y tierra que pudieran manchar mis pantalones oscuros. Una vez que terminé con mi faena, alcé mi mirada castaña para concentrarla en la rojiza de ella. Le obsequié una dulce sonrisa, exactamente igual a las que ella indiscriminadamente solía soltar a diestra y siniestra. Sí, sólo me estaba burlando de la contraria con ello.
-¿Sabes? Te diría que me siento halagada de ser el objeto central de tu hipócrita actitud, sin embargo es algo que me tiene sin el menor cuidado -aclaré, sin borrar aquella sonrisa en mi rostro, que sólo ayudaba a acentuar aún más el tono peligroso con el que iban dirigidas mis palabras- ¿Debo de suponer que estás tan necesitada de antención por parte de mis familiares que tienes la urgencia de venir a mendiguear un poco de mi parte? De ser así, te decepcionaré... No ganarás punto con ellos de esta forma, ¿acaso no fuiste capaz de comprender que ellos y yo no tenemos relación alguna? Pero qué más da, no se encuentra entre mis pasatiempos el de explicarle con manzanitas a jovencitas tan insulsas. -Aferré con fuerza mi libro y todo atisbo de fingida amabilidad por mi parte desapareció para ser sustituida por una gélida indiferencia. Clavé mi fría mirada en los ojos de ella, sin demostrarle ninguna clase de temor ante su presencia. Ella podría ser el nuevo juguetito de mi padre y hermano, pero eso era algo que no tenía nada que ver conmigo, y le iba a demostrar de una vez por todas a ese incordio de chica quién era en realidad Julieta Sumiyoshi, la heredera de la mafia japonesa- ¿Daño, has dicho? ¿Cómo podría afectarme algo tan banal como eso? Quizá si fuera una persona como cualquier otra, con sentimientos y la capacidad de salir herida... Pero no, tendré que decepcionarte: no tengo la facultad de sentir absolutamente nada... Podría sacarte de mi camino sin sentir remordimiento alguno y sin que mi mano temblara en el proceso... pero ni siquiera eres lo suficientemente importante como para considerarte un estorbo. Mi vida misma es una farsa, y precisamente por eso es que puedo identificar a una mentirosa como yo a simple vista... Y la manera en la que tú diriges tu propia actuación... vaya, sí que da pena, ¿debería de fingir compasión por ti?
Ninguna otra emoción que no fuera la indiferencia y frialdad acompañó a mi discurso. Acomodé un mechón de mi castaña cabellera detrás de mi oreja y, sin amedrentarme ni un ápice, me encaminé hacia donde la joven se encontraba hasta que escasos centímetros nos separaban; siempre mirándola de forma penetrante y casi altanera. Entrecerré mi mirada.
-Piérdete en tu propio hastío -sentencié al fin, a punto de retirarme y darle la espalda. Sin embargo mi cuerpo no reaccionó, me quedé inmóvil en mi lugar y la contemplé en silencio sin actuar de ninguna forma. Hasta que al fin mi ceño se frunció y mis ojos se convirtieron en una dura línea. Algo no estaba bien con ella, ¿qué era? Esa corazonada... No, definitivamente algo mal había, y no era precisamente su pésima manera de actuar- ¿Qué es lo que tratas de ocultar? -inquirí finalmente, dirigiéndole una mirada de soslayo hasta que impulsivamente mi mano libre se encaminó a su entrepierna, retirándola casi al instante al encontrarse con algo que definitivamente no debería de estar allí. Ella... qué...
Retrocedí un par de pasos, con los ojos ligeramente abiertos mas ocultando gran parte de la sorpresa que aquel descubrimiento me había dejado. ¿Ella...? La miré de arriba a abajo y de regreso, sin emitir sonido algo por un instante que casi pareció eterno. Y, sin poder remediarlo, una divertida risa ligeramente teñida de sarcasmo brotó de mi garganta. Primero fue un quedo sonido que fue incrementando a tal grado que tuve que llevarme el libro a la boca para ocultar mi expresión y así tratar de amortiguar un poco mi risa también. Vaya sorpresita se tenía guardada...
-Ahora todo tiene sentido para mí, eso explica el porqué tu poco creíble ternura me causaba náuseas... -musité entrecortadamente por la risa- Esto es más que hilarante...
¿Cómo debía procesar aquella insospechada información, cómo debía recibirla? ¡Daba igual, justo en ese momento no podía parar de reír!
Julietta Tescotti
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