|| Alive in Darkness || Priv.
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Un sublime poema de melancolía.
Dejó escapar un hondo suspiro y abrió sus ojos. Levantó su mirada hacia el lloroso cielo y dejó que el llanto del firmamento mojara su rostro. Le había gritado a la estúpida de su antigua productora... ¿Quién se creía ella para ser capaz de andarle llamando la atención como si fuera su madre? ¡No! ¡Su madre estaba muerta! ¡La había visto morir con sus propios ojos! ¡La había visto arder como una bruja en la hoguera! Pero Foxy Pro era capaz de decirle que no podía hacer lo que quisiera, que no podía hacerse ver tan a menudo por las calles, que no podía encontrarse con quién quisiera, donde quisiera. Mordió su labio inferior con molestia y golpeó con el puño la pared del callejón que tenía al lado. Sus tendones temblaron unos segundos y su mano cayó inerte a un lado de su cuerpo. Le había gritado y salido a toda prisa de aquél lugar, como temeroso de la peste que se estaba expandiendo en su mente. Ahora estaba molesto, realmente molesto, estaba furioso y, lamentablemente se sabía que pasaba después de eso, lamentablemente se sabía hacia donde se podía llegar si eso seguía así. Su odio y molestia, su frustracción alimentaría sus ganas de venganza, sus ojos, en la oscuridad de aquella tempestuosa noche brillaron con odio bajo un relámpago. Pero, con la lluvia que se llevaría la suciedad calle abajo, se llevaría también su odio, dejando paso solo a la desesperación.
Le había amenazado, le había recordado que ella tenía pruebas contundentes de su sucio pasado, de que si se atrevía a ir en contra de sus deseos lo haría saber a cualquiera. Que había dormido todo el camino a la cima, que había estado con incontables mujeres por conseguir su ayuda, que había intentado suicidarse incontables veces sin lograrlo nunca. Tintaría su imagen aún más de negro, oscurecería lo único que aún le mantenía de pie delante del escenario, apagaría los focos de luz. Le había recordado que no era más que un muñeco, un medio por el cual ella antes o después volvería a enriquecerse, que era su 'gallina de los huevos de oro'. Volvió a cerrar sus ojos y se apoyó en la fría pared, tomando aire en sus pulmones en un vago intento de calmarse, de manejar el odio palpitante que sentía en su cuerpo. ¡No se rindió! ¡No se rindió! No, se rindió. Lo que más odiaba era ser tratado como un títere. Estaba cansado de eso, le frustraba la simple idea, pero, seguían volviendo a recordarle una y otra vez que en él nada puro seguía habiendo, que siempre había seguido estando en una jaula de cristal, que nunca había estado realmente libre de hacer lo que quisiera... Si daba un paso en falso... Si lo hacía... Estaría perdido.
Cuando la imagen pasó por su mente supo que algo no estaba marchando bien. Comprobó con horror lo que realmente había empezado a vagar por su mente y, en un primer momento se asustó. En el instante después, estuvo casi de acuerdo con dejarse llevar por ello. Fue por eso que comenzó a caminar en dirección a su piso. No se molestó en pedir un taxi, siguió caminando a pesar de que todos estaban apresurados por salir de aquella lluvia que en vez de amainar, parecía caer más y más. Fue en dirección contraria al resto, rompió la norma, lo usual, rompió lo normal y se perdió. Antes de darse cuenta estaba a mitad camino y, la luz en el estudio de cierto fotógrafo le hizo parar de su andar y desviar su mirada hacia las ventanas... Una idea que no supo si prestarle o no atención pasó por su cabeza y, al final se decantó por la primera opción. De todas formas ¿Qué le esperaría en casa? Amargos recuerdos, un peligro mortal, luces apagadas y comida fría. Forzó una arrogante sonrisa que habría convencido a casi cualquiera. Se acercó al portón y, con una bañada mano tocó el timbre. Estaba calado hasta los huesos ¿Pero qué más importaba? Ladeó su cabeza suavemente hacia un costado, causando que unas gotas de agua acabaron deslizándose por su rostro. ¿Qué más daba? Él era Larrence O'Brian y podía engañar a quién quisiera, o eso seguía pensando, aún después de conocer a Kilian, aún después de que él arrancara todas sus murallas. Todas.
Dejó escapar un hondo suspiro y abrió sus ojos. Levantó su mirada hacia el lloroso cielo y dejó que el llanto del firmamento mojara su rostro. Le había gritado a la estúpida de su antigua productora... ¿Quién se creía ella para ser capaz de andarle llamando la atención como si fuera su madre? ¡No! ¡Su madre estaba muerta! ¡La había visto morir con sus propios ojos! ¡La había visto arder como una bruja en la hoguera! Pero Foxy Pro era capaz de decirle que no podía hacer lo que quisiera, que no podía hacerse ver tan a menudo por las calles, que no podía encontrarse con quién quisiera, donde quisiera. Mordió su labio inferior con molestia y golpeó con el puño la pared del callejón que tenía al lado. Sus tendones temblaron unos segundos y su mano cayó inerte a un lado de su cuerpo. Le había gritado y salido a toda prisa de aquél lugar, como temeroso de la peste que se estaba expandiendo en su mente. Ahora estaba molesto, realmente molesto, estaba furioso y, lamentablemente se sabía que pasaba después de eso, lamentablemente se sabía hacia donde se podía llegar si eso seguía así. Su odio y molestia, su frustracción alimentaría sus ganas de venganza, sus ojos, en la oscuridad de aquella tempestuosa noche brillaron con odio bajo un relámpago. Pero, con la lluvia que se llevaría la suciedad calle abajo, se llevaría también su odio, dejando paso solo a la desesperación.
Le había amenazado, le había recordado que ella tenía pruebas contundentes de su sucio pasado, de que si se atrevía a ir en contra de sus deseos lo haría saber a cualquiera. Que había dormido todo el camino a la cima, que había estado con incontables mujeres por conseguir su ayuda, que había intentado suicidarse incontables veces sin lograrlo nunca. Tintaría su imagen aún más de negro, oscurecería lo único que aún le mantenía de pie delante del escenario, apagaría los focos de luz. Le había recordado que no era más que un muñeco, un medio por el cual ella antes o después volvería a enriquecerse, que era su 'gallina de los huevos de oro'. Volvió a cerrar sus ojos y se apoyó en la fría pared, tomando aire en sus pulmones en un vago intento de calmarse, de manejar el odio palpitante que sentía en su cuerpo. ¡No se rindió! ¡No se rindió! No, se rindió. Lo que más odiaba era ser tratado como un títere. Estaba cansado de eso, le frustraba la simple idea, pero, seguían volviendo a recordarle una y otra vez que en él nada puro seguía habiendo, que siempre había seguido estando en una jaula de cristal, que nunca había estado realmente libre de hacer lo que quisiera... Si daba un paso en falso... Si lo hacía... Estaría perdido.
"Navaja en mano, lágrimas rodando, alma gritando, muñecas llorando"
Cuando la imagen pasó por su mente supo que algo no estaba marchando bien. Comprobó con horror lo que realmente había empezado a vagar por su mente y, en un primer momento se asustó. En el instante después, estuvo casi de acuerdo con dejarse llevar por ello. Fue por eso que comenzó a caminar en dirección a su piso. No se molestó en pedir un taxi, siguió caminando a pesar de que todos estaban apresurados por salir de aquella lluvia que en vez de amainar, parecía caer más y más. Fue en dirección contraria al resto, rompió la norma, lo usual, rompió lo normal y se perdió. Antes de darse cuenta estaba a mitad camino y, la luz en el estudio de cierto fotógrafo le hizo parar de su andar y desviar su mirada hacia las ventanas... Una idea que no supo si prestarle o no atención pasó por su cabeza y, al final se decantó por la primera opción. De todas formas ¿Qué le esperaría en casa? Amargos recuerdos, un peligro mortal, luces apagadas y comida fría. Forzó una arrogante sonrisa que habría convencido a casi cualquiera. Se acercó al portón y, con una bañada mano tocó el timbre. Estaba calado hasta los huesos ¿Pero qué más importaba? Ladeó su cabeza suavemente hacia un costado, causando que unas gotas de agua acabaron deslizándose por su rostro. ¿Qué más daba? Él era Larrence O'Brian y podía engañar a quién quisiera, o eso seguía pensando, aún después de conocer a Kilian, aún después de que él arrancara todas sus murallas. Todas.
Larrence O'Brian
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