Heroes Endure Because We Need Them [Priv. Agnes]

Levantó uno de sus brazos, tapando sus ojos en cuanto levantó su atención al cielo y los rayos de luz de la mañana le golpearon en los ojos. Pensó que la luz filtrándose entre las hojas de los árboles se veía hermosa, pero tuvo que volver al frente su atención, esquivar un árbol en medio de su camino y avanzar. Había salido en silencio de su habitación, cargando con el estuche de su amado violín con él y, con el mayor sigilo posible salió sin que nadie se percatara, avanzando por su cuenta hacia los terrenos que lindaban con la academia. Realmente quería tocar, era simple su deseo, acostumbraba a hacerlo, en su habitación, en medio de la noche incluso. Nadie se quejaba, no, solo solía recibir la visita de Kath, o la de Ethan, sabía por sus pisadas quienes entrarían en su habitación, de hecho, sabía con certeza que si la puerta se abría sin aviso alguno, solo podía tratarse de su mejor amigo.

Pero debía recordar, recordar que esa era Italia, en Idarion, que Idarion nada tenía que ver con Londres, que los dormitorios nada tenían que ver con la antigua mansión Fairchild, que a diferéncia de ellos, seguramente los demás estudiantes le maldecirían por no poder conciliar el sueño tan temprano por la mañana. Pero no importaba, se había dado cuenta que habían lugares agradables donde poder asegurarse que no sería ningún tipo de molestia para ninguno de ellos y Ethan, si lo deseara, si se levantara más temprano de la cuenta de su cama, sabría donde encontrarlo, era, de alguna forma un escondite perfecto. Rodeó uno de los árboles más antiguos de aquél bosque en miniatura y tras unos pasos más al frente, ya lejos del sendero que llevaba a la academia, encontró aquello que parecía ser un antiguo teatro romano. Sonrió para sus adentros y de un salto bajó a las escaleras que descendían paulatinamente hacia el centro. Quizás buscaría en algún libro acerca de ese lugar, quizás estaba pisando historia y él ni podía imaginarse aquello.

Pero era un lugar perfecto, alejado lo suficiente de los dormitorios y de la misma academia para que su pequeño pasatiempo no molestara a nadie. De todas formas ¿Quién estaría vagando por esos lares un sábado por la mañana en vez de dormir? No parecía coherente que existiesen muchos otros extraños como él, pero en todo caso, tampoco le molestaba que los demás pudiesen escucharle. Dejó el estuche en el suelo, lo abrió y sonrió con cariño ante la madera deslumbrar por el sol del violín. Lo tomó con cuidado, como aquél que le profesaba un gran amor y, acercándose hacia el centro, con arco en mano y el violín en la otra. Lo levantó, apoyándolo sobre su hombro, lo sujetó con su cuello, en el que ya había un pequeño moretón por el uso, parte de su barbilla y mejilla se apoyaron en el soporte y levantó el arco con una pensativa expresión. Oh, bueno, pensar en que tocar a nada servía ¿Cierto? Al menos no con él, con quién nunca sirvió. Simplemente lo hacía, tocaba aquello que le antojara al momento, se tomaba esa libertad. Cerró sus ojos, escuchó el sisear del suave viento y empezó.

Y tocó, tocó sin miramiento, tocó con el alma, tocó esperando que alguien entendiese su melodía, porque entenderían su corazón, tocó sobre lo que recordaba, sobre la tristeza que una vez había sentido, sobre como, a pesar de todo habían logrado avanzar, solo porque tenía a alguien a su lado. Tocó sobre Ekatherine, y sobre Arthur, sobre como ellos los habían salvado y habían creado una nueva familia. Tocó para mantener el recuerdo de ellos dos vivos, porque sabía que a pesar de que estaban separados, ellos estarían ahí cuando volviesen, los abrazarían, los sonreiría como siempre hacían. Tocó sobre su primera impresión sobre aquella isla, sobre las malas bromas de su amigo y como le había mandado a callar. Así, a pesar de la melancólica melodía, había cierta fuerza en ella, cierto deseo de fortaleza, de quebrantar la tristeza, el pasado nefasto, rezar para un futuro mejor. Y a pesar de que continuó tocando, sintió el viento levantarse, llevar su melodía lejos y volvió a sonreír. Entonces, de la nada, un siseo le llegó, desvió su atención hacia él, sin dejar la melodía.

¿Ethan? — Inquirió con un amable tono de voz. Su melodía llegó a su final y retiró el arco de las cuerdas, bajándolo al son de sus ojos abrirse. Miró hacia el frente, con curiosidad pura reflejada en sus verdosas orbes.

Melodía: