The Devil Wants You —Priv.
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The Devil Wants You
El avasallador sol encandece bravamente las calles, pese al clima templado. El Alfa Romeo 4C deportivo de chapa carmesí ronronea entusiasmado, rodando las llantas sobre el pavimento rectilíneo que supera kilómetros, diestro en la conducción ejemplar. Mantiene una velocidad reglamentaria, puntual al frenar en los semáforos cuando los peones cruzan. ¡Que va! Deseaba pisar el acelerador y atropellarlos, alcanzar el temple psicópata que derribaría el raciocinio común de los testigos. ¿Qué razones tendría? Sería difícil de explicar pero, la impaciencia le pone histérico, se le acelera el corazón y es capaz de atrocidades inexplicables.
Poco a poco disminuye la velocidad, varando y estacionando en la medida que descubre lo que estaba buscando. Desde hace días la acechaba sin que se percate de su presencia, siempre entre sombras, silencioso, estudiando a la joven rubia que tocaba con el alma. Alma que quiere robar. Sin embargo, su género musical radicaba en lo clásico, en la repetición de partituras ya existentes y por constancia, no ser ninguna novedad para el público. La generación de éste siglo ya no es capaz de tolerar una composición de ocho minutos sin dormirse, y, en el fondo, el también admite que a veces el éxtasis acaba cuando el mismo músico se vuelve mecánico, repetitivo, que a pesar del disfrute y todo el empeño en la sucesión de notas, no es original ya que, lo tocado está escrito desde hace siglos.
¿Y si en verdad ella mantenía en secreto obras a las que tema mostrar por vergüenza al rechazo?
Su mirada deambuló sobre las personas abultadas, bajó el vidrio del coche, y entre el ruido del tráfico pasajero, se distinguía los acordes del instrumento. Suponiendo que culminaba la presentación por los aplausos eufóricos, decidió bajar elegantemente por la puerta, primero sacando a relucir los mocasines dónde, estos al primer contacto de luz, brillan por el lustre; luego, su cuerpo envuelto en un traje a la medida, marchó hacía la señorita. Tan alto y bellamente endemoniado, que las mujeres de vez en cuando volteaban a admirarle.
—Señorita Henderson.
No se ve en él brillo alguno, sus ojos aunque sean claros y azules, en realidad recuerdan a un océano turbio, escalofriante para aquél que teme perderse en las extensas aguas saladas. Y el tono no es amable, sino exigente, frío.
—¿Puedo hablar con usted de negocios? —En realidad es un “debe escucharme.” Y no se esperaría su respuesta, el tiempo se mueve a un ritmo vertiginoso—. Por favor, suba al auto conmigo, quiero llevarla a un lugar más tranquilo para tratar estos asuntos.
La orden es explícita aún en una cortesía impecable, y de a poco le da la espalda para encaminarla al vehículo que espera tieso por su dueño. Abre la puerta de los asientos traseros, ni en sueños la llevaría a su lado, considerando que debía ser áspero en el trato para que no desconfíe en sus palabras.
Adler R. Edelstein
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Re: The Devil Wants You —Priv.
Aquel era un día maravilloso, y nadie podría negarlo. A pesar de estar el invierno próximo, la luz del sol irradiaba desde lo alto aquel mediodía, y el clima lejos de ser gélido tenía una agradable frescura. Salí de uno de mis trabajos de turno matutino y me encaminé hacia la parada del autobus. Observé la hora en mi reloj de pulsera que tiempo atrás mi madre me había dado como obsequio, uno de mis mayores tesores junto a mi amado violín, el cual llevaba conmigo como siempre lo hacía; allí a donde yo fuera, este me acompañana a todas partes. Era una extensión más de mi cuerpo, si se le quería ver de ese modo.
Me percaté con ligera sorpresa que aquel día había salido más temprano de lo usual, por lo que tenía tiempo de sobra antes de dirigirme a mi otro empleo, así que me alejé de la parada del autobus con una sonrisa en el rostro y paso ligeramente danzarín. Busqué a los alrededores alguna esquina espaciosa y que fuera transitada; cuando así lo conseguí, fui a instalarme allí con naturalidad, totalmente acostumbrada a tal faena. Y es que era en aquellos momentos en los que tenía que aprovechar para practicar con el violín, o en caso contrario nunca tendría tiempo para ello y tocar ya formaba parte de mi ser, mi propia alma me pedía a gritos ejecutar aunque fueran unas cuantas notas armoniosas de las cuerdas finas de mi apreciado violín, no podría estar en paz conmigo misma de no hacerlo.
Coloqué la funda de este sobre el suelo y lo saqué, acariciándolo como a un viejo y muy querido amigo. Pasé las yemas de los dedos sobre las cuerdas con suma suavidad por unos segundos, antes de colocar el instrumento entre mi hombro y barbilla y deslizar con destreza el arco sobre las mismas. Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento, sin percatarme de la gente que poco a poco se iba acumulando a mi alrededor, embelesada con las interpretaciones que estaba llevando acabo en ese momento. Yo era feliz haciendo lo que hacía, y era un grato bonus extra el que los demás también estuvieran contentos con mi música. De allí, nada más importaba, aunque siempre agradecía sinceramente sus aportaciones voluntarias. Tras haber ejecutado un par de melodías clásicas y reconocidas, para la última me reservé una especial y que en lo particular a mí me agradaba en sobre manera. "Colors of the wind", la unión de sus notas y armonías me hacían sentirme libre cual viento sobre un despejado cielo azul; como la brisa que se desliza con suavidad sobre las copas de los árboles en primavera o aquella salada que acaricia las olas del mar y las hace estremecerse.
Una suave sonrisa se dibujó en mis labios mientras la melodía duraba y cuando finalmente esta terminó, agradecí con marcadas reverencias los aplausos ajenos. ¿Qué otra cosa podía llenar el espíritu de un músico? Aquellos que amábamos al arte en forma de sonido realmente no esperábamos nada a cambio salvo eso, la satisfacción de un demandante público. Mayor halago no se nos podía hacer.
En cuanto la gente comenzó a dispersarse, regresando a sus labores cotidianas, yo me puse en cuclillas y guardé el dinero recibido en mi cartera, para después colocar con parsimonia a mi amigo y dejarlo descansar con comodidad dentro de su estuche. A penas lo había cerrado y estaba poniéndome en pie cuando aquella masculina voz mencionó mi nombre, girando mi cuello rápidamente para ser capaz de descubrir al dueño de esta. Por un momento quedé incapacitada de reaccionar, intimidada por la presencia ajena. Parpadeé un par de veces.
-¿Sí?... -repliqué con voz suave y algo tímida. Aunque en un inicio mi intención había sido la de devolverle con naturalidad la mirada, me fue incapaz seguir sumergida en aquellos ojos tan gélidos como un cielo invernal. Terminé por desviar la mirada, incómoda- ¿Hablar conmigo? ¿Sobre qué? -inquirí sorprendida ante el deseo ajeno, sin embargo el otro ya me estaba conduciendo hacia otro lugar y no me quedó de otra sino seguirle los pasos, si es que deseaba averiguar de qué se trataba todo eso. Y mi curiosidad era demasiada.
No me percaté de lo peligroso que podría ser subirme al auto de un desconocido cuando ya estaba instalada en el asiento trasero de aquel muy elegante, y seguramente costoso, vehículo rojo. Miré a mi alrededor, muda por el lujo y poder que aquel simple objeto emanaba. Por un segundo recordé que yo una vez había gozado de beneficios muy parecidos a estos, pero lo que aquellos significaron en mi tierna infancia no era algo grato, por lo que rápidamente deseché estas memorias de mi mente. En cambio, fijé mi mirada verdosa en la parte delantera del automóvil.
-Este... Disculpe, señor, ¿pero en qué puedo ayudarle?
¿Era normal sentirme tan inquieta? Por supuesto, porque no era lo más razonable aceptar un ofrecimiento de tal tipo por un extraño, pero la curiosidad por saber había sido más fuerte.
Me percaté con ligera sorpresa que aquel día había salido más temprano de lo usual, por lo que tenía tiempo de sobra antes de dirigirme a mi otro empleo, así que me alejé de la parada del autobus con una sonrisa en el rostro y paso ligeramente danzarín. Busqué a los alrededores alguna esquina espaciosa y que fuera transitada; cuando así lo conseguí, fui a instalarme allí con naturalidad, totalmente acostumbrada a tal faena. Y es que era en aquellos momentos en los que tenía que aprovechar para practicar con el violín, o en caso contrario nunca tendría tiempo para ello y tocar ya formaba parte de mi ser, mi propia alma me pedía a gritos ejecutar aunque fueran unas cuantas notas armoniosas de las cuerdas finas de mi apreciado violín, no podría estar en paz conmigo misma de no hacerlo.
Coloqué la funda de este sobre el suelo y lo saqué, acariciándolo como a un viejo y muy querido amigo. Pasé las yemas de los dedos sobre las cuerdas con suma suavidad por unos segundos, antes de colocar el instrumento entre mi hombro y barbilla y deslizar con destreza el arco sobre las mismas. Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento, sin percatarme de la gente que poco a poco se iba acumulando a mi alrededor, embelesada con las interpretaciones que estaba llevando acabo en ese momento. Yo era feliz haciendo lo que hacía, y era un grato bonus extra el que los demás también estuvieran contentos con mi música. De allí, nada más importaba, aunque siempre agradecía sinceramente sus aportaciones voluntarias. Tras haber ejecutado un par de melodías clásicas y reconocidas, para la última me reservé una especial y que en lo particular a mí me agradaba en sobre manera. "Colors of the wind", la unión de sus notas y armonías me hacían sentirme libre cual viento sobre un despejado cielo azul; como la brisa que se desliza con suavidad sobre las copas de los árboles en primavera o aquella salada que acaricia las olas del mar y las hace estremecerse.
Una suave sonrisa se dibujó en mis labios mientras la melodía duraba y cuando finalmente esta terminó, agradecí con marcadas reverencias los aplausos ajenos. ¿Qué otra cosa podía llenar el espíritu de un músico? Aquellos que amábamos al arte en forma de sonido realmente no esperábamos nada a cambio salvo eso, la satisfacción de un demandante público. Mayor halago no se nos podía hacer.
En cuanto la gente comenzó a dispersarse, regresando a sus labores cotidianas, yo me puse en cuclillas y guardé el dinero recibido en mi cartera, para después colocar con parsimonia a mi amigo y dejarlo descansar con comodidad dentro de su estuche. A penas lo había cerrado y estaba poniéndome en pie cuando aquella masculina voz mencionó mi nombre, girando mi cuello rápidamente para ser capaz de descubrir al dueño de esta. Por un momento quedé incapacitada de reaccionar, intimidada por la presencia ajena. Parpadeé un par de veces.
-¿Sí?... -repliqué con voz suave y algo tímida. Aunque en un inicio mi intención había sido la de devolverle con naturalidad la mirada, me fue incapaz seguir sumergida en aquellos ojos tan gélidos como un cielo invernal. Terminé por desviar la mirada, incómoda- ¿Hablar conmigo? ¿Sobre qué? -inquirí sorprendida ante el deseo ajeno, sin embargo el otro ya me estaba conduciendo hacia otro lugar y no me quedó de otra sino seguirle los pasos, si es que deseaba averiguar de qué se trataba todo eso. Y mi curiosidad era demasiada.
No me percaté de lo peligroso que podría ser subirme al auto de un desconocido cuando ya estaba instalada en el asiento trasero de aquel muy elegante, y seguramente costoso, vehículo rojo. Miré a mi alrededor, muda por el lujo y poder que aquel simple objeto emanaba. Por un segundo recordé que yo una vez había gozado de beneficios muy parecidos a estos, pero lo que aquellos significaron en mi tierna infancia no era algo grato, por lo que rápidamente deseché estas memorias de mi mente. En cambio, fijé mi mirada verdosa en la parte delantera del automóvil.
-Este... Disculpe, señor, ¿pero en qué puedo ayudarle?
¿Era normal sentirme tan inquieta? Por supuesto, porque no era lo más razonable aceptar un ofrecimiento de tal tipo por un extraño, pero la curiosidad por saber había sido más fuerte.
- Colors of the Wind:
Desirée Irie
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Re: The Devil Wants You —Priv.
The Devil Wants You
“La niña peca de ingenua”, se dice en una voz tenebrosa, golpeando las paredes de sus pensamientos. Las vuelve aún más frías, creyendo que sólo le entusiasma su música, ella no, pero siendo un hecho de que es repugnantemente irresistible sólo por ser una rubia con la cual se ha topado en su desagradable vida —si, su vida la siente desagradable—. Así de complicado es.
Bajó por las avenidas, las ruedas constantes y móviles, estaban evidenciando el camino al restaurante más próximo. Siendo bastante —por no decir poco— considerado en invitarla a almorzar sin que ella aún no lo supiera. Le gusta tramar todo en silencio.
—¿En qué puedes ayudarme? —Se quiso reír con una evidente sorna, a cambio incrustó su mirada congelada sobre la fulana. Con una crudeza impotente. “Tú no puedes ayudarme en nada, quién te ayudará para que tu existencia dejé de ser mediocre: Seré yo.” La sonrisa se formó en una curva maliciosa, la cual esfumó en segundos cuando alcanza a vislumbrar el semáforo delante de sus narices.
Cualquier zumbido a sus espaldas lo consideraría mal educado, y con ello, sin reservas de callarse, lo diría:
—Me gustaría que permaneciera callada hasta que lleguemos. ¿Podría cumplirlo? —Nuevamente, mangoneándola, dando órdenes indirectas que sonaban a favores y sugerencias de “debes ser paciente”. Las calles se encuentran desérticas, habiendo poco movimiento, ¿será por el frío? Para el señor eran cobardes, la estación no es excusa para no mover el culo. Y entonces estacionó el auto luego de haber dejado a la chica, en un tortuoso e incómodo silencio. Guardó las llaves dentro de su saco, pisando fuerte los andamios y abrirle caballeroso la puerta a la muchacha quién quizás, aún tenga demasiadas preguntas agrupándose en ésa cabecita.
Despreocupado y elegante, le abrió la puerta antes de entrar: “Las damas primero”, decían sus ojos. Educado por que quería. Porque le conviene y ella será una utilidad. Nada más. Los mozos nada más verlos lo fueron a saludar rápidamente… Conocían su temperamento tras haber ido a comer allí con su esposa.
—Señor Edelstein, un placer volverlo a ver por aquí.
—¿Ya han echado a ése mozo incompetente? —Pregunta natural—. Prepáranos una mesa, que sea rápido.
—Pero están todas ocup… —respiró hondo al ver la mirada que le dirigía—: Enseguida, señor.
—Notará, pequeña, que mis órdenes son absolutas… O se cumplen o se cumplen. ¿Habéis captado? —Nuevamente, la observó atento, cómo si recordará que ella yacía a su lado—. Así que desde ya comprenderá, en que terrenos se está metiendo —dirigió su cuerpo a la mesa dónde el empleado los ubicó, sonriendo nervioso. Edelestein emanaba un aura que crispaba los nervios. No era sorpresa que fuera tratado como un emperador austriaco.
—Quería hablar con usted de negocios, ya lo he dicho antes —al grano—, haces música. Yo soy un productor de músicos… Adler Edelstein a vuestros servicios —toma distraído el menú que cae en sus manos—: Ésta reunión será bastante rápida y concisa, tengo una agenda algo apretada. ¿Comprende, cierto? —“más te vale que sí”.
Adler R. Edelstein
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Re: The Devil Wants You —Priv.
Algo no iba bien, y no necesitaba ser una genio para saberlo. Y no sólo era el hecho de mi inconsciente ingenuidad y torpeza a la hora de subir al auto de un completo extraño hacia un rumbo desconocido... Sino que el hombre en sí no podía inspirar confianza aún si pretendiera hacerlo. Era frío, metódico, seguramente no daba ni un sólo paso que no estuviera plenamente estudiado y planeado. Su aura sólo podía significar una alerta de peligro y esos ojos... Parecían duros, gélidos como el hielo; incluso de ese mismo color eran. Vaya ironía.
Por lo tanto, no era de extrañar que me encogiera ligeramente sobre el asiento de la parte trasera del auto, sujetando el estuche de mi violín como si fuese un seguro escudo. ¿A dónde me había ido a meter? Sin embargo, quería creer plenamente en que aquel hombre tal vez estuviera pasando por un mal momento y no era su intención el inspirar ser una amenaza; por lo que yo me estaba comportando con descortesía al tratar de buscar maneras de resguardarme de aquella aterradora presencia. Desvié la mirada del espejo retrovisor, intimidada, y la desvié hacia el panorama exterior que se alcanzaba apreciar a través de la ventanilla que tenía a un lado. Gracias a mi agitada forma de vida, con un constante ir de aquí para allá, podía reconocer las calles por las que pasábamos sin ningún problema. Eso me ayudaría a sentirme un poco más segura, al menos, pero sólo un poco.
Justo en ese momento recordé que, si bien él sabía mi nombre, yo no era conocedora del suyo, así que viré una vez más hacia donde podía apreciar si perfil y entreabrí los labios para preguntar, en un tono amistoso, su identidad. Fui acallada abruptamente antes de que pudiera siguiera formular palabra alguna. Pestañeé con evidente desconcierto, sin poder desviar mis ojos verdes de su semblante. Finalmente tragué saliva y bajé la mirada.
-P-por supuesto... -musité con voz débil, casi inaudible. Y es que, a pesar de que el otro se había dirigido de una manera que parecía ser cortés, algo en su tono de voz, oculto, parecía dictar otra cosa lejana a una simple petición. Así que sin más preámbulo, por el bien de la comodidad de ambos, guardé silencio y me dediqué a la tarea de, una vez más, contemplar el exterior no sin aferrar con mayor fuerza la manija del estuche que tenía devotamente depositado sobre mi regazo.
Por más que lo intentaba, no podía conseguir mantenerme tranquila y aquel pesado silencio que se había adueñado del interior del vehículo no ayudaba en nada. Y es que la situación en sí era ya lo suficientemente extraña.
Al fin llegamos a nuestro destino, que resultó ser un restaurante, y bajamos del auto. Contemplé al de oscuros cabellos con una expresión de desconcierto por mi parte, mas nada dije y sólo le dediqué una ligera reverencia de agradecimiento por su caballerosidad. Traspasé el umbral del lugar y aguardé, aparentemente paciente, a que la situación de la mesa se resolviera. Sin embargo, una persona observadora podría apreciar que el jugueteo de mis dedos sobre la agarradera de la funda de mi violín indicaba nerviosismo, a la vez que mis sentidos se encontraban totalmente atentos a lo que estaba pasando. En cierto punto de la conversación ajena volví a dirigirle la mirada al alto hombre, creyendo que se estaba excediendo con su prepotencia. No había necesidad de exigir las cosas de esa forma, pero no era quien para involucrarme en esos asuntos... al menos no por el momento. Así que me mordí la lengua para no sincerarme con él en ese instante. Lo mejor sería esperar a dar mi opinión con respecto a las palabras que me había dirigido anteriormente.
Tomé asiento en el lugar disponible de la mesa y coloqué el estuche a un lado, junto a mis pies. Finalmente alcé la mirada para contemplarle justo en el momento en que nos dejaron a solas y él hizo el favor de resolver mi duda inicial con respecto a su nombre.
-Cassie Henderson, aunque al parecer eso ya lo sabía... -musité quedamente, tratando de mostrar una postura serena y cortés, aunque por dentro no podía evitar sentir que aquel hombre me devoraría de forma metafórica. Sin poder evitarlo una sonrisa iluminó mis facciones al escuchar sus razones para contactarme, olvidándome por un segundo que aquel hombre frente a mí me aterraba- ¿Está interesado en mi música? -incluso preguntarlo en voz alta no me sacaba de mi pensamiento de que aquello era un sueño. ¿Acaso podía hacerme una mínima idea de todo lo que podría significar aquello? Muchas oportunidades abriendo sus puertas frente a mí, y me sentí una vez más como cuando era niña y realizaba presentaciones en eventos y concursos de gran prestigio. Podría revivir una vez más aquella emoción de antaño. Toda esta ilusión fue notoria en mi mirar, como si estos fueran las verdecinas aguas de un estanque en medio de un bosque. Pero, al fondo de estas, sólo puede aguardar un turbio fondo... y no sería la excepción, pues tras toda aquella emoción resurgió la duda- ¿Por qué yo? -inquirí casi por impulso, cuando en realidad esa era una pregunta que iba dirigida en particular hacia mí. Aquel hombre, por más que pareciera ser la llave a que mis sueños se hicieran realidad, no era posible que se dedicara a cazar talentos en medio de los parques. ¿Por qué yo? Algo no auguraba nada bueno, y aún así quería mantenerme en la firma creencia de que debía confiar. Entrecerré mi mirada con sutileza-. Antes que nada le agradezco que me considerara para hacer negocios, señor Edelstein, y evitaré demorar de más la audencia, sin embargo... ¿Qué pasaría si llegara a rechazar el ofrecimiento?
En cuanto estas palabras brotaron de mis labios, supe que había cometido un grave error... uno que pagaría con creces seguramente.
Por lo tanto, no era de extrañar que me encogiera ligeramente sobre el asiento de la parte trasera del auto, sujetando el estuche de mi violín como si fuese un seguro escudo. ¿A dónde me había ido a meter? Sin embargo, quería creer plenamente en que aquel hombre tal vez estuviera pasando por un mal momento y no era su intención el inspirar ser una amenaza; por lo que yo me estaba comportando con descortesía al tratar de buscar maneras de resguardarme de aquella aterradora presencia. Desvié la mirada del espejo retrovisor, intimidada, y la desvié hacia el panorama exterior que se alcanzaba apreciar a través de la ventanilla que tenía a un lado. Gracias a mi agitada forma de vida, con un constante ir de aquí para allá, podía reconocer las calles por las que pasábamos sin ningún problema. Eso me ayudaría a sentirme un poco más segura, al menos, pero sólo un poco.
Justo en ese momento recordé que, si bien él sabía mi nombre, yo no era conocedora del suyo, así que viré una vez más hacia donde podía apreciar si perfil y entreabrí los labios para preguntar, en un tono amistoso, su identidad. Fui acallada abruptamente antes de que pudiera siguiera formular palabra alguna. Pestañeé con evidente desconcierto, sin poder desviar mis ojos verdes de su semblante. Finalmente tragué saliva y bajé la mirada.
-P-por supuesto... -musité con voz débil, casi inaudible. Y es que, a pesar de que el otro se había dirigido de una manera que parecía ser cortés, algo en su tono de voz, oculto, parecía dictar otra cosa lejana a una simple petición. Así que sin más preámbulo, por el bien de la comodidad de ambos, guardé silencio y me dediqué a la tarea de, una vez más, contemplar el exterior no sin aferrar con mayor fuerza la manija del estuche que tenía devotamente depositado sobre mi regazo.
Por más que lo intentaba, no podía conseguir mantenerme tranquila y aquel pesado silencio que se había adueñado del interior del vehículo no ayudaba en nada. Y es que la situación en sí era ya lo suficientemente extraña.
Al fin llegamos a nuestro destino, que resultó ser un restaurante, y bajamos del auto. Contemplé al de oscuros cabellos con una expresión de desconcierto por mi parte, mas nada dije y sólo le dediqué una ligera reverencia de agradecimiento por su caballerosidad. Traspasé el umbral del lugar y aguardé, aparentemente paciente, a que la situación de la mesa se resolviera. Sin embargo, una persona observadora podría apreciar que el jugueteo de mis dedos sobre la agarradera de la funda de mi violín indicaba nerviosismo, a la vez que mis sentidos se encontraban totalmente atentos a lo que estaba pasando. En cierto punto de la conversación ajena volví a dirigirle la mirada al alto hombre, creyendo que se estaba excediendo con su prepotencia. No había necesidad de exigir las cosas de esa forma, pero no era quien para involucrarme en esos asuntos... al menos no por el momento. Así que me mordí la lengua para no sincerarme con él en ese instante. Lo mejor sería esperar a dar mi opinión con respecto a las palabras que me había dirigido anteriormente.
Tomé asiento en el lugar disponible de la mesa y coloqué el estuche a un lado, junto a mis pies. Finalmente alcé la mirada para contemplarle justo en el momento en que nos dejaron a solas y él hizo el favor de resolver mi duda inicial con respecto a su nombre.
-Cassie Henderson, aunque al parecer eso ya lo sabía... -musité quedamente, tratando de mostrar una postura serena y cortés, aunque por dentro no podía evitar sentir que aquel hombre me devoraría de forma metafórica. Sin poder evitarlo una sonrisa iluminó mis facciones al escuchar sus razones para contactarme, olvidándome por un segundo que aquel hombre frente a mí me aterraba- ¿Está interesado en mi música? -incluso preguntarlo en voz alta no me sacaba de mi pensamiento de que aquello era un sueño. ¿Acaso podía hacerme una mínima idea de todo lo que podría significar aquello? Muchas oportunidades abriendo sus puertas frente a mí, y me sentí una vez más como cuando era niña y realizaba presentaciones en eventos y concursos de gran prestigio. Podría revivir una vez más aquella emoción de antaño. Toda esta ilusión fue notoria en mi mirar, como si estos fueran las verdecinas aguas de un estanque en medio de un bosque. Pero, al fondo de estas, sólo puede aguardar un turbio fondo... y no sería la excepción, pues tras toda aquella emoción resurgió la duda- ¿Por qué yo? -inquirí casi por impulso, cuando en realidad esa era una pregunta que iba dirigida en particular hacia mí. Aquel hombre, por más que pareciera ser la llave a que mis sueños se hicieran realidad, no era posible que se dedicara a cazar talentos en medio de los parques. ¿Por qué yo? Algo no auguraba nada bueno, y aún así quería mantenerme en la firma creencia de que debía confiar. Entrecerré mi mirada con sutileza-. Antes que nada le agradezco que me considerara para hacer negocios, señor Edelstein, y evitaré demorar de más la audencia, sin embargo... ¿Qué pasaría si llegara a rechazar el ofrecimiento?
En cuanto estas palabras brotaron de mis labios, supe que había cometido un grave error... uno que pagaría con creces seguramente.
Desirée Irie
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Re: The Devil Wants You —Priv.
The Devil Wants You
—Naturalmente —acotó de repente—, si no sé con quién estoy hablo… ¿Qué sentido tendría formularle una posible oferta? —Tal vez esto era una indirecta de “y si tú no sabes quién soy, eres una ignorante.” Dejó el menú nuevamente sobre la mesa, sin dejar de cortar la tensión y el contacto de miradas. Está sobrio de expresiones, no es tan formidable expresándolas ni tampoco le importaba quedar como un “ácido” frente a los clientes. Él es así pero, poseía sin querer un carisma escalofriante y aplastante, donde en la mafia, le ayuda a comerse a la competencia.
—¿Está interesado en mi música?
No se movió un centímetro, más, el destello sombrío ya sugería un posible: “Qué pregunta más estúpida.” Las manos permanecieron tiesas, distrayéndose en el dorado de su cabello, le parecía bonito y una maravilla visual; lástima que la fulana no tuviera una audacia despierta encima.
—¿Por qué tú? —repitió, sin mostrarse sorprendido por las posibles dudas que surgieran de ésa cabecita insegura. "Normal", se dijo a sí mismo, sin embargo, las oportunidades tienen fecha de caducidad. Son estrellas fugaces que en el cielo caen, y si no las capturas a tiempo… las pierdes. No responde, permite que asimilará la propuesta de que sus caminos volvieran a ser rectos. Que sus fantasías caprichosas de tocar para un público ansiado, fuera en escenarios llenos, con personas del todo el mundo. Únicamente para verla a ella brillar. Se inclinó hacia Cassie, detrás de sus lentes, podía estudiar e imaginar, el enredo mental, la desconfianza… La pesadumbre que siente.
Por primera vez sonríe levemente, cómo una señal de burla, de decirle abiertamente con la mirada: “Entonces no serás más que una zoquete.”
—¿Qué pasaría? Nada más que me ha hecho perder el tiempo. Me he tomado las molestias de buscarla y traerla a éste elegante restaurante que no podrá pagar, ¿sabe? —anunció en la brevedad, la oración es una cuchilla que podría o no, atravesarle el corazón pero ésa era la realidad: Se tomó las molestias, y no es que se sienta ofendido. Se hacía la víctima—: Luego, la invitaría a retirarse y no me volverá a ver de nuevo, si fuera el caso… —“porque nadie más la sacará de su mugrosa rutina”—. Éso pasaría. Una lástima señorita, creí que tenía ambiciones de músico, ¿por qué está dudando?
Adler R. Edelstein
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Re: The Devil Wants You —Priv.
Enarqué ambas cejas con sorpresa al ver una insinuación de sonrisa en sus labios... pero una de sentimientos desagradables, que sólo mostraban burla e invitaban al recelo, no a la confianza y comodidad. En verdad... ¿por qué había aceptado seguirle? Cada vez el hombre me parecía más peligroso y menos simpático, pero aún así deseaba mantenerme allí y saciar mi curiosidad, pues fue esta la que me instó, en primer lugar, el acompañarle aún si sabía que no era correcto tomarse tantas libertades con un completo extraño. Todos tienen bondad en su corazón, y el pelinegro no podía ser la excepción, sólo era... las apariencias engañan, eso era. En el fondo había algo que le frenaba y hacía actuar de aquella forma tan desagradable. O al menos, de eso quería convencerme. Era mejor ver el mundo a través de un cristal optimista en lugar de uno lleno de negatividad, esa era mi filosofía de vida.
Sin embargo mi ceño se frunció y penetré al sujeto en cuestión con mis ojos verdes ligeramente entrecerrados ante la respuesta a mi pregunta. Yo era responsable por preguntar algo que instantes después supe que me trairía consecuencias, pero no admitiría que se me echara la culpa de hacerle perder el tiempo cuando fue él mismo quien me condujo a aquel exorbitante lugar sin explicación alguna; yo no había solicitado tal invitación. Y se lo dejé en claro con la expresión que ahora mi rostro mostraba, una de inconformidad y ligera molestia. Por eso, y por el parcial insulto disfrazado con respecto a nuestras diferencias de economía. También se pudo evitar lanzar tal comentario con respecto a que sería incapaz de pagar tal costosa comida. Tomé aire profundamente y cerré los ojos mientras lo volvía a dejar salir con calma, buscando de alguna forma mantener en raya mi molestia. Iba a creer que mi acompañante no lo había hecho con intensión de hacerme enfadar, aunque muy en el fondo, esa voz que todo el mundo posee y que es la voz del instinto y la supervivencia, susurró en mi mente que ese no era el caso y que mejor sería cortar cualquier clase de relación con el tipo en cuestión. Le acallé y volví a mirarle, nerviosa.
-P-perdóneme, señor Edelstein, mi pregunta fue inoportuna -hablé al fin, disculpándome apropiadamente. Porque siempre era yo la que terminaba cediendo, así siempre había sido. Además, parte de verdad cargaban sus palabras: ¿por qué dudaba? ¿Dónde estaban mis aspiraciones como músico? Era mi sueño, y gracias a este desconocido tenía la oportunidad de extender mi mano y sentirlo en la punta de mis dedos. Pero no podía sólo guiarme en los pensamientos egoistas, y tenía que recordar que la persona a la que le debía absolutamente todo estaba esperando a que yo le correspondiera por todos sus sacrificios por mí durante años.
Estaba la cuestión de mi madre, obviamente, no podía permitirme dejarla desamparada cuando más lo necesitaba. El dinero, aunque no lo considerara de forma personal como algo vital, en la situación en la que ambas nos encontrábamos era más que apremiante. ¿Y si las cosas no salían bien? ¿Y si no podía formar el éxito esperado y por ello mi progenitora se veía...? Negué tanto mental como físicamente, a modo vago de sacar toda esa clase de pensamientos en mi mente. Esa era mi duda, nada más. La vida representaba riesgos, si continuaba como estaba ahora podría seguir realizando mi labor de darle todo a quien me dio más que la vida, pero si tomaba esta irrepetible oportunidad... no tendríamos que vivir en aquella situación de penurias constantes... Eso, claro, si es que todo salía bien. ¡Claro que iba a salir bien! Optimismo, optimismo ante todo. Volví a traer mi atención al presente y, por ende, al hombre que tenía ante mí. Podía parecer alguien sumamente frío y con la capacidad de devorarte a la menor oportunidad, pero eso no quitaba que él representaba todo lo que yo deseaba. Por ende, le dediqué una sincera sonrisa de gratitud.
-De acuerdo, me interesará mucho hacer negocios con usted, señor Edelstein -tomé el menú entre mis manos, pero no le contemplé, sino que lo hice sólo por satisfacer mi necesidad de tener algo en las manos y así calmar un poco mis nervios-. Le seré sincera. La verdad es que yo tengo poco conocimiento, por no decir nulo, con respecto a este medio. Cualquier cosa que me diga, no tengo porqué dudar de su palabra... así que pediré disculpas por adelantado ante mi ignorancia, pero... me comprometo a que daré más de lo mejor de mí para poder complacer sus exigencias y a la vez aprender todo lo necesario para poder llevar esto a cabo -en verdad necesitaba hacerlo, porque había alguien más dependiendo de mí y no podía defraudarle. Pero si Adler Edelstein me guiaba en aquel reñido mundo... Podría conseguirlo, ¿no era así?- Así que le escucho.
Sin embargo mi ceño se frunció y penetré al sujeto en cuestión con mis ojos verdes ligeramente entrecerrados ante la respuesta a mi pregunta. Yo era responsable por preguntar algo que instantes después supe que me trairía consecuencias, pero no admitiría que se me echara la culpa de hacerle perder el tiempo cuando fue él mismo quien me condujo a aquel exorbitante lugar sin explicación alguna; yo no había solicitado tal invitación. Y se lo dejé en claro con la expresión que ahora mi rostro mostraba, una de inconformidad y ligera molestia. Por eso, y por el parcial insulto disfrazado con respecto a nuestras diferencias de economía. También se pudo evitar lanzar tal comentario con respecto a que sería incapaz de pagar tal costosa comida. Tomé aire profundamente y cerré los ojos mientras lo volvía a dejar salir con calma, buscando de alguna forma mantener en raya mi molestia. Iba a creer que mi acompañante no lo había hecho con intensión de hacerme enfadar, aunque muy en el fondo, esa voz que todo el mundo posee y que es la voz del instinto y la supervivencia, susurró en mi mente que ese no era el caso y que mejor sería cortar cualquier clase de relación con el tipo en cuestión. Le acallé y volví a mirarle, nerviosa.
-P-perdóneme, señor Edelstein, mi pregunta fue inoportuna -hablé al fin, disculpándome apropiadamente. Porque siempre era yo la que terminaba cediendo, así siempre había sido. Además, parte de verdad cargaban sus palabras: ¿por qué dudaba? ¿Dónde estaban mis aspiraciones como músico? Era mi sueño, y gracias a este desconocido tenía la oportunidad de extender mi mano y sentirlo en la punta de mis dedos. Pero no podía sólo guiarme en los pensamientos egoistas, y tenía que recordar que la persona a la que le debía absolutamente todo estaba esperando a que yo le correspondiera por todos sus sacrificios por mí durante años.
Estaba la cuestión de mi madre, obviamente, no podía permitirme dejarla desamparada cuando más lo necesitaba. El dinero, aunque no lo considerara de forma personal como algo vital, en la situación en la que ambas nos encontrábamos era más que apremiante. ¿Y si las cosas no salían bien? ¿Y si no podía formar el éxito esperado y por ello mi progenitora se veía...? Negué tanto mental como físicamente, a modo vago de sacar toda esa clase de pensamientos en mi mente. Esa era mi duda, nada más. La vida representaba riesgos, si continuaba como estaba ahora podría seguir realizando mi labor de darle todo a quien me dio más que la vida, pero si tomaba esta irrepetible oportunidad... no tendríamos que vivir en aquella situación de penurias constantes... Eso, claro, si es que todo salía bien. ¡Claro que iba a salir bien! Optimismo, optimismo ante todo. Volví a traer mi atención al presente y, por ende, al hombre que tenía ante mí. Podía parecer alguien sumamente frío y con la capacidad de devorarte a la menor oportunidad, pero eso no quitaba que él representaba todo lo que yo deseaba. Por ende, le dediqué una sincera sonrisa de gratitud.
-De acuerdo, me interesará mucho hacer negocios con usted, señor Edelstein -tomé el menú entre mis manos, pero no le contemplé, sino que lo hice sólo por satisfacer mi necesidad de tener algo en las manos y así calmar un poco mis nervios-. Le seré sincera. La verdad es que yo tengo poco conocimiento, por no decir nulo, con respecto a este medio. Cualquier cosa que me diga, no tengo porqué dudar de su palabra... así que pediré disculpas por adelantado ante mi ignorancia, pero... me comprometo a que daré más de lo mejor de mí para poder complacer sus exigencias y a la vez aprender todo lo necesario para poder llevar esto a cabo -en verdad necesitaba hacerlo, porque había alguien más dependiendo de mí y no podía defraudarle. Pero si Adler Edelstein me guiaba en aquel reñido mundo... Podría conseguirlo, ¿no era así?- Así que le escucho.
Desirée Irie
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Re: The Devil Wants You —Priv.
The Devil Wants You
—De acuerdo, me interesará mucho hacer negocios con usted, señor Edelstein. —“Parece que al fin estás de acuerdo en entregarle el alma al diablo, jovencita.”
Su impavidez no es desapercibida, maquina diabólico pero sus exquisitas facciones, en cambio, pecan de indiferencia. ¿No es qué le había dicho antes que tenía interés? ¿Deben existir más razones acaso? Comienza a retractarse de sí mismo. La inseguridad de las personas refleja un pasotismo que él desprecia y preferiría destruir, como una frágil hoja de otoño que deshace a la menor pisada.
—Le seré sincera. —Contrae sus labios, le gusta mirar fijamente a la persona cuando se dirige a él, pero aquél pedazo de cartón se convierte en un terrible intermediario—. La verdad es que yo tengo poco conocimiento —“me imagino”—, por no decir nulo, —“por supuesto, ¿crees qué no lo sé?”— Con respecto a este medio. Cualquier cosa que me diga, no tengo porqué dudar de su palabra... —“Serás mi gran producto, mi esclava”—, así que pediré disculpas por adelantado ante mi ignorancia —“la ignorancia no tiene perdón”— pero... me comprometo a que daré más de lo mejor de mí para poder complacer sus exigencias —“que son muchas”—, y a la vez aprender todo lo necesario para poder llevar esto a cabo. —“¿Quieres también besar mi mano como al Papa? Te lo permito”—. Así que le escucho. —“Oh, ¿ya terminaste? Me estaba aburriendo.”
Se esmeró en escuchar su palabrería insulsa e innecesaria, dándole poca aportación a lo qué él ya conoce y supone. Su mano diestra, apartó del rostro de la muchacha el menú que la escondía de su mirada—. Si va a hablarme, míreme a la cara, de lo contrario, ignoraré lo que diga… ¿O no desea qué la tome en serio? —le contempló viperino, acentuando un suspenso aterrador—. Se lo dejaré pasar —acotó piadoso—. Espero, no cometa el mismo error otra vez… ¿Comprende? —Le rindió tributo a su notable personalidad tirana, emblemático en la rutina de hablar siempre con una voz moderada y profundamente apacible. De aquella que, a pesar de tener el dominio de sus emociones, al menor descuido podría sacarte los ojos con ése mismo tenedor que reposa a su lado en un brillo metálico y cándido.
Elevó su barbilla, tomándose el tiempo de elegir un aperitivo delicioso a su paladar, inmediatamente llamó al mozo con la mano.
—Pediré un fettuccine salmón y agua mineral, por favor. —La contempló distendido cómo si esperase que diera su orden, pero entonces, al fin habló—: Estaré dispuesto a tenerla conmigo en un contrato de tres meses. Si ve que no funciona —“mejor dicho, sí a mi no me funciona”—, podrá irse. Mi idea es que no repita como loro las composiciones de antaño, pues la sociedad de nuestros tiempos siempre está buscando refrescantes artistas, mucho más, los de la alta calumnia quiénes son muy excéntricos en gustos. Ya sabe, como el arte moderno de Pollock o Duchamp quiénes no escapan de nuestra atención. —Se acercó a ella en confidencia—. Quiero que revolucione a los violinistas de su tiempo. Que jóvenes como tú, se interesen realmente por vuestro arte. El suyo. No el de Mozart o Vivaldi… ¿Tiene algo para decir al mundo? Tendrá la oportunidad de decirlo, de gritarlo, si así quiere pensar. Yo me encargaré de la publicidad e imagen, usted pondrá su corazón y cabeza para componer… Si es qué sabe… —ladeó el rostro—. ¿Sabe, no? Si no es así, se le enseñará a su debido tiempo.
Adler R. Edelstein
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Re: The Devil Wants You —Priv.
Mi espalda se tensó de forma automática cuando el hombre apartó la carta de mis manos para que así no existiera obstáculo alguno entre nuestras miradas. No tuve de otra salvo encararle, con los ojos ligeramente abiertos por el asombro y, ¿por qué no?, el miedo. Tragué en seco ante sus palabras autoritarias y que no daban lugar a queja alguna, ¿qué podía hacer yo bajo esa situación que no fuera callar y obedecer? Asentí de forma casi imperceptible.
-L-lo lamento... no volverá a ocurrir -garanticé con suave voz.
Aquel hombre me recordaba a mi padre, los dos tenían esa habilidad de provocar que mi cuerpo temblara y obedeciera sin chistar cada una de sus órdenes como si fueran mandatos divinos y absolutos. Mi mente incluso se negaba a cooperar, había ya perdido la capacidad de razonar por mí misma y sólo me quedaba el dejarme llevar por aquella pesada y tensa marea que el otro imponía ante su paso. Lo más sensato sería disculparme, rechazar la oferta aun si quedaba como una tonta cobarde, y retirarme de allí lo más rápido posible. Nunca volver a saber de él ni que él supiera de mí. Sí, pero a veces lo más sensato no es lo que siempre sucede en la vida real, y por lo mismo es que mi cuerpo se negaba a moverse y se mantenía allí, cual hechizado bajo la presencia ajena. Yo no necesitaba a otro hombre como mi padre en mi vida, incluso el mirarle a los claros ojos azules me hacía doler las cicatrices de aquellos golpes que recibí en mi infancia, uno tras otro, dejando huella en lugares que no fueran visibles en público. Casi hasta podía apostar que el peso de la mano del señor Edelstein sería igual al que tuvo la mano de mi padre antaño, ¿pero por qué me obligaba a pensar de esta manera? Definitivamente la persona ante mí no era mi progenitor, ni mucho menos. Adler Edelstein no tendría motivos algunos para someterme de aquella forma, y el que su mirada y tono de voz me hicieran recordar mi niñez no era culpa ajena.
No, no había razón ni de temer ni de relacionar tan distintas circunstancias, él me estaba ofreciendo algo que no podía rechazar, una oportunidad de oro, y yo en verdad sería muy tonta de hacerme a un lado y dejarla ir sin más. El que hablara de aquella forma y se impusiera era lo más lógico del mundo, ¿no? Pues se trataba de un gran empresario, y los negocios en los que se encontraba inmiscuido le exigían cierta imponencia o en caso contrario no se trataría de un agente tan exitoso; su reputación se iría al pique. De allí su personalidad, mas estaba segura que en el fondo era bueno, sólo endurecido por los años de trabajo en tan despiadado medio.... ¿O no?
Ladeé el rostro cuando el silencio volvió a reinar, tras haber mi acompañante solicitado la presencia del mesero y lanzado su orden. ¿Estaba esperando a que yo pidiera? Me puse nerviosa de repente, pues ni siquiera tiempo había tenido de mirar el contenido de la carta y temía el volver a tomar dicho objeto entre mis manos, pues no fuera a irritarse por ello. Justo cuando me debatía qué debía hacer, mi interlocutor continuó con su monólogo con respecto a qué esperaba de mí y lo que él me podía ofrecer a cambio. Le miré por un par de segundos, confundida. ¿Entonces no quería que ordenara nada? Eso me alivió de alguna forma, pues me quitaba la pena de cometer un nuevo error... a la vez que me daba la oportunidad de librarme de aquella entrevista lo más pronto posible. ¿Qué acaso no lo había dicho él al inicio de la conversación? Aquella sería una reunión rápida y concisa; no había necesidad de quedarse a comer en un restaurante tan lujoso y hacerle pagar por mí. Al fin y al cabo, nuestras economías seguían difiriendo por cantidades exorbitantes.
Asentí ante el final de sus requirimientos.
-Sí, sé componer... sin embargo mi vida consiste en trabajo y estudio desde hace varios años, por lo tanto nunca tuve tiempo de crear nada nuevo. Me es más sencillo practicar ejecutando lo ya existente... -mi timbre de voz era bajo, sonaba más a una disculpa que a una afirmación, pero era la verdad. Qué más quisiera yo de poder contar con un itinerario que me permitiera hacer lo que yo más quería con mi música. De repente me olvidé de lo intimidante que me resultaba el hombre ante mí y una cálida sonrisa asomó a mis labios al igual que un brillo entusiasta en mis verdes ojos. Me erguí en mi asiento, sintiéndome más segura de mí misma-. Me encantaría poder enseñarle algo creado por mí y ver si es de su agrado; ¿entonces el trato ya es un hecho? Porque aceptaré su propuesta de trabajo, señor Edelstein, y me comprometo a no defraudarle... No tengo ninguna objeción con sus términos.
Aquella persona parecía saber muy bien de lo que estaba hablando. Sólo esperaba poder resultar ser de algún beneficio y que mi música agradace a las generaciones consumidoras, o en caso contrario me vería inmiscuida en un gran lío. Aquel contrato me exigiría la mayor parte de mi tiempo, por lo que ya no podría trabajar de forma externa para conseguir dinero. Todo dependería ahora de mi talento... Podía hacerlo, yo sabía que podía.
-L-lo lamento... no volverá a ocurrir -garanticé con suave voz.
Aquel hombre me recordaba a mi padre, los dos tenían esa habilidad de provocar que mi cuerpo temblara y obedeciera sin chistar cada una de sus órdenes como si fueran mandatos divinos y absolutos. Mi mente incluso se negaba a cooperar, había ya perdido la capacidad de razonar por mí misma y sólo me quedaba el dejarme llevar por aquella pesada y tensa marea que el otro imponía ante su paso. Lo más sensato sería disculparme, rechazar la oferta aun si quedaba como una tonta cobarde, y retirarme de allí lo más rápido posible. Nunca volver a saber de él ni que él supiera de mí. Sí, pero a veces lo más sensato no es lo que siempre sucede en la vida real, y por lo mismo es que mi cuerpo se negaba a moverse y se mantenía allí, cual hechizado bajo la presencia ajena. Yo no necesitaba a otro hombre como mi padre en mi vida, incluso el mirarle a los claros ojos azules me hacía doler las cicatrices de aquellos golpes que recibí en mi infancia, uno tras otro, dejando huella en lugares que no fueran visibles en público. Casi hasta podía apostar que el peso de la mano del señor Edelstein sería igual al que tuvo la mano de mi padre antaño, ¿pero por qué me obligaba a pensar de esta manera? Definitivamente la persona ante mí no era mi progenitor, ni mucho menos. Adler Edelstein no tendría motivos algunos para someterme de aquella forma, y el que su mirada y tono de voz me hicieran recordar mi niñez no era culpa ajena.
No, no había razón ni de temer ni de relacionar tan distintas circunstancias, él me estaba ofreciendo algo que no podía rechazar, una oportunidad de oro, y yo en verdad sería muy tonta de hacerme a un lado y dejarla ir sin más. El que hablara de aquella forma y se impusiera era lo más lógico del mundo, ¿no? Pues se trataba de un gran empresario, y los negocios en los que se encontraba inmiscuido le exigían cierta imponencia o en caso contrario no se trataría de un agente tan exitoso; su reputación se iría al pique. De allí su personalidad, mas estaba segura que en el fondo era bueno, sólo endurecido por los años de trabajo en tan despiadado medio.... ¿O no?
Ladeé el rostro cuando el silencio volvió a reinar, tras haber mi acompañante solicitado la presencia del mesero y lanzado su orden. ¿Estaba esperando a que yo pidiera? Me puse nerviosa de repente, pues ni siquiera tiempo había tenido de mirar el contenido de la carta y temía el volver a tomar dicho objeto entre mis manos, pues no fuera a irritarse por ello. Justo cuando me debatía qué debía hacer, mi interlocutor continuó con su monólogo con respecto a qué esperaba de mí y lo que él me podía ofrecer a cambio. Le miré por un par de segundos, confundida. ¿Entonces no quería que ordenara nada? Eso me alivió de alguna forma, pues me quitaba la pena de cometer un nuevo error... a la vez que me daba la oportunidad de librarme de aquella entrevista lo más pronto posible. ¿Qué acaso no lo había dicho él al inicio de la conversación? Aquella sería una reunión rápida y concisa; no había necesidad de quedarse a comer en un restaurante tan lujoso y hacerle pagar por mí. Al fin y al cabo, nuestras economías seguían difiriendo por cantidades exorbitantes.
Asentí ante el final de sus requirimientos.
-Sí, sé componer... sin embargo mi vida consiste en trabajo y estudio desde hace varios años, por lo tanto nunca tuve tiempo de crear nada nuevo. Me es más sencillo practicar ejecutando lo ya existente... -mi timbre de voz era bajo, sonaba más a una disculpa que a una afirmación, pero era la verdad. Qué más quisiera yo de poder contar con un itinerario que me permitiera hacer lo que yo más quería con mi música. De repente me olvidé de lo intimidante que me resultaba el hombre ante mí y una cálida sonrisa asomó a mis labios al igual que un brillo entusiasta en mis verdes ojos. Me erguí en mi asiento, sintiéndome más segura de mí misma-. Me encantaría poder enseñarle algo creado por mí y ver si es de su agrado; ¿entonces el trato ya es un hecho? Porque aceptaré su propuesta de trabajo, señor Edelstein, y me comprometo a no defraudarle... No tengo ninguna objeción con sus términos.
Aquella persona parecía saber muy bien de lo que estaba hablando. Sólo esperaba poder resultar ser de algún beneficio y que mi música agradace a las generaciones consumidoras, o en caso contrario me vería inmiscuida en un gran lío. Aquel contrato me exigiría la mayor parte de mi tiempo, por lo que ya no podría trabajar de forma externa para conseguir dinero. Todo dependería ahora de mi talento... Podía hacerlo, yo sabía que podía.
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