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Mensaje por Melanie S. Hiddleston Sáb Jun 11, 2016 4:50 am



La musa correcta
Privado Odette y Adler

 A penas puedo ocultar mis propias ansias, que afloraban al a par de unos nervios indescriptibles y que resurgían cada vez que hacia un vistazo a la puerta de entrada. Me halló ocupando un lugar bastante cómodo; lo digo porque no esta entre medio de las demás mesas del sitio, esta fuera del rango de las conversaciones absurdas y daba un aire completamente intimo. Faltaba de decir “agradable”.

 Creo que, en parte, aquella opción de reserva fue con la intención de cumplirle un capricho a mi cuñadito y también agradecerle el favor de no enfocarse demasiado sobre mi nueva musa y antes de que la  mandase a la pila de “chicas pendientes”; Ésas que incluso ni se molestaba luego a recitarlas por interferencia de su queridísima gente. Así de turbios eran todos sus manejos. Aunque eso es lo que menos me preocupa.
  Y con respecto a la intromisión que hice sobre sus asuntos; puede que él me lo haga cobrar tarde o temprano, o lo aprovechara a hacer sobre aquella velada y teniendo a Odette frente a mis narices. Lo que me tiene sin cuidado, ya de por sí; el que Adler haya aceptado ser parte de mi almuerzo sin mucho esfuerzo, me descolocó enteramente de mis andamios.  

 Después de todo, lo involucre en este proyecto a propósito. Por un lado porque admiraba, pese a su carácter, tener el respaldo de una persona de renombre cómo él que gobernaba con mano de hierro dentro de aquella industria; y por el otro, que tenía el súbito pálpito que posiblemente todo eso acabaría muy bien, ¿podría ser?
 
 En parte, me sentiría bastante disgustada, si aquella jovencita no era lo que esperaba y terminaría por echar tierra a cada idea fluida que me viniera a la mente sobre los distintos diseños que pudiera lucir a los ojos del planeta. Comenzó a tensarme un poco aquella reflexión.
   
¿Desea que le traiga alguna de las bebidas de nuestra carta, señorita Herdérvary?
  ¿Tan pronto? Tomé entre los dedos el cuchillo de plata, lo acaricié media ausente con la yema del pulgar la superficie metálica y sin largar todavía respuesta sobre tal sugerencia. Es la tercera vez qué me preguntaba por lo mismo.
Comprendo—Razonó el siervo por sobre lo que pudiera arremeter.—Estaré cerca por si me necesita.
Aguarde—le respondí de lo mas modesta—Antes que se vaya; quisiera pedirle una botella del mejor vino que tengan en bodega.
 De repente escuchó que alguien corre una silla, a lo que ambos miramos al ganador y me iluminara el rostro del gusto. La complicidad no iba a ser menos en aquella mesa.
Aprecio muchísimo que hayas podido llegar a primera base—Dije reveladora, amable y deslizando los dedos de una de mis manos hacia la servilleta doblada e intencionada a colocarla arriba de los muslos—. ¿Tomarás vino, no?—y por ultimo, que cruzó una de mis piernas por debajo de la mesa a que quedase por encima de la otra.    
 


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Mensaje por Odette Chrysomallis Sáb Jun 11, 2016 6:20 am

Aquella ardua sesión fotográfica, que me había tomado toda la mañana, al fin había dado su fin y ahora me encontraba en los vestidores, apurándome en alistarme para salir pues ahora tenía programada una reunión con una diseñadora de modas que se había mostrada interesada en mi trabajo. Yo no le conocía, pues mi agente se había encargado de hacer todos los tratos necesarios con la susodicha y a mí sólo me había llegado la información de que tenía que encontrarme con ella a las dos de la tarde en el restaurante Piaceri Della Vita, sin embargo tenía entendido que su trabajo era reconocido y que la mujer en cuestión no era mucho mayor de edad que yo. Eso era bueno, me ayudaría a entrar en un ambiente de mayor confianza y seguramente, debido a su juventud, me  encontraría con una persona fácil de tratar y no con aquellas egocéntricas celebridades con las que había tenido que convivir hasta ahora. Aunque debía admitir que no todos eran así, tampoco.
Cuando terminé de sustituir la ropa usada para la sesión y me puse mis propias prendas, di un rápido vistazo al reflejo del espejo de cuerpo completo que se encontraba en la habitación, deseando verificar que mi maquillaje fuera el adecuado y que mi cabellera se encontrara en buen estado. No era que a mí en lo particular mi interesaran las apariencias, pero mi carrera actual se centraba en el modelaje y, quisiera o no, era mi imagen la que vendía mi carta de recomendación. Una vez cerciorada de que todo estuviera en orden, completé mi atuendo con una gabardina blanca y, tomando mi bolso, salí de allí no sin antes despedirme y agradecer como era debido a todo el personal de la producción fotográfica. Solicité un taxi y verifiqué la hora en mi celular, sólo para descubrir que iba ya con el tiempo justo. Buena la elección de trasladarme por vehículo y no caminando, si bien no se encontraba demasiado lejos el estudio del lugar citado, era mejor no arriesgarse a llegar impuntuales. Sólo nos demoró unos minutos el llegar al restaurante y le pagué al conductor antes de bajar del automóvil cuando este se estacionó justo en frente de las puertas dobles y trasparentes del local. Las contemplé por unos segundos antes de caminar hacia estas y traspasarlas. No era la primera vez que acudía a aquel lugar, ya fuera por cuestiones laborales como esta o por motivación personal, y podía afirmar que su comida era muy buena, tal como presumía su reputación.
Le indiqué al edecán que ya me esperaban y le di el nombre de mi cita, la cual descubrí que tenía un buen rato ya aguardando. Confirmé una vez más que estuviera bien de tiempo y así era, pues justo en ese momento daban las dos en punto. Me sentí aliviada por ello, puesto que sería un punto negativo para mi presentación el hacerlo con impuntualidad. Me encaminé hacia le mesa que el hombre me señaló con un gesto de la mano y una vez que llegué allí, recorrí la silla frente a la hermosa chica de cabellera albina, quien estaba siendo entretenida en ese instante por uno de los meseros.
-Muy buenas tardes, supongo que usted es la señorita Hérderváry. Mi nombre es Odette Chrysomallis y tengo entendido que es a mí a quien desea ver -me presenté con cordialidad, tomando asiento para después fijar la mirada en los dos seres que me contemplaban como si se tratase de una aparición. Mi expresión mostró la incredulidad por ello, pero de forma inmediata descarté la confusión cuando la espiritual me dedicó aquella sonrisa. Me permití relajar, pero no lo suficiente como para no ser consciente a qué había venido y que debía comportarme profesionalmente en todo momento. Sus palabras iniciales fueron extrañas, pero preferí hacerlas de lado y aceptar su ofrecimiento de bebida. El mesero se retiró, haciendo una leve reverencia ante nosotras al hacerlo. Volví a centrarme en mi interlocutora-, ¿esperamos a alguien más?
Esa era una pregunta fundamental cuando de negociosos se trataba, pues muchas de las veces no sólo eran los diseñadores los que acudían a la cita, sino también alguna importante figura de la industria.


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Mensaje por Adler R. Edelstein Dom Jun 12, 2016 4:13 am



LA MUSA CORRECTA
Privado  Daney M. Hérderváry y  Odette Chrysomallis
       No es un hombre que le hiciese favores a nadie. De hecho, Daney sólo corre con la suerte que se “disculpa”  por quemarle los dibujos de sus diseños. Papeles que ella aún no sabe que quemó, y que no sabrá jamás, a menos que una desubicada asistente se lo diga. Él los dará por perdidos. ¿Importarle qué se enoje? En absoluto. ¿Qué le odie? ¡Mucho menos! Desde qué interrumpió la vida de su matrimonio la volvieron un importante objetivo a desplazar como una cucaracha. Allí, a la intemperie, y señalando un inadvertido cartel en el que pide ser pisoteada. Claro, compararla con una cucaracha es lo más lógico: Son los bichos más resistentes de la familia de insectos, y más asquerosos sobre la faz de la tierra.

     Llegar puntual es un principio que sigue rajatabla y respeta en todos los malditos casos de su vida empresarial. ¿En ésta ocasión? Hará una excepción con su cuñada llegando tardamente triunfal —lo mejor para el final, ¿no?—, a la reunión citada. Aunque, "tarde", lo define un minuto o dos de atraso.  Siendo no más que una evidente muestra de lo poco que le interesa apoyarla, en un ámbito en el que prácticamente se codean, o mejor dicho, deberían de codearse. Mientras, su bella esposa se queda en casa a hacer las labores domésticas como toda regla machista del siglo XVIII, dicta.

    Paró en la puerta con su flameante Cadillac, despertando el interés de una mujer que lo vio bajarse, pero él le dedico una mirada serpenteante bajo sus gafas oscuras, caminando en dirección a la puerta, en tanto, la corbata se la ajusta en un desliz de yemas. Se entrega a la galantería que desprende por sus poros, rebozando de una indefinible juventud que no parece marchitarse bajo sus treinta y un años.

    El reflejo de su apariencia la ve en el espejo de la recepción, comportándose algo narcisista cuando se cerciora que sus cabellos se encuentran en un perfecto estado. Quién le recibe lo reconoce, por lo tanto no fue necesario presentarse, hablándole unas palabras que ignoró totalmente referido al tiempo, y simplemente siguió su indicación sobre la reserva que han hecho. Dejó al mozo caminar por su lado, dirigiéndose directo a la dos jovencitas que aguardan por su brillante —y desquiciada— presencia.

    —¿Esperamos a alguien más?

     Se tomó las molestias de responder por la albina, ella entendería.
     —A mí —inmediatamente, tomando la permisa de sentarse lado a lado con la supuesta anfitriona de toda ésa teatralidad. Se quitó los anteojos por cortesía —y ponerse los habituales de vidrio—, sin presentarse pero diciendo un sencillo—: Buenas tardes… Yo sólo soy un… —indicó que el mesero se acercase a la mesa, pues le vio dudar—. Humilde juez. —Dejo de atenderlas por un momento para pedir—: Un café expreso —sabía que su desafortunada cuñada pediría “algo elegante”, ¿él? Sólo quiere desencajar, fastidiarla, y picarle mientras eleva una curva ladina de sus labios—. ¿Ya han pedido? —pero el muchacho, prudentemente, le contestó que sí. “Pidieron un vino”. Adler dejó contemplar una risita irónica—. ¿Vino? ¿A las dos de la tarde? —Negó varias veces. Tenia argumentos, y sabe que siempre tiene la bendita razón, pues no almorzarán, ni cenarán. “Entonces, ¿hay razones para beber vino?”—. ¿Qué estamos festejando, exactamente? —Alzó las cejas, con un brillo de diversión y audacia en la mirada—. Oh, querida, que inoportuna… ¿Siempre haces malas elecciones? Esperemos que tu dichosa “musa”, no lo sea… —Y dice lo crudo, sin importarle que la fulana en cuestión estuviera delante. ¿Qué más da? Depende de su aprobación. Ella lo sabe aunque le cueste admitirlo.



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