Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
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Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Desde que había decidido torcer el rumbo oscuro de mi vida, las cosas habían comenzado a ir mejorando de a poco; sin embargo… aún me restaba un paso definitivo para lograr encaminar mi vida de la manera en que debía hacerlo.
Lamentablemente ese paso era el más difícil y malditamente doloroso, era el que implicaba atravesar la línea que trazaba mi cordura y resistencia.
Durante muchos años me había impuesto infranqueables barreras, había erigido infranqueables murallas para tratar de alejar a Odette de mi y mis sentimientos retorcidos; sin embargo había acabado dándome cuenta que esta clase de vida lejos suyo solo acababa por hundirme más y más.
Una parte de mi se sentía aterrada y confusa, esa mezquina parte no quería escuchar de ella y su prometido y de alguna manera se rehusaba a aceptar que ella fuera feliz con ese tipo algún día; mientras tanto mi otra parte anhelaba más que cualquier cosa que ella fuera feliz con cualquier persona lejos de mí, lejos de los secretos que guardaba y que solo le generarían dolor.
Con todo esto, estaba consciente de que aquel distanciamiento que había impuesto entre nosotros, también acabaría lastimándola… y maldito fuera el universo entero si yo estaba dispuesto a ser la razón de su tristeza alguna vez.
Después de días de constantes luchas contra mi mismo había resuelto la manera correcta en que debía seguir adelante; sabía que mis sentimientos no eran algo que pudiera ignorar o hacer a un lado de ninguna manera, sabía que estarían allí para torturar mi mente y mi espíritu en cada paso que yo diera, sabía que no podía huir de ellos y que estaba condenado a padecerlos en silencio; sin embargo con todo lo que sabía también era plenamente consciente de que aún más que mi caótico amor o mis celos descomunales, lo que me estaba matando era la distancia de Odette…
Quizás no lo hubiera pensado muy bien y estuviera a punto de cometer alguna nueva idiotez, pero necesitaba verla, toda mi alma me lo gritaba, mi cuerpo me lo exigía, mi cabeza me lo instigaba… Estaba completamente a la merced de aquella tormenta de emociones que me llevaban por una sola vía, solicitando un único precio a cambio: Fingir. Fingir que no moría de amor por aquella criatura; mentirle a ella, al mundo y a mí mismo que solo quería pasar tiempo a su lado como el hermano que la extrañaba y quería contarle sus desventuras para hacerla reír, el hermano mayor que la celaba de los hombres porque ella era la pequeña que había cuidado desde que llegó al mundo… pero todo eso solo eran viles embustes, no había una mínima porción de mi que fuera consciente de ella como una hermana menor; sin embargo era de la única manera en que podía estar cerca suyo y, al final, eso ameritaría el flagelo inhumano al que estaba a punto de someterme.
Sin dar más rodeos me tomé la mañana entera para preparar un cesto de picnic con los bocadillos más sencillos posibles, ya que no quería acabar intoxicando a Odette ni a mi mismo; cuando acabé guardé mi flauta en su estuche y metí este en la mochila con el resto de mis accesorios; definitivamente estaba dispuesto a hacer este día uno en que ella pudiera disfrutar por completo y no olvidarse nunca… quería pagar cualquier precio con tal de resarcir mis errores con ella, cuando se trataba de reportarle aunque fuera una ínfima pizca de alegría que provocara que aquella chispeante sonrisa se dibujara en sus labios, entonces hasta el mismo infierno estaría bien pagado.
Terminé todos los preparativos y raudamente dejé del departamento para subirme a mi Harley y conducir hacia el sitio donde sabía que ella estaba a esta hora un día como hoy. Tan a prisa como fui capaz atravesé la distancia hacia el condominio donde actualmente ella vivía con su prometido. Me anuncié en la entrada con el guardia de seguridad que me dejó pasar solo con señalar de quien era hermano. Ya dentro del predio seguí el camino hacia donde se alzaba el imponente edificio.
Bueno, no parece nada muy complejo –Sonreí para mi mismo buscando la escalera de emergencias y colocándome un arnés que llevaba en la mochila, todo fuera por evitar cruzarme con el insufrible Zuegg en la puerta y verme obligado a tener que saludarlo como si la sola idea de su existencia no me asqueara por completo.
Rápidamente me trepé a las escaleras hasta llegar al quinceavo y último piso, ya allí me deslicé de costado por la cornisa hasta encontrar la ventana del cuarto donde estaba mi hermana. Un nudo se me alojó en la garganta en cuanto la vi allí completamente absorta en un libro, cuyo título no alcancé a distinguir, por unos segundos me quedé inmóvil contemplando aquella visión, sin embargo tuve pronto un aviso de mi cerebro acerca de que en cualquier momento el muñeco de torta podía aparecerse y arruinarlo todo, de manera que enseguida llamé suavemente con los nudillos a la ventana hasta llamar la atención de Odette, que me miró como si yo fuera una aparición mientras corría a abrir el cristal para mi.
No tenemos mucho tiempo, déjale una nota al patán diciendo que saliste conmigo y que no se preocupe por ti… Tengo un plan que no puedo decirte pero estoy seguro de que no te negarías...
Susurro con la voz trémula extendiendo mi mano hacia ella, rogando en mi fuero interno que la tome pronto para poder escapar de allí de una vez por todas, dejando atrás; aunque sea por un día; todo lo que implica vivir siendo un Chrysomallis.
Lamentablemente ese paso era el más difícil y malditamente doloroso, era el que implicaba atravesar la línea que trazaba mi cordura y resistencia.
Durante muchos años me había impuesto infranqueables barreras, había erigido infranqueables murallas para tratar de alejar a Odette de mi y mis sentimientos retorcidos; sin embargo había acabado dándome cuenta que esta clase de vida lejos suyo solo acababa por hundirme más y más.
Una parte de mi se sentía aterrada y confusa, esa mezquina parte no quería escuchar de ella y su prometido y de alguna manera se rehusaba a aceptar que ella fuera feliz con ese tipo algún día; mientras tanto mi otra parte anhelaba más que cualquier cosa que ella fuera feliz con cualquier persona lejos de mí, lejos de los secretos que guardaba y que solo le generarían dolor.
Con todo esto, estaba consciente de que aquel distanciamiento que había impuesto entre nosotros, también acabaría lastimándola… y maldito fuera el universo entero si yo estaba dispuesto a ser la razón de su tristeza alguna vez.
Después de días de constantes luchas contra mi mismo había resuelto la manera correcta en que debía seguir adelante; sabía que mis sentimientos no eran algo que pudiera ignorar o hacer a un lado de ninguna manera, sabía que estarían allí para torturar mi mente y mi espíritu en cada paso que yo diera, sabía que no podía huir de ellos y que estaba condenado a padecerlos en silencio; sin embargo con todo lo que sabía también era plenamente consciente de que aún más que mi caótico amor o mis celos descomunales, lo que me estaba matando era la distancia de Odette…
Quizás no lo hubiera pensado muy bien y estuviera a punto de cometer alguna nueva idiotez, pero necesitaba verla, toda mi alma me lo gritaba, mi cuerpo me lo exigía, mi cabeza me lo instigaba… Estaba completamente a la merced de aquella tormenta de emociones que me llevaban por una sola vía, solicitando un único precio a cambio: Fingir. Fingir que no moría de amor por aquella criatura; mentirle a ella, al mundo y a mí mismo que solo quería pasar tiempo a su lado como el hermano que la extrañaba y quería contarle sus desventuras para hacerla reír, el hermano mayor que la celaba de los hombres porque ella era la pequeña que había cuidado desde que llegó al mundo… pero todo eso solo eran viles embustes, no había una mínima porción de mi que fuera consciente de ella como una hermana menor; sin embargo era de la única manera en que podía estar cerca suyo y, al final, eso ameritaría el flagelo inhumano al que estaba a punto de someterme.
Sin dar más rodeos me tomé la mañana entera para preparar un cesto de picnic con los bocadillos más sencillos posibles, ya que no quería acabar intoxicando a Odette ni a mi mismo; cuando acabé guardé mi flauta en su estuche y metí este en la mochila con el resto de mis accesorios; definitivamente estaba dispuesto a hacer este día uno en que ella pudiera disfrutar por completo y no olvidarse nunca… quería pagar cualquier precio con tal de resarcir mis errores con ella, cuando se trataba de reportarle aunque fuera una ínfima pizca de alegría que provocara que aquella chispeante sonrisa se dibujara en sus labios, entonces hasta el mismo infierno estaría bien pagado.
Terminé todos los preparativos y raudamente dejé del departamento para subirme a mi Harley y conducir hacia el sitio donde sabía que ella estaba a esta hora un día como hoy. Tan a prisa como fui capaz atravesé la distancia hacia el condominio donde actualmente ella vivía con su prometido. Me anuncié en la entrada con el guardia de seguridad que me dejó pasar solo con señalar de quien era hermano. Ya dentro del predio seguí el camino hacia donde se alzaba el imponente edificio.
Bueno, no parece nada muy complejo –Sonreí para mi mismo buscando la escalera de emergencias y colocándome un arnés que llevaba en la mochila, todo fuera por evitar cruzarme con el insufrible Zuegg en la puerta y verme obligado a tener que saludarlo como si la sola idea de su existencia no me asqueara por completo.
Rápidamente me trepé a las escaleras hasta llegar al quinceavo y último piso, ya allí me deslicé de costado por la cornisa hasta encontrar la ventana del cuarto donde estaba mi hermana. Un nudo se me alojó en la garganta en cuanto la vi allí completamente absorta en un libro, cuyo título no alcancé a distinguir, por unos segundos me quedé inmóvil contemplando aquella visión, sin embargo tuve pronto un aviso de mi cerebro acerca de que en cualquier momento el muñeco de torta podía aparecerse y arruinarlo todo, de manera que enseguida llamé suavemente con los nudillos a la ventana hasta llamar la atención de Odette, que me miró como si yo fuera una aparición mientras corría a abrir el cristal para mi.
No tenemos mucho tiempo, déjale una nota al patán diciendo que saliste conmigo y que no se preocupe por ti… Tengo un plan que no puedo decirte pero estoy seguro de que no te negarías...
Susurro con la voz trémula extendiendo mi mano hacia ella, rogando en mi fuero interno que la tome pronto para poder escapar de allí de una vez por todas, dejando atrás; aunque sea por un día; todo lo que implica vivir siendo un Chrysomallis.
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Me sentía extraña, y eso se debía principalmente a que tenía el resto del día libre, por más imposible que uno pudiera pensar. Ninguna sesión programada, ni una sola clase para ocupar mi tiempo y adelantar mis avances en el canto. No tenía nada, y eso me hacía sentir vacía de alguna forma. Pero como también era consciente que debía descansar para no terminar sobrexigiendo mi cuerpo, acepté esta situación de forma más resignada que de gusto, y me encerré en la habitación que había invadido en cuanto pisé por vez primera aquel departamento. El lugar era bastante extenso, moderno y no excento de comodidades... así que no podía entrarme en la cabeza que mi prometido tuviera sólo la opción de dormir en la sala, pero era algo que no me había preocupado en su momento, y que no me preocuparía ahora.
Las cosas con Dante estaban marchando mucho mejor de lo que cualquiera hubiera previsto, desde aquel día en la playa. ¿Quién hubiera pensado que en ese mismo iniciaríamos con una roptura de compromiso y finalizaríamos besándonos a pie de playa. Sólo de recordarlo me dejaba con la mente en blanco. Yo, que siempre había sentido repugnancia por cualquier cercanía con intenciones dudosas, ahora experimentaba una nueva emoción cada que mis labios rozaban con los del rubio italiano. Aquello era imcomprensible, pero cierto, y ese nudo que se me formaba en la garganta era muy difícil de tragar... ¿Qué me estaría pasando? ¿Acaso me estaba enamorando de él? Negué para mí, tratando de borrar esos pensamientos de mi mente. No descataría la opción, pero tampoco me atrevería a asegurarlo... no hasta que la convivencia entre ambos uniera más nuestro débil vínculo.
Lo primero que me cruzó por la mente fue pasar el resto del día en la ciudad, paseando por tiendas y viendo alguna película interesante en el cine. Incluso asistir por la noche a alguna función de teatro... Por lo general hacía esas cosas yo sola, pero justo ese día no me apatecía la soledad. Salí para ver si Dante se encontraba en casa y así invitarle a acompañarme, enterrando en lo más profundo de mi mente la idea de que aquello podría considerarse como una cita. Por fortuna el hombre estaba en casa, por desgracia lo vi tan ensimismado en lo que hacía en su compatudora que no fui capaz de interrumpirle. Al fin y al cabo ya sabía yo que trabajaba arduamente, un punto a favor que le reconocía aún si nunca lo había admitido en voz alta.
Fingí que había salido por algo de la cocina y regresé una vez más a la recámara con las manos vacías, y sin un plan en mente. Bueno, podía relajarme leyendo... El dilema era que no tenía nada concreto que leer y con el cual despejarme, por lo que no tuve mayor opción que tomar uno de teoría musical y enfrascarme con el sorfeo. No tenía muchas oportunidades para estudiar arduamente, debido a mis compromisos laborales, y mi deseo desde que tenía uso de razón era convertirme en una reconocida cantante de bel canto. Para ello no bastaba el talento, siempre lo tenía presente, y por ello saturaba mis horarios de ser necesario con tal de trabajar arduamente para conseguir mi meta impuesta desde la infancia, para superarme y mejorar. Tenía un amplio y muy extenuante, a la vez gratificante, camino por seguir. Esa siempre había sido mi motivación, y razón por la cual me había obligado a madurar aun sí sólo contaba con la edad mínima establecida para ser considerada adulta legal. Estaba saturada de responsabilidades, muchas que la mayoría de mis compañeros no podrían comprender, pero no me importaba si lo hacían. Mientras mis más allegados reconocieran mi esfuerzo... sería una victoria para mí.
En esto estaba cuando un sonido del exterior atrajo mi atención. Quedé en blanco al ver la silueta de mi hermano tras la ventana; al instante siguiente el pánico me hizo actuar con velocidad. Corrí a abrirle, pálida por el susto y con el asombro adornando mis facciones.
-¡Leandro! ¿Acaso estás loco? ¡¿Cómo se te ocurrió subirte por las escaleras de emergencia?! -recliminé, tratando de serenarme. Sin embargo mis ojos no mentían, y por estos comenzaba a reflejarse ya la alegría de verle. Desde hacía varios años nuestros encuentros eran escasos, pero no por ello carentes de emoción. Seguía amando a mi hermano de la misma forma que lo hacía cuando tenía cinco años, y eso jamás cambiaría. Sonreí, suspirando-, creo que es demasiado perdir que actúes como una persona normal y entres por la puerta como cualquiera lo haría... -apunto estuve de invitarlo a entrar cuando su propuesta me sorprendió. En un inicio le examiné como si no le reconociera- ¿De qué estás hablando? ¡Has perdido la cordura! ¿Cómo quieres que me fugue así, contigo, sin más? ¡Y por la ventana!
¿Y por qué no? Me pregunté de forma interna en cuanto terminé de soltar todo aquello. Era aún más madura para mi escasa edad, pero seguía siendo una joven después de todo. Le miré en silencio por un largo momento, después me mordí el labio, dubitativa, y eché un vistazo por encima de mi hombro, hacia donde estaba la puerta. Lo más honesto y correcto sería ir a avisarle directamente a Dante de mis planes, pero... ¿por qué no me apetecía hacerlo? ¿Por qué tenía esa necesidad insólita de, efectivamente, fugarme con el mayor y pasar el resto del día disfrutando de su compañía? Porque oportunidades como aquella no se presentaban dos veces, y era consciente de ello. Si la dejaba ir, no estaba segura de poder estar con mi hermano sin necesidad de protocolos absurdos en un futuro próximo. No necesité más tiempo para considerar la oferta.
Me alejé de la ventana hacia el escritorio, donde tomé un trozo de papel blanco y redacté una breve nota a mi prometido explicándole con quién estaría; una nota que, casi podía apostar, no sería leída por el otro habitante del piso. Estaba demasiado sumergido en su trabajo como para percatarse de mi ausencia, y por lo mismo fue que rechacé el llevar mi celular mas sí las llaves, por si acaso. Dinero dudaba necesitar... más le valía a Lyssandro llevar consigo, porque poco me apetecía quedarme varada en algún lugar por deudas. Confiaría en él, como siempre.
No me tomó más de tres minutos realizar todo esto; retorné a él y después le contemplé con la ceja enarcada por la incredulidad.
-Entonces, ¿esperas que baje por allí sin matarme? -inquirí a modo de pulla, pero ya en mi mente me había impuesto a que tomaría el riesgo. Había otra cosa, además, que me hacía ilusión-. Por cierto, ¿iremos en moto?
Amaba ese medio de transporte y la velocidad, cosa que se podía notar en el brillo ilusionado de mis ojos color miel.
Las cosas con Dante estaban marchando mucho mejor de lo que cualquiera hubiera previsto, desde aquel día en la playa. ¿Quién hubiera pensado que en ese mismo iniciaríamos con una roptura de compromiso y finalizaríamos besándonos a pie de playa. Sólo de recordarlo me dejaba con la mente en blanco. Yo, que siempre había sentido repugnancia por cualquier cercanía con intenciones dudosas, ahora experimentaba una nueva emoción cada que mis labios rozaban con los del rubio italiano. Aquello era imcomprensible, pero cierto, y ese nudo que se me formaba en la garganta era muy difícil de tragar... ¿Qué me estaría pasando? ¿Acaso me estaba enamorando de él? Negué para mí, tratando de borrar esos pensamientos de mi mente. No descataría la opción, pero tampoco me atrevería a asegurarlo... no hasta que la convivencia entre ambos uniera más nuestro débil vínculo.
Lo primero que me cruzó por la mente fue pasar el resto del día en la ciudad, paseando por tiendas y viendo alguna película interesante en el cine. Incluso asistir por la noche a alguna función de teatro... Por lo general hacía esas cosas yo sola, pero justo ese día no me apatecía la soledad. Salí para ver si Dante se encontraba en casa y así invitarle a acompañarme, enterrando en lo más profundo de mi mente la idea de que aquello podría considerarse como una cita. Por fortuna el hombre estaba en casa, por desgracia lo vi tan ensimismado en lo que hacía en su compatudora que no fui capaz de interrumpirle. Al fin y al cabo ya sabía yo que trabajaba arduamente, un punto a favor que le reconocía aún si nunca lo había admitido en voz alta.
Fingí que había salido por algo de la cocina y regresé una vez más a la recámara con las manos vacías, y sin un plan en mente. Bueno, podía relajarme leyendo... El dilema era que no tenía nada concreto que leer y con el cual despejarme, por lo que no tuve mayor opción que tomar uno de teoría musical y enfrascarme con el sorfeo. No tenía muchas oportunidades para estudiar arduamente, debido a mis compromisos laborales, y mi deseo desde que tenía uso de razón era convertirme en una reconocida cantante de bel canto. Para ello no bastaba el talento, siempre lo tenía presente, y por ello saturaba mis horarios de ser necesario con tal de trabajar arduamente para conseguir mi meta impuesta desde la infancia, para superarme y mejorar. Tenía un amplio y muy extenuante, a la vez gratificante, camino por seguir. Esa siempre había sido mi motivación, y razón por la cual me había obligado a madurar aun sí sólo contaba con la edad mínima establecida para ser considerada adulta legal. Estaba saturada de responsabilidades, muchas que la mayoría de mis compañeros no podrían comprender, pero no me importaba si lo hacían. Mientras mis más allegados reconocieran mi esfuerzo... sería una victoria para mí.
En esto estaba cuando un sonido del exterior atrajo mi atención. Quedé en blanco al ver la silueta de mi hermano tras la ventana; al instante siguiente el pánico me hizo actuar con velocidad. Corrí a abrirle, pálida por el susto y con el asombro adornando mis facciones.
-¡Leandro! ¿Acaso estás loco? ¡¿Cómo se te ocurrió subirte por las escaleras de emergencia?! -recliminé, tratando de serenarme. Sin embargo mis ojos no mentían, y por estos comenzaba a reflejarse ya la alegría de verle. Desde hacía varios años nuestros encuentros eran escasos, pero no por ello carentes de emoción. Seguía amando a mi hermano de la misma forma que lo hacía cuando tenía cinco años, y eso jamás cambiaría. Sonreí, suspirando-, creo que es demasiado perdir que actúes como una persona normal y entres por la puerta como cualquiera lo haría... -apunto estuve de invitarlo a entrar cuando su propuesta me sorprendió. En un inicio le examiné como si no le reconociera- ¿De qué estás hablando? ¡Has perdido la cordura! ¿Cómo quieres que me fugue así, contigo, sin más? ¡Y por la ventana!
¿Y por qué no? Me pregunté de forma interna en cuanto terminé de soltar todo aquello. Era aún más madura para mi escasa edad, pero seguía siendo una joven después de todo. Le miré en silencio por un largo momento, después me mordí el labio, dubitativa, y eché un vistazo por encima de mi hombro, hacia donde estaba la puerta. Lo más honesto y correcto sería ir a avisarle directamente a Dante de mis planes, pero... ¿por qué no me apetecía hacerlo? ¿Por qué tenía esa necesidad insólita de, efectivamente, fugarme con el mayor y pasar el resto del día disfrutando de su compañía? Porque oportunidades como aquella no se presentaban dos veces, y era consciente de ello. Si la dejaba ir, no estaba segura de poder estar con mi hermano sin necesidad de protocolos absurdos en un futuro próximo. No necesité más tiempo para considerar la oferta.
Me alejé de la ventana hacia el escritorio, donde tomé un trozo de papel blanco y redacté una breve nota a mi prometido explicándole con quién estaría; una nota que, casi podía apostar, no sería leída por el otro habitante del piso. Estaba demasiado sumergido en su trabajo como para percatarse de mi ausencia, y por lo mismo fue que rechacé el llevar mi celular mas sí las llaves, por si acaso. Dinero dudaba necesitar... más le valía a Lyssandro llevar consigo, porque poco me apetecía quedarme varada en algún lugar por deudas. Confiaría en él, como siempre.
No me tomó más de tres minutos realizar todo esto; retorné a él y después le contemplé con la ceja enarcada por la incredulidad.
-Entonces, ¿esperas que baje por allí sin matarme? -inquirí a modo de pulla, pero ya en mi mente me había impuesto a que tomaría el riesgo. Había otra cosa, además, que me hacía ilusión-. Por cierto, ¿iremos en moto?
Amaba ese medio de transporte y la velocidad, cosa que se podía notar en el brillo ilusionado de mis ojos color miel.
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
En un principio, al percibir su reacción escandalizada, llegué a creer que rechazaría la invitación volviendo a generarme un conflicto interno en el que en una pulseada, imprevisible, se enfrentaban la parte racional de mi, que me gritaba que eso era lo mejor para mi cordura y estaba agradecida de haberla podido ver solo unos segundos y haber sido capaz de demostrarle que no la había olvidado y dejado de lado... En el otro frente mi costado emocional se deshacía en agonía por el solo hecho de fantasear con sujetar su mano, me torturaba por ser estúpido y no haber hecho las cosas de una manera que no la alejara de mi...
No estaba seguro de quién estaba ganando en la puja constante; sin embargo no me hizo falta inclinarme por ninguna de las dos cuando de pronto ella me contempló con aquel pícaro brillo de resolución que consiguió que mi pulso se disparara como si estallara una maldita tonelada de dinamita dentro suyo.
Por un momento me sentí inseguro, por un momento me atreví a dudar de lo que quería, pero aún más importante que eso, sabía claramente lo que necesitaba, sabía que aunque me matara por dentro, la única forma de sentirme vivo era si la veía sonreír a mi lado, si podía brindarle un instante de alegría y hacerla sentir segura a mi lado... aún si fuera como su hermano mayor; como siempre debió haber sido; como nunca debió dejar de ser para mi... En ese instante de determinación no me importó que jamás fuera capaz de mirarme con los mismos ojos con que yo la veía... lo único relevante era que ella me estaba mirando... y que me estaba eligiendo, sin importar si lo merecía o no; al igual que había sido desde que tenía memoria, para ella yo siempre sería digno, sin importar lo que el resto del mundo dijera o pensara, sin importar lo que yo mismo supiera que no era; ella era en el mundo el único ser que incluso si conociera hasta la más oscura de mis miserias, jamás buscaría otra cosa que consolarme y aceptarme.
Sin poder reprimirme más sonreí al escuchar su aceptación, viendo como hace caso a mi capricho de dejar aquella nota para el cerdo de su prometido; la examino, atentamente, hasta que escucho su última pregunta señalando con la barbilla hacia abajo donde la Iron 883 nos esperaba, en respuesta.
-Por supuesto... Una fuga sin una motocicleta no es una fuga que valga la pena... - Le retruco parafraseando a uno de mis icónicos personajes favoritos.- Por lo demás no te preocupes... solo confía en mi.- Añado obsequiándole un guiño de confianza con mi ojo derecho
Mantengo mi mano estirada hasta que ella se decide a tomarla; sin mediar más tiempo para nada, reafirmo mi arnés y pinzo uno de los extremos al peldaño que tengo junto a la escalera más cercana; sin darme la oportunidad de pensar en sí sería incómodo o no, jalo de Odette hacia mi, aferrándola contra mi cuerpo con todas mis fuerzas, compruebo la fidelidad del arnés y enseguida quito mis pies de los escalones, permitiéndonos aventurar hacia el vacío en caída libre. Cuando el largo de la soga se agota, dándome un torpe jalón en el tórax, solo estamos a escasos tres metros del suelo, aproximadamente.
-Aquí tendrás que hacer tu parte y arrastrarte por mi cuerpo hacia abajo.- Era lo lógico, lo había visto en interminables películas de espionaje y sin embargo no pensé en lo que implicaba; en mi caso; hasta que ella tomó su actitud y haciendo gala del carácter que la identificaba comenzó a reptar ceremonialmente recorriendo la longitud de mi cuerpo... Maldije y bendije mi estatura por primera vez en mi vida, debido a eso parecía que aquel delicioso deslizamiento se hacía eterno; en especial durante los gloriosos segundos en que su pecho se arrastró por mis caderas, disparando todas las alertas de las pulsiones de mi líbido... Maldito fuera yo, enorme pervertido saco de basura; pero no podía negar que lo estaba disfrutando a pesar de que me torturara. Cuando llegó hasta mis rodillas, sus pies casi tocaban el suelo, inmediatamente me soltó y acto seguido yo me desprendí del arnés, dejándome caer ese último metro de distancia hacia el suelo, para luego guiarnos a prisa hasta la motocicleta. Allí le extendí el casco de emergencia para luego colocarme el mío y colgar mi mochila por delante de mi pecho.
-Sujetate bien el casco... -Le replico mientras me monto al vehículo encendiéndolo y aguardando, expectante, a que ella se monte.
No estaba seguro de quién estaba ganando en la puja constante; sin embargo no me hizo falta inclinarme por ninguna de las dos cuando de pronto ella me contempló con aquel pícaro brillo de resolución que consiguió que mi pulso se disparara como si estallara una maldita tonelada de dinamita dentro suyo.
Por un momento me sentí inseguro, por un momento me atreví a dudar de lo que quería, pero aún más importante que eso, sabía claramente lo que necesitaba, sabía que aunque me matara por dentro, la única forma de sentirme vivo era si la veía sonreír a mi lado, si podía brindarle un instante de alegría y hacerla sentir segura a mi lado... aún si fuera como su hermano mayor; como siempre debió haber sido; como nunca debió dejar de ser para mi... En ese instante de determinación no me importó que jamás fuera capaz de mirarme con los mismos ojos con que yo la veía... lo único relevante era que ella me estaba mirando... y que me estaba eligiendo, sin importar si lo merecía o no; al igual que había sido desde que tenía memoria, para ella yo siempre sería digno, sin importar lo que el resto del mundo dijera o pensara, sin importar lo que yo mismo supiera que no era; ella era en el mundo el único ser que incluso si conociera hasta la más oscura de mis miserias, jamás buscaría otra cosa que consolarme y aceptarme.
Sin poder reprimirme más sonreí al escuchar su aceptación, viendo como hace caso a mi capricho de dejar aquella nota para el cerdo de su prometido; la examino, atentamente, hasta que escucho su última pregunta señalando con la barbilla hacia abajo donde la Iron 883 nos esperaba, en respuesta.
-Por supuesto... Una fuga sin una motocicleta no es una fuga que valga la pena... - Le retruco parafraseando a uno de mis icónicos personajes favoritos.- Por lo demás no te preocupes... solo confía en mi.- Añado obsequiándole un guiño de confianza con mi ojo derecho
Mantengo mi mano estirada hasta que ella se decide a tomarla; sin mediar más tiempo para nada, reafirmo mi arnés y pinzo uno de los extremos al peldaño que tengo junto a la escalera más cercana; sin darme la oportunidad de pensar en sí sería incómodo o no, jalo de Odette hacia mi, aferrándola contra mi cuerpo con todas mis fuerzas, compruebo la fidelidad del arnés y enseguida quito mis pies de los escalones, permitiéndonos aventurar hacia el vacío en caída libre. Cuando el largo de la soga se agota, dándome un torpe jalón en el tórax, solo estamos a escasos tres metros del suelo, aproximadamente.
-Aquí tendrás que hacer tu parte y arrastrarte por mi cuerpo hacia abajo.- Era lo lógico, lo había visto en interminables películas de espionaje y sin embargo no pensé en lo que implicaba; en mi caso; hasta que ella tomó su actitud y haciendo gala del carácter que la identificaba comenzó a reptar ceremonialmente recorriendo la longitud de mi cuerpo... Maldije y bendije mi estatura por primera vez en mi vida, debido a eso parecía que aquel delicioso deslizamiento se hacía eterno; en especial durante los gloriosos segundos en que su pecho se arrastró por mis caderas, disparando todas las alertas de las pulsiones de mi líbido... Maldito fuera yo, enorme pervertido saco de basura; pero no podía negar que lo estaba disfrutando a pesar de que me torturara. Cuando llegó hasta mis rodillas, sus pies casi tocaban el suelo, inmediatamente me soltó y acto seguido yo me desprendí del arnés, dejándome caer ese último metro de distancia hacia el suelo, para luego guiarnos a prisa hasta la motocicleta. Allí le extendí el casco de emergencia para luego colocarme el mío y colgar mi mochila por delante de mi pecho.
-Sujetate bien el casco... -Le replico mientras me monto al vehículo encendiéndolo y aguardando, expectante, a que ella se monte.
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Miré por encima de su cabeza hacia donde él había indicado, muchos metros por debajo de nosotros, y una radiante sonrisa volvió a iluminar mi rostro en cuanto pude vislumbrar la silueta de lo que era la motocicleta que le pertenecía a mi hermano, aparcada en la acera. Adoraba ese medio de transporte en específico, me encantaba sentir el viento azotando mis facciones a una velocidad inconmesurable y si a todo eso se le sumaba la maravillosa presencia de mi amado hermano, se tenía por resultado una de los mejores momentos que podría tener. ¿Quién iba a pensar que mi día pacífico daría un giro de más de 360°? A estas alturas comenzaba a creer que el destino sabía acomodar muy bien los hilos para que las cosas estuvieran en su lugar en el momento indicado, porque no podía adjudicárselo sólo a la casualidad que, justo ese día, lo tuviera disponible y que fuera hoy preciso cuando Leandro decidiera hacer acto de presencia, de aquella forma tan original y sin protocolo alguno que interviniera para limitar nuestras acciones. Por hoy no era Odette Chrysomallis, hija de una prestigiosa y acaudalada familia griega, ni tampoco la reconocida modelo que debía guardar las apariencias para no arruinar su imagen tanto física como pública. No, hoy sólo era Odette, la hermana de Lyssandro, y él sólo sería Lyssandro y no el recto heredero que todo el mundo le pedía ser.
-Siempre he confiado en ti, Leandro -le respondí ante su petición, mirándole a los ojos de forma profunda y sincera. No, no le mentía y nunca lo haría frente a él. Para mí él era lo único verdadero y tangible que tenía, aquella ancla que me ayudaba a mantenerme aterrizada aún si las circunstancias deseaban tenerme a la deriva. Siempre había sido así, desde que tenía uso de razón. Sólo en él podía contar, a sabiendas que nunca me traicionaría ni lastimaría. Nunca fingiría para satisfacerme ni complacerme, sino que seguiría siendo él... y mientras así fuera, yo podría mostrar siempre mi verdadero ser.
Sin poner en duda sus acciones, ni tampoco razonando en lo peligroso que estas podrían resultar, terminé librando el alféizar de la ventana, con ayuda suya, y cerrando la ventana tras de mí. No era como si me preocupara realmente si alguien pudiese llegar a entrar por ese medio para robar en el departamento de Dante, pero tomando en cuenta que como mi hermano habían muchos más igual de locos que él, mejor sería no arriesgarse a poner en riesgo propiedad ajena. Me aferré a su cuello con fuerza, aprovechando que él igual me sujetaba de la cintura, y sin previo aviso el mayor permitió que ambos cayeramos al vacío. Escondí mi rostro en su cuello, aferrándome con ahínco a su cuerpo para no ocasionar un accidente que ambos preferiríamos evitar, y me permití lanzar sobre su piel un jadeo de asombro que disimulaba en algo aquel pánico del que era víctima en ese instante. Amaba la velocidad, pero no podía decir exactamente lo mismo con las alturas, y una caída desde allí pintaba muy poco grata.
Un fuerte tirón y un nuevo jadeo ahogado por mi parte fueron las señales de que nuestro descenso había finalizado y que nos manteníamos suspendidos del suelo por escaso metro gracias al arnés que Lyssandro llevaba consigo. Al fin me animé a separar mi cuello del cuerpo contrario y a mirarle con confusión ante aquella indicación tan poco sensata. Pero siendo realistas, ¿qué, de todo lo que había sucedido hasta ahora, había sido sensato?
-¡¿Qué?! -me permití al fin soltar cuando mi cerebro terminó de analizar lo que se esperaba de mí. ¡¿Reptar cual víbora por el cuerpo de mi hermano?! ¿Que el mastodonte al cual me encontraba abrazada no se había dado cuenta que llevaba tacones de más de diez centímetros y que me sería imposible caer con estabilidad al suelo bajo esas circunstancias? Lancé un suspiro resignado cuando lo único que vi en su mirada fue resolución. Que le dieran, estaba loco-. Ya voy, pues... pero después no te quejes de que te clave las uñas en lugares poco sospechados -le advertí con malicia antes de iniciar con mi descenso, buscando asegurar mis agarres en zonas de su cuerpo que no fueran incómodas para él... pero no se podía evitar que entre ambos existieran roces que tal vez fueran pocos gratos. Su culpa, no mía-. ¡Lo siento! -mascullé cuando tuve que sujetarme con fuerza a su parte trasera al sentir que daba un resbalón no deseado. Ya casi estaba...
Cuando me encontraba abrazada a sus rodillas pude captar, por el rabillo del ojo, que el suelo ya no estaba muy lejos de mis pies y me permití soltarme cuando los tacones rozaron la superficie. Estuve a punto de perder el equilibrio ante la poca estabilidad que brindaba el calzado, pero me apoyé de uno de los pies del rubio para recuperarme. Cuando me sentí segura, pude lanzar al final un suspiro de total alivio. ¡Tierra! ¡Al fin tierra! Tenía que recordarme más seguido de no hacerle segunda a aquel papanatas...
Me retiré para qué él pudiera dejarse caer y no pude hacer otra cosa que no fuera encajar mi aguda mirada en el rostro de mi acompañante, con reproche. Sentía que mi corazón saldría de su lugar correspondiente, y todo a causa suya. Pero bueno, lo hecho estaba y por fortuna ninguno terminó muerto o con un pase directo al hospital, así que aquello podría contarse como una victoria. Una muy tétrica victoria...
Le seguí en silencio hacia donde tenía aparcada la moto y tomé el casco que me tendía, asintiendo.
-Sé ya lo que tengo que hacer, muchas gracias -no era como si estuviera enojada, pero no podía quitarme de la cabeza aquellos críticos momentos de descenso y en los cuales mi vida había pendido de un hilo, literal. Cuando él montó y acomodó frente a sí la mochila que traía consigo, hice lo mismo detrás de él, una vez con el casco asegurado sobre mi cabeza, y junté lo más posible mi cuerpo con el suyo, inclinando mi pecho hasta apoyarlo en la ancha espalda del mayor. Una vez asegurada, rodeando su cintura con ambos brazos míos, le di un ligero apretón con cariño-. ¡Listo!
Se podía notar por el matiz de mi voz, distorcionada gracias al casco que traía, que mi humor había cambiado radicalmente y que ahora sonreía.
Sin mayor preámbulos, Leandro puso en marcha la motocicleta y las ráfagas de viento que hacían ondear mi cabellera se intensificaron a medida que el otro aumentaba la velocidad. Me así con mayor fuerza a su cuerpo y traté de mirar por encima de su hombro. Estuve incluso tentada a soltarle para poder incoporarme y así ser capaz de apreciar el panorama que teníamos de frente, pero me resistí en pos de no afectar la actividad cardiáca de mi hermano. Reí, despreocupada. Fuera allí a donde fueramos, me daba igual, siempre que pudiera pasar el tiempo con él.
-Siempre he confiado en ti, Leandro -le respondí ante su petición, mirándole a los ojos de forma profunda y sincera. No, no le mentía y nunca lo haría frente a él. Para mí él era lo único verdadero y tangible que tenía, aquella ancla que me ayudaba a mantenerme aterrizada aún si las circunstancias deseaban tenerme a la deriva. Siempre había sido así, desde que tenía uso de razón. Sólo en él podía contar, a sabiendas que nunca me traicionaría ni lastimaría. Nunca fingiría para satisfacerme ni complacerme, sino que seguiría siendo él... y mientras así fuera, yo podría mostrar siempre mi verdadero ser.
Sin poner en duda sus acciones, ni tampoco razonando en lo peligroso que estas podrían resultar, terminé librando el alféizar de la ventana, con ayuda suya, y cerrando la ventana tras de mí. No era como si me preocupara realmente si alguien pudiese llegar a entrar por ese medio para robar en el departamento de Dante, pero tomando en cuenta que como mi hermano habían muchos más igual de locos que él, mejor sería no arriesgarse a poner en riesgo propiedad ajena. Me aferré a su cuello con fuerza, aprovechando que él igual me sujetaba de la cintura, y sin previo aviso el mayor permitió que ambos cayeramos al vacío. Escondí mi rostro en su cuello, aferrándome con ahínco a su cuerpo para no ocasionar un accidente que ambos preferiríamos evitar, y me permití lanzar sobre su piel un jadeo de asombro que disimulaba en algo aquel pánico del que era víctima en ese instante. Amaba la velocidad, pero no podía decir exactamente lo mismo con las alturas, y una caída desde allí pintaba muy poco grata.
Un fuerte tirón y un nuevo jadeo ahogado por mi parte fueron las señales de que nuestro descenso había finalizado y que nos manteníamos suspendidos del suelo por escaso metro gracias al arnés que Lyssandro llevaba consigo. Al fin me animé a separar mi cuello del cuerpo contrario y a mirarle con confusión ante aquella indicación tan poco sensata. Pero siendo realistas, ¿qué, de todo lo que había sucedido hasta ahora, había sido sensato?
-¡¿Qué?! -me permití al fin soltar cuando mi cerebro terminó de analizar lo que se esperaba de mí. ¡¿Reptar cual víbora por el cuerpo de mi hermano?! ¿Que el mastodonte al cual me encontraba abrazada no se había dado cuenta que llevaba tacones de más de diez centímetros y que me sería imposible caer con estabilidad al suelo bajo esas circunstancias? Lancé un suspiro resignado cuando lo único que vi en su mirada fue resolución. Que le dieran, estaba loco-. Ya voy, pues... pero después no te quejes de que te clave las uñas en lugares poco sospechados -le advertí con malicia antes de iniciar con mi descenso, buscando asegurar mis agarres en zonas de su cuerpo que no fueran incómodas para él... pero no se podía evitar que entre ambos existieran roces que tal vez fueran pocos gratos. Su culpa, no mía-. ¡Lo siento! -mascullé cuando tuve que sujetarme con fuerza a su parte trasera al sentir que daba un resbalón no deseado. Ya casi estaba...
Cuando me encontraba abrazada a sus rodillas pude captar, por el rabillo del ojo, que el suelo ya no estaba muy lejos de mis pies y me permití soltarme cuando los tacones rozaron la superficie. Estuve a punto de perder el equilibrio ante la poca estabilidad que brindaba el calzado, pero me apoyé de uno de los pies del rubio para recuperarme. Cuando me sentí segura, pude lanzar al final un suspiro de total alivio. ¡Tierra! ¡Al fin tierra! Tenía que recordarme más seguido de no hacerle segunda a aquel papanatas...
Me retiré para qué él pudiera dejarse caer y no pude hacer otra cosa que no fuera encajar mi aguda mirada en el rostro de mi acompañante, con reproche. Sentía que mi corazón saldría de su lugar correspondiente, y todo a causa suya. Pero bueno, lo hecho estaba y por fortuna ninguno terminó muerto o con un pase directo al hospital, así que aquello podría contarse como una victoria. Una muy tétrica victoria...
Le seguí en silencio hacia donde tenía aparcada la moto y tomé el casco que me tendía, asintiendo.
-Sé ya lo que tengo que hacer, muchas gracias -no era como si estuviera enojada, pero no podía quitarme de la cabeza aquellos críticos momentos de descenso y en los cuales mi vida había pendido de un hilo, literal. Cuando él montó y acomodó frente a sí la mochila que traía consigo, hice lo mismo detrás de él, una vez con el casco asegurado sobre mi cabeza, y junté lo más posible mi cuerpo con el suyo, inclinando mi pecho hasta apoyarlo en la ancha espalda del mayor. Una vez asegurada, rodeando su cintura con ambos brazos míos, le di un ligero apretón con cariño-. ¡Listo!
Se podía notar por el matiz de mi voz, distorcionada gracias al casco que traía, que mi humor había cambiado radicalmente y que ahora sonreía.
Sin mayor preámbulos, Leandro puso en marcha la motocicleta y las ráfagas de viento que hacían ondear mi cabellera se intensificaron a medida que el otro aumentaba la velocidad. Me así con mayor fuerza a su cuerpo y traté de mirar por encima de su hombro. Estuve incluso tentada a soltarle para poder incoporarme y así ser capaz de apreciar el panorama que teníamos de frente, pero me resistí en pos de no afectar la actividad cardiáca de mi hermano. Reí, despreocupada. Fuera allí a donde fueramos, me daba igual, siempre que pudiera pasar el tiempo con él.
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Conmocionado. Creo que era la única palabra que podía describir el estado en el que me encontraba sumido; a pesar de que me forzaba a actuar y hablar de manera natural, no estaba seguro de estar haciendo un buen trabajo.
La sucesión de los hechos recientes había hecho mella en mi interior mucho más de lo que me hubiera gustado y, muy a mi pesar, no era capaz de dejar de lado la sensación de las uñas de Odette hundiéndose en mi trasero; algo que podría resultar cómico y hasta anecdótico si yo no fuera el hermano, categóricamente jodido de la cabeza, que tenía pensamientos de índole romántica por su hermana menor.
Aún sin poder dejar de lado aquella sensación observé como Odette se colocaba el casco y su cabello bailaba por su espalda mientras se acercaba a mi. Mi corazón se detuvo cuando la sentí aferrarme con sus brazos por la cintura; definitivamente no había pensado bien en esto, pero ya estaba jugado y no habría nada que me detuviera; mucho más que esta agonía física mi mente me torturaría mucho más si seguía imponiéndome aquel régimen castrador que me obligaba a mantenerme alejado para conservar mi cordura… Empezaba a pensar que la cordura era algo bastante sobrevalorado ¿Qué tenía de malo enloquecer un poco? ¿Tan aberrante era el hecho de que deseaba sentirme vivo y no sobrevivir como por algo meramente instintivo? Al final no importaba cuan miserable me sintiera por esto o cuanto me torturara a diario, sabía que había un único bálsamo en el mundo capaz de traerme de regreso aún del pozo más hondo del infierno, y por ese instante de paz era capaz de condenarme por toda la eternidad de ser preciso.
Eso era lo que pensaba hasta que fui realmente consciente del cuerpo de Odette y todo comenzó a volverse un enredo en mi cabeza… De pronto todos mis sentidos fueron capaces de percibir con absoluta precisión cada milímetro de la cara interna de sus muslos pinzando mis caderas, la cálida sensación de sus pechos aplastándose contra mi espalda, del sonido de su respiración relajada haciendo eco en el interior del casco. Toda aquella composición de elementos sublimes parecía una receta para el desastre mientras le daba arranque a la Harley; sin embargo por encima de todos esos pensamientos retorcidos que disparaban las alarmas de mi cuerpo, retumbaban las palabras que ella me había dirigido antes, depositando toda su confianza en mi y, más allá de todo lo que pudiera sentir, aquel instinto protector prevalecía arrasando con todo lo demás por lo que en este momento, en que su vida y su bienestar de alguna manera estaban en mis manos, no me permitiría fallarle; por sobre todas las cosas me encargaría de que ella llegara sana y salva a nuestro destino.
Dejamos atrás aquel enorme y lujoso condominio, saludando al guardia que montaba vigilancia en la entrada, pronto nos sumergimos en aquel mar de tránsito en el que cuidadosamente debí eludir coches, autobuses, camiones y demás vehículos hasta que por fin logramos salir a la autopista donde finalmente pude aumentar la velocidad. La adrenalina aumentó en mi sangre generándome una nueva comodidad, acompañada de absoluta tranquilidad; me sentía seguro y estable, pero por sobre todas las cosas libre… Y no era solo la sensación física de estar conduciendo a casi 130 km/h, provocando que las ráfagas de viento me azotaran como si estuviera volando… Sino que se debía a aquella sensación de absoluto desentendimiento por dejar atrás el sitio que representaba todo aquello que me alejaba de Odette; por fin la tenía conmigo y la haría parte de un mundo donde solo existiéramos los dos… ningunos padres, ningún prometido, ningún vicio ni posición social… nada en absoluto más que nosotros dos y aquella secreta complicidad que siempre habíamos compartido aún en la insondable distancia que durante años yo había impuesto entre nosotros con el fin de intentar olvidarla o al menos no hacerle daño con mi conducta desviada… pero ya no era un adolescente fuera de control, por fin empezaba a ser un hombre; uno con el suficiente autocontrol y sentido del buen juicio como para no permitir que mis deseos más oscuros nublaran aquello que era más importante que cualquier cosa en el cosmos: La felicidad de mi hermana.
Durante un largo trecho aquella sensación prevaleció en mi mente y a veces me obligaba a concentrarme en ella, sobre todo en los momentos en que el cuerpo de Odette se ceñía a mí como si pudiéramos fusionarnos en un solo ser para mantenernos a salvo… ¡Qué más hubiera deseado yo que poder darle eso! La seguridad de que jamás nada ni nadie iban a dañarla o interponerse en su camino… pero en el fondo sabía bien que eso era solo una ilusión; más tarde o más temprano habría otra persona que se encargaría de velar por ella día y noche, que la protegería de cualquier cosa y sería para ella lo más digno de ser protegido; y allí estaría yo, obligándome a sonreír por su felicidad mucho más allá de mi egoísmo rastrero… Así sería. Lo había aprendido a aceptar con el tiempo y por eso disfrutaba de momentos como este como si fueran el máximo estado de felicidad alcanzable para mí.
Mucho más allá de la intimidad que confería, físicamente, la postura que adoptábamos (especialmente cuando inclinaba, ligeramente, la moto hacia un costado) la inmensa cercanía espiritual que generaba aquella confianza inclaudicable que ella me había ofrendado era suficiente para que en aquel momento yo me sintiera la persona más cercana a su alma.
No fui muy consciente de cómo transcurrieron las horas mientras dejábamos atrás el tejido urbano de Idarion, solo supe que cuando quise concentrarme en algo más que nosotros, la ruta ya era una extensión algo derruida y descuidada que me obligó a bajar considerablemente la velocidad; pronto la espesura de los árboles y las inmensas montañas eran todo lo que envolvía aquel glorioso paisaje natural que, como ser espiritual, me generaba una plenitud magnífica. Ojalá Odette pudiera sentirse de la misma manera… aún no era del todo consciente de, hasta que punto, el estilo de vida que llevaba podría haber influenciado sus gustos y la felicidad que antaño obtenía del contacto con las maravillas de la naturaleza; sin embargo aún si había cambiado en algo, tenía la firme determinación de que este día fuera la suficientemente especial como para que recuperar su goce por aquel sencillo pero sublime paisaje.
Tardamos un poco en recorrer la distancia que nos separaba del destino final. Finalmente, cuando alcanzo a vislumbrar la rivera del Rio Addormentato, detengo la motocicleta posando los pies en el suelo y quitándome el casco.
-Llegamos… -Sonrío ampliamente girando mi rostro hacia ella, viéndola quitarse su propio casco, mientras agita la mata de cabello cobrizo provocándome un vuelco al corazón y disparando mi pulso, de manera que soy nuevamente consciente de nuestra cercana posición y eso provoca que mis mejillas se inyecten en rojo vivo- Y---ya puedes bajarte…-Murmuro sin poder evitar el creciente nerviosismo que comienza a agitarse en mi interior, revolviendo todas aquellas emociones que a duras penas conseguía mantener a raya. -
La sucesión de los hechos recientes había hecho mella en mi interior mucho más de lo que me hubiera gustado y, muy a mi pesar, no era capaz de dejar de lado la sensación de las uñas de Odette hundiéndose en mi trasero; algo que podría resultar cómico y hasta anecdótico si yo no fuera el hermano, categóricamente jodido de la cabeza, que tenía pensamientos de índole romántica por su hermana menor.
Aún sin poder dejar de lado aquella sensación observé como Odette se colocaba el casco y su cabello bailaba por su espalda mientras se acercaba a mi. Mi corazón se detuvo cuando la sentí aferrarme con sus brazos por la cintura; definitivamente no había pensado bien en esto, pero ya estaba jugado y no habría nada que me detuviera; mucho más que esta agonía física mi mente me torturaría mucho más si seguía imponiéndome aquel régimen castrador que me obligaba a mantenerme alejado para conservar mi cordura… Empezaba a pensar que la cordura era algo bastante sobrevalorado ¿Qué tenía de malo enloquecer un poco? ¿Tan aberrante era el hecho de que deseaba sentirme vivo y no sobrevivir como por algo meramente instintivo? Al final no importaba cuan miserable me sintiera por esto o cuanto me torturara a diario, sabía que había un único bálsamo en el mundo capaz de traerme de regreso aún del pozo más hondo del infierno, y por ese instante de paz era capaz de condenarme por toda la eternidad de ser preciso.
Eso era lo que pensaba hasta que fui realmente consciente del cuerpo de Odette y todo comenzó a volverse un enredo en mi cabeza… De pronto todos mis sentidos fueron capaces de percibir con absoluta precisión cada milímetro de la cara interna de sus muslos pinzando mis caderas, la cálida sensación de sus pechos aplastándose contra mi espalda, del sonido de su respiración relajada haciendo eco en el interior del casco. Toda aquella composición de elementos sublimes parecía una receta para el desastre mientras le daba arranque a la Harley; sin embargo por encima de todos esos pensamientos retorcidos que disparaban las alarmas de mi cuerpo, retumbaban las palabras que ella me había dirigido antes, depositando toda su confianza en mi y, más allá de todo lo que pudiera sentir, aquel instinto protector prevalecía arrasando con todo lo demás por lo que en este momento, en que su vida y su bienestar de alguna manera estaban en mis manos, no me permitiría fallarle; por sobre todas las cosas me encargaría de que ella llegara sana y salva a nuestro destino.
Dejamos atrás aquel enorme y lujoso condominio, saludando al guardia que montaba vigilancia en la entrada, pronto nos sumergimos en aquel mar de tránsito en el que cuidadosamente debí eludir coches, autobuses, camiones y demás vehículos hasta que por fin logramos salir a la autopista donde finalmente pude aumentar la velocidad. La adrenalina aumentó en mi sangre generándome una nueva comodidad, acompañada de absoluta tranquilidad; me sentía seguro y estable, pero por sobre todas las cosas libre… Y no era solo la sensación física de estar conduciendo a casi 130 km/h, provocando que las ráfagas de viento me azotaran como si estuviera volando… Sino que se debía a aquella sensación de absoluto desentendimiento por dejar atrás el sitio que representaba todo aquello que me alejaba de Odette; por fin la tenía conmigo y la haría parte de un mundo donde solo existiéramos los dos… ningunos padres, ningún prometido, ningún vicio ni posición social… nada en absoluto más que nosotros dos y aquella secreta complicidad que siempre habíamos compartido aún en la insondable distancia que durante años yo había impuesto entre nosotros con el fin de intentar olvidarla o al menos no hacerle daño con mi conducta desviada… pero ya no era un adolescente fuera de control, por fin empezaba a ser un hombre; uno con el suficiente autocontrol y sentido del buen juicio como para no permitir que mis deseos más oscuros nublaran aquello que era más importante que cualquier cosa en el cosmos: La felicidad de mi hermana.
Durante un largo trecho aquella sensación prevaleció en mi mente y a veces me obligaba a concentrarme en ella, sobre todo en los momentos en que el cuerpo de Odette se ceñía a mí como si pudiéramos fusionarnos en un solo ser para mantenernos a salvo… ¡Qué más hubiera deseado yo que poder darle eso! La seguridad de que jamás nada ni nadie iban a dañarla o interponerse en su camino… pero en el fondo sabía bien que eso era solo una ilusión; más tarde o más temprano habría otra persona que se encargaría de velar por ella día y noche, que la protegería de cualquier cosa y sería para ella lo más digno de ser protegido; y allí estaría yo, obligándome a sonreír por su felicidad mucho más allá de mi egoísmo rastrero… Así sería. Lo había aprendido a aceptar con el tiempo y por eso disfrutaba de momentos como este como si fueran el máximo estado de felicidad alcanzable para mí.
Mucho más allá de la intimidad que confería, físicamente, la postura que adoptábamos (especialmente cuando inclinaba, ligeramente, la moto hacia un costado) la inmensa cercanía espiritual que generaba aquella confianza inclaudicable que ella me había ofrendado era suficiente para que en aquel momento yo me sintiera la persona más cercana a su alma.
No fui muy consciente de cómo transcurrieron las horas mientras dejábamos atrás el tejido urbano de Idarion, solo supe que cuando quise concentrarme en algo más que nosotros, la ruta ya era una extensión algo derruida y descuidada que me obligó a bajar considerablemente la velocidad; pronto la espesura de los árboles y las inmensas montañas eran todo lo que envolvía aquel glorioso paisaje natural que, como ser espiritual, me generaba una plenitud magnífica. Ojalá Odette pudiera sentirse de la misma manera… aún no era del todo consciente de, hasta que punto, el estilo de vida que llevaba podría haber influenciado sus gustos y la felicidad que antaño obtenía del contacto con las maravillas de la naturaleza; sin embargo aún si había cambiado en algo, tenía la firme determinación de que este día fuera la suficientemente especial como para que recuperar su goce por aquel sencillo pero sublime paisaje.
Tardamos un poco en recorrer la distancia que nos separaba del destino final. Finalmente, cuando alcanzo a vislumbrar la rivera del Rio Addormentato, detengo la motocicleta posando los pies en el suelo y quitándome el casco.
-Llegamos… -Sonrío ampliamente girando mi rostro hacia ella, viéndola quitarse su propio casco, mientras agita la mata de cabello cobrizo provocándome un vuelco al corazón y disparando mi pulso, de manera que soy nuevamente consciente de nuestra cercana posición y eso provoca que mis mejillas se inyecten en rojo vivo- Y---ya puedes bajarte…-Murmuro sin poder evitar el creciente nerviosismo que comienza a agitarse en mi interior, revolviendo todas aquellas emociones que a duras penas conseguía mantener a raya. -
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Me encantaba aquella sensación, la furia del viento azotando nuestros cuerpos y provocando que mi cabellera se enredara sobre mi espalda; dejando tras de nosotros el panorama urbano y siendo este sustituido por un ambiente más rural a medida que avanzábamos tanto en trayecto como en horas. En determinado momento me permití cerrar los ojos, permitiendo que la adrenalina por la alta velocidad consumiera cada mínima terminación nerviosa de mi ser y trayendo como consecuencia un agradable escalofrío de gozo. Adoraba esto, adoraba aferrarme a la ancha espalda de mi hermano mientras nos dirigíamos a alta velocidad a un destino que sólo el mayor conocía, pero que a mí no me importaba siempre y cuando pudiera pasar el resto del día en su compañía. Era mi hermano, ¿qué podía decir? Le amaba y siempre había depositado toda mi confianza en él; sabía que jamás me traicionaría, no ahora, no él...
El transcurrir del tiempo pasó en completo silencio, o al menos eso entre ambos, pues el rugir de la máquina y el azote del viento siempre nos acompañaba como si fuera eterna música para nuestras acciones. En algún momento me permití soltar una risa cálida y jovial cuando Lyssandro hizo que la motocicleta se inclinara de forma casi imprudente, pero esto en lugar de asustarme, provocó diversión en mí. Aunque me sorprendí un poco cuando dejamos la carretera principal para desviarnos por una ruta de tierra y pedregada. Los árboles comenzaron a ser más recurrentes y llegó un punto en que fue difícil mantener la misma velocidad, por lo que mi hermano disminuyó la intencidad del viaje. Esto no me molestó, sino que aproveché para mirar a mi alrededor y apreciar el precioso panorama salvaje que nos acompañaba. Un vuelco dio mi corazón ante esta refrescante sensación de libertad, de saberme libre de las cadenas que me recluían a la ciudad y que no me permitían experimentar de mi espíritu aventurero. ¿Cómo pudo saber él que justo era lo que yo necesitaba? ¿Cómo...? Ambos eramos seres espirituales ligados a los bosques, y justo aquel paisaje era de mis favoritos por mucho. Y, como si pudiera leerme tan bien como solía hacerlo cuando éramos niños, ahora me traía a disfrutar de un momento íntimo con la naturaleza. El mejor regalo que jamás me pudo haber hecho.
-Adelphos...
Aún si no era capaz de escucharme debido a lo bajo que resultó ser mi susurro, opacado además por el casco que protegía mi cabeza, aún así eso no quitó que mi voz transmitiera sorpresa y admiración.
Cuando nos detuvimos, me quité el casco al igual que mi hermano, e hice un gesto negativo con mi cabeza para sacudir y acomodar mi larga cabellera rizada, que llevaba en esos momentos suelta y cayendo cual cascada por mi espalda. Miré a mi alrededor, totalmente abstraída por el panorama y olvidándome incluso de la presencia del rubio. Murmuré algo incomprensible, que pretendía ser una disculpa, cuando tarde llevé a cabo su petición de bajarme. Una vez que así lo hice, y de entregarle el casco a mi acompañante, di una vuelta sobre mí misma para poder abarcar todo cuanto se pudiera de aquel precioso espectáculo visual. Mi corazón, casi por hechizo mágico, disminuyó su acelerado latir debido a la adrenalina pasada, y ahora se acompasaba a los sonidos de la naturaleza. No lejos de allí se escuchaba el correr del agua, por lo que supuse que habría un río cerca. Cerré los ojos unos segundos, aspirando la frescura de aquel aire cargado de oxígeno, y después reí cual niña pequeña.
-Debiste advertirme que vendríamos a un lugar así, me hubiera cambiado de calzado -exclamé poco después de que estuve a punto de caerme al dar un paso sobre la tierra y encontrarme sólo inestabilidad en mi camino debido a las piedras, ramas y raíces de los árboles-. Pero tampoco lo lamento, me encantó la sorpresa -con desdén me deshice de las estorbosas zapatillas y anduve descalza, dando piruetas sobre mí misma cual cría y haciendo que mi cabellera ondeara con el viento. Mis mejillas estaban ruborizadas por la excitación.
Las ramitas y hojas secas herían las delicadas plantas de mis pies, pero eso no me podía importar ni en lo más mínimo. Con paso cuidadoso, grácil, me acerqué al árbol más cercano que resultó ser un viejo sauce. Apoyé primero la palma de mi mano sobre su rugosa corteza y alcé la mirada a su basta copa, como si estuviera comunicándome con el antiguo árbol. Justo en ese momento una fría ráfaga de viento se alzó, creando un sonido melodioso cuando pasó por las hojas de dicho ser vivo, y cerré los ojos. Mi espíritu se llenaba de gozo con sólo estar allí, aunque fuera por unos minutos solamente. Casi olvidaba la sensación que era estar dentro de mi elemento, siendo sustituido por la ajetreada vida citadina. No era justo, el que me olvidara de tomarme tiempos como ese para respirar y permitirme relajar como ahora lo hacía. Apoyé la frente sobre la corteza, sin quitar aún la mano de donde la había apoyado. Lágrimas de vergüenza y alegría rodaron por mis mejillas, escapando de mis ojos cerrados, y no hice nada por detenerlas. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Por qué el ocultar quién era? No podía, no podía negar a mi verdadera naturaleza estando allí, no podía seguir fingiendo protocolos sociales y conductas irreprochables. Allí no había quien me juzgara, ni quien criticara mi comportamiento. Tampoco allí tenía una imagen que mantener, pues mi alma estaba por completo al desnudo. Sólo por un instante ser yo, antes de volver a alzar todas aquellas barreras que solían mantenerme cautiva.
Incluso olvidé por unos momentos la presencia de mi hermano, y abrí los ojos con suavidad al percatarme de la otra existencia espiritual.
-Gracias... -susurré con voz cargada de emoción, volteé a verle por encima del hombro, sin apartarme del árbol, y le dediqué la más cálida y dulce de las sonrisas. Con lágrimas realzando el brillo de mis ojos amielados- ... gracias por recordarme que aún estoy viva, Leandro...
El transcurrir del tiempo pasó en completo silencio, o al menos eso entre ambos, pues el rugir de la máquina y el azote del viento siempre nos acompañaba como si fuera eterna música para nuestras acciones. En algún momento me permití soltar una risa cálida y jovial cuando Lyssandro hizo que la motocicleta se inclinara de forma casi imprudente, pero esto en lugar de asustarme, provocó diversión en mí. Aunque me sorprendí un poco cuando dejamos la carretera principal para desviarnos por una ruta de tierra y pedregada. Los árboles comenzaron a ser más recurrentes y llegó un punto en que fue difícil mantener la misma velocidad, por lo que mi hermano disminuyó la intencidad del viaje. Esto no me molestó, sino que aproveché para mirar a mi alrededor y apreciar el precioso panorama salvaje que nos acompañaba. Un vuelco dio mi corazón ante esta refrescante sensación de libertad, de saberme libre de las cadenas que me recluían a la ciudad y que no me permitían experimentar de mi espíritu aventurero. ¿Cómo pudo saber él que justo era lo que yo necesitaba? ¿Cómo...? Ambos eramos seres espirituales ligados a los bosques, y justo aquel paisaje era de mis favoritos por mucho. Y, como si pudiera leerme tan bien como solía hacerlo cuando éramos niños, ahora me traía a disfrutar de un momento íntimo con la naturaleza. El mejor regalo que jamás me pudo haber hecho.
-Adelphos...
Aún si no era capaz de escucharme debido a lo bajo que resultó ser mi susurro, opacado además por el casco que protegía mi cabeza, aún así eso no quitó que mi voz transmitiera sorpresa y admiración.
Cuando nos detuvimos, me quité el casco al igual que mi hermano, e hice un gesto negativo con mi cabeza para sacudir y acomodar mi larga cabellera rizada, que llevaba en esos momentos suelta y cayendo cual cascada por mi espalda. Miré a mi alrededor, totalmente abstraída por el panorama y olvidándome incluso de la presencia del rubio. Murmuré algo incomprensible, que pretendía ser una disculpa, cuando tarde llevé a cabo su petición de bajarme. Una vez que así lo hice, y de entregarle el casco a mi acompañante, di una vuelta sobre mí misma para poder abarcar todo cuanto se pudiera de aquel precioso espectáculo visual. Mi corazón, casi por hechizo mágico, disminuyó su acelerado latir debido a la adrenalina pasada, y ahora se acompasaba a los sonidos de la naturaleza. No lejos de allí se escuchaba el correr del agua, por lo que supuse que habría un río cerca. Cerré los ojos unos segundos, aspirando la frescura de aquel aire cargado de oxígeno, y después reí cual niña pequeña.
-Debiste advertirme que vendríamos a un lugar así, me hubiera cambiado de calzado -exclamé poco después de que estuve a punto de caerme al dar un paso sobre la tierra y encontrarme sólo inestabilidad en mi camino debido a las piedras, ramas y raíces de los árboles-. Pero tampoco lo lamento, me encantó la sorpresa -con desdén me deshice de las estorbosas zapatillas y anduve descalza, dando piruetas sobre mí misma cual cría y haciendo que mi cabellera ondeara con el viento. Mis mejillas estaban ruborizadas por la excitación.
Las ramitas y hojas secas herían las delicadas plantas de mis pies, pero eso no me podía importar ni en lo más mínimo. Con paso cuidadoso, grácil, me acerqué al árbol más cercano que resultó ser un viejo sauce. Apoyé primero la palma de mi mano sobre su rugosa corteza y alcé la mirada a su basta copa, como si estuviera comunicándome con el antiguo árbol. Justo en ese momento una fría ráfaga de viento se alzó, creando un sonido melodioso cuando pasó por las hojas de dicho ser vivo, y cerré los ojos. Mi espíritu se llenaba de gozo con sólo estar allí, aunque fuera por unos minutos solamente. Casi olvidaba la sensación que era estar dentro de mi elemento, siendo sustituido por la ajetreada vida citadina. No era justo, el que me olvidara de tomarme tiempos como ese para respirar y permitirme relajar como ahora lo hacía. Apoyé la frente sobre la corteza, sin quitar aún la mano de donde la había apoyado. Lágrimas de vergüenza y alegría rodaron por mis mejillas, escapando de mis ojos cerrados, y no hice nada por detenerlas. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Por qué el ocultar quién era? No podía, no podía negar a mi verdadera naturaleza estando allí, no podía seguir fingiendo protocolos sociales y conductas irreprochables. Allí no había quien me juzgara, ni quien criticara mi comportamiento. Tampoco allí tenía una imagen que mantener, pues mi alma estaba por completo al desnudo. Sólo por un instante ser yo, antes de volver a alzar todas aquellas barreras que solían mantenerme cautiva.
Incluso olvidé por unos momentos la presencia de mi hermano, y abrí los ojos con suavidad al percatarme de la otra existencia espiritual.
-Gracias... -susurré con voz cargada de emoción, volteé a verle por encima del hombro, sin apartarme del árbol, y le dediqué la más cálida y dulce de las sonrisas. Con lágrimas realzando el brillo de mis ojos amielados- ... gracias por recordarme que aún estoy viva, Leandro...
Odette Chrysomallis
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115
Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Atentamente observo el paisaje que nos envuelve, mis ojos siguen cada uno de los movimientos de Odette mientras bajo de la Iron, trabando su postura. Doy dos pasos dejando mi mochila y la cesta del picnic en el suelo junto a la corteza caída de un viejo árbol que había vivido una larga y prospera vida y ahora yacía allí llenándose de musgo y alimentando al suelo que durante décadas lo había alimentado a él.
No puedo evitar sonreír a medida que la veo prácticamente mimetizarse con aquel bosque que se extiende delante de nosotros, el sentir crujir la misma naturaleza debajo de sus pies me lleva a imitarla y descalzarme para también arremangar mis pantalones hasta las rodillas.
A medida que los minutos suceden, eternos y místicos aquella tranquilidad ancestral que albergan los elementos se va volviendo una parte de mi, a sí mismo puedo sentirla fluir en ella conectándonos con algo que está mucho más allá de la comprensión, algo eterno e inalcanzable.
Mi propio cuerpo se siente más ligero, como si la culpa y la tortuosa agonía que a diario me hostigaban, no existieran en aquel momento… como si no tuvieran cabida en aquella pequeña porción del universo de la que nos estábamos apropiando… Como si este fuera un pequeño retazo del mismo infinito que en su propia pequeñez fuera infinito también.
Por alguna razón la conexión espiritual con el bosque parecía llamarnos como si nos extrañara, como si sintiera que le habían quitado una parte de sí… Y era comprensible, el avance de la civilización urbana seguramente se hubiera cobrado una porción significante de aquella maravilla natural y aún más que seguro era que el bosque sentía con los propios espirituales de su origen, la misma conexión que nosotros sentíamos con él. Quizás esta fuera una de las pocas herencias de mi padre que realmente agradecía.
¿Sería que realmente el bosque podía percibir el alcance de nuestras penas y al penetrar en nuestro interior les ganara terreno generando aquel enorme alivio? Fuera lo que fuera aquella inconmensurable paz que me confería, la agradecía con toda el alma.
Estaba a punto de sentarme en el césped mientras Odette se comunicaba con aquel árbol, cuando de pronto la escuché hablarme. Por un segundo mi cuerpo se tensó. Guiado por mi propio impulso caminé hacia ella hasta pararme a su espalda, quedándome totalmente petrificado ante las palabras que me dedicó cuando giró la vista hacia mi. Mi alma recién restaurada se cayó a mis pies en mil fragmentos irregulares. Casi sin respiración, alcé mi mano hacia la suya, atrapándola contra aquel tronco, sólido y antiguo, contrayendo mis dedos logré que su propia mano se cerrara un poco contra el árbol mientras me reclinaba sobre ella, posando mi frente en su cabeza.
Mis sentidos espirituales y empáticos se habían disparado de una manera caótica, el flujo de sus lágrimas bastaba para inundarme de angustia. Lo último que quería lograr con esto era que ella llorara. Lo único que quería era que fuera feliz. Quería a esta mujer… la necesitaba… la amaba tanto que el resto del mundo se tornaba austero y banal en su insignificancia… todo desaparecía si Odette me dedicaba una sonrisa y así mismo todo se nublaba cuando su dolor opacaba sus gestos de alegría.
Cada una de sus palabras hizo mella en mi; de pronto todos los temores que tenía de que el rumbo de su vida la hubieran cambiado habían desaparecido; pero en su lugar habían instalado en mi pecho una sensación aún más devastadora. La idea de que aquel mundo regido por la superficialidad, aquel mundo que medía el valor de las personas por aquello que tenían o como lucían, aquel mundo de apariencias y frivolidad se estaba tragando el espíritu de Odette, estaba consumiendo y lastimando a mi tesoro más preciado, y ella estaba dispuesta a seguir permitiendo que él hiciera lo que quisiera con ella siempre y cuando le permitiera, alguna vez, realizar su anhelo…
Ese mundo que la utilizaba y se cobraba lo mejor de ella, la estaba destruyendo y ella era capaz de sonreír mientras se obligaba a cumplir con las expectativas de aquel mundo que no le devolvía nada que realmente la llenara como merecía. Solo por eso, no podía perdonar al mundo…
Quise gritar de frustración por eso, hubiera querido arrancarla de las fauces de esa bestia tirana que la tenía atrapada en una vorágine de obligaciones y compromisos desagradables, hubiera querido rogarle que dejara esa vida mientras me comprometía a madrugar cada día de mi vida para empapelar la ciudad con afiches de sus presentaciones, le quería jurar que haría lo mismo alrededor del mundo si fuera necesario… aún si eso suponía renunciar a mis horas de sueño; lo único que me interesaba era que ella pudiera hacer aquello que amaba desde siempre sin tener que sacrificar nada más; en especial a sí misma y su esencia como espiritual; en el proceso.
-Eso es algo que jamás debes olvidar… No importa cuánto se empeñen en intentar despojarte de ello, siempre defiende esta pequeña porción de ti ¿Sí? Más allá de todo... esto es lo que te conecta conmigo y a mí me conecta contigo… Y a la vez nos conecta con el mundo, con todo lo que es realmente valioso en él… Todo lo demás solo son espejismos, Det… Nunca dejes que esos espejismos te engañen. –Susurro besando su cabeza para luego caminar lentamente hacia el lago con ambas manos en los bolsillos laterales de mi pantalón, sonrío sumergiendo los pies en la orilla del río, sintiendo como aquella frescura me brinda un poco de nuevo alivio luego de tal debacle emocional que me había llevado.
- Ven aquí… -La llamo estirando mi mano hacia ella, mientras con mi mano libre hago un gesto en mi propio rostro para indicarle que seque sus lágrimas.- La Odette que yo conozco se burlaría de este mundo absurdo mientras lo pisotea con sus tacones de diez centímetros y le recuerda que ella está viva y que él no le va a pasar por encima… ¿Esa es mi hermana, no? –Río salpicándole agua con un pie cuando se acerca- Ups… lo siento- Digo entretenido aunque tanto mi tono como todo mi lenguaje corporal delataban que no lo lamentaba en absoluto.
- El río dijo que si te ibas a mojar mejor que fuera él y no tu llanto. Dice que no le gusta ver llorar a las niñas pequeñas… -Me mofo entretenido cruzando los brazos sobre el pecho, tratando de cambiar su estado de ánimo y el mío propio.-
No puedo evitar sonreír a medida que la veo prácticamente mimetizarse con aquel bosque que se extiende delante de nosotros, el sentir crujir la misma naturaleza debajo de sus pies me lleva a imitarla y descalzarme para también arremangar mis pantalones hasta las rodillas.
A medida que los minutos suceden, eternos y místicos aquella tranquilidad ancestral que albergan los elementos se va volviendo una parte de mi, a sí mismo puedo sentirla fluir en ella conectándonos con algo que está mucho más allá de la comprensión, algo eterno e inalcanzable.
Mi propio cuerpo se siente más ligero, como si la culpa y la tortuosa agonía que a diario me hostigaban, no existieran en aquel momento… como si no tuvieran cabida en aquella pequeña porción del universo de la que nos estábamos apropiando… Como si este fuera un pequeño retazo del mismo infinito que en su propia pequeñez fuera infinito también.
Por alguna razón la conexión espiritual con el bosque parecía llamarnos como si nos extrañara, como si sintiera que le habían quitado una parte de sí… Y era comprensible, el avance de la civilización urbana seguramente se hubiera cobrado una porción significante de aquella maravilla natural y aún más que seguro era que el bosque sentía con los propios espirituales de su origen, la misma conexión que nosotros sentíamos con él. Quizás esta fuera una de las pocas herencias de mi padre que realmente agradecía.
¿Sería que realmente el bosque podía percibir el alcance de nuestras penas y al penetrar en nuestro interior les ganara terreno generando aquel enorme alivio? Fuera lo que fuera aquella inconmensurable paz que me confería, la agradecía con toda el alma.
Estaba a punto de sentarme en el césped mientras Odette se comunicaba con aquel árbol, cuando de pronto la escuché hablarme. Por un segundo mi cuerpo se tensó. Guiado por mi propio impulso caminé hacia ella hasta pararme a su espalda, quedándome totalmente petrificado ante las palabras que me dedicó cuando giró la vista hacia mi. Mi alma recién restaurada se cayó a mis pies en mil fragmentos irregulares. Casi sin respiración, alcé mi mano hacia la suya, atrapándola contra aquel tronco, sólido y antiguo, contrayendo mis dedos logré que su propia mano se cerrara un poco contra el árbol mientras me reclinaba sobre ella, posando mi frente en su cabeza.
Mis sentidos espirituales y empáticos se habían disparado de una manera caótica, el flujo de sus lágrimas bastaba para inundarme de angustia. Lo último que quería lograr con esto era que ella llorara. Lo único que quería era que fuera feliz. Quería a esta mujer… la necesitaba… la amaba tanto que el resto del mundo se tornaba austero y banal en su insignificancia… todo desaparecía si Odette me dedicaba una sonrisa y así mismo todo se nublaba cuando su dolor opacaba sus gestos de alegría.
Cada una de sus palabras hizo mella en mi; de pronto todos los temores que tenía de que el rumbo de su vida la hubieran cambiado habían desaparecido; pero en su lugar habían instalado en mi pecho una sensación aún más devastadora. La idea de que aquel mundo regido por la superficialidad, aquel mundo que medía el valor de las personas por aquello que tenían o como lucían, aquel mundo de apariencias y frivolidad se estaba tragando el espíritu de Odette, estaba consumiendo y lastimando a mi tesoro más preciado, y ella estaba dispuesta a seguir permitiendo que él hiciera lo que quisiera con ella siempre y cuando le permitiera, alguna vez, realizar su anhelo…
Ese mundo que la utilizaba y se cobraba lo mejor de ella, la estaba destruyendo y ella era capaz de sonreír mientras se obligaba a cumplir con las expectativas de aquel mundo que no le devolvía nada que realmente la llenara como merecía. Solo por eso, no podía perdonar al mundo…
Quise gritar de frustración por eso, hubiera querido arrancarla de las fauces de esa bestia tirana que la tenía atrapada en una vorágine de obligaciones y compromisos desagradables, hubiera querido rogarle que dejara esa vida mientras me comprometía a madrugar cada día de mi vida para empapelar la ciudad con afiches de sus presentaciones, le quería jurar que haría lo mismo alrededor del mundo si fuera necesario… aún si eso suponía renunciar a mis horas de sueño; lo único que me interesaba era que ella pudiera hacer aquello que amaba desde siempre sin tener que sacrificar nada más; en especial a sí misma y su esencia como espiritual; en el proceso.
-Eso es algo que jamás debes olvidar… No importa cuánto se empeñen en intentar despojarte de ello, siempre defiende esta pequeña porción de ti ¿Sí? Más allá de todo... esto es lo que te conecta conmigo y a mí me conecta contigo… Y a la vez nos conecta con el mundo, con todo lo que es realmente valioso en él… Todo lo demás solo son espejismos, Det… Nunca dejes que esos espejismos te engañen. –Susurro besando su cabeza para luego caminar lentamente hacia el lago con ambas manos en los bolsillos laterales de mi pantalón, sonrío sumergiendo los pies en la orilla del río, sintiendo como aquella frescura me brinda un poco de nuevo alivio luego de tal debacle emocional que me había llevado.
- Ven aquí… -La llamo estirando mi mano hacia ella, mientras con mi mano libre hago un gesto en mi propio rostro para indicarle que seque sus lágrimas.- La Odette que yo conozco se burlaría de este mundo absurdo mientras lo pisotea con sus tacones de diez centímetros y le recuerda que ella está viva y que él no le va a pasar por encima… ¿Esa es mi hermana, no? –Río salpicándole agua con un pie cuando se acerca- Ups… lo siento- Digo entretenido aunque tanto mi tono como todo mi lenguaje corporal delataban que no lo lamentaba en absoluto.
- El río dijo que si te ibas a mojar mejor que fuera él y no tu llanto. Dice que no le gusta ver llorar a las niñas pequeñas… -Me mofo entretenido cruzando los brazos sobre el pecho, tratando de cambiar su estado de ánimo y el mío propio.-
Última edición por Lyssandro Chrysomallis el Mar Jun 07, 2016 5:56 am, editado 1 vez
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Volví a fijar la mirada al frente, perdiéndome en algún punto específico de la rugosa corteza pero con los pensamientos demasiado lejos de allí como para ser incluso atrapados. Nada dije ni tampoco reaccioné cuando sentí la presencia detrás mía y después su mano aferrando la mía contra el árbol. Cerré una vez más los ojos, con una expresión solemne y una sonrisa apenada; incliné el rostro hacia abajo para darle mayor comodidad al mayor, quien había apoyado su frente contra mi cabeza. Me permití enfrascarme en aquella nueva sensación, de sentir y canalizar la calidez ajena y hacerla propia al tanto que el ambiente natural fungía como único testigo de aquel encuentro entre dos seres que estaban unidos por lazos aún más sólidos y duraderos que los de la propia sangre. Las palabras sobraban en aquel momento, mientras fuera capaz de sentir la cercanía de Lyssandro nada me podría importar. Si no fuera porque tenía un objetivo marcado desde que era una niña, y que lucharía hasta desfallecer por conseguirlo, hubiera querido desear el quedarme así para siempre. No importaban los protocolos ni la falsa cortecía, tampoco interesaban los compromisos sociales ni las responsabilidades laborales ni familiares. Sólo nosotros, dos seres espirituales conectándose por la empatía en medio de aquel que era nuestro elemento. Yo no era Odette, ni tampoco él era Leandro. Eramos... seres vivos, que respiran, sienten y sueñan. Dos seres que, a pesar de las distintas circunstancias, eran capaces de comprenderse. O al menos eso era a lo que siempre me había aferrado. Una parte de mí, esa a la que ya había aprendido a acallar, no dejaba de susurrarme maliciosa al oído, restregándome el que yo nunca sería suficiente para satisfacer las necesidades de mi hermano, que este siempre escondía algo y de lo cual nunca me haría partícipe. Sabía de aquella barrera que nos separaba, aún si nuestros cuerpos se encuentraban ahora tan cerca que podíamos sentir el calor del contrario. De una barrera que prefería ignorar, pero que no por ello se convertía en inexistente.
Apreté con mayor fuerza las yemas de los dedos contra el árbol y mi ceño se frunció por la desesperación de saberme incapaz de adentrarme al corazón del mayor; cuando este susurró aquellas palabras de aliento y terminó por separarse, remarcando aún más esa veta infranqueable que nos separaba. Yo no me moví, no quise salir tan pronto de aquel torbellino de confusas y a la vez intensas emociones. Pero tarde o temprano debía enfrentarme a la realidad, y el preocupar a Lyssandro de más era imperdonable, así que terminé por separarme de aquel sauce y girar mi cuerpo hacia él para encararle justo en el momento en que fue capaz de percibir el chapoteo de sus pies descalzos contra el agua. Le seguí con la mirada, con una sonrisa adornando mi expresión pero con la mirada ausente, como si fuera más importante lo que había dentro del alma de mi hermano, y no este tangible. Negué con un gesto suave que hizo ondear mi cabellera sobre mis hombros, tras mirarlo. Me llevé la mano hacia los ojos y con delicadeza me enjugué las lágrimas que aún tenía atrapadas entre las oscuras pestañas.
-Te equivocas, no son lágrimas de pena... sino de felicidad -volví a alzar la mirada hacia su rostro, una vez más. Mi sonrisa de lo más sincera- en verdad me hizo muy feliz el estar aquí, junto a ti... -pero claro, no podíamos ninguno de los dos permitir el hundirnos en aquel vórtice de emociones y sentimimientos, tanto positivos como negativos, o después sería demasiado tarde para salir. Y fue justamente él quien rompió con aquella solemne atmósfera. Le dediqué una sonrisa de lo más socarrona al escucharle hablar de esa forma-. Con que niña pequeña, ¿eh?
De improviso y totalmente inesperado, inicié carrera para librar los escasos metros que me separaban del griego y arremetí contra este sin piedad, haciéndole perder el equilibrio para así ambos caer sobre la orilla del río y empapándonos en el proceso. Solté una jovial risa cuando el agua terminó de chapotear y así descubrir nuestra postura final: él tirado boca arriba sobre el río, sin estar hundido del todo por la escasa profundidad en esa zona; yo encaramada sobre él, sentada de cunclillas sobre su abdomen mientras me aferraba a los hombros de mi hermano con ambas manos. Mi rostro por encima del suyo, mirándole con intensidad y un brillo indescriptible en mis ojos almendrados. Mi cabello, enmarcando ambos lados de mi rostro y relamiendo la superfice cristalina, escurría gotas de agua. Me quedé unos segundos así, con la respiración parcialmente agitada y siendo esta notoria en el ir y venir de mi pecho; contemplándole en silencio.
Me incliné a él un poco más, con lentitud, hasta que mis labios fueron capaces de tocar la comisura de los de él, otorgándole un cariñoso y fugaz beso.
-Te amo, Adelphos... -susurré cuando me separé sólo lo suficiente para hacer que nuestras narices se rozaran en un cariñoso gesto, con la mirada clavada de nueva cuenta en los hazel de él- nunca lo olvides, que eres uno de los pocos factores que aún me mantienen con vida.
Y tras decir eso, me quité de encima suya sólo para arrastrarme hacia el centro del río y llegar a una profundidad adecuada para poderme sumergir, con todo y ropa, hacia las profundidades de las aguas mismas.
Ahora me asaltaba la duda... si no hubiera sido por él, ¿qué sería de mí ahora? Él me había brindado del apoyo necesario para hacer mis sueños realidad; sin él... ¿hubiera sido capaz de recorrer el mismo sendero que ahora me había fijado? ¿Hubiera tenido el coraje que hoy en día tenía para hacerlo? Ese valor que sólo él me había infundido en su momento...
Y ahora, algo dentro de mi quemaba con la peor de las penas al ser consciente que yo nunca podría ser un sostén para él, como él lo había sido, y seguía siendo, para mí...
Apreté con mayor fuerza las yemas de los dedos contra el árbol y mi ceño se frunció por la desesperación de saberme incapaz de adentrarme al corazón del mayor; cuando este susurró aquellas palabras de aliento y terminó por separarse, remarcando aún más esa veta infranqueable que nos separaba. Yo no me moví, no quise salir tan pronto de aquel torbellino de confusas y a la vez intensas emociones. Pero tarde o temprano debía enfrentarme a la realidad, y el preocupar a Lyssandro de más era imperdonable, así que terminé por separarme de aquel sauce y girar mi cuerpo hacia él para encararle justo en el momento en que fue capaz de percibir el chapoteo de sus pies descalzos contra el agua. Le seguí con la mirada, con una sonrisa adornando mi expresión pero con la mirada ausente, como si fuera más importante lo que había dentro del alma de mi hermano, y no este tangible. Negué con un gesto suave que hizo ondear mi cabellera sobre mis hombros, tras mirarlo. Me llevé la mano hacia los ojos y con delicadeza me enjugué las lágrimas que aún tenía atrapadas entre las oscuras pestañas.
-Te equivocas, no son lágrimas de pena... sino de felicidad -volví a alzar la mirada hacia su rostro, una vez más. Mi sonrisa de lo más sincera- en verdad me hizo muy feliz el estar aquí, junto a ti... -pero claro, no podíamos ninguno de los dos permitir el hundirnos en aquel vórtice de emociones y sentimimientos, tanto positivos como negativos, o después sería demasiado tarde para salir. Y fue justamente él quien rompió con aquella solemne atmósfera. Le dediqué una sonrisa de lo más socarrona al escucharle hablar de esa forma-. Con que niña pequeña, ¿eh?
De improviso y totalmente inesperado, inicié carrera para librar los escasos metros que me separaban del griego y arremetí contra este sin piedad, haciéndole perder el equilibrio para así ambos caer sobre la orilla del río y empapándonos en el proceso. Solté una jovial risa cuando el agua terminó de chapotear y así descubrir nuestra postura final: él tirado boca arriba sobre el río, sin estar hundido del todo por la escasa profundidad en esa zona; yo encaramada sobre él, sentada de cunclillas sobre su abdomen mientras me aferraba a los hombros de mi hermano con ambas manos. Mi rostro por encima del suyo, mirándole con intensidad y un brillo indescriptible en mis ojos almendrados. Mi cabello, enmarcando ambos lados de mi rostro y relamiendo la superfice cristalina, escurría gotas de agua. Me quedé unos segundos así, con la respiración parcialmente agitada y siendo esta notoria en el ir y venir de mi pecho; contemplándole en silencio.
Me incliné a él un poco más, con lentitud, hasta que mis labios fueron capaces de tocar la comisura de los de él, otorgándole un cariñoso y fugaz beso.
-Te amo, Adelphos... -susurré cuando me separé sólo lo suficiente para hacer que nuestras narices se rozaran en un cariñoso gesto, con la mirada clavada de nueva cuenta en los hazel de él- nunca lo olvides, que eres uno de los pocos factores que aún me mantienen con vida.
Y tras decir eso, me quité de encima suya sólo para arrastrarme hacia el centro del río y llegar a una profundidad adecuada para poderme sumergir, con todo y ropa, hacia las profundidades de las aguas mismas.
Ahora me asaltaba la duda... si no hubiera sido por él, ¿qué sería de mí ahora? Él me había brindado del apoyo necesario para hacer mis sueños realidad; sin él... ¿hubiera sido capaz de recorrer el mismo sendero que ahora me había fijado? ¿Hubiera tenido el coraje que hoy en día tenía para hacerlo? Ese valor que sólo él me había infundido en su momento...
Y ahora, algo dentro de mi quemaba con la peor de las penas al ser consciente que yo nunca podría ser un sostén para él, como él lo había sido, y seguía siendo, para mí...
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Todo me dio vueltas en el segundo en que perdí el equilibrio y caí al agua con Odette encima de mí. Luego el mundo comenzó a parecerme lejano… Como si todo lo que se dibujaba más allá de los bordes y cada vértice del cuerpo de mi hermana, se desenfocara por completo hasta desvanecerse. Por alguna infernal razón parecía que su cuerpo se ajustaba tan perfectamente a mí; mientras se apretaba a horcajadas en mi abdomen; tal como si hubiera sido moldeada para encajar allí y en ningún otro sitio. Eso hubiera querido creer; de ser así hubiera sido fácil asirla por la nuca, alzar mi rostro, atraerla hacia mí y apoderarme de sus labios de una forma en que ningún otro hombre los tomaría jamás; con sentimientos que ningún otro ser viviente podría igualar de ningún modo. Con ternura y arrebato, con ingenuidad y exigencia, con todos aquellas emociones caóticas que ella revolvía en mi interior haciendo que mi sangre erupcionara cual magma hirviente.
Cada uno de sus actos siguientes me dejó aún más helado. El instante en que sus labios rozaron la comisura de los míos, sencillamente cerré los ojos y dejé que mi mente se convenciera de que ese segundo no se terminaría nunca más. La caricia de sus labios era cálida y dulce, rápidamente se extendió por todo mi cuerpo calentando hasta el rincón más frío, mi mente se llenó de electricidad y toda mi sangre comenzó a correr más líquida disparando mi presión arterial, tanto que pude percibir el sonido de mi propio pulso dentro de mis oídos.
En solo un instante había pasado de estar completamente fundido con los elementos a fundirme con aquella única e inexorable emoción que estaba llevándome más allá de mis propios límites. Fue así hasta que aquellas palabras llegaron… Aquellas palabras que tenían igual facilidad para salvarme y condenarme con la misma rapidez. ‘Te amo, Adelphos…’, había susurrado y con ello acababa de abrir un agujero en mi alma que nunca sabría cómo llenar.
¿Y tú sabes cómo te amo yo a ti? ¿Sabes cómo vivo cada día solo por el hecho de que tú respiras? ¿Sabes cómo muero a cada segundo por saberte con otro hombre? ¿Sabes cómo agonizo por ser consciente de que jamás podré luchar por ti como un hombre… de que jamás podré gritarte estos sentimientos y hacerte feliz con ellos, llenando tu existencia de la misma manera en que tú llenas la mía cada vez que te permites sonreír como hace un rato? ¿Tienes idea de cómo me atormenta mi propia consciencia al gritarme que, sin importar cuán inmenso sea este sentimiento, jamás podría ser algo bueno para ti… Jamás podría hacer más que alejarnos… Jamás me podría permitir ser el primer y único hombre en tomar tu cuerpo y convertirlo en mi santuario? ¿Te lo imaginas, Odette? ¿Tan siquiera podrías puedes figurarte lo que eres capaz de desencadenar en un hombre débil como yo? Claro que no podrías hacerlo… Mira tu inocencia… Mira el ingenuo encanto con que la punta de su nariz roza la mía… contempla con cuanta algarabía proclamas tu amor fraternal, sin ser consciente del pecado que subyace tras el amor que te corresponde dentro de este corazón marchito por la angustia. ¿Cómo podría un ser como tú jamás, siquiera, imaginar tal transgresión?
Todas aquellas palabras murieron en mi garganta mientras ella se alejaba sumergiéndose más y más en aquel cuerpo de agua cristalina. Aún temblando por las recientes emociones que se agitaban en mi interior, me incorporé empapado yendo a su encuentro en el centro del río. Los rayos de sol se refractaban en su cabello y desde allí dibujaban destellos dorados en el agua; casi por instinto alcé mi mano para acariciar su pelo, acomodándole un mechón detrás de la oreja; probablemente hubiera matado por poderle gritar mis sentimientos en aquel momento; pero ese pensamiento murió tan rápido como todos los anteriores…
Yo no estaba allí para amarla como un hombre… Estaba allí para compartir este mundo con ella como su hermano mayor, y aún si jamás ella podía pensar en mí de otra manera, me conformaría con sentirme el ser más cercano a su alma algún día… Con tocar una parte de su corazón que nadie más podría tocar, que sería mía y solo mía para el resto de nuestras vidas e incluso en la eternidad que nos aguardaba cuando nuestros cuerpos volvieran a la madre tierra y nuestras almas se fundieran con los ancestrales espíritus del viento.
Apagando el interruptor del hombre que moraba en mi, dejo paso a aquel chico que sí podía hacerla feliz aunque fuera un rato… el que, como ella había señalado, era capaz de hacerla sentir viva.
-Lo que me has hecho es imperdonable… -Me acerco más a ella y, usando mi pierna para barrer las suyas, le hago perder la estabilidad logrando que se hunda por completo en el agua mientras uso mis manos para removerla allí abajo hasta que, luego de unos segundos, la veo salir agitada hacia afuera, mirándome con cara de muy pocos amigos.
Soy incapaz de contener la risa por su estado, en especial desde que percato que un pez se le ha quedado atorado entre los pechos y su aleta posterior se agita de un lado a otro mientras se asfixia entre aquellos simétricos montes. - ¡Mira lo que le estás haciendo a ese pobre cristiano! –Clamo señalando al pez mientras me doblo sobre mi mismo de la risa.
-¿Qué clase de abominable Ser Espiritual eres tú, eh? –Sigo diciendo entre risas sin poder evitar que una que otra lágrima me escurra por el rabillo del ojo derecho a causa de la gracia que me hacía la situación... algo que solo se agravó cuando ella fue a querer sacar el pez pero este insistentemente se removió allí y por encima se le enredó en los cabellos que le llovían sobre el pecho.- En serio, Det… no se a quién matarás primero: si al pez de la impresión o a mi de la risa. –Murmuro entretenido mientras ella libra aquella batalla, agradeciendo que finalmente haya podido dar lugar a este modo de acercarme a ella, de lo contrario ahora sería demasiado consciente de cómo su ropa se pegaba a sus perfectas curvas y se transparentaban haciendo visible la textura y color del encaje de su sujetador.
Quizás esta contención auto impuesta no durara mucho, pero mientras lo hiciera me ocuparía de recuperar ese lazo inquebrantable que nunca debí haber osado transgredir.-
Cada uno de sus actos siguientes me dejó aún más helado. El instante en que sus labios rozaron la comisura de los míos, sencillamente cerré los ojos y dejé que mi mente se convenciera de que ese segundo no se terminaría nunca más. La caricia de sus labios era cálida y dulce, rápidamente se extendió por todo mi cuerpo calentando hasta el rincón más frío, mi mente se llenó de electricidad y toda mi sangre comenzó a correr más líquida disparando mi presión arterial, tanto que pude percibir el sonido de mi propio pulso dentro de mis oídos.
En solo un instante había pasado de estar completamente fundido con los elementos a fundirme con aquella única e inexorable emoción que estaba llevándome más allá de mis propios límites. Fue así hasta que aquellas palabras llegaron… Aquellas palabras que tenían igual facilidad para salvarme y condenarme con la misma rapidez. ‘Te amo, Adelphos…’, había susurrado y con ello acababa de abrir un agujero en mi alma que nunca sabría cómo llenar.
¿Y tú sabes cómo te amo yo a ti? ¿Sabes cómo vivo cada día solo por el hecho de que tú respiras? ¿Sabes cómo muero a cada segundo por saberte con otro hombre? ¿Sabes cómo agonizo por ser consciente de que jamás podré luchar por ti como un hombre… de que jamás podré gritarte estos sentimientos y hacerte feliz con ellos, llenando tu existencia de la misma manera en que tú llenas la mía cada vez que te permites sonreír como hace un rato? ¿Tienes idea de cómo me atormenta mi propia consciencia al gritarme que, sin importar cuán inmenso sea este sentimiento, jamás podría ser algo bueno para ti… Jamás podría hacer más que alejarnos… Jamás me podría permitir ser el primer y único hombre en tomar tu cuerpo y convertirlo en mi santuario? ¿Te lo imaginas, Odette? ¿Tan siquiera podrías puedes figurarte lo que eres capaz de desencadenar en un hombre débil como yo? Claro que no podrías hacerlo… Mira tu inocencia… Mira el ingenuo encanto con que la punta de su nariz roza la mía… contempla con cuanta algarabía proclamas tu amor fraternal, sin ser consciente del pecado que subyace tras el amor que te corresponde dentro de este corazón marchito por la angustia. ¿Cómo podría un ser como tú jamás, siquiera, imaginar tal transgresión?
Todas aquellas palabras murieron en mi garganta mientras ella se alejaba sumergiéndose más y más en aquel cuerpo de agua cristalina. Aún temblando por las recientes emociones que se agitaban en mi interior, me incorporé empapado yendo a su encuentro en el centro del río. Los rayos de sol se refractaban en su cabello y desde allí dibujaban destellos dorados en el agua; casi por instinto alcé mi mano para acariciar su pelo, acomodándole un mechón detrás de la oreja; probablemente hubiera matado por poderle gritar mis sentimientos en aquel momento; pero ese pensamiento murió tan rápido como todos los anteriores…
Yo no estaba allí para amarla como un hombre… Estaba allí para compartir este mundo con ella como su hermano mayor, y aún si jamás ella podía pensar en mí de otra manera, me conformaría con sentirme el ser más cercano a su alma algún día… Con tocar una parte de su corazón que nadie más podría tocar, que sería mía y solo mía para el resto de nuestras vidas e incluso en la eternidad que nos aguardaba cuando nuestros cuerpos volvieran a la madre tierra y nuestras almas se fundieran con los ancestrales espíritus del viento.
Apagando el interruptor del hombre que moraba en mi, dejo paso a aquel chico que sí podía hacerla feliz aunque fuera un rato… el que, como ella había señalado, era capaz de hacerla sentir viva.
-Lo que me has hecho es imperdonable… -Me acerco más a ella y, usando mi pierna para barrer las suyas, le hago perder la estabilidad logrando que se hunda por completo en el agua mientras uso mis manos para removerla allí abajo hasta que, luego de unos segundos, la veo salir agitada hacia afuera, mirándome con cara de muy pocos amigos.
Soy incapaz de contener la risa por su estado, en especial desde que percato que un pez se le ha quedado atorado entre los pechos y su aleta posterior se agita de un lado a otro mientras se asfixia entre aquellos simétricos montes. - ¡Mira lo que le estás haciendo a ese pobre cristiano! –Clamo señalando al pez mientras me doblo sobre mi mismo de la risa.
-¿Qué clase de abominable Ser Espiritual eres tú, eh? –Sigo diciendo entre risas sin poder evitar que una que otra lágrima me escurra por el rabillo del ojo derecho a causa de la gracia que me hacía la situación... algo que solo se agravó cuando ella fue a querer sacar el pez pero este insistentemente se removió allí y por encima se le enredó en los cabellos que le llovían sobre el pecho.- En serio, Det… no se a quién matarás primero: si al pez de la impresión o a mi de la risa. –Murmuro entretenido mientras ella libra aquella batalla, agradeciendo que finalmente haya podido dar lugar a este modo de acercarme a ella, de lo contrario ahora sería demasiado consciente de cómo su ropa se pegaba a sus perfectas curvas y se transparentaban haciendo visible la textura y color del encaje de su sujetador.
Quizás esta contención auto impuesta no durara mucho, pero mientras lo hiciera me ocuparía de recuperar ese lazo inquebrantable que nunca debí haber osado transgredir.-
Última edición por Lyssandro Chrysomallis el Mar Jun 07, 2016 6:31 am, editado 1 vez
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Una vez que me sentí de cierta forma liberada, me impulsé hacia el exterior y mi cabeza rompió con la cristalina superficie del agua, tomando una bocanada de aire al hacerlo. Con cuidado pisé el fondo del río y me incorporé, con el agua llegándome casi al busto. Aquella sensación era sumamente refrescante, y había ayudado a que mi mente se despejara, en algo. Le dediqué una cálida sonrisa a Leandro cuando este se aproximó a donde yo y ayudó a acomodarme un mechón de mi cabellera tras mi oreja. Pero no me fue posible relajarme, no teniendo un hermano como aquel frente a mí. Primero fueron sus ojos, después el fondo del agua y aquel sacudir que no me permitió salir de inmediato de allí. Maldito bastardo, ya me las pagaría por eso. Logré patalear hasta alejarme un par de metros y cuando, de nueva cuenta, salí al exterior, le dediqué la peor de las venenosas miradas... o al menos eso hasta que sentí un extraño y desagradable cosquilleo entre mis senos, bajando en el acto la mirada hacia esa zona y encontrándome con la noticia de que un pez estaba allí, desesperado por liberarse de mi escote. Lancé un bufido de molestia cuando traté de quitarme al bendito animal, con las sonoras carcajadas del mayor replicando a lo largo y ancho del bosque. ¡Era un idiota!
Volví a bufar por sus palabras, y creí conveniente mejor guardar silencio, estaba segura que mi abogado me aconsejaría lo mismo antes de meterme en un lío legal por asesinar a mi propia sangre. ¡Pero si aquel animal era igual de estúpido que mi hermano! Estaba tratando de sacarlo y este venía a enredarse en mi cabellera, aquello era inaudito. En una molesta acción terminé por sumergirme hasta el cuello, sacudiendo mi blusa por debajo del agua hasta que sentí que, finalmente, pude deshacerme del molesto ser acuático. Una vez libre de aquella opresión, ahora tenía que hacerme cargo de otra. Mis ojos se centraron en el perfil de Lyssandro, que no dejaba de atacarse de la risa a causa mía. Mis mejillas enrojecieron por la vergüenza y el fastidio al ser el objeto de burla de mi acompañante.
-Vaya, es lindo ver que tienes esa capacidad de causar tanto escándalo -espeté, mordaz y con un tic sobre mi ojo izquierdo que no auguraba nada bueno. Pero no funcionaba, ni el sarcasmo conseguía calmar aquella rabia en mí que el otro había provocado, así que sólo le miré de forma desdeñosa antes de, con un rápido movimiento de brazo, arrojarle agua sobre el rostro para que esta entrara por su bocota abierta y así se atragantara. ¿Quién sabía? En una de esas conseguía que se ahogara allí mismo, justo final para un ser tan despreciable como él-. Eres un imbécil, que lo sepas. Mis padres escatimaron en neuronas para ti...
Después de decirle aquello de la forma más fría que pude, me di la vuelta y braceé hasta la orilla opuesta, reptando por esta hasta salir finalmente del río y alejarme con paso apresurado de allí, con la ropa completamente empapada y estilando agua; con mi cabellera adheriéndose a mi cuerpo y rostro. Sin importarme estar descalza, me adentré más en el bosque, apresurando el paso cada vez más en un intento desesperado por poner la mayor distancia entre nosotros. Con cada paso que daba me sentía liberada de la furia que me invadió no hacía mucho, y llegó un punto en que olvidé que aquello había iniciado por causa de mi indignación y ahora prometía convertirse en un divertido juego del escondite.
Cuando el follaje se hizo más espeso y encontré una enorme roca que serviría de refugio, sin dudarlo me escondí tras esta y dejé resbalar mi cuerpo húmedo por la superficie rugosa. Con el aliento agitado debido a la carrera, miré por encima de mi hombro para atisbar alguna señal de Leandro y así descubrir que aún no rondaba cerca de allí. Lancé un suspiro de alivio y una sonrisa traviesa iluminó mi expresión. Claro, porque en ese momento no podía siquiera pensar en el terrible hecho de que, en caso de no ser ubicada, yo no sería capaz de regresar al lugar donde nos habíamos instalado. En pocas palabras, estaba completamente perdida, pero de ello era ajena por el momento.
Cuando pasaron los minutos, volví a atisbar por encima del hombro, comenzando a preocuparme el que aún no hubiera muestra alguna de la presencia del rubio, cuando capté de manera fugaz y por el rabillo del ojo algo negro en la unión que formaba mi hombro con el cuello. Creyendo que se trataría de alguna basura adherida por la humedad, alcé mi brazo y di un manotazo para quitármela, pero esta no se separó de mi cuerpo. Por el contrario, la consistencia que había logrado percibir con el dorso de la mano hizo que un escalofrío recorriera toda mi espina dorsal. Con dedos temblorosos y con lentitud fui a inspeccionar aquella zona de mi cuerpo, rozando a penas con las yemas y tragando en seco al volver a sentir sobre la piel aquella viscosidad. Continué deslizando los dedos y me encontré no sólo con ese, sino con otros cuatro objetos extraños distribuidos por mi nuca, hombro, cuello y espalda. Mi rostro perdió todo color por la impresión de sentir como una de esas cosas se movía sutilmente ante mi tacto.
No podía ser cierto, ¿verdad? Acaso... ¿Acaso serían...?
¡¿Sanguijuelas?!
Grité con todas mis fuerzas, denotando terror y asco en mi desesperado alarido.
Volví a bufar por sus palabras, y creí conveniente mejor guardar silencio, estaba segura que mi abogado me aconsejaría lo mismo antes de meterme en un lío legal por asesinar a mi propia sangre. ¡Pero si aquel animal era igual de estúpido que mi hermano! Estaba tratando de sacarlo y este venía a enredarse en mi cabellera, aquello era inaudito. En una molesta acción terminé por sumergirme hasta el cuello, sacudiendo mi blusa por debajo del agua hasta que sentí que, finalmente, pude deshacerme del molesto ser acuático. Una vez libre de aquella opresión, ahora tenía que hacerme cargo de otra. Mis ojos se centraron en el perfil de Lyssandro, que no dejaba de atacarse de la risa a causa mía. Mis mejillas enrojecieron por la vergüenza y el fastidio al ser el objeto de burla de mi acompañante.
-Vaya, es lindo ver que tienes esa capacidad de causar tanto escándalo -espeté, mordaz y con un tic sobre mi ojo izquierdo que no auguraba nada bueno. Pero no funcionaba, ni el sarcasmo conseguía calmar aquella rabia en mí que el otro había provocado, así que sólo le miré de forma desdeñosa antes de, con un rápido movimiento de brazo, arrojarle agua sobre el rostro para que esta entrara por su bocota abierta y así se atragantara. ¿Quién sabía? En una de esas conseguía que se ahogara allí mismo, justo final para un ser tan despreciable como él-. Eres un imbécil, que lo sepas. Mis padres escatimaron en neuronas para ti...
Después de decirle aquello de la forma más fría que pude, me di la vuelta y braceé hasta la orilla opuesta, reptando por esta hasta salir finalmente del río y alejarme con paso apresurado de allí, con la ropa completamente empapada y estilando agua; con mi cabellera adheriéndose a mi cuerpo y rostro. Sin importarme estar descalza, me adentré más en el bosque, apresurando el paso cada vez más en un intento desesperado por poner la mayor distancia entre nosotros. Con cada paso que daba me sentía liberada de la furia que me invadió no hacía mucho, y llegó un punto en que olvidé que aquello había iniciado por causa de mi indignación y ahora prometía convertirse en un divertido juego del escondite.
Cuando el follaje se hizo más espeso y encontré una enorme roca que serviría de refugio, sin dudarlo me escondí tras esta y dejé resbalar mi cuerpo húmedo por la superficie rugosa. Con el aliento agitado debido a la carrera, miré por encima de mi hombro para atisbar alguna señal de Leandro y así descubrir que aún no rondaba cerca de allí. Lancé un suspiro de alivio y una sonrisa traviesa iluminó mi expresión. Claro, porque en ese momento no podía siquiera pensar en el terrible hecho de que, en caso de no ser ubicada, yo no sería capaz de regresar al lugar donde nos habíamos instalado. En pocas palabras, estaba completamente perdida, pero de ello era ajena por el momento.
Cuando pasaron los minutos, volví a atisbar por encima del hombro, comenzando a preocuparme el que aún no hubiera muestra alguna de la presencia del rubio, cuando capté de manera fugaz y por el rabillo del ojo algo negro en la unión que formaba mi hombro con el cuello. Creyendo que se trataría de alguna basura adherida por la humedad, alcé mi brazo y di un manotazo para quitármela, pero esta no se separó de mi cuerpo. Por el contrario, la consistencia que había logrado percibir con el dorso de la mano hizo que un escalofrío recorriera toda mi espina dorsal. Con dedos temblorosos y con lentitud fui a inspeccionar aquella zona de mi cuerpo, rozando a penas con las yemas y tragando en seco al volver a sentir sobre la piel aquella viscosidad. Continué deslizando los dedos y me encontré no sólo con ese, sino con otros cuatro objetos extraños distribuidos por mi nuca, hombro, cuello y espalda. Mi rostro perdió todo color por la impresión de sentir como una de esas cosas se movía sutilmente ante mi tacto.
No podía ser cierto, ¿verdad? Acaso... ¿Acaso serían...?
¡¿Sanguijuelas?!
Grité con todas mis fuerzas, denotando terror y asco en mi desesperado alarido.
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
No podía estarme ahogando peor de la risa. En serio llevaba demasiado tiempo sin poder experimentar un estado de semejante hilaridad. Aquel ahogamiento de pronto pasó a ser algo peor cuando Odette me salpicó agua de tal manera que esta pasó directamente a mi glotis, provocando que comenzara a toser, atrapando mi cuello entre mis manos mientras intentaba recuperar las respiración al tiempo que Odette se deshacía en reproches e insultos hacia mi persona (especialmente hacia mi inteligencia… o más bien la ausencia de ella).
Lo siguiente fue toda una visión digna de una fábula Homérica en la que una ninfa del bosque se escabullía, indignada, de un sátiro. Esa era mi hermana, ese era el carácter que había llevado a que dos personas tan estrictas como mis padres siempre dieran el brazo a torcer ante la insistencia de ella; porque si realmente eras una persona lo suficientemente astuta no querías desatar a la fiera implacable que moraba tras esa apariencia engañosamente angelical.
Decididamente solo un idiota de calibre titánico, como yo, podría haber provocado adrede a aquella mujer… Pero debía reconocerme que de alguna manera encontraba una morbosa satisfacción en sacarla de sus casillas de esta manera… de todos modos siempre habría tiempo para volver a estar bien…
Esos eran mis pensamientos, sin embargo cuando ella comenzó a alejarse más, una alarma se disparó dentro de mí. Por uno segundos le permitir escabullirse, creyendo ingenuamente que recularía y volvería a soltarme más agravios a la cara… más eso no sucedió, ella sencillamente desapareció entre el follaje y yo supe que debería ir tras ella o de lo contrario almorzaríamos a la hora de la cena.
Saliendo del agua comencé a seguir el camino por donde la había visto perderse, comencé a llamar su nombre insistentemente, todo de lo que era capaz era de repetirlo y seguir caminando mientras la buscaba y una sensación de malestar se instalaba en mi estómago ¿Será que había llevado las cosas demasiado lejos? De pronto no estaba del todo seguro de cual era la mejor manera de comportarme con ella, de qué tipo de cosas eran las que debía controlar y cuales dejar fluir naturalmente para que nuestra relación como hermanos no se arruinara… Aunque, al parecer, estaba hecho para echar a perder las cosas entre nosotros y eso me frustraba a un nivel profundo y doloroso.
La idea de no saber manejar sanamente el vínculo con mi persona más preciada, con aquella más cercana a mi corazón, era básicamente enfermante, me descomponía y me frustraba pues, siempre que intentaba dar un paso hacia Odette parecía que retrocedía tres y al final solo me hallaba más lejos. Solo conseguía catapultarme hacia una distancia en la que ella se me volvía más inalcanzable.
Aquellos pensamientos me devolvieron a un estado de malestar que no había sentido desde que habíamos arribado a este bosque. Pronto me encontraba sumido en la angustiante idea de que había jodido las cosas con Odette y me volvía a culpar por ello, por no ser capaz de regresar a aquel lejano tiempo en que estos sentimientos no eran de esta manera, en que la quería genuinamente como una hermana, el instante previo a que la sintiera mi mejor amiga y luego diera aquel paso sin retorno en el que acabé enamorándome de ella.
Quizás había cometido mil errores y me odiara por ellos… pero sencillamente no podía arrepentirme de mis sentimientos, no podía aborrecerlos a por mucho que intentara convencerme de que lo hacía… para mi, aquel amor era el motor de mi existencia y nadie podría menos que agradecer eso, aún si ese sentir estaba canalizado hacia la persona más equivocada del mundo, yo jamás podría sentir que había una mujer más correcta que Odette, ninguna que encajara tan perfectamente con mi personalidad y mi estilo de vida totalmente opuesto al suyo… solo ella podía equilibrarme y ser mi cable a tierra… y solo por ello la amaría hasta que mi cuerpo diera su última exhalación y se desprendiera de mi espíritu.
Todos aquellos pensamientos aceleraban más mi pulso a medida que recorría el bosque con la única necesidad de restaurar las cosas con ella. Entre medio de mis clamores consigo escuchar un grito ahogado de evidente espanto que me provoca un estremecimiento en todo el cuerpo y sin más echo a correr raudamente en la dirección de la que proviene aquella proclamación de horror.
-¡ODETTE!
El largo de mis piernas me permite recortar distancia muy rápido, sin embargo el pánico creciente en mi interior me provoca ir a tropezones por la superficie irregular hasta que me encuentro con una terrible pendiente empinadisíma y ni siquiera pienso en bajarla cuidadosamente que ya me halló resbalando a cuestas por allí, con mi espalda raspando la superficie de tierra y piedras afiladas que cortan mi camisa y mi piel, dejando desde arañazos apenas rojizos hasta ciertas cortaduras en carne viva, sin embargo al tocar suelo con los pies no permito que el dolor mitigue mi velocidad o haga vacilar mi determinación, encontrar a Odette y salvarla de lo que fuera que la estaba atormentando era mi prioridad y mi única necesidad en aquel momento.
No tuve que correr mucho más cuando vislumbré un destello cobrizo del sol que escurría entre las hojas y se desparramaba por aquella cabellera mojada.
La vi yacer contra un árbol, abrazándose a sí misma mientras temblaba, provocando que mi corazón se estrujara y mi piel se erizara por el palpable miedo que mis sentidos espirituales percibían manando de ella.
-¿Det… Q---Qué te pasa?- Me acerco cauteloso sin saber bien como ayudarla o calmar aquel malestar evidente del que estaba siendo presa- Dame una tregua y déjame ayudarte… Luego sigue diciendo lo que quieras de mi… pero por favor… ahora no me apartes… -Susurro con la voz rasgada mientras extiendo mi mano, llena de tierra como todo el resto de mi cuerpo mojado, hacia ella- Ahora me necesitas… y yo necesito ayudarte… por encima de cualquier otra cosa...
Lo siguiente fue toda una visión digna de una fábula Homérica en la que una ninfa del bosque se escabullía, indignada, de un sátiro. Esa era mi hermana, ese era el carácter que había llevado a que dos personas tan estrictas como mis padres siempre dieran el brazo a torcer ante la insistencia de ella; porque si realmente eras una persona lo suficientemente astuta no querías desatar a la fiera implacable que moraba tras esa apariencia engañosamente angelical.
Decididamente solo un idiota de calibre titánico, como yo, podría haber provocado adrede a aquella mujer… Pero debía reconocerme que de alguna manera encontraba una morbosa satisfacción en sacarla de sus casillas de esta manera… de todos modos siempre habría tiempo para volver a estar bien…
Esos eran mis pensamientos, sin embargo cuando ella comenzó a alejarse más, una alarma se disparó dentro de mí. Por uno segundos le permitir escabullirse, creyendo ingenuamente que recularía y volvería a soltarme más agravios a la cara… más eso no sucedió, ella sencillamente desapareció entre el follaje y yo supe que debería ir tras ella o de lo contrario almorzaríamos a la hora de la cena.
Saliendo del agua comencé a seguir el camino por donde la había visto perderse, comencé a llamar su nombre insistentemente, todo de lo que era capaz era de repetirlo y seguir caminando mientras la buscaba y una sensación de malestar se instalaba en mi estómago ¿Será que había llevado las cosas demasiado lejos? De pronto no estaba del todo seguro de cual era la mejor manera de comportarme con ella, de qué tipo de cosas eran las que debía controlar y cuales dejar fluir naturalmente para que nuestra relación como hermanos no se arruinara… Aunque, al parecer, estaba hecho para echar a perder las cosas entre nosotros y eso me frustraba a un nivel profundo y doloroso.
La idea de no saber manejar sanamente el vínculo con mi persona más preciada, con aquella más cercana a mi corazón, era básicamente enfermante, me descomponía y me frustraba pues, siempre que intentaba dar un paso hacia Odette parecía que retrocedía tres y al final solo me hallaba más lejos. Solo conseguía catapultarme hacia una distancia en la que ella se me volvía más inalcanzable.
Aquellos pensamientos me devolvieron a un estado de malestar que no había sentido desde que habíamos arribado a este bosque. Pronto me encontraba sumido en la angustiante idea de que había jodido las cosas con Odette y me volvía a culpar por ello, por no ser capaz de regresar a aquel lejano tiempo en que estos sentimientos no eran de esta manera, en que la quería genuinamente como una hermana, el instante previo a que la sintiera mi mejor amiga y luego diera aquel paso sin retorno en el que acabé enamorándome de ella.
Quizás había cometido mil errores y me odiara por ellos… pero sencillamente no podía arrepentirme de mis sentimientos, no podía aborrecerlos a por mucho que intentara convencerme de que lo hacía… para mi, aquel amor era el motor de mi existencia y nadie podría menos que agradecer eso, aún si ese sentir estaba canalizado hacia la persona más equivocada del mundo, yo jamás podría sentir que había una mujer más correcta que Odette, ninguna que encajara tan perfectamente con mi personalidad y mi estilo de vida totalmente opuesto al suyo… solo ella podía equilibrarme y ser mi cable a tierra… y solo por ello la amaría hasta que mi cuerpo diera su última exhalación y se desprendiera de mi espíritu.
Todos aquellos pensamientos aceleraban más mi pulso a medida que recorría el bosque con la única necesidad de restaurar las cosas con ella. Entre medio de mis clamores consigo escuchar un grito ahogado de evidente espanto que me provoca un estremecimiento en todo el cuerpo y sin más echo a correr raudamente en la dirección de la que proviene aquella proclamación de horror.
-¡ODETTE!
El largo de mis piernas me permite recortar distancia muy rápido, sin embargo el pánico creciente en mi interior me provoca ir a tropezones por la superficie irregular hasta que me encuentro con una terrible pendiente empinadisíma y ni siquiera pienso en bajarla cuidadosamente que ya me halló resbalando a cuestas por allí, con mi espalda raspando la superficie de tierra y piedras afiladas que cortan mi camisa y mi piel, dejando desde arañazos apenas rojizos hasta ciertas cortaduras en carne viva, sin embargo al tocar suelo con los pies no permito que el dolor mitigue mi velocidad o haga vacilar mi determinación, encontrar a Odette y salvarla de lo que fuera que la estaba atormentando era mi prioridad y mi única necesidad en aquel momento.
No tuve que correr mucho más cuando vislumbré un destello cobrizo del sol que escurría entre las hojas y se desparramaba por aquella cabellera mojada.
La vi yacer contra un árbol, abrazándose a sí misma mientras temblaba, provocando que mi corazón se estrujara y mi piel se erizara por el palpable miedo que mis sentidos espirituales percibían manando de ella.
-¿Det… Q---Qué te pasa?- Me acerco cauteloso sin saber bien como ayudarla o calmar aquel malestar evidente del que estaba siendo presa- Dame una tregua y déjame ayudarte… Luego sigue diciendo lo que quieras de mi… pero por favor… ahora no me apartes… -Susurro con la voz rasgada mientras extiendo mi mano, llena de tierra como todo el resto de mi cuerpo mojado, hacia ella- Ahora me necesitas… y yo necesito ayudarte… por encima de cualquier otra cosa...
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Después de lanzar semejante alarido de pavor, con el cuerpo temblando y sintiendo la mayor de las repugnancias, traté por todos los medios posibles de arrancarme a esos bichos que, si bien eran creación de la naturaleza y demás, no por eso se les quitaba lo desagradable. Sin embargo mis dedos perdían la fuerza cada que las yemas rozaban la viscosa piel de las criaturas en cuestión. Tragué saliva, tratando de ser valiente pero no por ello consiguiéndolo. Volví a soltar un jadeo de puro horror cuando una de ellas se removió notoriamente ante mi insistente, pero débil, intento de hacerlas sacar sus garras de mi piel, metafórica pero casi literalmente hablando. Sentía cómo las náuseas se hacían más intensas, pero traté por todos los medios de contener aquella bilis que subía por mi esófago. Quería llorar, pero no podía comportarme como niña pequeña aun si estaba allí, sola, en medio de la nada y sin que nadie fuera capaz de observarme salvo los árboles y una que otra criatura del bosque. Y, por supuesto, esas asquerosas alimañas... ¿Ellas se burlarían de mí por verme en aquel estado de cuasi horror? ¡Pero en qué tonterías estaba pensando!
Mas lo cierto era que todo color había escapado de mi rostro y mi cuerpo se había tornado frío, por la impresión. Nunca había siquiera considerado la posiblidad de que aquel día pasara de ser una divertida salida con mi hermano mayor a un tétrico suceso donde me veía perdida en el bosque y con sabría dios cuántas sanguijuelas robándome la sangre. Sí, aquello no pintaba para nada bien... recién descubría una nueva fobia que hubiese preferido no experimentar, y aquellos seres en cuestión tenían mucho que ver al respecto.
Finalmente me di por vencida y bajé la mano, derrotada. Bajé la mirada y cerré las manos hasta formarlas en puños, en un vano intento por calmar los escalofríos que me recorrían cada que una de esas criaturas se movía con lentitud sobre mi piel. Y de nuevo las náuseas me asaltaban... Cerré los ojos con firmeza, tratando de imaginarme cualquier escena que nada tuviera que ver con aquello que acontecía ahora.
¡Ah, si tan sólo le hubiera dicho que no a Leandro! Ahora estaría encerrada en la seguridad de mi habitación, en el departamento de Dante. Estaría enfrascada en la lectura de algún libro sobre teoría musical y lo único que me esperaría para el transcurso del día sería un pasar del tiempo monótono y aburrido... En verdad que no quería poner en una balanza aquel plan con el de disfrutar la compañía de mi hermano, al cual amaba y adoraba aún si era un completo imbécil, pero... había sanguijuelas de por medio, justo en este momento él las llevaba de perder.
-¿Dónde estás, Adelphos...? -susurré con voz temblorosa, casi al borde de las lágrimas.
Porque sí, justo en ese instante fue en el que caí en cuenta de aquella patética, pero no por eso menos peligrosa, situación. Estaba perdida, mojada, comenzaba a hacer frío en aquel espeso follaje que no me permitía orientar mis sentidos, sentía el cuerpo pesado; las magulladas plantas de mis pies punzaban y, por si no fuera ya suficiente con eso, tenía a mínimo cuatro chupasangres alimentándose de mí. ¿Qué más podía desear? Esperaba que las citas de Lyssandro no fueran por el estilo o tendría que comenzar a preocuparme por su vida sentimental de ahora en adelante... Hice rechinar los dientes, con fastidio.
Pero justo cuando comenzaba a pensar que el haber iniciado aquel juego del escondite, sin hacerle enterar a la otra parte involucrada, había sido de las ideas más estúpidas que había tenido con anterioridad, fue cuando escuché un escalofriante sonido que me dejó helada. Algo se movía... la quietud de aquel bosque se veía interrumpida por una presencia que poco a poco se acercaba, no visible pero sí inminente. Apreté la quijada con fuerza para contener cualquier clase de sonido que pudiera delatar mi ubicación. ¿Acaso iba a morir allí? Sería tan irónico el finalizar mi existencia justo en ese lugar, cuando yo era una espiritual del bosque... Sí que el destino sabía jugársela con nosotros. Pero todo pensamiento quedó eclipsado cuando al fin, entre las ramas de los ceñidos árboles, hizo acto de presencia una silueta oscura y amorfa, la cual se acercaba con lentitud a donde yo estaba. Por un segundo me mantuve imperturbable, tragando saliva y sin poder apartar la vista, al siguiente ya estaba gritando de nuevo, aterrada. Al menos eso fue hasta que escuché aquella voz que conocía tan bien y que provocó que mi corazón diera un vuelco y el alma se me fuera a los pies.
-¿Leandro...? -musité, aún inaudita al tratarse del hombre al que yo más hubiera deseado ver en aquellos angustiantes momentos de mi vida. Pero... ¡¿Qué rayos le había pasado?!-. ¿De qué hablas? -pregunté con voz estrangulada debido a la sequedad en mi garganta; negué con ferocidad y le miré como si quisiera matarle, pero a la vez siendo totalmente palpable el miedo y la repulsión de las cuales era víctima- ¡Deja de decir tonterías y ayúdame, por favor! -en una lenta y temblorosa acción, me giré parcialmente y alcé parte de mi húmeda cabellera para que fuera capaz el mayor de vislumbrar aquello que me mantenía pálida y casi petrificada-. Quítamelas, te lo ruego... -musité con voz débil, casi parecido más a un sollozo.
Necesitaba preocuparme por la salud y bienestar de mi hermano, pero mi mente aún se encontraba lo bastante atontada como para poder reaccionar de cualquier forma. Todo gracias a esas asquerosas sanguijuelas que profanaban mi cuerpo. Ya después me enfocaría en atenderle y explicarle, para sacarle de su gravísimo error, que yo ya no estaba molesta con él ni mucho menos, y que me alegraba más de lo que hubiera dispuesta a aceptar en otra ocasión, el que fuera justo él el que estuviera allí para mí.
Mas lo cierto era que todo color había escapado de mi rostro y mi cuerpo se había tornado frío, por la impresión. Nunca había siquiera considerado la posiblidad de que aquel día pasara de ser una divertida salida con mi hermano mayor a un tétrico suceso donde me veía perdida en el bosque y con sabría dios cuántas sanguijuelas robándome la sangre. Sí, aquello no pintaba para nada bien... recién descubría una nueva fobia que hubiese preferido no experimentar, y aquellos seres en cuestión tenían mucho que ver al respecto.
Finalmente me di por vencida y bajé la mano, derrotada. Bajé la mirada y cerré las manos hasta formarlas en puños, en un vano intento por calmar los escalofríos que me recorrían cada que una de esas criaturas se movía con lentitud sobre mi piel. Y de nuevo las náuseas me asaltaban... Cerré los ojos con firmeza, tratando de imaginarme cualquier escena que nada tuviera que ver con aquello que acontecía ahora.
¡Ah, si tan sólo le hubiera dicho que no a Leandro! Ahora estaría encerrada en la seguridad de mi habitación, en el departamento de Dante. Estaría enfrascada en la lectura de algún libro sobre teoría musical y lo único que me esperaría para el transcurso del día sería un pasar del tiempo monótono y aburrido... En verdad que no quería poner en una balanza aquel plan con el de disfrutar la compañía de mi hermano, al cual amaba y adoraba aún si era un completo imbécil, pero... había sanguijuelas de por medio, justo en este momento él las llevaba de perder.
-¿Dónde estás, Adelphos...? -susurré con voz temblorosa, casi al borde de las lágrimas.
Porque sí, justo en ese instante fue en el que caí en cuenta de aquella patética, pero no por eso menos peligrosa, situación. Estaba perdida, mojada, comenzaba a hacer frío en aquel espeso follaje que no me permitía orientar mis sentidos, sentía el cuerpo pesado; las magulladas plantas de mis pies punzaban y, por si no fuera ya suficiente con eso, tenía a mínimo cuatro chupasangres alimentándose de mí. ¿Qué más podía desear? Esperaba que las citas de Lyssandro no fueran por el estilo o tendría que comenzar a preocuparme por su vida sentimental de ahora en adelante... Hice rechinar los dientes, con fastidio.
Pero justo cuando comenzaba a pensar que el haber iniciado aquel juego del escondite, sin hacerle enterar a la otra parte involucrada, había sido de las ideas más estúpidas que había tenido con anterioridad, fue cuando escuché un escalofriante sonido que me dejó helada. Algo se movía... la quietud de aquel bosque se veía interrumpida por una presencia que poco a poco se acercaba, no visible pero sí inminente. Apreté la quijada con fuerza para contener cualquier clase de sonido que pudiera delatar mi ubicación. ¿Acaso iba a morir allí? Sería tan irónico el finalizar mi existencia justo en ese lugar, cuando yo era una espiritual del bosque... Sí que el destino sabía jugársela con nosotros. Pero todo pensamiento quedó eclipsado cuando al fin, entre las ramas de los ceñidos árboles, hizo acto de presencia una silueta oscura y amorfa, la cual se acercaba con lentitud a donde yo estaba. Por un segundo me mantuve imperturbable, tragando saliva y sin poder apartar la vista, al siguiente ya estaba gritando de nuevo, aterrada. Al menos eso fue hasta que escuché aquella voz que conocía tan bien y que provocó que mi corazón diera un vuelco y el alma se me fuera a los pies.
-¿Leandro...? -musité, aún inaudita al tratarse del hombre al que yo más hubiera deseado ver en aquellos angustiantes momentos de mi vida. Pero... ¡¿Qué rayos le había pasado?!-. ¿De qué hablas? -pregunté con voz estrangulada debido a la sequedad en mi garganta; negué con ferocidad y le miré como si quisiera matarle, pero a la vez siendo totalmente palpable el miedo y la repulsión de las cuales era víctima- ¡Deja de decir tonterías y ayúdame, por favor! -en una lenta y temblorosa acción, me giré parcialmente y alcé parte de mi húmeda cabellera para que fuera capaz el mayor de vislumbrar aquello que me mantenía pálida y casi petrificada-. Quítamelas, te lo ruego... -musité con voz débil, casi parecido más a un sollozo.
Necesitaba preocuparme por la salud y bienestar de mi hermano, pero mi mente aún se encontraba lo bastante atontada como para poder reaccionar de cualquier forma. Todo gracias a esas asquerosas sanguijuelas que profanaban mi cuerpo. Ya después me enfocaría en atenderle y explicarle, para sacarle de su gravísimo error, que yo ya no estaba molesta con él ni mucho menos, y que me alegraba más de lo que hubiera dispuesta a aceptar en otra ocasión, el que fuera justo él el que estuviera allí para mí.
Última edición por Odette Chrysomallis el Miér Jun 08, 2016 2:41 am, editado 1 vez
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Me llamó la atención que inicialmente se mostrara desconcertada acerca de lo que le estaba hablando ¿Acaso se había olvidado de lo que había pasado hace un rato? Odette no era de dejar de lado un cabreo tan fácilmente… Definitivamente algo grave estaba sucediendo. Seguí sus movimientos a medida que ella descorría la sedosa cortina de cabello de su espalda, echándosela sobre un hombro. Enseguida la imagen ante mis ojos me generó un crudo escalofrío.
Distribuidas en un pequeño perímetro entre su cuello y el omóplato se hallaban pinzadas a la inmaculada piel cuatro repulsivas sanguijuelas que, con sus quietos y babosos cuerpos, absorbían la sangre de Odette.
Su voz rota por la impresión rasgó a través de mí, todos mis sentidos espirituales chispeaban a causa de las emociones espeluznantes que brotaban de mi hermana, era plenamente consciente de que no podía dejarla en un estado semejante ni permitir que el malestar del que estaba siendo víctima se prolongara; aún cuando sabía de sobra que la mejor manera de deshacerte de aquellas alimañas era dejarlas chuparte la sangre hasta que estuvieran satisfechas y por sí solas se desprendieran de la piel; así mismo sabía con total certeza que esa no sería una opción para ella, muchos menos en el estado de alteración que estaba exteriorizando.
El percibirla tan pálida y horrorizada hizo que definitivamente olvidara por completo el dolor de los verdugones en mi espalda, lo único que en ese momento pasó a ocupar cada uno de mis sentidos y emociones era la firme convicción de devolverle la frescura y vigor que había sentido apenas llegamos.
Arrodillándome a su lado extendí mis manos y las posé sobre su piel, sintiéndome realmente un miserable en cuanto me percaté de lo fría que estaba.
-Tranquila… no va a dolerte, pero sí tendrás un sangrado que te parecerá algo exagerado en comparación al tamaño de la herida. –Musito quedamente con la voz atorada en el pecho.-
Haciendo uso de algunos escasos conocimientos que tenía sobre supervivencia, estiré la piel de la criatura hacía atrás, pinzando su cabeza, al tiempo que con la uña del pulgar de mi mano izquierda ejercía una pequeña palanca debajo de la ventosa adherida a la piel, logrando que el anélido se desprendiera de la carne indoloramente. Así me deshice de la que se había afincado en su cuello y la lancé lejos de nosotros. Pronto repetí el procedimiento con las restantes y me ocupé de verificar su nunca y su espalda, con las manos, por debajo, de la tela que la cubría. Afortunadamente no localicé ninguna otra invasora pero estaba seguro de que eso no sería un consuelo para Odette que ahora tiritaba y sangraba delante de mí, produciéndome una punzada de culpabilidad.
Sin decir nada saqué un pañuelo de tela, que siempre llevaba en mi bolsillo trasero, para extenderlo y posarlo sobre las cuatro pequeñas y circulares heridas sangrantes que se habían abierto en aquella piel sin ninguna otra imperfección. Enseguida separé mi mano permitiendo que el paño, que era prácticamente lo único limpio que me quedaba, se adhiriera y aminorara la pérdida de fluidos.
-Realmente… siento mucho que terminara de esta manera… -Agrego, finalmente, presionando las manos en puños contra el suelo mientras mi mandíbula se aprieta por la frustración absoluta que me llena de pronto al pensar que el día extraordinario que había planeado para ella se vería realmente echado a perder a causa de esta experiencia infame.
-Quería regalarte un día que realmente pudieras disfrutar… Un momento en el que pudieras conectarte con todas estas cosas que te hacían tan feliz cuando éramos niños… -Grazno pectoralmente, sin poder evitar la dolorosa angustia que va cobrando terreno en mí a una velocidad vertiginosa.- Quería oírte cantarle al bosque para alegrarlo… Era un plan demasiado sencillo como para salir mal… y aún así no pude mantener mi promesa… En verdad lo siento, Odette… Lamento haberte vuelto a fallar…
No esperé sus respuestas, enseguida pasé un brazo por su espalda y otro por debajo de la articulación de sus rodillas y la levanté del suelo; sabía que en una situación normal ella jamás me permitiría cargarla de esta manera; seguramente berrearía y me exigiría bajarla y si me negara sería capaz hasta de patearme o morderme; pero ahora lo que menos quería era que transitara descalza aquel terreno irregular arriesgándose a que otra vez una sanguijuela se le prendiera de la piel desnuda, mucho menos quería llevarla a tropezones hasta la zona donde se encontraban nuestras pertenencias aguardándonos. Al menos hasta que se estabilizara, necesitaba que me permitiera ser su sostén por un rato.
-Se que no te gusta que haga estas cosas, pero por un momento no seas tan testaruda y permíteme que te ayude a llegar a un sitio más seguro… ¿Sí?- Inquiero bajando la mirada hacia ella mientras fuerzo una sonrisa y comienzo a caminar hacia el claro del bosque.-
Aunque transcurren unos segundos eternos en un frío silencio, algo dentro de mí se inquieta, sabía que había preguntas que era preferible no hacer. Sabía que ya tenía suficiente angustia con tener que contemplarla en este estado y encima dar por terminado nuestro día especial de la peor de las maneras, sabía que ya me alcanzaba con la culpa que laceraba a través de mi pecho por no haber sido capaz de cuidarla como había jurado ni de darle el día único que le había prometido; pero aún así había una pequeña e ilusa parte de mi que, incluso contra todas las fuerzas de la naturaleza, necesitaba aferrarse a un mínimo hilo de esperanza.
-Al menos… ¿Valió la pena este día? Los minutos de diversión y alegría… quiero decir… ¿Bastan para compensar lo mal que lo has estado pasando? –Intento que mi voz salga tan neutral como me es posible, pero para un ser espiritual, o incluso para un humano perceptivo, sería imposible pasar por alto el dolor impregnado en la tonalidad casi gutural. Un dolor que era mucho más agudo y pesado que el de las heridas de mi espalda que se expandían más y más en cada paso a causa del esfuerzo que me obligaba a realizar mientras las ignoraba por completo.
Distribuidas en un pequeño perímetro entre su cuello y el omóplato se hallaban pinzadas a la inmaculada piel cuatro repulsivas sanguijuelas que, con sus quietos y babosos cuerpos, absorbían la sangre de Odette.
Su voz rota por la impresión rasgó a través de mí, todos mis sentidos espirituales chispeaban a causa de las emociones espeluznantes que brotaban de mi hermana, era plenamente consciente de que no podía dejarla en un estado semejante ni permitir que el malestar del que estaba siendo víctima se prolongara; aún cuando sabía de sobra que la mejor manera de deshacerte de aquellas alimañas era dejarlas chuparte la sangre hasta que estuvieran satisfechas y por sí solas se desprendieran de la piel; así mismo sabía con total certeza que esa no sería una opción para ella, muchos menos en el estado de alteración que estaba exteriorizando.
El percibirla tan pálida y horrorizada hizo que definitivamente olvidara por completo el dolor de los verdugones en mi espalda, lo único que en ese momento pasó a ocupar cada uno de mis sentidos y emociones era la firme convicción de devolverle la frescura y vigor que había sentido apenas llegamos.
Arrodillándome a su lado extendí mis manos y las posé sobre su piel, sintiéndome realmente un miserable en cuanto me percaté de lo fría que estaba.
-Tranquila… no va a dolerte, pero sí tendrás un sangrado que te parecerá algo exagerado en comparación al tamaño de la herida. –Musito quedamente con la voz atorada en el pecho.-
Haciendo uso de algunos escasos conocimientos que tenía sobre supervivencia, estiré la piel de la criatura hacía atrás, pinzando su cabeza, al tiempo que con la uña del pulgar de mi mano izquierda ejercía una pequeña palanca debajo de la ventosa adherida a la piel, logrando que el anélido se desprendiera de la carne indoloramente. Así me deshice de la que se había afincado en su cuello y la lancé lejos de nosotros. Pronto repetí el procedimiento con las restantes y me ocupé de verificar su nunca y su espalda, con las manos, por debajo, de la tela que la cubría. Afortunadamente no localicé ninguna otra invasora pero estaba seguro de que eso no sería un consuelo para Odette que ahora tiritaba y sangraba delante de mí, produciéndome una punzada de culpabilidad.
Sin decir nada saqué un pañuelo de tela, que siempre llevaba en mi bolsillo trasero, para extenderlo y posarlo sobre las cuatro pequeñas y circulares heridas sangrantes que se habían abierto en aquella piel sin ninguna otra imperfección. Enseguida separé mi mano permitiendo que el paño, que era prácticamente lo único limpio que me quedaba, se adhiriera y aminorara la pérdida de fluidos.
-Realmente… siento mucho que terminara de esta manera… -Agrego, finalmente, presionando las manos en puños contra el suelo mientras mi mandíbula se aprieta por la frustración absoluta que me llena de pronto al pensar que el día extraordinario que había planeado para ella se vería realmente echado a perder a causa de esta experiencia infame.
-Quería regalarte un día que realmente pudieras disfrutar… Un momento en el que pudieras conectarte con todas estas cosas que te hacían tan feliz cuando éramos niños… -Grazno pectoralmente, sin poder evitar la dolorosa angustia que va cobrando terreno en mí a una velocidad vertiginosa.- Quería oírte cantarle al bosque para alegrarlo… Era un plan demasiado sencillo como para salir mal… y aún así no pude mantener mi promesa… En verdad lo siento, Odette… Lamento haberte vuelto a fallar…
No esperé sus respuestas, enseguida pasé un brazo por su espalda y otro por debajo de la articulación de sus rodillas y la levanté del suelo; sabía que en una situación normal ella jamás me permitiría cargarla de esta manera; seguramente berrearía y me exigiría bajarla y si me negara sería capaz hasta de patearme o morderme; pero ahora lo que menos quería era que transitara descalza aquel terreno irregular arriesgándose a que otra vez una sanguijuela se le prendiera de la piel desnuda, mucho menos quería llevarla a tropezones hasta la zona donde se encontraban nuestras pertenencias aguardándonos. Al menos hasta que se estabilizara, necesitaba que me permitiera ser su sostén por un rato.
-Se que no te gusta que haga estas cosas, pero por un momento no seas tan testaruda y permíteme que te ayude a llegar a un sitio más seguro… ¿Sí?- Inquiero bajando la mirada hacia ella mientras fuerzo una sonrisa y comienzo a caminar hacia el claro del bosque.-
Aunque transcurren unos segundos eternos en un frío silencio, algo dentro de mí se inquieta, sabía que había preguntas que era preferible no hacer. Sabía que ya tenía suficiente angustia con tener que contemplarla en este estado y encima dar por terminado nuestro día especial de la peor de las maneras, sabía que ya me alcanzaba con la culpa que laceraba a través de mi pecho por no haber sido capaz de cuidarla como había jurado ni de darle el día único que le había prometido; pero aún así había una pequeña e ilusa parte de mi que, incluso contra todas las fuerzas de la naturaleza, necesitaba aferrarse a un mínimo hilo de esperanza.
-Al menos… ¿Valió la pena este día? Los minutos de diversión y alegría… quiero decir… ¿Bastan para compensar lo mal que lo has estado pasando? –Intento que mi voz salga tan neutral como me es posible, pero para un ser espiritual, o incluso para un humano perceptivo, sería imposible pasar por alto el dolor impregnado en la tonalidad casi gutural. Un dolor que era mucho más agudo y pesado que el de las heridas de mi espalda que se expandían más y más en cada paso a causa del esfuerzo que me obligaba a realizar mientras las ignoraba por completo.
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
No podía reaccionar como usualmente lo haría bajo otras circunstancias, mis sentidos estaban demasiado focalizados en la sensación que me producían las sanguijuelas sobre la piel como para poder preocuparme por algo más. Pero debería, pues el estado en el que había visto aparecer a mi hermano me había dejado en claro que, de una forma u otra, había terminado por lastimarse algo, el qué era lo que no podía ponerme a averiguar debido a mi propio estado mental y emocional. No podía evitarlo, no podía evitar ser siempre egoísta; algo dentro de mí se quebró ante la certeza de que una parte de mi alma se odiaba a sí misma por eso. Por no ser capaz de poner en primer lugar a mi hermano y dejar en segundo plano mis propios problemas. Me hubiese gustado poder sacar de su error al rubio, aclararle que aquello no había sido culpa suya y que no tenía porqué sentirse mal, pero mi voz se negaba a brotar. En cambio me quedé así, pasmada y con el cuerpo tembloroso mientras sentía el cálido tacto de mi hermano sobre la piel mientras este se dedicaba a la tarea de extraerme a esas criaturas. Cerré los ojos con fuerza y asentí ante sus advertencias, ¿a mí qué me importaba el dolor y el sangrado? Lo único que quería era quitarme de encima a esos repugnantes seres. Hice una mueca ante el primer tirón; ciertamente no era doloroso como tal, pero sí producía una sensación extraña y casi nauseabunda. Permití que Lyssandro finalizara su labor y me estremecí ante aquellas manos que se deslizaban por toda la extensión de mi espalda, hombros y cuello, comprobando de forma táctil y por debajo de la blusa que no hubieran más animales alimentándose de mí. Lancé un imperceptible suspiro de alivio, sintiendo cómo mi alma regresaba una vez más a su cuerpo correspondiente cuando por mi mente se hizo paso la idea de que estaba libre de esas sanguijuelas y que ya no me atormentarían más. Aún así las reacciones de mi cuerpo no eran tan rápidas como las de mi mente, por lo que tardé bastante en poder salir de ese estado de shock corporal que aún me atormentaba, creando ligeros temblores que eran notables al exterior. Incluso las náuseas aún no desaparecían del todo, pero al menos mi alma estaba aliviada, y por ahora eso era una ventaja.
Debí ser más consciente ahora del estado de mi hermano, de su evidente preocupación y culpabilidad ante lo sucedido, cortar con aquella tortura mental que seguramente el mayor se estaba sometiendo a sí mismo... pero no, todo acontecía demasiado rápido como para que mi mente recién recuperada pudiera asimilarlas. Fue así como terminé siendo llevada en brazos por el espiritual, acarréandome por todo el bosque y con paso seguro, como si él supiera de antemano a dónde dirigirse. Qué bien, porque si hubiera tenido que contar conmigo, hubiéramos estado perdidos. Me aferré a su cuello de forma instintiva, sin ser consciente de las heridas que ahora aquejaban a mi acompañante, y buscando un poco del calor corporal ajeno mientras que mi propio cuerpo poco a poco iba recuperando el dominio de sí mismo. Le escuchaba, claro que sí, y mi mente formulaba todas las respuestas a sus interrogantes e inquietudes, sólo que era incapaz de transmitirlas en alta voz como a mí me hubiese gustado en ese momento. Alcé la mirada hacia él, con una expresión muy difícil de descrifrar.
El ruido del agua correr me sirvió como señal para saber que ya no estábamos muy lejos del punto inicial, y cuando llegamos allí en donde habíamos dejados las cosas, fui depositada en el suelo con suavidad y procuré que mis piernas sostuvieran mi peso de forma adecuada, sin trastabillar ni fallar. Volví a retornar la mirada hacia mi hermano, contemplándole en silencio por un par de segundos más.
-Ven aquí... -con un gesto le invité a que se inclinara para que pudiera quedar a mi altura. Una vez conseguido esto le golpeé con algo de fuerza en la frente con mi dedo corazón-, deja de decir tonterías, ya te escuché lo suficiente como para saber que no quiero oír más -y era verdad. Había tenido que soportar en silencio por todo el recorrido aquel sentir de las emociones ajenas, las cuales sólo una minoría habían sido expresadas en voz alta. No le había respondido en su momento porque no me sentía capacitada para ello, pero ahora sí que lo haría. Comencé a quitarme la empapada blusa frente a él, quedando así con sólo el sostén, y la empecé a usar como trapo para limpiarle la suciedad del rostro y cuello. En ningún momento dejé de mirarle, dejándole en claro con un simple vistazo que ahora le tocaba el turno a él de callar y dejarse hacer-. No seas tonto, Adelphos, no estoy molesta contigo -inicié con mi explicación, pasándole con suma suavidad la tela húmeda-, cierto es que fuiste un idiota burlándote de mí de esa forma, pero también es cierto que el enojo desapareció no bien di una decena de pasos bosque adentro. Si... si continué con mi huida, fue porque pretendía jugar... al escondite contigo... -sí, en ese punto me fue inevitable desviar la mirada y sonrojarme por ello. A veces para mí no era tan fácil admitir que me había equivocado, y sobre todo cuando se trataba de una estupidez tan grande como la cometida. Me aclaré la garganta y volví a centrarme en lo que hacía, con una expresión digna e indiferente-. Bien, te voy a quitar la camisa, que está hecha un desastre... -me eché la propia sobre el hombro y empecé a desabotonarle de abajo hacia arriba, retirándosela después con calma-. Omitiendo el episodio de las sanguijuelas, este ha sido uno de los mejores días que he tenido desde que regresé de Japón, y todo gracias a ti. No olvides que tu compañía es más que suficiente para mí para hacerme feliz, sin importar si nos encontramos en medio de un bosque o en la más aburrida de las cenas familiares.
Acto seguido, me separé de él para encaminarme al río y ponerme en cuclillas; enjuagué tanto la camisa rota de él, para darle uso, como la propia. Sin embargo, al darme la vuelta vi un espectáculo que me dejó más que pasmada. Aquella espalda... ¡Por los dioses, ¿por qué no había dicho nada?! Solté un jadeo por la impresión y el dolor que sentí de sólo mirar aquellos verdugones, cardenales y heridas que cruzaban a lo ancho y largo de la parte posterior de mi hermano. Me llevé una mano al cuello, tratando de contener un nuevo jadeo, y me acerqué a él, con la otra extendida en un vago intento de tocarle, pero me quedé a milímetros de hacerlo. Él había estado seguramente sufriendo todo el tiempo por ello, y sin embargo nada dijo y se preocupó por mí todo el tiempo. ¿Cómo se las había hecho? Me sentí aún más miserable de lo que ya me había sentido momentos atrás, cuando aún estaba afectada por el episodio de las sanguijuelas. ¿Qué eran unas simples sanguijuelas comparado con esto? Me sentí no sólo terriblemente mal, sino la peor de las hermanas... ¿Hermana? No sólo eso, sino que ni siquiera era digna de ser considerada como un ser espiritual. Sobre todo porque yo ya lo sabía, una parte de mi mente había esperado por algo como aquello, aunque quizá no en tan grandes dimensiones.
-Leandro... ¿Por qué...? -no, ni siquiera fui capaz de terminar de formular la pregunta. Tragué de golpe, en un inútil intento por tragar aquel nudo en mi garganta-. Lo siento tanto, Adelphos...
No, no conseguiría nada teniendo esa actitud. Ahora era mi turno de hacer algo por él. Con la mayor de las delicadezas empecé a limpiarle la sangre y tierra de aquellas heridas que comenzaban a tornarse más rojas e inflamadas con cada segundo que pasaba. Trabajé en silencio, deseando ser capaz de advertirle del dolor que le causarían probablemente mis acciones, ¿pero de qué serviría? Él seguro que ya estaba consciente de eso, y tampoco podía arriesgarme a que, en caso de atreverme a hablar, mi voz fallara y delatara el llanto que estaba conteniendo. Era preferible así. Una vez que terminé de limpiar la zona con aquella camisa suya que, a pesar de su estado deplorable, había terminado por ser bastante útil, busqué a mi alrededor algo que me ayudara a mitigar con el dolor del mayor.
A mi mente vino el recuerdo del sauce que teníamos a un lado, pero si no tenía mal entendido, sus hojas eran curativas sólo si se realizaba un preparado con ellas y se ingería. ¿Qué más daba? Nada perdía con probar, y seguro que aquello al menos, si no ayudaba, tampoco empeoraría.
-¿Puedes tumbarte boca abajo? O aunque sea sentarte, necesito ponerte algo y estás demasiado alto para que alcance a aplicarlo como es debido -pedí con suave voz antes de alejarme hacia el árbol-. Lo siento, pero te robaré un par de hojas para mi hermano, espero que no te moleste... -sin más preámbulos empecé a tomar varias hojas, de las más tiernitas que encontré.
Las recolecté, las lavé lo mejor que pude y después, así húmedas como estaban, las empecé a colocar encima de las heridas de Lyssandro.
-¿Duele mucho, Adelphos? -era demasido masoquista de mi parte, pero deseaba saber si no le estaba causando más daño del que ya le había ocasionado-, si no hubiera actuado como una niña caprichosa, nada de esto te hubiera sucedido...
Sí, todo había sido responsabilidad mía. Mía y de nadie más.
Debí ser más consciente ahora del estado de mi hermano, de su evidente preocupación y culpabilidad ante lo sucedido, cortar con aquella tortura mental que seguramente el mayor se estaba sometiendo a sí mismo... pero no, todo acontecía demasiado rápido como para que mi mente recién recuperada pudiera asimilarlas. Fue así como terminé siendo llevada en brazos por el espiritual, acarréandome por todo el bosque y con paso seguro, como si él supiera de antemano a dónde dirigirse. Qué bien, porque si hubiera tenido que contar conmigo, hubiéramos estado perdidos. Me aferré a su cuello de forma instintiva, sin ser consciente de las heridas que ahora aquejaban a mi acompañante, y buscando un poco del calor corporal ajeno mientras que mi propio cuerpo poco a poco iba recuperando el dominio de sí mismo. Le escuchaba, claro que sí, y mi mente formulaba todas las respuestas a sus interrogantes e inquietudes, sólo que era incapaz de transmitirlas en alta voz como a mí me hubiese gustado en ese momento. Alcé la mirada hacia él, con una expresión muy difícil de descrifrar.
El ruido del agua correr me sirvió como señal para saber que ya no estábamos muy lejos del punto inicial, y cuando llegamos allí en donde habíamos dejados las cosas, fui depositada en el suelo con suavidad y procuré que mis piernas sostuvieran mi peso de forma adecuada, sin trastabillar ni fallar. Volví a retornar la mirada hacia mi hermano, contemplándole en silencio por un par de segundos más.
-Ven aquí... -con un gesto le invité a que se inclinara para que pudiera quedar a mi altura. Una vez conseguido esto le golpeé con algo de fuerza en la frente con mi dedo corazón-, deja de decir tonterías, ya te escuché lo suficiente como para saber que no quiero oír más -y era verdad. Había tenido que soportar en silencio por todo el recorrido aquel sentir de las emociones ajenas, las cuales sólo una minoría habían sido expresadas en voz alta. No le había respondido en su momento porque no me sentía capacitada para ello, pero ahora sí que lo haría. Comencé a quitarme la empapada blusa frente a él, quedando así con sólo el sostén, y la empecé a usar como trapo para limpiarle la suciedad del rostro y cuello. En ningún momento dejé de mirarle, dejándole en claro con un simple vistazo que ahora le tocaba el turno a él de callar y dejarse hacer-. No seas tonto, Adelphos, no estoy molesta contigo -inicié con mi explicación, pasándole con suma suavidad la tela húmeda-, cierto es que fuiste un idiota burlándote de mí de esa forma, pero también es cierto que el enojo desapareció no bien di una decena de pasos bosque adentro. Si... si continué con mi huida, fue porque pretendía jugar... al escondite contigo... -sí, en ese punto me fue inevitable desviar la mirada y sonrojarme por ello. A veces para mí no era tan fácil admitir que me había equivocado, y sobre todo cuando se trataba de una estupidez tan grande como la cometida. Me aclaré la garganta y volví a centrarme en lo que hacía, con una expresión digna e indiferente-. Bien, te voy a quitar la camisa, que está hecha un desastre... -me eché la propia sobre el hombro y empecé a desabotonarle de abajo hacia arriba, retirándosela después con calma-. Omitiendo el episodio de las sanguijuelas, este ha sido uno de los mejores días que he tenido desde que regresé de Japón, y todo gracias a ti. No olvides que tu compañía es más que suficiente para mí para hacerme feliz, sin importar si nos encontramos en medio de un bosque o en la más aburrida de las cenas familiares.
Acto seguido, me separé de él para encaminarme al río y ponerme en cuclillas; enjuagué tanto la camisa rota de él, para darle uso, como la propia. Sin embargo, al darme la vuelta vi un espectáculo que me dejó más que pasmada. Aquella espalda... ¡Por los dioses, ¿por qué no había dicho nada?! Solté un jadeo por la impresión y el dolor que sentí de sólo mirar aquellos verdugones, cardenales y heridas que cruzaban a lo ancho y largo de la parte posterior de mi hermano. Me llevé una mano al cuello, tratando de contener un nuevo jadeo, y me acerqué a él, con la otra extendida en un vago intento de tocarle, pero me quedé a milímetros de hacerlo. Él había estado seguramente sufriendo todo el tiempo por ello, y sin embargo nada dijo y se preocupó por mí todo el tiempo. ¿Cómo se las había hecho? Me sentí aún más miserable de lo que ya me había sentido momentos atrás, cuando aún estaba afectada por el episodio de las sanguijuelas. ¿Qué eran unas simples sanguijuelas comparado con esto? Me sentí no sólo terriblemente mal, sino la peor de las hermanas... ¿Hermana? No sólo eso, sino que ni siquiera era digna de ser considerada como un ser espiritual. Sobre todo porque yo ya lo sabía, una parte de mi mente había esperado por algo como aquello, aunque quizá no en tan grandes dimensiones.
-Leandro... ¿Por qué...? -no, ni siquiera fui capaz de terminar de formular la pregunta. Tragué de golpe, en un inútil intento por tragar aquel nudo en mi garganta-. Lo siento tanto, Adelphos...
No, no conseguiría nada teniendo esa actitud. Ahora era mi turno de hacer algo por él. Con la mayor de las delicadezas empecé a limpiarle la sangre y tierra de aquellas heridas que comenzaban a tornarse más rojas e inflamadas con cada segundo que pasaba. Trabajé en silencio, deseando ser capaz de advertirle del dolor que le causarían probablemente mis acciones, ¿pero de qué serviría? Él seguro que ya estaba consciente de eso, y tampoco podía arriesgarme a que, en caso de atreverme a hablar, mi voz fallara y delatara el llanto que estaba conteniendo. Era preferible así. Una vez que terminé de limpiar la zona con aquella camisa suya que, a pesar de su estado deplorable, había terminado por ser bastante útil, busqué a mi alrededor algo que me ayudara a mitigar con el dolor del mayor.
A mi mente vino el recuerdo del sauce que teníamos a un lado, pero si no tenía mal entendido, sus hojas eran curativas sólo si se realizaba un preparado con ellas y se ingería. ¿Qué más daba? Nada perdía con probar, y seguro que aquello al menos, si no ayudaba, tampoco empeoraría.
-¿Puedes tumbarte boca abajo? O aunque sea sentarte, necesito ponerte algo y estás demasiado alto para que alcance a aplicarlo como es debido -pedí con suave voz antes de alejarme hacia el árbol-. Lo siento, pero te robaré un par de hojas para mi hermano, espero que no te moleste... -sin más preámbulos empecé a tomar varias hojas, de las más tiernitas que encontré.
Las recolecté, las lavé lo mejor que pude y después, así húmedas como estaban, las empecé a colocar encima de las heridas de Lyssandro.
-¿Duele mucho, Adelphos? -era demasido masoquista de mi parte, pero deseaba saber si no le estaba causando más daño del que ya le había ocasionado-, si no hubiera actuado como una niña caprichosa, nada de esto te hubiera sucedido...
Sí, todo había sido responsabilidad mía. Mía y de nadie más.
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Al llegar al claro la dejé bajar con cuidado, cuando sus pies tocaron el suelo con firmeza apenas me aparté para intentar que ella no llegara a hacerse consciente de mi dolor.
En seguida la vi hacerme un gesto para que me reclinara hacia ella y, sin estar del todo seguro, seguí su indicación solo para verme abordado por aquel pícaro toque en la frente que pretendía brindarme algo de consuelo, escuché sus palabras sintiendo un ligero alivio porque volviera a tratarme como si yo fuera un tonto, sin embargo dicha sensación no duró lo suficiente.
De lo siguiente que fui realmente consciente fue de que ella estaba quitándose su blusa delante de mí y quedándose directamente con su sujetador descubierto. Algo en mi cerebro definitivamente hizo cortocircuito porque realmente no fui capaz de reaccionar en los siguientes minutos.
Mi cuerpo perdió su temperatura regular mientras me quedaba sin sangre en el organismo porque toda, al parecer, se me estaba subiendo a la cara. De pronto una taquicardia descomunal acudió a mi pecho; comencé a ver todo borroso y tenía la ligera sospecha de que en cualquier momento caería desmayado y luego despertaría convencido de que todo esto solo podía ser un sueño elaborado por mi enfermiza imaginación; sin embargo cuando Odette comenzó a repasar mi cara con aquella prenda mojada, fui plenamente consciente de que nada de lo que estaba pasando era producto de mi imaginación ni un juego de mi mente.
Cerré mis ojos y me permití disfrutar de su cálido tacto mientras permanecía, aún, rígido en mi postura y escuchaba sus palabras como una débil letanía… Sabía que me estaba diciendo algo importante, sabía que muchas de aquellas palabras eran las que necesitaba escuchar pero no estaba capacitado para concentrarme realmente en nada que no fuera el recorrido de esas manos, hasta que aquella frase retumbó dentro de mis oídos como un enorme gong de bronce “…te voy a quitar la camisa…” entre otras palabras que no había podido asimilar, pero esas habían sido las cruciales, las que provocaron que mis manos comenzaran a sudar frío y aquella taquicardia me diera la sensación de que el corazón estaba a punto de decirme Basta.
Nuevamente permanecí petrificado mientras sus dedos bailaban entre los botones de mi camisa, quitando cada uno de su ojal compañero. Podía recordar, como algo muy lejano, que tenía un dolor… Cierto… algo me dolía… pero sencillamente aquel dolor tendría que haberme estado llevando a un estado de insoportable agonía para que fuera capaz de desconectarme de aquella situación, de cada bendito segundo que transcurrió mientras ella deslizaba aquella prenda fuera de mi cuerpo.
De nuevo sus palabras sonaron como algo lejano, sin embargo una porción de mi cerebro las asimilaba por completo y por alguna razón, que mi parte más consciente no entendía muy bien, me ofrendaban un alivio inmenso, me hacían sentir reconfortado y, por primera vez, me habían hecho olvidar el dolor físico y espiritual que se habían instalado dentro de mi luego de aquel, inesperado y oscuro, giro de los acontecimientos que acabábamos de experimentar en las profundidades del bosque.
Sin poder recobrar el ritmo normal de mi corazón o poder pronunciar, siquiera, palabra alguna para devolverle la gratitud por el profundo consuelo que acababa de brindarme, me mantuve anclado en aquella tiesa postura, dando la espalda al lago donde ella se encontraba haciendo alguna cosa que no pude ni moverme para enterarme de qué era.
Escuché una especie de jadeo ahogado, luego algo que sonó a una pregunta… finalmente una disculpa e intenté darle forma a todo aquello en mi cabeza, sin embargo no fue hasta que ella se acercó y me habló un poco más que entendí lo que estaba aconteciendo.
Debido a todos los sucesos impactantes que se habían precipitado, desde habíamos regresado a la rivera del río, había olvidado completamente las heridas de mi espalda. De hecho no habían sido una preocupación trascendental desde un comienzo. En primera instancia porque cuando se hubieron producido mi prioridad había sido localizar y salvar a Odette, luego mi concentración había estado focalizada en ponerla a salvo y sentirme miserablemente culpable por arruinar su día, y finalmente dejé de ser consciente de ellas a causa del espectáculo de mi hermana en paños menores; pero allí estaba ella pidiéndome que me volviera accesible a ella para curarme.
Siempre me había costado resistirme y negarle alguna cosa, de manera que accedí a su petición dejándome sentar sobre el césped, aún con el resto del cuerpo tenso mientras intentaba no ser consciente de su estado de casi nudismo y el mío propio; aunque se volvió algo jodidamente difícil a medida que ella, haciendo uso de toda su delicadeza, distribuía aquellas hojas húmedas por toda mi espalda magullada.
Por encima de mis pensamientos difuminados comenzaron a flotar aquellas palabras cargadas de culpabilidad y remordimiento, de pronto toda la consciencia que se hallaba adormecida retornó a mí en un único segundo para hacerme cargo plenamente de aquel estado de angustia que aborrecía más que cualquier otra cosa en el mundo… definitivamente si había algo que no toleraba era saber a Odette en un estado anímico tan lamentable… no pude ni quise acabar de oír aquello; ahora era yo quien había tenido suficiente; suficiente de su dolor y angustia cuando ella también la estaba pasando mal, cuando había estado sola, aterrada, descompuesta y helada en la espesura del bosque y aún así no se había dejado llevar por eso como para decidir culparme… como siempre elegía cargar con la responsabilidad de todo, aún cuando eso la lastimara… aún cuando era para alejarla, precisamente, de eso que la había traído hasta aquí y me había propuesto llevar este día adelante.
Con todos aquellos pensamientos haciendo un caos en mi cabeza, giré mi torso hacia ella e ignorando mis heridas nuevamente, la encaré, sujetándola por ambas muñecas e impulsando mi cuerpo hacia ella para voltearla de espaldas contra el suelo mientras yo caía sobre ella, atrapándola entre el césped y mi pecho.
Sujeté sus manos firmemente en el piso a ambos lados de su cara mientras mis ojos se clavaban en los suyos completamente encendidos por una tormenta de emociones que le resultarían indescifrables a menos que viviera en mi jodida cabeza. Mi corazón comenzó a latir con tal violencia que por un momento presentí que se abriría paso a través del esternón, el pulso era tan abrumador que hacía eco acelerado contra el propio pecho de Odette.
Estaba tan cegado por su propio dolor haciendo mella en mi a través de mis sentidos espirituales que ni siquiera conseguía reparar en que mi torso desnudo yacía sobre el suyo pegándose íntimamente a ella que solo contaba con ese fino sujetador de encaje para protegerse de tal invasión. Mis ojos jamás descendieron a su pecho; pero se apartaron de sus propias orbes para clavarse en las únicas dos pequeñas heridas, perceptibles desde mi ángulo de observación, que le habían provocado las sanguijuelas... solté instantáneamente una de sus muñecas y llevé mis dedos hacia aquellas lesiones para acariciarlas con las yemas mientras negaba con la cabeza.
-Deja de decir tonterías… todo fue un accidente… No te hieras innecesariamente por esto…- Poseído por aquel instinto protector en el que mi lado fraternal había perdido miserablemente, mi rostro se enterró en su cuello mientras intentaba calmar los temblores de mi cuerpo.
-Tú también la pasaste mal… Tú también saliste lastimada sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo…-Ya no había nada de su hermano mayor allí… solo un hombre que temía por su seguridad y sufría por su dolor… un hombre que quería reconfortarla con su calor… un hombre que sin mediar las consecuencias de sus actos posó los labios en su cuello, dejándole un suave beso sobre la herida en su yugular... entonces su propia calidez traspasó mi piel y encendió mi sangre. De pronto fui consciente del calor que emanaba y de la tensión de su cuerpo debajo de la solidez de mis músculos.
En seguida me estremecí… el aroma de su pelo me inundó el sentido y finalmente recobré la capacidad de discernimiento como para darme cuenta de nuestro estado, la postura… lo que acababa de hacer ¡Maldita sea! ¿Qué acababa de hacer? ¿Qué tan jodido se podía estar de la cabeza en una misma vida? Sobresaltado y con la cara ardiendo en rojo me aparté de ella y estiré mi cuerpo hacia mi mochila para sacar de allí una chaqueta de cuero y extenderla hacia ella.
-¡C---cúbrete, Odette! –Musité con la voz ahogada- No corresponde que te muestres así delante de ningún hombre que no sea tu prometido…- ¿Y desde cuándo era yo el defensor de los derechos de aquel bastardo? Claro que no… era solo una vil excusa, una terriblemente mala pero la única que se me vino a la cabeza, después de todo no era como si pudiera decirle que tenía que cubrirse porque estaba despertando en mí, y en mi cuerpo, sensaciones que difícilmente serían justificables desde la visión de un hermano… Definitivamente me sentía sucio y enfermo cada vez que me descubría deseándola, amándola con un vil instinto pasional que me provocaba una agitación hormonal de la que definitivamente no quería hacerla consciente.
Desde luego había sido mucho más sensato usar al prometido; decirle que verla así en solo un segundo me había provocado anhelar besar cada rincón de su cuerpo, acariciar hasta la curva más imperceptible, poseerla en todas las maneras que un hombre y una mujer pueden poseerse… Maldita sea… ¿Por qué tenían, si quiera, que existir todos aquellos pensamientos lascivos? ¿Por qué tenían que elegir atormentarme justo en el día que estaba proponiéndome hacer las cosas bien por ella?
Sin ser capaz de sostenerle más la mirada me levanté y busqué mi camisa mojada para re-colocármela mientras caminaba de regreso a la motocicleta.
-Volvamos a casa… El paseo llegó a su fin.
En seguida la vi hacerme un gesto para que me reclinara hacia ella y, sin estar del todo seguro, seguí su indicación solo para verme abordado por aquel pícaro toque en la frente que pretendía brindarme algo de consuelo, escuché sus palabras sintiendo un ligero alivio porque volviera a tratarme como si yo fuera un tonto, sin embargo dicha sensación no duró lo suficiente.
De lo siguiente que fui realmente consciente fue de que ella estaba quitándose su blusa delante de mí y quedándose directamente con su sujetador descubierto. Algo en mi cerebro definitivamente hizo cortocircuito porque realmente no fui capaz de reaccionar en los siguientes minutos.
Mi cuerpo perdió su temperatura regular mientras me quedaba sin sangre en el organismo porque toda, al parecer, se me estaba subiendo a la cara. De pronto una taquicardia descomunal acudió a mi pecho; comencé a ver todo borroso y tenía la ligera sospecha de que en cualquier momento caería desmayado y luego despertaría convencido de que todo esto solo podía ser un sueño elaborado por mi enfermiza imaginación; sin embargo cuando Odette comenzó a repasar mi cara con aquella prenda mojada, fui plenamente consciente de que nada de lo que estaba pasando era producto de mi imaginación ni un juego de mi mente.
Cerré mis ojos y me permití disfrutar de su cálido tacto mientras permanecía, aún, rígido en mi postura y escuchaba sus palabras como una débil letanía… Sabía que me estaba diciendo algo importante, sabía que muchas de aquellas palabras eran las que necesitaba escuchar pero no estaba capacitado para concentrarme realmente en nada que no fuera el recorrido de esas manos, hasta que aquella frase retumbó dentro de mis oídos como un enorme gong de bronce “…te voy a quitar la camisa…” entre otras palabras que no había podido asimilar, pero esas habían sido las cruciales, las que provocaron que mis manos comenzaran a sudar frío y aquella taquicardia me diera la sensación de que el corazón estaba a punto de decirme Basta.
Nuevamente permanecí petrificado mientras sus dedos bailaban entre los botones de mi camisa, quitando cada uno de su ojal compañero. Podía recordar, como algo muy lejano, que tenía un dolor… Cierto… algo me dolía… pero sencillamente aquel dolor tendría que haberme estado llevando a un estado de insoportable agonía para que fuera capaz de desconectarme de aquella situación, de cada bendito segundo que transcurrió mientras ella deslizaba aquella prenda fuera de mi cuerpo.
De nuevo sus palabras sonaron como algo lejano, sin embargo una porción de mi cerebro las asimilaba por completo y por alguna razón, que mi parte más consciente no entendía muy bien, me ofrendaban un alivio inmenso, me hacían sentir reconfortado y, por primera vez, me habían hecho olvidar el dolor físico y espiritual que se habían instalado dentro de mi luego de aquel, inesperado y oscuro, giro de los acontecimientos que acabábamos de experimentar en las profundidades del bosque.
Sin poder recobrar el ritmo normal de mi corazón o poder pronunciar, siquiera, palabra alguna para devolverle la gratitud por el profundo consuelo que acababa de brindarme, me mantuve anclado en aquella tiesa postura, dando la espalda al lago donde ella se encontraba haciendo alguna cosa que no pude ni moverme para enterarme de qué era.
Escuché una especie de jadeo ahogado, luego algo que sonó a una pregunta… finalmente una disculpa e intenté darle forma a todo aquello en mi cabeza, sin embargo no fue hasta que ella se acercó y me habló un poco más que entendí lo que estaba aconteciendo.
Debido a todos los sucesos impactantes que se habían precipitado, desde habíamos regresado a la rivera del río, había olvidado completamente las heridas de mi espalda. De hecho no habían sido una preocupación trascendental desde un comienzo. En primera instancia porque cuando se hubieron producido mi prioridad había sido localizar y salvar a Odette, luego mi concentración había estado focalizada en ponerla a salvo y sentirme miserablemente culpable por arruinar su día, y finalmente dejé de ser consciente de ellas a causa del espectáculo de mi hermana en paños menores; pero allí estaba ella pidiéndome que me volviera accesible a ella para curarme.
Siempre me había costado resistirme y negarle alguna cosa, de manera que accedí a su petición dejándome sentar sobre el césped, aún con el resto del cuerpo tenso mientras intentaba no ser consciente de su estado de casi nudismo y el mío propio; aunque se volvió algo jodidamente difícil a medida que ella, haciendo uso de toda su delicadeza, distribuía aquellas hojas húmedas por toda mi espalda magullada.
Por encima de mis pensamientos difuminados comenzaron a flotar aquellas palabras cargadas de culpabilidad y remordimiento, de pronto toda la consciencia que se hallaba adormecida retornó a mí en un único segundo para hacerme cargo plenamente de aquel estado de angustia que aborrecía más que cualquier otra cosa en el mundo… definitivamente si había algo que no toleraba era saber a Odette en un estado anímico tan lamentable… no pude ni quise acabar de oír aquello; ahora era yo quien había tenido suficiente; suficiente de su dolor y angustia cuando ella también la estaba pasando mal, cuando había estado sola, aterrada, descompuesta y helada en la espesura del bosque y aún así no se había dejado llevar por eso como para decidir culparme… como siempre elegía cargar con la responsabilidad de todo, aún cuando eso la lastimara… aún cuando era para alejarla, precisamente, de eso que la había traído hasta aquí y me había propuesto llevar este día adelante.
Con todos aquellos pensamientos haciendo un caos en mi cabeza, giré mi torso hacia ella e ignorando mis heridas nuevamente, la encaré, sujetándola por ambas muñecas e impulsando mi cuerpo hacia ella para voltearla de espaldas contra el suelo mientras yo caía sobre ella, atrapándola entre el césped y mi pecho.
Sujeté sus manos firmemente en el piso a ambos lados de su cara mientras mis ojos se clavaban en los suyos completamente encendidos por una tormenta de emociones que le resultarían indescifrables a menos que viviera en mi jodida cabeza. Mi corazón comenzó a latir con tal violencia que por un momento presentí que se abriría paso a través del esternón, el pulso era tan abrumador que hacía eco acelerado contra el propio pecho de Odette.
Estaba tan cegado por su propio dolor haciendo mella en mi a través de mis sentidos espirituales que ni siquiera conseguía reparar en que mi torso desnudo yacía sobre el suyo pegándose íntimamente a ella que solo contaba con ese fino sujetador de encaje para protegerse de tal invasión. Mis ojos jamás descendieron a su pecho; pero se apartaron de sus propias orbes para clavarse en las únicas dos pequeñas heridas, perceptibles desde mi ángulo de observación, que le habían provocado las sanguijuelas... solté instantáneamente una de sus muñecas y llevé mis dedos hacia aquellas lesiones para acariciarlas con las yemas mientras negaba con la cabeza.
-Deja de decir tonterías… todo fue un accidente… No te hieras innecesariamente por esto…- Poseído por aquel instinto protector en el que mi lado fraternal había perdido miserablemente, mi rostro se enterró en su cuello mientras intentaba calmar los temblores de mi cuerpo.
-Tú también la pasaste mal… Tú también saliste lastimada sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo…-Ya no había nada de su hermano mayor allí… solo un hombre que temía por su seguridad y sufría por su dolor… un hombre que quería reconfortarla con su calor… un hombre que sin mediar las consecuencias de sus actos posó los labios en su cuello, dejándole un suave beso sobre la herida en su yugular... entonces su propia calidez traspasó mi piel y encendió mi sangre. De pronto fui consciente del calor que emanaba y de la tensión de su cuerpo debajo de la solidez de mis músculos.
En seguida me estremecí… el aroma de su pelo me inundó el sentido y finalmente recobré la capacidad de discernimiento como para darme cuenta de nuestro estado, la postura… lo que acababa de hacer ¡Maldita sea! ¿Qué acababa de hacer? ¿Qué tan jodido se podía estar de la cabeza en una misma vida? Sobresaltado y con la cara ardiendo en rojo me aparté de ella y estiré mi cuerpo hacia mi mochila para sacar de allí una chaqueta de cuero y extenderla hacia ella.
-¡C---cúbrete, Odette! –Musité con la voz ahogada- No corresponde que te muestres así delante de ningún hombre que no sea tu prometido…- ¿Y desde cuándo era yo el defensor de los derechos de aquel bastardo? Claro que no… era solo una vil excusa, una terriblemente mala pero la única que se me vino a la cabeza, después de todo no era como si pudiera decirle que tenía que cubrirse porque estaba despertando en mí, y en mi cuerpo, sensaciones que difícilmente serían justificables desde la visión de un hermano… Definitivamente me sentía sucio y enfermo cada vez que me descubría deseándola, amándola con un vil instinto pasional que me provocaba una agitación hormonal de la que definitivamente no quería hacerla consciente.
Desde luego había sido mucho más sensato usar al prometido; decirle que verla así en solo un segundo me había provocado anhelar besar cada rincón de su cuerpo, acariciar hasta la curva más imperceptible, poseerla en todas las maneras que un hombre y una mujer pueden poseerse… Maldita sea… ¿Por qué tenían, si quiera, que existir todos aquellos pensamientos lascivos? ¿Por qué tenían que elegir atormentarme justo en el día que estaba proponiéndome hacer las cosas bien por ella?
Sin ser capaz de sostenerle más la mirada me levanté y busqué mi camisa mojada para re-colocármela mientras caminaba de regreso a la motocicleta.
-Volvamos a casa… El paseo llegó a su fin.
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
-Lyssandro, ¿qué rayos crees que estás...? -no, ni siquiera pude terminar de formular la pregunta, pues lo que aconteció después mi cerebro no lo alcanzó a asimilar debido a la velocidad de los hechos. En un primer segundo me encontraba curando las heridas en la espalda de mi hermano y al siguiente ya estaba en el suelo, con las manos fuertemente asidas por el mayor y sin posibilidad de zafarme de su agarre; con él encima mío y mirándome a los ojos, a centímetros nuestros rostros. Abrí los ojos con sopresa, aunque instantes antes había mostrado una ligera mueca de dolor y consternación al chocar mi cabeza contra el suelo de manera muy poco amable. Pasé de sentirme terriblemente mal por mis fallas como hermana y ser espiritual, a encontrarme confundida por las acciones de Leandro. ¿Ahora qué mosca le había picado? No podía hacer otra cosa que no fuera la de contemplarle con incredulidad, con la respiración ligeramente agitada.
Estaba demasiado cerca, y eso comenzaba a incomodarme de una forma que no lograba explicar del todo, pero sólo una parte de mi cerebro registró este acontecimiento. La otra parte estaba focalizada en entender la mezcla de emociones difusas que de él emanaba, de descifrar la expresión en su rostro y el brillo de sus ojos hazel. Me resultaba muy poco grata la sensación de mis erectos pezones, debido principalmente al frío y la humedad de mi cuerpo, friccionar con el torso del rubio con sólo la tela del sujetador como intermediaria. Jamás había tenido un contacto tan íntimo con alguien. Bueno, no... algo así había sucedido también con Dante, aquel día en la playa cuando se deshizo de la parte superior de mi bikini y no encontré mejor refugio que el de su cuerpo. Pero en aquella ocasión mi cuerpo no había tenido reacción alguna, tanto por las diferentes circunstancias como por lo fugaz del momento, y además el hombre en cuestión se encontraba completamente vestidito.
Esta vez... no. Y eso creaba que mi cuerpo sintiera cierto rechazo al respecto, asombrándome por ello. ¿Por qué habría de sentir algo así, si sólo era mi hermano quien me miraba con aquella intensidad? No, no era ese el problema, ni tampoco la cercanía de nuestros cuerpos ya que el calor que me transmitía era sumamente confortante. Era, quizá, sólo el roce en aquella área tan sensible para mí. Porque no me molestaba en lo absoluto estar así con Lyssandro, ni el que se tomara la osadía de acariciar con sus labios la herida en mi cuello. Al fin y al cabo éramos sólo hermanos, no hallaba ningún problema a eso. Cerré los ojos y arqueé ligeramente el cuello hacia el lado opuesto, dejando en mayor evidencia aquella zona atacada por las sanguijuelas. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, pero como no supe si este fue en desagrado o en agradecimiento, preferí omitirlo.
A punto estuve de cuestionarle a mi acompañante cuánto tiempo más planeaba estar así, de aquella forma, cuando no hubo necesidad de palabras. Él mismo se incorporó con brusquedad y no me quedó de otra salvo incorporarme lentamente, tratando de forma inútil acomodar en algo el desastre que tenía por cabello.
-No importa por dónde lo veas, sigue siendo responsabilidad mía... -musité con voz desapasionada, pero tras mis palabras se encontraba un profundo sentimiento de resentimiento hacia mí misma del que no podría deshacerme tan fácil-, y aún si yo la pasé mal, eso no se compara con el... -claro, ya ni me sorprendía el volver a ser interrumpida, cortesía de Lyssandro Chrysomallis. Le contemplé seriamente, dejando de lado mis culpas sólo por un segundo, y así dedicarle la más notoria de las miradas incrédulas. Sí, algo definitivamente le había pasado al susodicho. Un bicho raro le había picado, o también él tenía sanguijuelas chupándole la sangre y eso explicaría su falta de oxigenación en el cerebro. También estaba la posibilidad de que las hojas que había usado en su espalda tuvieran una reacción contraproducente; cualquier cosa podía ser-. Si serás imbécil, Lyssandro, ¿qué tiene que ver Dante en todo esto? Somos hermanos, no es como si la gente nos fuera a juzgar sólo por estar así bajo una circunstancia que lo amerita. He usado bikinis más reveladores que este simple sostén negro con encaje. Además, jamás me pasaría por la mente que pudieras atacarme, o viceversa, y enfermo aquel que pudiera pensar algo semejante entre nosotros.
Sin embargo, en vista del repentino buen humor que mi hermano exudaba tras aquel percance, lo mejor era mantenerle contento, así que me puse la chaqueta sin hacer mayor alusión al asunto y subí de la cremallera, ocultando así aquello que pudiera resultar 'comprometedor' según la conservadora visión de mi compañero. Iba a quejarme ante sus acciones posteriores, aclarándole que aún no terminaba de curarle y que en mis planes había estado el usar aquella camisa como venda, pero en vista de que estaba siendo prácticamente ignorada, me venía valiendo ya sorbete el asunto. Terminé por incorporarme, sacudiendo de forma inútil la tierra adherida a mi pantalón empapado, y pasé a recoger mis zapatillas abandonadas en algún punto de aquella zona. Hice una ligera inclinación hacia el sauce, quien me había brindado aquello que necesitaba para pseudo curar a mi hermano, y le seguí los pasos al mayor.
Tenía que reconocerle, él tenía razón, el atardecer estaba próximo y lo mejor sería regresar antes de que oscureciera. Aunque no me gustara ni por asomo la manera en la que había finalizado el día. No entendía la actitud de Lyssandro, y eso era lo que provocaba que yo estuviera de tan pésimo humor.
-De acuerdo, volvamos -dije sin más, con actitud algo fría pero sobre todo indiferente. Cogí el casco que me tendía- pero yo iré adelante, no quiero lastimarte la espalda si me sostengo de tu cintura -por supuesto que aquello iba a dificultarme las cosas de muchas maneras, como el que ya no tendría sostén alguno, pero eso estaba muy lejos de convertirse en una de mis prioridades. Sin decirle nada, me coloqué el casco y fui a sentarme en la parte frontal, abarcando el menor espacio posible para que el rubio pudiera maniobrar con comodidad-, y será mejor que ni se te ocurra decir nada al respecto, porque juro que tomaré ese casco que llevas y te lo insertaré en una parte que no te gustará para nada...
Y no, por supuesto que no mentía, la crudeza en mi voz lo había dejado más que claro que cumpliría. Sin mayor dilatación, y preparándome mentalmente para ignorar cualquier clase de reclamo que pudiera salir a labios del griego, aguardé a que este terminara de montar la motocicleta y así ponernos en marcha de una buena vez por todas. Comenzaba a preocuparme lo tarde que se estaba haciendo y la preocupación que pudiera provocarle a Dante cuando descubriera mi ausencia, aunque le había dejado en claro con quién estaría y esperaba que aquello ayudara a que supiera que, pasara lo que pasara, estaría bien a lado de mi hermano. Porque, claro, no había llevado el móvil conmigo y no tendría forma de contactarme.
Nos alejamos de aquel claro del bosque, allí donde Leandro y yo nos habíamos hecho más unidos para finalizar por distanciarnos otra vez, como siempre. Como había sido desde los últimos años. Mas preferí omitir esa clase de pensamientos, pues no me encontraba del todo dispuesta a sentir aquella espina atravesar mi alma al saberme incapaz de acercarme a aquel que había sido más que un apoyo para mí en el pasado; por más que lo interara era imposible para mí conseguirlo. No, definitivamente ya no quería llegar a más conclusiones, tenía que dejarlo por la paz.
En cuanto la densidad del follaje disminuyó y las llantas del vehículo tocaron el asfalto de la carretera, la velocidad en nuestro viaje aumentó de forma considerable, y con ello las dificultades por mantenerme fija en mi lugar. Hacía cuanta presión podía con mis muslos y pantorrillas sobre el asiento, pues era el único método con el que contaba para sujetarme ya que, aún si mis manos estaban aferradas a la punta del asiento de cuero, no servía de absolutamente nada. Cada que sentía que resbalaba, tenía que tensar mi cuerpo aún más y deslizarme un poco hacia atrás, encontrándome con el cuerpo de mi hermano al hacerlo. Aquellos roces involuntarios entre ambos se volvieron más frecuentes a medida que nos dirigíamos con rapidez a la ciudad de Idarion.
Y hubieramos conseguido nuestro objetivo si no hubiera sido porque, tras una curva, Leandro tuvo que frenar de forma brusca trayendo como consecuencia que casi saliera disparada por los aires. Mi cadera fue a encontrarse de forma brusca con la ajena cuando incliné la parte superior de mi cuerpo hacia adelante, en un intento deseserado por no causar una colisión entre cascos ante tan brusca detención. No fui consciente, sino hasta poco después, que había aguantado la respiración durante el proceso y que me había aferrado con ambas manos a los brazos del conductor. Mi corazón parecía que luchaba por salir de mi pecho.
-¿Q-que diantres fue eso? -susurré, con el casco distorcionándome la voz. Me lo quité con urgencia, deseando llevar algo de oxígeno puro a mis ardientes pulmones. Porque sí, el susto nadie me lo quitaría. Permití que fuera Lyssandro quien averiguara lo que estaba aconteciendo mientras yo me bajaba de la motocicleta, con los músculos de mi cuerpo quejándose silenciosamente por la incomodidad y tensión sufridas, y una vez que regresó fijé mi mirada en sus ojos hazel en cuanto me puso al tanto de la situación. Genial, lo que me faltaba, ¿qué más, destino? ¿No se te antojaba también una tormenta, ya que en esas andábamos?-. Pues supongo que no tendremos de otra más que retroceder, un par de kilómetros atrás vi un letrero que señalaba el camino hacia una posada. Tal vez allí nos puedan decir de una ruta secundaria para que podamos regresar antes de que anochezca.
Porque sí, no estaba en mis planes el quedarme allí varada, en medio de la nada.
Estaba demasiado cerca, y eso comenzaba a incomodarme de una forma que no lograba explicar del todo, pero sólo una parte de mi cerebro registró este acontecimiento. La otra parte estaba focalizada en entender la mezcla de emociones difusas que de él emanaba, de descifrar la expresión en su rostro y el brillo de sus ojos hazel. Me resultaba muy poco grata la sensación de mis erectos pezones, debido principalmente al frío y la humedad de mi cuerpo, friccionar con el torso del rubio con sólo la tela del sujetador como intermediaria. Jamás había tenido un contacto tan íntimo con alguien. Bueno, no... algo así había sucedido también con Dante, aquel día en la playa cuando se deshizo de la parte superior de mi bikini y no encontré mejor refugio que el de su cuerpo. Pero en aquella ocasión mi cuerpo no había tenido reacción alguna, tanto por las diferentes circunstancias como por lo fugaz del momento, y además el hombre en cuestión se encontraba completamente vestidito.
Esta vez... no. Y eso creaba que mi cuerpo sintiera cierto rechazo al respecto, asombrándome por ello. ¿Por qué habría de sentir algo así, si sólo era mi hermano quien me miraba con aquella intensidad? No, no era ese el problema, ni tampoco la cercanía de nuestros cuerpos ya que el calor que me transmitía era sumamente confortante. Era, quizá, sólo el roce en aquella área tan sensible para mí. Porque no me molestaba en lo absoluto estar así con Lyssandro, ni el que se tomara la osadía de acariciar con sus labios la herida en mi cuello. Al fin y al cabo éramos sólo hermanos, no hallaba ningún problema a eso. Cerré los ojos y arqueé ligeramente el cuello hacia el lado opuesto, dejando en mayor evidencia aquella zona atacada por las sanguijuelas. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, pero como no supe si este fue en desagrado o en agradecimiento, preferí omitirlo.
A punto estuve de cuestionarle a mi acompañante cuánto tiempo más planeaba estar así, de aquella forma, cuando no hubo necesidad de palabras. Él mismo se incorporó con brusquedad y no me quedó de otra salvo incorporarme lentamente, tratando de forma inútil acomodar en algo el desastre que tenía por cabello.
-No importa por dónde lo veas, sigue siendo responsabilidad mía... -musité con voz desapasionada, pero tras mis palabras se encontraba un profundo sentimiento de resentimiento hacia mí misma del que no podría deshacerme tan fácil-, y aún si yo la pasé mal, eso no se compara con el... -claro, ya ni me sorprendía el volver a ser interrumpida, cortesía de Lyssandro Chrysomallis. Le contemplé seriamente, dejando de lado mis culpas sólo por un segundo, y así dedicarle la más notoria de las miradas incrédulas. Sí, algo definitivamente le había pasado al susodicho. Un bicho raro le había picado, o también él tenía sanguijuelas chupándole la sangre y eso explicaría su falta de oxigenación en el cerebro. También estaba la posibilidad de que las hojas que había usado en su espalda tuvieran una reacción contraproducente; cualquier cosa podía ser-. Si serás imbécil, Lyssandro, ¿qué tiene que ver Dante en todo esto? Somos hermanos, no es como si la gente nos fuera a juzgar sólo por estar así bajo una circunstancia que lo amerita. He usado bikinis más reveladores que este simple sostén negro con encaje. Además, jamás me pasaría por la mente que pudieras atacarme, o viceversa, y enfermo aquel que pudiera pensar algo semejante entre nosotros.
Sin embargo, en vista del repentino buen humor que mi hermano exudaba tras aquel percance, lo mejor era mantenerle contento, así que me puse la chaqueta sin hacer mayor alusión al asunto y subí de la cremallera, ocultando así aquello que pudiera resultar 'comprometedor' según la conservadora visión de mi compañero. Iba a quejarme ante sus acciones posteriores, aclarándole que aún no terminaba de curarle y que en mis planes había estado el usar aquella camisa como venda, pero en vista de que estaba siendo prácticamente ignorada, me venía valiendo ya sorbete el asunto. Terminé por incorporarme, sacudiendo de forma inútil la tierra adherida a mi pantalón empapado, y pasé a recoger mis zapatillas abandonadas en algún punto de aquella zona. Hice una ligera inclinación hacia el sauce, quien me había brindado aquello que necesitaba para pseudo curar a mi hermano, y le seguí los pasos al mayor.
Tenía que reconocerle, él tenía razón, el atardecer estaba próximo y lo mejor sería regresar antes de que oscureciera. Aunque no me gustara ni por asomo la manera en la que había finalizado el día. No entendía la actitud de Lyssandro, y eso era lo que provocaba que yo estuviera de tan pésimo humor.
-De acuerdo, volvamos -dije sin más, con actitud algo fría pero sobre todo indiferente. Cogí el casco que me tendía- pero yo iré adelante, no quiero lastimarte la espalda si me sostengo de tu cintura -por supuesto que aquello iba a dificultarme las cosas de muchas maneras, como el que ya no tendría sostén alguno, pero eso estaba muy lejos de convertirse en una de mis prioridades. Sin decirle nada, me coloqué el casco y fui a sentarme en la parte frontal, abarcando el menor espacio posible para que el rubio pudiera maniobrar con comodidad-, y será mejor que ni se te ocurra decir nada al respecto, porque juro que tomaré ese casco que llevas y te lo insertaré en una parte que no te gustará para nada...
Y no, por supuesto que no mentía, la crudeza en mi voz lo había dejado más que claro que cumpliría. Sin mayor dilatación, y preparándome mentalmente para ignorar cualquier clase de reclamo que pudiera salir a labios del griego, aguardé a que este terminara de montar la motocicleta y así ponernos en marcha de una buena vez por todas. Comenzaba a preocuparme lo tarde que se estaba haciendo y la preocupación que pudiera provocarle a Dante cuando descubriera mi ausencia, aunque le había dejado en claro con quién estaría y esperaba que aquello ayudara a que supiera que, pasara lo que pasara, estaría bien a lado de mi hermano. Porque, claro, no había llevado el móvil conmigo y no tendría forma de contactarme.
Nos alejamos de aquel claro del bosque, allí donde Leandro y yo nos habíamos hecho más unidos para finalizar por distanciarnos otra vez, como siempre. Como había sido desde los últimos años. Mas preferí omitir esa clase de pensamientos, pues no me encontraba del todo dispuesta a sentir aquella espina atravesar mi alma al saberme incapaz de acercarme a aquel que había sido más que un apoyo para mí en el pasado; por más que lo interara era imposible para mí conseguirlo. No, definitivamente ya no quería llegar a más conclusiones, tenía que dejarlo por la paz.
En cuanto la densidad del follaje disminuyó y las llantas del vehículo tocaron el asfalto de la carretera, la velocidad en nuestro viaje aumentó de forma considerable, y con ello las dificultades por mantenerme fija en mi lugar. Hacía cuanta presión podía con mis muslos y pantorrillas sobre el asiento, pues era el único método con el que contaba para sujetarme ya que, aún si mis manos estaban aferradas a la punta del asiento de cuero, no servía de absolutamente nada. Cada que sentía que resbalaba, tenía que tensar mi cuerpo aún más y deslizarme un poco hacia atrás, encontrándome con el cuerpo de mi hermano al hacerlo. Aquellos roces involuntarios entre ambos se volvieron más frecuentes a medida que nos dirigíamos con rapidez a la ciudad de Idarion.
Y hubieramos conseguido nuestro objetivo si no hubiera sido porque, tras una curva, Leandro tuvo que frenar de forma brusca trayendo como consecuencia que casi saliera disparada por los aires. Mi cadera fue a encontrarse de forma brusca con la ajena cuando incliné la parte superior de mi cuerpo hacia adelante, en un intento deseserado por no causar una colisión entre cascos ante tan brusca detención. No fui consciente, sino hasta poco después, que había aguantado la respiración durante el proceso y que me había aferrado con ambas manos a los brazos del conductor. Mi corazón parecía que luchaba por salir de mi pecho.
-¿Q-que diantres fue eso? -susurré, con el casco distorcionándome la voz. Me lo quité con urgencia, deseando llevar algo de oxígeno puro a mis ardientes pulmones. Porque sí, el susto nadie me lo quitaría. Permití que fuera Lyssandro quien averiguara lo que estaba aconteciendo mientras yo me bajaba de la motocicleta, con los músculos de mi cuerpo quejándose silenciosamente por la incomodidad y tensión sufridas, y una vez que regresó fijé mi mirada en sus ojos hazel en cuanto me puso al tanto de la situación. Genial, lo que me faltaba, ¿qué más, destino? ¿No se te antojaba también una tormenta, ya que en esas andábamos?-. Pues supongo que no tendremos de otra más que retroceder, un par de kilómetros atrás vi un letrero que señalaba el camino hacia una posada. Tal vez allí nos puedan decir de una ruta secundaria para que podamos regresar antes de que anochezca.
Porque sí, no estaba en mis planes el quedarme allí varada, en medio de la nada.
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Claro que sonaba como un imbécil, por supuesto que Zuegg no tenía nada que ver aquí, obviamente (aunque odiara admitirlo) ella se había visto mucho más reveladora en imágenes públicas de lo que había estado ahora conmigo… y mucho más aún desde luego que cualquiera que mirara con otros ojos esta relación o lo que había sucedido hace un rato no sería más que un maldito enfermo… Pero aún así no podía quitarme de encima la sensación de que definitivamente tenía que poner distancia entre nosotros.
Cuando mis pensamientos comenzaban a nublarse así, cuando ya no era capaz de relajarme porque mi propio cuerpo me demandaba que dejara a mis sentidos apoderarse hasta de la mínima porción de ella; sabía que era la instancia máxima a la que podía someterme o no habría voluntad lo suficientemente sólida como para seguir adelante con normalidad, como si fuéramos solo hermanos con un grado de tan cercana intimidad que resultaría incomprensible para cualquiera que lo mirara desde afuera.
Estaba seguro de que si no albergara aquellos sentimientos hacia ella, no me importaría en lo más mínimo lo que otros pudieran pensar, lo raro que pudieran mirarnos o lo incómodo que pudiera sentirse con ello el jodido Prometido; sin embargo las cosas eran demasiado diferentes y mis sentimientos lo suficientemente tormentosos como para ponerme en alerta cada vez que mi razonamiento juicioso consideraba que estaba poniendo en peligro la relación fraternal que nos debía unir por encima de todas las cosas.
Así que de esta manera eran las cosas… ella tenía razón en todo lo que me decía, por mucho que yo odiara tener que admitirlo, aunque fuera solo para mí mismo.
Indignado conmigo mismo, como lo estaba, me resultaba bastante problemático pensar con claridad, solo quería salirme de esta situación; solo quería evitar arruinar aún más este día cuando aún podía salvarse una mínima parte en pos de lo que habíamos sentido apenas llegamos.
Mientras me colocaba mi casco escuché aquella petición, que más que petición fue una exigencia irracional, pero claro… No estaba yo como para ponerme a razonar con aquella fría mujer que ahora me amenazaba con perderme un casco de quince centímetros de diámetro por un lugar que no tenía ni la décima parte de eso… Lo mirara como lo mirara esto solo podía salir mal para mí. La desventaja era desproporcionalmente negativa para este servidor, literalmente desproporcional.
Al final, con tal de agilizar el asunto y de evitar discusiones innecesarias accedí a su pedido, encastré detrás de mí mis pertenencias y dejé que Odette se sentara entre mis piernas para emprender el camino de regreso a casa. En este sentido debía agradecer el largo de mis brazos que me permitía llegar al acelerador y al embrague sin problema alguno para maniobrar la Iron.
Apenas habíamos recorrido algunos kilómetros cuando realmente me empecé a cuestionar que esta hubiera podido ser remotamente una buena decisión; de hecho debería haber discutido con Odette y aunque el maldito infierno se congelara y el cielo se fragmentara e hiciera llover sus escombros sobre nosotros, nunca-nunca-nunca debí haber accedido a esto ¿Qué tenía en la cabeza? ¿Acaso había imaginado que esto podía no acabar en una catástrofe?
A medida que avanzábamos por la carretera la sentía pegarse más y más a mí, sabía que era necesario por una cuestión de seguridad pero en serio que mi cabeza y mi cuerpo no parecían muy interesados en las justificaciones lógicas que intentaba imponerles la consciencia… Ellos iban por su cuenta y se estaban montando una fiesta pagana a la que mis cinco sentidos estaban encantados de ser invitados de honor.
Pronto sentí que estaba al borde del colapso total de mi voluntad y resistencia, el trasero de Odette se pegaba a mi ingle tan íntimamente como lo haría una amante intentando provocar a la locura a su compañero; desde luego que ninguna de esas fantasías morbosas subyacía debajo del ingenuo accionar de mi hermana, sin embargo no había manera de que ninguna parte de mí lo entendiera.
Trataba de mantenerme a raya, juraría por todo lo que es sagrado para mí que lo hacía, sin embargo mi cuerpo se oponía rotundamente a responderme a medida que ella se friccionaba entre mis muslos y se apretaba en mi entrepierna como una pieza vital para completarme; mi consciencia estaba muy ocupada en encargarse de que no nos matáramos en un accidente así que no podía acudir en mi auxilio, la otra parte de mi mente poco a poco se fue abandonando a aquella sensación sublime, rindiéndose ante el calor de aquella mujer por la que mi corazón había sido el primero en rendirse durante esta batalla.
Me mordí el labio agradeciendo la tensión que generaba la tela de mis pantalones, de lo contrario hubiera sido escandalosamente evidente la clase de reacción que estaba provocando en mi cuerpo. Maldije internamente al percibir mi miembro agitarse de un tirón violento, como si intentara burlarse de que tenía voluntad propia y no me haría caso, aún si el precio de esto era acabar odiándome a mí mismo por ser un maldito cerdo inmoral que no era capaz de poner a raya sus instintos más bajos.
Durante varios minutos conduje realmente frustrado, removiendo incómodamente mis caderas para despegarlas de ella, pero enseguida ella volvía a adherirse a mí en busca de asegurarse; realmente todo hubiera sido mucho más sencillo si yo hubiera podido detener la motocicleta allí y gritarle que dejara de hacer semejante cosa porque me estaba aplastando las gónadas; pero no quería que por algo así ella acabara por sentarse de una manera insegura que pudiera provocarle un incidente.
En medio de aquella agitación sensorial de la que estaba siendo una víctima infame, giré en una curva que nos llevaba por el camino único hacia la ciudad, solo para darme de bruces con que la carretera se encontraba obstruida por una enorme conmoción; mi parte consciente atinó a accionar los frenos luego de disminuir súbitamente la velocidad que llevábamos. En el mismo instante mi corazón se paralizó cuando Odette se impulsó hacia adelante quedando encajada de pecho entre los comandos de la Harley al mismo tiempo que su trasero me ofrecía una vista perfectamente detallada que no ayudó, para nada, a mi “estado de alegría” visiblemente irreversible.
A pesar de lo sugerente que pudiera ser el asunto, el miedo cobró terreno en mi interior de solo imaginarme el daño que pudo haberse hecho con semejante sacudón, pero al menos no tenía que lamentar que se hubiera lastimado, ya que en seguida recobró su actitud habitual.
Buscando poner un poco la cabeza fría aproveché la situación para bajar de la motocicleta y aproximarme al agente a cargo de la situación que, enseguida, me informa que debido a un derrumbe volcó un camión de materiales de construcción y que hasta que no lleguen los remolques, al día siguiente, esa vía quedaría inhabilitada.
Supe enseguida que aquello no le causaría mucha gracia a mi hermana, así que fui con ciertas reservas a comunicárselo mientras me doblaba sobre mí mismo a causa del molesto tirón entre mis pantalones que parecía empeñado en seguir fastidiándome.
La respuesta de Odette no se hizo esperar y ante su sugerencia opté por hacerle caso, después de todo en este momento ella tenía la cabeza, y todo lo demás, bastante más fría que yo. De nuevo nos dispusimos sobre la moto y volvimos un trecho para poder seguir las indicaciones hacia la posada. En solo unos minutos logré vislumbrar el lugar. Parecía acogedor y algo rupestre, como si adrede hubieran querido mantener el lugar atrapado en el tiempo, mis sentidos espirituales no tardaron en disparar la empatía, rápidamente supe que el lugar estaba claramente imbuido por la presencia de otros seres espirituales; lo cual explicaba la ausencia de elementos tecnológicos con la que nos topamos al aparcar la moto en la entrada y aventurarnos hacia el interior del recinto mientras nos librábamos de los cascos.
A pesar de que no podía dejar de lado la incomodidad física que me estaba fastidiando desde hace un rato no pude evitar volver a sentir aquella plenitud y bienestar que me habían inundado cuando habíamos llegado al bosque, como si nuevamente pudiera establecer el canal de comunicación espiritual con aquellas energías que fluían desde tiempos antiguos de la madre naturaleza hacia los seres vivos; fue una sensación llenadora que agradecí plenamente en mi interior mientras me acercaba a una mujer que no aparentaba más de la mitad de siglo, para informarme sobre mis futuras opciones.
-Lamento importunarle, pero… Venimos de la Ciudad Principal y necesitamos regresar, sin embargo un accidente nos lo está impidiendo… ¿Cree que exista algún camino alternativo para volver a casa?
La mujer pronto comienza a gesticular con las manos, dándome a saber que, a pesar de que me había escuchado a la perfección, no poseía el don del habla, de manera que mediante lenguaje de señas comenzó a brindarme la información que necesitaba saber. Afortunadamente el lenguaje universal de señas era otro idioma que había aprendido a la perfección mientras estudiaba en Austria, por lo que pude interpretar sin errores todo lo que me comunicaba la dama y que no resultaba muy alentador; mucho menos cuando imaginaba que ahora tenía que ir a comunicárselo a mi hermana que me aguardaba en una mesa sentada visiblemente impaciente.
-Bueno… no tengo muy buenas noticias… Se puede decir que el camino que está cortado es el único de retorno a la ciudad, el único otro camino que existe únicamente nos lleva por la dirección contraria, así que solo nos alejaremos si lo tomamos. Por lo que se, todas las personas a nuestro alrededor están en una situación parecida y han venido aquí a pasar la noche, por lo que solo queda un cuarto libre que, en realidad, es de la mujer que nos acaba de atender pero dice que puede cederlo para nosotros y dormir en otra habitación con sus hijos. Creo que básicamente me dijo que no tenemos más opción que pasar la noche en este lugar…
Mientras me siento, ocupando la silla en el lado de la mesa opuesto al suyo, le respondo consternado por aquello, en especial porque la idea de compartir el cuarto con ella no para de hacer eco en mi cabeza y enloquecerme mientras crepita allí, haciéndome saber que mi cuerpo no está dispuesto a darme tregua y permitirme un alivio para mi entrepierna que ya está bien resuelta a mantenerse tensa hasta que le ofrezca alguna clase de consuelo.
Cuando mis pensamientos comenzaban a nublarse así, cuando ya no era capaz de relajarme porque mi propio cuerpo me demandaba que dejara a mis sentidos apoderarse hasta de la mínima porción de ella; sabía que era la instancia máxima a la que podía someterme o no habría voluntad lo suficientemente sólida como para seguir adelante con normalidad, como si fuéramos solo hermanos con un grado de tan cercana intimidad que resultaría incomprensible para cualquiera que lo mirara desde afuera.
Estaba seguro de que si no albergara aquellos sentimientos hacia ella, no me importaría en lo más mínimo lo que otros pudieran pensar, lo raro que pudieran mirarnos o lo incómodo que pudiera sentirse con ello el jodido Prometido; sin embargo las cosas eran demasiado diferentes y mis sentimientos lo suficientemente tormentosos como para ponerme en alerta cada vez que mi razonamiento juicioso consideraba que estaba poniendo en peligro la relación fraternal que nos debía unir por encima de todas las cosas.
Así que de esta manera eran las cosas… ella tenía razón en todo lo que me decía, por mucho que yo odiara tener que admitirlo, aunque fuera solo para mí mismo.
Indignado conmigo mismo, como lo estaba, me resultaba bastante problemático pensar con claridad, solo quería salirme de esta situación; solo quería evitar arruinar aún más este día cuando aún podía salvarse una mínima parte en pos de lo que habíamos sentido apenas llegamos.
Mientras me colocaba mi casco escuché aquella petición, que más que petición fue una exigencia irracional, pero claro… No estaba yo como para ponerme a razonar con aquella fría mujer que ahora me amenazaba con perderme un casco de quince centímetros de diámetro por un lugar que no tenía ni la décima parte de eso… Lo mirara como lo mirara esto solo podía salir mal para mí. La desventaja era desproporcionalmente negativa para este servidor, literalmente desproporcional.
Al final, con tal de agilizar el asunto y de evitar discusiones innecesarias accedí a su pedido, encastré detrás de mí mis pertenencias y dejé que Odette se sentara entre mis piernas para emprender el camino de regreso a casa. En este sentido debía agradecer el largo de mis brazos que me permitía llegar al acelerador y al embrague sin problema alguno para maniobrar la Iron.
Apenas habíamos recorrido algunos kilómetros cuando realmente me empecé a cuestionar que esta hubiera podido ser remotamente una buena decisión; de hecho debería haber discutido con Odette y aunque el maldito infierno se congelara y el cielo se fragmentara e hiciera llover sus escombros sobre nosotros, nunca-nunca-nunca debí haber accedido a esto ¿Qué tenía en la cabeza? ¿Acaso había imaginado que esto podía no acabar en una catástrofe?
A medida que avanzábamos por la carretera la sentía pegarse más y más a mí, sabía que era necesario por una cuestión de seguridad pero en serio que mi cabeza y mi cuerpo no parecían muy interesados en las justificaciones lógicas que intentaba imponerles la consciencia… Ellos iban por su cuenta y se estaban montando una fiesta pagana a la que mis cinco sentidos estaban encantados de ser invitados de honor.
Pronto sentí que estaba al borde del colapso total de mi voluntad y resistencia, el trasero de Odette se pegaba a mi ingle tan íntimamente como lo haría una amante intentando provocar a la locura a su compañero; desde luego que ninguna de esas fantasías morbosas subyacía debajo del ingenuo accionar de mi hermana, sin embargo no había manera de que ninguna parte de mí lo entendiera.
Trataba de mantenerme a raya, juraría por todo lo que es sagrado para mí que lo hacía, sin embargo mi cuerpo se oponía rotundamente a responderme a medida que ella se friccionaba entre mis muslos y se apretaba en mi entrepierna como una pieza vital para completarme; mi consciencia estaba muy ocupada en encargarse de que no nos matáramos en un accidente así que no podía acudir en mi auxilio, la otra parte de mi mente poco a poco se fue abandonando a aquella sensación sublime, rindiéndose ante el calor de aquella mujer por la que mi corazón había sido el primero en rendirse durante esta batalla.
Me mordí el labio agradeciendo la tensión que generaba la tela de mis pantalones, de lo contrario hubiera sido escandalosamente evidente la clase de reacción que estaba provocando en mi cuerpo. Maldije internamente al percibir mi miembro agitarse de un tirón violento, como si intentara burlarse de que tenía voluntad propia y no me haría caso, aún si el precio de esto era acabar odiándome a mí mismo por ser un maldito cerdo inmoral que no era capaz de poner a raya sus instintos más bajos.
Durante varios minutos conduje realmente frustrado, removiendo incómodamente mis caderas para despegarlas de ella, pero enseguida ella volvía a adherirse a mí en busca de asegurarse; realmente todo hubiera sido mucho más sencillo si yo hubiera podido detener la motocicleta allí y gritarle que dejara de hacer semejante cosa porque me estaba aplastando las gónadas; pero no quería que por algo así ella acabara por sentarse de una manera insegura que pudiera provocarle un incidente.
En medio de aquella agitación sensorial de la que estaba siendo una víctima infame, giré en una curva que nos llevaba por el camino único hacia la ciudad, solo para darme de bruces con que la carretera se encontraba obstruida por una enorme conmoción; mi parte consciente atinó a accionar los frenos luego de disminuir súbitamente la velocidad que llevábamos. En el mismo instante mi corazón se paralizó cuando Odette se impulsó hacia adelante quedando encajada de pecho entre los comandos de la Harley al mismo tiempo que su trasero me ofrecía una vista perfectamente detallada que no ayudó, para nada, a mi “estado de alegría” visiblemente irreversible.
A pesar de lo sugerente que pudiera ser el asunto, el miedo cobró terreno en mi interior de solo imaginarme el daño que pudo haberse hecho con semejante sacudón, pero al menos no tenía que lamentar que se hubiera lastimado, ya que en seguida recobró su actitud habitual.
Buscando poner un poco la cabeza fría aproveché la situación para bajar de la motocicleta y aproximarme al agente a cargo de la situación que, enseguida, me informa que debido a un derrumbe volcó un camión de materiales de construcción y que hasta que no lleguen los remolques, al día siguiente, esa vía quedaría inhabilitada.
Supe enseguida que aquello no le causaría mucha gracia a mi hermana, así que fui con ciertas reservas a comunicárselo mientras me doblaba sobre mí mismo a causa del molesto tirón entre mis pantalones que parecía empeñado en seguir fastidiándome.
La respuesta de Odette no se hizo esperar y ante su sugerencia opté por hacerle caso, después de todo en este momento ella tenía la cabeza, y todo lo demás, bastante más fría que yo. De nuevo nos dispusimos sobre la moto y volvimos un trecho para poder seguir las indicaciones hacia la posada. En solo unos minutos logré vislumbrar el lugar. Parecía acogedor y algo rupestre, como si adrede hubieran querido mantener el lugar atrapado en el tiempo, mis sentidos espirituales no tardaron en disparar la empatía, rápidamente supe que el lugar estaba claramente imbuido por la presencia de otros seres espirituales; lo cual explicaba la ausencia de elementos tecnológicos con la que nos topamos al aparcar la moto en la entrada y aventurarnos hacia el interior del recinto mientras nos librábamos de los cascos.
A pesar de que no podía dejar de lado la incomodidad física que me estaba fastidiando desde hace un rato no pude evitar volver a sentir aquella plenitud y bienestar que me habían inundado cuando habíamos llegado al bosque, como si nuevamente pudiera establecer el canal de comunicación espiritual con aquellas energías que fluían desde tiempos antiguos de la madre naturaleza hacia los seres vivos; fue una sensación llenadora que agradecí plenamente en mi interior mientras me acercaba a una mujer que no aparentaba más de la mitad de siglo, para informarme sobre mis futuras opciones.
-Lamento importunarle, pero… Venimos de la Ciudad Principal y necesitamos regresar, sin embargo un accidente nos lo está impidiendo… ¿Cree que exista algún camino alternativo para volver a casa?
La mujer pronto comienza a gesticular con las manos, dándome a saber que, a pesar de que me había escuchado a la perfección, no poseía el don del habla, de manera que mediante lenguaje de señas comenzó a brindarme la información que necesitaba saber. Afortunadamente el lenguaje universal de señas era otro idioma que había aprendido a la perfección mientras estudiaba en Austria, por lo que pude interpretar sin errores todo lo que me comunicaba la dama y que no resultaba muy alentador; mucho menos cuando imaginaba que ahora tenía que ir a comunicárselo a mi hermana que me aguardaba en una mesa sentada visiblemente impaciente.
-Bueno… no tengo muy buenas noticias… Se puede decir que el camino que está cortado es el único de retorno a la ciudad, el único otro camino que existe únicamente nos lleva por la dirección contraria, así que solo nos alejaremos si lo tomamos. Por lo que se, todas las personas a nuestro alrededor están en una situación parecida y han venido aquí a pasar la noche, por lo que solo queda un cuarto libre que, en realidad, es de la mujer que nos acaba de atender pero dice que puede cederlo para nosotros y dormir en otra habitación con sus hijos. Creo que básicamente me dijo que no tenemos más opción que pasar la noche en este lugar…
Mientras me siento, ocupando la silla en el lado de la mesa opuesto al suyo, le respondo consternado por aquello, en especial porque la idea de compartir el cuarto con ella no para de hacer eco en mi cabeza y enloquecerme mientras crepita allí, haciéndome saber que mi cuerpo no está dispuesto a darme tregua y permitirme un alivio para mi entrepierna que ya está bien resuelta a mantenerse tensa hasta que le ofrezca alguna clase de consuelo.
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Resignándome a las circunstancias, y a que para bien o para mal teníamos que actuar de forma objetiva, volví a subirme a la moto, sintiendo el dolor propagarse por mis piernas al verse de nuevo sometidas ante la tensión. Era eso, o terminaba rodando por la carretera y aquella última opción parecía la menos amigable, aún si la primera traía como consecuencia el que amaneciera adolorida y sin poder moverme. En favor a no incitar más tensión entre ambos, supe guardarme muy bien mis quejas ante los hechos presentados y callé durante lo que duró el corto trayecto hacia la posada indicada. Una vez aparcada la moto y quitado el caso, bajé, haciendo una mueca dolor al hacerlo, y con caminar algo incómodo me dirigí a una de las mesas donde aguardé mientras mi hermano se encargaba de averiguar por una nueva ruta.
No necesitaba ser genio ni tampoco espiritual para saber que Leandro no traía buenas noticias, sólo conocerlo lo suficiente como para detectar aquella expresión contrariada en su rostro una vez que puso rumbo hacia donde yo le esperaba, como si se estuviera encaminando a su propia sentencia de muerte. Ya estaba con el suficiente pésimo humor como para que todavía se adornara el pastel con la cerecita ante la indignación que sentí por esa reacción ajena. ¿Qué era yo acaso para él? ¿Un demonio? Afinqué el codo de mi brazo derecho sobre la mesa y apoyé mi barbilla en la mano, mientras que con la zurda me dedicaba a tamborilear con los dedos sobre la superficie, resaltando así aún más mi estado impaciente e irritado. Le escuché con atención, sin decir nada, y en los minutos de silencio que le siguieron a su explicación, sólo interrumpidos por el ruido de mis uñas sobre la madera, no hice otra cosa que mantener aquella postura, fijando los ojos amielados en los hazel de él. En apariencia podría parecer que, mentalmente, le estaba deseando la peor de las muertes, pero en realidad sólo estaba tratando de asimilar los hechos y resignarme a ellos. ¿Qué más podía hacer? ¿Un berrinche por no salirme con la mía? Sí, eso fácil podría salirme, pero no tenía ni al caso y yo lo reconocía. Por más desagradable que pudiera resultar quedarme allí varada, sin que mi prometido pudiera estar al tanto de mis acciones y en el lugar en el que me encontraba, no había nada tampoco que se pudiera hacer. Con suerte contaran con teléfono allí adentro, y entonces podría darle por enterado de la situación a Dante, mientras tanto no me quedaba más que maldecir a mi mala suerte. Y a Lyssandro también, ¿por qué no?
-Pues bien, ya sabemos qué es lo que tenemos que hacer -exclamé al fin, fría y diplomáticamente. Me incorporé y le miré con desgana-, pasaremos la noche aquí y mañana a primera hora nos marcharemos. Tengo la agenda saturada.
Comencé a caminar hacia la entrada de aquella construcción que recordaba a una hermosa cabaña mágica, en medio del bosque. En aquellas circunstancias agradecía contar con un lado práctico y profesional, de esta forma podía tomar la situación de la manera más objetiva posible, y sin dejar salir mi lado caprichoso en el intermedio. Ese lo dejaba sólo a mis familiares y queridos más allegados, y aún si estaba en presencia de mi hermano, allí se encontraban otras personas ajenas y a las que podía darles una mala impresión si justo ahora me comportaba como usualmente lo solía hacer en mi adolescencia. Nunca se sabía cuándo podría encontrarme con algún admirador de mi trabajo.
Me acerqué a la señora que minutos atrás había atendido a mi hermano y solicité amablemente que nos condujera hacia la habitación disponible. Yo no tenía conocimiento de la lengua entre señas, pero por fortuna la mujer no era sorda y podía entenderme sin dificultad alguna. Además, no era muy difícil comprender algunos gestos, tomándose en cuenta que era una espiritual. Nos condujo hacia el interior y subimos por unas pulidas escaleras de madera, para después recorrer el pasillo de la primera planta y dirigirnos hacia la puerta del fondo, a lado izquierdo. Antes de que nososotros pudieramos abrirla, otra mujer, quizá una década de años mayor que yo, lo hizo desde dentro y salió, explicándonos que la había arreglado para nosotros. Agradecimos la hospitalidad y después nos encerramos en aquella habitación que sería nuestra por aquella noche. Sólo esperaba que el idiota de mi hermano tuviera el dinero suficiente para alquilarla, porque yo no planeaba quedarme a lavar los platos para hacerlo. Bien podría quedarse él, yo llevándome la Harley y no regresando por él sino hasta fin de mes.
-Creo que deberíamos pedir algo para comer, porque no sé tú, Adelphos, pero yo no he comido nada desde el mediodía y ya está comenzando a dolerme la cabeza -giré a verle, pues había estado antes contemplándome en el espejo justo encima del tocador y lamentando de mi deplorable estado. Gastón, si me viera, se sentiría horrorizado-. Yo puedo encargarme de eso, mejor será que tú te metas a bañar -señalé la puerta tras de sí y la cual supuse que sería el baño, pues se encontraba entreabierta y podía distinguir, a pesar de la oscuridad, el inmueble típico-, noté mientras caminabas que lo hacías con cierta incomodidad. Son tus heridas, ¿cierto? Deberías lavártelas con propiedad mientras yo me encargo de la cena y de pedir prestado un botiquín de primeros auxilios. Y no, no aceptaré un no por respuesta -refuté de forma severa al final, ya encaminándome hacia la puerta de salida. La abrí, pero al mirarle una vez más, le dediqué una gentil sonrisa al ya sentirme más relajada- no tardo.
Quizá después de todo la experiencia no fuera para nada desagradable como pudiera pensarse en un inicio y con una perspectiva malhumorada. Ahora ya me sentía más relajada y en armonía con mi elemento espiritual.
Caminé por el pasillo y me dirigí a la planta baja, buscando a la señora que nos había atendido en un inicio, pero me encontré con la segunda mujer la cual supuse se trataría de la hija. Le expliqué la situación y con gusto accedió a facilitarme el botiquín y subirnos la cena una vez que esta estuviera lista. Una vez con la caja metálica en mano, agradecí de nuevo su bondad y regresé a la habitación. Allí me encontré con la noticia de que Leandro no estaba, pero el correr del agua al otro lado de la puerta del baño me dejaba muy en claro en dónde se encontraba. Dejé el botiquín sobre el tocador, con la idea de revisarlo después, y en cambio me deshice finalmente de la chamarra de cuero de mi hermano, la cual dejé doblada sobre la cama. Cuando miré a mi alrededor, en busca de mi prenda superior, descubrí con pesar y casi horror que la había dejado abandonada en el bosque. Más que maravilloso. Me permití lanzar una maldición por lo bajo para sacar mi frustración y después me di a la tarea de, una vez más, descalzarme para no arruinar por más tiempo mis zapatos con la suciedad de la planta de mis pies y después deshacerme de mis pantalones húmedos, quedando así en pura ropa interior. Planeaba lavar estos una vez que me bañara, haciendo lo mismo con mi ropa íntima pues no deseaba estar así por más tiempo del debido. Que incómodo era terminar una mojada y sin una facilidad de cambio, recordaría para un futuro el no volverlo a hacer. Mientras se secara mi ropa, me cubriría con alguna toalla.
Cuando me acerqué al tocador, volví a contemplar mi imagen y lancé un suspiro de resignación ante el caos que era ahora mi cabellera. Deseaba poder hacer algo con ella en la ducha, pero por ahora me emocionaba más la idea de sentir correr sobre mi desnudo cuerpo el agua caliente, porque la verdad era que la temperatura estaba bajando drásticamente por la noche, en medio del bosque, y la humedad de mi ropa no ayudaba en lo más mínimo a que la piel no se me pusiera helada. Estornudé sin poder evitarlo y acto seguido me centré en revisar el contenido del botiquín, buscando algo que pudiera ayudarme a terminar de curarle las heridas a Lyssandro. Encontré un frasco de alcohol, isodine, gasas y adhesivo; más que suficiente.
Tomando los utensilios requeridos, me encaminé hacia la puerta del baño y toqué con los nudillos, pues ya le había dado un tiempo considerable a mi hermano para que terminara de asear su cuerpo. Sin esperar respuesta, abrí.
-¿Leandro, ya estás? Necesito curar... -me vi brutalmente interrumpida al contemplar una escena que me dejó por completo anonadada. Mi hermano, saliendo de la ducha, de cara a mí, con el agua destilando de su cuerpo. De su cuerpo totalmente desnudo... Ahogué un grito de espanto y cerré los ojos con fuerza. Ante mi sorpresa y torpeza dejé caer el frasco de alcohol, agradeciendo a todos los dioses el que este fuera de plástico o bien ya me vería yo con un recipiente de vídrio roto en el suelo de un baño-. L-lo... lo... ¡L-lo siento! -tragué en seco y a tientas busqué la toalla para arrojársela a ciegas-; ¡cúbrete con eso!
Con el rostro colorado y el latir de mi corazón desbocado por la imprudencia cometida, aguardé a que el otro rodeara su cintura con la toalla dada. No quise volver a abrir los ojos hasta no estar segura que ya estaba cubierto, al menos de esa parte privada. Lancé un ligero suspiro cuando fue así y, sintiéndome molesta, bajé la tapa del inodoro y le insté de mala forma a que tomara asiento sobre este para yo poder realizar la faena que me había impuesto antes de interrumpirle. Dejé mis herramientas a mano y fui a recoger el alcohol que había tirado y que había dado a parar en una esquina del cuarto. Ni siquiera me atreví a mirarle, aún roja de la pena.
Cuando ya tuve todo dispuesto para mí, me coloqué una vez más tras de sí, le quité la tapa al frasco y lavé mis propias manos con la desinfectante sustancia incolora antes de disponerme a hacer lo mismo con los rojos e inflamados verdugones que adornaban la esbelta espalda de mi hermano mayor.
-Te advierto que esto te va a arder hasta el apellido... -susurré. Me mordí el labio inferior con fuerza, preparándome a sentir el dolor ajeno como propio, y dejé caer el líquido sobre las heridas, siseando yo por el dolor como si fuera a mí a quien se lo estuvieran aplicando. Sequé con suavidad la zona lastimada con un trozo de papel para después empezar a cubrirle con gasas, siendo muy cuidadosa y suave con cada uno de mis movimientos-. Terminé, con esto ya no corremos peligro de que se infecte... -me giré para cubrir mi rostro y estornudar un par de veces.
No necesitaba ser genio ni tampoco espiritual para saber que Leandro no traía buenas noticias, sólo conocerlo lo suficiente como para detectar aquella expresión contrariada en su rostro una vez que puso rumbo hacia donde yo le esperaba, como si se estuviera encaminando a su propia sentencia de muerte. Ya estaba con el suficiente pésimo humor como para que todavía se adornara el pastel con la cerecita ante la indignación que sentí por esa reacción ajena. ¿Qué era yo acaso para él? ¿Un demonio? Afinqué el codo de mi brazo derecho sobre la mesa y apoyé mi barbilla en la mano, mientras que con la zurda me dedicaba a tamborilear con los dedos sobre la superficie, resaltando así aún más mi estado impaciente e irritado. Le escuché con atención, sin decir nada, y en los minutos de silencio que le siguieron a su explicación, sólo interrumpidos por el ruido de mis uñas sobre la madera, no hice otra cosa que mantener aquella postura, fijando los ojos amielados en los hazel de él. En apariencia podría parecer que, mentalmente, le estaba deseando la peor de las muertes, pero en realidad sólo estaba tratando de asimilar los hechos y resignarme a ellos. ¿Qué más podía hacer? ¿Un berrinche por no salirme con la mía? Sí, eso fácil podría salirme, pero no tenía ni al caso y yo lo reconocía. Por más desagradable que pudiera resultar quedarme allí varada, sin que mi prometido pudiera estar al tanto de mis acciones y en el lugar en el que me encontraba, no había nada tampoco que se pudiera hacer. Con suerte contaran con teléfono allí adentro, y entonces podría darle por enterado de la situación a Dante, mientras tanto no me quedaba más que maldecir a mi mala suerte. Y a Lyssandro también, ¿por qué no?
-Pues bien, ya sabemos qué es lo que tenemos que hacer -exclamé al fin, fría y diplomáticamente. Me incorporé y le miré con desgana-, pasaremos la noche aquí y mañana a primera hora nos marcharemos. Tengo la agenda saturada.
Comencé a caminar hacia la entrada de aquella construcción que recordaba a una hermosa cabaña mágica, en medio del bosque. En aquellas circunstancias agradecía contar con un lado práctico y profesional, de esta forma podía tomar la situación de la manera más objetiva posible, y sin dejar salir mi lado caprichoso en el intermedio. Ese lo dejaba sólo a mis familiares y queridos más allegados, y aún si estaba en presencia de mi hermano, allí se encontraban otras personas ajenas y a las que podía darles una mala impresión si justo ahora me comportaba como usualmente lo solía hacer en mi adolescencia. Nunca se sabía cuándo podría encontrarme con algún admirador de mi trabajo.
Me acerqué a la señora que minutos atrás había atendido a mi hermano y solicité amablemente que nos condujera hacia la habitación disponible. Yo no tenía conocimiento de la lengua entre señas, pero por fortuna la mujer no era sorda y podía entenderme sin dificultad alguna. Además, no era muy difícil comprender algunos gestos, tomándose en cuenta que era una espiritual. Nos condujo hacia el interior y subimos por unas pulidas escaleras de madera, para después recorrer el pasillo de la primera planta y dirigirnos hacia la puerta del fondo, a lado izquierdo. Antes de que nososotros pudieramos abrirla, otra mujer, quizá una década de años mayor que yo, lo hizo desde dentro y salió, explicándonos que la había arreglado para nosotros. Agradecimos la hospitalidad y después nos encerramos en aquella habitación que sería nuestra por aquella noche. Sólo esperaba que el idiota de mi hermano tuviera el dinero suficiente para alquilarla, porque yo no planeaba quedarme a lavar los platos para hacerlo. Bien podría quedarse él, yo llevándome la Harley y no regresando por él sino hasta fin de mes.
-Creo que deberíamos pedir algo para comer, porque no sé tú, Adelphos, pero yo no he comido nada desde el mediodía y ya está comenzando a dolerme la cabeza -giré a verle, pues había estado antes contemplándome en el espejo justo encima del tocador y lamentando de mi deplorable estado. Gastón, si me viera, se sentiría horrorizado-. Yo puedo encargarme de eso, mejor será que tú te metas a bañar -señalé la puerta tras de sí y la cual supuse que sería el baño, pues se encontraba entreabierta y podía distinguir, a pesar de la oscuridad, el inmueble típico-, noté mientras caminabas que lo hacías con cierta incomodidad. Son tus heridas, ¿cierto? Deberías lavártelas con propiedad mientras yo me encargo de la cena y de pedir prestado un botiquín de primeros auxilios. Y no, no aceptaré un no por respuesta -refuté de forma severa al final, ya encaminándome hacia la puerta de salida. La abrí, pero al mirarle una vez más, le dediqué una gentil sonrisa al ya sentirme más relajada- no tardo.
Quizá después de todo la experiencia no fuera para nada desagradable como pudiera pensarse en un inicio y con una perspectiva malhumorada. Ahora ya me sentía más relajada y en armonía con mi elemento espiritual.
Caminé por el pasillo y me dirigí a la planta baja, buscando a la señora que nos había atendido en un inicio, pero me encontré con la segunda mujer la cual supuse se trataría de la hija. Le expliqué la situación y con gusto accedió a facilitarme el botiquín y subirnos la cena una vez que esta estuviera lista. Una vez con la caja metálica en mano, agradecí de nuevo su bondad y regresé a la habitación. Allí me encontré con la noticia de que Leandro no estaba, pero el correr del agua al otro lado de la puerta del baño me dejaba muy en claro en dónde se encontraba. Dejé el botiquín sobre el tocador, con la idea de revisarlo después, y en cambio me deshice finalmente de la chamarra de cuero de mi hermano, la cual dejé doblada sobre la cama. Cuando miré a mi alrededor, en busca de mi prenda superior, descubrí con pesar y casi horror que la había dejado abandonada en el bosque. Más que maravilloso. Me permití lanzar una maldición por lo bajo para sacar mi frustración y después me di a la tarea de, una vez más, descalzarme para no arruinar por más tiempo mis zapatos con la suciedad de la planta de mis pies y después deshacerme de mis pantalones húmedos, quedando así en pura ropa interior. Planeaba lavar estos una vez que me bañara, haciendo lo mismo con mi ropa íntima pues no deseaba estar así por más tiempo del debido. Que incómodo era terminar una mojada y sin una facilidad de cambio, recordaría para un futuro el no volverlo a hacer. Mientras se secara mi ropa, me cubriría con alguna toalla.
Cuando me acerqué al tocador, volví a contemplar mi imagen y lancé un suspiro de resignación ante el caos que era ahora mi cabellera. Deseaba poder hacer algo con ella en la ducha, pero por ahora me emocionaba más la idea de sentir correr sobre mi desnudo cuerpo el agua caliente, porque la verdad era que la temperatura estaba bajando drásticamente por la noche, en medio del bosque, y la humedad de mi ropa no ayudaba en lo más mínimo a que la piel no se me pusiera helada. Estornudé sin poder evitarlo y acto seguido me centré en revisar el contenido del botiquín, buscando algo que pudiera ayudarme a terminar de curarle las heridas a Lyssandro. Encontré un frasco de alcohol, isodine, gasas y adhesivo; más que suficiente.
Tomando los utensilios requeridos, me encaminé hacia la puerta del baño y toqué con los nudillos, pues ya le había dado un tiempo considerable a mi hermano para que terminara de asear su cuerpo. Sin esperar respuesta, abrí.
-¿Leandro, ya estás? Necesito curar... -me vi brutalmente interrumpida al contemplar una escena que me dejó por completo anonadada. Mi hermano, saliendo de la ducha, de cara a mí, con el agua destilando de su cuerpo. De su cuerpo totalmente desnudo... Ahogué un grito de espanto y cerré los ojos con fuerza. Ante mi sorpresa y torpeza dejé caer el frasco de alcohol, agradeciendo a todos los dioses el que este fuera de plástico o bien ya me vería yo con un recipiente de vídrio roto en el suelo de un baño-. L-lo... lo... ¡L-lo siento! -tragué en seco y a tientas busqué la toalla para arrojársela a ciegas-; ¡cúbrete con eso!
Con el rostro colorado y el latir de mi corazón desbocado por la imprudencia cometida, aguardé a que el otro rodeara su cintura con la toalla dada. No quise volver a abrir los ojos hasta no estar segura que ya estaba cubierto, al menos de esa parte privada. Lancé un ligero suspiro cuando fue así y, sintiéndome molesta, bajé la tapa del inodoro y le insté de mala forma a que tomara asiento sobre este para yo poder realizar la faena que me había impuesto antes de interrumpirle. Dejé mis herramientas a mano y fui a recoger el alcohol que había tirado y que había dado a parar en una esquina del cuarto. Ni siquiera me atreví a mirarle, aún roja de la pena.
Cuando ya tuve todo dispuesto para mí, me coloqué una vez más tras de sí, le quité la tapa al frasco y lavé mis propias manos con la desinfectante sustancia incolora antes de disponerme a hacer lo mismo con los rojos e inflamados verdugones que adornaban la esbelta espalda de mi hermano mayor.
-Te advierto que esto te va a arder hasta el apellido... -susurré. Me mordí el labio inferior con fuerza, preparándome a sentir el dolor ajeno como propio, y dejé caer el líquido sobre las heridas, siseando yo por el dolor como si fuera a mí a quien se lo estuvieran aplicando. Sequé con suavidad la zona lastimada con un trozo de papel para después empezar a cubrirle con gasas, siendo muy cuidadosa y suave con cada uno de mis movimientos-. Terminé, con esto ya no corremos peligro de que se infecte... -me giré para cubrir mi rostro y estornudar un par de veces.
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Ella fue precisa y pragmática, quizás no debería sorprenderme a esta altura del partido, siendo que conocía aquel costado suyo a la perfección; sin embargo jamás pensé que afloraría con tal facilidad en una situación tan desfavorable como esta y así y todo… allí estaba Odette sorprendiéndome de nuevo, sacándose alguna acción o reacción inesperada de debajo de la manga. Esa era otra de las cosas que me fascinaba acerca de ella… no importaba que tan bien se la pudiera conocer, no importaba que tanto se la intentara predecir en algún momento tomaría su actitud y haría algo absolutamente inesperado que te dejara absolutamente desorientado. Así estaba yo, boyando como un idiota mientras seguía el rumbo que nos indicaban hacia el cuarto que ocuparíamos durante esa noche.
Cuando nos detuvimos delante de la puerta una sensación de nerviosismo se instaló en mi garganta… ¡Demonios! Lo único que necesitaba era una ducha bien fría para devolverme a mi condición de hombre-casto-y-responsable-sin-segundas-intenciones-con-su-hermana… Pero claro, el jodido destino no estaba dispuesto a colaborar conmigo para nada y cuando aquella puerta se abrió y la simpática joven nos dio sus indicaciones de lo único que pude ser consciente fue de que en el centro de la habitación había una única maldita cama.
Desde luego que podía dormir en el piso, como la ocasión ameritaba, pero no evitó que la imagen de los dos yaciendo abrazados en aquel lecho me poblara la mente por unos segundos; pocos pero los suficientes como para empeorar el estado de agonía de mi ya torturada entrepierna.
Cuando nos dejaron a solas no supe si aliviarme o aterrarme por ello, lo primero porque eran menos personas frente a las que debía fingir un estado de comodidad que no tenía… y lo segundo porque quedarme a solas con Odette solo intensificaba aquellos pensamientos inescrupulosos que constantemente sacudían mi mente desde lo de la motocicleta.
Mientras Odette me hablaba no podía hacer más que revolverme incómodo tratando de descubrir nuevas posturas dignas de un contorsionista del Cirque du Soleil, con tal de ocultar mi, cada vez más, pronunciado estado de felicidad… bueno, no mío porque en realidad yo estaba siendo categóricamente miserable, pero mi buen amigo parecía sádicamente contento con ello.
Asentí mecánicamente ante su mención de la comida, recordé que tenía algunos bocadillos en la canasta de picnic, pero seguramente acabarían siendo comida para los animales ya que no debían de encontrarse en un estado óptimo de consumo para nosotros… Además eran bocadillos preparados por mi… desde su concepción no eran realmente idóneos. Luego no pude estar más de acuerdo en que necesitaba bañarme y agradecí profundamente a todos los dioses que ella estuviera dispuesta a salir un rato del cuarto, poner algo de distancia sería lo más sano para mi cordura.
Ni siquiera puedo transmitir el nivel de nefasta ironía que aparejaban sus comentarios acerca de mi manera de caminar; sobre todo desde que ella pensaba que se debía a las heridas de mi espalda y en realidad el dolor que me aquejaba se había desencadenado justamente por su empeño en proteger dicha parte de mi anatomía.
Cuando me abordó con su determinación sobre no aceptar una negativa de mi parte acerca de lo de permitirle curarme, no me sorprendí… sabía que, efectivamente, debería dar mi brazo a torcer en eso porque yo solo no podría curarme y ella no aceptaría dejarme tal y como estaba; de manera que no malgastaría recursos en una batalla que tenía perdida antes de comenzar. Finalmente asentí con la cabeza y la vi marcharse pero no sin antes dedicarme una sonrisa… una sonrisa que correspondí con la misma sinceridad pero que ella no alcanzó a ver.
Por fin solo me quité mi camisa derruida, mi calzado embarrado y mis pantalones que en cuanto me ofrecieron libertad me brindaron la mitad del alivio que necesitaba mi ingle. Incómodo con aquella sensación como con la imagen que proyectaba aquella inminente erección, me fui quitando los bóxers de camino a la ducha. Ya encerrado en la seguridad del baño podría haber llorado de felicidad como si hubiera encontrado la cura a una enfermedad terminal, pero aún tenía un poco de dignidad.
Sin más preámbulos giré por completo la perilla del agua fría sin añadir ni una pizca del caudal caliente. No perdí más mi tiempo y me adentré en el cubículo para dejar que la helada lluvia me empapara el cuerpo brindando poco a poco un pronto estado de recuperación para mi miembro.
El agua se fue llevando el anhelo así como el malestar que se había apoderado de mí mientras me sentía sucio y enfermizo por esta clase de deseos; este sentimiento de rechazo por mi mismo debía ser algo a lo que ya estuviera acostumbrado, sin embargo se agradecían los momentos en que podía olvidarlo y sentirme limpio por, al menos, poder controlar estos impulsos lo suficiente como para que Odette no pudiera ser consciente de ellos.
Por un rato dejé el agua solo purgar mi cuerpo, luego de unos minutos pro fin comencé a recorrerme con el jabón y la esponja a fin de dejarme completamente limpio, cuando quité hasta el último rastro de espuma supe que era momento de salir del baño, di un único paso fuera de la ducha y lo siguiente que supe es que Odette estaba dentro del baño hablando sobre algo que no entendí que era pero que tampoco hubiera podido asimilar mientras mi rostro pasaba a volverse de todas las tonalidades de rojo existentes.
Fue un único segundo, aunque realmente pareció eterno. Su chillido de la impresión y la pérdida torpe de los objetos que llevaba en las manos, me colocaron en ese lugar incómodo en el que sabes que estás haciendo algo malo pero se escapa de tu control, intenté desesperadamente buscar algo para conseguir cubrir mis vergüenzas sin embargo antes de que pudiera arrancar la cortina del baño, una toalla llegó volando hacia mí y casi por inercia la usé para envolverme las caderas con premura. Con la toalla llegaron sus disculpas, unas que hubiera encontrado adorables de no ser porque mi situación era realmente una mierda.
Mi hermana no pareció tan incómoda con la situación como cualquiera supondría que debía estarlo, de hecho lejos de salir corriendo del cuarto de baño, mantuvo su firme determinación de quedarse allí adentro a curarme; pasando por alto el hecho de que ella solo en ropa interior y y yo únicamente envuelto en una miserable toalla que apenas sí cubría las partes más escandalosas de mi anatomía… sin embargo aquello carecía completamente de importancia para Odette. Ella no iba a detenerse hasta haber conseguido asegurarse de que mi espalda estaba lo suficientemente curada como para evitar complicaciones de salud.
Así fue como, de nuevo brotó aquel instinto en mí que no podía negarle nada a ella. Como un autómata seguí los pasos robóticamente hasta sentarme en el retrete mientras ella disponía todos los artefactos y se posicionaba tras de mí para permitirse realizar la curación.
Presté atención a sus advertencias y cerré las manos en puños esperando un dolor agudo e insoportable, pero en realidad la sensación de escozor fue más bien fugaz y pude tolerarla lo bastante bien como para considerarme todo un hombrecito.
Luego de verter aquel líquido antiséptico en mis heridas y realizar el proceso de arrastrar fuera toda la suciedad con piel inservible y costras resecas; finalmente la oí relajarse y sus palabras me brindaron un enorme alivio, en especial por el tono de tranquilidad con que las pronunciaba, me alegraba saber que ella se sentía nuevamente así a pesar de todo lo acontecido.
Aún nervioso y con el corazón martillándome me levanté del retrete y me giré hacia ella.
-Gracias por todo esto…- Le susurré con la voz trémula mientras le sonreía con suavidad.- Te dejaré unos minutos así tú también te bañas… necesitas entrar en calor…-Murmuré con tanta naturalidad como pude, aunque un leve matiz de nerviosismo se deslizó por debajo de aquellas palabras pretendidamente reconfortantes.
Con solo dos pasos consegí salir del baño, cerrando la puerta tras de mí. Al salir sentí que dejaba atrás una enorme atmósfera opresora, como si hubiera sido víctima de una actividad física que demandara toda mi resistencia, dejé caer mi espalda contra la puerta intentando recuperar algo de fuerza.
Aún inamovible de esa posición, me estaba pensando seriamente acerca de cómo dormir esa noche cuando escuché a alguien llamar a la puerta.
Suspirando me separé de mi sostén y me encaminé hacia la entrada abriendo de par en par para encontrarme con la mujer muda que me extendía dos conjuntos de ropa, señalando; con sus manos; que se dio cuenta de que “mi novia y yo estábamos necesitando algunas prendas”.
-¡Nooo! T---te equivocas ella y yo no somos novios ¿C---cómo podría?- A pesar del intenso color en mis mejillas aquel tono parecía enunciar algo como que ni loco yo estaría con una mujer como esa, aunque la realidad fuera todo lo opuesto.
Luego de darme la ropa y preguntarme si quería que nos subieran la comida o preferíamos bajar a comer en la posada con el resto del mundo, le contesté que lo consultaré con mi compañera y bajaré para hacerle saber.
La dama se marchó dejándome a solas y tan solo unos minutos después Odette salió del baño, muy suelta de cuerpo, solo envuelta en una mísera toalla.
-La comida está lista ¿Quieres que bajemos con el resto de las personas? Parece que hay un ambiente interesante abajo… Puedo escuchar juglares… Es un poco medieval pero agradable…
Al final conseguí su aceptación y le extendí la muda de ropa explicándole de donde había salido, ella se regresó al baño a cambiarse y yo hice lo propio quedándome con un pantalón de tela negra de bambula que debí arremangar hasta las rodillas; porque de lo contrario no me llegaba ni a los tobillos y se veía bufonesco; complementando el atuendo con una camisa de la misma tela de color beige con un escote en v.
Sonriendo por el aspecto campesino que me confería aquel atuendo me quedé descalzo en el umbral de la puerta aguardando por Odette.
Mi rostro se iluminó cuando la vi salir del baño ataviada en un estilo rupestre como el mío propio, me mordí el labio conmovido por lo hermosa que podía llegar a verse cuando más sencilla estaba.
Tratando de hacer a un lado aquellas emociones que al final no me dirigirían a ningún sitio le dejo lugar para que pase delante de mí y luego la escolto escaleras abajo hasta la animada reunión que tiene lugar en el comedor de la posada donde sendas mesas distribuidas por todo el salón se encuentran ocupadas por distintos grupos con variedad de personajes.
En el centro del recinto diviso una larga mesa poblada de niños; cuando la muchacha que había preparado nuestro cuarto se acerca nos explica que esa noche es el festival anual para los niños del pueblo. Sonrío ante la coincidencia de que justo fuéramos a parar a este sitio en una noche tan simbólica.
Enseguida un hombre corpulento, que parece ser el padre de la joven que nos instruye, se acerca con una enorme charola repleta de comida para distribuirla en nuestra mesa mientras habla con su hija con un claro matiz de preocupación.
-Es muy triste… Francis y Chiara se encontraban de camino aquí, pero han quedado varados en el pueblo contiguo a causa del accidente, así que deberemos suspender ese número…-Sentencia con su voz grave y desilusionada el hombre.
-Ya veo… es una pena… esa función siempre es la más esperada por los niños…-Responde ella angustiada, a lo que mi curiosidad termina por ganarme, llevándome a dirigirme hacia ellos.
-No quiero ser entrometido pero… ¿Pasa algo grave? Quizás podamos ayudar…-Murmuro; a lo que el hombre rápidamente comenta que Chiara y Francis eran la vocalista y el flautista, respectivamente, que este año llevarían a cabo una presentación destinada a una adaptación popular entre los pequeños, la misma variaba todos los años pero era el segmento que ellos más gustaban y por ende el número central de aquella noche y, aunque aún contaban con el vocalista masculino y podrían usar una grabación para la flauta no podían hacer nada sin Chiara.
Proceso la información tanto como puedo y, mientras recuerdo que había traído conmigo mi flauta, observo a Odette buscando su complicidad en lo que estaba a punto de emprender; cuando percibo la determinación en su rostro me irgo para pronunciarme:
-Bueno… no es por presumir pero mi hermana tiene una voz muy hermosa y podría amoldarse a lo que necesitan… Además casualmente tengo mi flauta conmigo y puedo aprender una partitura con solo escucharla una vez, de manera que si podemos ayudarlos para que los niños no se desilusionen, entonces nos gustaría colaborar… -Clamo con una amplia sonrisa, a lo que tanto padre como hija celebran abrazándonos y diciéndonos que cenemos en paz y disfrutemos los siguientes números del espectáculo, que ellos nos traerán la letra y las partituras de la canción para que podamos familiarizarnos durante ese rato.
Al acabar con la cena, subo raudamente al cuarto a buscar mi instrumento y regreso notando que en esos minutos de mi ausencia, a Odette ya le han acercado la letra de la canción y la han presentado con Theo, el vocalista. Ambos se encuentran hablando sobre el tema y yo no puedo evitar una ligera risa y una pequeña punzada de celos cuando me percato de que melodía se trata; sin embargo hasta un energúmeno como yo, sabría dejar de lado esos sentimientos en pos de un bien mayor.
El chico parece muy amable en cuanto se presenta conmigo y me agradece mi esfuerzo tanto como el de mi hermana, él es quien me entrega las partituras, pero generosamente las rechazo ya que había escuchado la canción alguna que otra vez como para saber qué era lo que necesitaba tocar para acompañar aquella romántica letra que esa noche interpretarían Odette y Theo.
Cuando nos detuvimos delante de la puerta una sensación de nerviosismo se instaló en mi garganta… ¡Demonios! Lo único que necesitaba era una ducha bien fría para devolverme a mi condición de hombre-casto-y-responsable-sin-segundas-intenciones-con-su-hermana… Pero claro, el jodido destino no estaba dispuesto a colaborar conmigo para nada y cuando aquella puerta se abrió y la simpática joven nos dio sus indicaciones de lo único que pude ser consciente fue de que en el centro de la habitación había una única maldita cama.
Desde luego que podía dormir en el piso, como la ocasión ameritaba, pero no evitó que la imagen de los dos yaciendo abrazados en aquel lecho me poblara la mente por unos segundos; pocos pero los suficientes como para empeorar el estado de agonía de mi ya torturada entrepierna.
Cuando nos dejaron a solas no supe si aliviarme o aterrarme por ello, lo primero porque eran menos personas frente a las que debía fingir un estado de comodidad que no tenía… y lo segundo porque quedarme a solas con Odette solo intensificaba aquellos pensamientos inescrupulosos que constantemente sacudían mi mente desde lo de la motocicleta.
Mientras Odette me hablaba no podía hacer más que revolverme incómodo tratando de descubrir nuevas posturas dignas de un contorsionista del Cirque du Soleil, con tal de ocultar mi, cada vez más, pronunciado estado de felicidad… bueno, no mío porque en realidad yo estaba siendo categóricamente miserable, pero mi buen amigo parecía sádicamente contento con ello.
Asentí mecánicamente ante su mención de la comida, recordé que tenía algunos bocadillos en la canasta de picnic, pero seguramente acabarían siendo comida para los animales ya que no debían de encontrarse en un estado óptimo de consumo para nosotros… Además eran bocadillos preparados por mi… desde su concepción no eran realmente idóneos. Luego no pude estar más de acuerdo en que necesitaba bañarme y agradecí profundamente a todos los dioses que ella estuviera dispuesta a salir un rato del cuarto, poner algo de distancia sería lo más sano para mi cordura.
Ni siquiera puedo transmitir el nivel de nefasta ironía que aparejaban sus comentarios acerca de mi manera de caminar; sobre todo desde que ella pensaba que se debía a las heridas de mi espalda y en realidad el dolor que me aquejaba se había desencadenado justamente por su empeño en proteger dicha parte de mi anatomía.
Cuando me abordó con su determinación sobre no aceptar una negativa de mi parte acerca de lo de permitirle curarme, no me sorprendí… sabía que, efectivamente, debería dar mi brazo a torcer en eso porque yo solo no podría curarme y ella no aceptaría dejarme tal y como estaba; de manera que no malgastaría recursos en una batalla que tenía perdida antes de comenzar. Finalmente asentí con la cabeza y la vi marcharse pero no sin antes dedicarme una sonrisa… una sonrisa que correspondí con la misma sinceridad pero que ella no alcanzó a ver.
Por fin solo me quité mi camisa derruida, mi calzado embarrado y mis pantalones que en cuanto me ofrecieron libertad me brindaron la mitad del alivio que necesitaba mi ingle. Incómodo con aquella sensación como con la imagen que proyectaba aquella inminente erección, me fui quitando los bóxers de camino a la ducha. Ya encerrado en la seguridad del baño podría haber llorado de felicidad como si hubiera encontrado la cura a una enfermedad terminal, pero aún tenía un poco de dignidad.
Sin más preámbulos giré por completo la perilla del agua fría sin añadir ni una pizca del caudal caliente. No perdí más mi tiempo y me adentré en el cubículo para dejar que la helada lluvia me empapara el cuerpo brindando poco a poco un pronto estado de recuperación para mi miembro.
El agua se fue llevando el anhelo así como el malestar que se había apoderado de mí mientras me sentía sucio y enfermizo por esta clase de deseos; este sentimiento de rechazo por mi mismo debía ser algo a lo que ya estuviera acostumbrado, sin embargo se agradecían los momentos en que podía olvidarlo y sentirme limpio por, al menos, poder controlar estos impulsos lo suficiente como para que Odette no pudiera ser consciente de ellos.
Por un rato dejé el agua solo purgar mi cuerpo, luego de unos minutos pro fin comencé a recorrerme con el jabón y la esponja a fin de dejarme completamente limpio, cuando quité hasta el último rastro de espuma supe que era momento de salir del baño, di un único paso fuera de la ducha y lo siguiente que supe es que Odette estaba dentro del baño hablando sobre algo que no entendí que era pero que tampoco hubiera podido asimilar mientras mi rostro pasaba a volverse de todas las tonalidades de rojo existentes.
Fue un único segundo, aunque realmente pareció eterno. Su chillido de la impresión y la pérdida torpe de los objetos que llevaba en las manos, me colocaron en ese lugar incómodo en el que sabes que estás haciendo algo malo pero se escapa de tu control, intenté desesperadamente buscar algo para conseguir cubrir mis vergüenzas sin embargo antes de que pudiera arrancar la cortina del baño, una toalla llegó volando hacia mí y casi por inercia la usé para envolverme las caderas con premura. Con la toalla llegaron sus disculpas, unas que hubiera encontrado adorables de no ser porque mi situación era realmente una mierda.
Mi hermana no pareció tan incómoda con la situación como cualquiera supondría que debía estarlo, de hecho lejos de salir corriendo del cuarto de baño, mantuvo su firme determinación de quedarse allí adentro a curarme; pasando por alto el hecho de que ella solo en ropa interior y y yo únicamente envuelto en una miserable toalla que apenas sí cubría las partes más escandalosas de mi anatomía… sin embargo aquello carecía completamente de importancia para Odette. Ella no iba a detenerse hasta haber conseguido asegurarse de que mi espalda estaba lo suficientemente curada como para evitar complicaciones de salud.
Así fue como, de nuevo brotó aquel instinto en mí que no podía negarle nada a ella. Como un autómata seguí los pasos robóticamente hasta sentarme en el retrete mientras ella disponía todos los artefactos y se posicionaba tras de mí para permitirse realizar la curación.
Presté atención a sus advertencias y cerré las manos en puños esperando un dolor agudo e insoportable, pero en realidad la sensación de escozor fue más bien fugaz y pude tolerarla lo bastante bien como para considerarme todo un hombrecito.
Luego de verter aquel líquido antiséptico en mis heridas y realizar el proceso de arrastrar fuera toda la suciedad con piel inservible y costras resecas; finalmente la oí relajarse y sus palabras me brindaron un enorme alivio, en especial por el tono de tranquilidad con que las pronunciaba, me alegraba saber que ella se sentía nuevamente así a pesar de todo lo acontecido.
Aún nervioso y con el corazón martillándome me levanté del retrete y me giré hacia ella.
-Gracias por todo esto…- Le susurré con la voz trémula mientras le sonreía con suavidad.- Te dejaré unos minutos así tú también te bañas… necesitas entrar en calor…-Murmuré con tanta naturalidad como pude, aunque un leve matiz de nerviosismo se deslizó por debajo de aquellas palabras pretendidamente reconfortantes.
Con solo dos pasos consegí salir del baño, cerrando la puerta tras de mí. Al salir sentí que dejaba atrás una enorme atmósfera opresora, como si hubiera sido víctima de una actividad física que demandara toda mi resistencia, dejé caer mi espalda contra la puerta intentando recuperar algo de fuerza.
Aún inamovible de esa posición, me estaba pensando seriamente acerca de cómo dormir esa noche cuando escuché a alguien llamar a la puerta.
Suspirando me separé de mi sostén y me encaminé hacia la entrada abriendo de par en par para encontrarme con la mujer muda que me extendía dos conjuntos de ropa, señalando; con sus manos; que se dio cuenta de que “mi novia y yo estábamos necesitando algunas prendas”.
-¡Nooo! T---te equivocas ella y yo no somos novios ¿C---cómo podría?- A pesar del intenso color en mis mejillas aquel tono parecía enunciar algo como que ni loco yo estaría con una mujer como esa, aunque la realidad fuera todo lo opuesto.
Luego de darme la ropa y preguntarme si quería que nos subieran la comida o preferíamos bajar a comer en la posada con el resto del mundo, le contesté que lo consultaré con mi compañera y bajaré para hacerle saber.
La dama se marchó dejándome a solas y tan solo unos minutos después Odette salió del baño, muy suelta de cuerpo, solo envuelta en una mísera toalla.
-La comida está lista ¿Quieres que bajemos con el resto de las personas? Parece que hay un ambiente interesante abajo… Puedo escuchar juglares… Es un poco medieval pero agradable…
Al final conseguí su aceptación y le extendí la muda de ropa explicándole de donde había salido, ella se regresó al baño a cambiarse y yo hice lo propio quedándome con un pantalón de tela negra de bambula que debí arremangar hasta las rodillas; porque de lo contrario no me llegaba ni a los tobillos y se veía bufonesco; complementando el atuendo con una camisa de la misma tela de color beige con un escote en v.
Sonriendo por el aspecto campesino que me confería aquel atuendo me quedé descalzo en el umbral de la puerta aguardando por Odette.
Mi rostro se iluminó cuando la vi salir del baño ataviada en un estilo rupestre como el mío propio, me mordí el labio conmovido por lo hermosa que podía llegar a verse cuando más sencilla estaba.
Tratando de hacer a un lado aquellas emociones que al final no me dirigirían a ningún sitio le dejo lugar para que pase delante de mí y luego la escolto escaleras abajo hasta la animada reunión que tiene lugar en el comedor de la posada donde sendas mesas distribuidas por todo el salón se encuentran ocupadas por distintos grupos con variedad de personajes.
En el centro del recinto diviso una larga mesa poblada de niños; cuando la muchacha que había preparado nuestro cuarto se acerca nos explica que esa noche es el festival anual para los niños del pueblo. Sonrío ante la coincidencia de que justo fuéramos a parar a este sitio en una noche tan simbólica.
Enseguida un hombre corpulento, que parece ser el padre de la joven que nos instruye, se acerca con una enorme charola repleta de comida para distribuirla en nuestra mesa mientras habla con su hija con un claro matiz de preocupación.
-Es muy triste… Francis y Chiara se encontraban de camino aquí, pero han quedado varados en el pueblo contiguo a causa del accidente, así que deberemos suspender ese número…-Sentencia con su voz grave y desilusionada el hombre.
-Ya veo… es una pena… esa función siempre es la más esperada por los niños…-Responde ella angustiada, a lo que mi curiosidad termina por ganarme, llevándome a dirigirme hacia ellos.
-No quiero ser entrometido pero… ¿Pasa algo grave? Quizás podamos ayudar…-Murmuro; a lo que el hombre rápidamente comenta que Chiara y Francis eran la vocalista y el flautista, respectivamente, que este año llevarían a cabo una presentación destinada a una adaptación popular entre los pequeños, la misma variaba todos los años pero era el segmento que ellos más gustaban y por ende el número central de aquella noche y, aunque aún contaban con el vocalista masculino y podrían usar una grabación para la flauta no podían hacer nada sin Chiara.
Proceso la información tanto como puedo y, mientras recuerdo que había traído conmigo mi flauta, observo a Odette buscando su complicidad en lo que estaba a punto de emprender; cuando percibo la determinación en su rostro me irgo para pronunciarme:
-Bueno… no es por presumir pero mi hermana tiene una voz muy hermosa y podría amoldarse a lo que necesitan… Además casualmente tengo mi flauta conmigo y puedo aprender una partitura con solo escucharla una vez, de manera que si podemos ayudarlos para que los niños no se desilusionen, entonces nos gustaría colaborar… -Clamo con una amplia sonrisa, a lo que tanto padre como hija celebran abrazándonos y diciéndonos que cenemos en paz y disfrutemos los siguientes números del espectáculo, que ellos nos traerán la letra y las partituras de la canción para que podamos familiarizarnos durante ese rato.
Al acabar con la cena, subo raudamente al cuarto a buscar mi instrumento y regreso notando que en esos minutos de mi ausencia, a Odette ya le han acercado la letra de la canción y la han presentado con Theo, el vocalista. Ambos se encuentran hablando sobre el tema y yo no puedo evitar una ligera risa y una pequeña punzada de celos cuando me percato de que melodía se trata; sin embargo hasta un energúmeno como yo, sabría dejar de lado esos sentimientos en pos de un bien mayor.
El chico parece muy amable en cuanto se presenta conmigo y me agradece mi esfuerzo tanto como el de mi hermana, él es quien me entrega las partituras, pero generosamente las rechazo ya que había escuchado la canción alguna que otra vez como para saber qué era lo que necesitaba tocar para acompañar aquella romántica letra que esa noche interpretarían Odette y Theo.
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Una suave sonrisa adornó mis facciones cuando mi hermano, una vez curado, se incorporó y me dedicó aquellas palabras acompañadas de esa sonrisa que llenaba mi alma de calidez. Me gustaba verlo sonreír, que disfrutara del momento y dejarse llevar sin importar el guardar las apariencias. Pero, ¿por qué me sonreía así, cuando aquella barrera entre nosotros seguía siendo palpable aunque no visible? Dolorsamente palpable, diría yo.
Esperé a que saliera del cuarto para comenzar a actuar por mi propia cuenta. Me deshice de la ropa interior y, acercando una toalla para usarla una vez que terminara de bañarme, ingresé a la ducha. En cuanto abrí tanto el grifo del agua caliente como el de la fría, instantáneamente me introducí bajo el chorro de agua con la inocente idea de que esta ya estaría templada pues la acababa de usar el mayor. Fatídico error. Todo mi cuerpo se estremeció, un fuerte jadeo de sorpresa escapó de mis labios y una mueca de dolor cubrió mis facciones cuando el agua helada hizo contacto con mi piel ya de por sí fría por cuenta propia. Salí de allí, tiritando y con los dientes castañeando a causa de la extrema baja temperatura. Por acto reflejo me abracé a mí misma.
-¡Eres una bestia, Lyssandro Chrysomallis! -exclamé con voz ahogada, segura que el aludido ni siquiera podía escucharme.
¡Por eso odiaba el frío! Mi cuerpo estaba ni por asomo acostumbrado a tan radical temperatura. Esperé a que el agua terminara de templarse y cuando esta estuvo lista, más caliente que tibia, volví a animarme a quedar debajo del chorro y permití que la tibieza del líquido envolviera mi cuerpo helado, devolviéndole de a poco el calor necesario para mantenerse estable. Me sujeté a ambos grifos y fijé la vista en el suelo, con el agua cayendo directamente sobre mi cabellera. Me sentía mal, mareada, y mi visión se hacía borrosa por momentos. También comenzaba a sentir cierto cosquilleo en la garganta y me era imposible no toser de vez en cuando a causa de lo mismo. ¿Acaso... me había resfriado? Inmediatamente hice un gesto negativo de forma violenta, haciendo que mi cabellera se moviera con brusquedad ante dicho movimiento. No podía enfermarme, esa posibilidad ni siquiera tenía que ser contemplada puesto que, a diferencia de hoy, mi agenda para el día siguiente estaba más que saturada y no podía perderme los avances escolares; sería un desperdicio. No, no podía permitirme coger unr resfriado, punto final y se zanjaba el tema.
Preferí mejor omitir aquellos síntomas y me dediqué a disfrutar de la deliciosa temperatura que el baño me estaba ofreciendo, segura que una vez finalizado este me sentiría como nueva. Sí, lo que necesitaba era un poco de calor para desentumir mis pobres miembros, eso era todo. Pasé el jabón por cada parte de mi cuerpo e igual hice con mi cabellera, desenredándomela con los dedos mientras lo hacía. Por fortuna esta estaba tan bien cuidada, que no me costaba gran lío el devolverle su apariencia natural aún si no contaba con los utencilios necesarios para ello. Antes de salir, dejé que el chorro de agua lavara mis prendas íntimas y las exprimí, dejándolas colgadas finalmente sobre un tubo. Hice lo mismo con mi pantalón.
Salí de allí y me sequé lo mejor que pude, tanto cuerpo como cabello, con la toalla, antes de usarla a modo de toga para cubrir mi desnudez, o al menos lo más esencial de la misma. Hecho esto salí, sólo para encontrarme con la sorpresa de que mi hermano me esperaba con un cambio de ropa y con una invitación para cenar abajo. Le miré con sorpresa y confusión. La verdad era que tenía demasiado frío como para hacer otra cosa que no fuera la de hacerme ovillo entre las cobijas, pero tomando en cuenta que ya contaba con algo más cubridor que una simple toalla húmeda, y que al parecer la idea de bajar ilusionaba al rubio, terminé accediendo y volviéndome a encerrar en el baño para sustituir prendas.
Y fue así como, varios minutos después, ya me encontraba a la mesa en un concurrido pero acogedor comedor, rodeada de personas que transmitían alegres y entusiastas emociones, trayendo consigo un sonreír discreto en mí. En cuanto tuve un plato de comida frente a mí, no pude evitar que cierto alivio se notara en mi postura corporal. Ahora sí podría saberme como la gente decente, y seguro que tras aquello el dolor de cabeza mitigaría y me sentiría mucho mejor. Pero antes de que pudiera probar bocado, una nueva circunstancia imprevista se presentó frente a nosotros y fue imposible no focalizarme en esta debido a la preocupación que nuestros anfitriones trasmitían. Al parecer no había sido la única interesada en el caso, pues Leandro ya estaba haciendo gala de sus dotes chismoleras y le preguntaba a los mismos para enterarse de la situación. Yo callé, aguardando. Desvié la mirada hacia la alargada mesa que albergaba una cantidad considerable de niños y sentí lástima por ellos, pero al sentir la intensa mirada de mi acompañante sobre mí, no me quedó de otra salvo contemplarle con la duda pintada en mi expresión.
No, no me sentía bien. Sentía mi cuerpo pesado y aquel mareo no había desaparecido con el baño, tampoco la visión borrosa. Pero la insistencia en la mirada de mi hermano era algo que muy difícil uno podía esquivar, además de que mi propio espíritu me instaba a ayudarles, aun si mi cuerpo no se encontraba en las óptimas condiciones. Así que terminé tomando la resolución de acceder, una vez más, a las locuras de Lyssandro y desvíe la mirada cuando este comenzó a sugerirles una solución a los dueños de la posada. Casi en el acto me sonrojé, incómoda por su halago. Ese cretino... ya me las pagaría, por andar poniéndome en un pedestal demasiado alto, uno que tal vez no pudiera alcanzar. ¿Y si no llegaba a cumplir las expectativas de los allí presentes? Tampoco deseaba traerle desilusión a nadie, tomando en cuenta que mi garganta, para esas alturas, ardía de forma notoria y muy poco soportable. Pero yo misma había tomado la decisión de enfrentarme a aquel reto, no podía echarme ahora atrás. Si me sentía mal, sería algo que tendría que descartar por ahora, pues la prioridad era dar un espectáculo que pudiera poner una sonrisa ilusionada en aquellos niños por su día especial. Y los primeros agradecidos fueron, sin lugar a duda, los que nos atendían, y no se hicieron del rogar para mostrar el júbilo que la noticia dada por mi hermano les había causado. Yo sonreí, contenta de ser útil en algo y rogando internamente para no arruinarlo en el proceso.
Tras eso, me centré en mi cena, aunque lo más justo debería decirse que sólo me dediqué a picotear el contenido de mi plato con los cubiertos, puesto que el apetito había desaparecido de golpe y la molestia en mi faringe tampoco me permitía consumir algo con comodidad. Así que, mientras Leandro terminaba con toda su comida e iba por su flauta, yo sólo probé un par de bocados, sólo para no quedarme con el estómago vacío, e hice el plato a un lado. Justo a tiempo para que un joven de nombre Theo, bastante agradable de conversación, se acercara a mí en búsqueda de conocer a aquella que había decidido salvar el día y hacerle de su acompañante musical. Nos centramos más que nada en las debidas presentaciones y en los asuntos que nos atañía, hasta que poco después Lyssandro se nos unió y aproveché la oportunidad para apartarme, con la excusa de estudiar la partitura.
Me acerqué a una desolada esquina de la habitación, allí donde nadie me prestaría atención, y empecé a leer lo de las hojas al tanto que calentaba mi garganta y vocalizaba. Molestaba, bastante, y para esas alturas mi cabeza se encontraba lo suficiente dispersa como para ser capaz de focalizarme en algo por más de diez segundos. Pero no, no podía... tenía que concentrarme, tenía que dar un espectáculo decente. Por mi hermano, por Theo, por los anfitriones, pero sobre todo por aquellos niños que estaban esperando la función con infantil e inocente alegría. Me aclaré la garganta por centésima vez y vocalicé una vez más antes de solfear un par de veces la partitura.
-No, Odette, no puedes permitirte desfallecer justo ahora, tienes una labor que cumplir... No tienes permitido enfermarte, punto -me autoregañé a mí misma, en un intento fallido de motivación.
Claro, yo podía decir cuanto quisiera, mi cuerpo era el que padecía las consecuencias. Me costaba ver lo que tenía frente a mí, de tan mal que me sentía, pero daría hasta lo último para estar a la altura de lo que se esperaba de mí.
Regresé junto al par de hombres justo en el momento que nuestra presentación estaba por iniciar, y sin más me dejé guiar hasta el estrado que fungía como escenario. Tomé aire un par de veces, sacudiendo un poco mi cabeza para tratar de deshacerme de la pesadez, y miré al público que tenía frente a mí, sobre todo a los niños, con una radiante sonrisa. Mi rostro enrojecía con cada minuto que pasaba, pero dudaba que fuera por la vergüenza específicamente. No me permitiría flaquear, ni dejar que los demás se enteraran de mi lamentable estado; así que me sentí orgullosa de mi propia actuación, segura de que ninguno de los allí presentes, ni siquiera mi hermano, podría sospechar que en realidad no estaba en óptimas condiciones. Miré a mis acompañantes de escenario y les dediqué un leve asentimiento, anunciándoles que estaba lista para comenzar cuando ellos así lo quisieran.
Esperé a que saliera del cuarto para comenzar a actuar por mi propia cuenta. Me deshice de la ropa interior y, acercando una toalla para usarla una vez que terminara de bañarme, ingresé a la ducha. En cuanto abrí tanto el grifo del agua caliente como el de la fría, instantáneamente me introducí bajo el chorro de agua con la inocente idea de que esta ya estaría templada pues la acababa de usar el mayor. Fatídico error. Todo mi cuerpo se estremeció, un fuerte jadeo de sorpresa escapó de mis labios y una mueca de dolor cubrió mis facciones cuando el agua helada hizo contacto con mi piel ya de por sí fría por cuenta propia. Salí de allí, tiritando y con los dientes castañeando a causa de la extrema baja temperatura. Por acto reflejo me abracé a mí misma.
-¡Eres una bestia, Lyssandro Chrysomallis! -exclamé con voz ahogada, segura que el aludido ni siquiera podía escucharme.
¡Por eso odiaba el frío! Mi cuerpo estaba ni por asomo acostumbrado a tan radical temperatura. Esperé a que el agua terminara de templarse y cuando esta estuvo lista, más caliente que tibia, volví a animarme a quedar debajo del chorro y permití que la tibieza del líquido envolviera mi cuerpo helado, devolviéndole de a poco el calor necesario para mantenerse estable. Me sujeté a ambos grifos y fijé la vista en el suelo, con el agua cayendo directamente sobre mi cabellera. Me sentía mal, mareada, y mi visión se hacía borrosa por momentos. También comenzaba a sentir cierto cosquilleo en la garganta y me era imposible no toser de vez en cuando a causa de lo mismo. ¿Acaso... me había resfriado? Inmediatamente hice un gesto negativo de forma violenta, haciendo que mi cabellera se moviera con brusquedad ante dicho movimiento. No podía enfermarme, esa posibilidad ni siquiera tenía que ser contemplada puesto que, a diferencia de hoy, mi agenda para el día siguiente estaba más que saturada y no podía perderme los avances escolares; sería un desperdicio. No, no podía permitirme coger unr resfriado, punto final y se zanjaba el tema.
Preferí mejor omitir aquellos síntomas y me dediqué a disfrutar de la deliciosa temperatura que el baño me estaba ofreciendo, segura que una vez finalizado este me sentiría como nueva. Sí, lo que necesitaba era un poco de calor para desentumir mis pobres miembros, eso era todo. Pasé el jabón por cada parte de mi cuerpo e igual hice con mi cabellera, desenredándomela con los dedos mientras lo hacía. Por fortuna esta estaba tan bien cuidada, que no me costaba gran lío el devolverle su apariencia natural aún si no contaba con los utencilios necesarios para ello. Antes de salir, dejé que el chorro de agua lavara mis prendas íntimas y las exprimí, dejándolas colgadas finalmente sobre un tubo. Hice lo mismo con mi pantalón.
Salí de allí y me sequé lo mejor que pude, tanto cuerpo como cabello, con la toalla, antes de usarla a modo de toga para cubrir mi desnudez, o al menos lo más esencial de la misma. Hecho esto salí, sólo para encontrarme con la sorpresa de que mi hermano me esperaba con un cambio de ropa y con una invitación para cenar abajo. Le miré con sorpresa y confusión. La verdad era que tenía demasiado frío como para hacer otra cosa que no fuera la de hacerme ovillo entre las cobijas, pero tomando en cuenta que ya contaba con algo más cubridor que una simple toalla húmeda, y que al parecer la idea de bajar ilusionaba al rubio, terminé accediendo y volviéndome a encerrar en el baño para sustituir prendas.
Y fue así como, varios minutos después, ya me encontraba a la mesa en un concurrido pero acogedor comedor, rodeada de personas que transmitían alegres y entusiastas emociones, trayendo consigo un sonreír discreto en mí. En cuanto tuve un plato de comida frente a mí, no pude evitar que cierto alivio se notara en mi postura corporal. Ahora sí podría saberme como la gente decente, y seguro que tras aquello el dolor de cabeza mitigaría y me sentiría mucho mejor. Pero antes de que pudiera probar bocado, una nueva circunstancia imprevista se presentó frente a nosotros y fue imposible no focalizarme en esta debido a la preocupación que nuestros anfitriones trasmitían. Al parecer no había sido la única interesada en el caso, pues Leandro ya estaba haciendo gala de sus dotes chismoleras y le preguntaba a los mismos para enterarse de la situación. Yo callé, aguardando. Desvié la mirada hacia la alargada mesa que albergaba una cantidad considerable de niños y sentí lástima por ellos, pero al sentir la intensa mirada de mi acompañante sobre mí, no me quedó de otra salvo contemplarle con la duda pintada en mi expresión.
No, no me sentía bien. Sentía mi cuerpo pesado y aquel mareo no había desaparecido con el baño, tampoco la visión borrosa. Pero la insistencia en la mirada de mi hermano era algo que muy difícil uno podía esquivar, además de que mi propio espíritu me instaba a ayudarles, aun si mi cuerpo no se encontraba en las óptimas condiciones. Así que terminé tomando la resolución de acceder, una vez más, a las locuras de Lyssandro y desvíe la mirada cuando este comenzó a sugerirles una solución a los dueños de la posada. Casi en el acto me sonrojé, incómoda por su halago. Ese cretino... ya me las pagaría, por andar poniéndome en un pedestal demasiado alto, uno que tal vez no pudiera alcanzar. ¿Y si no llegaba a cumplir las expectativas de los allí presentes? Tampoco deseaba traerle desilusión a nadie, tomando en cuenta que mi garganta, para esas alturas, ardía de forma notoria y muy poco soportable. Pero yo misma había tomado la decisión de enfrentarme a aquel reto, no podía echarme ahora atrás. Si me sentía mal, sería algo que tendría que descartar por ahora, pues la prioridad era dar un espectáculo que pudiera poner una sonrisa ilusionada en aquellos niños por su día especial. Y los primeros agradecidos fueron, sin lugar a duda, los que nos atendían, y no se hicieron del rogar para mostrar el júbilo que la noticia dada por mi hermano les había causado. Yo sonreí, contenta de ser útil en algo y rogando internamente para no arruinarlo en el proceso.
Tras eso, me centré en mi cena, aunque lo más justo debería decirse que sólo me dediqué a picotear el contenido de mi plato con los cubiertos, puesto que el apetito había desaparecido de golpe y la molestia en mi faringe tampoco me permitía consumir algo con comodidad. Así que, mientras Leandro terminaba con toda su comida e iba por su flauta, yo sólo probé un par de bocados, sólo para no quedarme con el estómago vacío, e hice el plato a un lado. Justo a tiempo para que un joven de nombre Theo, bastante agradable de conversación, se acercara a mí en búsqueda de conocer a aquella que había decidido salvar el día y hacerle de su acompañante musical. Nos centramos más que nada en las debidas presentaciones y en los asuntos que nos atañía, hasta que poco después Lyssandro se nos unió y aproveché la oportunidad para apartarme, con la excusa de estudiar la partitura.
Me acerqué a una desolada esquina de la habitación, allí donde nadie me prestaría atención, y empecé a leer lo de las hojas al tanto que calentaba mi garganta y vocalizaba. Molestaba, bastante, y para esas alturas mi cabeza se encontraba lo suficiente dispersa como para ser capaz de focalizarme en algo por más de diez segundos. Pero no, no podía... tenía que concentrarme, tenía que dar un espectáculo decente. Por mi hermano, por Theo, por los anfitriones, pero sobre todo por aquellos niños que estaban esperando la función con infantil e inocente alegría. Me aclaré la garganta por centésima vez y vocalicé una vez más antes de solfear un par de veces la partitura.
-No, Odette, no puedes permitirte desfallecer justo ahora, tienes una labor que cumplir... No tienes permitido enfermarte, punto -me autoregañé a mí misma, en un intento fallido de motivación.
Claro, yo podía decir cuanto quisiera, mi cuerpo era el que padecía las consecuencias. Me costaba ver lo que tenía frente a mí, de tan mal que me sentía, pero daría hasta lo último para estar a la altura de lo que se esperaba de mí.
Regresé junto al par de hombres justo en el momento que nuestra presentación estaba por iniciar, y sin más me dejé guiar hasta el estrado que fungía como escenario. Tomé aire un par de veces, sacudiendo un poco mi cabeza para tratar de deshacerme de la pesadez, y miré al público que tenía frente a mí, sobre todo a los niños, con una radiante sonrisa. Mi rostro enrojecía con cada minuto que pasaba, pero dudaba que fuera por la vergüenza específicamente. No me permitiría flaquear, ni dejar que los demás se enteraran de mi lamentable estado; así que me sentí orgullosa de mi propia actuación, segura de que ninguno de los allí presentes, ni siquiera mi hermano, podría sospechar que en realidad no estaba en óptimas condiciones. Miré a mis acompañantes de escenario y les dediqué un leve asentimiento, anunciándoles que estaba lista para comenzar cuando ellos así lo quisieran.
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Enseguida Odette se aisló para alistar sus cuerdas vocales y acostumbrarlas a la canción, algo que llamó un poco mi atención ya que era un tema que ambos conocíamos de sobra y que, además, estaba compuesto para entonarse en un registro bastante accesible, permitiendo así mismo enriquecer la coloratura de la interpretación.
Mientras ella hacía lo suyo yo me dediqué a ensamblar las partes de mi instrumento y comprobar su afinación, en el escenario se encontraba un trío de cuerdas representando una versión musicalizada del cuento de Los Tres Ratones Ciegos, de hecho cada uno iba disfrazado de uno de los ratones.
Me entretuve con dicho número. que sería el antecesor a nuestra presentación. Según nos habían explicado Marius y Geena (nuestros anfitriones, junto con la matriarca Josephine; quien era muda de nacimiento y un ser espiritual de la lluvia al igual que su hija), Odette comenzaría cantando su parte y luego aparecería Theo, quien se mantendría oculto a un costado del escenario; gracias al telón improvisado; hasta que le tocara su parte y yo permanecería tocando la melodía que correspondía a la flauta, sentado en un banco que se encontraba dispuesto en la parte posterior del escenario, de manera que pudiera darle a la pareja el protagonismo que necesitaban.
El número del trío de ratones violinistas acabó y todos aplaudían, Theo fue a posicionarse en su lugar mientras se hidrataba la garganta y vocalizaba; en el mismo instante Odette reapareció y se dispuso a subir al escenario, tomando la situación a su cargo y mirando hacia mí y luego hacia el alejado Theo, por encima del hombro, en señal de que ya estaba lista.
Geena anunció el número anual que tanto ansiaban los niños, pues se trataba de la interpretación de una canción perteneciente al universo de las películas infantiles; algo que siempre entusiasmaba a aquel grupo etario.
Su entusiasmo nos fue contagiado pronto a todos mientras ellos aplaudían, y cuando Geena abandonó el escenario y el único y precario reflector se posó sobre Odette la audiencia enmudeció y yo supe que era mi señal para comenzar con la entrada instrumental, soplé aquellas notas introduciendo la afinación armónica en una tonalidad acorde y cómoda para Odette y cuando ella irrumpió con su voz fue el turno del resto de la orquesta grabada de acompañarla, mientras yo permanecía en mi postura, en aquel banco que me resultaba tan bajo que parecía un vulgar espectáculo de un payaso de circo conduciendo un autito de juguete.
Pronto los versos de Odette siguieron su curso, cargados de sentimiento y belleza, llenos de la armoniosa coloratura que solo ella podía imprimirle con aquel registro lírico que, a pesar de ser muy específico, se amoldaba muy bien a la escala escogida para esta interpretación.
Está por acabar este solo y luego me tocaría solo un par de notas introductorias para el solo masculino, de manera que volteo el rostro para avisar a Theo que esté listo, cuando me encuentro con Josephine haciéndome un montón de señas que apenas alcanzo a entender, pero que claramente no vaticinan nada bueno, de hecho entre lo que comprendo me entero de que el cantante acaba de ahogarse mientras vocalizaba y no podían detenerle la tos, de manera que yo tendría que suplirlo ¿Yo? Yo que no cantaba desde el conservatorio. Yo que detestaba aquella voz tronadora cargada de imponencia, yo que aborrecía atraer miradas sobre mí... Pero tenía escasos segundos para pensarlo, y sabía que no había mucha más alternativa, por lo que le indiqué con señas a Josephine que sumara la grabación de la melodía de flauta y me incorporé en toda mi altura, a sabiendas de que con mi registro y el tamaño y acústica del recinto no me sería necesario ningún micrófono.
Afiné mi garganta mientras sonaron los cinco acordes que introducían al solo masculino entonces; guiado por los propios sentimientos que esa canción podía revolver en mí; y por lo irónicamente representativa que me resultaba; rodeo la cintura de Odette desde su espalda y poso mi barbilla junto a su sien mientras la aprieto, suavemente, contra mi pecho en el mismo instante en que los versos comienzan a fluir.
Poco a poco las luces se opacan sobre nosotros, una sensación de calidez me llena mientras cantaba y le ofrezco aquellos versos como si no fueran otra cosa que una puesta en escena, como si no se tratara de más que de una actuación para impresionar a los niños, una improvisación que creí que podía tomarme por ser su hermano, a pesar de que nada de eso hubiera sido pactado entre ella y Theo.
Se bien que de ser otro, ahora mismo me estarías mirando con cara de muy pocos amigos… Se perfectamente que aborreces cualquier manifestación de romance dirigida hacia ti… Así que, probablemente, me odiarías si fueras consciente de todo lo que estoy sintiendo en este momento, de lo estúpidamente que una canción infantil retrata tantos de mis miedos… De lo real que es todo lo que te estoy diciendo a través de esta melodía… Así que aunque nunca puedas aceptar mi amor ¿Podrías, al menos, aceptar esta farsa?
En ese momento entrelazo mi mano a la suya, haciéndola girar sobre su eje mientras pasa por debajo del arco dibujado en alto por nuestros brazos. Le guiño un ojo para que se relaje y sepa que solo se trata de una actuación para acompañar la canción y que solo tiene que seguirme, pues yo me haría cargo de todo.
De hecho no, no es malo para nada… no le tengas miedo, Odette; no lo rechaces, no te ocultes y lo niegues; ama de tal manera que el mundo entero pueda saberlo, ama tanto que sientas que tu corazón quiere privarte de todo lo que tu cabeza te indica que es correcto; ama hasta que tu respiración se confunda con el flujo vital de esa persona que te complementa; ama con la intensidad de la fuerza primigenia del universo; ama sintiendo que puedes volverte cenizas por el fuego que te quema desde adentro; ama deseando reconocer en tus hijos los ojos que te quitan el sueño cada noche; ama siendo consciente de que puedes renunciar hasta a la última pieza de ti misma con tal de ver una sonrisa en el rostro de la persona que te inunda con esos sentimientos…
En otras palabras, ama como yo te amo a ti, como yo jamás podré decirte, como tú jamás podrás corresponderme. Ama y se feliz por encima de todas las cosas, no me importa con quien sea… si te merece siempre estaré a tu lado para sostenerte y no dejarte dudar de lo mucho que valdrá la pena arriesgarlo todo a cambio de la posibilidad de envejecer con la persona que te complemente de esa manera… Esa es la máxima felicidad a la que puedo aspirar… esa es la única felicidad que seré capaz de conocer a tu lado… tu propia felicidad, Akribos…
Mis ojos están cargados de todas aquellas emociones que me desbordan mientras sigo fingiendo que todo es una farsa, un idílico montaje que se limita a los personajes que componemos esa noche, pero en el fondo de mí, se perfectamente que cada mirada, cada gesto, cada palabra y cada tono están cargados de una verdad tan inalterable como cada una de las leyes de la naturaleza.
Así era… la amaría durante esta vida y todas las que le siguieran, aunque doliera, aunque pudiera parecer una locura, aún sí me reprochaba cada segundo de cada día; no habría un solo momento en que dudara de ello, en que pudiera pensar que ella no era la persona que más podría merecer ser dueña de estos sentimientos.
Mis ojos inundados cada vez por más emociones se posan en los suyos, dedicando cada palabra a ella mientras mi mano acuna su mejilla algo pálida, internamente solo quiero transmitirle toda la calidez que su cuerpo necesita e, instintivamente, la arrastro por la cintura hacia mi pecho, pegándola íntimamente a mí, para poderle seguir cantando todas aquellas verdades que parecen las trivialidades de un guión.
Eso era lo que quería para ella, eso más que ninguna otra cosa en la vida… un mundo donde ella pudiera sonreír, donde pudiera amar y tener una vida normal, un hermano normal que ella creería que la adoraba como ningún otro hermano podría adorar a su hermana; el mejor hermano en el mundo y no un sucio bastardo que solo moría por hacerla su mujer aún a costa de cualquier tabú existente.
Entonces su voz se acopla a la mía y de allí en más los versos se suceden, pero solo soy lejanamente consciente de aquel estribillo que ella ya había entonado previamente sola… Ahora estábamos juntos, llevando adelante los roles que nos habían tocado en aquella composición improvisada, aquella escenificación que yo había decidido, arbitrariamente, imponerle a fin de poder confesarle abiertamente todo lo que sentía excusándome, cobardemente, en la idea de que no fuera más que teatro para niños.
Lo siento tanto, Det… siento tanto mi cobardía, siento tanto no poder ser jamás un hombre que realmente sea capaz de merecer a alguien tan fascinante como tú; siento tanto compartir todo lo sustancial de tu ADN… Como lo lamento, mi amor… como lamento jamás poder hacerte mía… jamás poder ser tuyo… que jamás vaya a existir el nosotros de esta canción.
Son mis últimos pensamientos mientras la melodía llega a su fin con un nuevo solo de flauta y nuestros cuerpos quedan enfrentados, luego de un último giro aristocrático, dejando nuestros rostros a escasos milímetros… tan escasos e imperceptibles que su respiración, estallando en mi rostro, me provoca un intenso estremecimiento que dispara mis pulsaciones a un ritmo alarmante al tiempo que nuestro infantil público clama insistentemente por un beso.
Mis ojos se funden con resolución en los suyos y sin ser consciente de mucho más, cierro mis párpados y elevo mi rostro, solo unos centímetros, para dejarle un casto beso sobre la frente.
Mientras ella hacía lo suyo yo me dediqué a ensamblar las partes de mi instrumento y comprobar su afinación, en el escenario se encontraba un trío de cuerdas representando una versión musicalizada del cuento de Los Tres Ratones Ciegos, de hecho cada uno iba disfrazado de uno de los ratones.
Me entretuve con dicho número. que sería el antecesor a nuestra presentación. Según nos habían explicado Marius y Geena (nuestros anfitriones, junto con la matriarca Josephine; quien era muda de nacimiento y un ser espiritual de la lluvia al igual que su hija), Odette comenzaría cantando su parte y luego aparecería Theo, quien se mantendría oculto a un costado del escenario; gracias al telón improvisado; hasta que le tocara su parte y yo permanecería tocando la melodía que correspondía a la flauta, sentado en un banco que se encontraba dispuesto en la parte posterior del escenario, de manera que pudiera darle a la pareja el protagonismo que necesitaban.
El número del trío de ratones violinistas acabó y todos aplaudían, Theo fue a posicionarse en su lugar mientras se hidrataba la garganta y vocalizaba; en el mismo instante Odette reapareció y se dispuso a subir al escenario, tomando la situación a su cargo y mirando hacia mí y luego hacia el alejado Theo, por encima del hombro, en señal de que ya estaba lista.
Geena anunció el número anual que tanto ansiaban los niños, pues se trataba de la interpretación de una canción perteneciente al universo de las películas infantiles; algo que siempre entusiasmaba a aquel grupo etario.
Su entusiasmo nos fue contagiado pronto a todos mientras ellos aplaudían, y cuando Geena abandonó el escenario y el único y precario reflector se posó sobre Odette la audiencia enmudeció y yo supe que era mi señal para comenzar con la entrada instrumental, soplé aquellas notas introduciendo la afinación armónica en una tonalidad acorde y cómoda para Odette y cuando ella irrumpió con su voz fue el turno del resto de la orquesta grabada de acompañarla, mientras yo permanecía en mi postura, en aquel banco que me resultaba tan bajo que parecía un vulgar espectáculo de un payaso de circo conduciendo un autito de juguete.
Pronto los versos de Odette siguieron su curso, cargados de sentimiento y belleza, llenos de la armoniosa coloratura que solo ella podía imprimirle con aquel registro lírico que, a pesar de ser muy específico, se amoldaba muy bien a la escala escogida para esta interpretación.
Está por acabar este solo y luego me tocaría solo un par de notas introductorias para el solo masculino, de manera que volteo el rostro para avisar a Theo que esté listo, cuando me encuentro con Josephine haciéndome un montón de señas que apenas alcanzo a entender, pero que claramente no vaticinan nada bueno, de hecho entre lo que comprendo me entero de que el cantante acaba de ahogarse mientras vocalizaba y no podían detenerle la tos, de manera que yo tendría que suplirlo ¿Yo? Yo que no cantaba desde el conservatorio. Yo que detestaba aquella voz tronadora cargada de imponencia, yo que aborrecía atraer miradas sobre mí... Pero tenía escasos segundos para pensarlo, y sabía que no había mucha más alternativa, por lo que le indiqué con señas a Josephine que sumara la grabación de la melodía de flauta y me incorporé en toda mi altura, a sabiendas de que con mi registro y el tamaño y acústica del recinto no me sería necesario ningún micrófono.
Afiné mi garganta mientras sonaron los cinco acordes que introducían al solo masculino entonces; guiado por los propios sentimientos que esa canción podía revolver en mí; y por lo irónicamente representativa que me resultaba; rodeo la cintura de Odette desde su espalda y poso mi barbilla junto a su sien mientras la aprieto, suavemente, contra mi pecho en el mismo instante en que los versos comienzan a fluir.
Yo sentí temor…
Poco a poco las luces se opacan sobre nosotros, una sensación de calidez me llena mientras cantaba y le ofrezco aquellos versos como si no fueran otra cosa que una puesta en escena, como si no se tratara de más que de una actuación para impresionar a los niños, una improvisación que creí que podía tomarme por ser su hermano, a pesar de que nada de eso hubiera sido pactado entre ella y Theo.
Se bien que de ser otro, ahora mismo me estarías mirando con cara de muy pocos amigos… Se perfectamente que aborreces cualquier manifestación de romance dirigida hacia ti… Así que, probablemente, me odiarías si fueras consciente de todo lo que estoy sintiendo en este momento, de lo estúpidamente que una canción infantil retrata tantos de mis miedos… De lo real que es todo lo que te estoy diciendo a través de esta melodía… Así que aunque nunca puedas aceptar mi amor ¿Podrías, al menos, aceptar esta farsa?
…más hoy comprendí…
En ese momento entrelazo mi mano a la suya, haciéndola girar sobre su eje mientras pasa por debajo del arco dibujado en alto por nuestros brazos. Le guiño un ojo para que se relaje y sepa que solo se trata de una actuación para acompañar la canción y que solo tiene que seguirme, pues yo me haría cargo de todo.
…no es malo el amor…
De hecho no, no es malo para nada… no le tengas miedo, Odette; no lo rechaces, no te ocultes y lo niegues; ama de tal manera que el mundo entero pueda saberlo, ama tanto que sientas que tu corazón quiere privarte de todo lo que tu cabeza te indica que es correcto; ama hasta que tu respiración se confunda con el flujo vital de esa persona que te complementa; ama con la intensidad de la fuerza primigenia del universo; ama sintiendo que puedes volverte cenizas por el fuego que te quema desde adentro; ama deseando reconocer en tus hijos los ojos que te quitan el sueño cada noche; ama siendo consciente de que puedes renunciar hasta a la última pieza de ti misma con tal de ver una sonrisa en el rostro de la persona que te inunda con esos sentimientos…
En otras palabras, ama como yo te amo a ti, como yo jamás podré decirte, como tú jamás podrás corresponderme. Ama y se feliz por encima de todas las cosas, no me importa con quien sea… si te merece siempre estaré a tu lado para sostenerte y no dejarte dudar de lo mucho que valdrá la pena arriesgarlo todo a cambio de la posibilidad de envejecer con la persona que te complemente de esa manera… Esa es la máxima felicidad a la que puedo aspirar… esa es la única felicidad que seré capaz de conocer a tu lado… tu propia felicidad, Akribos…
Mis ojos están cargados de todas aquellas emociones que me desbordan mientras sigo fingiendo que todo es una farsa, un idílico montaje que se limita a los personajes que componemos esa noche, pero en el fondo de mí, se perfectamente que cada mirada, cada gesto, cada palabra y cada tono están cargados de una verdad tan inalterable como cada una de las leyes de la naturaleza.
…y nunca tiene fin.
Así era… la amaría durante esta vida y todas las que le siguieran, aunque doliera, aunque pudiera parecer una locura, aún sí me reprochaba cada segundo de cada día; no habría un solo momento en que dudara de ello, en que pudiera pensar que ella no era la persona que más podría merecer ser dueña de estos sentimientos.
Brilla en tu mirar…
Mis ojos inundados cada vez por más emociones se posan en los suyos, dedicando cada palabra a ella mientras mi mano acuna su mejilla algo pálida, internamente solo quiero transmitirle toda la calidez que su cuerpo necesita e, instintivamente, la arrastro por la cintura hacia mi pecho, pegándola íntimamente a mí, para poderle seguir cantando todas aquellas verdades que parecen las trivialidades de un guión.
… un mundo feliz…
Eso era lo que quería para ella, eso más que ninguna otra cosa en la vida… un mundo donde ella pudiera sonreír, donde pudiera amar y tener una vida normal, un hermano normal que ella creería que la adoraba como ningún otro hermano podría adorar a su hermana; el mejor hermano en el mundo y no un sucio bastardo que solo moría por hacerla su mujer aún a costa de cualquier tabú existente.
… Y si comprendieran los demás
La dicha que tu amor me da…
Entonces su voz se acopla a la mía y de allí en más los versos se suceden, pero solo soy lejanamente consciente de aquel estribillo que ella ya había entonado previamente sola… Ahora estábamos juntos, llevando adelante los roles que nos habían tocado en aquella composición improvisada, aquella escenificación que yo había decidido, arbitrariamente, imponerle a fin de poder confesarle abiertamente todo lo que sentía excusándome, cobardemente, en la idea de que no fuera más que teatro para niños.
Lo siento tanto, Det… siento tanto mi cobardía, siento tanto no poder ser jamás un hombre que realmente sea capaz de merecer a alguien tan fascinante como tú; siento tanto compartir todo lo sustancial de tu ADN… Como lo lamento, mi amor… como lamento jamás poder hacerte mía… jamás poder ser tuyo… que jamás vaya a existir el nosotros de esta canción.
Son mis últimos pensamientos mientras la melodía llega a su fin con un nuevo solo de flauta y nuestros cuerpos quedan enfrentados, luego de un último giro aristocrático, dejando nuestros rostros a escasos milímetros… tan escasos e imperceptibles que su respiración, estallando en mi rostro, me provoca un intenso estremecimiento que dispara mis pulsaciones a un ritmo alarmante al tiempo que nuestro infantil público clama insistentemente por un beso.
Mis ojos se funden con resolución en los suyos y sin ser consciente de mucho más, cierro mis párpados y elevo mi rostro, solo unos centímetros, para dejarle un casto beso sobre la frente.
- Nuestra canción:
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Cerré los ojos instantes previos a que mi hermano iniciara la interpretación con los primeros acordes de la flauta. Respiré profundamente, de la manera más calmada posible, sintiendo sólo quemor en mi garganta cuando el aire se filtró por esta. Pero no, tenía que focalizarme y hacerlo lo más perfecto posible, por aquellos niños. No era complicada, la conocía desde mi infancia y la había cantado innumerable de veces cuando niña. No tenía porqué salir mal, no debía. Pero eso no me quitaba los nervios de fallar debido a las condiciones en las que me encontraba.
Abrí los ojos al mismo tiempo que los labios y dejé fluir de la forma más delicada y amplia posible cada una de las notas, impregnándolas del sentimiento necesario para que pudiera llegar a los espectadores y crear una reacción en el alma de cada uno de ellos. Me moví por el escenario, adueñándome de este como siempre lo hacía cada que me presentaba, y tomándome muy en serio mi papel interpretado, aún si una parte de mí quería abrirse paso para recordarme que con cada nota que daba, mi garganta se forzaba y le dolía; que mi visión se hacía cada vez más borrosa debido a la ardiente temperatura que sentía tras los ojos; que mi cabeza daba vueltas y que tenía la sensación como si esta estuviera rellena de algodón. Supe muy bien mantener a raya esa fatídica realidad y no permití que afectara en lo más mínimo mi interpretación.
Cuando mi solo estaba por llegar, me posicioné en el centro y esperé por la aparición de Theo... una aparición que nunca llegó. Ya cuando estuve a punto de permitir que mi fachada se resquebrajara, volteando hacia donde supuestamente se ocultaba el joven cantor, fue cuando sentí como unos fuertes brazos me rodeaban la cintura y me apegaban al cuerpo ajeno para después empezar a entonar con aquella melodiosa y potente voz. No, ese no era ni por mucho menos mi supuesto compañero de canto, las dimensiones de sus brazos y su altura lo dejaban más que evidente. Pero sobre todo aquel calor que de él transmitía y que mi cuerpo recibía con sincera gratitud; ese calor yo lo conocía bastante bien como para confundirle. Era el mismo que me abrigó todas las noches de mi infancia. Por un segundo abrí los ojos con sorpresa por este nuevo giro de los acontecimientos, pero después los cerré y permití que una cálida sonrisa asomara a mis labios mientras escuchaba brotar aquellas voz, la cual me arrullaba mejor de lo que haría cualquier cosa en el mundo. Me olvidé incluso de dónde estábamos y qué se suponía que teníamos que hacer para deleitar al público que nos observaba. Permití que el mayor hiciera de un movimiento que yo le encarara y, mientras los dos entonábamos al unísono, le contemplé con la misma intensidad que él ahora lo hacía, agradeciendo mi afiebrado cuerpo cada mínima muestra de caricia y atención. Sólo me permití guiar, aun si sentía que algo había allí que no debería estar, un sentimiento ajeno que causaba un profundo dolor en mi pecho, como si miles de agujas se incrustaran justo allí donde mi corazón habitaba. Era una emoción intensa, angustiante y radiante al mismo tiempo, pero sobre todo triste. A mis ojos acudieron un par de lágrimas que por fortuna se quedaron atrapadas entre mis pestañas. ¿Por qué? ¿Por qué Lyssandro me hacía sentir así? ¿Por qué algo dentro de mí se quebraba con sólo mirar aquella expresión en su rostro? Todo aquello era fingido, sólo una actuación dedicada a nuestro público, aquel guiño que me había dirigido instantes antes me lo había aclarado... Pero dolía, dolía como si me estuvieran quemando en vida.
Cuando terminamos de cantar y tras los restantes de melodía le siguió el silencio, volví a cerrar los ojos para recibir aquel fraternal beso sobre la frente, complaciendo así mi hermano, a medias, las exigencias de nuestro infantil público. Nos separamos y un vacío se instaló en mi corazón, pero preferí taparlo con la demencia de su existencia. Sonreí a nuestra audencia y di un par de reverencias que sólo me trajeron como consecuencia un intenso mareo que logré ocultar a medias. Por fortuna todo el mundo estaba lo suficientemente distraido como para parcatarse de ello. De inmediato los niños fueron a rodearnos, sobre todo a Lyssandro pues estaban encantados con las dimensiones de su cuerpo. Solté una risa floja ante el espectáculo que se me presentaba: un montón de infantes exigiéndole a mi hermano que los cargara o preguntándole el secreto para ser tan 'gigante'. Llegué a la conclusión de que el heredero de los Chrysomallis sería un magnífico padre, cuando el tiempo para ello llegara. Observé la escena por un tiempo más, con una sonrisa cómplice sólo para mí, y agradeciendo el ser excluída de aquel conmovedor momento. Eso me permitiría retirarme sin ser notada por el mayor, pues la demanda que le pedían los niños era demasiada, la suficiente para que se olvidara de mí por unos segundos.
De forma discreta me bajé del escenario y me acerqué a nuestros anfitriones, los cuales se deshicieron en agradecimientos. Les dejé en claro que no había sido nada, que en verdad lo habíamos hecho con gusto y felices de ser de ayuda para ellos, y finalmente pedí dispensas por mi retiro temprano, pero que me sentía exhausta por el viaje y deseaba descansar pues mañana partiríamos temprano. Se mostraron comprensivos y me dejaron marchar sin mayor explicación, cosa que agradecí. Fuera del comedor y en el vacío vestíbulo, por fin permití que mi expresión reflejara el sufrimiento del que padecía mi cuerpo en aquellos momentos. Sentía que no podía dar un paso más, pero ya había llegado hasta allí... sólo un poco más. Subir las escaleras fue una labor titánica, y tuve que abrazarme del pasamanos con fuerza en cierto punto para evitar trastabillar y caer sobre los escalones. Jadeante, seguí con mi camino, apoyándome en las paredes al tener la consciencia ya casi perdida, hasta dar con la puerta de la habitación que compartía con Leandro.
La oscuridad me recibió, y arrastré los pies hasta que mis piernas se toparon de forma un tanto brusca con el filo de la cama y fue allí cuando me permití sucumbir, cayendo casi sin fuerzas sobre el mullido colchón. Repté como pude por este hacia las almohadas y me eché las cobijas encima, muriendo de frío. Hecha ya ovillo y sintiendo intensos escalofríos recorrer todo mi cuerpo, dejé que la neblina en mi mente se adueñara ahora de mi consciencia, pues ya le había mantenido lo suficiente a raya como para seguir resistiéndome. Me estremecí y me abracé mejor a mí misma, buscando inútilmente más calor del que las cobijas me podían proporcionar. Tenté con mi mano en la oscuridad, tratando de hallar algún manto extra sobre el colchón y sólo dando con un cuerpo extraño del que no pude reconocer en un inicio su procedencia. La chamarra del rubio. Lancé un suspiro y me aferré a esta, apegándola a mi pecho.
-Leandro... -susurré, jadeante por la fiebre.
En verdad... me sentía muy mal...
Se me quitaría durmiendo, quería convencerme de ello, y por eso traté de conciliar el sueño, pero por el momento me costaba mucho conseguirlo debido a la pesadez en mi cabeza y el ardor de mis ojos.
Abrí los ojos al mismo tiempo que los labios y dejé fluir de la forma más delicada y amplia posible cada una de las notas, impregnándolas del sentimiento necesario para que pudiera llegar a los espectadores y crear una reacción en el alma de cada uno de ellos. Me moví por el escenario, adueñándome de este como siempre lo hacía cada que me presentaba, y tomándome muy en serio mi papel interpretado, aún si una parte de mí quería abrirse paso para recordarme que con cada nota que daba, mi garganta se forzaba y le dolía; que mi visión se hacía cada vez más borrosa debido a la ardiente temperatura que sentía tras los ojos; que mi cabeza daba vueltas y que tenía la sensación como si esta estuviera rellena de algodón. Supe muy bien mantener a raya esa fatídica realidad y no permití que afectara en lo más mínimo mi interpretación.
Cuando mi solo estaba por llegar, me posicioné en el centro y esperé por la aparición de Theo... una aparición que nunca llegó. Ya cuando estuve a punto de permitir que mi fachada se resquebrajara, volteando hacia donde supuestamente se ocultaba el joven cantor, fue cuando sentí como unos fuertes brazos me rodeaban la cintura y me apegaban al cuerpo ajeno para después empezar a entonar con aquella melodiosa y potente voz. No, ese no era ni por mucho menos mi supuesto compañero de canto, las dimensiones de sus brazos y su altura lo dejaban más que evidente. Pero sobre todo aquel calor que de él transmitía y que mi cuerpo recibía con sincera gratitud; ese calor yo lo conocía bastante bien como para confundirle. Era el mismo que me abrigó todas las noches de mi infancia. Por un segundo abrí los ojos con sorpresa por este nuevo giro de los acontecimientos, pero después los cerré y permití que una cálida sonrisa asomara a mis labios mientras escuchaba brotar aquellas voz, la cual me arrullaba mejor de lo que haría cualquier cosa en el mundo. Me olvidé incluso de dónde estábamos y qué se suponía que teníamos que hacer para deleitar al público que nos observaba. Permití que el mayor hiciera de un movimiento que yo le encarara y, mientras los dos entonábamos al unísono, le contemplé con la misma intensidad que él ahora lo hacía, agradeciendo mi afiebrado cuerpo cada mínima muestra de caricia y atención. Sólo me permití guiar, aun si sentía que algo había allí que no debería estar, un sentimiento ajeno que causaba un profundo dolor en mi pecho, como si miles de agujas se incrustaran justo allí donde mi corazón habitaba. Era una emoción intensa, angustiante y radiante al mismo tiempo, pero sobre todo triste. A mis ojos acudieron un par de lágrimas que por fortuna se quedaron atrapadas entre mis pestañas. ¿Por qué? ¿Por qué Lyssandro me hacía sentir así? ¿Por qué algo dentro de mí se quebraba con sólo mirar aquella expresión en su rostro? Todo aquello era fingido, sólo una actuación dedicada a nuestro público, aquel guiño que me había dirigido instantes antes me lo había aclarado... Pero dolía, dolía como si me estuvieran quemando en vida.
Cuando terminamos de cantar y tras los restantes de melodía le siguió el silencio, volví a cerrar los ojos para recibir aquel fraternal beso sobre la frente, complaciendo así mi hermano, a medias, las exigencias de nuestro infantil público. Nos separamos y un vacío se instaló en mi corazón, pero preferí taparlo con la demencia de su existencia. Sonreí a nuestra audencia y di un par de reverencias que sólo me trajeron como consecuencia un intenso mareo que logré ocultar a medias. Por fortuna todo el mundo estaba lo suficientemente distraido como para parcatarse de ello. De inmediato los niños fueron a rodearnos, sobre todo a Lyssandro pues estaban encantados con las dimensiones de su cuerpo. Solté una risa floja ante el espectáculo que se me presentaba: un montón de infantes exigiéndole a mi hermano que los cargara o preguntándole el secreto para ser tan 'gigante'. Llegué a la conclusión de que el heredero de los Chrysomallis sería un magnífico padre, cuando el tiempo para ello llegara. Observé la escena por un tiempo más, con una sonrisa cómplice sólo para mí, y agradeciendo el ser excluída de aquel conmovedor momento. Eso me permitiría retirarme sin ser notada por el mayor, pues la demanda que le pedían los niños era demasiada, la suficiente para que se olvidara de mí por unos segundos.
De forma discreta me bajé del escenario y me acerqué a nuestros anfitriones, los cuales se deshicieron en agradecimientos. Les dejé en claro que no había sido nada, que en verdad lo habíamos hecho con gusto y felices de ser de ayuda para ellos, y finalmente pedí dispensas por mi retiro temprano, pero que me sentía exhausta por el viaje y deseaba descansar pues mañana partiríamos temprano. Se mostraron comprensivos y me dejaron marchar sin mayor explicación, cosa que agradecí. Fuera del comedor y en el vacío vestíbulo, por fin permití que mi expresión reflejara el sufrimiento del que padecía mi cuerpo en aquellos momentos. Sentía que no podía dar un paso más, pero ya había llegado hasta allí... sólo un poco más. Subir las escaleras fue una labor titánica, y tuve que abrazarme del pasamanos con fuerza en cierto punto para evitar trastabillar y caer sobre los escalones. Jadeante, seguí con mi camino, apoyándome en las paredes al tener la consciencia ya casi perdida, hasta dar con la puerta de la habitación que compartía con Leandro.
La oscuridad me recibió, y arrastré los pies hasta que mis piernas se toparon de forma un tanto brusca con el filo de la cama y fue allí cuando me permití sucumbir, cayendo casi sin fuerzas sobre el mullido colchón. Repté como pude por este hacia las almohadas y me eché las cobijas encima, muriendo de frío. Hecha ya ovillo y sintiendo intensos escalofríos recorrer todo mi cuerpo, dejé que la neblina en mi mente se adueñara ahora de mi consciencia, pues ya le había mantenido lo suficiente a raya como para seguir resistiéndome. Me estremecí y me abracé mejor a mí misma, buscando inútilmente más calor del que las cobijas me podían proporcionar. Tenté con mi mano en la oscuridad, tratando de hallar algún manto extra sobre el colchón y sólo dando con un cuerpo extraño del que no pude reconocer en un inicio su procedencia. La chamarra del rubio. Lancé un suspiro y me aferré a esta, apegándola a mi pecho.
-Leandro... -susurré, jadeante por la fiebre.
En verdad... me sentía muy mal...
Se me quitaría durmiendo, quería convencerme de ello, y por eso traté de conciliar el sueño, pero por el momento me costaba mucho conseguirlo debido a la pesadez en mi cabeza y el ardor de mis ojos.
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Al separarme de Odette ambos descendemos del escenario y lo siguiente que se es que soy abordado por una estampida de niños con preguntas muy raras sobre su alimentación y mi altura.
La verdad es que no comprendía porqué a alguien podría llamarle la atención la idea de ser tan alto; muchas veces podía llegar a ser un verdadero calvario; por ejemplo en el supermercado cuando alguna anciana no alcanzaba los estantes más altos, en los aviones, en las recámaras de los barcos… y, en líneas generales, en todos lados debía andar algo encogido para intentar no llamar la atención ¿A quién podría gustarle vivir así? Al menos tenía la suerte de no vivir en un país de gente con un promedio de estatura muy baja.
Después de varios minutos conversando con los niños, e intentándoles hacer ver que ser alguien muy alto tenía las mismas desventajas que ser alguien muy bajo, conseguí zafarme de la situación embarazosa y volver a la mesa que compartía antes con Odette, de nuevo aquellos sentimientos que se habían apoderado de mí durante la interpretación regresaban a cobrarse terreno en mi cabeza.
No conseguí ver a mi hermana alrededor, de manera que me incorporé para preguntar a mis anfitriones qué sabían sobre ella y entonces Geena me puso al tanto de que había subido hace un rato para descansar, porque mañana debíamos partir temprano.
Agradecí a la joven por aquella información y me despedí del resto de la familia que me invitó a desayunar con mi hermana por la mañana, junto con ellos.
Acabé por prometerles que lo haría si despertábamos temprano y la agenda de Odette se lo permitía.
Luego de aquella breve pero amena conversación, regresé a la habitación que compartía con mi hermana, un nudo se me alojó en la garganta cuando los recuerdos de horas atrás, en el baño, regresaron a revolotear en mi cabeza. Intenté hacerlos rápidamente a un lado, pero el toparme con la imagen de Odette yaciendo en la única cama del cuarto, no ayudaba para nada.
Molesto conmigo mismo por aquellos pensamientos, estoy dispuesto a dar media vuelta y retirarme de la habitación para despejar mis sentidos, cuando me percato de aquellos jadeos provenientes de ella. Con el corazón en un puño me apresuro hacia la cama, arrodillándome junto a ella y topándome con una imagen que provoca que mi pulso se detenga y mi pecho se comprima en agonía.
Odette yacía acurrucada sobre sí misma, tiritando mientras abrazaba mi chaqueta de cuero. Aunque sabía el resultado, acerqué mis labios a su frente solo para comprobar que estaba mucho más caliente de lo que hubiera podido pensar.
Maldiciéndome por no haberme percatado antes de su estado, doy un salto desde mi postura y regreso abajo para pedirle a Josephine que por favor me entregue un cuenco con agua fría y paños para remojar. Mientras ella prepara los insumos le explico la situación y le pregunto si puede poner algunos ladrillos en el fuego para que luego pueda venir a recogerlos.
Con sus gráciles señas ella me indica que no habrá problemas y que además preparará una infusión de sauco con jengibre y miel para aliviar la fiebre y los dolores y un quemador de eucalipto para ayudar a que la respiración se normalice. Finalmente me indica que ella y Marius subirán todo al cuarto cuando esté listo.
Agradezco todas sus atenciones y rápidamente regreso junto a Odette con los paños remojándose en el cuenco de agua fría.
Al volver la encontré en aquella misma postura, me acerco descorriendo el pelo de su cara. Tomando una vieja cinta de raso; que debía haber pertenecido a un salto de cama pero ahora yacía abandonada sobre la mesita de noche; improvisé una cola de caballo para que aquel cabello no la molestara.
Tratándola con cuidado, me aseguré de incorporarle la parte superior del cuerpo para quitarle el vestido y su sujetador, envolviéndola en la campera de cuero que al contacto directo con la piel la ayudaría a sudar y bajar mucho más rápido la temperatura.
Ni por un segundo me detuve a pensar en su cuerpo o su contacto, mis manos operaron casi mecánicamente; como si mi cerebro hubiera decidido, por primera vez en el día, dejar de ser un imbécil y priorizar el hecho de que esa mujer y su bienestar estaban para nosotros muy por encima de las necesidades del cuerpo, las fantasías de la mente o los tormentos del corazón.
Cuando la he dispuesto de aquella forma, ignorando los balbuceos ininteligibles que deliraba, me acomodé detrás de ella, frente al cabezal de la cama, aseguré su espalda contra mi pecho y la abrigué entre mis piernas, mientras le disponía paños helados en la frente, pecho, abdomen, axilas y entre los muslos.
La escuchpe sisear y volver a sus balbuceos, pero no pude hacer más que rodearla con mis brazos y confortarla hasta que Josephine subiera con el resto de los insumos que me había prometido.
Solo unos minutos después, la mujer ingresa escoltada por su esposo, dejando el quemador de eucalipto y un abanico sobre la mesilla de luz y al lado deposita el enorme jarrón de té humeante.
Mientras tanto el hombre levanta los piel del colchón para colocar algunos ladrillos calientes y luego hace lo mismo con los costados del mismo, casi a la altura de la cintura de mi hermana.
Cuando acaban de ayudarme con todo, les agradezco con la voz rasgada y los dejo marcharse, dejándonos a solas en las penumbras recortadas por la escasa luz de la luna que se cuela por las persianas de madera del ventanal.
-Eres una torpe…-Le gruño cuando la frustración comienza a abrirse camino en mi interior- Ve a saber desde que momento te estás sintiendo así… Y por encima tú seguramente te forzaste a hacer la canción… ¿Por qué diablos tienes que hacer estas cosas? Esto es lo único que realmente detesto de ti… Odio que me mientas… odio que digas que siempre puedes contar conmigo y confiarme lo que sea, cuando no eres capaz ni de confiarme tu propio bienestar… y por encima ni tú misma lo tienes en cuenta… ¡Maldita obstinada! ¿Por qué te empeñas en salir lastimada?
Resoplo con indignación absoluta, pero mucho más que por lo que ella hubiera hecho o dejado de hacer, por mí mismo que no había sido capaz de ver lo mal que ella lo estaba pasando y al final había desencadenado todo esto por mi propia causa, al no saber cuidar bien de ella.
-No… Eso no es del todo así… ¿Cierto?- Susurro besando su sien- Es mi responsabilidad… No es porque tú te empeñes en salir lastimada… Es porque yo me empeño en estar a tu lado, aunque sea como tu hermano, pensando que así puedo hacerte algún bien. Al parecer… no importa cómo intente acercarme a ti, lo único que conseguiré es que salgas herida o sufras de alguna manera…
La verdad es que no comprendía porqué a alguien podría llamarle la atención la idea de ser tan alto; muchas veces podía llegar a ser un verdadero calvario; por ejemplo en el supermercado cuando alguna anciana no alcanzaba los estantes más altos, en los aviones, en las recámaras de los barcos… y, en líneas generales, en todos lados debía andar algo encogido para intentar no llamar la atención ¿A quién podría gustarle vivir así? Al menos tenía la suerte de no vivir en un país de gente con un promedio de estatura muy baja.
Después de varios minutos conversando con los niños, e intentándoles hacer ver que ser alguien muy alto tenía las mismas desventajas que ser alguien muy bajo, conseguí zafarme de la situación embarazosa y volver a la mesa que compartía antes con Odette, de nuevo aquellos sentimientos que se habían apoderado de mí durante la interpretación regresaban a cobrarse terreno en mi cabeza.
No conseguí ver a mi hermana alrededor, de manera que me incorporé para preguntar a mis anfitriones qué sabían sobre ella y entonces Geena me puso al tanto de que había subido hace un rato para descansar, porque mañana debíamos partir temprano.
Agradecí a la joven por aquella información y me despedí del resto de la familia que me invitó a desayunar con mi hermana por la mañana, junto con ellos.
Acabé por prometerles que lo haría si despertábamos temprano y la agenda de Odette se lo permitía.
Luego de aquella breve pero amena conversación, regresé a la habitación que compartía con mi hermana, un nudo se me alojó en la garganta cuando los recuerdos de horas atrás, en el baño, regresaron a revolotear en mi cabeza. Intenté hacerlos rápidamente a un lado, pero el toparme con la imagen de Odette yaciendo en la única cama del cuarto, no ayudaba para nada.
Molesto conmigo mismo por aquellos pensamientos, estoy dispuesto a dar media vuelta y retirarme de la habitación para despejar mis sentidos, cuando me percato de aquellos jadeos provenientes de ella. Con el corazón en un puño me apresuro hacia la cama, arrodillándome junto a ella y topándome con una imagen que provoca que mi pulso se detenga y mi pecho se comprima en agonía.
Odette yacía acurrucada sobre sí misma, tiritando mientras abrazaba mi chaqueta de cuero. Aunque sabía el resultado, acerqué mis labios a su frente solo para comprobar que estaba mucho más caliente de lo que hubiera podido pensar.
Maldiciéndome por no haberme percatado antes de su estado, doy un salto desde mi postura y regreso abajo para pedirle a Josephine que por favor me entregue un cuenco con agua fría y paños para remojar. Mientras ella prepara los insumos le explico la situación y le pregunto si puede poner algunos ladrillos en el fuego para que luego pueda venir a recogerlos.
Con sus gráciles señas ella me indica que no habrá problemas y que además preparará una infusión de sauco con jengibre y miel para aliviar la fiebre y los dolores y un quemador de eucalipto para ayudar a que la respiración se normalice. Finalmente me indica que ella y Marius subirán todo al cuarto cuando esté listo.
Agradezco todas sus atenciones y rápidamente regreso junto a Odette con los paños remojándose en el cuenco de agua fría.
Al volver la encontré en aquella misma postura, me acerco descorriendo el pelo de su cara. Tomando una vieja cinta de raso; que debía haber pertenecido a un salto de cama pero ahora yacía abandonada sobre la mesita de noche; improvisé una cola de caballo para que aquel cabello no la molestara.
Tratándola con cuidado, me aseguré de incorporarle la parte superior del cuerpo para quitarle el vestido y su sujetador, envolviéndola en la campera de cuero que al contacto directo con la piel la ayudaría a sudar y bajar mucho más rápido la temperatura.
Ni por un segundo me detuve a pensar en su cuerpo o su contacto, mis manos operaron casi mecánicamente; como si mi cerebro hubiera decidido, por primera vez en el día, dejar de ser un imbécil y priorizar el hecho de que esa mujer y su bienestar estaban para nosotros muy por encima de las necesidades del cuerpo, las fantasías de la mente o los tormentos del corazón.
Cuando la he dispuesto de aquella forma, ignorando los balbuceos ininteligibles que deliraba, me acomodé detrás de ella, frente al cabezal de la cama, aseguré su espalda contra mi pecho y la abrigué entre mis piernas, mientras le disponía paños helados en la frente, pecho, abdomen, axilas y entre los muslos.
La escuchpe sisear y volver a sus balbuceos, pero no pude hacer más que rodearla con mis brazos y confortarla hasta que Josephine subiera con el resto de los insumos que me había prometido.
Solo unos minutos después, la mujer ingresa escoltada por su esposo, dejando el quemador de eucalipto y un abanico sobre la mesilla de luz y al lado deposita el enorme jarrón de té humeante.
Mientras tanto el hombre levanta los piel del colchón para colocar algunos ladrillos calientes y luego hace lo mismo con los costados del mismo, casi a la altura de la cintura de mi hermana.
Cuando acaban de ayudarme con todo, les agradezco con la voz rasgada y los dejo marcharse, dejándonos a solas en las penumbras recortadas por la escasa luz de la luna que se cuela por las persianas de madera del ventanal.
-Eres una torpe…-Le gruño cuando la frustración comienza a abrirse camino en mi interior- Ve a saber desde que momento te estás sintiendo así… Y por encima tú seguramente te forzaste a hacer la canción… ¿Por qué diablos tienes que hacer estas cosas? Esto es lo único que realmente detesto de ti… Odio que me mientas… odio que digas que siempre puedes contar conmigo y confiarme lo que sea, cuando no eres capaz ni de confiarme tu propio bienestar… y por encima ni tú misma lo tienes en cuenta… ¡Maldita obstinada! ¿Por qué te empeñas en salir lastimada?
Resoplo con indignación absoluta, pero mucho más que por lo que ella hubiera hecho o dejado de hacer, por mí mismo que no había sido capaz de ver lo mal que ella lo estaba pasando y al final había desencadenado todo esto por mi propia causa, al no saber cuidar bien de ella.
-No… Eso no es del todo así… ¿Cierto?- Susurro besando su sien- Es mi responsabilidad… No es porque tú te empeñes en salir lastimada… Es porque yo me empeño en estar a tu lado, aunque sea como tu hermano, pensando que así puedo hacerte algún bien. Al parecer… no importa cómo intente acercarme a ti, lo único que conseguiré es que salgas herida o sufras de alguna manera…
Lyssandro Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
-Eso no es cierto... -musité con voz algo ahogada, jadeante por el exceso de temperatura en mi cuerpo- ....eso no.... es cierto...
En algún punto del camino había terminado por perder consciencia de lo que sucedía a mi alrededor, pues ni siquiera había sido capaz de percatarme de la llegada de mi hermano a la habitación, ni de tampoco que este ya se había encargado de procurar todos los cuidados necesarios para hacer ceder la fiebre que azotaba mi cansado cuerpo en esos momentos. Sólo era capaz de percibir su calidez, esa que entre delirios había logrado confortarme como antaño, creyendo que sólo era una alucinación, una jugarreta de mi perturbada mente que ansiaba con urgencia la presencia del rubio, a mi lado. Pero no era así, ahora que había recobrado un poco de lucidez podía percatarme que realmente él se encontraba allí, acobijando mi cuerpo. Que de alguna forma mis prendas habían sido sustituidas por la chamarra de cuero de él, la cual pretendía causar que la temperatura de mi cuerpo se drenara mediante el sudor, comenzando de a poco a hacer efecto. Sobre todo mis miembros ya no se estremecían de forma tan violenta a causa del frío. Aún así, seguía sintiéndome mal, extremadamente cansada y con el cuerpo agarrotado; con mi mente dando vueltas sin control y sintiendo mi cabeza sumamente pesada. Mas me obligué a entreabrir los ardientes párpados para ser capaz de vislumbrar algo en la oscura habitación: sólo la tenue luz de la luna se filtraba a través de las persianas entreabiertas.
Exhalé, mi aliento caliente.
-No digas... esas cosas... -aun si me costaba trabajo, y el ardor de mi garganta ahogaba mi voz, me esforcé a tratar de expresarme de forma clara- ...tú siempre has estado para mí, y yo siempre te lo he agradecido... No vuelvas a decir que tú eres el culpable de que yo resulte lastimada -tragué saliva y lancé un suave jadeo que provocó que mi pecho temblara-. Quería... decírtelo... pero te veías tan ilusionado por ayudar... aquellos niños nos necesitaban... no deseaba ser egoísta. Siempre me pongo primero sobre todas las cosas, ¿verdad? Como hoy... que no pensé en lo preocupado que podrías estar... por mi causa, y terminé orillándote... a que te lastimaras... todo fue culpa mía, por pensar sólo en mí...
La neblina en mi mente iba ganando partido, llevándose consigo los pocos rastros de cordura que me quedaban, pero no quería perder la consciencia justo ahora... no cuando estaba haciendo sentir tan mal a mi hermano. Porque eso era él, ¿no? Mi hermano... al que yo más amaba en todo el mundo, ese que siempre estuvo allí para cuidarme, para revisar debajo de la cama cada noche antes de dormir y así verificar que no existieran monstruos que pudieran perturbar mi sueño. Aquel que me acompañó en los momentos de tormenta y me acunó cuando los relámpagos en el cielo ennegrecido me hacían temblar. El dueño de mis fantasías infantiles, y a quien iban dirigidas mis oraciones nocturnas. Yo era feliz sólo de poder estar a su lado, de verle sonreír cada que le obsequiaba una flor recolectada del jardín. Pero un dolor cruzó mi pecho cuando me percaté que, sin darme cuenta a tiempo, todo eso acabó. Todo desapareció como lo hace el agua entre los dedos. Para cuando quise buscar un remedio, ya existía una barrera infranqueable entre nosotros.
¿Por qué...?
-Eh, Adelphos... ¿por qué teníamos que crecer...? Todo era más sencillo cuando éramos unos niños... -musité tras una larga pausa en la que sólo mi jadeante respiración interrumpía el silencio. Cerré los ojos, dejándome abandonar por mi dispersa y atormentada mente. Ya no tenía dieciocho años, sino seis. De alguna forma estaba reviviendo mi infancia, a aquellas dulces épocas que siempre atesoraría como un grato recuerdo-. ¿Lo recuerdas...? Cuando el otro día te dije que me convertiría en la esposa de mi Adelphos... -claro que eso había sucedido, pero doce años atrás, cuando sólo era una infanta que no sabía lo que era el mundo real. Juegos de niños, según decían los adultos, pero para mí había sido muy real- ... pero me rechazaste, me dijiste que era una tonta por pensar que algún día podía eso pasar, ya que somos hermanos y... no era posible. Me molestó mucho la crudeza que usaste... me hizo llorar el resto del día... -reí de forma floja, casi dolorosa; esta finalizó entre toses y un leve quejido-, pero tenías razón en ese momento, aun si me costó asimilarlo, nosotros sólo... somos hermanos... qué irónico... fue esa la primera y única vez... que un hombre rompió mi corazón...
Por supuesto que lo había hecho, había destrozado las inocentes ilusiones de una niña que sólo veía a su hermano mayor como el mejor de los héroes; una niña que se conformaría a todo, con tal de por siempre estar a su lado. ¿Por qué creía que siempre lo había seguido? ¿Por qué acudía a él, en lugar de a mis padres, cuando me sentía triste, feliz, aterrorizada, enojada o enferma? Porque lo quería compartir todo con el que creía, tontamente, que sería el hombre destinado a estar a mi lado para la eternidad.
-Pero teníamos que crecer... y fue cuando me di cuenta que había sido tonta... Siempre lo he sido, ¿verdad? -una débil sonrisa apareció en mis labios. Busqué a tientas, en medio de la oscuridad y con mano temblorosa, tomar la de mi acompañante. Mi mente era un caos; deliraba, y estaba segura que, bajo otras circunstancias, ni siquiera sería capaz de tomar en consideración antiguos sentimientos infantiles de esa índole. La realidad era otra muy distinta-. Mas eso era amor... para una niña como yo, eso era amor... Hubiera querido quedarme así... Odio la vida adulta... -a este punto ardientes lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos entrecerrados y se deslizaron por mis mejillas hasta desaparecer por el cuello- ... la odio porque esta se llevó... lo que yo más amaba en el mundo. Mi único tesoro... terminó abandonándome... ¡No, Adelphos, no te vayas! No me dejes sola... Seré una niña buena, te lo prometo... te recogeré el doble de flores... todos los días... pero no me apartes de tu vida...
Mi cuerpo se sacudió de forma violenta al rememorar aquel doloroso recuerdo de su partida, cuando se había ido a estudiar al extranjero y con ello me dejó atrás, como si yo nunca hubiera sido importante para él. Pero para mí, en ese momento, era todo lo que yo poseía, todo a lo que me podía sostener. Mis lágrimas nunca sirvieron para retenerle, para hacerle regresar, y fue por ello que me obligué a siempre recibirle con la mejor de las sonrisas, porque creía que de esta forma él ya no estaría molesto ni me alejaría. Tampoco eso funcionó... y a estas alturas ya era incapaz de sortear aquella brecha abismal que nos separaba sentimentalmente, aun si ahora su calor era el cobijo que mi cuerpo necesitaba para sentirse completo.
Antes habíamos sido tan unidos; ¿qué nos había pasado?
-Adelphos, me siento mal... me duele la garganta... tengo sed...
Estaba más al borde de la inconsciencia que de la lucidez, pero tenía miedo de dejarme sumergir por la espesa bruma, aún si la negrura estaba abriéndome los brazos para darme la bienvenida. Porque tenía miedo de despertar sólo para descubrir que había perdido a mi hermano de manera definitiva.
No quería, dolía...
En algún punto del camino había terminado por perder consciencia de lo que sucedía a mi alrededor, pues ni siquiera había sido capaz de percatarme de la llegada de mi hermano a la habitación, ni de tampoco que este ya se había encargado de procurar todos los cuidados necesarios para hacer ceder la fiebre que azotaba mi cansado cuerpo en esos momentos. Sólo era capaz de percibir su calidez, esa que entre delirios había logrado confortarme como antaño, creyendo que sólo era una alucinación, una jugarreta de mi perturbada mente que ansiaba con urgencia la presencia del rubio, a mi lado. Pero no era así, ahora que había recobrado un poco de lucidez podía percatarme que realmente él se encontraba allí, acobijando mi cuerpo. Que de alguna forma mis prendas habían sido sustituidas por la chamarra de cuero de él, la cual pretendía causar que la temperatura de mi cuerpo se drenara mediante el sudor, comenzando de a poco a hacer efecto. Sobre todo mis miembros ya no se estremecían de forma tan violenta a causa del frío. Aún así, seguía sintiéndome mal, extremadamente cansada y con el cuerpo agarrotado; con mi mente dando vueltas sin control y sintiendo mi cabeza sumamente pesada. Mas me obligué a entreabrir los ardientes párpados para ser capaz de vislumbrar algo en la oscura habitación: sólo la tenue luz de la luna se filtraba a través de las persianas entreabiertas.
Exhalé, mi aliento caliente.
-No digas... esas cosas... -aun si me costaba trabajo, y el ardor de mi garganta ahogaba mi voz, me esforcé a tratar de expresarme de forma clara- ...tú siempre has estado para mí, y yo siempre te lo he agradecido... No vuelvas a decir que tú eres el culpable de que yo resulte lastimada -tragué saliva y lancé un suave jadeo que provocó que mi pecho temblara-. Quería... decírtelo... pero te veías tan ilusionado por ayudar... aquellos niños nos necesitaban... no deseaba ser egoísta. Siempre me pongo primero sobre todas las cosas, ¿verdad? Como hoy... que no pensé en lo preocupado que podrías estar... por mi causa, y terminé orillándote... a que te lastimaras... todo fue culpa mía, por pensar sólo en mí...
La neblina en mi mente iba ganando partido, llevándose consigo los pocos rastros de cordura que me quedaban, pero no quería perder la consciencia justo ahora... no cuando estaba haciendo sentir tan mal a mi hermano. Porque eso era él, ¿no? Mi hermano... al que yo más amaba en todo el mundo, ese que siempre estuvo allí para cuidarme, para revisar debajo de la cama cada noche antes de dormir y así verificar que no existieran monstruos que pudieran perturbar mi sueño. Aquel que me acompañó en los momentos de tormenta y me acunó cuando los relámpagos en el cielo ennegrecido me hacían temblar. El dueño de mis fantasías infantiles, y a quien iban dirigidas mis oraciones nocturnas. Yo era feliz sólo de poder estar a su lado, de verle sonreír cada que le obsequiaba una flor recolectada del jardín. Pero un dolor cruzó mi pecho cuando me percaté que, sin darme cuenta a tiempo, todo eso acabó. Todo desapareció como lo hace el agua entre los dedos. Para cuando quise buscar un remedio, ya existía una barrera infranqueable entre nosotros.
¿Por qué...?
-Eh, Adelphos... ¿por qué teníamos que crecer...? Todo era más sencillo cuando éramos unos niños... -musité tras una larga pausa en la que sólo mi jadeante respiración interrumpía el silencio. Cerré los ojos, dejándome abandonar por mi dispersa y atormentada mente. Ya no tenía dieciocho años, sino seis. De alguna forma estaba reviviendo mi infancia, a aquellas dulces épocas que siempre atesoraría como un grato recuerdo-. ¿Lo recuerdas...? Cuando el otro día te dije que me convertiría en la esposa de mi Adelphos... -claro que eso había sucedido, pero doce años atrás, cuando sólo era una infanta que no sabía lo que era el mundo real. Juegos de niños, según decían los adultos, pero para mí había sido muy real- ... pero me rechazaste, me dijiste que era una tonta por pensar que algún día podía eso pasar, ya que somos hermanos y... no era posible. Me molestó mucho la crudeza que usaste... me hizo llorar el resto del día... -reí de forma floja, casi dolorosa; esta finalizó entre toses y un leve quejido-, pero tenías razón en ese momento, aun si me costó asimilarlo, nosotros sólo... somos hermanos... qué irónico... fue esa la primera y única vez... que un hombre rompió mi corazón...
Por supuesto que lo había hecho, había destrozado las inocentes ilusiones de una niña que sólo veía a su hermano mayor como el mejor de los héroes; una niña que se conformaría a todo, con tal de por siempre estar a su lado. ¿Por qué creía que siempre lo había seguido? ¿Por qué acudía a él, en lugar de a mis padres, cuando me sentía triste, feliz, aterrorizada, enojada o enferma? Porque lo quería compartir todo con el que creía, tontamente, que sería el hombre destinado a estar a mi lado para la eternidad.
-Pero teníamos que crecer... y fue cuando me di cuenta que había sido tonta... Siempre lo he sido, ¿verdad? -una débil sonrisa apareció en mis labios. Busqué a tientas, en medio de la oscuridad y con mano temblorosa, tomar la de mi acompañante. Mi mente era un caos; deliraba, y estaba segura que, bajo otras circunstancias, ni siquiera sería capaz de tomar en consideración antiguos sentimientos infantiles de esa índole. La realidad era otra muy distinta-. Mas eso era amor... para una niña como yo, eso era amor... Hubiera querido quedarme así... Odio la vida adulta... -a este punto ardientes lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos entrecerrados y se deslizaron por mis mejillas hasta desaparecer por el cuello- ... la odio porque esta se llevó... lo que yo más amaba en el mundo. Mi único tesoro... terminó abandonándome... ¡No, Adelphos, no te vayas! No me dejes sola... Seré una niña buena, te lo prometo... te recogeré el doble de flores... todos los días... pero no me apartes de tu vida...
Mi cuerpo se sacudió de forma violenta al rememorar aquel doloroso recuerdo de su partida, cuando se había ido a estudiar al extranjero y con ello me dejó atrás, como si yo nunca hubiera sido importante para él. Pero para mí, en ese momento, era todo lo que yo poseía, todo a lo que me podía sostener. Mis lágrimas nunca sirvieron para retenerle, para hacerle regresar, y fue por ello que me obligué a siempre recibirle con la mejor de las sonrisas, porque creía que de esta forma él ya no estaría molesto ni me alejaría. Tampoco eso funcionó... y a estas alturas ya era incapaz de sortear aquella brecha abismal que nos separaba sentimentalmente, aun si ahora su calor era el cobijo que mi cuerpo necesitaba para sentirse completo.
Antes habíamos sido tan unidos; ¿qué nos había pasado?
-Adelphos, me siento mal... me duele la garganta... tengo sed...
Estaba más al borde de la inconsciencia que de la lucidez, pero tenía miedo de dejarme sumergir por la espesa bruma, aún si la negrura estaba abriéndome los brazos para darme la bienvenida. Porque tenía miedo de despertar sólo para descubrir que había perdido a mi hermano de manera definitiva.
No quería, dolía...
Odette Chrysomallis
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Re: Por un día no me importa si es un pecado... (Odette Chrysomallis)
Un nudo se forma en mi garganta con sus primeras afirmaciones… siempre la misma, siempre responsabilizándose más allá de lo que puede y le corresponde, siempre buscando llenar las expectativas de todo el mundo… siempre torturándose por cometer el más mínimo error… aquellos frustrantes sentimientos me provocan apretar las manos en puños mientras mi propia rabia hacia mí mismo me quema la tráquea.
A medida que las palabras de Odette hacen eco en mi cabeza, mis propios recuerdos comienzan a acudir hacia la consciencia, como si de una tormenta de imágenes; que me azotaran el cerebro; se tratara.
Pronto me veo a mi mismo en las memorias que aquellas palabras me transmiten, recuerdo la seguridad con que ella decía tan suelta de cuerpo que se convertiría en mi esposa y como había logrado que todas las gamas de rojo me quedaran pintadas en la cara; nerviosamente le había dicho que era una tonta y que eso era imposible, porque claro… ¡Yo era su hermano! ¿Qué clase de persona descabellada habría concebido algo así? Y aún sabiendo todo eso, por alguna razón, me había dolido el pecho al negarle aquella ingenua fantasía… Pero aún con tan corta edad, sabía lo extraños que eran mis propios sentimientos y que alimentar cualquier clase de malinterpretación solo habría resultado caótico para mí.
¿Por eso rompí tu corazón, Det? ¿Desde tan pequeño ya era un cretino contigo? Me murmuro a mí mismo, acariciando su pelo mientras la escucho proseguir perdida en sus memorias y, entre tanto, le quito los paños y los estrujo para volverlos a remojar y colocarlos en su sitio de nuevo.
Su voz se siente cada vez más infantil y rota, el dolor que transmite y la desesperación que se agolpa en su pecho, me hacen sentir cada vez más desahuciado, me provocan temblores en todo el cuerpo y me generan una sensación de vacío y remordimiento tan inmensa que, sin que pueda hacer nada por evitarlo, las lágrimas comienzan a punzar en mis ojos y a resbalar fuera de ellos sin permiso.
Gimiendo por la agonía que, de pronto, ha creado una atmósfera opresiva tan sofocante, no soy capaz de contener aquel llanto de impotencia, mientras abrazo a Odette contra mi torso con mis brazos temblorosos. Aprieto los párpados, mi barbilla se apoya en su sien y a medida que sigue su narración la acompaño como si de esa estúpida manera pudiera reparar aquellos recuerdos que la flagelaban al punto de culparse por la distancia que yo había puesto entre nosotros.
-No hace falta que seas una niña más buena, Akribos… eres la mejor, por eso tengo que irme… para poder, algún día, ser el mejor para ti… Aunque no lo creas, no soy lo suficientemente bueno… Pero esto no es una despedida… jamás lo será… porque nunca estaré lo suficientemente listo ni seré lo suficientemente valiente como para decirte adiós a ti…- apenas giro mi rostro para besarle la sien cuidadosamente, tratando de que mi propio llanto no rompa mi voz agitada-.
Pronto regresaré a ti y te prometo que mis sentimientos no habrán cambiado… seguirás siendo mi tesoro más preciado… seguirás siendo mi pequeño cisne… y seguirás siendo Solo mi hermana. Tienes razón… solo somos hermanos; si ser solo tu hermano significa que seas mi primer pensamiento por la mañana y el último por la noche; si ser solo tu hermano significa que tu propia felicidad sea infinitamente más importante que la mía; si ser solo tu hermano conlleva a que tu sonrisa sea el bien más preciado que anhele proteger… si ser solo tu hermano implica que mi vida te pertenece para que dispongas de ella como mejor te parezca, entonces sí… soy solo tu hermano… pero ese Solo está de más… Soy tu hermano, el chico que velará por ti cada día de su vida, él que estará pendiente de hacer miserable a cualquiera que ose lastimarte… y si ese soy yo, entonces seré miserable el resto de mi vida, porque no mereceré otra cosa… Porque nadie que pueda lastimar a mi ángel merece otra cosa…
Perdóname por todo el daño que te he causado… te prometo que cada decisión que he tomado en mi vida ha sido siempre pensando en lo que podría ser mejor para ti… Así que sé feliz y no dejes que aquellas palabras hirientes que te dije te cierren a la posibilidad de encontrar un chico que valga la pena… Si este mundo fuera otro y yo no fuera tu hermano, no dudaría en tomarte como mi esposa… eres la más hermosa, alocada y dulce criatura que conozco… Eres la que hace que mis días sean brillantes a pesar de todo lo que los demás esperan todo el tiempo de mí, por eso… no vuelvas a llorar por mi causa… Si de verdad me quieres, entonces sé feliz… déjate amar y permítete amar hasta que tu corazón te grite que ya no puede soportarlo… nadie merece eso más que tú… Yo sencillamente no soy digno de ti, ni de la más mínima parte de esos sentimientos…
Finalmente la escucho hablarme de su malestar y recordando el té caliente que hay en la mesilla de noche pillo la taza en mi mano, mientras con mi otra mano sostengo a Odette por la nuca, enredando mis dedos entre su cabello, acerco la cerámica a sus labios, sin embargo estos se sienten inertes y la presión de su lengua provoca que la infusión resbale por sus comisuras.
En ese momento no puedo siquiera pensar con claridad, el único pensamiento que puebla mi cabeza es el de reportarle aunque sea un mínimo alivio, la idea de que si no puedo curar las heridas de su alma, al menos necesito mitigar el dolor de su cuerpo, aún sin poder detener del todo el fluir de mis lágrimas, la ciño con más firmeza por la nuca, acariciando su mejilla hirviente con el pulgar… Enseguida yo mismo sorbo el té de la taza, llenándome la boca con la dulce bebida y reclinándome sobre el rostro de ella hasta juntar nuestros labios, ahuecando mi boca contra la suya y recostando su cabeza, suavemente, para que el líquido se vierta en la húmeda cavidad resbalando cuidadosamente hacia su garganta.
Perdóname, Odette… perdóname por ser siempre el causante de tu dolor…
A medida que las palabras de Odette hacen eco en mi cabeza, mis propios recuerdos comienzan a acudir hacia la consciencia, como si de una tormenta de imágenes; que me azotaran el cerebro; se tratara.
Pronto me veo a mi mismo en las memorias que aquellas palabras me transmiten, recuerdo la seguridad con que ella decía tan suelta de cuerpo que se convertiría en mi esposa y como había logrado que todas las gamas de rojo me quedaran pintadas en la cara; nerviosamente le había dicho que era una tonta y que eso era imposible, porque claro… ¡Yo era su hermano! ¿Qué clase de persona descabellada habría concebido algo así? Y aún sabiendo todo eso, por alguna razón, me había dolido el pecho al negarle aquella ingenua fantasía… Pero aún con tan corta edad, sabía lo extraños que eran mis propios sentimientos y que alimentar cualquier clase de malinterpretación solo habría resultado caótico para mí.
¿Por eso rompí tu corazón, Det? ¿Desde tan pequeño ya era un cretino contigo? Me murmuro a mí mismo, acariciando su pelo mientras la escucho proseguir perdida en sus memorias y, entre tanto, le quito los paños y los estrujo para volverlos a remojar y colocarlos en su sitio de nuevo.
Su voz se siente cada vez más infantil y rota, el dolor que transmite y la desesperación que se agolpa en su pecho, me hacen sentir cada vez más desahuciado, me provocan temblores en todo el cuerpo y me generan una sensación de vacío y remordimiento tan inmensa que, sin que pueda hacer nada por evitarlo, las lágrimas comienzan a punzar en mis ojos y a resbalar fuera de ellos sin permiso.
Gimiendo por la agonía que, de pronto, ha creado una atmósfera opresiva tan sofocante, no soy capaz de contener aquel llanto de impotencia, mientras abrazo a Odette contra mi torso con mis brazos temblorosos. Aprieto los párpados, mi barbilla se apoya en su sien y a medida que sigue su narración la acompaño como si de esa estúpida manera pudiera reparar aquellos recuerdos que la flagelaban al punto de culparse por la distancia que yo había puesto entre nosotros.
-No hace falta que seas una niña más buena, Akribos… eres la mejor, por eso tengo que irme… para poder, algún día, ser el mejor para ti… Aunque no lo creas, no soy lo suficientemente bueno… Pero esto no es una despedida… jamás lo será… porque nunca estaré lo suficientemente listo ni seré lo suficientemente valiente como para decirte adiós a ti…- apenas giro mi rostro para besarle la sien cuidadosamente, tratando de que mi propio llanto no rompa mi voz agitada-.
Pronto regresaré a ti y te prometo que mis sentimientos no habrán cambiado… seguirás siendo mi tesoro más preciado… seguirás siendo mi pequeño cisne… y seguirás siendo Solo mi hermana. Tienes razón… solo somos hermanos; si ser solo tu hermano significa que seas mi primer pensamiento por la mañana y el último por la noche; si ser solo tu hermano significa que tu propia felicidad sea infinitamente más importante que la mía; si ser solo tu hermano conlleva a que tu sonrisa sea el bien más preciado que anhele proteger… si ser solo tu hermano implica que mi vida te pertenece para que dispongas de ella como mejor te parezca, entonces sí… soy solo tu hermano… pero ese Solo está de más… Soy tu hermano, el chico que velará por ti cada día de su vida, él que estará pendiente de hacer miserable a cualquiera que ose lastimarte… y si ese soy yo, entonces seré miserable el resto de mi vida, porque no mereceré otra cosa… Porque nadie que pueda lastimar a mi ángel merece otra cosa…
Perdóname por todo el daño que te he causado… te prometo que cada decisión que he tomado en mi vida ha sido siempre pensando en lo que podría ser mejor para ti… Así que sé feliz y no dejes que aquellas palabras hirientes que te dije te cierren a la posibilidad de encontrar un chico que valga la pena… Si este mundo fuera otro y yo no fuera tu hermano, no dudaría en tomarte como mi esposa… eres la más hermosa, alocada y dulce criatura que conozco… Eres la que hace que mis días sean brillantes a pesar de todo lo que los demás esperan todo el tiempo de mí, por eso… no vuelvas a llorar por mi causa… Si de verdad me quieres, entonces sé feliz… déjate amar y permítete amar hasta que tu corazón te grite que ya no puede soportarlo… nadie merece eso más que tú… Yo sencillamente no soy digno de ti, ni de la más mínima parte de esos sentimientos…
Finalmente la escucho hablarme de su malestar y recordando el té caliente que hay en la mesilla de noche pillo la taza en mi mano, mientras con mi otra mano sostengo a Odette por la nuca, enredando mis dedos entre su cabello, acerco la cerámica a sus labios, sin embargo estos se sienten inertes y la presión de su lengua provoca que la infusión resbale por sus comisuras.
En ese momento no puedo siquiera pensar con claridad, el único pensamiento que puebla mi cabeza es el de reportarle aunque sea un mínimo alivio, la idea de que si no puedo curar las heridas de su alma, al menos necesito mitigar el dolor de su cuerpo, aún sin poder detener del todo el fluir de mis lágrimas, la ciño con más firmeza por la nuca, acariciando su mejilla hirviente con el pulgar… Enseguida yo mismo sorbo el té de la taza, llenándome la boca con la dulce bebida y reclinándome sobre el rostro de ella hasta juntar nuestros labios, ahuecando mi boca contra la suya y recostando su cabeza, suavemente, para que el líquido se vierta en la húmeda cavidad resbalando cuidadosamente hacia su garganta.
Perdóname, Odette… perdóname por ser siempre el causante de tu dolor…
Lyssandro Chrysomallis
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