Fate of Demons (Hackett Schneider)
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Fate of Demons (Hackett Schneider)
Finalmente había desembarcado en aquel roñoso destino. Seguramente necesitaría incorporar una serie de nuevas palabras al diccionario, para poder definir mi estado de miseria actual.
El asqueroso clima mediterráneo ya me estaba crispando los nervios; detestaba irracionalmente la sensación de las telas de mis opulentos vestidos adhiriéndose deshonrosamente a mi cuerpo a causa de la humedad del gélido ambiente; si por mí fuera me hubiera teletransportado de regreso a Oslo, donde había llevado a cabo mi última gira; sin embargo un asunto personal impostergable me había arrastrado hacia este infierno subtropical que lejos estaba de ponerme de buen humor, pese a que me encontraba tan cerca de concretar el mayor objetivo que había trazado a lo largo de mi vida.
Haciendo gala de mi aristocrática desenvoltura, hice un suave gesto para que uno de mis guardias desplegara una sombrilla y me siguiera, evitando que la odiosa lluvia osara incomodarme más que el asfixiante aire que nos envolvía.
Caminando por la tarima que habían dispuesto exclusivamente para mi traslado desde el barco hacia la limusina que me aguardaba en el arcén, logré resguardar del agua los finos tacones de Yves Saint Laurent que llevaba puestos.
Ya dentro de mi vehículo, con el clima acondicionado a mi gusto y a resguardo del implacable rocío que me apelmazaba el cabello; me permití estirar las piernas y recostar el cuerpo.
-Siento que voy a tener que quedarme a vivir aquí dentro si quiero sobrevivir a esta jungla… -Gruñí en voz baja mientras rebuscaba en mi cartera la fotografía familiar de aquel clan que me había propuesto arrastrar hacia la ruina.
Con el natural encanto del desprecio visceral que había masticado durante años, mis nudillos recorrieron el rostro del Patriarca de los Chrysomallis; aquel hombre infame que había arruinado la vida de mi madre y como consecuencia me había arrastrado hacia un destino miserable. Sin embargo, en el fondo, debía estarle agradecida.
Gracias a los obstáculos que me había tocado sortear era más fuerte, determinada, talentosa y hermosa que nadie; era una genuina flor nacida en una tierra de cenizas; un ejemplar particular e irrepetible, más reluciente que cualquier piedra preciosa, una sublime creación que todos anhelaban poseer y que yo podía darme el lujo de negar hasta el hastío.
Suspirando guardé la fotografía de regreso en su sitio, mi cuerpo se relajó aún más mientras el vehículo seguía recortando la distancia con la mansión en la que me instalaría de aquí en más.
Mis ojos se cerraron por un breve momento en que el cuerpo se cobró el cansancio del viaje y el agotamiento que me provocaba aquel clima sofocante, aún así mi consciencia permanecía lo suficientemente alerta como para percatarme del instante en que cruzamos la zona que parecía ser el refugio de los Barrios Bajos.
Ignorando la extenuación acumulada y la proyectada por mis planes futuros, decidí dar la orden de detener el coche para conocer un poco aquella área y sus personajes; de seguro encontraría un par que pudieran serme de alguna utilidad en mis propósitos.
Aguardé unos minutos mientras disponían un palanquín acorde a mi investidura, subí a él con cuidado de no ser tocada por la tenue lluvia y finalmente di la orden para que me llevaran a recorrer la zona cuyos escaparates hubieran resultado inaccesibles en un vehículo de las dimensiones del que montábamos minutos atrás.
Pronto me encontré conociendo los oscuros rincones atestados de vicio e indignidad de aquel sitio; podría haber sentido mucho asco por ello pero honestamente la curiosidad superaba cualquier estado de ánimo repelente; después de todo había aprendido a vislumbrar oportunidades donde otros solo veían desperdicio.
Encantada como una niña que recibe un nuevo juguete, mi siguiente directiva fue la de averiguar cual era el antro más popular de aquel territorio, pues tenía suficiente interés en llevar a cabo una pequeña reunión con quien fuera que condujera los hilos de la escoria de esta isla.
No tardé en obtener la información y ser trasladada con presteza hacia el sitio; exigí a mi comitiva que se dispersaran en puntos estratégicos en torno a aquel tugurio en caso de que a algún pobre idiota adentro se le ocurriera amenazarme o intentar ponerme un dedo encima.
A solas en la entrada, cerré mi sombrilla y me aventuré hacia adentro, ignorando por completo el ambiente pestilente y ruin que me envolvía.
Dando pasos largos y firmes avancé hacia la barra rústica donde dos personas conversaban sobre alguna trivialidad, sonriendo sobradora, entrometí mi mano por debajo de mi vestido donde ocultaba un billete de € 500; con absoluto descaro lo desenredé de la trampa de encaje y lo dispuse delante del tabernero que me contempló escasos segundos con cierta confusión.
-Solo necesito un poco de información… ¿Crees que puedes orientarme acerca de quién sería la persona más apropiada para ayudarme con algunos asuntos… personales? –Mantuve el gesto en todo momento a la espera de que aquel hombre corpulento me dijera algo, sin embargo solo se limitó a hacerle una seña con la barbilla a uno de sus secuaces, el cual salió pitando hacia la planta superior mientras el individuo delante de mí, me arrancaba la papeleta de dinero y se la incautaba en algún sitio que preferí ignorar por completo mientras aguardaba la aparición de la persona indicada para convertir en algo parecido a un ¿Aliado? ¿Socio? Lo que fuera, mientras acabara siendo útil las etiquetas eran completamente innecesarias.
Solo transcurrieron un par de minutos hasta que el subordinado de mi “interlocutor” regresó a la planta baja, en compañía de alguien que recordaba más que bien; un antiguo conocido que, de seguro, no sería la última persona que imaginaba encontrarme aquí, pero sin lugar a dudas jamás hubiera esperado descubrir en semejante antro.
-Vaya, vaya… Pero que pequeño es el mundo y que fortuito el azar… Mira que reencontrarte en este sitio, Hackie… La última vez que supe de ti estabas en nuestra querida Alemania… ¿Qué te ha traído hacia esta selva asquerosa?-Murmuro torciendo una sonrisa, mientras me muerdo el labio inferior entretenida ante el pensamiento de lo interesantes que iban a ponerse las cosas a partir de ahora ante la expectativa del compañero de juegos que me había encontrado-.
El asqueroso clima mediterráneo ya me estaba crispando los nervios; detestaba irracionalmente la sensación de las telas de mis opulentos vestidos adhiriéndose deshonrosamente a mi cuerpo a causa de la humedad del gélido ambiente; si por mí fuera me hubiera teletransportado de regreso a Oslo, donde había llevado a cabo mi última gira; sin embargo un asunto personal impostergable me había arrastrado hacia este infierno subtropical que lejos estaba de ponerme de buen humor, pese a que me encontraba tan cerca de concretar el mayor objetivo que había trazado a lo largo de mi vida.
Haciendo gala de mi aristocrática desenvoltura, hice un suave gesto para que uno de mis guardias desplegara una sombrilla y me siguiera, evitando que la odiosa lluvia osara incomodarme más que el asfixiante aire que nos envolvía.
Caminando por la tarima que habían dispuesto exclusivamente para mi traslado desde el barco hacia la limusina que me aguardaba en el arcén, logré resguardar del agua los finos tacones de Yves Saint Laurent que llevaba puestos.
Ya dentro de mi vehículo, con el clima acondicionado a mi gusto y a resguardo del implacable rocío que me apelmazaba el cabello; me permití estirar las piernas y recostar el cuerpo.
-Siento que voy a tener que quedarme a vivir aquí dentro si quiero sobrevivir a esta jungla… -Gruñí en voz baja mientras rebuscaba en mi cartera la fotografía familiar de aquel clan que me había propuesto arrastrar hacia la ruina.
Con el natural encanto del desprecio visceral que había masticado durante años, mis nudillos recorrieron el rostro del Patriarca de los Chrysomallis; aquel hombre infame que había arruinado la vida de mi madre y como consecuencia me había arrastrado hacia un destino miserable. Sin embargo, en el fondo, debía estarle agradecida.
Gracias a los obstáculos que me había tocado sortear era más fuerte, determinada, talentosa y hermosa que nadie; era una genuina flor nacida en una tierra de cenizas; un ejemplar particular e irrepetible, más reluciente que cualquier piedra preciosa, una sublime creación que todos anhelaban poseer y que yo podía darme el lujo de negar hasta el hastío.
Suspirando guardé la fotografía de regreso en su sitio, mi cuerpo se relajó aún más mientras el vehículo seguía recortando la distancia con la mansión en la que me instalaría de aquí en más.
Mis ojos se cerraron por un breve momento en que el cuerpo se cobró el cansancio del viaje y el agotamiento que me provocaba aquel clima sofocante, aún así mi consciencia permanecía lo suficientemente alerta como para percatarme del instante en que cruzamos la zona que parecía ser el refugio de los Barrios Bajos.
Ignorando la extenuación acumulada y la proyectada por mis planes futuros, decidí dar la orden de detener el coche para conocer un poco aquella área y sus personajes; de seguro encontraría un par que pudieran serme de alguna utilidad en mis propósitos.
Aguardé unos minutos mientras disponían un palanquín acorde a mi investidura, subí a él con cuidado de no ser tocada por la tenue lluvia y finalmente di la orden para que me llevaran a recorrer la zona cuyos escaparates hubieran resultado inaccesibles en un vehículo de las dimensiones del que montábamos minutos atrás.
Pronto me encontré conociendo los oscuros rincones atestados de vicio e indignidad de aquel sitio; podría haber sentido mucho asco por ello pero honestamente la curiosidad superaba cualquier estado de ánimo repelente; después de todo había aprendido a vislumbrar oportunidades donde otros solo veían desperdicio.
Encantada como una niña que recibe un nuevo juguete, mi siguiente directiva fue la de averiguar cual era el antro más popular de aquel territorio, pues tenía suficiente interés en llevar a cabo una pequeña reunión con quien fuera que condujera los hilos de la escoria de esta isla.
No tardé en obtener la información y ser trasladada con presteza hacia el sitio; exigí a mi comitiva que se dispersaran en puntos estratégicos en torno a aquel tugurio en caso de que a algún pobre idiota adentro se le ocurriera amenazarme o intentar ponerme un dedo encima.
A solas en la entrada, cerré mi sombrilla y me aventuré hacia adentro, ignorando por completo el ambiente pestilente y ruin que me envolvía.
Dando pasos largos y firmes avancé hacia la barra rústica donde dos personas conversaban sobre alguna trivialidad, sonriendo sobradora, entrometí mi mano por debajo de mi vestido donde ocultaba un billete de € 500; con absoluto descaro lo desenredé de la trampa de encaje y lo dispuse delante del tabernero que me contempló escasos segundos con cierta confusión.
-Solo necesito un poco de información… ¿Crees que puedes orientarme acerca de quién sería la persona más apropiada para ayudarme con algunos asuntos… personales? –Mantuve el gesto en todo momento a la espera de que aquel hombre corpulento me dijera algo, sin embargo solo se limitó a hacerle una seña con la barbilla a uno de sus secuaces, el cual salió pitando hacia la planta superior mientras el individuo delante de mí, me arrancaba la papeleta de dinero y se la incautaba en algún sitio que preferí ignorar por completo mientras aguardaba la aparición de la persona indicada para convertir en algo parecido a un ¿Aliado? ¿Socio? Lo que fuera, mientras acabara siendo útil las etiquetas eran completamente innecesarias.
Solo transcurrieron un par de minutos hasta que el subordinado de mi “interlocutor” regresó a la planta baja, en compañía de alguien que recordaba más que bien; un antiguo conocido que, de seguro, no sería la última persona que imaginaba encontrarme aquí, pero sin lugar a dudas jamás hubiera esperado descubrir en semejante antro.
-Vaya, vaya… Pero que pequeño es el mundo y que fortuito el azar… Mira que reencontrarte en este sitio, Hackie… La última vez que supe de ti estabas en nuestra querida Alemania… ¿Qué te ha traído hacia esta selva asquerosa?-Murmuro torciendo una sonrisa, mientras me muerdo el labio inferior entretenida ante el pensamiento de lo interesantes que iban a ponerse las cosas a partir de ahora ante la expectativa del compañero de juegos que me había encontrado-.
Kathia de Haes
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Re: Fate of Demons (Hackett Schneider)
—Los negocios van bien, padre, no tiene nada por lo cual preocuparse por el momento —replicó con voz calmada, sonriendo a la nada mientras escuchaba la voz de su progenitor por el otro lado de la línea.
Siempre era lo mismo, aquel veterano queriendo controlar cada mínima acción de sus hijos como si aún se creyera con el poder suficiente para hacerlo. No sabía cuán equivocado estaba, pues el viejo ya había perdido desde hacía mucho tiempo, en el preciso instante en que colocó al segundo de sus hijos al mando de su pequeña empresa dedicada al mundo del espectáculo. Un pequeño capricho que había sentido Alarik Schneider en su juventud, y que ahora servía para encubrir los negocios reales de Hackett. Por lo mismo nunca le importó al de cabellera morada no heredar la profesión de abogacía ni pertenecer a la renombrada firma del bufete que el mayor de los hermanos Schneider estaba a punto de recibir. ¿Seguir los pasos del primogénito? Ni soñarlo, él ya había fijado desde tiempo atrás cuál sería el curso de su propio destino.
—¿Kristof? —inquirió tras un breve monólogo de su interlocutor invisible, haciendo girar su silla para dar de cara a la ventana y así contemplar con deleite el hermoso panorama de los suburbios de Idarion, esos a los que él mismo se había encargado de llevar a su mayor miseria. Sonrió— no, no tengo ni la más mínima idea de qué estará haciendo ahora, le recuerdo que nuestra relación de hermanos es un tanto... complicada —eso se debía a que el bastardo del cuatro ojos, desde que eran niños, siempre había sospechado de Hackett. Pobre Kristof—. Pues no le he visto, ¿qué quiere que haga? Tampoco soy su niñera... en cuyo caso, debería ser él el que cuidara de mí, ¿no le parece? —se permitió reír con cierto matiz de ironía. ¿Kristof cuidando de él? Aquello hubiese sido divertido de contemplar, al menos. ¿Quién hubiera terminado arrojándose primero a los brazos de la locura? —. Karline es otro caso. A ella la vi el fin de semana pasado —volvió a colocar su silla en la postura adecuada, frente a su escritorio, y se dedicó a hacer girar una costosa pluma que le había regalado su hermana el año pasado, por motivo de Navidad—, es una buena niña, mi hermana, e inocente —una dulce niña que él se encargaría de destruir tarde o temprano.
En esos momentos unos ligeros toquidos a la puerta primero, y luego el sonido de esta al abrirse al transcurrir los segundos sin respuesta, distrajeron al hombre quien sólo reaccionó alzando la mirada para averiguar quién se atrevía a interrumpirle de aquella manera. Cuando vio que su subordinado hacía amago de hablar, le acalló con una tajante mirada de desprecio y, por si aquello no hubiera quedado lo suficientemente claro, mostró la palma de su mano con brusquedad para hacerle esperar. Sin embargo, el matiz jovial de su voz no se alteró ni un momento, tan acostumbrado a aparentar y actuar frente a los demás.
—No se preocupe, padre, yo me mantendré al tanto de su seguridad. Kristof está tan ocupado con su trabajo que muchas veces no tiene tiempo para sus familiares, pero para ello puedo ser su soporte, nada me daría mayor placer que mitigarle algo de toda la carga que por cuenta propia quiere llevar encima. Karline también es mi responsabilidad, y soy el que más al pendiente está de ella. Se le ve feliz en la academia.
Por supuesto que siempre adquiría el papel de hombre preocupado por sus dos hermanos, ya que era lo que su familia esperaba de él. Pero a Hackett en realidad muy lejos podría importarle lo que le pasara a Kristof o a Karline, aunque no desaprovecharía la oportunidad de, por debajo del agua y con comentarios condescendientes, hacer quedar mal al primogénito. ¿Razón? Porque era el único que no se creía todas las farsas del segundo Schneider, y porque era de vital importancia contar con el respaldo de sus familiares en caso de un encuentro entre ambos. No estaba dentro de sus planes próximos un enfrentamiento con el abogado, pero nunca estaba de más contar con dicha carta.
Quien es previsor, es el triunfador siempre.
—Lo mantendré al tanto. Por ahora debo de colgar, tengo un pediente que resolver pero en la noche le devolveré la llamada. Trataré de contactar a mi hermano y ver si podemos planear algo para el siguiente fin de semana, que es cuando Karline puede salir. Mándele saludos de mi parte a mi madre, por favor, y cuídese usted también. Hasta en la noche —sin mayor dilatación colgó y su mirada aquamarina fue a posarse en el semblante del otro ser vivo en la estancia, quien estuvo aguardando en silencio, obediente—. ¿Qué quieres?
Cuando le hizo saber de la presencia de una mujer, quien requería saber de él, frunció el ceño de modo pensativo y por varios segundos sopesó sus posibilidades. Terminó por ponerse en pie y seguir a su lacayo hacia la planta baja, donde esperaba la susodicha. Tuvo que agacharse un poco al bajar las escaleras, debido a su altura, y cuado volvió a alzar la cabeza fue capaz de descubrir el familiar rostro de aquella que solicitaba audiencia con él.
Una sonrisa cínica, discreta, acudió a sus labios cuando sus ojos se encontraron y halló reconocimiento en los contrarios. Nada dijo mientras libraba los últimos escalones y con zancadas precisas y calmadas, terminaba de recorrer la distancia que los separaba mientras la escuchaba.
—En cuanto a negocios, me gusta mantenerme flexible, como el caudal de un río. Ir de aquí y allá y abrir cuantas vertientes sean posibles. Mientras más terreno abarques, mayor será el beneficio que puedas obtener en el proceso —tomó la mano de la joven y con ademanes caballerescos besó el dorso de la misma, a modo apropiado de saludo. Alzó la mirada y de modo penetrante la observó, hasta que soltó su mano finalmente y se irguió—. Puedo estar en medio de un frondoso bosque o en el más maravilloso de los valles, pero recordemos que es en el desierto donde más necesidad tienen de agua —terminó por añadir, haciendo una metáfora de la razón por la cual se encontraba en un lugar tan miserable como aquel. Su semblante se ensombreció—. Supongo que no vienes a saludar a un viejo compañero de trabajo, ¿cierto? Tienes una propuesta para mí.
No era una pregunta, sino un hecho.
Siempre era lo mismo, aquel veterano queriendo controlar cada mínima acción de sus hijos como si aún se creyera con el poder suficiente para hacerlo. No sabía cuán equivocado estaba, pues el viejo ya había perdido desde hacía mucho tiempo, en el preciso instante en que colocó al segundo de sus hijos al mando de su pequeña empresa dedicada al mundo del espectáculo. Un pequeño capricho que había sentido Alarik Schneider en su juventud, y que ahora servía para encubrir los negocios reales de Hackett. Por lo mismo nunca le importó al de cabellera morada no heredar la profesión de abogacía ni pertenecer a la renombrada firma del bufete que el mayor de los hermanos Schneider estaba a punto de recibir. ¿Seguir los pasos del primogénito? Ni soñarlo, él ya había fijado desde tiempo atrás cuál sería el curso de su propio destino.
—¿Kristof? —inquirió tras un breve monólogo de su interlocutor invisible, haciendo girar su silla para dar de cara a la ventana y así contemplar con deleite el hermoso panorama de los suburbios de Idarion, esos a los que él mismo se había encargado de llevar a su mayor miseria. Sonrió— no, no tengo ni la más mínima idea de qué estará haciendo ahora, le recuerdo que nuestra relación de hermanos es un tanto... complicada —eso se debía a que el bastardo del cuatro ojos, desde que eran niños, siempre había sospechado de Hackett. Pobre Kristof—. Pues no le he visto, ¿qué quiere que haga? Tampoco soy su niñera... en cuyo caso, debería ser él el que cuidara de mí, ¿no le parece? —se permitió reír con cierto matiz de ironía. ¿Kristof cuidando de él? Aquello hubiese sido divertido de contemplar, al menos. ¿Quién hubiera terminado arrojándose primero a los brazos de la locura? —. Karline es otro caso. A ella la vi el fin de semana pasado —volvió a colocar su silla en la postura adecuada, frente a su escritorio, y se dedicó a hacer girar una costosa pluma que le había regalado su hermana el año pasado, por motivo de Navidad—, es una buena niña, mi hermana, e inocente —una dulce niña que él se encargaría de destruir tarde o temprano.
En esos momentos unos ligeros toquidos a la puerta primero, y luego el sonido de esta al abrirse al transcurrir los segundos sin respuesta, distrajeron al hombre quien sólo reaccionó alzando la mirada para averiguar quién se atrevía a interrumpirle de aquella manera. Cuando vio que su subordinado hacía amago de hablar, le acalló con una tajante mirada de desprecio y, por si aquello no hubiera quedado lo suficientemente claro, mostró la palma de su mano con brusquedad para hacerle esperar. Sin embargo, el matiz jovial de su voz no se alteró ni un momento, tan acostumbrado a aparentar y actuar frente a los demás.
—No se preocupe, padre, yo me mantendré al tanto de su seguridad. Kristof está tan ocupado con su trabajo que muchas veces no tiene tiempo para sus familiares, pero para ello puedo ser su soporte, nada me daría mayor placer que mitigarle algo de toda la carga que por cuenta propia quiere llevar encima. Karline también es mi responsabilidad, y soy el que más al pendiente está de ella. Se le ve feliz en la academia.
Por supuesto que siempre adquiría el papel de hombre preocupado por sus dos hermanos, ya que era lo que su familia esperaba de él. Pero a Hackett en realidad muy lejos podría importarle lo que le pasara a Kristof o a Karline, aunque no desaprovecharía la oportunidad de, por debajo del agua y con comentarios condescendientes, hacer quedar mal al primogénito. ¿Razón? Porque era el único que no se creía todas las farsas del segundo Schneider, y porque era de vital importancia contar con el respaldo de sus familiares en caso de un encuentro entre ambos. No estaba dentro de sus planes próximos un enfrentamiento con el abogado, pero nunca estaba de más contar con dicha carta.
Quien es previsor, es el triunfador siempre.
—Lo mantendré al tanto. Por ahora debo de colgar, tengo un pediente que resolver pero en la noche le devolveré la llamada. Trataré de contactar a mi hermano y ver si podemos planear algo para el siguiente fin de semana, que es cuando Karline puede salir. Mándele saludos de mi parte a mi madre, por favor, y cuídese usted también. Hasta en la noche —sin mayor dilatación colgó y su mirada aquamarina fue a posarse en el semblante del otro ser vivo en la estancia, quien estuvo aguardando en silencio, obediente—. ¿Qué quieres?
Cuando le hizo saber de la presencia de una mujer, quien requería saber de él, frunció el ceño de modo pensativo y por varios segundos sopesó sus posibilidades. Terminó por ponerse en pie y seguir a su lacayo hacia la planta baja, donde esperaba la susodicha. Tuvo que agacharse un poco al bajar las escaleras, debido a su altura, y cuado volvió a alzar la cabeza fue capaz de descubrir el familiar rostro de aquella que solicitaba audiencia con él.
Una sonrisa cínica, discreta, acudió a sus labios cuando sus ojos se encontraron y halló reconocimiento en los contrarios. Nada dijo mientras libraba los últimos escalones y con zancadas precisas y calmadas, terminaba de recorrer la distancia que los separaba mientras la escuchaba.
—En cuanto a negocios, me gusta mantenerme flexible, como el caudal de un río. Ir de aquí y allá y abrir cuantas vertientes sean posibles. Mientras más terreno abarques, mayor será el beneficio que puedas obtener en el proceso —tomó la mano de la joven y con ademanes caballerescos besó el dorso de la misma, a modo apropiado de saludo. Alzó la mirada y de modo penetrante la observó, hasta que soltó su mano finalmente y se irguió—. Puedo estar en medio de un frondoso bosque o en el más maravilloso de los valles, pero recordemos que es en el desierto donde más necesidad tienen de agua —terminó por añadir, haciendo una metáfora de la razón por la cual se encontraba en un lugar tan miserable como aquel. Su semblante se ensombreció—. Supongo que no vienes a saludar a un viejo compañero de trabajo, ¿cierto? Tienes una propuesta para mí.
No era una pregunta, sino un hecho.
Hackett Schneider
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