Dentro de un profundo sueño del que no deseo despertar... [Gerhard Leisser]
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Dentro de un profundo sueño del que no deseo despertar... [Gerhard Leisser]
Todo era oscuridad a mi alrededor, incluso el tratar de pensar me resultaba una tarea pesada de sobrellevar. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no podía ser consciente de lo que estaba pasando? Y es que... ni siquiera sabía qué sería aquel lugar lleno de tinieblas y de memorias difusas; no podía sentir absolutamente nada, y eso me alertó de una manera que no creí que podría llegar a hacerlo algo antes.
Todo lo que recordaba era un día normal de escuela, como cualquier otro. Antes de que iniciara la clase del mediodía, uno de mis compañeros me había ofrecido un par de chocolates suizos, regalo de una tía suya. ¿Y qué podía decir a mi favor? Nada, salvo aclarar que era una fan declarada de lo dulce. No dudé en aceptar dicho ofrecimiento y comí unos cuantos. No se podía negar que estaban deliciosos, aunque el relleno de estos tenían un sabor que me resultaba vagamente familiar, pero para nada desagradable. No sospeché de nada ni pregunté de qué se trataba, sencillamente seguí comiendo. Cuando el profesor llegó para impartir la clase de solfeo, pude notar una ligera urticaria aparecer primero en mis muñecas y, a juzgar por la comezón que sentí, después en mi cuello. Fruncí el ceño ante aquella incomodidad, aún sin relacionarlo con nada que estuviera fuera de lo normal. Pero algo me dictó en mi mente que nada iba bien cuando las dificultades para respirar, junto con aquella visión borrosa, se hicieron presentes con el transcurrir de los minutos. Lo intenté, en verdad que lo hice, traté de soportar todos aquellos síntomas y dejarlos pasar, con la vaga esperanza de que si no les prestaba atención estos sencillamente desaparecerían. Pero no, no fue así, y la gente a mi alrededor se percató de esto cuando yo comencé lentamente a perder el conocimiento. El profesor, desesperado, ordenó a uno de mis compañeros a que me condujera directamente a la enfermaría y este así lo hizo, llevándome casi a rastras consigo. Pero al parecer todo estaba en orden, puesto que el doctor en turno de la academia había dicho que sólo era una baja de azúcar y tensión, y que con un poco de reposo me mejoraría, que no era nada grave que necesitara de ser recetado. Se me rescotó en una de las camillas disponibles en la enfermería, por fortuna esta se encontraba prácticamente vacía a excepción de quien la custodiaba en esos momentos, el chico de cabellos oscuros que había hecho el favor de acompañarme, y yo. Eso me hacía sentir un poco mejor, al menos moralmente. Las ganas de devolver el estómago eran casi apremiantes, pero la dificultad de mover mi cuerpo o de siquiera mantener la cabeza erguida lo era aún más, por lo que me resigné a aguantarme hasta el final. Por fortuna no hubo necesidad de aguantar hasta el final, pues las náuseas fueron cediendo lentamente ante el letargo que poco a poco dominaba y nublaba mi consciencia. Ahora definitivamente no podía ni mover un dedo, literal, y lo único que quería era dormir. Aún así era consciente de que me costaba respirar, que el oxígeno no estaba llegando a mi cuerpo como era debido y el ardor en mi garganta y pecho sólo era una confirmación de esto, también de todo el frío que se adueñaba de mi cuerpo y hacía que, en la inconsciencia, este temblara involuntariamente debido a los escalofríos que me recorrían continuamente. Pero no importaba, porque pronto dormiría, ¿no era así? Mientras más débil se hacía mi presión arterial, mayor era la necesidad de dormir... Y eso era lo único que me importaba, dormir y nada más. Entre sueños, y siendo lo último que difuminadamente había logrado captar mi cerebro, había logrado escuchar a la distancia la voz distorsionada de mi compañero, que exigía razones al doctor con respecto a mi inusual reacción. La puerta se había abierto y una presencia ya conocida apareciendo de repente en la estancia... De allí en más nada, sólo fui una víctima más de la oscuridad. Por más que me obligaba a hacerlo, era incapaz de recordar nada más.
Y ahora me encontraba allí, sumergida en un letargo del que no podía escapar. ¿Cuánto tiempo habían pasado ya? ¿Una hora, tres días, cinco meses, un año? No, no podía saberlo, y tratar de averiguar consumía parte de la energía vital que me quedaba. ¿Para qué luchar? Allí uno se encontraba tan a gusto... sin necesidad de saber nada sobre la realidad, sin tener que sufrir ni padecer dolor de ningún tipo... Sí, definitivamente quería quedarme allí; aunque también eso significaría no poder volver a reír, soñar o pasar el tiempo en compañía de mis seres queridos... ¿Estaba dispuesta a perder todo eso? Era tanta la paz que sentía, que eso ni siquiera importaba.
Y sumergida en un mundo de oscuridad del cual me era difícil salir, era totalmente ajena a todo lo que, en la vida real, estaba pasando a mi alrededor. Me encontraba en el hospital desde hacía casi una semana, sin haber dado símbolo alguno de querer reaccionar. Con suero conectado a mí a través de una aguja intravenosa, con los reglamentarios aparatos conectados a mi cuerpo y los cuales monitoreaban mi actividad cardiaca, con aquella mascarilla sobre mi rostro que me proporcionaba el oxígeno suficiente para que yo aún pudiera seguir viviendo. Bueno, si es que a eso se le podía llamar "seguir viviendo", pues aunque mis impulsos vitales estaban ya bajo control, mi consciencia y alma estaban muy lejos de allí.
Todo lo que recordaba era un día normal de escuela, como cualquier otro. Antes de que iniciara la clase del mediodía, uno de mis compañeros me había ofrecido un par de chocolates suizos, regalo de una tía suya. ¿Y qué podía decir a mi favor? Nada, salvo aclarar que era una fan declarada de lo dulce. No dudé en aceptar dicho ofrecimiento y comí unos cuantos. No se podía negar que estaban deliciosos, aunque el relleno de estos tenían un sabor que me resultaba vagamente familiar, pero para nada desagradable. No sospeché de nada ni pregunté de qué se trataba, sencillamente seguí comiendo. Cuando el profesor llegó para impartir la clase de solfeo, pude notar una ligera urticaria aparecer primero en mis muñecas y, a juzgar por la comezón que sentí, después en mi cuello. Fruncí el ceño ante aquella incomodidad, aún sin relacionarlo con nada que estuviera fuera de lo normal. Pero algo me dictó en mi mente que nada iba bien cuando las dificultades para respirar, junto con aquella visión borrosa, se hicieron presentes con el transcurrir de los minutos. Lo intenté, en verdad que lo hice, traté de soportar todos aquellos síntomas y dejarlos pasar, con la vaga esperanza de que si no les prestaba atención estos sencillamente desaparecerían. Pero no, no fue así, y la gente a mi alrededor se percató de esto cuando yo comencé lentamente a perder el conocimiento. El profesor, desesperado, ordenó a uno de mis compañeros a que me condujera directamente a la enfermaría y este así lo hizo, llevándome casi a rastras consigo. Pero al parecer todo estaba en orden, puesto que el doctor en turno de la academia había dicho que sólo era una baja de azúcar y tensión, y que con un poco de reposo me mejoraría, que no era nada grave que necesitara de ser recetado. Se me rescotó en una de las camillas disponibles en la enfermería, por fortuna esta se encontraba prácticamente vacía a excepción de quien la custodiaba en esos momentos, el chico de cabellos oscuros que había hecho el favor de acompañarme, y yo. Eso me hacía sentir un poco mejor, al menos moralmente. Las ganas de devolver el estómago eran casi apremiantes, pero la dificultad de mover mi cuerpo o de siquiera mantener la cabeza erguida lo era aún más, por lo que me resigné a aguantarme hasta el final. Por fortuna no hubo necesidad de aguantar hasta el final, pues las náuseas fueron cediendo lentamente ante el letargo que poco a poco dominaba y nublaba mi consciencia. Ahora definitivamente no podía ni mover un dedo, literal, y lo único que quería era dormir. Aún así era consciente de que me costaba respirar, que el oxígeno no estaba llegando a mi cuerpo como era debido y el ardor en mi garganta y pecho sólo era una confirmación de esto, también de todo el frío que se adueñaba de mi cuerpo y hacía que, en la inconsciencia, este temblara involuntariamente debido a los escalofríos que me recorrían continuamente. Pero no importaba, porque pronto dormiría, ¿no era así? Mientras más débil se hacía mi presión arterial, mayor era la necesidad de dormir... Y eso era lo único que me importaba, dormir y nada más. Entre sueños, y siendo lo último que difuminadamente había logrado captar mi cerebro, había logrado escuchar a la distancia la voz distorsionada de mi compañero, que exigía razones al doctor con respecto a mi inusual reacción. La puerta se había abierto y una presencia ya conocida apareciendo de repente en la estancia... De allí en más nada, sólo fui una víctima más de la oscuridad. Por más que me obligaba a hacerlo, era incapaz de recordar nada más.
Y ahora me encontraba allí, sumergida en un letargo del que no podía escapar. ¿Cuánto tiempo habían pasado ya? ¿Una hora, tres días, cinco meses, un año? No, no podía saberlo, y tratar de averiguar consumía parte de la energía vital que me quedaba. ¿Para qué luchar? Allí uno se encontraba tan a gusto... sin necesidad de saber nada sobre la realidad, sin tener que sufrir ni padecer dolor de ningún tipo... Sí, definitivamente quería quedarme allí; aunque también eso significaría no poder volver a reír, soñar o pasar el tiempo en compañía de mis seres queridos... ¿Estaba dispuesta a perder todo eso? Era tanta la paz que sentía, que eso ni siquiera importaba.
Y sumergida en un mundo de oscuridad del cual me era difícil salir, era totalmente ajena a todo lo que, en la vida real, estaba pasando a mi alrededor. Me encontraba en el hospital desde hacía casi una semana, sin haber dado símbolo alguno de querer reaccionar. Con suero conectado a mí a través de una aguja intravenosa, con los reglamentarios aparatos conectados a mi cuerpo y los cuales monitoreaban mi actividad cardiaca, con aquella mascarilla sobre mi rostro que me proporcionaba el oxígeno suficiente para que yo aún pudiera seguir viviendo. Bueno, si es que a eso se le podía llamar "seguir viviendo", pues aunque mis impulsos vitales estaban ya bajo control, mi consciencia y alma estaban muy lejos de allí.
Natasha Leisser
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Re: Dentro de un profundo sueño del que no deseo despertar... [Gerhard Leisser]
La rutina, una monotonía, una serie de actos que diariamente haces en un orden adecuado y calculado. Y aunque dentro de esa serie de acciones y deberes a hacer diariamente podía haber matices, en un inicio siempre era lo mismo. Siempre...hasta que llegaba a su casa. Una vez llegaba a su casa, esa rutina se rompía como por arte de magia debido a la persona que solía estar allí. Aquella pelirroja...era la encargada de destrozar su orden, era su dosis de caos en su vida. Y aquello, no era necesariamente algo malo, si no...una nivelación. Era como la comparación con el yin y yang, todo necesitaba su lado oscuro, su caos, su desorden. Y aunque Gerhard tenía un lado oscuro, sabía a su vez que, la que realmente nivelaba su vida, irónicamente, era ella.
Claro...¿quién podría haberle dicho que ese día, toda aquella rutina se iba a desmoronar más de lo que pudiera haberse imaginado nunca? Nadie, absolutamente nadie. Y todo...llegó de golpe.
Su turno en el hospital había acabado, pero eso no significaba que su trabajo hubiera acabado, si no todo lo contrario, tenía que ir como médico de guardia a aquel instituto, por simple prevención, realmente su motivo para trabajar allí no era otro que tener más cerca a su mujer por si algo sucedía. Y bendito el momento en que decidió hacerlo, decidir trabajar también allí, ese pluriempleo...solo que a pesar de todo, había llegado un tanto tarde. Su calma, esa aparentemente inalterable calma y frialdad que confería su actitud, ese día se iba a desmoronar, desde el momento en que abrió la puerta de la enfermería para relevar el puesto. Una vez la puerta se abrió, lo primero que vio fue a un alterado chico reclamarle al médico algo, algo que al principio no supo que era- ¿Qué sucede aquí? ¿Por qué tanta alte...? -pero justo en ese momento, su mirada captó en una de las camillas donde se veía una figura que él conocía bien. Una figura que...se veía de todo menos bien.
Sus orbes, esos preciosos orbes turquesa que aquel hombre poseía, se abrieron de par en par al ver como la esbelta figura de su mujer temblaba, casi en pequeños espasmos junto a la pálida piel que estaba marcada por rojizas ronchas. ¿Por qué...por qué ella estaba así? Y sin darse casi cuenta de sus actos, se apresuró a acercarse a ella, siendo lo primero que hizo llevar una de sus manos hasta el cuello de la joven en busca de pulso y comenzar a contar dichas pulsaciones. Y en ese momento en que las preocupantes bajas pulsaciones cardíacas que había captado se juntó con la respuesta dudosa de aquel doctor, fue cuando aquel fino hilo de fría cordura se rompió. ¿Cómo que él se creía que solo era una bajada de azúcar y tensión?.- Serás estúpido...no -y en ese momento se volteó bruscamente hacia aquel hombre con bata para fulminarlo con la mirada, con una mirada teñida de rabia y tóxica como el peor veneno posible- Serás gilipollas y retrasado mental... ¡¿Cómo demonios has podido confundir una bajada de azúcar con estos síntomas?! ¿Te han dado el diploma de medicina en un paquete de cereales como regalo o qué? ¡Está claro que esto es una reacción alérgica anafilaxica! -le espetó, mientras su ceño se fruncía en una agresiva mirada- ¡Ni siquiera respira correctamente, maldita sea! -gruñó poco después mientras volvía a dirigirse hacia el cuerpo de la pelirroja para moverlo con cuidado y dejarlo recostado de lado, una de las indicaciones de primeros auxilios.- ¿Qué haces que aún no has llamado a una ambulancia? ¡Vamos, joder, reacciona! -tanto el alumno que aún seguía allí como el propio médico, estaban atónitos al ver reaccionar así a aquel hombre que tan frío y serio solía ser. Pero aquel doctor, o intento de tal, pareció despertar de su shock ante esas palabras y apresurarse a llamar a la ambulancia.
El resto...fue caótico, mucho. Una vez llegaron al hospital tras administrarle oxígeno y una pequeña dosis de adrenalina tras asegurarse que no sería peligroso para el estado actual de la pelirroja en la ambulancia, fue llevada a cuidados intensivos e ingresada. Y si creíais que todo aquello iba a quedar en un simple susto que se solventaría en un día ...os confundís. Aquella chica...seguía en ese estado de inconsciencia. Y los días pasaban...y nada parecía indicar que fuera a despertar...ni siquiera a reaccionar. Y eso, día a día, pasaba factura en el estado anímico y físico de aquel pelimorado. Parecía demacrado, y no era para menos. Esa chica...era lo más importante que tenía en su vida, era por ella por lo que él había llegado a donde estaba. Y ahora...¿se vería así todo truncado? Los análisis realizados detectaron que la reacción fue causada por unos bombones que contenían cerezas en licor.
Sentado en uno de los sillones de la sala donde aquella chica estaba ingresada, sus brazos estaban apoyados sobre sus rodillas, con la cabeza inclinada al frente, sin mirar realmente nada en concreto solo...escuchaba el sonido que aquel aparato que controlaba las pulsaciones de su esposa le indicaba que ese corazón seguía latiendo, que se mantenía con vida a pesar de que el aspecto de ella no daba lugar a creer eso a excepción de un sutil subir y bajar de su caja torácica, fue en ese momento cuando alguien entró en la habitación. Un ramo de flores reposaba sobre la mesilla, cortesía de algunos compañeros de ella, pero la mirada que Gerhard dirigió al hombre que acababa de entrar fue digna de ser considerada un atentado homicida. Aquel hombre era el doctor del instituto y se había acercado para comprobar que ella estaba bien.- Que atento cuando tú eres el causante de que ella esté así -no había formalismo en su voz, cosa bastante destacable teniendo en cuenta el actuar habitual del cardiólogo. Y tras esas palabras que surgieron de sus labios, afiladas como agujas, se incorporó con lentitud para encarar a aquel hombre.- Te aseguro que como ella no despierte de eso, haré que no vuelvas a poder trabajar en ningún lado de nuevo como médico. Y seré el primero en redactar una demanda por negligencia médica y que te arrepientas durante toda tu vida por ser un inepto incapaz de cumplir tu trabajo como es debido. Vas a llevar una carga que nadie podrá quitarte, y me aseguraré que cada año vaya a más hasta que desesperes y solo quieras morir para quitarla. Y entonces, me encargaré de que no seas capaz de hacer eso y sigas viviendo solo para seguir llevando esa carga y compensar mínimamente el error que cometiste -pero en el momento en que aquellas venenosas palabras que podían ser consideradas como un hecho futuro, fue cuando algo cambió en el monitoreo de las constantes de aquella inconsciente chica. Y la mirada del pelimorado, rápidamente viajó al aparato con cierta ansiedad contenida en su rostro ojeroso.
Claro...¿quién podría haberle dicho que ese día, toda aquella rutina se iba a desmoronar más de lo que pudiera haberse imaginado nunca? Nadie, absolutamente nadie. Y todo...llegó de golpe.
Su turno en el hospital había acabado, pero eso no significaba que su trabajo hubiera acabado, si no todo lo contrario, tenía que ir como médico de guardia a aquel instituto, por simple prevención, realmente su motivo para trabajar allí no era otro que tener más cerca a su mujer por si algo sucedía. Y bendito el momento en que decidió hacerlo, decidir trabajar también allí, ese pluriempleo...solo que a pesar de todo, había llegado un tanto tarde. Su calma, esa aparentemente inalterable calma y frialdad que confería su actitud, ese día se iba a desmoronar, desde el momento en que abrió la puerta de la enfermería para relevar el puesto. Una vez la puerta se abrió, lo primero que vio fue a un alterado chico reclamarle al médico algo, algo que al principio no supo que era- ¿Qué sucede aquí? ¿Por qué tanta alte...? -pero justo en ese momento, su mirada captó en una de las camillas donde se veía una figura que él conocía bien. Una figura que...se veía de todo menos bien.
Sus orbes, esos preciosos orbes turquesa que aquel hombre poseía, se abrieron de par en par al ver como la esbelta figura de su mujer temblaba, casi en pequeños espasmos junto a la pálida piel que estaba marcada por rojizas ronchas. ¿Por qué...por qué ella estaba así? Y sin darse casi cuenta de sus actos, se apresuró a acercarse a ella, siendo lo primero que hizo llevar una de sus manos hasta el cuello de la joven en busca de pulso y comenzar a contar dichas pulsaciones. Y en ese momento en que las preocupantes bajas pulsaciones cardíacas que había captado se juntó con la respuesta dudosa de aquel doctor, fue cuando aquel fino hilo de fría cordura se rompió. ¿Cómo que él se creía que solo era una bajada de azúcar y tensión?.- Serás estúpido...no -y en ese momento se volteó bruscamente hacia aquel hombre con bata para fulminarlo con la mirada, con una mirada teñida de rabia y tóxica como el peor veneno posible- Serás gilipollas y retrasado mental... ¡¿Cómo demonios has podido confundir una bajada de azúcar con estos síntomas?! ¿Te han dado el diploma de medicina en un paquete de cereales como regalo o qué? ¡Está claro que esto es una reacción alérgica anafilaxica! -le espetó, mientras su ceño se fruncía en una agresiva mirada- ¡Ni siquiera respira correctamente, maldita sea! -gruñó poco después mientras volvía a dirigirse hacia el cuerpo de la pelirroja para moverlo con cuidado y dejarlo recostado de lado, una de las indicaciones de primeros auxilios.- ¿Qué haces que aún no has llamado a una ambulancia? ¡Vamos, joder, reacciona! -tanto el alumno que aún seguía allí como el propio médico, estaban atónitos al ver reaccionar así a aquel hombre que tan frío y serio solía ser. Pero aquel doctor, o intento de tal, pareció despertar de su shock ante esas palabras y apresurarse a llamar a la ambulancia.
El resto...fue caótico, mucho. Una vez llegaron al hospital tras administrarle oxígeno y una pequeña dosis de adrenalina tras asegurarse que no sería peligroso para el estado actual de la pelirroja en la ambulancia, fue llevada a cuidados intensivos e ingresada. Y si creíais que todo aquello iba a quedar en un simple susto que se solventaría en un día ...os confundís. Aquella chica...seguía en ese estado de inconsciencia. Y los días pasaban...y nada parecía indicar que fuera a despertar...ni siquiera a reaccionar. Y eso, día a día, pasaba factura en el estado anímico y físico de aquel pelimorado. Parecía demacrado, y no era para menos. Esa chica...era lo más importante que tenía en su vida, era por ella por lo que él había llegado a donde estaba. Y ahora...¿se vería así todo truncado? Los análisis realizados detectaron que la reacción fue causada por unos bombones que contenían cerezas en licor.
Sentado en uno de los sillones de la sala donde aquella chica estaba ingresada, sus brazos estaban apoyados sobre sus rodillas, con la cabeza inclinada al frente, sin mirar realmente nada en concreto solo...escuchaba el sonido que aquel aparato que controlaba las pulsaciones de su esposa le indicaba que ese corazón seguía latiendo, que se mantenía con vida a pesar de que el aspecto de ella no daba lugar a creer eso a excepción de un sutil subir y bajar de su caja torácica, fue en ese momento cuando alguien entró en la habitación. Un ramo de flores reposaba sobre la mesilla, cortesía de algunos compañeros de ella, pero la mirada que Gerhard dirigió al hombre que acababa de entrar fue digna de ser considerada un atentado homicida. Aquel hombre era el doctor del instituto y se había acercado para comprobar que ella estaba bien.- Que atento cuando tú eres el causante de que ella esté así -no había formalismo en su voz, cosa bastante destacable teniendo en cuenta el actuar habitual del cardiólogo. Y tras esas palabras que surgieron de sus labios, afiladas como agujas, se incorporó con lentitud para encarar a aquel hombre.- Te aseguro que como ella no despierte de eso, haré que no vuelvas a poder trabajar en ningún lado de nuevo como médico. Y seré el primero en redactar una demanda por negligencia médica y que te arrepientas durante toda tu vida por ser un inepto incapaz de cumplir tu trabajo como es debido. Vas a llevar una carga que nadie podrá quitarte, y me aseguraré que cada año vaya a más hasta que desesperes y solo quieras morir para quitarla. Y entonces, me encargaré de que no seas capaz de hacer eso y sigas viviendo solo para seguir llevando esa carga y compensar mínimamente el error que cometiste -pero en el momento en que aquellas venenosas palabras que podían ser consideradas como un hecho futuro, fue cuando algo cambió en el monitoreo de las constantes de aquella inconsciente chica. Y la mirada del pelimorado, rápidamente viajó al aparato con cierta ansiedad contenida en su rostro ojeroso.
Gerhard Leisser
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Re: Dentro de un profundo sueño del que no deseo despertar... [Gerhard Leisser]
Odiaba los hospitales. Eso lo descubrí cuando sólo era una pequeña niña de escasos años. Un ambiente demacrado, que apestaba a muerte y soledad... la sensación que aquello le producía a una sensible espiritual de poca edad era desolada, lúgubre y asfixiante. A pesar de que la gente que allí atendían fue siempre amable conmigo, la tensa atmosfera no desaparecía ni un poco, aplastándome con cada ida que iba. Siempre prometieron que sería la última, en cuanto yo fuera buena y obedeciera las indicaciones de tomar mis medicamentos, no tendría que regresar más a ese lugar que había aprendido a temer con creces.
Fui buena niña, atendía las órdenes de mi doctor y padres, ingería mi medicina e incluso le enseñé a mi amado снежинка, mi peluche, que él también debía ser bueno y obedecer. Pero sólo fueron mentiras por parte de los adultos, nunca fue la última vez ni mucho menos mi condición mejoró. Y mi miedo por los hospitales, por lo que allí me hacían y la aura que expedía, se convirtió en terror. Pero más que nada, aprendí a huir a lo que esta simple edificación representaba: el que yo, más temprano que tarde, terminaría por dejar de existir. Cuando esa verdad se hizo paso en mi cerebro, con tan sólo trece de años, sacudió mi mundo por completo: nunca mejoraría, lo que mis padres y médicos habían dicho desde que yo apenas contaba con dos años había sido una vil mentira. Y fue así como aprendí a ver la vida de forma diferente.
Estaba destinada a morir, ¿no? Entonces, ¿para qué ser buena? ¿De qué me serviría ser obediente? ¿Para perder el poco tiempo preciado que me quedaba? No era justo... Yo también quería vivir, disfrutar, reír, llorar, correr, brincar, viajar, gritar, sentir la adrenalina correr por mi cuerpo... Y aquella imperecedera enfermedad no me lo iba a impedir.
Y así surgió una nueva Tasha, una que aprendió a lidiar con su condición, que mostró sus ansias de sentir la vida al límite y de no dejarse derrotar por su enfermo corazón. Un torbellino rojo que haría lo que más le placiera antes de que fuera demasiado tarde; de esta forma le diría adiós definitivo a la niña que esperaba en vano a que las palabras de los adultos se hicieran realidad.
Ya no más engaños, ya no más esperanzas, ya no más sufrimientos ajenos y propios...
¿Eso era lo que significaba aquella oscuridad que me rodeaba? ¿Que todo había terminado para mí?
Aún me había faltado más tiempo... aún existían infinidad de cosas que hubiera deseado hacer a lado de mis seres queridos, de mi ser amado. Me había hecho falta pasar más tiempo con mis padres, de agradecerles todo lo que habían hecho por mí.
«Te aseguro que como ella no despierte de eso, haré que no vuelvas a poder trabajar en ningún...»
Me había hecho falta superarme en la academia, asistir aún más clases en compañía del resto de los estudiantes y profesores de música.
«... te arrepientas durante toda tu vida por ser un inepto incapaz de cumplir tu trabajo como es...»
Aún quería reír y divertirme junto a mis amigos de la banda, Andy, Larrence y los demás, pues los había aprendido a ver como a una segunda familia.
«... solo quieras morir para quitarla. Y entonces...»
Aún no le había dicho a Gerhard en alta voz un 'te amo', ni tampoco había escuchado uno con su voz...
«... sigas viviendo solo para seguir llevando esa carga y compensar mínimamente el error que cometiste...»
¿De quién era aquella voz inyectada en veneno y rabia contenida? ¿Quién estaría tan furioso? ¿Por qué?
Mi cabeza dolía y todo mi cuerpo lo sentía pesado... Sólo podía pensar en que no quería que las cosas terminaran así, en la apremiante necesidad de decirle al dueño de aquella voz que todo estaría bien, que no tenía porqué alterarse... Y en el transcurso de esos pensamientos apareció una luz. Diminuta al principio, pero que con el transcurrir de los segundos se hacía cada vez más intensa y cegadora, a tal extremo que me vi en la necesidad de parpadear con dificultad para poder aclimatar mi vista tras un período prolongado de oscuridad. Y fui consciente de golpe del dolor que mi cuerpo padecía.
De forma borrosa logré vislumbrar dos siluetas masculinas, entrecortadas por la oscuridad. Alcé un par de centímetros mi mano, deseando alcanzar con la yema de los dedos a la más cercana a mí, al dueño de aquella voz que había logrado percibir en la oscuridad, pero se trataba de una tarea titánica y al final mi brazo terminó cediendo y con un suave sonido volvió a reposar sobre el mullido colchón. Cerré los ojos cansada.
-Papá... -musité con voz extrangulada. Aquel constante sonido, marcadores de mis signos vitales y provenientes de un aparato, fue desconocido para mí en un inicio pero lentamente comenzó a dispersar la neblina de mi mente y me trajó de cuajo los recuerdos de una fobia infantil que había creído superada. Volvía a ser niña otra vez.
Abrí los ojos de forma desorbitada y el sonido se aceleró al mismo ritmo que los latidos de mi corazón, el cual de un segundo para otro incrementó de forma alarmante su labor de bombear sangre, y esto se vio reflejado en el monitoreo de mi actividad cardiaca. Pero se debía al rechazo instintivo de mi cuerpo y alma a aquel lugar, a aquella sensación asfixiante y de angustia ajena. No quería estar allí... ¡No quería, ¿por qué estaba allí?!
Miré a los dos hombres ante mí con terror: me eran totalmente desconocidos. ¿Y mis padres? ¿Por qué no estaban allí? ¡Nunca me habían dejado sola en el hospital! Mi cuerpo comenzó a temblar ligeramente e impulsivamente me quité la mascarilla que me proporcionaba oxígeno, pues sólo conseguía que me fuera más difícil el respirar, me arranqué de golpe la manguera del suelo y que estaba conectada a mi cuerpo por medio de una aguja. Esta acción provocó que gimiera de dolor.
-¡No quiero estar aquí! -mi voz era rasposa debido a la sequedad de mi garganta, pero no carente de sentimiento- ¿Por qué papá y mamá no están aquí? ¡¿Dónde están?! -cuando quise incorporarme, mi cuerpo cedió ante la pesadez y me fue imposible llevar a cabo mi plan original de salir corriendo. Por el rabillo del ojo me percaté de la sangre que brotaba de la vena desgarrada por la aguja del suelo y quedé por un momento paralizada al tanto que mi cerebro hacía el enorme esfuerzo de recapitular todo. Yo no tenía ocho años, y tampoco me encontraba en el hospital de Rusia. Vivía en Idarion, ya era una adulta, estaba casada y el hombre al que ahora veía de forma apremiante no era otro sino Gerhard, mi esposo. Mi respiración era agitada y mi corazón aún tenía un ritmo acelerado, pero mi impulso de salir corriendo había desaparecido al percatarme de la realidad- L-lo lamento, Gerhard...
Fui buena niña, atendía las órdenes de mi doctor y padres, ingería mi medicina e incluso le enseñé a mi amado снежинка, mi peluche, que él también debía ser bueno y obedecer. Pero sólo fueron mentiras por parte de los adultos, nunca fue la última vez ni mucho menos mi condición mejoró. Y mi miedo por los hospitales, por lo que allí me hacían y la aura que expedía, se convirtió en terror. Pero más que nada, aprendí a huir a lo que esta simple edificación representaba: el que yo, más temprano que tarde, terminaría por dejar de existir. Cuando esa verdad se hizo paso en mi cerebro, con tan sólo trece de años, sacudió mi mundo por completo: nunca mejoraría, lo que mis padres y médicos habían dicho desde que yo apenas contaba con dos años había sido una vil mentira. Y fue así como aprendí a ver la vida de forma diferente.
Estaba destinada a morir, ¿no? Entonces, ¿para qué ser buena? ¿De qué me serviría ser obediente? ¿Para perder el poco tiempo preciado que me quedaba? No era justo... Yo también quería vivir, disfrutar, reír, llorar, correr, brincar, viajar, gritar, sentir la adrenalina correr por mi cuerpo... Y aquella imperecedera enfermedad no me lo iba a impedir.
Y así surgió una nueva Tasha, una que aprendió a lidiar con su condición, que mostró sus ansias de sentir la vida al límite y de no dejarse derrotar por su enfermo corazón. Un torbellino rojo que haría lo que más le placiera antes de que fuera demasiado tarde; de esta forma le diría adiós definitivo a la niña que esperaba en vano a que las palabras de los adultos se hicieran realidad.
Ya no más engaños, ya no más esperanzas, ya no más sufrimientos ajenos y propios...
¿Eso era lo que significaba aquella oscuridad que me rodeaba? ¿Que todo había terminado para mí?
Aún me había faltado más tiempo... aún existían infinidad de cosas que hubiera deseado hacer a lado de mis seres queridos, de mi ser amado. Me había hecho falta pasar más tiempo con mis padres, de agradecerles todo lo que habían hecho por mí.
«Te aseguro que como ella no despierte de eso, haré que no vuelvas a poder trabajar en ningún...»
Me había hecho falta superarme en la academia, asistir aún más clases en compañía del resto de los estudiantes y profesores de música.
«... te arrepientas durante toda tu vida por ser un inepto incapaz de cumplir tu trabajo como es...»
Aún quería reír y divertirme junto a mis amigos de la banda, Andy, Larrence y los demás, pues los había aprendido a ver como a una segunda familia.
«... solo quieras morir para quitarla. Y entonces...»
Aún no le había dicho a Gerhard en alta voz un 'te amo', ni tampoco había escuchado uno con su voz...
«... sigas viviendo solo para seguir llevando esa carga y compensar mínimamente el error que cometiste...»
¿De quién era aquella voz inyectada en veneno y rabia contenida? ¿Quién estaría tan furioso? ¿Por qué?
Mi cabeza dolía y todo mi cuerpo lo sentía pesado... Sólo podía pensar en que no quería que las cosas terminaran así, en la apremiante necesidad de decirle al dueño de aquella voz que todo estaría bien, que no tenía porqué alterarse... Y en el transcurso de esos pensamientos apareció una luz. Diminuta al principio, pero que con el transcurrir de los segundos se hacía cada vez más intensa y cegadora, a tal extremo que me vi en la necesidad de parpadear con dificultad para poder aclimatar mi vista tras un período prolongado de oscuridad. Y fui consciente de golpe del dolor que mi cuerpo padecía.
De forma borrosa logré vislumbrar dos siluetas masculinas, entrecortadas por la oscuridad. Alcé un par de centímetros mi mano, deseando alcanzar con la yema de los dedos a la más cercana a mí, al dueño de aquella voz que había logrado percibir en la oscuridad, pero se trataba de una tarea titánica y al final mi brazo terminó cediendo y con un suave sonido volvió a reposar sobre el mullido colchón. Cerré los ojos cansada.
-Papá... -musité con voz extrangulada. Aquel constante sonido, marcadores de mis signos vitales y provenientes de un aparato, fue desconocido para mí en un inicio pero lentamente comenzó a dispersar la neblina de mi mente y me trajó de cuajo los recuerdos de una fobia infantil que había creído superada. Volvía a ser niña otra vez.
Abrí los ojos de forma desorbitada y el sonido se aceleró al mismo ritmo que los latidos de mi corazón, el cual de un segundo para otro incrementó de forma alarmante su labor de bombear sangre, y esto se vio reflejado en el monitoreo de mi actividad cardiaca. Pero se debía al rechazo instintivo de mi cuerpo y alma a aquel lugar, a aquella sensación asfixiante y de angustia ajena. No quería estar allí... ¡No quería, ¿por qué estaba allí?!
Miré a los dos hombres ante mí con terror: me eran totalmente desconocidos. ¿Y mis padres? ¿Por qué no estaban allí? ¡Nunca me habían dejado sola en el hospital! Mi cuerpo comenzó a temblar ligeramente e impulsivamente me quité la mascarilla que me proporcionaba oxígeno, pues sólo conseguía que me fuera más difícil el respirar, me arranqué de golpe la manguera del suelo y que estaba conectada a mi cuerpo por medio de una aguja. Esta acción provocó que gimiera de dolor.
-¡No quiero estar aquí! -mi voz era rasposa debido a la sequedad de mi garganta, pero no carente de sentimiento- ¿Por qué papá y mamá no están aquí? ¡¿Dónde están?! -cuando quise incorporarme, mi cuerpo cedió ante la pesadez y me fue imposible llevar a cabo mi plan original de salir corriendo. Por el rabillo del ojo me percaté de la sangre que brotaba de la vena desgarrada por la aguja del suelo y quedé por un momento paralizada al tanto que mi cerebro hacía el enorme esfuerzo de recapitular todo. Yo no tenía ocho años, y tampoco me encontraba en el hospital de Rusia. Vivía en Idarion, ya era una adulta, estaba casada y el hombre al que ahora veía de forma apremiante no era otro sino Gerhard, mi esposo. Mi respiración era agitada y mi corazón aún tenía un ritmo acelerado, pero mi impulso de salir corriendo había desaparecido al percatarme de la realidad- L-lo lamento, Gerhard...
Natasha Leisser
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Re: Dentro de un profundo sueño del que no deseo despertar... [Gerhard Leisser]
Si su rostro ya estaba mostrando una angustia bastante marcada, lo siguiente que sucedió sencillamente le resquebrajó el pecho. Ella...Sí, ella estaba despierta, se estaba moviendo, pero... no era ella. Estaba actuando como una niña... ¿había sufrido un shock tras estar tanto tiempo inconsciente? ¿Una regresión? Sus hombros se dejaron caer un poco por cierto alivio inconsciente que sintió al verla moverse, pero fue tan fugaz que ni debió de percatarse ya que, al ver como se arrancaba aquel gotero y la sangre comenzaba a correr por su brazo, una punzada llegó a su pecho de nuevo. Papá y mamá, ¿eh...?
Era lógico, se estaba repitiendo en medio de su agotada y presionada por las circunstancias mente, que aquello era lógico...y aún así...le dolía. Le dolía aquello, por verla en ese estado, por todos los días que la había estado viendo como si fuera una muñeca inerte, por, una vez ella logró abrir sus ojos, que no le reconociera...
Y aún así, el cambio de actitud de ella llegó tras unos momentos después. Aún cuando seguía temblando, su respiración no estaba tranquila y la máquina de electro seguía marcando un acelerado patrón de los latidos...él vio ese cambio de ella. Que ya no era una niña, que la realidad parecía haberla golpeado. Y el ver como le miraba de esa forma y se disculpaba... causó que se acercara a ella casi de manera apremiante y la rodeara con sus brazos, presionándola contra su pecho, como si tuviera miedo de que se fuera a desvanecer.
Le daba igual que ese inútil doctor estuviera aún allí, le daba igual saber que pronto llegarían algunas enfermeras por aquel rápido sonido del electro, le daba exactamente lo mismo todo, solo tenía en ese momento una cosa en mente:- ...bendito sea tu corazón que sigue latiendo...bendito sea él...-claro, el mensaje debajo de aquello era claro: bendito fuera ese corazón por aún mantenerla con vida. Y esas palabras salieron en un débil susurro de sus labios mientras la estrechaba un poco más contra sí, sintiendo sobre su rostro los rojizos y rebeldes cabellos que esa joven poseía. Y de golpe, toda la tensión que había estado conteniendo, se liberó, sus músculos temblaron por un momento en un leve estremecimiento, pero no tardó en separarse para, sacando de su bolsillo un impoluto pañuelo, sujetar el brazo del que aún caía sangre y cubrir esa vena desgarrada con el mismo, haciendo un pequeño torniquete con ese pañuelo para evitar que siguiera sangrando. Y tras eso...una risa floja escapó de sus labios, sin control alguno. Era por culpa de todos esos días que había pasado sin descansar, sin poder parar de pensar y estar en continua tensión.- De verdad...serás bruta...-musitó poco después aún con esa silenciosa risa floja saliendo de su boca. Y sus ojerosos orbes se entrecerraron un tanto al dirigir su mirada hacia la de su mujer, con una compleja maraña de emociones cruzando las vetas de su iris. Demasiado... eso había sido demasiado, incluso para él. Estaba demacrado, ya no solo físicamente.
Era lógico, se estaba repitiendo en medio de su agotada y presionada por las circunstancias mente, que aquello era lógico...y aún así...le dolía. Le dolía aquello, por verla en ese estado, por todos los días que la había estado viendo como si fuera una muñeca inerte, por, una vez ella logró abrir sus ojos, que no le reconociera...
Y aún así, el cambio de actitud de ella llegó tras unos momentos después. Aún cuando seguía temblando, su respiración no estaba tranquila y la máquina de electro seguía marcando un acelerado patrón de los latidos...él vio ese cambio de ella. Que ya no era una niña, que la realidad parecía haberla golpeado. Y el ver como le miraba de esa forma y se disculpaba... causó que se acercara a ella casi de manera apremiante y la rodeara con sus brazos, presionándola contra su pecho, como si tuviera miedo de que se fuera a desvanecer.
Le daba igual que ese inútil doctor estuviera aún allí, le daba igual saber que pronto llegarían algunas enfermeras por aquel rápido sonido del electro, le daba exactamente lo mismo todo, solo tenía en ese momento una cosa en mente:- ...bendito sea tu corazón que sigue latiendo...bendito sea él...-claro, el mensaje debajo de aquello era claro: bendito fuera ese corazón por aún mantenerla con vida. Y esas palabras salieron en un débil susurro de sus labios mientras la estrechaba un poco más contra sí, sintiendo sobre su rostro los rojizos y rebeldes cabellos que esa joven poseía. Y de golpe, toda la tensión que había estado conteniendo, se liberó, sus músculos temblaron por un momento en un leve estremecimiento, pero no tardó en separarse para, sacando de su bolsillo un impoluto pañuelo, sujetar el brazo del que aún caía sangre y cubrir esa vena desgarrada con el mismo, haciendo un pequeño torniquete con ese pañuelo para evitar que siguiera sangrando. Y tras eso...una risa floja escapó de sus labios, sin control alguno. Era por culpa de todos esos días que había pasado sin descansar, sin poder parar de pensar y estar en continua tensión.- De verdad...serás bruta...-musitó poco después aún con esa silenciosa risa floja saliendo de su boca. Y sus ojerosos orbes se entrecerraron un tanto al dirigir su mirada hacia la de su mujer, con una compleja maraña de emociones cruzando las vetas de su iris. Demasiado... eso había sido demasiado, incluso para él. Estaba demacrado, ya no solo físicamente.
Gerhard Leisser
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Re: Dentro de un profundo sueño del que no deseo despertar... [Gerhard Leisser]
No entendía bien qué había sucedido, ni cómo había terminado allí. Ni siquiera presté atención al otro hombre que se encontraba en la estancia y que recordaba de forma muy vaga, sin poder descifrar con exactitud de quién se trataba. Sólo podía contemplar el rostro de mi esposo, sintiéndome apenada y culpable por no haber sido capaz de reconocerle en una primera instancia. Seguía confundida, ¿qué había sucedido? ¿Cuánto tiempo llevaba ya allí? Antes de que mi cuerpo terminara por relajarse, serenándose notablemente por la presencia del pelimorado, este de manera sorpresiva terminó por acercarse y ceñirme contra su cuerpo, como si tuviera miedo de perderme. Eso sólo trajo mayores dudas a mi por sí confundida mente. Abrí los rojizos ojos con asombro, sin ser capaz de reaccionar en un inicio, para después abrazarle con suavidad. Cerré los ojos y dejé escapar un ligero suspiro de alivio. No estaba segura aún de lo que sucedía, pero algo dentro de mí sentía un profundo bienestar de poder estar con él de esa forma, como si hubiera estado aguardando impaciente a poder verle una vez más, tras esa espesa neblina que cubrió mi mente durante días.
Aún no le había dicho a Gerhard en alta voz un 'te amo', ni tampoco había escuchado uno con su voz...
Algo así había sentido que mi alma proclamaba; el impulso que necesité al final para poder luchar contra aquella oscuridad que había consumido mi alma por un tiempo que no podía aún definir. Pero eso ya no importaba, porque ya estaba de regreso, y ahora era capaz de cumplir con todo aquello que sentí que perdería, creyendo que aquel había sido mi final. Pero no, no lo era, no todavía. Sonreí ante esa idea.
-Lo siento... -musité con queda voz, siendo capaz de percibir en las mezcladas emociones ajenas que él también había llegado a pensar que tampoco volvería a despertar.
Pero antes de que pudiera decir en alta voz aquello que necesitaba transmitirle, de nuevo se separó y comenzó a atender mis heridas de aquella vena profesional que siempre le ha caracterizado; entonces el escaso valor que había adquirido menguó y ya no me atreví a decirle nada. Le contemplé actuar, como si no fuese mi brazo al que le aplicaba aquel ligero torniquete para detener el sangrado. Me confundía, no tanto el no estar enterada de lo que había sucedido en este período de inconsciencia, sino las emociones inconexas del pelimorado; trataba de encontrarles un orden, clasificarlas... pero eran tan variadas y similares al mismo tiempo que me costaba descubrir qué era exactamente lo que estaba pensando. No era de extrañar, tomando en cuenta que siempre me había sido difícil descifrarle a él en particular, pero ahora esa sensación era mucho más notoria, como si fuera para mí algo inalcanzable, imposible de conocer.
-Lo siento... -volví a disculparme, esta vez por mi falta de raciocinio a la hora de actuar. Siempre terminaba causándole molestias de una forma u otra, ¿no? Ya había pasado por demasiado a causa mía, y mi fobia a los hospitales no sería una cerecita que terminara de adornar al montón, así que comencé a respirar profundamente para mantener a raya aquel temblor e impulsos de salir corriendo. Mis ojos se centraron en las orbes turquesas de él cuando estas salieron a mi encuentro. Por unos segundos sólo reinó el silencio-. ¿Qué fue lo que sucedió...? -pregunté al fin, no estando muy segura de querer averiguarlo. Sin pensarlo realmente, tomé su rostro entre mis manos y con los pulgares le acaricé esas profundas ojeras que adornaban sus ojos, provocando un nuevo vacío en mi pecho y que tratara de tragar en seco. Aquello... ¿Aquello había sido culpa mía?
Cerré los ojos cuando comencé a sentir que la visión se me empañaba y que la habitación daba vueltas a mi alrededor. Volví a recostarme sobre las sábanas de la camilla, sintiéndome mal de repente. Y quizá no fuera para menos, pues había permanecido inconsciente por sabría Dios cuánto tiempo, y la tensión sufrida en tan escasos minutos ahora traía sus consecuencias.
-¿Podría tomar un poco de agua...? Me quema la garganta... -musité, abriendo los ojos de nuevo para mirarle a él y sólo a él, ajena a la persona que se encontraba allí y a las nuevas que en ese momento irrumpían en el cuarto del hospital, alertadas por la lectura de mis signos vitales.
Aún no le había dicho a Gerhard en alta voz un 'te amo', ni tampoco había escuchado uno con su voz...
Algo así había sentido que mi alma proclamaba; el impulso que necesité al final para poder luchar contra aquella oscuridad que había consumido mi alma por un tiempo que no podía aún definir. Pero eso ya no importaba, porque ya estaba de regreso, y ahora era capaz de cumplir con todo aquello que sentí que perdería, creyendo que aquel había sido mi final. Pero no, no lo era, no todavía. Sonreí ante esa idea.
-Lo siento... -musité con queda voz, siendo capaz de percibir en las mezcladas emociones ajenas que él también había llegado a pensar que tampoco volvería a despertar.
Pero antes de que pudiera decir en alta voz aquello que necesitaba transmitirle, de nuevo se separó y comenzó a atender mis heridas de aquella vena profesional que siempre le ha caracterizado; entonces el escaso valor que había adquirido menguó y ya no me atreví a decirle nada. Le contemplé actuar, como si no fuese mi brazo al que le aplicaba aquel ligero torniquete para detener el sangrado. Me confundía, no tanto el no estar enterada de lo que había sucedido en este período de inconsciencia, sino las emociones inconexas del pelimorado; trataba de encontrarles un orden, clasificarlas... pero eran tan variadas y similares al mismo tiempo que me costaba descubrir qué era exactamente lo que estaba pensando. No era de extrañar, tomando en cuenta que siempre me había sido difícil descifrarle a él en particular, pero ahora esa sensación era mucho más notoria, como si fuera para mí algo inalcanzable, imposible de conocer.
-Lo siento... -volví a disculparme, esta vez por mi falta de raciocinio a la hora de actuar. Siempre terminaba causándole molestias de una forma u otra, ¿no? Ya había pasado por demasiado a causa mía, y mi fobia a los hospitales no sería una cerecita que terminara de adornar al montón, así que comencé a respirar profundamente para mantener a raya aquel temblor e impulsos de salir corriendo. Mis ojos se centraron en las orbes turquesas de él cuando estas salieron a mi encuentro. Por unos segundos sólo reinó el silencio-. ¿Qué fue lo que sucedió...? -pregunté al fin, no estando muy segura de querer averiguarlo. Sin pensarlo realmente, tomé su rostro entre mis manos y con los pulgares le acaricé esas profundas ojeras que adornaban sus ojos, provocando un nuevo vacío en mi pecho y que tratara de tragar en seco. Aquello... ¿Aquello había sido culpa mía?
Cerré los ojos cuando comencé a sentir que la visión se me empañaba y que la habitación daba vueltas a mi alrededor. Volví a recostarme sobre las sábanas de la camilla, sintiéndome mal de repente. Y quizá no fuera para menos, pues había permanecido inconsciente por sabría Dios cuánto tiempo, y la tensión sufrida en tan escasos minutos ahora traía sus consecuencias.
-¿Podría tomar un poco de agua...? Me quema la garganta... -musité, abriendo los ojos de nuevo para mirarle a él y sólo a él, ajena a la persona que se encontraba allí y a las nuevas que en ese momento irrumpían en el cuarto del hospital, alertadas por la lectura de mis signos vitales.
Natasha Leisser
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Vie Abr 13, 2018 6:04 pm por Cian Sheehan
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Sáb Mar 17, 2018 10:57 am por Gu Bei Chen
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Sáb Mar 17, 2018 10:56 am por Gu Bei Chen
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Vie Mar 02, 2018 11:09 am por Duanmu Louye
» Los secretos y el pasado en la tumba deberían de quedar [Priv. Jun Kazuya]
Lun Feb 26, 2018 10:06 pm por Jun Kazuya
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Sáb Feb 24, 2018 10:04 pm por Larrence O'Brian
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