Priv. Angelique // Unsterblich.
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Eran las veintidós horas paradas y su reloj desde su bolsillo le entonaba un terrorífico ruido gastante. Tong, tong, tong. Un hombre se encontraba recostado de largo a largo entre reconfortarles cojines, bien mulliditos a la espalda y acariciantes de un terciopelo escarlata. Repasaba sus inexpresivas gemas granate entre aquellas lineas compuestas, estás no le proporcionaban ese “sentido” lógico a su perdurable conciencia helada. No obstante sus pensamientos se dispersaron como unas fugaces e inquietas bandadas de golondrinas migratorias.¿El hambre le perturbaba? Eso era solucionable. ¿Angelique le preocupaba? ¡Caray!, ahora tomaba muy enserio su estelar de excelentísimo niñero. Cerró su cuaderno juntando sus dos palmas, pesadas y grandes. Ya debía olvidarse del tema. Aunque ese mueble de doncel parecía entenderlo mejor en aquellos días. Es más al final del crepúsculo siempre ese objeto inanimado aguardaba su regreso con los brazos abiertos y solía regalarle ese vigorizante placer acompañado de un relajante sueño reparador.
Esos palabreros brotaban desde lo más recóndito de su laberintosa y perturbada conciencia: ¿Cuántas veces la renombraría en aquellas miseras estrofas, sin sentido? ¿Cuántas veces fingiría rasgar con su insolente pluma, aquellas vulgaridades e intentos deshonrosos de vociferas rapsodias? ¡Error! ¡Terrible error! Se culpaba a si mismo, Tarquin. Al permitirse semejante atropelló sentimental y todo por el deseó de poder encomendarla a su lado, usando tan solo unos simples artificios casi oxidados de comunicación por correspondencia y relatadas bajo los patrones de una legible caligrafía, e invocar aquella brillante nobleza que la caracterizaba dentro de las inmediaciones cercanas a ese desolado camposanto y que le servían de provisoria guarida.
— "Aún cuando lo niegue mil veces tengo mucho de Leviatan..."—. Pensó derrotado y meditabundo con respecto a ese pecado capital. El demonio de la envidia y dragón profético del Apocalisis, del cuál numerosos sacerdotes al trascurrir sus misas dominicales enfrente de millones de súbitos, desplegaban ambos brazos e imitando poseer alas –en vez de manos– y cerniendo entre cinco dedos sus protectoras biblias, de mientras, que profesan a lengua rápida, cuán ínfimo podría ser y lo escalonaban de paso a los mismos niveles de la lujuria o soberbia. En conclusión sea cualquiera de ellos se volvían demasiado nocivos a la curiosidad humana.
Aún cuando nunca sintió una fidelidad devocional al antiguo culto Católico y ni tampoco, vio esa misma fé maravillosa sobre los ojos juveniles de su madre adoptiva, Jezabel. Tal vez ese milagro solo ocurrir durante las celebraciones del carnaval de Venecia en dónde rejuvenecía aún más y le devolvían un poco ciertas alegrías perdidas a su apagado corazón. Para colmo, en aquél instante, Tarquín empezó a replantearse las posibilidades de tales cosas. Debido a que su salvaje ser, gracias a alguna clase de poder telepático pudo atraerla rumbo a sus perfectas redes en señal alevosa.
— Pensé que no vendría... — Dijo monocorde desde una posición alejada, sumergido en estado ausente y de mientras que escondía sus pupilas semicerradas contra uno de sus brazos.
“Hoy, no lo comprenderás.
¿Sabes qué mañana lloverá?
Tus lágrimas solas no se secarán.
Mis manos por ti, brazas se volverán...”
¿Sabes qué mañana lloverá?
Tus lágrimas solas no se secarán.
Mis manos por ti, brazas se volverán...”
Esos palabreros brotaban desde lo más recóndito de su laberintosa y perturbada conciencia: ¿Cuántas veces la renombraría en aquellas miseras estrofas, sin sentido? ¿Cuántas veces fingiría rasgar con su insolente pluma, aquellas vulgaridades e intentos deshonrosos de vociferas rapsodias? ¡Error! ¡Terrible error! Se culpaba a si mismo, Tarquin. Al permitirse semejante atropelló sentimental y todo por el deseó de poder encomendarla a su lado, usando tan solo unos simples artificios casi oxidados de comunicación por correspondencia y relatadas bajo los patrones de una legible caligrafía, e invocar aquella brillante nobleza que la caracterizaba dentro de las inmediaciones cercanas a ese desolado camposanto y que le servían de provisoria guarida.
— "Aún cuando lo niegue mil veces tengo mucho de Leviatan..."—. Pensó derrotado y meditabundo con respecto a ese pecado capital. El demonio de la envidia y dragón profético del Apocalisis, del cuál numerosos sacerdotes al trascurrir sus misas dominicales enfrente de millones de súbitos, desplegaban ambos brazos e imitando poseer alas –en vez de manos– y cerniendo entre cinco dedos sus protectoras biblias, de mientras, que profesan a lengua rápida, cuán ínfimo podría ser y lo escalonaban de paso a los mismos niveles de la lujuria o soberbia. En conclusión sea cualquiera de ellos se volvían demasiado nocivos a la curiosidad humana.
Aún cuando nunca sintió una fidelidad devocional al antiguo culto Católico y ni tampoco, vio esa misma fé maravillosa sobre los ojos juveniles de su madre adoptiva, Jezabel. Tal vez ese milagro solo ocurrir durante las celebraciones del carnaval de Venecia en dónde rejuvenecía aún más y le devolvían un poco ciertas alegrías perdidas a su apagado corazón. Para colmo, en aquél instante, Tarquín empezó a replantearse las posibilidades de tales cosas. Debido a que su salvaje ser, gracias a alguna clase de poder telepático pudo atraerla rumbo a sus perfectas redes en señal alevosa.
— Pensé que no vendría... — Dijo monocorde desde una posición alejada, sumergido en estado ausente y de mientras que escondía sus pupilas semicerradas contra uno de sus brazos.
Tarquin A. Blackwood
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
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Con Tarquín A. Blackwood
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Si escuchas un par de trotes y un relinchar de caballo significa que yo estoy llegando. Montando un semental negro al que le di por nombre, Rafael, el arcángel protector de los viajeros. Mi melena rosácea bailaba al son de un viento frío, y detuve el animal temerario para ir a menos prisa. Habíamos llegado a las puertas de un incierto camino y mis ojos no evitaron curiosear.
El firmamento mostraba la noche, teñida de un peculiar tinte oscuro mientras el sol aún dormitaba en su cama. Y es curioso en como días anteriores pensaba en el mismísimo señor quién ahora iba a visitar, tachándolo de un personaje enigmático a mi gusto, yendo a mi encuentro con alguien quién consideraba importante porque era un vil reflejo de alguien que había muerto. Quizás para él no sería nadie; para mí fue todo. Cuan travieso puede ser el destino, metiendo en el camino ciertas personas que luego en un futuro serían “algo”.
La vegetación irrumpía medianamente el sendero en una búsqueda inminente del edificio abandonado. Un sitio que podrían considerarlo: un camposanto. El monasterio quedaba a unos metros, y la gran ostentosa arquitectura tenía implantado un estilo gótico, recordando a la era medieval. Marchaba más por intuición, que por saber que me depararía, galopando en el corcel a ciencia cierta para jugar con mi suerte. Es como intentar ir al hoyo del conejo y resulta que la has confundido gravemente con una cueva de oso. Grandes árboles alrededor, dan un escenario macabro mientras unas brisas mecen sus copas. Eso lo hallaría atractivo a la vista, soy portadora de un raro gusto por lo oscuro y lo que podría llamarse, intenso juego psicológico. Asustando desde tiempos inmemorables a los humanos por los mil y un símbolos que le han adjudicado a la oscuridad.
Baje, y acaricie el lomo de mi transporte personal y caminé lentamente a la entrada, que dicho sea de paso, mi vestido quedo atrapado en una piedra. Tomándome desprevenidamente y luchando contra la tira de tela. Desdicha, el hermoso vestido azul acabo en unas “garras” que se apropiaron de ésta y lo transformará en un mero harapo sin valor.
— ¿Podrías ayudarme? —sugerí, sea como lo diga, sería por tratos cordiales más que algo significativo, pues, la indiferencia existía y me considero una profesora en las bellas artes del teatro. Su belleza da de que hablar, digna de alabanzas y bueno, tiene bastante de que oír en bocas ajenas. Pero no estaba aquí por ello… Vine porque podría estar presenciando una figura que aún que mantenía la imagen viva de mi marido ya muerto. El aire no corría por ninguna parte, pero podía sentir la mínima brisa acariciar mi rostro. Varada y plantada en el suelo porque no tenía opciones, mientras el parecía estar preso de la pereza. — Espero que no me hayas convocado porque sí. —Quería saber los motivos de la invitación, para mí todo tenía un mínimo porqué.
Angelique Freetzenvalden
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
Desde siempre, uno de los grandes roles que tuvieron los grifos ha sido velar por la seguridad de todo tesoro existente, sea poco o nada, ellos tenían que vigilarlos ferozmente de cualquier enemigo que estuviese al acecho de él. Por que el humano al ser siempre codicioso jamás desaprovechaba la oportunidad de aspirar a tener más. Por lo que, no es de extrañar de que muchos hallan muerto o desistido ante dicha meta y mas sabiendo, sobre la cruda reputación que guardaban éstos. No obstante, Tarquin parecía ser todo lo contrario de lo que fueron sus antiguos ancestros, los cuáles se destacaban por ser siniestros y algunas otras veces, por ser demasiados vengativos en cuanto se trataba de sus propios enemigos. Obviamente, él tampoco se jactaba de perfecto ni mucho menos, de un completo santo. Esas eran dos cosas no iban con su personalidad ni mucho menos, lo alcanzaban a identificar correctamente. Aunque, bueno, si se debía de hablar en concreto sobre “santos” y objetos religiosos, aquél sitio donde ambos se hallaban estaban plagados de ellos y les ayudaban a aumentar el peso de su ansiado encuentro.
Después de haber compartido una serie de palabras con ella, finalmente, el joven grifo esfumando cualquier tipo de pesar, levitó por completo su cuerpo y lo estiró, lo suficiente, como para poder moverse con buena soltura. Sin molestarse, de que su querida invitada lo timará por borracho si efectuaba alguna clase de movimiento brusco. Realmente, Taquin no se espero ser correspondido de aquella forma. Hablando, claro, de que está viniera en solitario y sin ninguna especie de escolta, sólo para verle siendo motivada por unas horribles dudas existenciales. ¿Cuáles eran? ¿Valía la pena decírselas? ¿Las conocía o no?
Ya a esas alturas, el joven desconocía la forma en que debía reaccionar si era con alegría, enojo o pura indiferencia. Ya que, él jamás se mostró de otra forma con ella y el tenerla de nuevo, tan nítidamente, le estaba reproduciendo un molestoso cosquilleo a las extrañas. Al menos, esa intranquilidad, que padeció durante días entorno a que si acabo corrompida, por los lamentables sucesos, se fueron desvaneciendo de apoco hasta convertirse en absoluto polvo. ¿Más quería saber? Angelique le resultaba una criatura fascinante, que podía encaminarse sola sin ayuda de nadie ni de terceros. Sería una buena duquesa algún día, él lo deseaba profundamente y la creía merecedora de ello. Después de lo que tanto sufrió a manos de su verdugo, su antiguo patrón y el mismo canalla que le consideró como su mejor amigo una vez.
—Esta piedra parece querer adueñarse de su belleza, señorita.— Le habló en un tono formal, arrodillándose frente a ella para soltar ese pequeño pliegue y encarandola de frente.—Deseaba verla..—y sin quererlo, Tarquin estiró los dedos y los repaso con sumo cuidado, por una de las mejillas de la dama. Le estaba costando continuar ese dialogo y le anunció, a continuación: —En fin, iré sin dar muchos rodeos he venido a continuar con mi deber de protector. Sé que es muy abrupta mi aparición, pero pienso aclararle cada una de las dudas que le vayan surgiendo....
Después de haber compartido una serie de palabras con ella, finalmente, el joven grifo esfumando cualquier tipo de pesar, levitó por completo su cuerpo y lo estiró, lo suficiente, como para poder moverse con buena soltura. Sin molestarse, de que su querida invitada lo timará por borracho si efectuaba alguna clase de movimiento brusco. Realmente, Taquin no se espero ser correspondido de aquella forma. Hablando, claro, de que está viniera en solitario y sin ninguna especie de escolta, sólo para verle siendo motivada por unas horribles dudas existenciales. ¿Cuáles eran? ¿Valía la pena decírselas? ¿Las conocía o no?
Ya a esas alturas, el joven desconocía la forma en que debía reaccionar si era con alegría, enojo o pura indiferencia. Ya que, él jamás se mostró de otra forma con ella y el tenerla de nuevo, tan nítidamente, le estaba reproduciendo un molestoso cosquilleo a las extrañas. Al menos, esa intranquilidad, que padeció durante días entorno a que si acabo corrompida, por los lamentables sucesos, se fueron desvaneciendo de apoco hasta convertirse en absoluto polvo. ¿Más quería saber? Angelique le resultaba una criatura fascinante, que podía encaminarse sola sin ayuda de nadie ni de terceros. Sería una buena duquesa algún día, él lo deseaba profundamente y la creía merecedora de ello. Después de lo que tanto sufrió a manos de su verdugo, su antiguo patrón y el mismo canalla que le consideró como su mejor amigo una vez.
—Esta piedra parece querer adueñarse de su belleza, señorita.— Le habló en un tono formal, arrodillándose frente a ella para soltar ese pequeño pliegue y encarandola de frente.—Deseaba verla..—y sin quererlo, Tarquin estiró los dedos y los repaso con sumo cuidado, por una de las mejillas de la dama. Le estaba costando continuar ese dialogo y le anunció, a continuación: —En fin, iré sin dar muchos rodeos he venido a continuar con mi deber de protector. Sé que es muy abrupta mi aparición, pero pienso aclararle cada una de las dudas que le vayan surgiendo....
Tarquin A. Blackwood
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
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Con Tarquín A. Blackwood
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¿Hace cuanto tiempo no tenemos la fortuna de encontrarnos? Anhelaba el día en que tuviéramos contacto de nuevo, vernos, porque nos agradábamos el uno al otro con nuestras presencias. Creía que no iba a tener noticias de aquél hombre de portes misteriosos, porque, realmente es un extraño enigma. Un caballero silencioso que sólo se dispone a escuchar más que hablar. Nunca entendí que clase de relación tenía con mi difunto esposo, pero algo es cierto, eran dos gotas de agua a pesar de sus grandes diferencias… ¿y si en verdad eran hermanos gemelos?, siempre tuve aquella incertidumbre y el hecho de pensarlo, me daban escalofríos. Y es cierto que nunca tuve otro hombre en mi vida más que él, no conozco más allá de todo lo que he aprendido junto a mi esposo, y ahora tenía un amigo masculino, un apacible compañero de charlas que satisfacen un vacío.
Acallé apenas tenerlo cerca, me sentí pequeña, nerviosa, y algo ansiosa apenas observar su impactante figura. Era un hipnótico efecto que empalagaba mis sentidos. Hasta parecía una tonta adolescente con sus hormonas alborotadas, ¡dios!, ¿qué me pasa? Apreté un poco los labios, y solté el aire que estaba conteniendo. No quería que el vestido se rompiese, y él, con toda la delicadeza del mundo pudo hacerlo sin problemas. Sentí que un pequeño rubor bañó mis mejillas con sus palabras y se acentúo más con su toque tan gentil, ¿deseaba verme? ¡Ay!, ¡sí tonta!, cualquier persona que extraña desea ver a la otra. No sé porque tuve otra clase de pensamientos más atrevidos, eso se debe a que, con el pasar del tiempo me he vuelto menos inocente; menos ingenua. Ahora soy una mujer con roles importantes en la sociedad.
— ¿Protector?... —entre abrí mis labios con cierta sorpresa—. ¿Exactamente de qué hablas? —pregunté demasiado intrigada, no estaba entendiendo. ¿Desde cuando es mi protector?, ¿y porqué tenia tal título? — Adivinaré… ¿Él tiene algo que ver en esto? —Ni siquiera era capaz de pronunciar su nombre. Aún así, esto sí es algo abrupto, no su aparición, sino la noticia en sí. No me desagrada, al contrario, me gustaba la idea. Es como si algo en mi interior me dijese que no esté lejos de mí, sino que estuviera cerca. Estiré mis manos y acaricie sus cabellos castaños, apegando mi cuerpo al suyo en un abrazo con confianza y cariño. Le observé un buen rato, y sonreí tenuemente. Aproveché oler su perfume, y tomé entre mis dedos su camisa, apartándolo unos escasos centímetros. — No sé que decir —desvíe la mirada, con él no sabía como actuar, mis instintos femeninos simplemente desprendían coquetería y seducción, tenía un extraño deseo de querer tenerlo, de poseerlo y volverlo completamente mío, ¿por qué tantos pensamientos de posesión? ¿Es por una imagen ya muerta? Vergüenza debería tener y extrañamente no puedo sentirla.
Cuando por fin tomé fuerzas para apartarme del todo, caminé en dirección a donde él estaba anteriormente, observando curiosamente el ambiente. Limpie el polvo de un banquillo de madera, y tomé asiento para pensar al respecto. Puedo ser silenciosa también, era más de transmitir con la mirada que con la lengua. Sólo una persona perceptiva podría leerme a la perfección sin mucho esfuerzo. Alcé la vista, admirando las imágenes religiosas que aparecían en cada rincón del monasterio. Nunca fui devota al catolicismo, y aún así asistía a misa sólo para acompañar y dar apariencias. — Dime, ¿nuestro encuentro en Roma fue casualidad o no lo fue? —Ya estaba sospechando que siempre hubo un tablero de ajedrez, moviéndose las piezas constantemente. Entrecerré la mirada, siempre tuve la duda de saber que es estar enfadada, nunca supe que es sentirla y aún hoy día lo desconozco.
Angelique Freetzenvalden
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
Aquellas murallas estaban siendo los claros testigos de su encuentro furtivo. Ella cuan ángel se había aferrado a su ser, sin temor d recibir alguna clase de daño del ajeno y en tanto, que él se encontraba padeciendo de un extraño trance del cual, poco a poco, no tardó en salir una vez que la joven se le apartó del todo. Ella parecía segura de su contacto, no le temía a esa bestia sin corazón y que no tenia justamente las manos limpias del pecado. Tarquín no se consideraba a si mismo: un príncipe de brillante armadura, como él pensaba, que la contraria se recrearía dentro de su juvenil mente. Tampoco era un perfecto don Juan en el ámbito sexual y muchas veces, las pocas que tuvieron la oportunidad de tenerle una sola vez, lo terminaron por tachar de sádico e infeliz. Por qué complacerle en gustos al castaño era una tarea casi imposible de soportar. Entonces, si tan así era el grifo…. ¿Por qué había emitido aquellas palabras tan naturalmente frente a ella? ¿Le tuvo cierta lastima a ella? Pues, ni él tenía una respuesta para ello, simplemente lo soltó y ya. Tuvo la necesidad de decirlo sin ningún motivo aparente.
— Si, protector. ¿Acaso me expresé mal y no fui bastante claro con usted? —dijo secó. A veces, él en su forma de hablar denotaba cuando erraba y cuando acertaba en lo que quería mensajear. Pero, la joven parecía no entender el fin en que se basaba su encuentro. No le culpaba. Aunque se sintió un poco molesto por no haber recibido la respuesta adecuada.
No obstante Tarquín admitía que si no aguardaba las distancias se perdería en la fragancia que emitía el cuerpo de la mujer. Esa endemoniada mujer, en cuerpo de niña y pensamiento de mujer. ¿Por un motivo tan burdo el otro había perdido la cabeza? Solamente se trataba de una mujer más para él. Con curvas escandalosas, demasiado vulnerable y que seguramente le traería problemas, al tener que cuidarle a diario de los zánganos que quieran clavarle sus aguijones. Es que cualquiera lo haría teniendo a semejante criatura peligrosa cerca. Debido a que Tarquín no se tragaba de que fuera lo bastante inocente, a causa de que las reconocía como la palma de su mano y eran de su completo deleite. Por lo que, él no la consideraba con tales dotes y por ello no debería bajar la guardia. ¿La odiaba? No, simplemente deseaba hacer su trabajo lo mejor posible y largarsé de nuevo a su país. Total, ella podría sobrevivir sin él. ¿Y si no? Ya era asunto suyo y no, de él.
Sonrió para sus adentros, al menos lo que sí rescato que le gusto verla sonrojada. Aún cuando el efecto le recordaba demasiado a saborear algo dulce al paladar. Muy empalagante de ver.
—¿La fuente de Trevi? Eso fue hace muchos años, Angelique. —La renombró al aire, entreabriendo sus ojos y levitando toda su pesada figurada al haber estado hincado frente a ella. Mientras le permitía a su vista granate que se deslumbrara con la arquitectura gótica del sitio y la oscuridad que le proyectaba a su alma. —Perdón, pero no soy de vivir de los recuerdos que mi cabeza me llegué a recopilar. ¿Por qué no hace lo mismo y deja todo atrás? Muerto y enterrado. —y al decirlo, puso en funcionamiento sus piernas para ir rumbo hacia ella.—Soy su protector, no soy su amigo ni mucho menos... Alguien de que deba de estimar. —Anunció él y descorrió algo de su abrigo para demostrar que llevaba un arma de fuego, cargada y lista para disparar a cualquier cosa que se moviera bajo sus pies. —Por que...—y la sacó para apuntarle sin miedo. —No sabe si puedo llegar a traicionarle en un futuro... No debe confiar en mí, señorita. En nadie. — Hablaba toscamente pero, usaba siempre verdad en cada una de sus frases y debido a que no le gustaba pintarle un mundo de rosa. Era crudo y como tal, si ella por asares del destino se transformaba en su enemigo no dudaría, ni dos veces en volarle la tapa de los sesos.
— Si, protector. ¿Acaso me expresé mal y no fui bastante claro con usted? —dijo secó. A veces, él en su forma de hablar denotaba cuando erraba y cuando acertaba en lo que quería mensajear. Pero, la joven parecía no entender el fin en que se basaba su encuentro. No le culpaba. Aunque se sintió un poco molesto por no haber recibido la respuesta adecuada.
No obstante Tarquín admitía que si no aguardaba las distancias se perdería en la fragancia que emitía el cuerpo de la mujer. Esa endemoniada mujer, en cuerpo de niña y pensamiento de mujer. ¿Por un motivo tan burdo el otro había perdido la cabeza? Solamente se trataba de una mujer más para él. Con curvas escandalosas, demasiado vulnerable y que seguramente le traería problemas, al tener que cuidarle a diario de los zánganos que quieran clavarle sus aguijones. Es que cualquiera lo haría teniendo a semejante criatura peligrosa cerca. Debido a que Tarquín no se tragaba de que fuera lo bastante inocente, a causa de que las reconocía como la palma de su mano y eran de su completo deleite. Por lo que, él no la consideraba con tales dotes y por ello no debería bajar la guardia. ¿La odiaba? No, simplemente deseaba hacer su trabajo lo mejor posible y largarsé de nuevo a su país. Total, ella podría sobrevivir sin él. ¿Y si no? Ya era asunto suyo y no, de él.
Sonrió para sus adentros, al menos lo que sí rescato que le gusto verla sonrojada. Aún cuando el efecto le recordaba demasiado a saborear algo dulce al paladar. Muy empalagante de ver.
—¿La fuente de Trevi? Eso fue hace muchos años, Angelique. —La renombró al aire, entreabriendo sus ojos y levitando toda su pesada figurada al haber estado hincado frente a ella. Mientras le permitía a su vista granate que se deslumbrara con la arquitectura gótica del sitio y la oscuridad que le proyectaba a su alma. —Perdón, pero no soy de vivir de los recuerdos que mi cabeza me llegué a recopilar. ¿Por qué no hace lo mismo y deja todo atrás? Muerto y enterrado. —y al decirlo, puso en funcionamiento sus piernas para ir rumbo hacia ella.—Soy su protector, no soy su amigo ni mucho menos... Alguien de que deba de estimar. —Anunció él y descorrió algo de su abrigo para demostrar que llevaba un arma de fuego, cargada y lista para disparar a cualquier cosa que se moviera bajo sus pies. —Por que...—y la sacó para apuntarle sin miedo. —No sabe si puedo llegar a traicionarle en un futuro... No debe confiar en mí, señorita. En nadie. — Hablaba toscamente pero, usaba siempre verdad en cada una de sus frases y debido a que no le gustaba pintarle un mundo de rosa. Era crudo y como tal, si ella por asares del destino se transformaba en su enemigo no dudaría, ni dos veces en volarle la tapa de los sesos.
Tarquin A. Blackwood
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
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Con Tarquín A. Blackwood
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Arqueé mi ceja, al parecer el que no entendía ahora no era yo, sino él. Casi, casi percatando que me estaba jugando una broma, ¿mentira; verdad?, ya no podía diferenciar cual es cual, porque sinceramente ya no soy la misma incauta. No tenía encima el peso de la inocencia, el de la ingenuidad, eso quedo atrás y muy lejos de mí. Ni una gota de pensamientos moderados, pues, muchos podrían ser lascivos y estando de la mano con sabiduría y picardía. Nadie lo sabe, nadie tiene porque saberlo, soy reservada con esas cosas y ya no muchos pueden ganarse por completo mi confianza para ilustrar mis pensamientos profundos e íntmos. —Yo no pedí un protector —refuté un poco molesta, un poco, manteniendo una postura relajada para no alterar el ambiente tan enigmático que la noche daba, mientras un sin fin de sonidos nocturnos reinaban—. Por eso —musite—, tengo derecho a estar sorprendida.
Puntualicé, él respondía con ironía, yo respondía con mordacidad para aplastar todo rastro de ácido que escupía de aquellos labios pinceleados pues, era inmune y tenía un fino escudo protegiéndome de las palabras tajantes que cualquiera podría intentar dirigirme. ¿Por qué?, ¿por qué rebajarme por palabras hirientes? —Tarquin, ¿tengo cara de damisela en apuros? —pregunte de lo más intrigada, esto era bastante inesperado, ¿acaso tiene un extraño afán de caballero y querer proteger a la princesa? ¡No soy una princesa!, quizás en un pasado lo fui, hoy ya no. Pero, las personas evolucionan y escalan, ya no seré aquella juvenil noble de mirada tierna más, soy una soberana y una reina que tiene consciente, los peligros que nos acechan a todos nosotros.
Tragué saliva. ¿Pretende que deje enterrado nuestro encuentro?, ¿pretende que olvide aquél memorable sitio y nuestras charlas?, ¿de las miradas?, ¿del ambiente tan especial y cautivador? ¡Pero que estúpido!— Hay cosas que no merecen ser enterradas, porque de ser así no hubiera venido, Tarquin. ¿Querías que te dejará enterrado y en el olvido?, ¿dejando que tu nombre se vuelva como una golondrina que debe emigrar a otra parte?, ¿prefieres que finga que has sido sólo un sueño de verano?, ¿eso quieres? —interrogué dolida. Dolía. Dolía porque todo él, es la viva imagen de un amor que yace en una tumba. Fue el año pasado que perdí a mi esposo, ¿cómo olvidarlo sin más?, estas cosas deben sentarse a su tiempo... Estoy marchita por dentro, hay que esperar que alguien se digne a devolverme el amor que perdí y él, al parecer, no era ésa persona que pensé.
Levanté la vista, sintiendo remolinos de sentimientos por tenerle tan cerca y tan lejos. Es distante, como una estrella inalcanzable que brilla hasta dejarte ciego. Contuve las lágrimas, ¿qué no es un amigo?, para mí lo era, siempre le fui sincera y, ¿me dice que no confíe?, ¿entonces en quién debería confiar? Necesito y quiero, apoyarme en alguien. Me cansé de sentirme atada por culpa de una sociedad que va de mal en peor. Mis ojos fueron a parar a su arma, no sentí miedo sino, decepción. Tomé una actitud bastante relajada, sonriendo y mostrando una máscara perfectamente actuada: — Entonces para ahorrarnos trabajo, vete, olvídate de mí. Evitemos ése futuro que tanto reprochas y temes. —Giré mi cuerpo, caminando en dirección a los frondosos árboles y buscar mi caballo. — Otra cosa más —miré por mi rabillo—, sé que no puedo confiar en nadie... Pero cuando dijiste que serías mi protector, pensé que al fin podría dejarme cuidar sin percances.
Angelique Freetzenvalden
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
¿Le dispararía? ¿La mataría? Para alguien que siempre vivió bajo una etiqueta y en soledad era difícil abrirse a las personas. Aún con su propia familia, el castaño se autoguardaba para sí cada uno de sus secretos, sus anhelos y pensamientos era un signo de alguien que desde siempre le costó confiar. Tarquín, desde muy pequeño, vivió bajo la sombra de su hermano gemelo, siendo recriminado y tachado por débil. Actualmente, si esté se lo llegaba a cruzar por el camino, sin duda, se volvería a una disputa por la cual ambos terminarían de muy mala manera. Pero, por eso… ¿La joven debía pagar los platos rotos de algo que desconocía? Alejarla solamente le agravaría su problema y no mejoraría para nada sus propios ánimos. Con cada minuto que pasaba se encontraba mucho más tenso, demasiado, y como para dejarse ver en una posición vulnerable ante ella. ¿Cómo le podría dañar tan bella criatura? ¿Con palabras? ¿Con acciones? Para él las palabras o golpes se trataban de arrullo de bebé. Algo que se podría olvidar de un sueño a otro, no obstante, lo que tanto temía se estaba llevando a cabo frente a sus ojos. La mirada que le brindó por un leve instante brillo en desilusión, lo que le ocasionó que a apretará sus dientes y esfumará cualquier clase de contacto que pudiera haber entre ellos dos.
Ella quería confiar y él se cerraba.
Los dedos del hombre se abrían y cerraban, en gesto ansioso e impaciente. Tal como si anduviera sufriendo de un alto grado de alcoholemia al punto de no reconocer su propio nombre. Pero si lo tenía tan presente y tan nítido que al ser renombrado varias veces por la pelirosa le causaba cierto estupor. Cierta sensación de extrañez y a que no pudiera seguirle el ritmo de sus comentarios insistentes. ¿De qué forma podría encararla? Terminó por bajar el arma, abriendo la cavidad de las balas para desprenderlas una por una, tomándose el trabajo de tirarlas al suelo y añadir: —No, eres un enigma difícil de leer para mí, pequeña y admito, de que no soy bueno para dar palabras de aliento. Al contrario, mírate y miramé a mi… —y con sumo cuidado, se apartó de ella para ubicarse sobre una de las escalinatas, las que en un tiempo atrás, fueron parte del decorativo de cada misa dominical y donde ahora tan sólo, quedaba un techo abierto para divisar las brillantes estrellas y conjunto a una vieja mesa de altar, partida en dos perfectas mitades.
—Vives en la senda del Sol y yo deambulo en una oscuridad por la que temó arrastrarte. ¿Cómo puedes quererme como tu amigo, Angelique? ¡Cómo puedes! ¡¿CÓMO?! —Cerró sus ojos. —Soy un grifo y como tal mi mayor deber es cuidarte hasta que el destino diga que ya no va más. Eres mi gema, la más preciosa que he tenido y detestó verte tan opacada. ¡Por Satanás! —Blasfemó alto, que se asemejó al chillido de un ave en picada y todo por que hacia bastante tiempo que deseó decírselo. La mágica fuente de Trevi, en Roma.... ¿Cómo no recordarlo? Aún, si cayerá en el más de los profundos comas le recodaría siempre, e inclusive si su mismísima alma se llegaba a transformar en simple polvo. —Me he comportado como un canalla, el peor de ellos, y aún así sigues aquí. ¡Y no vine por su memoria, NO! ¡Debes odiarme!—Jamás mencionaría el nombre del esposo de la joven, simplemente no se lo merecía y hasta había llegado a un punto que le fastidiaba siquiera el hecho de que hubiese existido en la vida de ella. ¿Por qué...? Simplemente, ya le causaba tremendo asco parecerse físicamente a él.
Unos minisegundos le tomó para que darse cuenta de que se iría para siempre, hasta casi notó una cierta actitud falsa de su parte y de que intentaba en vano ocultar sus propias lagrimas. Unas que morían de a instantes. Cada una de sus palabras le calarón profundamente y que le reprodujo que mirara a varios sitios a la vez. Completamente ciego por la intensa oscuridad, aún cuando él poseía una vista perfecta y adaptable a la misma. Tan bien, que le veía como se iba alejando con aquella fina elegancia que tanto le caracterizaba y atraía no, era amor a primera vista sino, que se trataba de una admiración que no quería perder. —Por favor… —le susurró bajamente, abrazándole por la espalda y casi en imploro.—Cuando dije que quería enterrar el recuerdo de nuestro encuentro, te mentí, te mentí… Por que no quise que te encariñaras conmigo, no merezco tu aprecio y tus tratos, Angelique.... —y de que la obligó a darse media vuelta, entre sus brazos y le enterró por completo su cara, dentro de aquella cascada rosasea que tenía por cabellera. Necesitaba tenerle así. Aunque sea algo efímero y le suplicaba a Dios, si es que existía en alguna parte, que no la volviera a apartar de su lado nunca más.... Nunca más.
Ella quería confiar y él se cerraba.
Los dedos del hombre se abrían y cerraban, en gesto ansioso e impaciente. Tal como si anduviera sufriendo de un alto grado de alcoholemia al punto de no reconocer su propio nombre. Pero si lo tenía tan presente y tan nítido que al ser renombrado varias veces por la pelirosa le causaba cierto estupor. Cierta sensación de extrañez y a que no pudiera seguirle el ritmo de sus comentarios insistentes. ¿De qué forma podría encararla? Terminó por bajar el arma, abriendo la cavidad de las balas para desprenderlas una por una, tomándose el trabajo de tirarlas al suelo y añadir: —No, eres un enigma difícil de leer para mí, pequeña y admito, de que no soy bueno para dar palabras de aliento. Al contrario, mírate y miramé a mi… —y con sumo cuidado, se apartó de ella para ubicarse sobre una de las escalinatas, las que en un tiempo atrás, fueron parte del decorativo de cada misa dominical y donde ahora tan sólo, quedaba un techo abierto para divisar las brillantes estrellas y conjunto a una vieja mesa de altar, partida en dos perfectas mitades.
—Vives en la senda del Sol y yo deambulo en una oscuridad por la que temó arrastrarte. ¿Cómo puedes quererme como tu amigo, Angelique? ¡Cómo puedes! ¡¿CÓMO?! —Cerró sus ojos. —Soy un grifo y como tal mi mayor deber es cuidarte hasta que el destino diga que ya no va más. Eres mi gema, la más preciosa que he tenido y detestó verte tan opacada. ¡Por Satanás! —Blasfemó alto, que se asemejó al chillido de un ave en picada y todo por que hacia bastante tiempo que deseó decírselo. La mágica fuente de Trevi, en Roma.... ¿Cómo no recordarlo? Aún, si cayerá en el más de los profundos comas le recodaría siempre, e inclusive si su mismísima alma se llegaba a transformar en simple polvo. —Me he comportado como un canalla, el peor de ellos, y aún así sigues aquí. ¡Y no vine por su memoria, NO! ¡Debes odiarme!—Jamás mencionaría el nombre del esposo de la joven, simplemente no se lo merecía y hasta había llegado a un punto que le fastidiaba siquiera el hecho de que hubiese existido en la vida de ella. ¿Por qué...? Simplemente, ya le causaba tremendo asco parecerse físicamente a él.
Unos minisegundos le tomó para que darse cuenta de que se iría para siempre, hasta casi notó una cierta actitud falsa de su parte y de que intentaba en vano ocultar sus propias lagrimas. Unas que morían de a instantes. Cada una de sus palabras le calarón profundamente y que le reprodujo que mirara a varios sitios a la vez. Completamente ciego por la intensa oscuridad, aún cuando él poseía una vista perfecta y adaptable a la misma. Tan bien, que le veía como se iba alejando con aquella fina elegancia que tanto le caracterizaba y atraía no, era amor a primera vista sino, que se trataba de una admiración que no quería perder. —Por favor… —le susurró bajamente, abrazándole por la espalda y casi en imploro.—Cuando dije que quería enterrar el recuerdo de nuestro encuentro, te mentí, te mentí… Por que no quise que te encariñaras conmigo, no merezco tu aprecio y tus tratos, Angelique.... —y de que la obligó a darse media vuelta, entre sus brazos y le enterró por completo su cara, dentro de aquella cascada rosasea que tenía por cabellera. Necesitaba tenerle así. Aunque sea algo efímero y le suplicaba a Dios, si es que existía en alguna parte, que no la volviera a apartar de su lado nunca más.... Nunca más.
Tarquin A. Blackwood
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
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Con Tarquín A. Blackwood
Con Tarquín A. Blackwood
No tenía miedo de él. Tenía miedo de la idea de separarnos en sí. ¿Por qué tan empeñado de deshacerse de mí?, ¿qué le he hecho?, ¿por qué tan debe ser tan cerrado conmigo pese a las charlas enigmáticas de aquellos días en Italia? Las preguntas se arremolinaban en mi interior con fuerza, dudosas y sin poder hallar una respuesta certera a menos que él las responda. Además, ¿realmente vale la pena mancharse las manos de sangre? De pensar que era capaz de eso, mi alma se estremeció y se encogió, llegando a sentir una gran decepción por mi compañero. Sus ojos no parecían dudar, y era tan él. No podía sentir una irremediable atracción por su físico, seguía amándolo aún después de muerto. Me detesto. No puedo hacerle esto a Tarquín, creerá que estoy con él solamente por su apariencia, ¡cuán superficial sería! Realmente, me detesto. Le admiré en silencio. ¿Nervioso?, ¿qué es lo que pasa por aquella cabeza, mi negro caballero? Ojala tuviera el poder de leerte la mente, sería mucho más fácil para ambos y sería más cómodo para ti, dado que no eres muy arraigado en las artes de la comunicación.
Repasé con mis ojos los dedos largos y finos de ésas manos varoniles. Se estaba deshaciendo de las peligrosas balas, bajando el arma con sensatez. Al final, se dignó a hablar y no a actuar. Apenas reflejé una sonrisa agria, forzada, pero sin dejar atrás una mirada risueña y esperanzada. ¿Todavía hay oportunidad?, me pregunté insegura. No sé exactamente que nos deparará el destino, es tan incierto que me turbaba la mente, hasta me ofuscaba al punto de volverme obsesiva con la idea. Te volviste una deliciosa obsesión. Lo escuchaba, y le prestaba la atención necesaria, desviando lentamente la mirada hacía otro lado para ocultar una pena sombría. Quise estirar el brazo para apoyar mi mano pálida en su mejilla, me contuve: —Ambos somos un alma que deambula sin destinto, Tarquín —susurré pacífica, buscando apaciguar una tensión de tristeza que se creó, ésa fina y delgada línea donde llega un momento que pisas el otro lado y tus sentimientos se desbordan al punto que, uno ya no se reconoce.
Bajé la vista, no me atrevía a mirarlo. Esfumando las sonrisas y siendo yo, auténticamente una dama herida. La fui levantando cuando oí tal comentario semejante, ¿qué tonterías está diciendo? Abrí los ojos con cierta sorpresa, ¿cree que es el único que camina en las sombras? ¡Ah!, que tonto… Reí amarga, y terminé por suspirar con agobio—. Vivir en la senda del sol tiene consecuencias. Caminar bajo de ésta, sólo ha logrado quemarme, ¿no ves las heridas?, ¿no ves en mis ojos el dolor del calor sofocante? Quiero tu sombra, quiero escudarme en tus alas rotas, yo las sanaré… —Mis ojos estaban hinchados de tanto contener las lágrimas, brillaban y estaban acuosos. Mostré debilidad con sus palabras, no lo esperaba y sonreí mucho más sincera. Aquellas palabras me dieron ánimo y aliento. Froté suavemente mis ojos, y baje las manos hacia mi pecho, duele, aquél dolor está albergado en el interior de mi corazón corrompido. No pude soportarlo más, y viré mi cuerpo.
Sorbí saliva, la boca me sabía a un sabor demasiado salado. Después de que dijera aquellas palabras, como un adiós, caminé rumbo a las ataduras de la oscura noche. ¿Esto realmente es un adiós?, no quiero, odio las despedidas. ¡Las odio! Mi cuerpo se mecía, y las brisas apaciguaban un sufrimiento intenso. La sensación era igual a una madre que abandona a su hijo, dejándolo solitario, allí, sin consuelo alguno. Me ruboricé con el abrazo. Estaba suplicando, ¿realmente es capaz de suplicar como un loco desesperado? Temblé, estaba nerviosa; Su contacto, él me ponía como un maldito animal indefenso y terminé desparramando mis lágrimas como una fuente inagotable. Lloré y sollocé con sus palabras en su pecho cálido. Logré estirar mis brazos y agarrarlo con fuerza, sosteniéndome de él sin querer soltarlo. Como un parasito que quería alimentarse con ansias.
Levanté mi rostro bañado de lágrimas agridulces, y fui acercando mis tímidos labios hacía los suyos. Uniéndolos suavemente y después fusionándoles con intensidad. Me deje arrastrar por la sensación que despertaba emociones que creí extintas… Me separé, fue cortó, pero lo suficientemente adictivo para tener que parar—. Yo… —apreté los labios y me aparté avergonzada—. Lo siento, perdóname —oculté con mis manos mi cara enrojecida y llorosa. ¿Por qué debo ser tan impulsiva?, ¡de seguro metí la pata! Huí torpemente, buscando alguna columna para esconder mi presencia. No puedo creer que aún parezca una ingenua niña. Mi cuerpo agitado se apegó contra la fría pared, o lo que quedaba de ella. Sonreí tontamente, acariciando mi boca, le había robado un suspiro de aquellos cincelados labios.
Angelique Freetzenvalden
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
Los sollozos de la joven reina llegaron a adentrarse hasta el gélido corazón de Tarquín al punto de que le hizo sentir de igual vulnerable. ¿Cómo era posible que aún existieran tales muestras de afecto? Por un lado, él había experimentado cierto alivio al decirlo debido a que se lo estuvo reservando por mucho tiempo y por el otro, poco a poco, comenzó a sentirse muy abrumado por lo que ocurriría luego, de que pasara aquella noche emotiva. Muchas cosas se le venían a la mente y en cada una de ellas, la imagen de Angelique reaparecía como por arte de magia. Además de ser la misma que en vano intentaba sostener antes de que terminara por desfallecer dentro de un río de amargura y siendo que su caballero se había mantenido desinformado sobre el tema. No obstante, Tarquín muy en el fondo se pudo llegar a imaginar el porqué.
Sin tener idea de que hacer solamente se quedó en silencio, dejándole ser y recibiendo de paso a sus fosas nasales su intenso perfume. En manos de un hombre, una mujer sensible se volvía la mayor de las tentaciones y aún para el mismo grifo era un hecho que no podía pasar por alto. El diablo le andaba merodeando mucho sobre el hombro, instándole y queriéndole llevar por el camino que tomaban los aprovechados. Entrecerró sus ojos. Sus largos dedos no tardaron en ir a parar rumbo a la cabellera de la joven, tomando la iniciativa de cepillarlos con cariño y también en plan de olvidarse del asunto que le provocaba el tener tan cerca a Angelique.
Después de lo de Roma seguía pensando que era una mujer de frialdad impecable, de una gran sabiduría y que sabía como agarrar bien las riendas del trono que le había sido conferido de nacimiento. Pero, ahora, Tarquín parecía no reconocerla y hasta medito si realmente seria capaz de llevar a cabo aquel delicado mandato. En primera; que tendría que mantenerse al margen de ella y en segunda; no se espero a que ella le robara un beso tan inocente de sus propios labios. El hombre por culpa de su debilidad masculina iba a acabar explorado algo más que un simple contacto de bocas. Aunque ella como si supiera lo que sucedería a continuación se le aparto lentamente y le atrajo nuevamente al mismo presente. ¿Qué había sido aquello? ¿No se suponía que eran solo amigos?
— ¿Angelique?—Le llamó casi reprochante y aventurando su oscurecida mirada granate hacia una de las columnas. Ella le había dejado un sentimiento de insatisfacción y al punto de verse como un estúpido quinceañero de segunda. Muy al contrario de su hermano gemelo que si hubiese sabido manejar bien la situación. Desvió su vista al cielo, las nubes se estaban empezando a agolpar y sin rastros de ninguna constelación era signo de que pronto se iba a largar a llover. —Sabes que no tiene de que avergonzarse conmigo y mucho menos disculparse por un impulso erróneo, señorita—Explico formal, camuflando su insatisfacción detrás de un semblante indiferente y apoyándole una palma abierta por encima de su cabeza. —¿Ese beso para quién fue realmente? ¿Para su querido marido o fue lo que dije anteriormente un impulso erróneo?—y hizo una pequeña pausa. —¿Cómo me ves, Angelique? ¿Qué soy para ti?
Eventualmente, de que empezaron a caer sobre ellos unas pequeñas gotillas...Tarquín no se iba a mover de su posición ni iba a permitir que ella se volviera a escapar.
Off: Disculpa la tardanza (?)
Tarquin A. Blackwood
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
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Con Tarquín A. Blackwood
Con Tarquín A. Blackwood
A veces, para salir de la monotonía, necesitamos romper la tediosa rutina diaria que nos carcome y nos vuelve espesos. Pero, ¿de qué es capaz el ser humano para traspasar los límites de la templanza? ¿Serían capaces de romper con el molde de lo que se cree correcto? Aforrándose a sus propias creencias e imponiéndolas a otros para ejercer su autoridad, pese a que todos deberían convivir en el pacifismo. Desigualdad social, aquello que diariamente crea distorsiones en las multitudes cuando todos deberían tener los mismos derechos. ¿Por qué pensar qué eres más que otro por un título? Todos tenemos la misma importancia en éste mundo. Los guerreros necesitan del herrero para arreglar sus armas y los reyes necesitan a sus súbitos para ser idolatrado. Y yo necesito de mi arrebatador rey, para sentirme completa.
Al apreciar el verde paisaje pintando de colosales colores, seguí hipnotizada en mis ensoñaciones. Revelando un pensamiento que vaga de un lado a otro dentro de mi laberíntica mente acerca de un tema tan hablado que provoca controversia: el amor. ¡Y cuán segura estoy que sólo es un veneno delicioso! Sonreí con una coquetería propia de una mujer que por nacimiento, ha ganado el don de la seducción y no porque lo haga a propósito, la genética es quién me la impone y la deja fluir, jugando con ésos colores del aura que emergen y cambian.
El amor no es más que una escapada a una realidad maravillosa de la cual, nos hace vislumbrar un mundo que suple más de una necesidad, palabras, afectos e ideas que nos cultivan un aprendizaje diferente y nos cambian por dentro. Desde moralejas a situaciones que pueden marcarnos para siempre, sea para bien o para mal. Explotando al límite nuestra capacidad emocional, posiblemente reflejados a través de otros y arrastrados por los sentimientos inesperados que se revuelven y hacen un revoltijo. Se nos meten rigurosamente en el recuerdo y añoramos buenos momentos y odiamos, los malos; Brindando ése extraño cosquilleo para exaltarnos. Sí, cuan poderoso es un término tan simple, y descabellado a la vez. Volviendo algo tan bello en también una calamidad, zozobrando nuestro consciente y alarmando que debemos sacrificar una parte nuestra. Morir y renacer. O, simplemente quemarnos con tanta lentitud y tanta apresures, que ni notamos cuando estamos prendidos en llamas. Estoy segura, que desde que conocí a Tarquín, me he quemado por dentro y por fuera. Sin darme cuenta hasta ahora.
Después de salir de mi trance, tuve en cuenta que la siguiente maniobra de mi interlocutor, los minutos habían pasado volando presurosamente y yo, no tuve otra oportunidad tras verme acorralada. Levanté la mirada azulina lentamente, sin una respuesta aún que pueda, esclarecer el lío interno que estaba viviendo. Observar la impoluta calma del hombre, promovían realmente, cierta fascinación, deseando poder leer la mente ajena con tal de saber que se le cruza en estos momentos —. ¿Para mi marido?, ¿impulso erróneo?... —Mi boca realizó una mueca de disgusto, ¡cómo se le ocurre decir semejantes sandeces! Le aparté brusca, asomando mis manos para alejarlo de mi presencia al sentirme irritada—. ¡¿Acaso ése beso no significo nada para ti?! ¡Por Zeus! —Una ira inevitable se apoderó de mi alma, sumando decepción, tristeza y otros sentimientos acumulados que se desbordaban—. ¡Ingrato!, ¡vete de mi vista! —Nuevamente atiné a pegarle, está vez en el hombro con la cara entintada de rojo por estar sumamente avergonzada, ¡maldita sea!, ¡no entiende nada!
Angelique Freetzenvalden
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
La naturaleza una vez más hacia de las suyas, y con una llovizna que iba en aumento. Aquellos dos seres se encontraban a muy pocos metros de alguna clase de resguarde. Ahora, se trataba de un escenario de literatura, remontando a viejas épocas y los correctos diálogos de la buena Jane Austen. La confusión se agolpaba dentro del pecho de nuestro grifo, sin retroceder ante los golpecillos de la mujer que supuestamente tenia de vieja amiga y que estaba por volverse una especie de patrona de ahora en adelante. Tarquín no conocía a la perfección los corazones de las mujeres, pero sabía cuando se abrumaban por el sentimiento de la tristeza. Antes de que ella continuara llamándole ingrato, la detuvo, y postró su cuerpo contra la pared. Aspiró el aire húmedo. ¿En qué había fallado con ella? ¿No podría estarle agradecido por respetarle? Sabia que no era una damisela, sabia que ya había probado el sabor de la carne y conocía sobre cosas muchas más profundas al haber amado alguien. Pero sus disgustos no le conmovieron en absoluto, sino que le hacia sentirse desdichado y peligraba por el despertar de una bestia del cual apenas podía controlar. Al final de cuentas era hombre y como tal, pronto necesitaría anclarse en algún puerto seguro.
—¿Es de ingratos qué le rechace, Angelique?—interrogó aterciopelado, siendo un tono que reservaba para momentos íntimos, y sopló despacio parte de su flequillo de cuarzo. Le gustó apreciarlo desde aquella distancia, ya que le inspiraba a atrapar cada hebra suya, con sus propios labios. ¿Qué sintió realmente? Sí se lo preguntaban, diría: que fue ocurrente, impredecible y por demás aterrador a que él le correspondiera. Anteponiendo; aquellas verdaderas emociones, que le provocaban estar en aquel instante junto a la enviudada duquesa.
Besó su frente, sus dos mejillas y cuando se sintió victorioso de saborear sus labios, se detuvo. Tomándose unos segundos, para contemplar su imagen bajo la lluvia. Algunas gotas se deslizaron desde su sien y continuaron su trayecto por la linea dura de su rostro. ¿En que otro momento volvería a tenerla así? Nunca, pero no le importo y hasta su cordura le felicito interiormente por ello. —Si hubiese sido otra clase de mujer, no hubiese tenido miramientos en cabalgar sobre usted y romperla a pedazos. No quiero que esto vuelva a ocurrir entre nosotros. ¿Esta claro?—advirtió, casi agravando y luego percatándose, por supuesto con su usual ceja enarcada, el levantamiento de sus faldones por causa de dejarse llevar por el momento. Carraspeó. Y por suerte, el relincho del caballo que trajó Angelique, lo sacó rápidamente del enorme apuro.
No conocía el nombre del animal, pero desde que lo vio, no evitó pensar en Bucefalo y en la vieja montura que abandonó en Grecia. Apartándose de la joven, se apoderó de las riendas con delicadeza y brindó unas cuantas caricias a su cuello.—Es una criatura magnifica, pero sensible a las tormentas... —dedujó calmo Tarquín, sin dejar su labor y apresurándose a cambiarlo de sitio.—Venga conmigo... —y le extendió una mano a la chica en paz, también por cuestiones de educación y propio principio.
—¿Es de ingratos qué le rechace, Angelique?—interrogó aterciopelado, siendo un tono que reservaba para momentos íntimos, y sopló despacio parte de su flequillo de cuarzo. Le gustó apreciarlo desde aquella distancia, ya que le inspiraba a atrapar cada hebra suya, con sus propios labios. ¿Qué sintió realmente? Sí se lo preguntaban, diría: que fue ocurrente, impredecible y por demás aterrador a que él le correspondiera. Anteponiendo; aquellas verdaderas emociones, que le provocaban estar en aquel instante junto a la enviudada duquesa.
Besó su frente, sus dos mejillas y cuando se sintió victorioso de saborear sus labios, se detuvo. Tomándose unos segundos, para contemplar su imagen bajo la lluvia. Algunas gotas se deslizaron desde su sien y continuaron su trayecto por la linea dura de su rostro. ¿En que otro momento volvería a tenerla así? Nunca, pero no le importo y hasta su cordura le felicito interiormente por ello. —Si hubiese sido otra clase de mujer, no hubiese tenido miramientos en cabalgar sobre usted y romperla a pedazos. No quiero que esto vuelva a ocurrir entre nosotros. ¿Esta claro?—advirtió, casi agravando y luego percatándose, por supuesto con su usual ceja enarcada, el levantamiento de sus faldones por causa de dejarse llevar por el momento. Carraspeó. Y por suerte, el relincho del caballo que trajó Angelique, lo sacó rápidamente del enorme apuro.
No conocía el nombre del animal, pero desde que lo vio, no evitó pensar en Bucefalo y en la vieja montura que abandonó en Grecia. Apartándose de la joven, se apoderó de las riendas con delicadeza y brindó unas cuantas caricias a su cuello.—Es una criatura magnifica, pero sensible a las tormentas... —dedujó calmo Tarquín, sin dejar su labor y apresurándose a cambiarlo de sitio.—Venga conmigo... —y le extendió una mano a la chica en paz, también por cuestiones de educación y propio principio.
Tarquin A. Blackwood
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Re: Priv. Angelique // Unsterblich.
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Con Tarquín A. Blackwood
Con Tarquín A. Blackwood
El torrencial nublaba mi vista, o más bien, mis pensamientos, casi pareciendo que el tiempo me acompañaba en éste desgarrador sentimiento tan amargo y fogoso. Imaginaba que él podía estar confuso, ¡y yo lo estoy más! Cada vez que le miró, no evitó tener un sacudón que aflora unos sentimientos que se esconden en una fachada impoluta de damisela, todo, para convencer al mundo de una imagen falsa para no acabar herida y decepcionada. Pero la realidad es otra distinta, y así me mostré frente a él, una autentica Angelique que quiere dominar a un hombre que se filtra por mis venas y me intoxica el alma a grados que terminó volviéndome una maldita serpiente, una que quiere probar a su gran presa a como dé lugar. Más, mis emociones pese a parecer obsesivos y rayando a lo enfermizo, tienen un halo de pureza. ¿Qué otra cosa podría hacer para demostrarle que en mí existe una atracción fatal que me impide pensar racionalmente, por su culpa? Demasiado he plasmado para ser cierto, por lo que, ¿cómo es posible que pretenda dejarme mal parada a mí?, ¿cómo es que yo parecía la estúpida y él sigue igual de impune?
“¿Es de ingratos qué le rechace, Angelique?”
Mis labios se torcieron, ¡por supuesto que sí!, necesité vociferar iracunda. Le admiré silenciosa aún expresando cierta irritación pero no con él, si no conmigo misma está vez. Nunca debí hacerlo, ahora, ni podía encararlo y encima, ufana, saboreé mis labios al sentirlos húmedos; Tenía todavía impregnada su delicioso gustillo del que me jacté cuando le robé el beso. A su lado no puedo sentirme más que una pequeña niña a la que reprehenden y cuando le advertí de que se alejará, él sólo pudo concentrarse en besar mi frente, mis mejillas… Temblé, mi alma se encogió y hasta sentí que se burlaba de mí. Por estas cosas, sinceramente, quiero huir y alejarme de su vida para no volverlo a ver nunca más—. Te dije que te alejes —entoné caprichosa, inconsciente, y casi dispuesta a morder sus labios con tal de que se arrepienta de haber ejecutado una provocadora situación, sinónimo de unos amantes que se niegan a ver lo que está enfrente y cegados por un orgullo. E inesperadamente me brindaste las pruebas necesarias de que existe, una mínima posibilidad de un nosotros… Pero…
“Si hubiese sido otra clase de mujer, no hubiese tenido miramientos en cabalgar sobre usted y romperla a pedazos. No quiero que esto vuelva a ocurrir entre nosotros. ¿Esta claro?”
Destruiste las dudas en un santiamén, por lo que adopté rápidamente en mi rostro: indiferencia absoluta, apenas asintiendo mi cabeza, callada. De nada sirve tratarlo bien, por lo que le correspondería con el mismo trato frío que yo recibía de su parte, sin dar luego arrepentimientos y, jugando con él tal titiritera hasta que acepte que quiero que sea completamente mío. Y sólo mío. Limpiando los últimos rastros de lágrimas de mí cara, y purificada gracias a la lluvia, le seguí con la mirada… Es la última vez que lloró por ti, adherí la idea en mi consciente, repitiéndola varias veces hasta estar convencida de que no volvería a cometer la semejante sandez de derramar lágrimas por un hombre: por tercera o cuarta vez, inclusive las venideras. Es una promesa.
Desde mi posición, noté que el griego se aproximó a mi semental, éste atemorizado por el estruendoso relampagueo que en el horizonte se aprecia, no le había dado la aprobación de tomar el control de las riendas; Pero, sonreí de medio lado, ante la imagen fantasiosa de que tenía puesta una armadura opaca que se camufla con las nubes negruscas. Todo un caballero negro que se sale de las convicciones de nuestro siglo veintiuno. Entonces, a pasos de mariposa, tomé la mano que se extendía, derrochando ésa elegancia propia de él. Suspiré risueña, estaba siendo parte de una novela rosa y eso, encrespaba mis nervios—. Vayámonos de aquí —enuncié cansina, preocupándome en estos instantes, del resfriado que podamos pescar.
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Angelique Freetzenvalden
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