Y sólo por hoy, te quiero decir... [Ishida Akira]
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Y sólo por hoy, te quiero decir... [Ishida Akira]
—Se me ve muy mal, ¿cierto? —inquirí con cierto temor a saber la respuesta. Observé el rostro de mi compañero, buscando con desesperación algún indicio en su expresión que delatara aprobación o lo contrario. Él me miraba fijamente, sin dar crédito un par de segundos a lo que sus ojos le mostraban, para después ocultar de forma para nada discreta la risa que le atacó en ese momento y la cual no se amedrentó ni por más asesinamente que le estuviera viendo.
— ¿Qué sucede? Oh, para ya, Alan. Te ves hermosa —Nadia entró en ese instante a mi habitación, dirigiéndome un escrupuloso análisis de mi atuendo antes de sonreír satisfecha y guiñarme el ojo de forma coqueta—, más que adorable.
—Realmente parece salida del callejón con esa ropa hecha jirones —el castaño se aclaró la garganta, una vez controlado su momento de diversión a mi costa, y al fin se dignó a mirarme de una forma que no delatara la burla.
Y la verdad era que ya no sabía qué hacer a esas alturas, me había mostrado muy segura de mi determinación para llevar a cabo aquel plan pero ahora, como siempre me sucedía, vacilaba. La idea original era sorprender a Ishida para su cumpleaños pero, ¿y si no le gustaba? ¿Y si no era algo que él querría? ¿Y si… se burlaba?
Observé la imagen que me devolvía el espejo y tragué saliva al percatarme de la mirada nerviosa que mi propio reflejo me dirigía. Definitivamente daba la impresión de todo, menos de una chica segura de lo que estaba haciendo. Mi atuendo negro, hecho jirones como muy bien había descrito mi mejor amigo, no cubría gran cosa de mi cuerpo. ¿Y qué onda con esas orejas y cola de gato negras? ¿Y el cascabel que colgaba de una cadena de mi cuello y que tintineaba a cada mínimo movimiento que yo realizaba? ¡Me veía totalmente ridícula! Fui toda una idiota al creer que eso le podría gustar a mi esposo. Ahora sólo la decepción se vislumbraba en mi expresión pálida.
—Déjenlo, creo que lo mejor será que me quite el disfraz y comprar en cambio un pastel… —musité quedamente, tratando de contener el suspiro que se atascaba en mi garganta a modo de doloroso nudo y de las lágrimas retenidas que cristalizaban mi mirada. Sentí los ojos de Nadia sobre mí.
—No le hagas caso a este imbécil —replicó mi amiga, dedicándole una mortal mirada de advertencia silenciosa a su compañero antes de acercarse a mí y abrazarme por los hombros. Le observé con temor—. Te ves realmente bien. Querías sorprender a tu esposo, ¿no? ¡Créeme que lo harás! Y de la manera buena, te lo garantizo. Si aquel hombre no se… emociona al verte así, es porque no tiene sangre en las venas, ya sabes a lo que me refiero —volvió a guiñarme el ojo y se apartó, con una sonrisa de maliciosa diversión danzando en su rostro sutilmente.
En ese momento todo rastro de sana burla que hasta ahora habían mostrado los vivarachos ojos de Alan se esfumó al escuchar aquellas últimas palabras por parte de Nadia y en cambio me dedicó una mirada hastiada.
— ¿Sabes qué? Me parece mejor idea la del pastel — ¿por qué estaba tan enojado? Era como si de un momento a otro algo le hubiera molestado del comentario de la rubia.
—Pues demasiado tarde, Hidemi seguirá con lo planeado. Eso debiste haber pensado antes de ofrecerte voluntario a ayudarla con esto, si tanto te iba a desagradar —fruncí el ceño, sin entender absolutamente nada de lo que estaban hablando ni a qué se referían. Nadia me observó de reojo por un momento antes de sonreír—. Bueno, nosotros ya nos marchamos para darte tiempo a que te termines de preparar. Te recuerdo que la comida ya está lista en el horno; cuando quieran calentarla sólo bastará con unos quince minutos a 100 °C, ¿de acuerdo?
(N/a: No me preguntes si eso está bien porque ni idea de cocina de ese tipo ni mucho menos de hornos)
— ¿A cuántos qué?
Nadia parpadeó un par de veces con total incredulidad sin apartar la vista de mí antes de suspirar resignadamente y tomar del brazo a Alan, quien su humor no había mejorado ni un poco, más bien se podría decir que estaba empeorando.
— ¿Sabes qué? Olvídalo, dile a Ishida-san que él lo haga mejor. Dudo que quiera que en su cumpleaños casi literalmente hagas volar la cocina… otra vez.
— ¡Sólo fue una vez! —exclamé a la defensiva y con las mejillas ligeramente ruborizadas, refunfuñando— ¡y no fue mi culpa! ¿Quién rayos iba a pensar que la olla de presión iba a estallar de la nada?
—Una persona en su sano juicio y que sabe usar una olla de presión jamás la hubiera destapado justo apenas de haberla apartado del fuego. Como sea, si tienes duda en algo ya sabes cómo contactarme, mientras tanto diviértete pero sobre todo procura que sea tu marido el que disfrute de la velada —volvió a guiñarme el ojo antes de comenzar a empujar a Alan para que avanzara hacia la salida de la habitación—. Felicítamelo de mi parte, y también de parte de este zopenco que no dice nada —le dio un ligero zape al aludido, el cual protestó y le miró de forma asesina a lo que Nadia no reparó en lo más mínimo. Me limité a sonreír.
—Muchas gracias por ayudarme con los preparativos y por hacer la cena.
—Para nada, ni lo menciones —hizo un ligero gesto despreocupado con la mano— y no te preocupes, conocemos la salida perfectamente… ¡Éxito!
Y sin terminar de darme cuenta de lo sucedido, ambos desaparecieron rumbo escaleras abajo para poco después ser capaz de escuchar, desde mi ubicación, la puerta principal abrirse y cerrarse. Aún me sentía incómoda por la última mirada que Alan me había dirigido de reojo antes de desaparecer, como si me echara la culpa de algo… ¿Pero de qué?
Suspiré, resignada, y volví a mirarme en el espejo una última vez buscando de cierta manera recaudar el valor que me hacía falta para seguir adelante con lo estipulado.
Asentí, convencida de lo que quería y me encaminé hacia el piso inferior, descalza y sólo con las medias negras como única barrera entre mi piel y el suelo. Estábamos en verano, por lo que estar de esa manera no me preocupaba en lo más mínimo. Me dirigí hacia la cocina, donde realmente olía fenomenal. No tenía ni la más remota idea de qué era lo que había preparado Nadia, pero confiaba ciegamente en su talento culinario. En última instancia, siempre podía recurrir a la poderosa pizzería que se encontraba a dos cuadras de allí. ¿De cuántas no me había salvado ya? Corroboré que había dejado la cocina en impecable orden y la mesa dispuesta para ser utilizada por dos personas. Respiré un par de veces profundamente, tratando de normalizar el latido de mi corazón. Estaba comenzando a ponerme nerviosa… Tenía que serenarme o lo echaría a perder. Tomé una bolsa negra que antes había dejado sobre una de las sillas y apagué todas las luces del piso inferior para después subir arriba y hacer lo mismo con las restantes, salvo la de la lámpara sobre la mesita de noche en nuestra habitación. Saqué de la bolsa una caja de chocolates, decorada con un listón rojo, y la dejé sobre la cama antes de verificar que todo lo demás estuviera en orden. ¿Qué otra cosa me faltaba hacer? Al parecer nada, salvo esperar.
Sería una larga, larga espera… pero realmente lo valía, así que me subí a la cama y me puse de rodillas sobre esta, justo enfrente de los chocolates que le ofrecería a Ishida en cuanto llegara. Siempre se quejaba de que no le cantaba tan seguido. Pues bien, aquel día sería todo un concierto en total exclusiva para él. Cantaría y seguiría cantando hasta que él me pidiera que dejara de hacerlo; haría todo lo que el peliblanco quisiera y cumpliría cada una de sus demandas con gusto. Porque lo amaba y quería demostrárselo de todas las formas posibles, no sólo en ese día aunque este me resultaba una muy buena excusa para poder consentirle. Sólo deseaba que realmente le gustara…
No supe definir cuánto tiempo había pasado allí, en esa misma posición y esperando pacientemente a que el hombre que me hacía infinitamente feliz todos los días hiciera acto de presencia, sólo podía saber que ya no podía sentir mis piernas y que los nervios y el aburrimiento libraban una batalla constante entre ambos por ver cuál de los dos se adueñaría de mi cuerpo. Al fin escuché la puerta de la calle abrirse y cerrarse para después hacerse oír el ruido en la planta baja. Tragué saliva con miedo y a punto estuve de pegar un brinco y correr a esconderme en el baño si no fuera porque efectivamente mis piernas ya no me respondían de tan entumidas que estaban. ¿Ahora qué era lo que iba a hacer? ¡¿Qué diantres se suponía que tenía que hacer ahora?! Comencé a respirar con dificultad. Al fin pasos en las escaleras que se dirigían hacia arriba. Quizá al encontrarse con la oscuridad abajo supuso que ya me encontraría dormida, tal vez eso explicaba el que hiciera tan poco sonido al andar. Mi corazón iba a salirse en cualquier momento de mi pecho y dejé de respirar cuando la perilla de la puerta cerrada comenzó a girar. ¡Estaba vilmente acabada!
Cerré los ojos con fuerza, apreté los puños sobre mis muslos e incliné la cabeza parcialmente hacia abajo para que fuera imposible el mirar mi rostro y notar el sonrojo intenso de mis mejillas al mismo tiempo que la puerta se abría quedamente. Era ahora o nunca.
—F-f… ¡Feliz cumpleaños!
— ¿Qué sucede? Oh, para ya, Alan. Te ves hermosa —Nadia entró en ese instante a mi habitación, dirigiéndome un escrupuloso análisis de mi atuendo antes de sonreír satisfecha y guiñarme el ojo de forma coqueta—, más que adorable.
—Realmente parece salida del callejón con esa ropa hecha jirones —el castaño se aclaró la garganta, una vez controlado su momento de diversión a mi costa, y al fin se dignó a mirarme de una forma que no delatara la burla.
Y la verdad era que ya no sabía qué hacer a esas alturas, me había mostrado muy segura de mi determinación para llevar a cabo aquel plan pero ahora, como siempre me sucedía, vacilaba. La idea original era sorprender a Ishida para su cumpleaños pero, ¿y si no le gustaba? ¿Y si no era algo que él querría? ¿Y si… se burlaba?
Observé la imagen que me devolvía el espejo y tragué saliva al percatarme de la mirada nerviosa que mi propio reflejo me dirigía. Definitivamente daba la impresión de todo, menos de una chica segura de lo que estaba haciendo. Mi atuendo negro, hecho jirones como muy bien había descrito mi mejor amigo, no cubría gran cosa de mi cuerpo. ¿Y qué onda con esas orejas y cola de gato negras? ¿Y el cascabel que colgaba de una cadena de mi cuello y que tintineaba a cada mínimo movimiento que yo realizaba? ¡Me veía totalmente ridícula! Fui toda una idiota al creer que eso le podría gustar a mi esposo. Ahora sólo la decepción se vislumbraba en mi expresión pálida.
—Déjenlo, creo que lo mejor será que me quite el disfraz y comprar en cambio un pastel… —musité quedamente, tratando de contener el suspiro que se atascaba en mi garganta a modo de doloroso nudo y de las lágrimas retenidas que cristalizaban mi mirada. Sentí los ojos de Nadia sobre mí.
—No le hagas caso a este imbécil —replicó mi amiga, dedicándole una mortal mirada de advertencia silenciosa a su compañero antes de acercarse a mí y abrazarme por los hombros. Le observé con temor—. Te ves realmente bien. Querías sorprender a tu esposo, ¿no? ¡Créeme que lo harás! Y de la manera buena, te lo garantizo. Si aquel hombre no se… emociona al verte así, es porque no tiene sangre en las venas, ya sabes a lo que me refiero —volvió a guiñarme el ojo y se apartó, con una sonrisa de maliciosa diversión danzando en su rostro sutilmente.
En ese momento todo rastro de sana burla que hasta ahora habían mostrado los vivarachos ojos de Alan se esfumó al escuchar aquellas últimas palabras por parte de Nadia y en cambio me dedicó una mirada hastiada.
— ¿Sabes qué? Me parece mejor idea la del pastel — ¿por qué estaba tan enojado? Era como si de un momento a otro algo le hubiera molestado del comentario de la rubia.
—Pues demasiado tarde, Hidemi seguirá con lo planeado. Eso debiste haber pensado antes de ofrecerte voluntario a ayudarla con esto, si tanto te iba a desagradar —fruncí el ceño, sin entender absolutamente nada de lo que estaban hablando ni a qué se referían. Nadia me observó de reojo por un momento antes de sonreír—. Bueno, nosotros ya nos marchamos para darte tiempo a que te termines de preparar. Te recuerdo que la comida ya está lista en el horno; cuando quieran calentarla sólo bastará con unos quince minutos a 100 °C, ¿de acuerdo?
(N/a: No me preguntes si eso está bien porque ni idea de cocina de ese tipo ni mucho menos de hornos)
— ¿A cuántos qué?
Nadia parpadeó un par de veces con total incredulidad sin apartar la vista de mí antes de suspirar resignadamente y tomar del brazo a Alan, quien su humor no había mejorado ni un poco, más bien se podría decir que estaba empeorando.
— ¿Sabes qué? Olvídalo, dile a Ishida-san que él lo haga mejor. Dudo que quiera que en su cumpleaños casi literalmente hagas volar la cocina… otra vez.
— ¡Sólo fue una vez! —exclamé a la defensiva y con las mejillas ligeramente ruborizadas, refunfuñando— ¡y no fue mi culpa! ¿Quién rayos iba a pensar que la olla de presión iba a estallar de la nada?
—Una persona en su sano juicio y que sabe usar una olla de presión jamás la hubiera destapado justo apenas de haberla apartado del fuego. Como sea, si tienes duda en algo ya sabes cómo contactarme, mientras tanto diviértete pero sobre todo procura que sea tu marido el que disfrute de la velada —volvió a guiñarme el ojo antes de comenzar a empujar a Alan para que avanzara hacia la salida de la habitación—. Felicítamelo de mi parte, y también de parte de este zopenco que no dice nada —le dio un ligero zape al aludido, el cual protestó y le miró de forma asesina a lo que Nadia no reparó en lo más mínimo. Me limité a sonreír.
—Muchas gracias por ayudarme con los preparativos y por hacer la cena.
—Para nada, ni lo menciones —hizo un ligero gesto despreocupado con la mano— y no te preocupes, conocemos la salida perfectamente… ¡Éxito!
Y sin terminar de darme cuenta de lo sucedido, ambos desaparecieron rumbo escaleras abajo para poco después ser capaz de escuchar, desde mi ubicación, la puerta principal abrirse y cerrarse. Aún me sentía incómoda por la última mirada que Alan me había dirigido de reojo antes de desaparecer, como si me echara la culpa de algo… ¿Pero de qué?
Suspiré, resignada, y volví a mirarme en el espejo una última vez buscando de cierta manera recaudar el valor que me hacía falta para seguir adelante con lo estipulado.
Asentí, convencida de lo que quería y me encaminé hacia el piso inferior, descalza y sólo con las medias negras como única barrera entre mi piel y el suelo. Estábamos en verano, por lo que estar de esa manera no me preocupaba en lo más mínimo. Me dirigí hacia la cocina, donde realmente olía fenomenal. No tenía ni la más remota idea de qué era lo que había preparado Nadia, pero confiaba ciegamente en su talento culinario. En última instancia, siempre podía recurrir a la poderosa pizzería que se encontraba a dos cuadras de allí. ¿De cuántas no me había salvado ya? Corroboré que había dejado la cocina en impecable orden y la mesa dispuesta para ser utilizada por dos personas. Respiré un par de veces profundamente, tratando de normalizar el latido de mi corazón. Estaba comenzando a ponerme nerviosa… Tenía que serenarme o lo echaría a perder. Tomé una bolsa negra que antes había dejado sobre una de las sillas y apagué todas las luces del piso inferior para después subir arriba y hacer lo mismo con las restantes, salvo la de la lámpara sobre la mesita de noche en nuestra habitación. Saqué de la bolsa una caja de chocolates, decorada con un listón rojo, y la dejé sobre la cama antes de verificar que todo lo demás estuviera en orden. ¿Qué otra cosa me faltaba hacer? Al parecer nada, salvo esperar.
Sería una larga, larga espera… pero realmente lo valía, así que me subí a la cama y me puse de rodillas sobre esta, justo enfrente de los chocolates que le ofrecería a Ishida en cuanto llegara. Siempre se quejaba de que no le cantaba tan seguido. Pues bien, aquel día sería todo un concierto en total exclusiva para él. Cantaría y seguiría cantando hasta que él me pidiera que dejara de hacerlo; haría todo lo que el peliblanco quisiera y cumpliría cada una de sus demandas con gusto. Porque lo amaba y quería demostrárselo de todas las formas posibles, no sólo en ese día aunque este me resultaba una muy buena excusa para poder consentirle. Sólo deseaba que realmente le gustara…
No supe definir cuánto tiempo había pasado allí, en esa misma posición y esperando pacientemente a que el hombre que me hacía infinitamente feliz todos los días hiciera acto de presencia, sólo podía saber que ya no podía sentir mis piernas y que los nervios y el aburrimiento libraban una batalla constante entre ambos por ver cuál de los dos se adueñaría de mi cuerpo. Al fin escuché la puerta de la calle abrirse y cerrarse para después hacerse oír el ruido en la planta baja. Tragué saliva con miedo y a punto estuve de pegar un brinco y correr a esconderme en el baño si no fuera porque efectivamente mis piernas ya no me respondían de tan entumidas que estaban. ¿Ahora qué era lo que iba a hacer? ¡¿Qué diantres se suponía que tenía que hacer ahora?! Comencé a respirar con dificultad. Al fin pasos en las escaleras que se dirigían hacia arriba. Quizá al encontrarse con la oscuridad abajo supuso que ya me encontraría dormida, tal vez eso explicaba el que hiciera tan poco sonido al andar. Mi corazón iba a salirse en cualquier momento de mi pecho y dejé de respirar cuando la perilla de la puerta cerrada comenzó a girar. ¡Estaba vilmente acabada!
Cerré los ojos con fuerza, apreté los puños sobre mis muslos e incliné la cabeza parcialmente hacia abajo para que fuera imposible el mirar mi rostro y notar el sonrojo intenso de mis mejillas al mismo tiempo que la puerta se abría quedamente. Era ahora o nunca.
—F-f… ¡Feliz cumpleaños!
- Atuendo:
Hidemi Uchida
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Re: Y sólo por hoy, te quiero decir... [Ishida Akira]
Todas las noches volvía a casa con gusto, saber que al estar bajo ese techo podría disfrutar de la compañía de mi adorable esposa bastaba para alegrarme sin importar lo pesado que hubiese sido el día. Y hoy no era diferente, de hecho, estaba más ansioso que en otras ocasiones por llegar, ¡solo un amargado no lo estaría sabiendo que una sorpresa de cumpleaños lo esperaba al llegar! Porque obviamente, ese tipo de detalles eran de mi agrado si venían de parte de Hidemi. La conocía, y hasta la fecha siempre se las había ingeniado para sorprenderme.
Y el primer evento inesperado llegó al plantarme frente a nuestra casa, al notar que todas las luces se encontraban apagadas. Alcé la vista hacia las ventanas de la segunda planta, pero nuestra habitación se encontraba en la parte trasera por lo que desde mi posición no había modo de saber si al menos esas luces se encontraban encendidas. Bien, pronto lo descubriría.
Ingresé despacio luego de abrir la puerta principal, todo se encontraba en completo silencio y… un aroma que invocaba mi apetito podía percibirse en el lugar. ¿Significaba eso que tendríamos una cena especial? Mi sonrisa se marcó otro tanto al dar por seguro ese detalle, sin embargo no me detuve a hurgar en la cocina, primero quería encontrar a mi esposa y abrazarla por largos minutos antes de probar alimento. Pero… ¿dónde estaba exactamente? Quizá la idea era jugar a las escondidas… y a falta de más pistas adopté el papel de buscador.
Abajo no encontré señales de ella, con lo cual mi camino se trazó inmediatamente hacia las escaleras. Tal vez debí continuar por los sitios menos obvios de esa planta pero por alguna razón quería deshacerme de la duda y averiguar si estaba en nuestra habitación. Bien podía estar descansando un poco mientras me esperaba, ¿no?
–¿Hidemi? – la llamé al abrir lentamente la puerta, notando previamente un leve resplandor por debajo de la misma –La cocina huele delicio… sa– poco faltó para que las letras se me olvidaran y es que la escena que descubrí al enfocar nuestra cama era inmensamente exquisita… Allí estaba mi castaña, tentándome con todas sus fuerzas… ¿Era ella consciente de que su evidente nerviosismo la hacía aún más apetitosa? Seguramente no.
La corbata me aflojé sin quitarle la vista de encima a la atractiva señorita que sus felicitaciones obsequiaba desde el colchón, mientras daba los pasos suficientes para acortar la distancia entre ambos. Apoyé una rodilla sobre la cama, su mentón tomé con delicadeza para evitar que huyera de mi mirada –Gracias, Hidemi– agradecí en voz baja casi sobre sus labios, reclamándolos enseguida con un amplio y apretado beso, necesitaba hacerle saber lo hambriento que estaba después de encontrarla con ese atrevido atuendo solo para mí. –Luces irresistible amor…– eso también tenía que saberlo y era completamente verdad, al grado de que no pude contenerme y desde su mentón deslicé suavemente los dedos hacia su cuello y más abajo, acariciando la piel entre sus pechos que con tan poca tela encima invitaban a acosarlos de manera para nada sana. –Dime que esta noche serás obediente, ¿Puedo hacer contigo lo que me plazca? – agregué con la vista clavada en sus orbes castaños, sonriente como cada vez que tenía la oportunidad de perderme en su mirar…
Y el primer evento inesperado llegó al plantarme frente a nuestra casa, al notar que todas las luces se encontraban apagadas. Alcé la vista hacia las ventanas de la segunda planta, pero nuestra habitación se encontraba en la parte trasera por lo que desde mi posición no había modo de saber si al menos esas luces se encontraban encendidas. Bien, pronto lo descubriría.
Ingresé despacio luego de abrir la puerta principal, todo se encontraba en completo silencio y… un aroma que invocaba mi apetito podía percibirse en el lugar. ¿Significaba eso que tendríamos una cena especial? Mi sonrisa se marcó otro tanto al dar por seguro ese detalle, sin embargo no me detuve a hurgar en la cocina, primero quería encontrar a mi esposa y abrazarla por largos minutos antes de probar alimento. Pero… ¿dónde estaba exactamente? Quizá la idea era jugar a las escondidas… y a falta de más pistas adopté el papel de buscador.
Abajo no encontré señales de ella, con lo cual mi camino se trazó inmediatamente hacia las escaleras. Tal vez debí continuar por los sitios menos obvios de esa planta pero por alguna razón quería deshacerme de la duda y averiguar si estaba en nuestra habitación. Bien podía estar descansando un poco mientras me esperaba, ¿no?
–¿Hidemi? – la llamé al abrir lentamente la puerta, notando previamente un leve resplandor por debajo de la misma –La cocina huele delicio… sa– poco faltó para que las letras se me olvidaran y es que la escena que descubrí al enfocar nuestra cama era inmensamente exquisita… Allí estaba mi castaña, tentándome con todas sus fuerzas… ¿Era ella consciente de que su evidente nerviosismo la hacía aún más apetitosa? Seguramente no.
La corbata me aflojé sin quitarle la vista de encima a la atractiva señorita que sus felicitaciones obsequiaba desde el colchón, mientras daba los pasos suficientes para acortar la distancia entre ambos. Apoyé una rodilla sobre la cama, su mentón tomé con delicadeza para evitar que huyera de mi mirada –Gracias, Hidemi– agradecí en voz baja casi sobre sus labios, reclamándolos enseguida con un amplio y apretado beso, necesitaba hacerle saber lo hambriento que estaba después de encontrarla con ese atrevido atuendo solo para mí. –Luces irresistible amor…– eso también tenía que saberlo y era completamente verdad, al grado de que no pude contenerme y desde su mentón deslicé suavemente los dedos hacia su cuello y más abajo, acariciando la piel entre sus pechos que con tan poca tela encima invitaban a acosarlos de manera para nada sana. –Dime que esta noche serás obediente, ¿Puedo hacer contigo lo que me plazca? – agregué con la vista clavada en sus orbes castaños, sonriente como cada vez que tenía la oportunidad de perderme en su mirar…
Akira Ishida
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Re: Y sólo por hoy, te quiero decir... [Ishida Akira]
Aunque sólo transcurrieron segundos, para mí fueron eternas horas desde el momento en que la perilla giró hasta que la puerta se abrió y por esta asomó el peliblanco. Alcancé a escuchar sus palabras, pero tras eso siguió el silencio sepulcral y me preocupé. Tragué saliva en seco y cerré los puños con fuerza, apoyados sobre los muslos, al tanto que empezaba a esperar lo peor. Tal vez no había sido de su agrado la sorpresa, quizá hubiera preferido algo más tradicional como la cena que mencionó y un pastel... Curiosa, como lo mandaba mi naturaleza, terminé sucumbiendo ante la tentación y alcé un poco la mirada, sólo lo suficiente para poder apreciar las acciones de mi esposo tras aquello. Estaba allí, de pie, contemplándome como si no se creyera lo que miraba... y después, finalmente, reaccionó. Cuando mi mirar se perdió en el ajeno, ya no pude desviarlo mal. Le seguí las acciones como si de una sierpiente hechizada ante su encantador se tratara. Se deshizo del nudo de la corbata y se acercó a la cama como lo haría un felino frente a su presa. Y yo, al parecer, era la presa de Ishida en aquellos momentos. Ni siquiera pude sonreír ante su agradecimiento, ni siquiera suspirar de alivio al saber que no me había equivocado en mi elección para sorprenderlo. Mis labios fueron reclamados como ajenos y sin pensarlo ni un segundo más, le correspondí girando el rostro un tanto para poder amoldarme los labios de mi amado.
'¿De verdad lo crees así? ¿En verdad te gusta cómo me veo?', le cuestioné mentalmente, mis ojos castaños reflejando estas incógnitas con tanta claridad como si las hubiera pronunciado en alta voz. Cerré los ojos y un suspiro placentero terminó brotando de mis labios cuando aquellos dedos comenzaron a recorrer zonas sensibles de mi piel, y terminé por morderme el labio inferior con deleite, al tanto que un escalofrío recorría mi espina dorsal y se propagaba por todas mis extremidadades, al ser consciente del destino que había adquirido aquella caricia. Por supuesto, con el atuendo que llevaba encima, no sería un impedimento para que el de cabellos blancos pudiera acceder a zonas de mi cuerpo que seguro le resultarían placenteras... pero tenía que concentrarme, se suponía que el que debía de ser consentido era él y no viceversa.
Terminé por abrir los ojos y sonreír, dedicándole una sonrisa traviesa. Sólo ese hombre era capaz de causar en mí sentimientos tan intensos y contradictorios; de hacer que me sintiera nerviosa y al instante siguiente deseosa de su cercanía. Sería un misterio que nunca podría resolver, pero tampoco era como si me molestara, sino todo lo contrario.
—Por supuesto, esta noche estará dedicada sólo para ti... —estiré mi cuello para poder acercar mi rostro una vez más al suyo pero me contuve de besarle. Al fin y al cabo se haría lo que él quisiera, cómo él quisiera y cuándo él así lo deseara—. Sé que no soy buena en la cocina, por lo que tuve que pedir ayuda en esa parte de la sorpresa... aun así espero que sea de tu agrado —comenté como quien no quiere la cosa al tanto que tomaba con una mano la caja de chocolates y se la mostraba, sonriente y orgullosa—. Son tus favoritos... te tienen que durar hasta el siguiente año —terminé por bromear y reír suavemente.
Cuando me moví para cambiar de posición, un ligero quejido de molestia brotó de mis labios cuando mis piernas no respondieron del todo y tuve que apoyarme con ambas manos sobre el colchón para poder sacarlas por debajo de mi cuerpo y así estirarlas para que la circulación regresara a su rutina normal, sintiendo al instante un calambreo intenso. Pero no importaba, en misiones del pasado había tenido que durar horas en posiciones mucho más incómodas, por lo que estaba acostumbrada.
Mientras pasaba el entumecimiento, contemplé a mi marido con felicidad, recuperada ya de cualquier duda o nerviosismo que hubiera podido tener minutos atrás.
—¿Y bien? ¿Qué será lo primero que querrás hacer? Podemos bajar a cenar ya, o podría cantarte lo que me pidas... incluso si tienes ganas de dulce, abrimos la caja de chocolates y puedo alimentarte —le contemplé con picardía— aunque también puede ser que estés demasiado cansado por la jornada, en cuyo caso podemos ir a dormir temprano...
Mientras lo hacía, no pude contenerme de deslizar la yema de mi dedo índice por la yugular contraria, coqueta.
'¿De verdad lo crees así? ¿En verdad te gusta cómo me veo?', le cuestioné mentalmente, mis ojos castaños reflejando estas incógnitas con tanta claridad como si las hubiera pronunciado en alta voz. Cerré los ojos y un suspiro placentero terminó brotando de mis labios cuando aquellos dedos comenzaron a recorrer zonas sensibles de mi piel, y terminé por morderme el labio inferior con deleite, al tanto que un escalofrío recorría mi espina dorsal y se propagaba por todas mis extremidadades, al ser consciente del destino que había adquirido aquella caricia. Por supuesto, con el atuendo que llevaba encima, no sería un impedimento para que el de cabellos blancos pudiera acceder a zonas de mi cuerpo que seguro le resultarían placenteras... pero tenía que concentrarme, se suponía que el que debía de ser consentido era él y no viceversa.
Terminé por abrir los ojos y sonreír, dedicándole una sonrisa traviesa. Sólo ese hombre era capaz de causar en mí sentimientos tan intensos y contradictorios; de hacer que me sintiera nerviosa y al instante siguiente deseosa de su cercanía. Sería un misterio que nunca podría resolver, pero tampoco era como si me molestara, sino todo lo contrario.
—Por supuesto, esta noche estará dedicada sólo para ti... —estiré mi cuello para poder acercar mi rostro una vez más al suyo pero me contuve de besarle. Al fin y al cabo se haría lo que él quisiera, cómo él quisiera y cuándo él así lo deseara—. Sé que no soy buena en la cocina, por lo que tuve que pedir ayuda en esa parte de la sorpresa... aun así espero que sea de tu agrado —comenté como quien no quiere la cosa al tanto que tomaba con una mano la caja de chocolates y se la mostraba, sonriente y orgullosa—. Son tus favoritos... te tienen que durar hasta el siguiente año —terminé por bromear y reír suavemente.
Cuando me moví para cambiar de posición, un ligero quejido de molestia brotó de mis labios cuando mis piernas no respondieron del todo y tuve que apoyarme con ambas manos sobre el colchón para poder sacarlas por debajo de mi cuerpo y así estirarlas para que la circulación regresara a su rutina normal, sintiendo al instante un calambreo intenso. Pero no importaba, en misiones del pasado había tenido que durar horas en posiciones mucho más incómodas, por lo que estaba acostumbrada.
Mientras pasaba el entumecimiento, contemplé a mi marido con felicidad, recuperada ya de cualquier duda o nerviosismo que hubiera podido tener minutos atrás.
—¿Y bien? ¿Qué será lo primero que querrás hacer? Podemos bajar a cenar ya, o podría cantarte lo que me pidas... incluso si tienes ganas de dulce, abrimos la caja de chocolates y puedo alimentarte —le contemplé con picardía— aunque también puede ser que estés demasiado cansado por la jornada, en cuyo caso podemos ir a dormir temprano...
Mientras lo hacía, no pude contenerme de deslizar la yema de mi dedo índice por la yugular contraria, coqueta.
Hidemi Uchida
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