«Never let me go» Marlene P.
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«Never let me go» Marlene P.
Never let me go
Residencias × Día × Marlene P. Edelstein
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Hace pocos días llegó, y ya compró una residencia, una grande donde al menos puede caber una familia entera de 4 personas. ¿Para qué?, si tan solo vivirán allí una pareja de recién casados. Es que nuestro peliazul no piensa ser dos solamente, sino tres, o según se le de, cuatro. Aún así, es incierto en es que quiere a tener hijos, ¡si odia a todos!, y sólo da pánico saber a quién saldrán. Pero, así como se casó para fines comerciales, tenerlos también entra en su plan maquiavélico y llegaría a puntos extremistas aunque crea que la unión de sexos sea algo repugnante, además, imaginar que sentirá líquidos corporales todavía empeora y embarra la idea inicial. ¿Y eso en que deja a Adler?, en su vida a tocado a una mujer… ¡Oh dios!, ¡el tiburón es virgen! Si repasamos su vida, ninguna se le ha acercado y las que han intentado coquetearles no han sobrevivido para contarlo porque, lidiar con él unos minutos se les hizo insoportable. ¿Pero que pasaría si se vuelve un adicto a él?, mejor ni saberlo, es depredador por naturaleza y eso significa que una vez pruebe carne, querrá más. Arreglaba algunas cosas de las cajas cerradas, regalos de bodas por parte de algunos mafiosos. Más, ciertos elementos le han parecido curiosas, como por ejemplo: los juguetes sexuales. — Perséfone… —llamó, en cierta manera le parecía una broma de mal gusto, y por otra tenía curiosidad los nombres y el uso de cada una, de seguro lo googleará más tarde pero antes necesita si su esposa sepa de ellos. Es increíble que tenga inocencia en esa alma oscura y podrida, ¿eso es posible?, lo es porque aunque sepa del tema, desconoce de aquellos artículos. Aún es un niñito que nunca le enseñaron. Recorrió la casa, con las cosas en la mano como si no fueran nada, incluso salió hacía el patio delantero y cuando pasaba una anciana mayor se tapo los labios al ver a Adler con aquello en la mano, la cara de la mayor enrojeció y siguió de largo. Volvió a adentro, la rubia no respondía a su llamado. — ¡Perséfone! —gritó, y se tiró en el sofá para esperar impaciente su llegada. A cambio de ello, vino el perro en su lugar, su cola se movía de un lado a otro al ver a su amo. Un tierno husky de ojos bicolor, acercándose para ser acariciado. — Es increíble que sea tan poco útil, la llamé dos veces, ¡dos! A ti se te llama una y vienes corriendo —murmuró entre dientes, rascando detrás de las orejas del animal peludo y paró porque perdía cabello. Le dio al cánido para que olfatease el vibrador — ¿Sabes cómo se llama? —preguntó, obviamente, no iba a obtener respuesta alguna. Oprimió un botón por error, y sintió como éste emitía vibraciones circulares. — Oh… —lo miró de cerca, tenía niveles y la apariencia le recordaba a un miembro fálico e inteligentemente tuvo que hacer conjeturas por sí mismo. Después inspeccionó la lencería femenina, un encaje provocativo. — Esto parece hilo dental. Okami, me parece que tendré que hacer una investigación profunda acerca de esto —soltó decidido. Aún así le parecía ridículo que alguien usase un miembro artificial. « ¿Cómo una mujer podrá engendrar hijos con esto? » |
Adler R. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
Todo comenzó un cándido martes de Mayo, donde el clima se encontraba completamente templado. Por lo que, uno no llegaba a experimentar las malas sensaciones térmicas y al ser ideal, cualquiera se podía adecuar perfectamente con lo que tuviera presente en su respectivo guardarropas. Ahora, obviaremos la parte entretenida de lo qué ocurre durante una semana laboral y nos centraremos, únicamente, sobre un par bastante particular. Un matrimonio de jóvenes que recientemente se instalaron dentro los parámetros de Idarion: “Un amor que prometía trascender los propios límites de la eternidad”, así era cómo los otros calificaban su dulce unión marital.
Sin poder estar por mucho tiempo separados el uno del otro, ya que se solían extrañar demasiado, se añoraban entre silencios, se deseaban ardientemente y se querían; a tal punto, de que no sabían reconocer cuando debían romper con su obsesivo vinculo cadena. Hasta ya venían planificando desde hace mucho pasar sus últimos días juntos, envejeciendo frente al mar, viendo las brillantes opuestas de sol y recordando de paso sus épocas pasadas. Así, de felices eran. ¿Realmente se creyeron todas esas sartas de mentiras? Entonces, eso quiere decir de que nos estamos encaminando bien…
Para empezar, una doncella de hierro se hallaba disfrutando de su confortable espacio personal, ubicado en la segunda planta alta de su nueva casa. Ensimismada entre sus pensamientos y al mismo tiempo, confinada a unos aburridos pasatiempos de los que según, al propio criterio de su querido marido, eran puramente inútiles más que cosas útiles. Debido a que sino se trataba de algo que le pudiera redituar unas importantes sumas, hablando en términos de dinero, para sus propios bolsillos, ya del vamos, los tacharía de la peor de las basuras. Pero, ¿cómo fue que alguien tan opuesto a ella…? ¿Término aceptando ser su pareja de toda la vida? ¿Qué le había visto en sí? El fruto de su alianza no era más que una maldita farsa. Él para poder desmentir sobre los fantasmas que se rumoreaban entorno a su propia imagen y ella por la terrible necesidad de querer salvar a alguien que sólo podía ver a diario cuatro paredes blancas. ¿Cuáles de los dos motivos pesaban más? ¿El suyo o el de él? Tal vez, lo sean el de ambos por igual.
Pero, a pesar de todo, Marlene deseaba comprender aquel misterio que encerraba Adler, su soledad y esa frialdad que tanto le caracterizaba. ¿Por qué se había apiadado de ella…? No sentía que tuviera "ese" algo especial que la hiciera resaltar por encima de las demás mujeres, tampoco adoraba vivir rodeada de ostentaciones y ni siquiera, aspiraba a ganarse falsos méritos a costillas del apellido de su marido. ¿Para qué entonces se esforzaba tan caprichosamente en mantenerle a su lado? Por un momento, dejó a un costado las pequeñas herramientas que empleó para elaborar aquella supuesta ofrenda de paz, inspirada en él y la que ahora, admiraba con profundo recelo al haber culminado con su extenuante reflexionamiento sobre cada una de las vivencias que pasaron juntos. ¿Se lo merecía? ¿Las cosas se arreglarían o cambiarían si se lo daba? Tan frustrada y ridícula se sintió, que lo acabó por manotear con prisa y lo aventó dentro de las oscuridades de un cajón para finalmente cerrarlo de una sentada: —Aish... —Masculló entre dientes, seguidamente que cruzó sus brazos, colocandolos sobre su improvisada mesa de trabajo y de que enterrará toda su cara entre ellos. —Me siento como un barco a la deriva....¡Oh, Alak! ¡Por favor, iluminame y mándame una buena señal!
< ¡Perséfone! ¡Perséfone! >
Oyó sus insistentes llamados desde abajo, lo que le provocó un ligero sobresalto y a que abandonará la comodidad de su silla para ir en su búsqueda. Una dolorosa punzaba no tardó en aguijonearle contra el pecho, producto de la torpe carrera que se mandó, al descender de dos en dos escalones. ¿Por qué justamente ahora se tendrían que alargar? Una vez que tocó suelo firme, se recompusó lo mejor que pudo y tendiendo el corazón que se le aceleraba a mil por hora, en la medida que se aproximaba a la guarida del tiburón. Por que Adler era la viva personificación de uno y si quería era capaz de devorararle de tan solo un bocado: —Rod... ¿De dónde lo sacaste?—Preguntó alarmada y quedándose petrificada cerca del marco de la puerta.— ¿¡Ahora piensas meterme un maldito vibrador entre mis piernas!? Y no solo eso.. piensas..piensas.. hacerme vestir eso... ¡Eres un maldito degenerado! —y entre que más lo remencionaba, está comenzaba a recular hacia atrás y tragaba grandes cantidades de saliva. ¿Acaso, eso era lo que le tenia reservado Alak para ella? ¿Era Adler un violador serial? ¿Un maldito masoquista? Esa y otras miles de dudas, no tardarón en arremolinarse dentro de su torturada mente.
Marlene P. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
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Viró su rostro ante la voz femenina que rompía el silencio, el vietnamita por supuesto, tenía mil y un conjeturas encima del porqué tener esa clase de regalo de bodas, y la mayor idea es que sus socios eran unos completos descarados para hacer semejante cosa, sabiendo lo frígido que suele llegar a hacer. Sí, tiene una vaga idea de lo que es el sexo, y aunque sea un proxeneta eso no le impide seguir con su labor en el mundo tan sucio que implica serlo. Para que mentir, le importa solamente los verdes, y quizás muchos también como él existan, aún si son copias baratas no logran llegarle a los talones, lo tiene claro. Pensó en una próxima contestación en la medida que se levantaba de su cómodo sofá individual, uno de color azul marino, su favorito podría decirse porque le recordaba al mar. Parpadeó con semejante respuesta de su esposa, no era la más apropiada sinceramente, ¿en el poco tiempo que le conoce se atreve a decir esas palabras? Bueno, no le echa la culpa, ninguno sabe del otro, y en la medida que la convivencia sea profunda, quizás hasta logren soportarse mutuamente. Adler no, nunca soportará a nadie que esté a un radio de 3 metros de su vista. Hizo una mueca, por primera vez mostrando algo expresivo frente a ella. “Maldito degenerado”, las palabras le sonaron demasiado provocativas a sus sentidos, ¿por qué le sonaba tan bien?, ¿será porque sí es masoquista aunque no lo quiera admitir? Después de tanto tiempo en el poder de su padre y hermano, ya eso le parece dulces palabras. Fue como recibir una bofetada imaginaria, y sonrío sin molestarse aunque ella siga pareciendo una niñita estúpida a su opinión, pero con la imagen viva de una madre muerta. — No seas ridícula, lo encontré entre los regalos. —Se ajustó las falsas gafas, y lo observó nuevamente. — Además, esto no sirve para reproducirse, así que puedes tirarlo a la basura. —Se lo entregó sin problemas, como si no fuera nada. Más, recordó la lencería, ¿tirarla también?, la idea le tentaba pero admite que sería interesante verla de esa forma, sigue siendo hombre después de todo y aunque haya visto modelar cuerpos en bikinis, no se ha sentido exaltado por ello. Tomando en cuenta que a ella no la ha visto en paños menores. — Eso te lo puedes quedar —señaló— , entre ambos sabemos que no hemos consumado nuestro “amor” en la cama. —Una corriente de escalofríos le recorrió el cuerpo, aún así nadie le quitaría de la cabeza que iba a tener hijos por las malas o por las buenas. — Debes saber que quiero tener hijos, Perséfone y los bebés no los traen la cigüeña —aclaró, él quizás era el único que la llamaba por su segundo nombre, le gustaba como sonaba, hasta le parecía diferente y único, aunque sea el nombre de una diosa griega… Exacto, era una forma de expresar que ella era su diosa, suya, y de nadie más. Bueno sí, tiene un lado extraño de profesar su lado romántico pero no olvidemos que jamás en su vida le enseñaron acerca del mundo de la comunicación. Difícil es tomarlo por ese lado. Apoyó su mano en el hombro contrario, admirándola silenciosamente por unos segundos antes de obtener su respuesta. — Seguiré desempacando —dijo sin más, no le gustaba ver las cajas en el medio del camino y aún había abundantes por el lugar, no sólo le frustraba sino que le daban “tics nerviosos” que le impedían estar quieto y relajado. — ¿Qué hacías antes de que te llamará? —pregunto con cierto toque de curiosidad, pero al mismo tiempo con desinterés, sólo pensaba en echarle en cara que no debió estar haciendo eso y que en realidad debía estar allí, ayudándolo. El perro rondaba por la habitación, olfateando y curioseando el montón de cosas que había sin abrir. Se arrodillo y tomó la trincheta para poder deshacerse de la cinta adhesiva, sin querer se corto un poco, provocando que un pequeño brote de sangre apareciese. — ¿Hay curitas? —No se inmuto mucho con el corté, y se chupaba el dedillo en tanto la miraba. |
Adler R. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
Una vez que las palabras se sueltan, estás se las llevadas el viento y con ello, no había vuelta atrás. La chica lo sabía perfectamente y siendo guiada por un claro arrojo de nerviosismo, dejó que sus propias emociones actuarán por si solas; sin meditarlo siquiera en las posibilidades de como reaccionaría su marido ante aquella semejante ofensa de su parte. ¿Él se merecía tal cosa? ¿Y si no tenia la culpa de nada? Cabían también las sospechas de que los queridos amiguitos de Adler, les hallan querido tender a ambos una maldita trampa al usar esa broma de mal gusto y con tal de someterlos a que comiencen una nueva disputa matrimonial. Siendo que ya, era una de las tantas cosas cotidianas, que ellos revivían a diario dentro de esas mismas cuatro paredes. ¿Por qué lo recalcó? Digamos, que Marlene no se caracterizaba por ser como las demás mujeres su naturaleza verdadera era: ser demasiado emotiva, terca y orgullosa frente a ese tipo de situaciones. Donde seguramente el joven proxeneta estaría más que acostumbrado a manejarse casi a la perfección y sin vacilaciones, de sentirse intimidado por lo que le pueda llegar a decirle una del sexo opuesto a tales puntos de que poderlo saborear contra su paladar. Él sabía hasta donde darle y hasta donde herirle. Tanto que si, se lo requería podía transformarse en el peor de los tiranos para con ella o simplemente, su mente le figuraba éso por como era él en carácter.
Entonces, de la nada apareció como para completar la incomoda escena entre ellos: la severa presencia de Unicornio. La mascota preferida de la ex acróbata y enemigo jurado de los bichos que alimentaba con tanto empeño el contrario. Esté solamente se dispuso a ocupar un lugarcito sobre alguna de las cajas de mudanza, haciéndose un ovillo y observando de cerca con sus felinos ojos ambarinos a los tres en cuestión ya que, el gato de curioso, solamente había venido a investigar él por qué su dueña tardaba tanto el volver arriba y de que pasó de largo la presencia del macho alfa de la casa, o sea, Adler. No obstante, no falto mucho, para que éste le remaullara varias veces dirigiéndose únicamente a su dueña y para que la misma pudiera salir al fin de sus propias cavilaciones.—¡Ah!, entonces.... Debo de "suponer" también de que la caja vino a parar con patitas y se subió solita al camión conjunto con nuestra cosas, ¿no? ¡Pero, que brillante deducción Rod!¡Apoyemos ésa estúpida teoría!—dijo algo irónica y haciéndole comillas con sus dedos sin moverse todavía un centímetro de la puerta.—Y lo que más extraño me resulta, es que lo hayas pasado por alto... ¿En qué andabas pensando? ¿Dónde tenías ocupada cabeza?—y lo vio incorporarsé de su asiento, metiendo el dichoso objeto que le iba a dar al siberiano y que sin más preámbulos, se lo termino por tender para que lo agarrará.—¿Qué...? ¡Rod! Tú, te harás cargo de deshacerte de la maldita caja y de todo lo que contenga allí adentro.
En verdad, ella prefería que lo hiciera él por su cuenta y hasta le toleraría cada una de sus estrictas críticas, con tal de que le ahorrara la humillación de verse marcada de algo que no era. ¿Qué pensaría los vecinos? ¿¡La gente que pasara por su lado!? ¿Qué diría? ¿Qué excusa le metería para salvarse? Aunque, seguramente, Adler no la dejaría deambular por si misma y se le andaría mofando a sus costillas desde una distancia prudencial pero, muy, muy de cerca casi obsesivamente.—Nunca lo luciré para ti y por ende, parará a la basura con todo lo demás. —aclaró, de una buena vez, penetrando dentro del recinto con firmeza en su andares y al mismo tiempo, que soltaba un tenue suspiro. —No quiero hablar del tema.—Con ello le dió un corte definitivo al asunto y no le proporcionó el debido espacio para que lo continuara. Era mejor dejarlo en suspensión por el momento.
Existían ciertas negativas, mucho más poderosas, de las que había demostrado al admirar aquellos artilugios del BSDM entre sus manos y de que analizarlo, le producía un enorme vació existencial. ¿Cómo le podía pedir semejante cosa? ¿Cuándo apenas se conocían? ¿Qué le quedaba a la criatura por rescatar de ambos? Marlene temía que su hijo u hija sufriera por su causa y era por eso, que lo evitaría hasta que la tormenta pasará. Además de que no se encontraba del todo preparada para tomar el rol de “madre”, era demasiado y por ahora, ya tenia sus metas planeadas. Pero… ¿y si se estaba equivocando? ¿Y ya lo estaba? ¿No merecía ser feliz por una vez en su vida? No, no se creía merecedora de serlo.
— Un regalo especial para una persona que se quedará por un tiempo en Idarion.—Mencionó calma, recordando la frustración que experimento al principio y de mientras, que se hincaba para abrir una de las numerosas cajas esparcidas. Total, la caja que escogió era suya. —¿Curitas? —Pestañeó intrigada, viendo como se chupaba el dedo y se le dibujara una pequeña sonrisa. —Siempre las llevó conmigo. —y con la misma paciencia que hizo lo anterior, se le fue acercando a gatas y le tomó la mano herida para examinarla de forma analítica, sin inmutarse de que él también notará de que las aportaba entre algunos de sus dedos.—Sabes Rod..—Habló lentamente ella, al a par de que cerraba sus grandes ojos por un breve minuto. —Me dierón unas tremendas ganas de bailar.
Marlene P. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
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Arqueó su ceja, sin duda, las mujeres se veían mejor calladas. Porque, si vamos al caso, las mejores pinturas no salen hablando en su defensa cada vez que alguien escupe alguna calamidad acerca de los trazos que el autor llegó a realizar. Sin duda, Adler pensaba que las mujeres no podían hacer tal hazaña, de mantener los labios sellados, simplemente, se dignarían a discutir y sacar conjeturas tan erróneas y tan ridículas que, él mismo no sabía de donde las sacaban. Deberían escribir un libro, reflexionó, al tiempo que ajustaba sus gafas que caía por el puente de su nariz con uno de sus dedos: —Cada vez que hablas, te haces ver más estúpida, Perséfone. Deberías aprender a tener el pico cerrado, o mejor, compraré un bozal, para ti, querida. —Terminó por decir frívolo, haciendo el énfasis en querida, porque, sinceramente nunca usa ése apelativo para su mujer. Hasta sentía que su lengua se quemaba por decir tal palabra. — Vamos a ver, un regalo se supone que está envuelto para no saber que es. ¿Dónde está tu inteligencia, Perséfone?, ¡¿Dónde?! Que extraño me resulta, que estés encarando algo de lo que yo no tengo nada que ver. ¿Acaso tengo que ser adivino para saber que nos regalaron?, ¿hum? —enarcó su ceja, aguantando las ganas de propinarle una bofetada a ésa linda cara de muñeca que tenía. La jodida le podía, y ésta no podía ser idiota para no percatarse. Pero una vez deshacerse de aquella cosa, dio por sentado el asunto, ya no le importaba lo que ella haría con él. — Deshazte tu de estás porquerías, porque, ésa cosa sin duda no es para mí. —Por un momento recordó que la caja tenía muchas cosas, desde disfraces hasta artilugios sexuales de los que Adler quería investigar en profundidad. Levantó la vista, aquello le decepcionó. —Cobarde —saboreó el insulto en su venenoso paladar—, si no puedes complacerme… No sirves. —Y dejo en evidencia un rostro de hostilidad en contra de la rubia, por supuesto, él quería ver si aquella llenaba sus expectativas en el ámbito que sea. Porque, ¿cómo podría testearla si ésta no quería cumplir con sus demandas? Entonces con aquellos azulinos, recorrió el lugar, mirando todo en profundidad, cada vez que miraba la sala, encontraba cosas que debían ser limpiadas porque, para el vietnamita no era suficientemente perfecto. Se dignó primero a terminar con lo que tenía acordado: dejar todo en su lugar. Quizás Idarión sería su nuevo hogar por un tiempo indefinido porque, también le parecía una bonita excusa para escapar del mundo exterior, es decir, ¡no hay nadie molestándolo! Una forma sencilla de decir que empezaría una vida nueva junto a su esposa, hasta, tener que reanudar sus deberes tanto como empresario, como proxeneta. De seguro sus hombres deben estar haciendo desastres en su ausencia. Observó su dedo sangrante, pensar en cosas le distraía de sobremanera. Insulto en sus pensamientos tormentosos y levantó la mirada: —¿A quién le harás un regalo?, no te lo permito. No le hagas regalos a nadie. —Se sentía traicionado cada vez que su mujer intentaba acercarse a personas que no fueran él. ¡Es suya legalmente!, claro, un papel tenía mucho poder. Viró su rostro lentamente, admirando en silencio aquél gesto tan materno que él siempre quiso de niño. Quitó su mano inmediatamente cuando ésta arruinó la armoniosa escena, o al menos, para él era armoniosa porque por una vez desde que se conocieron, permitió que se le aproximara lo suficiente sin que él la ahuyente. — Pues baila tú sola, yo curaré mi dedo —atina a decir, levantándose para buscar algún botiquín de primeros auxilios en el baño, dejando a su esposa sola en la sala, pues, no le interesaba bailar tras no ser un momento adecuado para hacerlo. |
Adler R. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
A veces, la música no se trataba solamente de un acompañamiento de dos sino, que se volvía algo más profundo casi rozando al lado espiritual. No obstante, también se decía el viejo mito de que aplacaba a las fieras. ¿Qué criatura no encontraba irresistible tal cosa? Pues, en aquellos momentos, para Adler le resultaba una simple tontería. Ya que se hallaba aún más concentrado en acabar de una vez con la estorbosa labor de desembalar cajas y cajas. Bueno, tampoco, se trataba de un trabajo al que Marlene le molestara hacer. Al contrario, para la caboverdiana lo que si, le ocasionaba un enorme pesar era discutir a diario con Adler. Contentarlo y entenderle, no se le volvía una tarea sumamente fácil ni mucho menos, a la hora de afrontar aquellos inesperados cambios de humor. Aunque ella, tampoco era una excepción a la regla, al ser de carácter leonido y del elemento fuego, su personalidad se volvía de igual combustible.
—No puedo creer que seas tan aguafiestas, Rod. ¿Qué mal te hace? —Le expresó despreocupada, alejándose un poco de él y de romperle un cierto contacto visual, ya que no podía reñir contra el poder que encerraban aquellos profundos ojos azules. Unos que le emitían un profundo desprecio reprimido conjunto a una estela de desilusión. Muy pequeña, pero, lo suficiente notoria a la vez. Un lo siento estuvo apunto de emerger de sus labios, admitiéndole su derrota y bandereando su ofrenda de paz. Tenía deseos de terminar el día lo mejor posible y por ende, quisó hacer correctamente pases con él, antes de empezar a desempacar sus pocas pertenencias de Cabo Verde y de llevarlas a su pequeño estudio. Su espacio. Aquél mismo que no le permitía al tiburón entrar. ¿Para qué? ¿Por qué le ocultaba sus secretos? No. Simplemente, quería tener un sitio donde se sintiera únicamente dueña y gobernar en él como se le placiera.
“Adler… No le temo a nuestro matrimonio, sino, que a lo que pasé después. ¿¡No te das cuenta!? Estoy asustada… ¡Por Alak!" Pensó tristemente. Levantándose de apoco de su incomoda posición, cuando esté le dio unos instante de soledad y de que apretara apenas sus puños. Marlene se contenía de cometer idioteces, pero, por causa del suceso anterior le estaba costando armonizarse. ¿Cómo aplacarse sin tirar las cosas por la borda? A pesar, de hurgar entre sus pensamientos no conseguía dar con la respuesta a sus males. ¿Qué debía hacer?
Respiró hondo.
La joven levanto como pudo su caja, depositándola encima de otra y de casualidad, por meras cosas del destino, encontró su viejo equipo de música. Frunció ligeramente el seño. Ese aparato le había servido de mucha ayuda durante sus años de entrenamiento, en Estados Unidos, siendo todavía una novata recién ingresada a la farándula. Jamás creyó que lo cargaría también dentro del itinerario de la mudanza y por lo visto, no fue lo único que vino con él: Una caja llena de pequeños casetitos, usados, se le acopló.
—Las cosas que uno encuentra.—Meditó en voz alta, melancólica y sin importarle mucho lo que llegara opinarle su marido. Buscó un enchufe para conectarlo, presionó el correspondiente botón del compartimiento y le subió un poco el volumen. Vinceró, Perderó. Se empezó a escuchar por cada centímetro de la casa, sin embargo, no falto para que la mascota de Adler se le sumará con ladridos y corriera hacia la puerta de salida, la cual se encontraba cerrada con llave. ¿Quién sería? Así que, movida por su insaciable curiosidad se encaminó a ver quién era.
—No puedo creer que seas tan aguafiestas, Rod. ¿Qué mal te hace? —Le expresó despreocupada, alejándose un poco de él y de romperle un cierto contacto visual, ya que no podía reñir contra el poder que encerraban aquellos profundos ojos azules. Unos que le emitían un profundo desprecio reprimido conjunto a una estela de desilusión. Muy pequeña, pero, lo suficiente notoria a la vez. Un lo siento estuvo apunto de emerger de sus labios, admitiéndole su derrota y bandereando su ofrenda de paz. Tenía deseos de terminar el día lo mejor posible y por ende, quisó hacer correctamente pases con él, antes de empezar a desempacar sus pocas pertenencias de Cabo Verde y de llevarlas a su pequeño estudio. Su espacio. Aquél mismo que no le permitía al tiburón entrar. ¿Para qué? ¿Por qué le ocultaba sus secretos? No. Simplemente, quería tener un sitio donde se sintiera únicamente dueña y gobernar en él como se le placiera.
“Adler… No le temo a nuestro matrimonio, sino, que a lo que pasé después. ¿¡No te das cuenta!? Estoy asustada… ¡Por Alak!" Pensó tristemente. Levantándose de apoco de su incomoda posición, cuando esté le dio unos instante de soledad y de que apretara apenas sus puños. Marlene se contenía de cometer idioteces, pero, por causa del suceso anterior le estaba costando armonizarse. ¿Cómo aplacarse sin tirar las cosas por la borda? A pesar, de hurgar entre sus pensamientos no conseguía dar con la respuesta a sus males. ¿Qué debía hacer?
Respiró hondo.
La joven levanto como pudo su caja, depositándola encima de otra y de casualidad, por meras cosas del destino, encontró su viejo equipo de música. Frunció ligeramente el seño. Ese aparato le había servido de mucha ayuda durante sus años de entrenamiento, en Estados Unidos, siendo todavía una novata recién ingresada a la farándula. Jamás creyó que lo cargaría también dentro del itinerario de la mudanza y por lo visto, no fue lo único que vino con él: Una caja llena de pequeños casetitos, usados, se le acopló.
—Las cosas que uno encuentra.—Meditó en voz alta, melancólica y sin importarle mucho lo que llegara opinarle su marido. Buscó un enchufe para conectarlo, presionó el correspondiente botón del compartimiento y le subió un poco el volumen. Vinceró, Perderó. Se empezó a escuchar por cada centímetro de la casa, sin embargo, no falto para que la mascota de Adler se le sumará con ladridos y corriera hacia la puerta de salida, la cual se encontraba cerrada con llave. ¿Quién sería? Así que, movida por su insaciable curiosidad se encaminó a ver quién era.
Marlene P. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
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Mordió su labio, aquella bendita blonda estaba haciendo enfadar al Diablo. No hay remedio, la rubia ya le sabía a una enfermedad letal que le estaba consumiendo. Un cáncer o alguna especie de tumor maligno del cual le estaba matando muy lentamente. Peor cuando hablaba, incrementando un odio irracional, sin hacer distinciones de ningún tipo. ¿A qué juega? No pudo más que sonreír satisfecho, pero fue demasiado fugaz, dado que la rubia tuvo que arruinarlo con un comentario estúpido. Es que ella no tiene la culpa de nada, simplemente al vietnamita le da alergia todo aquello referido a lo dulce: sean chocolates o una muestra de afecto lo bastante cursi. Aborrece las cursilerías y los sentimentalismos, aunque muy en el fondo, allá, en el sótano bajo llave y cadenas, esconda un artista shakesperiano. Entró al baño del primer piso con prisas, buscando detrás del espejo al poder abrirse y allí encontrarse con medicamentos o, cremas. Abrió el grifo del agua y dejó que el agua se deslizará y se escurriera por aquellos finos dedos de artista, de asesino. La temperatura era fría, pero al menos pudo calmar el pequeño dolor del corte, enjuagó, y por fin cerró hasta ponerse la venda adhesiva con cuidado. Soltó un suspiró complaciente, y a los segundos se vio un momento a través de su reflejo. Nunca pudo observarse demasiado tiempo, dado que con frecuencia, aparecían figuras excesivamente extrañas, como si él hubiera tomado algún narcótico para poder imaginarlas, más, no es así. Apartó el rostro rápidamente apenas notarlo. Su corazón agitado bombeó fuerte, llevando la sangre a prisas por todo su cuerpo, experimentando la adrenalina. Sorbió saliva y regresó a la sala. Había llegado justo a tiempo para oír el sonar de la música proveniente del equipo. No se quejó, sin embargo, ¿eso para ella era música bailable?— Perséfone, ésta música es para dormirse, cambia ésa porquería —blasfemó, no es que la consideré una realmente, simplemente que, ella dijo que quería bailar, ¿entonces porque mete cosas para dormir?, se pregunta— Es preferible poner algo movido y rítmico para desmantelar las cajas, por el amor a Hades —y toqueteó los botones para cambiar de estación a la radio. Se ajusto las gafas al reconocer la introducción de piano, era Grupo Niche, cantando “Sin sentimiento”. —Porqué vuelves a meterte en mi pensamiento a acabar con la poca fé que me queda para vivir —movió acompasadamente las caderas. Izquierda y derecha. Adelante y atrás. Estaba bailando salsa limpiamente, y muy fuera de sí, ¿él bailando salsa?, por supuesto. Sabe bailar, otra cosa es alardear de eso. El molestó toc toc irrumpió su inspiración y con una oculta rabia, tomó a su mujer para enlazarla y bailar con ella, una toma abrupta para desviarla de su trayecto—. Si atiendes, te corto las manos —susurró en su oído diestro. Se estaba adhiriendo como parásito en el cuerpo de la fémina, para él era una sensación de asqueo y calidez. Le dio un par de giros e hizo unos trucos básicos hasta tomarla de las caderas y detenerse—. Suficiente por hoy —concluyó frívolo—. Y no te atrevas a atender a los vecinos, no quiero a la chusma aquí dentro. |
Adler R. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
Los celos del dueño de la casa volvieron a emerger una vez más, al ver que su esposa cambio rápidamente de idea y se dirigía a la puerta a atender al desconocido. Quizás, él pensó que Marlene se quedaría sumisa en el living, abriendo caja por caja y sin emitir sonido, en cuanto al tema de la discusión del verdadero origen de la caja del mal. Y siendo que fue el mayor motivo por el cual ambos riñeron como críos. Ella frunció el ceño. Su marido ahora se sentía dueño de su viejo equipo y había escogido un ritmo completamente opuesto al suyo. ¿Por qué siempre le llevaba la contraria? Al principio, ella se halló muy disgustada por su repentino accionar y debido a que también le había quitado los deseos de pedirle otra pieza de baile. Hasta ella había llegado a la conclusión de que era un maldito dictador. Si tan solo él supiera la bella joya que tenia entre sus manos… Lo que él se perdía.
Aquella joven si quería podría volverlo su mundo, el paraíso de su vida, pero el muchacho no parecía desear lo mismo. ¿Quiénes habían atribuido a volverlo lo que era? Desde que ella lo conoció por primera vez, que se formulaba constantemente aquella misma pregunta. Al punto de que le llegaba a entristecer la idea de vivir bajo el mismo techo en compañía de un completo desconocido. Justo en el momento que iba a darse media vuelta y decir algo, las palabras murieron dentro de su garganta al toparse de lleno con la escultural figura de Adler. Tragó saliva. A veces no podía evitar, sentirse pequeña e inferior, no por que le temiera, sino que su mente se le ponía en blanco debido a que era muy espontaneó en sus movimientos. El timbre continúo sonando, Unicornio dormitaba sin moverse de su caja y en tanto, Marlene se dejó cautivar por aquella nueva faceta de su marido. Una más vivaz y llena de sensualidad. Aún estando entre sus brazos y al ser testigo, confidente, de su susurrar peligroso. Aquel pensamiento no se esfumó y ayudó a que ella aplacará cualquier sentimiento de furia de su cuerpo.
— Eres una bolsa de sorpresas, cariño.—Halagó, cuando se detuvieron y que aprovechó para mirarlo a los ojos. Unas oscuras gemas azules, tan profundas como el mismísimo mar y que amenazaban con tragarla viva si se adentraba más en ellos. Enseguida la bajo y un suave rubor tiñeron sus mejillas, al darse cuenta que no lo había apartado del todo. La caboverdiana tampoco lo quiso hacer tan pronto. Sin importarle que le volviera a rechazar, con cuidado lo comenzó a abrazar, le enterró el rostro contra su pecho y olfateó su perfume. Una marca exquisita y que no le era irreconocible desde el instante, en que le inundaba a la nariz y estaba en cada centímetro de la casa.
El hogar de ambos.
— Rod, no deja de sonar el timbre...—Murmuró bajito y alzándole la vista para mirarlo luego de unos segundos. En efecto, quién sea que estuviese tocando, no pensaba irse con las manos vacías y se estaba jugando mucho el pellejo a que su compañero perdiera finalmente lo estribos. —Quizás, necesite nuestra ayuda y se la estemos negado muy egoístamente. —Razonó temerosa y al mismo tiempo, que determinó por separarse del tiburón.
Aquella joven si quería podría volverlo su mundo, el paraíso de su vida, pero el muchacho no parecía desear lo mismo. ¿Quiénes habían atribuido a volverlo lo que era? Desde que ella lo conoció por primera vez, que se formulaba constantemente aquella misma pregunta. Al punto de que le llegaba a entristecer la idea de vivir bajo el mismo techo en compañía de un completo desconocido. Justo en el momento que iba a darse media vuelta y decir algo, las palabras murieron dentro de su garganta al toparse de lleno con la escultural figura de Adler. Tragó saliva. A veces no podía evitar, sentirse pequeña e inferior, no por que le temiera, sino que su mente se le ponía en blanco debido a que era muy espontaneó en sus movimientos. El timbre continúo sonando, Unicornio dormitaba sin moverse de su caja y en tanto, Marlene se dejó cautivar por aquella nueva faceta de su marido. Una más vivaz y llena de sensualidad. Aún estando entre sus brazos y al ser testigo, confidente, de su susurrar peligroso. Aquel pensamiento no se esfumó y ayudó a que ella aplacará cualquier sentimiento de furia de su cuerpo.
— Eres una bolsa de sorpresas, cariño.—Halagó, cuando se detuvieron y que aprovechó para mirarlo a los ojos. Unas oscuras gemas azules, tan profundas como el mismísimo mar y que amenazaban con tragarla viva si se adentraba más en ellos. Enseguida la bajo y un suave rubor tiñeron sus mejillas, al darse cuenta que no lo había apartado del todo. La caboverdiana tampoco lo quiso hacer tan pronto. Sin importarle que le volviera a rechazar, con cuidado lo comenzó a abrazar, le enterró el rostro contra su pecho y olfateó su perfume. Una marca exquisita y que no le era irreconocible desde el instante, en que le inundaba a la nariz y estaba en cada centímetro de la casa.
El hogar de ambos.
— Rod, no deja de sonar el timbre...—Murmuró bajito y alzándole la vista para mirarlo luego de unos segundos. En efecto, quién sea que estuviese tocando, no pensaba irse con las manos vacías y se estaba jugando mucho el pellejo a que su compañero perdiera finalmente lo estribos. —Quizás, necesite nuestra ayuda y se la estemos negado muy egoístamente. —Razonó temerosa y al mismo tiempo, que determinó por separarse del tiburón.
Marlene P. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
Never let me go
Residencias × Día × Marlene P. Edelstein
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Le molestaba en demasía que irrumpieran sus tareas, incluso la más mínima. Viniendo con absurdas ideas de querer aparentar ser buenos vecinos cuando en realidad, deberían de importarle una mierda la pareja de recién casados, o al menos, así lo alude el peliazul. Sintiendo que la sangre se le hervía a punto de ebullición tras oír los molestos toc toc provenir desde la puerta de madera. Y no sólo,porque no tuvieras ganas de atender, sino que precisamente; no quería y se negaba, al hecho de congeniar con otras personas que no fueran, Marlene pese a que no lo demuestre —es malísimo en cuestiones de expresar sentimientos—, en el fondo la deseaba con una fuerza abrumadora, sintiendo celos muy obsesivos y enfermizos por ella. ¡Nadie puede tocarla!, ¡nadie puede mirarla!, ¡nadie puede hablarle y ni siquiera respirar cerca de ella!, sino, ¡zas!, la vida de esos pobres infelices terminaría en un pispás. Tras tenerla en su poder, sentía las chispas de goce vibrar en todo su cuerpo, una energía vigorosa que se escurría velozmente como un rayo eléctrico y relampagueante. Y apenas acabar el baile, se dejó abrazar por su esposa quién andaba mimosa, algo que él repudió pero sin rechazar aceptó el tímido abrazo del cual demandaba su cariño. Sólo que, Adler es muy ausente de ésas muestras afectivas al sentir un rechazo infinito en toda cosa dulce y empalagosa que el ser humano, realiza. Estiró los brazos con aspereza, realizando una mueca como si en verdad le doliera hacerlo y por fin, rodearla en su calor —sí es que lo tiene—, saboreando el momento cuando sus manos se acomodaban en su esbelta figura. Tenía la palabra “exquisita” rondando por su cabeza, mordiéndose el labio inferior, como si el hambre atacará su sistema digestivo y necesita de aplacarlo. La mirada la dejó reposar en la pared blanca, apreciando la misma nada mientras, unas extrañas sombras jugaban entre sí, arremolinándose y desatando el caos en la mente turbia del vietnamita. Ésas cosas le hacían sentir un sazón inmundo, pero el sonido de la realidad volvían a inducirlo de nuevo en la tierra, una que muchas veces maldecía sin piedad y arrepentimiento. Pues sí, el mundo saca lo peor de él. Ése mundo lleno de odio, maldad, ira y amargura que tan mal huele pero, así ya cree que es normal. Una cosa diaria, y la droga de todos los días—. No me interesa, que se rompan las manos si es necesario, no le abriremos —demandó encaprichado, y bajó la mirada azulina directamente a su esposa, procurando inyectarle un abrumador tóxico en consecuencia de una ira presente—. Les abres, y los mato. —Y era capaz de hacerlo, sólo tenía que abrir el estante y sacar un revolver de calibre 44, el mismo con el que comenzó a matar sin vacilar. No permitió que se separará cuando ella pretendió hacerlo, si no que, la regresó a sus brazos bruscamente—. ¿Ayuda?, tienen una cuadra llena de vecinos, que les pidan ayuda a otros. Yo no doy caridades, no estamos en una maldita iglesia. —El veneno que escupía iba cargado con sinceridad, por lo que Marlene debería estar agradecida de que tenía un esposo de lo más directo… Mortalmente directo, pero a fin de cuentas no es del todo mentiroso. Sus manos inquietas recorrieron el esplendoroso cuerpo de la rubia, subiendo por fin a su mandíbula para incrustarle un beso que le urgió desde las profundidades de sus entrañas, a modo de calmante—. Sigue con las cajas… Yo atenderé, pero no me hago cargo de lo que pasé, ¿entendiste? —advirtió agrio, soltándola muy despacio y comenzando a quemar con su mirada la puerta, quién esté detrás de ella: ¡ay!, pobre de él. Sería torturado por el tiburón… Comido, devorado, hecho trizas, en cuestiones más biológicas. Caminó a prisas, altivo y caminando hacía adelante con firmeza, no tenía paciencia para estas cosas. Y cuando por fin sostuvo el picaporte en su palma, la giró bestial para admirar a la criatura impertinente que vino a molestar. |
Adler R. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
La zona desnuda del pasillo se asumió en un terrible silencio, aquella parte parecía algo descolorido al no estar adornado ni siquiera conservaba la presencia de un triste jarrón. Faltaba ése característico calor de hogar y por otros segundos más hubiese continuado expresando, la sensación de que no se encontraba nadie habitándola. La santa música resonó desde otro punto indeterminado de la vivienda; parecía provenir del supuesto living de estar, y logró romper cualquier clase de calma qué se pudiera haber sembrado. La delfina había ganado contra la terquedad de su marido, sin anticiparse y saboreara casi al final, lo cuan buen bailarín llegaba a ser. Hasta su frialdad le pareció un encanto, e incluso su agonía cuando recibió un abrazo suyo le provocó una sonrisa. Hubiese reído abiertamente, pero tampoco quería verse muy abusiva enfrente de Adler y así mismo, el poco avance que tuvieron duró muy poco. Algo siempre hacían que acabaran de nuevo en lo mismo y ése mismo, se encontraba golpeando incansablemente su puerta.
—Rod, debemos.—le reprocharon los labios de la rubia, contradiciendo al pediazul de nuevo y tomando partido a retomar de nuevo su camino al pomo. Marlene no conocía sobre el peligro que podría correr al abrirse, al ser tan confiada y le deba de que comer a su esposo en cuanto al tema de sus celos. Porque un Hades protege a su Perséfone por encima del Inframundo, celando a aquellos que osen sacársela y por ende era capaz de encerrarla dentro de un desván con tal de protegerla del mal que hubiese afuera. Así mismo, la caboverviana no tenía la culpa y solamente hacia caso a su poderoso instinto, cosa que enfadaba muchísimo a nuestro tiburón. Además que estaba dentro de su genoma de ser espiritual.
El muchacho no esperó mucho para acortarle su camino, atrapándola entre sus garras y advirtiéndole sin borrar su frialdad, pero si haciéndole saber su ira ante sus ataques fallidos de rebeldía. Obviamente, Marlene no se iba a quedar de brazos cruzados, respondiendo con unos cuantos forcejos y cansándose de a intervalos. —¿Porqué siempre desconfiás de mi? ¡No ves que nos acabaremos destruyendo, Rod!—le dolían sus muestras de celos, su rabia y ésa maldita maña suya por buscar fantasmas inexistentes que insinuaban a que rehuía de su contacto. Ella se quedó quieta, bajando su mirada y reprimiéndose el llorar como una tonta. Desde que la hospitalización de su hermana, el vivir con él y otros demás acontecimientos sentía que no tardaría en estallar. ¿Cómo hacia para no volverse loca? Al menos pudo contra el estrés y mantenerse todavía a flote, aún cuando el futuro de su matrimonio lo siguiera viendo de color negro y ni siquiera pensó en retomar su carrera como acróbata ya que le traía muy malos recuerdos.
La tensión comenzó a sumergirse entre ambos, al igual que no tardaron en chocar sus alientos y miradas con cierta necesidad silenciosa. No habían pasado durante aquellos cuatro meses a segunda base, solo fueron simples roces, besos y abrazos cortos. Nunca un beso prologando, pasional o que fuera al borde de acabar en otros rumbos cómo en ésa oportunidad. Los llamados a la entrada conjunto a las cajas pasaron a ser una cosa segunda, mientras la delfina le iba correspondiendo torpemente y siendo tenida desde la quijada. Separa sus labios, rozaba y mordía el labio del tiburón despacio sin verse necesitada, sino en un gesto intimo. No obstante lo maravilloso duraba muy poco y tuvieron que separar casi al instante. El fresco como lechuga y ella con el corazón agitado de las emociones. Llevó su mano al pecho, arrugando sus dedos en su prenda e inspirando el aire que le faltó después de aquella colisión.
Estuve a punto.., su pensamiento fue interrumpido y sus mejillas se tornaron de nuevo a carmín. Seguramente ya asemejándose a un semáforo. Antes del que, el dueño saliera a recibir a su anónimo forastero. Ella ya había cruzado medio pasillo con rumbo a las escaleras, subiendo de a dos los escalones; trastabillando y dando un infernal portazo que se pudo escuchar desde la planta baja. Marlene se había encerrado dentro del cuarto que se disputaba a diario con Adler, al caer la noche sobre todo Idarion y seguidamente que introdujo su cuerpo bajo las sabanas. Maldijo las imágenes que se le vinieron a la mente, mientras besó a nada menos que su dictador marido.—No volveré a bajar...aght! Te odio, Rod!—exclamó alto, y haciéndose más un ovillo con las impecables sabanas.
—Rod, debemos.—le reprocharon los labios de la rubia, contradiciendo al pediazul de nuevo y tomando partido a retomar de nuevo su camino al pomo. Marlene no conocía sobre el peligro que podría correr al abrirse, al ser tan confiada y le deba de que comer a su esposo en cuanto al tema de sus celos. Porque un Hades protege a su Perséfone por encima del Inframundo, celando a aquellos que osen sacársela y por ende era capaz de encerrarla dentro de un desván con tal de protegerla del mal que hubiese afuera. Así mismo, la caboverviana no tenía la culpa y solamente hacia caso a su poderoso instinto, cosa que enfadaba muchísimo a nuestro tiburón. Además que estaba dentro de su genoma de ser espiritual.
El muchacho no esperó mucho para acortarle su camino, atrapándola entre sus garras y advirtiéndole sin borrar su frialdad, pero si haciéndole saber su ira ante sus ataques fallidos de rebeldía. Obviamente, Marlene no se iba a quedar de brazos cruzados, respondiendo con unos cuantos forcejos y cansándose de a intervalos. —¿Porqué siempre desconfiás de mi? ¡No ves que nos acabaremos destruyendo, Rod!—le dolían sus muestras de celos, su rabia y ésa maldita maña suya por buscar fantasmas inexistentes que insinuaban a que rehuía de su contacto. Ella se quedó quieta, bajando su mirada y reprimiéndose el llorar como una tonta. Desde que la hospitalización de su hermana, el vivir con él y otros demás acontecimientos sentía que no tardaría en estallar. ¿Cómo hacia para no volverse loca? Al menos pudo contra el estrés y mantenerse todavía a flote, aún cuando el futuro de su matrimonio lo siguiera viendo de color negro y ni siquiera pensó en retomar su carrera como acróbata ya que le traía muy malos recuerdos.
La tensión comenzó a sumergirse entre ambos, al igual que no tardaron en chocar sus alientos y miradas con cierta necesidad silenciosa. No habían pasado durante aquellos cuatro meses a segunda base, solo fueron simples roces, besos y abrazos cortos. Nunca un beso prologando, pasional o que fuera al borde de acabar en otros rumbos cómo en ésa oportunidad. Los llamados a la entrada conjunto a las cajas pasaron a ser una cosa segunda, mientras la delfina le iba correspondiendo torpemente y siendo tenida desde la quijada. Separa sus labios, rozaba y mordía el labio del tiburón despacio sin verse necesitada, sino en un gesto intimo. No obstante lo maravilloso duraba muy poco y tuvieron que separar casi al instante. El fresco como lechuga y ella con el corazón agitado de las emociones. Llevó su mano al pecho, arrugando sus dedos en su prenda e inspirando el aire que le faltó después de aquella colisión.
Estuve a punto.., su pensamiento fue interrumpido y sus mejillas se tornaron de nuevo a carmín. Seguramente ya asemejándose a un semáforo. Antes del que, el dueño saliera a recibir a su anónimo forastero. Ella ya había cruzado medio pasillo con rumbo a las escaleras, subiendo de a dos los escalones; trastabillando y dando un infernal portazo que se pudo escuchar desde la planta baja. Marlene se había encerrado dentro del cuarto que se disputaba a diario con Adler, al caer la noche sobre todo Idarion y seguidamente que introdujo su cuerpo bajo las sabanas. Maldijo las imágenes que se le vinieron a la mente, mientras besó a nada menos que su dictador marido.—No volveré a bajar...aght! Te odio, Rod!—exclamó alto, y haciéndose más un ovillo con las impecables sabanas.
Marlene P. Edelstein
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Re: «Never let me go» Marlene P.
Never let me go
Residencias × Día × Marlene P. Edelstein
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“Rod, debemos” ¿Qué deben hacer?, ¿atender?, el tiburón se negaba todavía a tener que enfrentar a quién llamaba a la puerta con impciencia. ¿Jugar al buen vecino? No está en sus convicciones y mucho menos, tenga el agrado de mostrarse empático cuando, no existe en su personalidad algún indicio de ello. Frunció el ceño, desaprobando el movimiento impertinente de su esposa, y aún, tomando la decisión de detenerla a bruces, sin tacto de por medio. La fragilidad que emitía Marlene era propia de una muñeca de porcelana, de ésas que Adler gusta de apreciar en la lejanía. El problema es que, ésta muñequita tenía alma y espíritu sensible. Emotiva, aventurera y cálida. Todo lo contrario a él, que hasta podía ser la misma representación del dios de la muerte. “¿Porqué siempre desconfías de mi? ¡No ves que nos acabaremos destruyendo, Rod!” Entrecerró sus ojos cansinamente. Era la misma historia de nunca acabar y el círculo interminable de una batalla psicológica. Está seguro que siempre gana, porque, ¿qué puede hacer una mujer de su tipo contra un poderoso hombre como él?... Quizás la única fobia que tenga, es que terminé gustándole demasiado la idea de que ella sea el aire que respira. Pero está seguro de algo: desde que la vio por primera vez se convirtió en su enfermiza obsesión y en una cadena de locuras tras otras. Ella sabe hacer malabares con sus actitudes pero jamás sabrá como apaciguarlo por mucho que intente pues, cada paso que pretende dar con él, es un atraso constante. La miró de soslayo, pretendiendo creer que era un pequeño pececito del cual devorar pero, al ver a través de sus ojos podía confirmar que no era un simple pez sino una presa mayor. Un reto que se le antoja adictivo al conocer sobre la promiscuidad de su mujer. Abrió los labios con la intención de decir algo. Se acalló al instante. Está consciente que siempre tirará la granada entre ambos, por lo que prefirió no gastar palabras en vano. Lo siguiente lo dejó trastornado, ¿qué le pasa ahora? No comprendía ésas muestras de bajeza que le enseñaba pero le agradaba lo que veía, ¿era tristeza lo que albergaba en su corazón? Sonrió como el más bastardo, la humillación y la debilidad sexual siempre serán sus fetiches favoritos. Contenerse el ansía de besarla no pudo ser controlado está vez, pero el peliazul es más perverso de lo que aparenta. Adiestrado en ésas artes oscuras del placer y maravillado en la idea de que ella aún resulte ser una inexperta virgen, «cuantas cosas tendré que enseñarte, querida» Pensó sugerente para sí, planeando desde antemano que la iba a degustar a una velocidad lánguida y cuidada; perfecta y minuciosa. Enjuagó sus labios, limpiando el sabor que le plantó la rubia, ése que tiene un extraño gustillo a melón y sandía. Dejó de lado las nimiedades anteriores, olvidándose de la presencia brillante de la rubia y fijarse ahora, el que amonestaba su tranquilidad. —¿Qué quieres? —le preguntó al joven que se mostraba simpático y optimista. ¿Un vendedor de puerta a puerta?, ¿o un chismoso que quiere amistarse con los nuevos vecinos? Ante la duda, ladeó el rostro para estudiarlo con un aura de indiferencia. —¡Hola vecino! —Saludó enérgico—, ¡vengo a darle la bienvenida al vecindario! Hasta le traje past… —La puerta se le cerró en la cara con urgencia. Odia el pastel y odia ése tipo de vecino que se especializa en socializar con todo bicho que se mueva. Después miró a sus lados, buscando impaciente a la doncella primaveral que hace unos instantes yacía con él en el mismo piso. «Estúpida, ¿te vas justo cuando siquiera hemos terminado de desempacar?», tuvo ánimos de buscarla y arrastrarla de su cabellera blonda, sin embargo, prefirió ordenar por su cuenta. Una mujer inútil se le era fastidiosa, hasta era capaz de ignorarla olímpicamente en el transcurso de la cena. Se le escapó un soplido nervioso, y admiró a su canino en la medida que ocupaba las cosas en los espacios vacíos. Y cuando encontró una foto de Marlene en el entrevero, secretamente dejó suspender su vista azulina en la imagen; Había una mezcla de sentimientos confusos, ardientes y posesivos en ésta, emociones que se le eran difíciles de mostrar teniéndola enfrente pero que en la intimidad, podía evidenciar con soltura. |
Adler R. Edelstein
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Vie Abr 13, 2018 6:04 pm por Cian Sheehan
» #Libro de Firmas
Sáb Mar 17, 2018 10:57 am por Gu Bei Chen
» ꧁ Gu Bei Chen ꧂
Sáb Mar 17, 2018 10:56 am por Gu Bei Chen
» ❉ Duanmu Louye ❉
Vie Mar 02, 2018 11:09 am por Duanmu Louye
» Los secretos y el pasado en la tumba deberían de quedar [Priv. Jun Kazuya]
Lun Feb 26, 2018 10:06 pm por Jun Kazuya
» Bajo el cielo inmaculado [Priv.]
Sáb Feb 24, 2018 11:41 pm por Larrence O'Brian
» ||Stars Can't Shine Without Darkness|| Priv.
Sáb Feb 24, 2018 10:04 pm por Larrence O'Brian
» One Step Closer...[Priv. Tasha || +18]
Miér Feb 21, 2018 3:20 pm por Gerhard Leisser
» ¿Fría atracción o cálida avidez? [Priv. Ahri]
Miér Feb 21, 2018 1:36 am por Rai R. Solberg
» Bake your Mood (Priv. Arlyne)
Sáb Nov 11, 2017 1:44 am por Arlyne Ní Laoghaire
» ENCUENTRO ACCIDENTADO (Priv. Kailen Tsukishiro)
Jue Nov 09, 2017 7:27 pm por Arlyne Ní Laoghaire
» {Juego} ¡Confiesa!
Vie Nov 03, 2017 3:24 pm por Dante Zuegg