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Mensaje por Marlene P. Edelstein Miér Ene 14, 2015 5:00 pm

Ella se empezó a remover dentro de las sabanas como si fuera una niña pequeña, hasta que se despertó al fin de su inesperada siesta y cayo en la soberana cuenta de que se había escapado a la tarea de desempacar. Seguramente su marido si le viera en aquellos momentos, le reprendería con justo motivo y todo por actuar tan infatilmente. ¿Qué fue exactamente lo que pasó por la cabeza de Marlene? ¿Era una clase de rebelión contra el tiburón? Fueron muchas cosas, pero todas se resumían a una persona y era la misma con la que compartía techo a diario. Enseguida se deshizo de las sabanas con ímpetu, bajando sus pies descalzos al piso alfombrado y desperezándose lo suficiente como para tomar la iniciativa de salir de su agujero, o propiamente dicho: cuarto. Denotando de paso que ya no le era necesario estar allí.

Observó de un lado a otro, sin atravesar del todo el umbral y procurando de que no hubiese nada esperándole en alguna esquina. Qué raro, ni música se siente....¿Dónde estará, Rod?, meditó la rubia extrañada. Quizás él se encontrara todavía abajo, pero si fuera así.... Porqué no le escucho siquiera  hacer movimiento desde la planta baja, ni el sonido de las garritas de Okami pegando contra el suelo o los tenues maullidos de Unicornio para hacerse notar. Nada. Absolutamente nada es oía en toda la casa, así que Marlene decidió trasladarse en puntas de pie hacia su pequeño despacho y ponerse a ordenar lo que hubiese de sus cosas. Aunque ella, sintiéndose tentada a ver la espalda de Adler, se asomó a final de las escaleras, sin bajar todavía y apreciando la imagen decorativa de la estatua griega sobre una mesita. Por lo que, desilusionada, la delfina retomó el camino de regreso hacia donde hubo de ir en un principio.

No se sorprendió demasiado cuando encontró la puerta entreabierta, ya que la ex acróbata tenia la costumbre de dejarla así y más cuando el señor Edelstein le llamaba desde abajo. Solicitando su presencia para recriminarle faltas o por el simple hecho, de saber qué rayos andaba haciendo tanto arriba. De repente, ella frunció el ceño. Marlene se inclinó a estudiar el contenido de la caja, tratándose de la misma que había preguntado Adler y contenía ciertas chucherías de índole sexual.  Obviamente la rubia tenía determinado borrar cualquier rastro de ésas cosas, pero algo le atrajo  magneticamente y hizo que levantara dicha caja. Llevándola de nuevo a su cuarto, abrirla y tomara entre sus dedos uno de los objetos de adentro. Un corsé rosa pálido, unas medias casi transparentes y unas bragas de igual color hicieron que le dieran ganas de probárselo.

Me da cierta picardía ahora tirarlos...—dijo ausente, hablándole a las prendas y tocándola con las yemas de sus dedos para sentir aquella textura. Pero tenía que continuar lo que abandonó, y a la vez no quería hacerlo ahora por culpa de las prendas. La rubia jurándose a si misma que después recompensaría al tiburón, se tomó los minutos para desvestirse con rapidez y probarse lo otro, no sin antes dejar sus otras ropas sobre el acolchado de la cama matrimonial. La chica a paso seguro se acercó al espejo de cuerpo entero, quedándose sin aliento y al mismo tiempo avergonzada por lo que veía. Realmente tenia buen ojo para lo que le quedaba bien. No obstante, ella tendría que cumplir con su palabra, sino sería como darle la razón después de todo a él. Se dio media vuelta en cámara lenta y luego quedó petrificada en su sitio, sin tener idea que decir y deseando que la tierra se la tragara ahí mismo.


Última edición por Marlene P. Edelstein el Miér Sep 09, 2015 5:33 am, editado 1 vez
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Mensaje por Adler R. Edelstein Lun Ene 19, 2015 3:36 am

Traía puesto un traje al mejor estilo de los ochenta, del famoso sastre Alan Flusser. La corbata de Valentino Couture, de seda con lunares y de un tono crema para complementar el color café de sus mudas elegantes. Cuatros botones delante del saco conforman un perfecto cuadrado, mientras que dos más se alzan sobre ellos para adornar, más dos bolsillos de doble ancho para complementar. El pantalón de vestir, en cambio, mantenían una rectitud vertical, acabando en pliegues al tocar sus mocasines negros, de la casa italiana A. Testoni. Los más caros del mundo actualmente. Al parecer, el austriaco no se queda corto de dinero, y su buen gusto lo deja claro. ¿Y qué hacía él ahora mismo?... Fácil de deducir, se estaba apropiando descaradamente de una habitación para volverlo su espacio personal. Colocando muñecas de porcelana y muñecos de ventriloquia que parecían juguetes hechos por la misma mano del Diablo, en aquél estante de madera caoba que permanece en el rincón. Sonrío maquiavélico, eran sus juguetes preferidos.

Meticuloso, prosiguió adornando la oficina con cuadros y pequeñas estatuillas de recuerdo. Plantas verdes, y sillas individuales. Faltaba el escritorio pero al menos había unos estantes y un librero para no sentir una sensación de vacío. El sótano sería usado para un juego de química, como todo un genio desequilibrado, ¿o cómo Dexter? La ventana daba de frente, apreciándose aquella tarde rojiza, tenía los bordes hechos de madera y vidrios muy limpios. A sus pies, una alfombra importada de la India con estampados rarísimos al cual a Adler, se le antoja curioso y extravagante. Una lámpara de piso cerca del ventanal, posando erguida y recta, ella hace juego con las cortinas blancas pero contrarresta el color de las paredes. Son totalmente de un color gris tormenta. Su diestra espantó un mechón de su cabello, y frío, estudió la habitación que de a poco iba siendo equipada… Incluso se había olvidado de su esposa quién dormitaba arriba. Decidió ponerle fin a la rebeldía de su esposa, bastante tiempo le dio para que pensase en la estupidez que hizo: Dejarlo solo con las cajas de mudanza. «¿Acaso quiere que vivamos en un chiquero? Será ingrata.»

A pasos nazis, fue recorriendo los pasillos, encasillado en la idea de agarrarle ésas preciosas hebras y tirarlas, para arrastrarla por el suelo. Saboreó sus cincelados labios, la delfina es su presa… Siempre lo había sido. Es suya, de él y nadie más… Subió las escaleras a pasos inquietos, de a dos escalones para no demorarse. ¿En qué soñaría su linda Perséfone? Abrió la puerta de asomo, parpadeó un par de veces ya que ella no estaba en el lecho matrimonial, sino, admirándose como una reina en el espejo. Sorbió saliva y apretó la mandíbula, descaradamente le miraba las cachas y repaso de arriba abajo cada gramo de piel expuesta. La quiso devorar. Se contuvo porque empezaba a respirar agitado, como un toro que bufa y quiere cornear contra su víctima. De golpe dejó que la puerta chirriará, para que su grata entrada se escuche.

Agarró sin delicadeza su silueta a sus espaldas, bajando la mano a su pequeña cintura y sorbió con su nariz, ésa fragancia floral, es deliciosa así que es inevitable encapricharse todavía más con su esposa. Le lamió el cuello sin pensarlo, que la rubia le excitará de ésa forma… Le jodía bastante. Apartó su blonda cabellera a un lado para permitirse una vez más oler ése santuario, y se dirigió por fin a su oído para hablarle en susurros acechadores:
Querida… —ronroneó seductivo—, ¿estás usando Chanel Nº 5, aquél que te regalé? —preguntó calmado, muy calmado... Por dentro se quema, quiere morderla, y arrancarle la piel con sus peligrosos dientes. Presionó sus manos en su débil cuerpo, subiendo lentamente a sus senos para apretujarlos contra su palma, ¡eran apetecibles! Palpó en círculos y apartó la nariz para tomar aire. Está nervioso.

Cámbiate —ordenó sin más—. Iremos a cenar al “Piaceri Della Vita”. Me la han recomendado. —No se había alejado de ella, y él mismo, ejecutó una maniobra maliciosa al desenredar los cordones del corsé que lleva puesto. Besó sus hombros mientras la despluma como una tierna gallina, y una vez liberarla de aquél opresor, la dejó caer al suelo. Levantó la mirada por un momento hacia el espejo, pues sus senos se descubren tímidamente, cortando el aire con ésos pequeños pezones color melocotón. Mordió su labio sugestivo y su inquieta mano prosiguió a bajarle las medias con una lentitud abrumante. La respiración del austriaco condensaba sus pulmones, respirando lento y también acelerado. Se las quitó. Sonrío libertino ya que las bragas eran las siguientes en irse. Antes de eso, tiró de los tirantes y las yemas de sus dedos rozaron contra intimidad, a propósito. Metió la mano indecente finalmente en su sexo, y ahí fue bajando, chocando lateralmente contra sus muslos pero, luego dejó que la gravedad hiciese el resto.

Estudió a su muñeca, la tenía a su disposición.

Quería vestirla, peinarla, maquillarla… ¿Y por qué no? «Soy tu dueño, querida». Reposó su mano contra su vientre, acariciando superficial sin hacer nada extraordinario—. Mírate, Perséfone. Te ves encantadoramente virgen… —Su otra extremidad libre, tomó la quijada de la fémina para que sostuviera sus ojos contra su propio reflejo.
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Mensaje por Marlene P. Edelstein Jue Feb 12, 2015 3:48 am


Ella apenas pudo reaccionar frente al ataque efectuado de Adler, no le estaba haciendo ninguna clase daño y parecía comportarse de forma distinta. Desde el mismo instante en que cruzaron de nuevo miradas, supó de que las circunstancias no eran favorables para iniciar otra tonta batalla y tendría que actuar adecuadamente con él. Pero, la joven tampoco disimuló ninguna clase de disgusto ante sus bruscas caricias y menos pudo ocultar por muchísimo tiempo; la vergüenza que adornaron sus pálidas mejillas. Por otro lado, Adler parecía haber descubierto un extraño divertimiento al despojar a su esposa de aquél provocativo atuendo y, del cual a media legua, se notaba de que fue hecho únicamente para despertar el deseo en los hombres. Los manos ajenas fueron los que hicieron todo el trabajo, mancillando los tiernos senos de la aniñada mujer y registrando en su memoria el sabor de su delicada piel. La inocencia de Perséfone siempre provocaría al amo de la muerte, tanto fue así de que hasta podría volverse benevolente con ella y todo sí le juraba a que se quedaría para siempre a su lado. Marlene apenas tenía cabeza para contestar sus preguntas, sin emitirle alguna clase de gruñido bajo o un suspiro tramposo en respuesta. Hasta en la etapa final del laborioso trabajo de Adler, ella mantuvo separado su conciencia de su propio cuerpo y solamente volvió a la realidad cuando esté le agarró de la quijada. Jadeó de la sorpresa.

De un instante a otro, Marlene no logró asimilar la idea de lo que veía y tuvo hasta la insana obsesión de que estaba todavía soñando en su cama. Pero, los ojos azules de su marido asomados a su cuello le transmitían todo lo contrario e incluso, se fantaseó a si misma tirándolo hacia su lecho matrimonial; subiéndosele ágatas encima y con su mente gritándole: “¡¿Ves, ves, ves lo qué me haces ser?! ¡Estrujas mi corazón y lo tienes latiendo sobre tu violenta mano!” Marlene lo hubiese hecho si no fuese tan tímida, tan cobarde y conformista a la hora de evitarse una mala sangre.Y después de lo que pareció ser una larga eternidad, le susurró apacible:  

Rod...¿Quisieras ayudarme?—finalizó, haciendo hincapié al tema de vestirse para la supuesta cena. Es más, eran muy raras las oportunidades en que la rubia aceptaba y no quería cometer de nuevo errores.Y tal vez porque una parte de ella, anhelaba de que fuese lo suficientemente beneficioso para ambos y pudiesen solucionar sus diferencias en cuánto a la convivencia.—Es que...hace mucho que no salgo y bueno... quiero estar bien para ti...—volvió a decirle temerosa a que le rechazara. Aprovechando también para depositarle varios besitos a su mentón, quitarle su mano de su propia entrepierna y luego detenerse para revolotear rápidamente por alrededor del cuarto, hacia una solitaria silla y para finalmente apoderarse de una bata blanca; y cubrirse por completo su molestosa desnudez.  

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Mensaje por Adler R. Edelstein Vie Feb 27, 2015 1:36 am

Su mundo era ella. Su perdición. Su talón de Aquiles. Su maldita fantoche que puede ser manejada a su gusto. La puede romper, maltratar, tirar y arrastrar a donde quiera pero, lo primordial es que jamás, la dejaría ir por nada, aún cuando le obligasen. ¡Jamás! Su obsesión es tan enfermiza que es capaz de matar a todo aquél que ose tocarla o mirarla. Es suya. Y le tiene bastante manía, tanto que también la odia por como le hace sentir: como un débil adolescente hormonal. Pero su orgullo machista prevalece ante todo, y sus alas de águila la abrigan para protegerla. Pretendió oír respuesta satisfactoria y se mostró bastante indiferente.

Rod...¿Quisieras ayudarme?«¿Ayudarte a qué?, ¿a cocinarte?, ¿a elevarte al cielo y llevarte también al infierno?, ¿a comerte a mordiscos? Oh, claro, a elegir tu vestuario, ¡por supuesto!» Una sonrisilla triunfal e imborrable se le figuró, no duró demasiado pues desapareció y sólo permitió que se vieran unos ojos implacables. Dignos de un devorador de almas. Su nariz se le apegó a su oreja, lamiendo el lóbulo de la misma e ir apartándose para clavar sus cristales sobre el armario. ¿Habría algo digno? Ella a su tiempo, también se le escapó como una brisa primaveral, escurriendo su volátil presencia por todo el maldito cuarto. Es como una incandescente mariposa en su vida… La única luz—. Es que...hace mucho que no salgo y bueno... quiero estar bien para ti...—No la escuchó. Está en su tormenta oceánica.

Allí se aventuró a abrir las puertas para buscar un vestido de los que le ha comprado. Tanteó las telas, era el indicado, éste era su trabajo después de todo… Elegir modelos y hacerlas trabajar. Explotarlas, mejor dicho. Se decantó por dos especiales. Uno corto. Otro largo. Los dejó reposar sobre la cama. Ambos eran de un estilo excepcional, de marca y diseño sofisticado; idóneo para una cena formal.

Pruébate los dos. —Se relamió los labios, estaba ansioso—. Daré mi veredicto cuando te los vea puestos… —En sigilo se sentó en la orilla de la cama, expectante a todo movimiento de su mujer. Luego seria él quién se encargaría del estilo predilecto, ¿quién iba a decir que iba a ser un esposo tan atento?... ¡Error!, ¡eso se llama ser controlador de pies a cabeza! Y la rubia sumisa a sus órdenes, bajando la cabeza sin esperar nada a cambio pero sabe que lo tiene todo estando con él. ¿Cuándo abrirá los ojos la tierna Perséfone?
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Mensaje por Marlene P. Edelstein Dom Abr 26, 2015 5:18 am


Se encontraba navegando en un mundo alterno. Más bien, entretenida en cumplir la sencilla labor de ajustarse el nudo de su bata. No quería tentar al diablo. Bastante le había tomado por sorpresa: la fantasmagórica entrada de su marido a través del umbral. Con un sigilo tan propio de él. Que ya eran incontables las veces, en que lograba hacerle erizar los vellos de su nuca. Sin embargo, ella no salía todavía de su asombro. Tanto por el nivel íntimo en que pudieron haber alcanzado ambos y frente a aquel repentino ofrecimiento de su parte. Muchas preguntas. Pocas respuestas. El ruido de las perchas moviéndose desde el interior de su armario. Le despertó. Provocando a que diera media vuelta, aleteara sus largas pestañas y se sacara los restos de sus cabellos de adentro de su bata. La misma que le ayudaba a remarcarle su figura. Los avellanados iris pasaron del cómodo señor de Manor Edelstein y a las dos prendas a su lado.

A ver…  —gesticuló un poco intrigada y caminando felinamente a ejecutar lo dicho. Alargó alguno de sus finos dedos para capturarlo. Está vez, pasaría la prueba de fuego eligiendo primero el vestido corto. En todo momento sintiéndose examinada por la frialdad de Adler. Era casi  imposible no evitarlo. Volvió a observarle de reojo:

Iré a cambiarme detrás de mi biombo—anunció determinada ella, y yéndose con ávida rapidez a ocultarse detrás del mismo. Dejando la huella de su perfume difuminado sobre el aire. Una clara señal de que pese a mostrarse siempre como una leona orgullosa. Sabía apreciarle cada uno de los regalos que le daba. Frunció levemente el ceño al primer resultado. De paso, que se inclinó para tomar la basta a sus pies, antes de salir y colgaba  finalmente en uno de los extremos del cambiador. Procurando no dejar ningún tipo de desorden.  

¿No es demasiado, Rod? —le preguntó buscando cierta sinceridad en su expresión. En realidad, no era problema el largo del vestido. Sino que, Perséfone siempre se caracterizo por ser sencilla e indecisa en cuanto a sus decisiones. Rasgo que no falto al momento. En cuanto al tema del vestido. Su color oscuro también remarco sus mejores dotes físicas, permitiéndole cierta libertad al deambular lo poco que se atrevió y combinándose a su piel de un modo llamativo. Claro, después de tapase el fénix que yacía tatuado a lo largo de su espalda. Soltando únicamente de sus dedos aquella sedosa cabellera que poseía.

Lamento haberte dejado todo, Rod—se disculpó de repente. Adoptando una faceta serena para con él, acariciándole ambos pómulos con sus pulgares y contagiándose de paso con su silencio. Era fácil terminar así. Al principio, a ella le costo soportar ese lado suyo. Y recién ahora, poco a poco, estaba aprendiendo a valorarlo. Total, mal o bien. Era una parte de su personalidad le gustase o no. — ¿Quieres que desfile un poco más? —al decir lo ultimo, se mordió los labios ansiosa y se encogió levemente de hombros.    

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Mensaje por Adler R. Edelstein Jue Jul 23, 2015 4:57 am

La figura de su esposa, la perdió como espuma una vez fugarse hacia el cambiador. Estiró sus dedos y acarició la tersura de las frazadas, el lecho matrimonial estaba tan calmo que le pareció inaudito que todavía esté sin estrenarse. ¿Será posible? ¿Qué está esperando? No. No está esperando nada, sólo teme volverse vicioso a su cuerpo, a perder los estribos ante una mera caricia, al sabor y al fosforescente brillo que despliega la delfina. Por un momento la imagina atada, con las mejillas enrojecidas y suplicándole en gimoteos que la devoré de una vez. Pero toda maquiavélica imaginación se rompió con la voz contraria. Levantó parsimonioso la mirada, casi parecía ser algo más de la habitación. Una estatua hierática.  

¿Demasiado? O, ¿poco? —Los dientes triangulares relucen en una sonrisa ladina, descarado, dejando al aire algo bastante obvio. Las piernas de la rubia iban a causar escándalo, de eso si está seguro, más valía la pena que vistiera acorde a sus gustos. La halla sensual, exquisita. Hasta podía descubrir una nueva faceta. Sus labios se humedecen al antojo de atraparla en sus brazos y ése resplandor lujurioso relampaguea desde su oscuro interior.  

¿Quieres que desfile un poco más?

Entrecerró sus ojos ante la mínima caricia y de inmediato los volvió a abrir. Atrapó la mandíbula femenina, dejándose llevar por la llama pasional al pretender regalarle un brusco beso, uno muy fugaz; la apartó sin delicadeza para levantarse de la cama, con complejos de dios. Observó dichoso la hora. El restaurante no iba a estar abierto toda la noche, a su justa opinión.

No.

Tajante. Las poderosas manos del mafioso, de nuevo, atrapan a la doncella. Acunándola bajo su yugo para hundir sus dedos en ésa voluminosa cabellera. Tan doradas como el maíz, y tan finas como hilos de oro. La obligó a sentarse frente al tocador, de diseño francés y triple espejo de color blanco. Allí guardadas, el maquillaje que el buen esposo ha comprado para la mujer. Un asiento acolchonado, y patas talladas en madera mientras que, la figura de la mesa recordaba a antiquísimas épocas en dónde las adineradas se retocaban los excelsos polvos del rostro. Tomó el peine, y cepilla con cuidado. Ése cabello merecía el mejor trato del mundo. Mañoso, extiende los mechones y olfatea preciso. El pecho le brinca de gozo y entonces recordó algo, una punzada que haría revolver la situación.

Cambié de opinión respecto a la cena. —Una decisión de último momento, impredecible—. Estás castigada por haber flojeado. Ni te molestes en prepararme la cena.

No habría forma de hacerle cambiar de parecer y todo aquello lo soltó como un silencioso puñal. El peine lo deja reposar una vez sentirse satisfecho de la suavidad y se irguió, tirando de su corbata para aflojarla, deslizándola por el contorno de su cuello. La dejó caer al suelo, ni se inmutaba en la acción, admirándola en la distancia.

Levántalo, querida. —Eran sus órdenes, la barbilla se alza prepotente, y el rostro endurece tal cual piedra. El cuerpo tieso, apenas moviendo sus dedos al ritmo de una imaginaria melodía. Ciertamente, no se podía negar que poseía un aura de mandón.
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Mensaje por Marlene P. Edelstein Jue Ago 06, 2015 12:05 am





El corazón brinco dentro de su pecho. Cada beso del tiburón hacia a que ella se viera completamente atontada. Como si él tuviera algo realmente adictivo entre los labios y ella quisiera seguir probado de ellos. Debió controlar a aquellos golosos pensamientos. Pero, ¿cómo iba a poder con Adler cerca? Aun cuando su marido fuese de corazón frió, e inexpresivo. Reconocía a que era un hombre con necesidades. Igual, ese tema, nunca se sacaba. Así que, sus ritos de pasiones, se resumían puramente a besos apasionados que les quitaban a ambos el aliento.  

Se ruborizó fuertemente cuando le puso frente al tocador. A veces, la joven sentía incomodidad ante aquellos obsesivos tratos, que le tenia Adler a su pelo. Era casi del mismo empeño, que él usaba con aquellas escalofriantes muñecas, y de las que tanto gustaba por coleccionar.

¿No iremos? Ah...—dijo, como corroborando lo dicho; sintiendo de paso una horrible sensación de decepción embargándole y como fuese lógico, se molesto por ello. Ignoró que le hubiese tratado de perezosa.—Entonces, no tiene sentido el que siga conservando este vestido.— Y entre más tardara en sacárselo. Peor iba a resultar para ella.

Determinada, sin observarlo de nuevo, volvió a cepillarse por su cuenta. Después de unos eternos segundos, ella se animó atrevidamente, a observarlo por el reflejo del espejo. Enarcó una ceja de forma intrigada. Luego, trato de desviarla a otro sitio y por ultimo, casi quedó sin aliento al ver como arrojaba la corbata a suelo. Aquello solo le provocó a que se diera media vuelta, acusadora, y le dijera en voz alta:

¡Hazlo tú!

Cayó rápidamente en la cuenta, a que sonó grosera. Aumento sus pasos por la habitación, agarrando al vuelo aquella bata que colgaba del biombo y salió disparada rumbo a la cocina. Sin fijarse demasiado, el estado que pudo haberle generado al tranquilo tiburón.

Tampoco, ella quiso quedarse a averiguarlo.


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Mensaje por Adler R. Edelstein Mar Ago 11, 2015 5:48 am

La peor decisión que pudo tomar su querida esposa, fue la de desobedecerle. Cada acción le ataba más a ella, un vínculo inestable que sube y baja. Desencadenado consecuencias nefastas para la relación. Se le turbaron los ojos ante la profunda negativa, sintió asco de la actitud ajena y no evitó tensar la mandíbula. La imagen de su esposa, desvaneció en el aire al ella huir lejos, escapando quizás, de la cólera provocada. ¡Maldita!, blasfemó entre pensamientos furiosos. Sus pasos se volvieron gigantes, apurados, más veloces en la medida que la siguió por detrás. Es su presa y no iba a permitir que se le escape así como así.

Susurra:
Yo te voy a enseñar modales, mi amor.

El tonillo ácido, la actitud siniestra… Lo tiene todo para ser un villano de cuentos. La casa se enfría, acompañando el tenebrismo del Señor. El aire todavía huele a su perfume, un rastro obvio del cual seguía sin esfuerzo. Imagina que está abajo, no hay margen de error. Desciende por las escaleras en silencio, apropiándose de una genuina elegancia pero también en su aura hay una digna malevolencia de vampiro. No se iba a permitir rebajarse a la altura de su inmaculada esposa, ella parecía ser mucho más… Emotiva de lo que podía esperar, sin embargo, no iba a aceptar rebeldías. No en su casa; Es insulso e indigno a su gusto.

Aprovecha su distracción para agazaparla desde atrás, apresando su cuello para ahogarla entre sus dedos. Estos ejercen presión y la atraen contra sí. No está para jueguitos, el va a lo serio, a lo duro… Al dolor directo.

¿Qué es lo que me habías dicho antes? —Sisea contra su oído—. ¿“Hazlo tú”?

Su respiración se vuelve errática, mientras que la esencia de su bella mujer lo embriaga. La mano libre se escapa, levantando sutil la bata para acariciar aquél suave muslo. Araña la piel. No hay mimos ni caricias. Arrastra el cuerpo, aflojando el asfixie para darle la vuelta e imponerse cara a cara. El gesto de su mirar no es de agrado absoluto, sino de temer.

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Mensaje por Marlene P. Edelstein Miér Sep 09, 2015 5:46 am


Tenía tanta hambre que se comería a un elefante. El cansancio, ahora, le resultaba ser un deseo lejano y dentro de la cocina impecable de suciedad, le aumento aquella necesidad. Al principio, ella bajó de las escaleras con miedo, pero a medida que iba a parar a su destino, su corazón la fue serenando. Adler le provocaba tantas cosas, qué apenas sabía como expresárselas y tampoco creía a que él se las entendiera. La imagen de unos ojos calcinadores se le volvió la peor de las torturas, tanto que le quemaba su torrente sanguíneo y le hacia desear devorarlo a través de su inocente mirada. ¿Estaría mal que la comiese por completo? Su furia tan conocida por ella, sólo le hizo temblar de pies a cabeza.

Retrocedió a hacer la tarea de recolectar  los ingredientes para un café, tapando las dos tazas a donde volcaría el contenido, y luego le rivalizaba con miradas a su esposo. A caso, ¿ella se pensó una reconciliación? La verdad de la torta, es que Perséfone tenía esos sosos detalles, de querer siempre enmendarse con la persona y después arreglar las cosas al modo pacifico.
La gente se entiende charlando, pero al sumar  en esa idea a su marido y a aquellos arranques de los ella a veces no se daba por enterada. No sabía de qué forma guiarse al tratarlo.  Al menos, la delfina  respiró ante la pronta lejanía del cuchillo de cocina, y sólo se mostró quejosa al haber sido abierta como un queso.  

Sí...—Prometió ronca ella, entornando una de sus pequeñas manos alrededor de la muñeca masculina y en un claro intento, de frenarle aquello que tanto le estaba haciendo derretirse.

El estado que se ganó de aquella batalla, fue el desarreglo del peinado; al que tanto empeño puso Adler, y un terrible hormigueo al vientre a causa de forzar la cercanía entre ambos. Con las mejillas sonrosadas, la joven tomó valor a acercarse a una de las orejas al tiburón, y le susurró sofocada: —Juguemos al sátiro y a la ninfa, querido.

Aquello sonó con una mezcla de sentimientos encontrados de: amor, pasión, celos e ira. ¿Se sorprendería ante aquellas palabras o le rechazaría? Estaba, sin duda, convencida más para lo segundo.  Avergonzada,  aprovechó a recargarse contra uno de los muebles y conjurar una nueva escapada por algún hueco libre de espacio.
Entre más alejada se mantuviera de él, menor sería el peso que cargaba encima.  E imaginándose a que él no se quedaría por mucho más tiempo. Decidió retomar las actividades que le atrajeron a la cocina. De vez en cuando, ella le echaba un leve vistazo por encima del hombro y regresaba a inspeccionar entre cada una de las alacenas.
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Mensaje por Adler R. Edelstein Dom Sep 27, 2015 6:58 pm

Palpó sus labios al oír el «si», escucharla era placentero al oído. La sirena Lorelei cantando encima de un gran peñasco de rocas, atrayendo a los bienaventurados marineros que se fascinan con su maleficio, y teniendo cómo fatal desenlace, ser arrastrados al profundo e indescifrable océano azul. Debía tener cuidado si no deseaba acabar cómo aquellos desafortunados pero la tarea de ignorar tal magnitud de belleza es una tarea complicada, pues, reconoce que está dotada de una dulce diablura que podía ser cubierta con ingenio inagotable y sabiduría de mujer. En el ambiente se germinó una situación picante a la que Adler no estaba del todo acostumbrado, principalmente porque su mujer tenía aún el candor de una doncella primaveral. Envuelta en una magnífica fisonomía, provocando más de una confusa emoción… ¿Debería? ¿Lo haría? Se pone impaciente.

Tuvo sobresalto en el pecho cuando le invitó a jugar, mordiéndose la boca imperiosamente. Las palabras le distrajeron de la tarea anterior, donde al despertar supo que se le escapó de los dedos, literalmente. La tomó de vuelta y está vez presionó la muñeca para atraerla completamente, el poder de ser un hombre autoritario le daba todo el derecho de convertirse en un posesivo con sus pertenencias. Ella no sería una excepción. Se abalanzó para besarla, comiéndole los labios con hambre habiendo impulsos invencibles… Sí o sí, debe corresponder, de lo contrario hallaría a un esposo virulento y rencoroso. Aún más despreciable cuando el trato es apenas tolerable.

Introdujo una húmeda lengua, danzando en el interior sin escrúpulos, ardiendo en el intercambio de salivas. ¡Tan bien sabía! ¿Cómo es que soporto tanto sin tocarla? Oh, ¡es verdad! Ella podía ser una tremenda angustia cuando pretendía hablarle serenamente y encima, ¡encima!, ser lo bastante imprudente a la hora de contestarle. Merecía lo peor… O quizás, convertirla en una consorte, enseñarle y guiarla a un camino oscuro que conduce a un laberinto de penas y amarguras. La envuelve en un abrazo, enredando en los dedos en el ensortijado cabello de la fémina, entonces se aparta, tomando bocanadas de aire mientras la mano acaricia un tímido muslo de raso cutis.

Sube al maldito cuarto. —Se empina en no robarle su virginidad en una cocina, al menos respeta eso o, hacía suficiente tiempo para gozar de la adrenalina de verla escapar de nuevo, jugando con la ingenua presa a propósito.

Cuenta los segundos antes de la persecución, e imaginaba que en estos momentos la rubia caboverdiana no sabría en que rayos estaba pensando su malévolo esposo. Nunca se han entendido del todo, más que comprender las miradas furtivas y los gestos más pequeños. Se relame, desprendiéndose un botón de la camisa al presentir que su cuerpo se está acalorando y los pasos apurados luego de un merecido descanso, se movieron en dirección a los aposentos del matrimonio Edelstein. Hubieron flashes en la imagen de la menuda figura de la mujer entrando, pero él está acostumbrado a las velocidades y correr para cumplir con la puntualidad, así que no le resultó dificultoso que su cuerpo atlético llegará casi a la par que ella. Sus dedos la acorralan, volviéndose a sentir completo cuando las anatomías se vuelven a encontrar.

Era cómo su segunda mitad, la parte que complementaba su ser.
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Mensaje por Marlene P. Edelstein Mar Oct 13, 2015 4:43 am


Una bomba estaba a punto de detonarse. La chica atontada por la demanda de un beso del opuesto, no se dio lujo a quedarse allí y huyó de él como bestia despavorida. Dando la espalda a propósito; le sonrió con los ojos a la nada. Al final de cuentas fue lo que quiso, desde un principio. Qué las cosas, entre ellos dos, se dieran de forma espontanea, y por ello no impacientaría más a su esposo.

Sin torturarse la psiquis, subió por las escaleras y condujo con destino a la alcoba. Sintiendo, con cada paso como iba aumentando su nerviosísimo. Prácticamente, ella misma buscó a que se aceleraran las cosas entre ellos. También parte influyo que lo estaba empezando a verdaderamente a querer, e incluso a gustarle. Pese a que, algunos de sus gustos le causaban escalofríos, al no ser muy comunes.

Casi el cuerpo de Marlene se vuelve gelatina, debido a la vulnerabilidad que sufría su alma y la eliminación total de cualquier sentido de razón. Pero, igualmente, aquello no le impidió a que continuaran con lo planeado.  Ahora, el paso siguiente quedaba a la suerte. La rubia no tardo a remontar vuelo, volteándose a mirarlo encendida de una llama que desconocía poseer en su interior, y accedía a arrimársele sin miedo. Se movió cautelosa, tomando como factor de advertencia lo sucedido abajo, y hasta fue demasiado notorio, lo cuán temblorosa que quedó de lo visto.  

Apretó los redondeados senos contra el pecho masculino, fundiéndole dentro de un necesitado abrazo y, al mismo tiempo, apuraba los dedos a desabotonarle la cara camisa a una velocidad asombrosa, ¿ése iba a hacer su desenlace final? Sorbió bastante saliva, antes de quitarle aquel último botón faltante, y se contuvo al emergerle un horrible rubor a sus pequeños pómulos. Le depositó un beso sobre la piel desnuda del cuello a Adler.  

Te quiero, Hades—pronunció Perséfone, sincera y después de tanto tiempo de acallarlo. Así fue de inocente Koré, al no asumir, lo que ocasionaría al decir tales palabras al rey del inframundo.
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Mensaje por Adler R. Edelstein Jue Oct 22, 2015 6:29 am

«Te quiero, Hades»

Que sus oídos palpasen aquellas palabras, le resultó una rareza, arqueó las cejas y se pintó de impaciencia. ¿Y qué quieres que responda exactamente? Silencio, el hosco y turbio mirar se transformaba en una expresión llena de asco—. Yo sólo te quiero cómo esposa y señora, si pretendes que te ame cómo un héroe de telenovela, sueñas demasiado. —Se apartó de ella, adoptando la maldita actitud de insensible otra vez. Ella había destruido toda escena con sus ineptitudes. La melosidad no era parte del juego, sino, la pasión y la dosis de gula que ambos ocultan en el pecho. Aún era pronto para él estar realmente seguro si lo que sentía por ella era una divina obsesión o aún más avasallador de lo que imagina.

Contempló la desnudez de su mujer, se mordió los labios y se recostó boca arriba en la cama, tapándose con el brazo la cara con tal de que la luz eléctrica no perturbase su vista. Todavía podía sentir las fuertes emanaciones del cuerpo llamando al deseo, a las feromonas de la excitada fémina, viajando directamente a su nariz. Esparce un tibio respirar de su boca, y la miró, aún divagaba con lo que le dijo anteriormente:
¿De verdad me quieres? —Se le notaba la desconfianza. Quizás con tal de poner contento al marido, ella era capaz de mentir. No obstante, nunca antes le habían dedicado una muestra humilde de sentimientos; Aunque siempre ha supuesto que su Perséfone de verdad era capaz de tragarse, sus defectos y virtudes sin expresarlo totalmente, que por fin lo escupiera en sus narices, lo ha perturbado a grados que le revolvió el estómago.

La tomó de manera imprevista cuando se incorporó de la cama, apretándole la mandíbula para elevarle el rostro, la lengua entonces, recorría un rastro indecoroso, impregnando su saliva en las frágiles clavículas y el cuello expuesto—: Casi me haces perder las ganas de follarte. Casi. Te tendré que corregir... ¿Sabes lo qué significa?—Una sensación le sacude al olfatear la lozana piel, perfumada y perfecta pero la separa diabólicamente, otra vez—. Qué te convertiré en mi sumisa—enseña una dentadura perversa, pereciendo lentamente para levantarse rápidamente y buscar la corbata que jamás fue levantada del suelo.

Allí estaba, descansando tímida:
Vas a oír mis reglas: Te referirás a mí cómo mi Amo o Mi Señor. Obedecerás lo que yo dicte, y deberás entregarte apropiadamente a mí. De lo contrario, si se me va de las manos o temes, usarás una palabra segura: Stop. No abuses de ella porque una vez lo digas, la sesión termina. —En la medida que explicaba las reglas básicas de una relación BDSM, iba enrollando la tela en los ojos de la mujer—.  Si desobedeces, recibirás un castigo. —Esto último lo anuncio venenoso en su oído, y a pesar de que lo había propuesto, no le permitiría pensar si debería o no ser participe de éstas actividades con su marido.

Lo debe realizar porque él lo dice.

Y ni por un instante esto sería 50 sombras de Grey. Ni lo imaginen, para él es una blasfemia ése libro. "Si pudiera... Lo quemaría."

Pero si hay castigos, también hay recompensas... —Ladea la cabeza—. Estás en mis manos, Perséfone, juré protegerte y cuidarte, todo está escrito en nuestros votos matrimoniales.
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Mensaje por Marlene P. Edelstein Lun Nov 23, 2015 5:50 am


Se había despojado del rotoso vestido, después de retirar ávidamente de sus hombros la bata con la que se estuvo en la parte de la cocina y estaba destinada desde un principio a parar a sus pies. Enseguida la cara de Marlene termino oculta entre sus manos, producto de una intensa vergüenza que le abordo al pecho y peso más que el sentimiento de rechazo que le pudiera haber generado su marido.  A caso, ¿era la única que sentía un torbellino de emociones? La sangre le fluía con muchísima más fuerza, haciendo más rápidos los latidos de su corazón y ese arrebatamiento bestial que brillaban en los ojos caídos de ella sobre el suelo.
 
   La tensión se volvía demasiado tortuosa para ambos, tanto que seguramente escuchaban dentro de la habitación el ritmo de sus agitadas respiraciones. Enseguida, ella levantó la vista ante esa inesperada respuesta que, además de ser algo evidente, terminaba de cerrarle toda clase de duda con respecto a Adler y sobre lo qué le aguardaba a su lado.  
 
   —Intenta creer en mí, Adler—sonó a regaño, pero en realidad se trataba de un ruego desesperado y casi para que fuese consiente al menos por una vez. —No siempre, sino por aquella vez- que una parte de ella era insegura.
     
   Cerró los orbes al notar que regresó a acercársele de forma desprevenida, le arrancó un tenue suspiro de los labios cuando le acarició con el aliento y la hizo temblar entre sus garras de la humedad de su lengua contra la piel. Cada parte que le tocara, cada palabra le hacían querer tirar por la borda todo. ¿¡Qué más esperaba!? Perséfone se ruborizó hasta la médula. Definitivamente, necesitaba controlarse o acabaría metiendo más la pata de lo que ya lo había hecho. Pero… ¿Qué iba a hacer si lo deseaba fervientemente? ¿Y si le encontraba cierta morbosidad a mostrarse tan rebelde?
   
    “¿Por qué debes ser siempre dominante? Tan… abarcativo, estructurado y jodidamente provocador”, frunció una ceja con lo de jugar ahora a lo de amo/sumisa y siendo que ella prefería optar por otra cosa.  Sin darle tiempo a reproches tontos, sus ojos fueron cubiertos y en menos de los que cantara el gallo: jugaban a los ciegos. Tragó consecutivamente saliva. Marlene trató de desajustarse un poco el nudo de la venda, porque al meterle fuerza al nudo le había agarrado un mechoncito de su alborotada melena de oro y si se lo decía seguramente él se enfadaría. Así que decidió dejarlo como está.
 
  —¿Qué…es lo que desea…primero…—No le salía llamarlo “amo” o “señor”, sin percibir el enrojecimiento ardiente de sus mejillas.—…amo?—Después de decirlo, Perséfone a tientas en el aire intentó dar con un poco del borde de la cama y darse un pequeño descanso a las piernas.
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Mensaje por Adler R. Edelstein Sáb Dic 19, 2015 7:47 am

Allí la tenía, cómo una esclava, una servidora y una verdadera sumisa que se suma a un excéntrico juego de roles. Se muerde los labios, expresa una excitación creciente que infla su pecho y lo hace pulsar de forma oscilante. La escena es digna de retratar en una pintura enorme para colgarla en la sala de estar, ella, así de incorregible y tímida con los senos agitados, subiendo y bajando sin control por la incertidumbre de un hombre retorcido. ¿Sería capaz de satisfacer sus fantasías más calientes? ¿De sus sueños eróticos que en las profundidades de la mente guarda y no comparte? Un poco de disciplina la haría disfrutar y confiar, se dice, empecinado en ése cuerpo que suda ante tanta tensión acumulada.

Nota que la sangre se le sube a las mejillas, cuando lo que debería de ponerse rojo es otra parte… Dirigió la vista a sus curvas precipitadas, acariciándolas en un arrebato de posesión. ¿Por qué no le teme? Es una cuestión que se hace a diario, de estar en su lugar, lo haría con cada fibra de su ser. Pellizcó y retorció sus pezones, ejerciendo un dolor leve para que descubriera que el castigo podría ser peor de serlo cuando, ella ha abierto la puta boca. Le molesta de sobremanera que tuviera que ser tan indulgente.

La sumisa no habla hasta qué se le de el permiso —aclara impaciente—. Si rompes de nuevo una regla, te abofeteo.

Toma uno de sus muslos desnudos, deslizando los dedos sobre éste con una pericia experta, fogosa. Respira sobre ella, el aliento es vaporoso, con muchos altibajos. Su intimidad se endurecía a cada instante, siente que explota en colores muy fríos y oscuros, nublado por el sentimiento perverso de avasallarla por completo. Entrecierra los ojos cuando da un lengüetazo sobre la piel aterciopelada, ascendiendo a la obertura vaginal y empujándola aún más hacia el centro de la cama con un propósito contundente como lo sería comer a besos la carne de sus piernas. La cabeza se hunde por  al eje de su objetivo, la mano diestra y libre se dirige a un clítoris hinchado para bendecirlo de caricias, ardiendo por un placer que se reprime.

Estás muy nerviosa —replica amenazante, no contiene una risa burda—, relájate —ordena. Tras acabar de decirlo, se hunde en el aroma que emana su mujer. Un aroma inconfundible y primaveral que se esparce en aquella habitación parcialmente iluminada. Eleva la cabeza, deteniendo el juego insano de manosear el pequeño botón pulsante y sensible, arriesgándose a separarse unos momentos

Abre las piernas. Sedúceme con tu rosada flor estimulada —inquiere sibilino y en un tono terso—, y tócate.  Gime. Disfruta —sonríe, tomando el taburete más cercano para tener en directo la imagen osada que le ha pedido. Por eso le ha vendado los ojos, para que paso por paso se sienta libre respecto a su cuerpo, que se desinhiba con confianza con el esposo quién, no comprime sus ideas sexuales de ninguna forma.
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Mensaje por Marlene P. Edelstein Dom Dic 27, 2015 6:32 am


Lo que veía eran puras sombras movedizas, apenas le llegaba a los ojos la luz que suspendía del techo y de las dos lámparas dispuestas a ambos costados de la cama matrimonial.  Tampoco se esperó que Adler estuviese de igual ansioso que ella, sin embargo también costaba distinguir el tipo de timbre y el hecho que ella optara por el silencio, hizo que sumase unos cuantos puntos con él. El corazón de la joven no paraba de saltar dentro de su torturado pecho, el cual  se apreciaba mejor gracias a los acompasados movimientos de los redondeados senos y lo que hacia su vientre al respirar tan lentamente.

Desvió la mirada a otra parte, en la medida que él nuevamente volvía a la carga al blandir la lengua y ella se procuraba de no llamarlo por su nombre al morderse la piel interna de una de sus mejillas. Porque si decía una sola palabra realmente pasaría lo que le dijo; hasta lo creía tan capaz a esas alturas y a su vez, a ella le tentaba un poco hacerle poner la piel de gallina. ¿Qué irónico, no? Cuando meses atrás no se le hubiese ni aproximando a la idea de estar casada y confundiéndose con las acciones de un poderoso hombre que llevaba una doble vida.

Ya a lo último, la chica no evitó el jadeo involuntario y mucho menos pudo apaciguarse aquellos escalofríos que le invadían al ser tocada por los labios del mafioso. Aquellos besos transmitían mensajes desgarradores, posesivos y con una lujuria que le hacían sentir sumamente pequeña. De inmediato, la figura de Marlene se contrajó inquietamente por culpa de la estimulación que le dieron los dedos del tiburón a una palpitante clítoris, ocasionó que inconscientemente las piernas se flexionaran y se volviera a incorporar torpe; quedándose al mismo tiempo en una posición contraída por el placer. Una cascada de ondulaciones rubias estuvo a punto de bañar la cabeza de Adler, sino fuera porque este quisiera de nuevo cambiar las cosas y enseñarle otras nuevas a su esposa.

“¡Eres un maldito, Rod!”, pensó venenosa Marlene y conteniendo su gemido de sorpresa al desentrañar lo que verdaderamente quería ver de su parte. ¿La mente le volaría más rápido al estar excitado? ¿O era simplemente por venganza hacia ella?  Tardo muy poco en tomar el suficiente valor para lo que haría, ciertamente la vergüenza se le notaba en la cara y sin darle demasiado vueltas al asunto, tomo partido de la cabecera de la cama al apoyar su espalda entre las almohadas, se abrió de piernas para la vista del único espectador y lo estimulo con la imagen depravada de su intimidad. No conformándose con tan poca dedicatoria, alentándose al tener la corbata del Adler en los ojos, subió aún más el tono de la situación al estimularse por si sola con ese botón carnal; pero ella necesitaba más. Por lo que Marlene, apenada y excesivamente acalorada, después de eso pudo salirse con cuidado de la cama.

Tomando de paso la precaución de moverse sobre cuatro patas, olisqueó a poca distancia el perfume de su marido y camino a hallarlo sentado sobre algo siendo acompañada del balanceo de sus mejores atributos. Buscó  con ambas manos los mocasines, dispuesta a ayudarlo a sacárselos y de paso que planificó darle también la emoción del verdadero placer; o ese mismo que ella irradiaba desde lo más profundo de su ser. Le quitó una de las medias, agarró uno de los talones del hombre y fue liberando tensión empezando a morderle  alguno de los dedos del pie.  Elevó luego la cara, con las mejillas sonrosadas. ¿Él querría más de eso? Porque ella sí. ¿Lo estaría haciendo todo bien? La chica cayó rápidamente en la cuenta que se había dejado llevar demasiado y se había sumergido en aguas totalmente peligrosas. Ahora, él si la detestaría ¡La apartaría! Lo sentía... Lo temía.
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Mensaje por Adler R. Edelstein Lun Ene 11, 2016 3:36 pm

La bendición —y maldición— de tener una esposa exasperadamente bochornosa, es que su apetito variaba conforme actuaba. Un pequeño error y todo el castillo de deseos se esfumaría de un soplo. Observa su menuda mano, aquella que toca su parte y hace vibrar su lujuria por sí misma, sonríe vaporoso conforme te recorría una furiosa corriente de excitación. Llegando hasta los pantalones. No pierde detalle de la textura de su virtud, del pequeño tamaño que tenía, el color… Y el aroma a flores que destilaba, es enloquecedor, especialmente cuando las secreciones salían como un elixir, brillando a la luz.  

Pero cómo ya se dijo, un error puede significar ir directamente a la guillotina. El emperador no se conforma tan fácil, y él no ha dado otras especificaciones para su señora. Lo prudente hubiera incentivarse hasta llegar al orgasmo, y entonces, él la poseería para solamente darle otro. Hasta el cansancio. Clava la mirada en las acciones de su esposa, ¿ahora que diablos hace, la estúpida? Le molesta. El calor cómo vino se fue, otra vez, aunque las palpitaciones siguen patentes en su entrepierna.

En otro momento le hubiera excitado que sus dedos fueran mordisqueados, ésa noche no, le irrita. Le perturba. Le metió de sopetón el pie en la boca con la intención de herirle, de dañarle, ya le advirtió que la desobediencia no sería perdonada. Y él castiga bravo.

Se paró abruptamente, tomándole del mentón toscamente, clavando sus uñas cortas sobre la piel: —Yo no te he dicho que tenías que bajarte de la cama y besarme el pie —sisea en un tono ronco, y la aparta—: ¿No sabes esperar putas indicaciones, Marlene? Veo que la excitación te ciega al punto de volverte rebelde… Si tu comportamiento persiste, acabarás durmiendo con el perro —dijo calmo, en un tono mortífero a pesar de que la fiebre sexual le provocaba unas punzadas terribles. Acarició su rostro, “lo machacaría si pudiera pero me fascina”, pensaba, aturdido y embalsamado.

La atrae hacía sí, levantándola despacio y besarla otra vez, muy intensamente. Busca entre sus manos los glúteos de la caboverdiana, manzanas apetitosas y redondas, se le resbalaban los dedos. La empuja, apegándose ahora a su cuello en puros besos, descendiendo letal sobre la obertura de sus hermosas montañas y por fin encimado sobre ella, acaricia los muslos descubiertos. Piel de nácar veleidosa, resbaladiza, ¿por qué tenía una cobertura de vainilla tan deliciosa? Respira errático, buscando saciar una fogosidad y aplacarla. Estuvo meses sin tocarla, torturando su psiquis… Y llegado a un punto, debía, tenía qué. Le separó las piernas, y en breve él se deshizo de su pantalón, bajando sus calzoncillos solamente para liberar a la pequeña bestia escondida. Estaba lo suficientemente húmeda para siquiera notar que él ya se estaba adentrando a ella, cubriéndola inadvertido con la punta, refregando con morbosidad.
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Mensaje por Marlene P. Edelstein Jue Ene 14, 2016 3:11 am


Un regaño en la infancia jamás se olvida. Ya que uno aprende que no debe volver a cometer el mismo atropello, pero ella se arriesgo a probar el sabor del primer golpe en la adultez. Al menos aprendió a no subestimar a su esposo, aunque seguramente no seria la primera vez que arremetía la violencia contra alguien. Lo que no se pensó que también lo haría con su propia mujer.  ¿Esa seria la forma correcta? Bajo aquel rol que empleaban, sí.

    Se sostuvo con ambas palmas abiertas, anteriormente de que fuese sentada de culo contra el alfombrado; que revestía justamente el piso de aquella habitación y trataba de forzadamente de volver a respirar. Apenas escuchaba, parecía muchísimo más aturdida, excitada por causa de la elevación de adrenalina y bastante vulnerable al menor movimiento, al estar plenamente ciega. La oscuridad  no le aterraba, pero si no podía evitar encogerse del susto, cuándo lo volvía a tener tan cerca.

Marlene no decía nada.

  La delicadeza de unas cuantas caricias le estremecían los huesos, aventuraba a que correspondiera con un ligero suspiro y trata de tranquilizar el maltrecho corazón de la amante. La rubia estaba hecha una seda, tanto que no se esforzó en rechazarlo al acunarla finalmente entre sus poderosos brazos; se los podía apreciar a ambos en el inicio del bendito éxtasis. La joven enseguida se aferró mejor a la nuca contraria, de paso que se agarraba una de las muñecas y echaba la cabeza hacia atrás permitiéndole que la probara mejor.

  —Adler…—Gimoteaba aquel nombre; inundando con gemidos las paredes y enseñándole al otro lo cuan bien que doblegaba que la tenia. Le regresaron a embargar las sensaciones que experimentó al morderle algunos de los dedos del pie; ése anhelo repentino porque gozaran primitivamente de la amada lujuria, y se olvidaran del mundo que pudiese llegar a existir más allá de esa casa.

  Marlene liberó una de sus pequeñas manos, metiéndola debajo del cuello de la flamante camisa del empresario y accedió a regalarle pequeñas caricias circulares. Qué justamente iban siguiendo el ritmo de los besos en piel de  su querido, así como también había segundos que apretaba la carne de la espalda con las yemas y reanudaba por segunda vez a darle ese mínimo afecto. Intentaba no volverse a salir de su papel como una mujer sumisa, ¿no? ¿Con otras se comportaría igual que con ella? ¿Le solicitaría esas mismas cosas? Un pequeño matiz de celos hizo que se le revolvieran un poco las extrañas. Se relamió la boca reseca, debido a que le aumentó el hambre y le gruñía muy por lo bajo.
 
   —Quiero ser tuya.
 
  Soltó impaciente, excesivamente sonrojada de cara y fundiéndose debajo suyo por tanta tortura. Su flor estaba demasiado vibrante, entregada y en silencio ansiosa de ser picada. Sudar de una maldita vez por la extracción de su propio néctar. ¡Por Dios! Lo único que podía hacer era esperar, guardar los últimos fragmentos de aliento y se iba retorciendo tocando entre medio de los pechos para apaciguar las terribles pulsaciones de su corazón. Temblaba.
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Mensaje por Adler R. Edelstein Mar Feb 09, 2016 5:08 am

Le chista sobre los labios hinchados, mudo en una emoción ardiente. Sincero desde las entrañas cuando quiere poseerla. Lentamente se introduce, frotando ambos sexos endeble, sudoroso por la inquietud y el tormento por ésa meta que se vuelve cercana. La agarra enteramente de la cara, deseaba realmente quemarla, destrozarla, arañarla, y entre ésos pensamientos malignos no se da cuenta que comienza a moverse cómo una tempestad venidera. Embrujado por la lujuria.

Estruja la piel y la convierte en papel, el dedo se introduce en su pequeñísima y seductora boca. Incitándole al mordisco, lo mismo del pie pero en la yema de su dedo. Es morbosa, un diamante que puliría y convertiría en la soberana ansiada para el reino de los demonios. Se asoma a los pezones que señalan frente a sus narices, muerde y succiona cómo un niño sediento. La estocada se vuelve dura, y su pelvis después de mucho tiempo, deseaba saquear a una virgen.

El vientre arde, meciéndose en una sinfonía sexual que se llena con gemidos que a los vecinos puede perturbar… Porque Adler gemía cómo un coloso hambriento. Un águila que en sus garras tiene a su presa y la degusta animal.

Su esposa no imagina cuán perturbado está su marido.

El juego se vuelve sinuoso, escurridizo, el miembro ante la fricción se sentía atrapado y hechizado por la estrechez, la frescura y los vapores, igual a unas cascadas fecundantes en verano. Fija su mirada en ella, en las expresiones quejosas, tan despreciables para el tiburón. No podía evitar sentirse incordiado con una mujer, la hostilidad es evidente, pero no perdía el apetito, incrementaba a través de ése odio y por ello, es cruel en la posesión. No sabe de romanticismos ni se acercará a la idea. La está comenzando a follar como a una puta.

Haré que no puedas salir de ésta cama por una semana —lo hizo sonar a amenaza, pero se refería precisamente a lo que está pensando—, nuestra descendencia no debe ser en vano. Un heredero mítico que gobierne igual a un emperador, ése debe ser nuestro hijo —se enrosca en sus piernas, campeando sobre las debilidades de una mujer que se abre y entrega.        
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Mensaje por Marlene P. Edelstein Jue Mar 10, 2016 7:52 pm

Mordisquea aquel dedo, juguetona, inspirando suspiros y calor por sus poros. Debajo de la piel, siente como se calcina a fuego vivo y se va perdiendo en si misma. Es el proceso de transmutación que sufre cualquiera, cuando explora las prohibidas puertas del Edén y entrega al otro que le pose: una parte suya. La carne se tensa por primera vez, al ser invadido por un acto lento y luego se vuelve violento por necesidad; por urgencia de tenerla. Quiere que muera en sus brazos. Que no dejara entrar otra cosa, que no sea él y las sensaciones de su cuerpo atado al suyo.

La cama se torna chica para ellos dos, vibra con acompasados movimientos y arrugan al fin las sabanas. Las yemas animan a explorar la espalda masculina, lo promulga con caricias circulares y próximamente con unos cuantos arañazos—marca por derecho, lo que es suyo—.  Su lado posesivo, aun sumiso, le aflora desde la profundidad de sus entrañas. Acalla el lloriqueo en sus labios; al principio porque le duele desechar por la borda lo que fue su cadena virginal y además porque teme al símbolo de libertad. Hasta ese instante, todos los movimientos de la joven fueron sumamente meticulosos. A gusto de su pareja. Lo está dejando hacer lo que quisiera. Con tal de que no esfumara ese nuevo sentimiento que le brota al pecho.  

Lo apretó con firmeza usando bien las piernas en torno a la cadera, le da amplio acceso a que degustara sus senos y se abandona a que se entierre en ellos. Se vigoriza, gime bastante sonora por arriba de tantas caricias, y lo necesita más de cerca. Oye lo que tiene para decirle sobre lo que quiere de ella. De ambos, de ser posible. Por un segundo, la rubia se muestra impactada y no sabe a ciencia que responder. ¿Un hijo? Se acordó de la disconformidad, que sintió al principio. También lo quiere, ahora siente la seguridad que tanto le hizo falta, pero...Siempre estaba ese ´pero´ por delante. ¿Y si no funcionaba? ¿Y si ese hijo resulta ser luego una victima del pleito entre ellos dos? El miedo se intercambia por placer. El placer se vuelve luego miedo.  

Intenta dar con el rostro ajeno, lo agarra de la mandíbula para comerle la boca fiera, después afloja el ritmo del besuqueo. Todavía conserva el dolor de la reprimenda, pero aquellas alturas no le importa soportarlo. Le paso a dar todo igual.  Sólo lo deseaba a él. No conforme con la comodidad de estar abajo, hace que ambos rueden  y está termina a horcajadas sobre él. ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a tomar finalmente las riendas?

Marlene respira forzosamente, mientras su pecho sube y baja. Pasa las manos por el torso magullado de cicatrices, desciende a delinear algunas con la punta de la lengua y se mantiene bajo ese perfil. Sin salirse de su papel de pasiva.    

Lo acompaña en el vaivén, moviendo las caderas acelerada y aguarda a que algunos de los dos sucumba al estallido lujurioso. Le parece una eternidad tanta espera. Aunque si algo debía de admitir es que adora al Adler pasional, al Adler duro y esos pocos reflejos emocionales que conocía. Desconoce lo que hará él después de acabado aquel acto carnal. Por su parte, la mujer disfrutaría en el caso que no se volviera a repetir y que su marido no la volviera a desear como en aquel misero instante.
Marlene P. Edelstein
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