Los secretos y el pasado en la tumba deberían de quedar [Priv. Jun Kazuya]
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Los secretos y el pasado en la tumba deberían de quedar [Priv. Jun Kazuya]
Sin duda alguien debía de haberle echado un mal de ojo o algo. ¿Por qué de golpe cambiaba su suerte de aquella manera? Aunque... bueno, visto lo visto, no era como si no supiera que en algún momento podría ser encontrado. Ya que... de todas formas él era un traidor, y había huido como mejor había creído para evitar eso. Pero nada podía ser para siempre, y para una organización como era la de los Izanagi... Sí, no se le hacía difícil imaginarse que lo hubieran descubierto.
Pero, a su vez, sí se cuestionó la veracidad de aquella nota que lo había puesto bajo alerta, ya que.. Sabía perfectamente cuál era la pena por 'salir' de la mafia. ¿Por qué se iban a molestar en mandarle una nota como si nada y decirle de ir a un lugar como aquel? Bueno, una trampa podía ser... Pero conocía los códigos de aquella organización, y uno de ellos era precisamente el no perder el tiempo. Si aquellos que lo hubieran descubierto informaron al Oyabun de dónde se encontraba, no tenía duda que la orden directa sería ir a matar.
Un crujido resonó en toda aquella instalación prácticamente destartalada y que aguantaba en pie únicamente por los gruesos muros de piedra que aún eran lo suficientemente fuertes como para aguantar la intemperie y los estragos del paso del tiempo. Alzó su mirada para observar por uno de los amplios huecos del techo maltrecho como la luz se tornaba de un fuerte naranja debido a la llegada del atardecer. Suspiró y volvió a sacar aquella nota guardada en uno de los bolsillos de su pantalón. De verdad... Volvió a releerla rápidamente antes de doblarla y seguir avanzando, atento a dónde ponía el pie, ya que veía probable acabar con todos los problemas de los Izanagi en un momento como se derrumbara algo sobre él y acabara muerto antes de que la orden llegara.
Sus sentidos estaban más que activos, atentos a todo aquello que pudieran percibir como extraño o sospechoso. Y... la verdad, es que ya habían pasado bastantes años desde la última vez que se vio en una situación en la que sabía que podía estar en verdadero peligro. Porque si era verdad lo que ponía en la nota y conocía de dónde procedía su pasado... Sin duda, sería peligroso. Tal vez... incluso...
Mas se detuvo de golpe ante un ligero escalofrío que recorrió su espalda, como un aviso de que algo ahí ya no estaba como antes, a pesar de no poder presenciarlo con sus ojos, ni poder apreciarlo con su oído...
- Ah... ¿cuánto tiempo vas a querer seguir jugando a las escondidas conmigo? - Soltó en un resignado tono de voz, pero lo suficiente alto como para poder resonar por todo el monasterio abandonado y que el eco reproduciera varias veces más su voz antes de desaparecer. Y alzando su mano, como si supiera que le estaban mirando, movió a un lado y otro ese papelito doblado y que era el culpable de que él estuviera allí. Miró por encima de su hombro, sintiendo como el oscuro cabello amarrado en una coleta de lado se deslizaba hasta caer a su espalda. Nada. No veía aún nada. Pero no importaba... Sabía que estaba ahí.
Pero, a su vez, sí se cuestionó la veracidad de aquella nota que lo había puesto bajo alerta, ya que.. Sabía perfectamente cuál era la pena por 'salir' de la mafia. ¿Por qué se iban a molestar en mandarle una nota como si nada y decirle de ir a un lugar como aquel? Bueno, una trampa podía ser... Pero conocía los códigos de aquella organización, y uno de ellos era precisamente el no perder el tiempo. Si aquellos que lo hubieran descubierto informaron al Oyabun de dónde se encontraba, no tenía duda que la orden directa sería ir a matar.
Un crujido resonó en toda aquella instalación prácticamente destartalada y que aguantaba en pie únicamente por los gruesos muros de piedra que aún eran lo suficientemente fuertes como para aguantar la intemperie y los estragos del paso del tiempo. Alzó su mirada para observar por uno de los amplios huecos del techo maltrecho como la luz se tornaba de un fuerte naranja debido a la llegada del atardecer. Suspiró y volvió a sacar aquella nota guardada en uno de los bolsillos de su pantalón. De verdad... Volvió a releerla rápidamente antes de doblarla y seguir avanzando, atento a dónde ponía el pie, ya que veía probable acabar con todos los problemas de los Izanagi en un momento como se derrumbara algo sobre él y acabara muerto antes de que la orden llegara.
Sus sentidos estaban más que activos, atentos a todo aquello que pudieran percibir como extraño o sospechoso. Y... la verdad, es que ya habían pasado bastantes años desde la última vez que se vio en una situación en la que sabía que podía estar en verdadero peligro. Porque si era verdad lo que ponía en la nota y conocía de dónde procedía su pasado... Sin duda, sería peligroso. Tal vez... incluso...
Mas se detuvo de golpe ante un ligero escalofrío que recorrió su espalda, como un aviso de que algo ahí ya no estaba como antes, a pesar de no poder presenciarlo con sus ojos, ni poder apreciarlo con su oído...
- Ah... ¿cuánto tiempo vas a querer seguir jugando a las escondidas conmigo? - Soltó en un resignado tono de voz, pero lo suficiente alto como para poder resonar por todo el monasterio abandonado y que el eco reproduciera varias veces más su voz antes de desaparecer. Y alzando su mano, como si supiera que le estaban mirando, movió a un lado y otro ese papelito doblado y que era el culpable de que él estuviera allí. Miró por encima de su hombro, sintiendo como el oscuro cabello amarrado en una coleta de lado se deslizaba hasta caer a su espalda. Nada. No veía aún nada. Pero no importaba... Sabía que estaba ahí.
Kilian Kazuya
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Re: Los secretos y el pasado en la tumba deberían de quedar [Priv. Jun Kazuya]
Sus dedos rozaron con suavidad, casi sin tocar los vitrales que adornaban el interior de aquel monasterio, oscuros, sucios por el pasar del tiempo y la falta de cuidado. Se preguntó como debería de haberse visto antaño, en pleno esplendor, cuando ese lugar ahora cubierto de polvo fue transitado por creyentes, arrodillados en el suelo, rezándole a un Dios que él consideraba inexistente. Su rocé se paró cerca de un agujero por el cual probablemente entró disparada una piedra. ¿Por qué lo habrían hecho, odio hacia el padre que conducía el lugar? ¿Banales juegos infantiles? Sus dedos se crisparon, casi al punto de marcar más las grietas de los sucios cristales colorados y la oscura figura allí de pie se curvó un poco sobre si misma, como si hubiese recibido repentinamente un golpetazo en su estómago. Quizás podrían pensar que estaba sufriendo si no fuese porque su sonrisa era visible; amplia, divertida, oscura, propia de un demente sin serlo. La luz se filtró por agujeros en el techo, ese lugar estaba por caer a trozos más antes que después. Era casi el momento, solo un poco más y...
Se echó hacia atrás, casi balanceándose en el proceso. Rodeado de motitas de polvo reflejadas por la suave luz del atardecer se fue alejando, perdiéndose nuevamente en la penumbra.
Ah... Que excitante... Que emocionante era la simple idea. Había enviado un mensaje a cierta persona que en su momento quiso más que a cualquier otro ser vivo. Que quizás ahora mismo sentía por él el mismo sentimiento, a pesar de que de vez en cuando la herida dejada atrás por él seguía escociendo en su pecho, a pesar de que hacía mucho había sanado. Pero Akemi había sido el que lo había sacado, aún sin quererlo, de la miseria en la que había vivido en Taiwán, el que le había dado una familia, un motivo de existencia, una esperanza a la que aferrarse y a pesar de que nunca lo había demostrado, se había sentido agradecido con él, mucho más de lo que se podría uno imaginar. Pero de la nada se había ido, los había traicionado, lo había traicionado. Tanto había sido su deseo por abandonarlos que apuntó una pistola en su contra y no tardó en disparar, en dejar a la víctima allí y cual criminal insólito, jamás volvió a la escena del crimen. Pero Jun no estaba molesto... Oh, no que no lo estaba.
Avanzó nuevamente, en silencio, cual víbora deslizándose por un terreno que conocía a la perfección.
Oh, claro que no estaba molesto con él, sino todo lo contrario. Supuso que había vivido las aventuras que ansiaba vivir, que había sentido otro tipo de "emoción" a parte de aquella de ser un asesino, un miembro de la Yakuza. ¿Habría conocido a alguien? ¿Habría tocado a alguien? ¿Se habría enamorado de alguien? ¿Akemi? ¿Enamorado? La simple idea le causaba gracia. Debía estar aburrido, oh claro que lo debía de estar, el mundo exterior no podía compararse al emocionante mundo de la mafia, de los contrabandos, de lo ilícito, de lo peligroso y emocionante. Akemi Kazuya debía estar aburrido y él... Ah, él estaba allí principalmente para eso... ¿Para qué sino? Cuando el atardecer cayó más sobre ellos, fue también que escuchó el crujido de la madera, la clara señal que su invitado acababa de entrar en aquella vieja y abandonada catedral.
En silencio lo observó, con una sonrisa malévola, la máscara roja cubría sus ojos. Podía verlo perfectamente desde su escondite en la sombra. ¿Estaría asustado? ¿Emocionado? Quizás ninguno de ellos y él bien sabía, nuevamente, que la intrépida mente de aquél hombre aparentemente inocente estaría dando vueltas y vueltas a un mismo y singular problema: ¿quién podría ser él? Ah, si lo supiese... Sabía que sus instintos estaban a flor de piel, que cualquier movimiento o mirada demasiado fija despertaría un inevitable instinto asesino, quizás mitigado, pero siempre presente.
Muy bien, Kilian. Veo que no perdiste tus cualidades —Pronunció de la nada, su voz cambiada por los años. Cruzado de brazos avanzó, quedando ante la puerta de entrada, allá donde el moribundo sol golpeaba, iluminando su figura, diferente a la de años atrás. Giró su torso superior, en dirección al mayor, sonrió bajo la máscara que llevaba— Me impresionas. ¿Pero cuando no lo hiciste? —Que divertido era, jugar de aquella forma con él. ¿Lo reconocería? Realmente no le importaría, pero cuanto más se alargara el juego, más divertido sería, para él al menos— No te preocupes, nadie más sabe de esto. De que tú y yo, nos encontramos aquí —Nadie de los Izanagi, a esos e refería, claramente. Giró totalmente en su dirección, levantó la barbilla— Vengo a proponerte algo —Directo al grano. Oh, si no fuese por eso nunca le habría citado allí, de aquella forma tan "amable". Pero por él, haría una excepción.
Se echó hacia atrás, casi balanceándose en el proceso. Rodeado de motitas de polvo reflejadas por la suave luz del atardecer se fue alejando, perdiéndose nuevamente en la penumbra.
Ah... Que excitante... Que emocionante era la simple idea. Había enviado un mensaje a cierta persona que en su momento quiso más que a cualquier otro ser vivo. Que quizás ahora mismo sentía por él el mismo sentimiento, a pesar de que de vez en cuando la herida dejada atrás por él seguía escociendo en su pecho, a pesar de que hacía mucho había sanado. Pero Akemi había sido el que lo había sacado, aún sin quererlo, de la miseria en la que había vivido en Taiwán, el que le había dado una familia, un motivo de existencia, una esperanza a la que aferrarse y a pesar de que nunca lo había demostrado, se había sentido agradecido con él, mucho más de lo que se podría uno imaginar. Pero de la nada se había ido, los había traicionado, lo había traicionado. Tanto había sido su deseo por abandonarlos que apuntó una pistola en su contra y no tardó en disparar, en dejar a la víctima allí y cual criminal insólito, jamás volvió a la escena del crimen. Pero Jun no estaba molesto... Oh, no que no lo estaba.
Avanzó nuevamente, en silencio, cual víbora deslizándose por un terreno que conocía a la perfección.
Oh, claro que no estaba molesto con él, sino todo lo contrario. Supuso que había vivido las aventuras que ansiaba vivir, que había sentido otro tipo de "emoción" a parte de aquella de ser un asesino, un miembro de la Yakuza. ¿Habría conocido a alguien? ¿Habría tocado a alguien? ¿Se habría enamorado de alguien? ¿Akemi? ¿Enamorado? La simple idea le causaba gracia. Debía estar aburrido, oh claro que lo debía de estar, el mundo exterior no podía compararse al emocionante mundo de la mafia, de los contrabandos, de lo ilícito, de lo peligroso y emocionante. Akemi Kazuya debía estar aburrido y él... Ah, él estaba allí principalmente para eso... ¿Para qué sino? Cuando el atardecer cayó más sobre ellos, fue también que escuchó el crujido de la madera, la clara señal que su invitado acababa de entrar en aquella vieja y abandonada catedral.
En silencio lo observó, con una sonrisa malévola, la máscara roja cubría sus ojos. Podía verlo perfectamente desde su escondite en la sombra. ¿Estaría asustado? ¿Emocionado? Quizás ninguno de ellos y él bien sabía, nuevamente, que la intrépida mente de aquél hombre aparentemente inocente estaría dando vueltas y vueltas a un mismo y singular problema: ¿quién podría ser él? Ah, si lo supiese... Sabía que sus instintos estaban a flor de piel, que cualquier movimiento o mirada demasiado fija despertaría un inevitable instinto asesino, quizás mitigado, pero siempre presente.
Muy bien, Kilian. Veo que no perdiste tus cualidades —Pronunció de la nada, su voz cambiada por los años. Cruzado de brazos avanzó, quedando ante la puerta de entrada, allá donde el moribundo sol golpeaba, iluminando su figura, diferente a la de años atrás. Giró su torso superior, en dirección al mayor, sonrió bajo la máscara que llevaba— Me impresionas. ¿Pero cuando no lo hiciste? —Que divertido era, jugar de aquella forma con él. ¿Lo reconocería? Realmente no le importaría, pero cuanto más se alargara el juego, más divertido sería, para él al menos— No te preocupes, nadie más sabe de esto. De que tú y yo, nos encontramos aquí —Nadie de los Izanagi, a esos e refería, claramente. Giró totalmente en su dirección, levantó la barbilla— Vengo a proponerte algo —Directo al grano. Oh, si no fuese por eso nunca le habría citado allí, de aquella forma tan "amable". Pero por él, haría una excepción.
- Spoiler:
Jun Kazuya
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