Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
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Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Me comporté tal cual se esperaría de un digno miembro de la familia Tescotti. Atendí a las indicaciones del guía, quien nos explicaba a mí y a Sergei todo lo básico en las instalaciones del enorme terreno que conformaba la academia. El edificio principal, donde se encontraban no sólo las oficinas sino también las aulas comunes, el comedor, biblioteca y enfermería; de allí nos encaminamos hacia la residencia destinada a las mujeres, no sin señalar el hombre previamente todos aquellos edificios con los que nos íbamos encontrando. Aquello era basto y parecía no tener fin, pero para gracia del destino finalmente llegamos al final del recorrido. Un momento, alto allí, ¿segundo piso? ¡¿Estaban queriendo verme la cara acaso?! ¡Yo no planeaba subir y bajar incansablemente cuatro tramos de escaleras!
Pero no iba a quejarme, ni mucho menos bostezar descaradamente frente a las eternas explicaciones del desconocido, quien hablaba y hablaba sin parar. Me aburría, demasiado, y por un segundo vi lo más adecuado el dar media vuelta y dejar al pelinegro encargado del resto mientras yo me iba a vagar por allí, a mi propia manera. Rayos, no podría escasquearme tan fácil.
¡Al fin! Nos detuvimos frente a la habitación que claramente señalaba el número 206, la que habían dicho que nos pertenecería a partir de aquel momento, y tras el empleado abrir y entregarle dos juegos de llave a mi guardaespaldas, nos dejó pasar. Inmediatamente comenzó a enlistar las bondades con las que contaba el inmueble, y los lugares exactos donde se encontraban el baño, armario y cuarto destinado al sirviente respectivamente. Bueno, hasta allí íbamos bien. Cuando comenzó a tomarse la molestia de decirnos el itinerario interno y demás, prácticamente me vi en la necesidad de darle cortón y cerrarle la puerta en las narices cuando ya se despedía, aún recordándome detalles que bien podría descubrir por mi cuenta. ¡Que ya lo había captado, demonios!
Una vez que el silencio reinó en aquella enorme habitación, sólo para nosotros, me giré sobre los talones para contemplar lo que había a mi alrededor. Todo estaba en perfecto orden, ni un mueble fuera de lugar y la limpieza impecable. Lo que sí, estaba un tanto vacía y eso no daba una cálida sensación de bienvenida, al menos no para mí, pero en un rincón estaban un par de maletas y cajas, las que había traído desde Japón y las cuales necesitaría para mi estadía en aquella institución; el resto del equipaje había sido enviado directamente a la residencia Tescotti, donde se quedaría hasta que fuera yo allí personalmente para encargarme del asunto. Por ahora tenía la obligación de hacer de aquel dormitorio en algo habitable. Y en cierta manera eso sería una ventaja, porque aún no me encontraba mentalmente preparada para enfrentarme al líder de los Tescotti. ¿Cómo se supone que debería de llamarlo? ¿Padre? No, precisamente por esa razón había pedido primero llegar a la academia, para después ver lo demás. Porque aún no estaba preparada.
Solté un suspiro para nada discreto y me interné aún más en la estancia, hacia el rincón donde se encontraban mis pertenencias. Sin decirle nada a mi compañero, pasándole por alto como si no estuviera consciente de su presencia, abrí la maleta más grande y de un momento a otro comencé a tirar todo su contenido en el suelo sin orden alguno, mientras rebuscaba entre este algo que deseaba encontrar. Cuando al fin di con la vieja baraja española que llevaba conmigo, con desdén hice a un lado aquellos objetos regados que obstruían mi camino y fui a sentarme sin ninguna delicadeza sobre el mullido colchón de la cama king size. Muchos seguramente se preguntarían para qué diantres quería yo una baraja. Bueno... eso era simple.
-Ven aquí -le pedí a mi compañero mientras comenzaba a barajar las descoloridas cartas. Di un par de palmadas sobre el colchón a mi lado, en una amistosa invitación a unirse a mí al tanto que le sonreía risueñamente- deja que vea qué te depara el futuro, Ser-gae~~
Pero no iba a quejarme, ni mucho menos bostezar descaradamente frente a las eternas explicaciones del desconocido, quien hablaba y hablaba sin parar. Me aburría, demasiado, y por un segundo vi lo más adecuado el dar media vuelta y dejar al pelinegro encargado del resto mientras yo me iba a vagar por allí, a mi propia manera. Rayos, no podría escasquearme tan fácil.
¡Al fin! Nos detuvimos frente a la habitación que claramente señalaba el número 206, la que habían dicho que nos pertenecería a partir de aquel momento, y tras el empleado abrir y entregarle dos juegos de llave a mi guardaespaldas, nos dejó pasar. Inmediatamente comenzó a enlistar las bondades con las que contaba el inmueble, y los lugares exactos donde se encontraban el baño, armario y cuarto destinado al sirviente respectivamente. Bueno, hasta allí íbamos bien. Cuando comenzó a tomarse la molestia de decirnos el itinerario interno y demás, prácticamente me vi en la necesidad de darle cortón y cerrarle la puerta en las narices cuando ya se despedía, aún recordándome detalles que bien podría descubrir por mi cuenta. ¡Que ya lo había captado, demonios!
Una vez que el silencio reinó en aquella enorme habitación, sólo para nosotros, me giré sobre los talones para contemplar lo que había a mi alrededor. Todo estaba en perfecto orden, ni un mueble fuera de lugar y la limpieza impecable. Lo que sí, estaba un tanto vacía y eso no daba una cálida sensación de bienvenida, al menos no para mí, pero en un rincón estaban un par de maletas y cajas, las que había traído desde Japón y las cuales necesitaría para mi estadía en aquella institución; el resto del equipaje había sido enviado directamente a la residencia Tescotti, donde se quedaría hasta que fuera yo allí personalmente para encargarme del asunto. Por ahora tenía la obligación de hacer de aquel dormitorio en algo habitable. Y en cierta manera eso sería una ventaja, porque aún no me encontraba mentalmente preparada para enfrentarme al líder de los Tescotti. ¿Cómo se supone que debería de llamarlo? ¿Padre? No, precisamente por esa razón había pedido primero llegar a la academia, para después ver lo demás. Porque aún no estaba preparada.
Solté un suspiro para nada discreto y me interné aún más en la estancia, hacia el rincón donde se encontraban mis pertenencias. Sin decirle nada a mi compañero, pasándole por alto como si no estuviera consciente de su presencia, abrí la maleta más grande y de un momento a otro comencé a tirar todo su contenido en el suelo sin orden alguno, mientras rebuscaba entre este algo que deseaba encontrar. Cuando al fin di con la vieja baraja española que llevaba conmigo, con desdén hice a un lado aquellos objetos regados que obstruían mi camino y fui a sentarme sin ninguna delicadeza sobre el mullido colchón de la cama king size. Muchos seguramente se preguntarían para qué diantres quería yo una baraja. Bueno... eso era simple.
-Ven aquí -le pedí a mi compañero mientras comenzaba a barajar las descoloridas cartas. Di un par de palmadas sobre el colchón a mi lado, en una amistosa invitación a unirse a mí al tanto que le sonreía risueñamente- deja que vea qué te depara el futuro, Ser-gae~~
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
De Japón a una isla de Italia, ese era un cambio drástico que ni siquiera le agradaba del todo. No porque a él le afectara en particular ya que su trabajo seguiría siendo el mismo, y aunque la mudanza significaba doblar esfuerzos para familiarizarse cuanto antes a la ciudad no era eso lo que le generaba intranquilidad. El sentimiento de incomodidad que lo acompañaba desde que le fue dada la noticia estaba ligado a Julietta, ¿estaría ella realmente bien con ese cambio? Tener que vivir en un sitio tan distante, desconocido y encima verse obligado a rearmar una vida en la que su padre estaría incluido no debía ser sencillo. La conocía fuerte, entusiasta y difícil de vencer, pero seguía siendo excesivamente joven. La castaña se encontraba justo en la edad en que usualmente se decide qué hacer con la vida de adulto a la que pronto debería sumarse y el radical cambio a Sergei le parecía un tanto… inoportuno. Empezar de cero, esa había sido la decisión de su ama. Él la apoyaría por supuesto, pero eso no significaba que sintiera que todo estaba “en orden”.
Al menos habían tenido la decencia de brindarles un guía que los orientara en la academia donde teóricamente pasarían la mayor parte del tiempo, después de todo las clases de la chica llevaban prioridad, los asuntos familiares quedaban en segundo plano según el criterio del guardia. Le gustara o no a Leone Tescotti la escuela tenía prioridad. ¿Pero era realmente por eso que Julietta pidió pisar primero el suelo de la academia? Ya se imaginaba el pelinegro que no, pero como encontraba acertado el instalarse primero en la habitación escolar no objetó. Claro que la última palabra la tenía Julietta pero Sergei no acostumbraba callarse la opinión cuando de cosas serias se trataba.
Agradecía las atenciones del guía pero sin duda él se sumó a la otra alma que respiró aliviada en cuanto el sujeto desapareció –forzadamente– de su campo de visión. No suspiró como su protegida pero sí se relajó su semblante. En silencio llevó el que era su equipaje a la habitación que le correspondía y enseguida regresó a la estancia de la señorita, descubriendo que en solo unos segundos el lugar se había convertido en un caos. –Me temo que todavía no es momento de desatar el apocalipsis. Acabamos de llegar.– comentó con el ceño fruncido, encaminándose al sin fin de cosas dispersas por el suelo. Antes se había quejado de tener que fungir como sirviente literal para la chica en ese país pero si lo pensaba detenidamente, dicha labor no era muy distinta de lo que ya hacía… Culpa claro del torbellino que solía ser esa mujer y de la necesidad natural de Sergei por mantener el entorno en orden. De ahí que resignado se diera a la tarea de levantar lo que ella había lanzado por los aires.
–Creí que querías instalarte cuanto antes– dijo con una ceja en alto después de que la castaña lo invitara –de un modo bastante raro– a sentarse sobre la cama con ella, ¡pero él no quería saber de su futuro a manos de la hiperactiva muchacha! Mucho menos si le arrojaba el ridículo apodo tan cómodamente, a eso nunca se acostumbraría, se negaba rotundamente a aceptar semejante cosa. –No necesito que unas cartas me lo digan. Mi futuro dice que encerraré a mi… ama en el armario a fin de poder poner esta habitación en orden.– y no era precisamente una broma, aunque primero tendría que encontrar la forma de amordazarla para evitarse un escándalo. A pesar de lo dicho con aparente seriedad sí tomó asiento donde se le pidió pero sin borrar la expresión de pocos amigos. ¿Algún día dejaría de usar ese sobrenombre para llamarlo?
–Y… tu futuro dice que debes doblar todo lo que acabas de tirar al suelo así que puedes comenzar con esto.– sin aviso le quitó las cartas de las mano y a cambio le extendió algo de lo que él ya había recogido del suelo. Al hacerlo sonrió de lado, se sentía mejor al verla animada pero ¿se mostraría igual cuando tuviesen que dirigirse a la mansión Tescotti?
Al menos habían tenido la decencia de brindarles un guía que los orientara en la academia donde teóricamente pasarían la mayor parte del tiempo, después de todo las clases de la chica llevaban prioridad, los asuntos familiares quedaban en segundo plano según el criterio del guardia. Le gustara o no a Leone Tescotti la escuela tenía prioridad. ¿Pero era realmente por eso que Julietta pidió pisar primero el suelo de la academia? Ya se imaginaba el pelinegro que no, pero como encontraba acertado el instalarse primero en la habitación escolar no objetó. Claro que la última palabra la tenía Julietta pero Sergei no acostumbraba callarse la opinión cuando de cosas serias se trataba.
Agradecía las atenciones del guía pero sin duda él se sumó a la otra alma que respiró aliviada en cuanto el sujeto desapareció –forzadamente– de su campo de visión. No suspiró como su protegida pero sí se relajó su semblante. En silencio llevó el que era su equipaje a la habitación que le correspondía y enseguida regresó a la estancia de la señorita, descubriendo que en solo unos segundos el lugar se había convertido en un caos. –Me temo que todavía no es momento de desatar el apocalipsis. Acabamos de llegar.– comentó con el ceño fruncido, encaminándose al sin fin de cosas dispersas por el suelo. Antes se había quejado de tener que fungir como sirviente literal para la chica en ese país pero si lo pensaba detenidamente, dicha labor no era muy distinta de lo que ya hacía… Culpa claro del torbellino que solía ser esa mujer y de la necesidad natural de Sergei por mantener el entorno en orden. De ahí que resignado se diera a la tarea de levantar lo que ella había lanzado por los aires.
–Creí que querías instalarte cuanto antes– dijo con una ceja en alto después de que la castaña lo invitara –de un modo bastante raro– a sentarse sobre la cama con ella, ¡pero él no quería saber de su futuro a manos de la hiperactiva muchacha! Mucho menos si le arrojaba el ridículo apodo tan cómodamente, a eso nunca se acostumbraría, se negaba rotundamente a aceptar semejante cosa. –No necesito que unas cartas me lo digan. Mi futuro dice que encerraré a mi… ama en el armario a fin de poder poner esta habitación en orden.– y no era precisamente una broma, aunque primero tendría que encontrar la forma de amordazarla para evitarse un escándalo. A pesar de lo dicho con aparente seriedad sí tomó asiento donde se le pidió pero sin borrar la expresión de pocos amigos. ¿Algún día dejaría de usar ese sobrenombre para llamarlo?
–Y… tu futuro dice que debes doblar todo lo que acabas de tirar al suelo así que puedes comenzar con esto.– sin aviso le quitó las cartas de las mano y a cambio le extendió algo de lo que él ya había recogido del suelo. Al hacerlo sonrió de lado, se sentía mejor al verla animada pero ¿se mostraría igual cuando tuviesen que dirigirse a la mansión Tescotti?
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Empecé a farfullar por lo bajo, haciendo muecas cómicas en una clara señal de que en mi mente lo estaba mandando a volar más allá ante sus indicaciones. Era aquella mi habitación, ¿cierto? Totalmente cierto... Entonces, ¿tenía o no tenía el derecho de hacer en ella lo que yo quisiera? Y si entre esas cosas estaban las de armar el apocalípsis y montar una tienda del noble arte de la adivinación... ¿Quién me lo iba a impedir? Él, al parecer. Le dediqué una mirada muy poco amable, que podría rivalizar perfectamente con la expresión que él ahora mostraba, cuando quitó de mis manos la baraja. Aunque no quisiera admitirlo, el pelinegro tenía razón: la idea era instalarsa lo más pronto posible, y mi caos muy poco ayudaba a la tarea. Pero tenía dos perfectas razones para hacerlo; la primera era porque, evidentemente, yo era así de desordenada. Y la segunda consistía específicamente en que más retrasara el momento de tener que ir con Leone Tescotti, mejor para mí.
-Oye, ¿la idea de encerrarme en el armario aún está en pie? -mascullé de la nada, mientras 'intentaba' doblar la prenda que me había dado. Le sonreí con encanto antes de cansarme y hacer bolas la blusa y así depositarla en sus manos una vez más- porque si con ello consigo que tú desempaques por mí, creéme que estaré dispuesta a llevar a cabo tal sacrificio -me puse en pie e hice un gesto solemne, como de quien se ofrece a ir voluntariamente a la guerra por su honor. Sólo que en este caso no se trataba de guerra alguna, y lo único que estaba tratando de salvaguardar era mi eterna pereza.
Como de antemano sabía que no iba a funcionar con Sergei, fui de mala gana hacia donde había dejado mi desorden y me dejé caer en el suelo mientras me daba a la tarea de, en lugar de acomodar, revolver aún más el caos que todavía se mantenía en el interior de la maleta. Estaba harta, odiaba aquello y así jamás iba a terminar, así que sin previo aviso volqué todo el contenido en el suelo y comencé a arrojarlo hacia la cama, donde el pelinegro aún aguardaba sentado. Con aburrimiento lanzaba prenda de ropa tras prenda de ropa, por encima de mi hombro y como si del tiro al blanco ciego se tratase. Precisamente porque no prestaba atención a lo que cogía con los dedos, fue que tardé en asimilar varios segundos sobre la identidad de aquello último que había lanzado hacia atrás. Abrí los ojos cual plato y en un brusco movimiento giré mi cuello para comprobar lo que ya sospechaba. Ese giro hizo que una parte de mi anotomía crujiera en queja, pero eso era lo último que me preocupaba.
-¡Un segundo! -me puse en pie de un santiamén y corrí a quitarle eso que había caído justo a su lado: mi sujetador de color suave. Lo escondí rápidamente detrás de mí- ¡Eso es mío! -le reclamé, como si fuera el culpable de que dicha prenda cayera justo allí y le observé con el rostro totalmente colorado, pero no dispuesta a ceder en mi reclamo visual. Claro, porque la vergüenza la tenía que pagar él, por supuesto- ¿No se supone que tú también deberías desempacar? Espera, ¡ya sé! ¿Necesitas ayuda? No hay problema, estoy en eso~~ -sin darle tregua a reaccionar, como siempre, me deshice de mi propia prenda y corrí hacia la puerta que el instructor anteriormente había señalado como la perteneciente a mi compañero.
Irrumpí sin más y con lo primero que me topé fue con el equipaje ajeno, así que me tomé la libertad de hacer uso de este como si también fuera mío. ¿Por qué no? Hasta en una de esas podía encontrar algo que usar en contra de mi guardaespaldas. Me arrodillé, dispuesta a realizar tan fatídica misión.
-Por cierto, ¿quieres que después de esto hagamos algo en especial? No sé, dar una vuelta en las instalaciones, comer un helado o... hasta jugar a la matatena -sugerí, ya abriendo la maleta que contenía las pertenencias ajenas. No elevé demasiado la voz, porque estaba segura que mi acompañante ya estaba detrás de mí dispuesto a evitar que armara un nuevo caos, pero ahora en su recinto personal. Quería hacer algo con él, pasar el mayor tiempo posible a su lado... Esa idea me producía una sensación extraña y un leve agitamiento, pero esa era la verdad. No deseaba que Sergei se fuera por allí y me dejara sola en esos momentos...
-Oye, ¿la idea de encerrarme en el armario aún está en pie? -mascullé de la nada, mientras 'intentaba' doblar la prenda que me había dado. Le sonreí con encanto antes de cansarme y hacer bolas la blusa y así depositarla en sus manos una vez más- porque si con ello consigo que tú desempaques por mí, creéme que estaré dispuesta a llevar a cabo tal sacrificio -me puse en pie e hice un gesto solemne, como de quien se ofrece a ir voluntariamente a la guerra por su honor. Sólo que en este caso no se trataba de guerra alguna, y lo único que estaba tratando de salvaguardar era mi eterna pereza.
Como de antemano sabía que no iba a funcionar con Sergei, fui de mala gana hacia donde había dejado mi desorden y me dejé caer en el suelo mientras me daba a la tarea de, en lugar de acomodar, revolver aún más el caos que todavía se mantenía en el interior de la maleta. Estaba harta, odiaba aquello y así jamás iba a terminar, así que sin previo aviso volqué todo el contenido en el suelo y comencé a arrojarlo hacia la cama, donde el pelinegro aún aguardaba sentado. Con aburrimiento lanzaba prenda de ropa tras prenda de ropa, por encima de mi hombro y como si del tiro al blanco ciego se tratase. Precisamente porque no prestaba atención a lo que cogía con los dedos, fue que tardé en asimilar varios segundos sobre la identidad de aquello último que había lanzado hacia atrás. Abrí los ojos cual plato y en un brusco movimiento giré mi cuello para comprobar lo que ya sospechaba. Ese giro hizo que una parte de mi anotomía crujiera en queja, pero eso era lo último que me preocupaba.
-¡Un segundo! -me puse en pie de un santiamén y corrí a quitarle eso que había caído justo a su lado: mi sujetador de color suave. Lo escondí rápidamente detrás de mí- ¡Eso es mío! -le reclamé, como si fuera el culpable de que dicha prenda cayera justo allí y le observé con el rostro totalmente colorado, pero no dispuesta a ceder en mi reclamo visual. Claro, porque la vergüenza la tenía que pagar él, por supuesto- ¿No se supone que tú también deberías desempacar? Espera, ¡ya sé! ¿Necesitas ayuda? No hay problema, estoy en eso~~ -sin darle tregua a reaccionar, como siempre, me deshice de mi propia prenda y corrí hacia la puerta que el instructor anteriormente había señalado como la perteneciente a mi compañero.
Irrumpí sin más y con lo primero que me topé fue con el equipaje ajeno, así que me tomé la libertad de hacer uso de este como si también fuera mío. ¿Por qué no? Hasta en una de esas podía encontrar algo que usar en contra de mi guardaespaldas. Me arrodillé, dispuesta a realizar tan fatídica misión.
-Por cierto, ¿quieres que después de esto hagamos algo en especial? No sé, dar una vuelta en las instalaciones, comer un helado o... hasta jugar a la matatena -sugerí, ya abriendo la maleta que contenía las pertenencias ajenas. No elevé demasiado la voz, porque estaba segura que mi acompañante ya estaba detrás de mí dispuesto a evitar que armara un nuevo caos, pero ahora en su recinto personal. Quería hacer algo con él, pasar el mayor tiempo posible a su lado... Esa idea me producía una sensación extraña y un leve agitamiento, pero esa era la verdad. No deseaba que Sergei se fuera por allí y me dejara sola en esos momentos...
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Claro, debió suponer que la idea de ser encerrada en el armario iba a fascinarle… A veces le sorprendía el alcance de la pereza ajena y, en ese caso específico, fue como recibir una lluvia de patatas sin previo aviso. –Olvídalo, la oferta ha caducado– dijo tajante –Debiste inscribirte a teatro…– murmuró con sarcasmo al presenciar la escenita de Julietta en modalidad sufrida. Lo bueno era que al parecer la chica se había rendido y volvía al suelo, lo que hizo pensar al mayor que finalmente sería mínimamente responsable y juntaría su desorden, pero no, eso no ocurrió. Fue todo lo contrario pues otra parte de la ropa que quedaba en la maleta salió disparada enérgicamente por los aires “curiosamente” en su dirección. –Julietta. No estas ayudando– le gruñó entre dientes, siguiendo con la mirada lo último que fue arrojado por las manos de la adolescente. ¿Era eso lo que creía?! –¡Por supuesto que es tuyo! ¡Igual que todo lo demás!– la regañó intentando olvidar la prenda que acababa de ver y que ahora la castaña escondía detrás de ella. No era la primera vez que ocurría esa clase de “accidente” pero no por eso estaba Hwergelmir acostumbrado, como prueba estaba el tono rojizo en sus mejillas, casi imperceptible pero existente.
–Si no estoy desempacando es porque intento ayudarte a instalar primero. Lo cual evidentemente pareces no haber entendido.– ¿y estaba ella escuchando? Oh claro que no, ya iba de camino a la habitación del hombre y con toda la intención de hacer estragos en sus pertenencias. –¡Hey! ¡Detente! No te atrevas…– Sergei salió corriendo casi literalmente detrás de ella pues sabía que lo suyo no era broma, el atrevimiento le sobraba y eso a él le complicaba la existencia numerosas veces al día. Si abría toda la maleta estaría en problemas.
–Caminar. Quiero que salgamos a caminar– respondió al mismo tiempo que su cuerpo se acomodaba detrás de ella y le atrapaba las muñecas para impedir que hurgara entre sus cosas. Julietta había conseguido agitarlo con sus locuras e incluso una exhalación de cansancio liberó el guardaespaldas una vez que sintió a salvo su equipaje. Hasta entonces cayó en cuenta de lo fácil que le había salido la respuesta a la pregunta de la jovencita, sabía perfectamente lo que eso significaba, le ocurría desde algún tiempo. Tenía el presentimiento de que ella también lo había notado mas no estaba completamente seguro.
–Podemos llamar a la mansión de los Tescotti e intentar posponer tu encuentro con él hasta mañana. Así podremos recorrer la ciudad con calma. Necesito asimilar este lugar o no podré hacer correctamente mi trabajo.– muchas cosas intentó disimular, por lo mismo desvió el rostro en otra dirección, por si acaso se le ocurría buscarlo visualmente y leerle la mirada. Porque contra sus ojos no podía. Sus manos por el contrario no representaban ningún problema, o eso prefería pensar. Lento las soltó pero de su lugar en el suelo no se movió.
–Si no estoy desempacando es porque intento ayudarte a instalar primero. Lo cual evidentemente pareces no haber entendido.– ¿y estaba ella escuchando? Oh claro que no, ya iba de camino a la habitación del hombre y con toda la intención de hacer estragos en sus pertenencias. –¡Hey! ¡Detente! No te atrevas…– Sergei salió corriendo casi literalmente detrás de ella pues sabía que lo suyo no era broma, el atrevimiento le sobraba y eso a él le complicaba la existencia numerosas veces al día. Si abría toda la maleta estaría en problemas.
–Caminar. Quiero que salgamos a caminar– respondió al mismo tiempo que su cuerpo se acomodaba detrás de ella y le atrapaba las muñecas para impedir que hurgara entre sus cosas. Julietta había conseguido agitarlo con sus locuras e incluso una exhalación de cansancio liberó el guardaespaldas una vez que sintió a salvo su equipaje. Hasta entonces cayó en cuenta de lo fácil que le había salido la respuesta a la pregunta de la jovencita, sabía perfectamente lo que eso significaba, le ocurría desde algún tiempo. Tenía el presentimiento de que ella también lo había notado mas no estaba completamente seguro.
–Podemos llamar a la mansión de los Tescotti e intentar posponer tu encuentro con él hasta mañana. Así podremos recorrer la ciudad con calma. Necesito asimilar este lugar o no podré hacer correctamente mi trabajo.– muchas cosas intentó disimular, por lo mismo desvió el rostro en otra dirección, por si acaso se le ocurría buscarlo visualmente y leerle la mirada. Porque contra sus ojos no podía. Sus manos por el contrario no representaban ningún problema, o eso prefería pensar. Lento las soltó pero de su lugar en el suelo no se movió.
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
-¡Me lleva...! -exclamé en voz alta, aunque esa no había sido mi intención. Al final logré autocensurarme para evitar una reprimienda más por parte del mayor ante mi dudoso vocabulario. Inflé ambas mejillas y miré el tentador equipaje a medio abrir que tenía ante mí, pero con la imposibilidad de hacer nada al respecto pues mis muñecas estaban fuertemene asidas por Sergei. Casi estuve incluso de lanzar un gemido lastimero como el de los cachorritos cuando se sienten en soledad. ¡Aquello no era justo! ¿Por qué siempre tenía que venir él a arruinarlo todo con su amargura? Pero todo eso quedó en un segundo plano cuando pude escuchar el resto de los comentarios del pelinegro. Mi expresión berrinchuda desapareció y en cambio fue sustituida por una solemne y ausente, con la mente lejana a lo que hacíamos en aquellos momentos. Por supuesto que recordar el tema de la visita a la residencia Tescotti no era algo sencillo de digerir, y estaba consciente de que tarde o temprano tendría que librar aquel obstáculo. Deseaba hacerlo, quería conocer a mi padre pues ni siquiera por fotografía lo había hecho en antaño, pero a la vez tenía miedo de que aquel suceso llegase. ¿Por qué? ¿Acaso era sencillo explicar lo que uno siente en aquella situación? Claro, llegaría a la mansión y una vez que lo viera le sonreiría pícaramente y me referiría a él como 'viejo'; después propondría el ir a dar una vuelta al parque a corretear ardillas o algo semejante, para recuperar el tiempo perdido. Catorce largos años perdidos... No, eso no era posible, no importaba el ángulo con el que se mirara.
Tan absorta estaba en eso que por un segundo me pasó inadvertido el hecho de que Sergei había soltado mis brazos y que estos habían caido sobre mis costados casi inanimados. Sólo en ese momento alcé la mirada hacia él, tratando de encontrarme con sus orbes verdosas. Me sorprendió descubrir que mi acompañante miraba hacia otro lado, como si estuviera ocultándome algo. Una suave sonrisa apareció en mis facciones.
-Sí, caminar me parece bien. Podemos ir al parque a corretear con las ardillas -exclamé al final casi con ironía, aunque seguramente para al contrario le sería desconcertante el comentario, pues no era capaz de seguir el hilo de mis pensamientos. Negué con suavidad- quiero un helado de vainilla. ¿Prestaste atención sobre si la ciudad quedaba muy lejos de la playa? Como me quedé dormida en el trayecto, no pude saberlo. De no quedarlo, podemos ir a dar un paseo por el muelle también. Sería entretenido, ¿verdad? Nos mojaríamos los pies en la orilla del mar y buscaríamos caracoles juntos -de repente mi semblante se iluminó más ante esta idea. Sería sensacional pasar el tiempo de esa manera a lado del pelinegro, aunque probablemente el otro descartaría tales planes ante lo poco 'práctico'. Pero él no sería nadie para impedirme soñar aunque fuera por un momento, y en ese momento preciso necesitaba justamente eso... soñar.
Sin previo aviso giré sobre mi propio eje, aún arrodillada, pero buscando encararle de alguna forma. No era dada a confiar, pero el hombre que tenía frente a mí siempre me había brindado una sensación de calidez y protección que muy difícilmente podría pasar por alto. Quería de alguna forma corresponderle el que siempre estuviera allí por mí, además de que era mi propio deseo abrirme ante él... aunque fuese un poco solamente.
-Sabes que sí quiero conocer a mi padre, ¿verdad? Pero... tengo mucho miedo -me sinceré al fin, palideciendo un poco ante los nervios ocasionados por la idea de enfrentarme a aquel hombre, que en mi imaginación era imponente y de presencia aplastante- ¿y si no me quiere? ¿Qué voy a hacer? Perdona por ser tan egoísta, te prometo que sí me enfrentaré a él a su debido momento, pero por ahora aceptaré tu ofrecimiento de brincarnos la sesión y mejor hacer otra cosa. Lo que sea, lo que tú quieras. Sólo un respiro, ¿de acuerdo? -le dediqué una insinuación de sonrisa. Eso fue por unos instantes, pues después de aquello mis ojos brillaron con aquel toque que no vaticinaba nada bueno y, sin previo aviso como siempre, volví a girarme hacia la maleta ajena y la abrí de par en par, deseosa por revelar lo que allí se ocultaba.
Si él y Dios sabían su contenido, ¡que lo supiera el resto del mundo!
Tomé lo primero que mi mano fue capaz de tomar y salí corriendo de allí, riendo casi maliciosamente y de regreso una vez más a mi habitación. Una vez allí fui a tirarme boca arriba, guardando la pertenencia ajena entre mi espalda y el colchón. Si el hombre deseaba recuperar su prenda, tendría que pelear primero conmigo.
-Ser-gae~
El resto de la tarde, por lo menos, prometía ser más divertido de lo que hubiera pensado en un inicio.
Tan absorta estaba en eso que por un segundo me pasó inadvertido el hecho de que Sergei había soltado mis brazos y que estos habían caido sobre mis costados casi inanimados. Sólo en ese momento alcé la mirada hacia él, tratando de encontrarme con sus orbes verdosas. Me sorprendió descubrir que mi acompañante miraba hacia otro lado, como si estuviera ocultándome algo. Una suave sonrisa apareció en mis facciones.
-Sí, caminar me parece bien. Podemos ir al parque a corretear con las ardillas -exclamé al final casi con ironía, aunque seguramente para al contrario le sería desconcertante el comentario, pues no era capaz de seguir el hilo de mis pensamientos. Negué con suavidad- quiero un helado de vainilla. ¿Prestaste atención sobre si la ciudad quedaba muy lejos de la playa? Como me quedé dormida en el trayecto, no pude saberlo. De no quedarlo, podemos ir a dar un paseo por el muelle también. Sería entretenido, ¿verdad? Nos mojaríamos los pies en la orilla del mar y buscaríamos caracoles juntos -de repente mi semblante se iluminó más ante esta idea. Sería sensacional pasar el tiempo de esa manera a lado del pelinegro, aunque probablemente el otro descartaría tales planes ante lo poco 'práctico'. Pero él no sería nadie para impedirme soñar aunque fuera por un momento, y en ese momento preciso necesitaba justamente eso... soñar.
Sin previo aviso giré sobre mi propio eje, aún arrodillada, pero buscando encararle de alguna forma. No era dada a confiar, pero el hombre que tenía frente a mí siempre me había brindado una sensación de calidez y protección que muy difícilmente podría pasar por alto. Quería de alguna forma corresponderle el que siempre estuviera allí por mí, además de que era mi propio deseo abrirme ante él... aunque fuese un poco solamente.
-Sabes que sí quiero conocer a mi padre, ¿verdad? Pero... tengo mucho miedo -me sinceré al fin, palideciendo un poco ante los nervios ocasionados por la idea de enfrentarme a aquel hombre, que en mi imaginación era imponente y de presencia aplastante- ¿y si no me quiere? ¿Qué voy a hacer? Perdona por ser tan egoísta, te prometo que sí me enfrentaré a él a su debido momento, pero por ahora aceptaré tu ofrecimiento de brincarnos la sesión y mejor hacer otra cosa. Lo que sea, lo que tú quieras. Sólo un respiro, ¿de acuerdo? -le dediqué una insinuación de sonrisa. Eso fue por unos instantes, pues después de aquello mis ojos brillaron con aquel toque que no vaticinaba nada bueno y, sin previo aviso como siempre, volví a girarme hacia la maleta ajena y la abrí de par en par, deseosa por revelar lo que allí se ocultaba.
Si él y Dios sabían su contenido, ¡que lo supiera el resto del mundo!
Tomé lo primero que mi mano fue capaz de tomar y salí corriendo de allí, riendo casi maliciosamente y de regreso una vez más a mi habitación. Una vez allí fui a tirarme boca arriba, guardando la pertenencia ajena entre mi espalda y el colchón. Si el hombre deseaba recuperar su prenda, tendría que pelear primero conmigo.
-Ser-gae~
El resto de la tarde, por lo menos, prometía ser más divertido de lo que hubiera pensado en un inicio.
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Julietta hizo bien en censurarse o de lo contrario se habría llevado un sermón más tarde, porque en ese momento había otras cosas de las cuales preocuparse, corregir el léxico ajeno podía esperar y no precisamente porque corretear ardillas formara parte de las actividades aceptables para el hombre. De hecho estaba seguro que nada en el mundo lo convencería de hacer tal cosa.
–La playa queda un tanto distante– respondió la pregunta que por alguna razón le dejó sabor a evasiva. De cualquier forma recordaría la petición de la castaña y haría lo posible por agendarlo en un día cercano, había notado el entusiasmo en su voz al hablar de… caracoles y decidió creer que esa emoción era genuina. ¿Estaba haciendo bien? No había modo de saberlo…
Sus pensamientos amenazaron con irse a un lugar lejano donde analizar sus contradictorios sentimientos pero como en muchas otras ocasiones, era justamente ella quien lo traía de regreso y, en este caso, lo atrapó con sus ojos que insistieron en encontrarse con los contrarios. Cuando lo miraba directamente no había modo de que se negara a darle absolutamente toda su atención, mucho menos si exponía con una sinceridad abrumadora sus miedos y dudas respecto al encuentro obligado con su padre. Exhaló resignado tras escuchar su desesperada petición, al parecer ella no había entendido que él habría accedido aún si no le daba toda una justificación, pero sin duda lo agradecía. Y lo recordaría.
–Esta bien, haré la llamada para solicitar una cita mañana y entonces…– y entonces se percató de la temible sonrisa que adornaba las facciones de su ama. La conocía y de sobra, después de ese gesto siempre venía un tsunami directo hacia él pero de todas las travesuras posibles se olvidó de la más simple y obvia dadas las circunstancias. –¡Devuelve eso!– exclamó poniéndose rápido de pie dispuesto a recuperar lo que sea que ella había tomado de su maleta. Una mirada fugaz había dado a su equipaje abierto y sin duda temió lo peor. –Dame eso y ve a corretear tus queridas ardillas– dijo entre dientes mientras se quitaba el saco y lo dejaba colgado en la manija de su puerta. Tenía ya al frente la escena de Julietta tumbada en su enorme cama y supuso que en las manos escondidas tenía la ropa, ¿por qué tenía que ponerlo en tan complicada situación?!
–¿Nadie te ha dicho que una señorita siempre será tentadora recostada sobre cualquier tipo de superficie? Si no tienes cuidado te meterás en problemas…– Claro que él estaría ahí para protegerla de cualquier abusivo pero no por eso debía ella ser tan descuidada. Naturalmente no pensó en que él mismo podía llegar a encajar en el perfil de hombre que la viera con otros ojos en tal posición. Simplemente se quitó la sobaquera en que portaba las dos armas y sobre una esquina de la cama la dejó caer, iba a tener que batallar con la inquieta muchachita y no quería accidentes o más locuras de su parte que involucraran su habitual armamento. –Anda, entrégamelo por las buenas.– apoyó una rodilla sobre la cama y sintiendo una punzada en la cabeza extendió una mano esperando un milagro de su parte. –No quieres mi ropa interior en tus manos, estoy seguro– afortunadamente no era la clase de ropa que acomodaba en la parte superior de la maleta y por lo tanto no había modo de que justo eso estuviera en posesión de la jovencita pero creyó que si la hacía caer en esa mentira se la entregaría sin causar más revuelo. Estaba casi seguro de que se trataba de una camiseta para llevar bajo la camisa.
–La playa queda un tanto distante– respondió la pregunta que por alguna razón le dejó sabor a evasiva. De cualquier forma recordaría la petición de la castaña y haría lo posible por agendarlo en un día cercano, había notado el entusiasmo en su voz al hablar de… caracoles y decidió creer que esa emoción era genuina. ¿Estaba haciendo bien? No había modo de saberlo…
Sus pensamientos amenazaron con irse a un lugar lejano donde analizar sus contradictorios sentimientos pero como en muchas otras ocasiones, era justamente ella quien lo traía de regreso y, en este caso, lo atrapó con sus ojos que insistieron en encontrarse con los contrarios. Cuando lo miraba directamente no había modo de que se negara a darle absolutamente toda su atención, mucho menos si exponía con una sinceridad abrumadora sus miedos y dudas respecto al encuentro obligado con su padre. Exhaló resignado tras escuchar su desesperada petición, al parecer ella no había entendido que él habría accedido aún si no le daba toda una justificación, pero sin duda lo agradecía. Y lo recordaría.
–Esta bien, haré la llamada para solicitar una cita mañana y entonces…– y entonces se percató de la temible sonrisa que adornaba las facciones de su ama. La conocía y de sobra, después de ese gesto siempre venía un tsunami directo hacia él pero de todas las travesuras posibles se olvidó de la más simple y obvia dadas las circunstancias. –¡Devuelve eso!– exclamó poniéndose rápido de pie dispuesto a recuperar lo que sea que ella había tomado de su maleta. Una mirada fugaz había dado a su equipaje abierto y sin duda temió lo peor. –Dame eso y ve a corretear tus queridas ardillas– dijo entre dientes mientras se quitaba el saco y lo dejaba colgado en la manija de su puerta. Tenía ya al frente la escena de Julietta tumbada en su enorme cama y supuso que en las manos escondidas tenía la ropa, ¿por qué tenía que ponerlo en tan complicada situación?!
–¿Nadie te ha dicho que una señorita siempre será tentadora recostada sobre cualquier tipo de superficie? Si no tienes cuidado te meterás en problemas…– Claro que él estaría ahí para protegerla de cualquier abusivo pero no por eso debía ella ser tan descuidada. Naturalmente no pensó en que él mismo podía llegar a encajar en el perfil de hombre que la viera con otros ojos en tal posición. Simplemente se quitó la sobaquera en que portaba las dos armas y sobre una esquina de la cama la dejó caer, iba a tener que batallar con la inquieta muchachita y no quería accidentes o más locuras de su parte que involucraran su habitual armamento. –Anda, entrégamelo por las buenas.– apoyó una rodilla sobre la cama y sintiendo una punzada en la cabeza extendió una mano esperando un milagro de su parte. –No quieres mi ropa interior en tus manos, estoy seguro– afortunadamente no era la clase de ropa que acomodaba en la parte superior de la maleta y por lo tanto no había modo de que justo eso estuviera en posesión de la jovencita pero creyó que si la hacía caer en esa mentira se la entregaría sin causar más revuelo. Estaba casi seguro de que se trataba de una camiseta para llevar bajo la camisa.
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Me mordí el labio inferior como fallido intento de contener la risa que amenazaba por escaparse de mis labios. Tal vez mis acciones y actitud fueran una clara evasiva al tema tratado anteriormente, pero mientras tuviera la oportunidad de despejarme del momento y evitar que me hundiera en un abismo de represión, no lo desaprovecharía. Porque realmente quería estar alegre a lado de aquel hombre, ese que de alguna forma me inspiraba a no dejarme derrotar tan fácil y a que los momentos grises los viera con otro matiz más brillante, aún si él nunca expresara nada en voz alta o incluso pasara por desapercibido del sentir que causaba en mí.
Cuando, segundos después, hizo acto de presencia, no pude sino verlo con asombro, arqueando ligeramente las cejas al verle quitarse el saco y colocarlo en la manija de forma tan ordenada. ¡Ni siquiera en los momentos de juego podía permitirse un fallo aquel hombre! Inmediatamente fruncí el ceño, cuestionándome seriamente si no se trataría de un robot hecho pasar por humano. Le hice una mueca cómica e hice mayor presión al colchón con mi espalda, para mantener mi valioso botín mejor protegido, según yo.
-¡Vaya, Sergei! ¿Qué es eso que te veo hacer? -inquirí, fingiendo total desconcierto pero siendo un brillo descarado el que iluminaba en mis ojos castaños. También el timbre de mi voz dejaba en claro que mi intención no era otra que no fuera la de tomarle el pelo. Mis ojos le siguieron en cada mínima acción, hasta la parte en la que se deshacía de su armamento. A punto estuve de soltarme a reír sin freno- ¿me harás un streaptess? ¡Que genial! Siempre quise saber cómo sería uno, y qué mejor si es realizado por el hombre que pone a latir mi corazón con desenfreno. Venga, muéstrame -exclamé, casi coreando entre risas para que se animara a seguir con su tarea de deshacerse de las prendas que llevaba encima.
Obviamente, porque me convenía, ignoré tanto su advertencia pasada de no jugar con fuego... o algo así había querido dar a entender, a la vez que lo hacía ahora con su mano extendida, exigiendo a que su prenda fuera devuelta. ¡Antes muerta que hacerlo sin luchar y no morir en el intento! Como buen código de pirata, por supuesto. ¿Podría alguien decirme qué buen ladrón de los mares sería digno si hiciera tal atento a su propia honra? ¡Ninguno!
Mis cejas automáticamente se volvieron a arquear ante sus palabras finales. ¡Vaya! ¿Aquello que tenía en manos era la ropa interior de mi estimado Ser-gae? Que cosa tan más interesante, entonces, había encontrado. ¿Así que el pelinegro era de esa clase de hombres que guardaban hasta arriba algo tan íntimo como para que pudiera ser visto por alguien más? ¡Vaya espécimen tan más descarado tenía conmigo! Reí de lo lindo ante esa idea, pues sabía que no era cierto. No era tan tonta, no iba a caer.
-Espera -pedí, mordiéndome el labio ligeramente y frunciendo el ceño por la concentración. Me retorcí un poco, sólo lo suficiente para que mis manos se vieran libres de la opresión pero no por ello dejé de echar peso, para evitar ser burlada. Le mostré ambas manos vacías, las cuales tenía ligeramente entumidas por la falta de circulación momentánea. Le sonreí a la vez con picardía- en teoría no los tengo en mis manos sino que más bien están en mi espalda, y no tengo ningún lío con que estén allí, ¿sabes? -repliqué con total burla, después una mirada desdeñosa hizo acto de presencia en mi mirar castaño- veamos, Sergei... al menos que tus calzones sean lo suficientemente grandes... -desvíe por un segundo mi mirada a sus estrechas caderas y de inmediato retorné a sus ojos verdes, sonriendo divertida pero no por ello evitando que mis mejillas se ruborizaran con sutileza- lo cual queda en evidencia que está para dudarse, estoy segura de que lo que te robé no son tus paños menores. E independientemente de eso, no me la creo que hayas venido con sólo unos. Tienes más, no los echarás en falta~~ -canturré, totalmente inocente. Le guiñé el ojo finalmente- suerte para la próxima, Si pretendías timarme para que me diera asco, lamento informarte que no tendría reparo en hurtarte los boxers. Hablando de eso, ¿de qué color exacto describirías a mis ojos? -cuestioné, sacando el tema completamente de la manga mientras lo penetraba suavemente con estos, en busca de una sincera respuesta por su parte.
Por supuesto, por la mía, la única intensión que tenía era desesperarle. ¿Qué no vivía día tras día por ello? Bueno, al menos así le serviría como recordatorio... y como afirmación de que tendría que emplear mejor estrategia conmigo si es que deseaba que cediera. Le dediqué una franca sonrisa antes de extender mis manos y tomar el rostro ajeno con estas, pero sin arquear mi espalda ni mucho menos. No fuera a ser que mi contrincante fuera todo un oportunista.
Le miré con ojos risueños.
-¡Te atrapé!
Cuando, segundos después, hizo acto de presencia, no pude sino verlo con asombro, arqueando ligeramente las cejas al verle quitarse el saco y colocarlo en la manija de forma tan ordenada. ¡Ni siquiera en los momentos de juego podía permitirse un fallo aquel hombre! Inmediatamente fruncí el ceño, cuestionándome seriamente si no se trataría de un robot hecho pasar por humano. Le hice una mueca cómica e hice mayor presión al colchón con mi espalda, para mantener mi valioso botín mejor protegido, según yo.
-¡Vaya, Sergei! ¿Qué es eso que te veo hacer? -inquirí, fingiendo total desconcierto pero siendo un brillo descarado el que iluminaba en mis ojos castaños. También el timbre de mi voz dejaba en claro que mi intención no era otra que no fuera la de tomarle el pelo. Mis ojos le siguieron en cada mínima acción, hasta la parte en la que se deshacía de su armamento. A punto estuve de soltarme a reír sin freno- ¿me harás un streaptess? ¡Que genial! Siempre quise saber cómo sería uno, y qué mejor si es realizado por el hombre que pone a latir mi corazón con desenfreno. Venga, muéstrame -exclamé, casi coreando entre risas para que se animara a seguir con su tarea de deshacerse de las prendas que llevaba encima.
Obviamente, porque me convenía, ignoré tanto su advertencia pasada de no jugar con fuego... o algo así había querido dar a entender, a la vez que lo hacía ahora con su mano extendida, exigiendo a que su prenda fuera devuelta. ¡Antes muerta que hacerlo sin luchar y no morir en el intento! Como buen código de pirata, por supuesto. ¿Podría alguien decirme qué buen ladrón de los mares sería digno si hiciera tal atento a su propia honra? ¡Ninguno!
Mis cejas automáticamente se volvieron a arquear ante sus palabras finales. ¡Vaya! ¿Aquello que tenía en manos era la ropa interior de mi estimado Ser-gae? Que cosa tan más interesante, entonces, había encontrado. ¿Así que el pelinegro era de esa clase de hombres que guardaban hasta arriba algo tan íntimo como para que pudiera ser visto por alguien más? ¡Vaya espécimen tan más descarado tenía conmigo! Reí de lo lindo ante esa idea, pues sabía que no era cierto. No era tan tonta, no iba a caer.
-Espera -pedí, mordiéndome el labio ligeramente y frunciendo el ceño por la concentración. Me retorcí un poco, sólo lo suficiente para que mis manos se vieran libres de la opresión pero no por ello dejé de echar peso, para evitar ser burlada. Le mostré ambas manos vacías, las cuales tenía ligeramente entumidas por la falta de circulación momentánea. Le sonreí a la vez con picardía- en teoría no los tengo en mis manos sino que más bien están en mi espalda, y no tengo ningún lío con que estén allí, ¿sabes? -repliqué con total burla, después una mirada desdeñosa hizo acto de presencia en mi mirar castaño- veamos, Sergei... al menos que tus calzones sean lo suficientemente grandes... -desvíe por un segundo mi mirada a sus estrechas caderas y de inmediato retorné a sus ojos verdes, sonriendo divertida pero no por ello evitando que mis mejillas se ruborizaran con sutileza- lo cual queda en evidencia que está para dudarse, estoy segura de que lo que te robé no son tus paños menores. E independientemente de eso, no me la creo que hayas venido con sólo unos. Tienes más, no los echarás en falta~~ -canturré, totalmente inocente. Le guiñé el ojo finalmente- suerte para la próxima, Si pretendías timarme para que me diera asco, lamento informarte que no tendría reparo en hurtarte los boxers. Hablando de eso, ¿de qué color exacto describirías a mis ojos? -cuestioné, sacando el tema completamente de la manga mientras lo penetraba suavemente con estos, en busca de una sincera respuesta por su parte.
Por supuesto, por la mía, la única intensión que tenía era desesperarle. ¿Qué no vivía día tras día por ello? Bueno, al menos así le serviría como recordatorio... y como afirmación de que tendría que emplear mejor estrategia conmigo si es que deseaba que cediera. Le dediqué una franca sonrisa antes de extender mis manos y tomar el rostro ajeno con estas, pero sin arquear mi espalda ni mucho menos. No fuera a ser que mi contrincante fuera todo un oportunista.
Le miré con ojos risueños.
-¡Te atrapé!
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
¿Pero qué demonios tenía esa mujer en la cabeza? Una vena le iba a explotar en la cabeza al hombre si las supuestas bromas de Julietta seguían siendo tan… radicales. ¡Obvio que no se iba a desvestir! No era su culpa que ella fuese tan poco cuidadosa como para ser capaz de lanzarse a rodar por el pasto mientras usaba un vestido de gala terriblemente costoso, no todo el mundo era tan despreocupado como ella. Tal vez habría sido más práctico golpearla en la cabeza y dejarla inconsciente pero estaba claro que eso no era una opción. No le quedó más opción que fingir que no la había escuchado y soportar las burlas de la jovencita, esa risa que de ella brotaba tendía a complicarle la existencia pues aunque por una arte le gustaba escucharla, lo exasperaba cuando iba contra él. Eso ocurría con frecuencia, parecía ser su objeto de diversión y no su protector.
–Estoy seguro de que tu corazón ya latía como desquiciado desde antes.– murmuró entre dientes. Sus esperanzas de obtener de regreso su ropa estaban a punto de morir cuando la castaña pidió tregua y empezó a removerse en su lugar. ¿Era idea suya o Julietta sabía ser sugestiva? Se reprobó a sí mismo por tener tales pensamientos, cerró los ojos con la intención de despejarse y al abrirlos de nuevo se encontró con un par de manos totalmente libres y que de algún modo se burlaban también de él. ¡Todo en ella se burlaba de su persona! Sus manos, sus ojos, su sonrisa y por supuesto, también su voz. –Gracias por el análisis, ahora sé que debo poner candado a mi puerta para evitar complicadas desapariciones entre mis pertenencias.– a veces le sorprendía el rumbo tan rebuscado que tomaban los pensamientos de la chica, tenía una mente ágil, lástima que tendía a usarla siempre para desquiciarlo. Porque lo lograba, sabía perfectamente cómo dejarlo con la duda en la cara y en la boca.
–¿Qué tienen que ver tus ojos con esto?– se dio por vencido, o eso pareció. Dejó de esperar su prenda de regreso y sin comprender a dónde quería llegar Julietta con esa pregunta ancló la mirada en los orbes de ella. No era la clase de persona que sabía infinidad de colores, si lo que quería era un nombre específico no iba a conseguirlo de él. Pensativo frunció el ceño y en cuanto afiló la mirada el par de manos femeninas le tomaron el rostro de improviso. En situaciones como esa agradecía que sus mejillas no fuesen presa fácil del color o la temperatura. –Chocolate con leche, en barra. Y no, yo te atrapé.– en el acto sujetó una de las muñecas de la castaña, su otra mano le atrapó por la cintura y al tener ambas partes bajo su control se incorporó rápidamente llevándola consigo. Habría sido más sencillo hurgar bajo su espalda mientras la retenía pero no iba lucir precisamente decente. La sonrisa del pelinegro apareció al tener ya a la vista su prenda, solo tenía que retener a Julietta un poco más y todo estaría arreglado.
–Sabes que tengo que hacer una llamada, agradecería que te quedaras quieta unos… cuantos minutos.– dijo con cansancio mental y exceso de atención en las zonas que sus manos tocaban. Vivir literalmente con ella iba a ser más complicado de lo esperado. Giró parcialmente para apartarla de la cama y la soltó entonces de la muñeca para finalmente dar alcance a su prenda. Sintió alivio, respiró profundamente y en un abrir y cerrar de ojos cortó el contacto directo con el cuerpo de la chica. Se había salvado de discutir con ella en la cama, algo como eso podría haber dado una errada imagen si por casualidad alguien abría la puerta sin aviso. “Intento de homicidio en la academia”. No, no quería ni pensarlo.
–Estoy seguro de que tu corazón ya latía como desquiciado desde antes.– murmuró entre dientes. Sus esperanzas de obtener de regreso su ropa estaban a punto de morir cuando la castaña pidió tregua y empezó a removerse en su lugar. ¿Era idea suya o Julietta sabía ser sugestiva? Se reprobó a sí mismo por tener tales pensamientos, cerró los ojos con la intención de despejarse y al abrirlos de nuevo se encontró con un par de manos totalmente libres y que de algún modo se burlaban también de él. ¡Todo en ella se burlaba de su persona! Sus manos, sus ojos, su sonrisa y por supuesto, también su voz. –Gracias por el análisis, ahora sé que debo poner candado a mi puerta para evitar complicadas desapariciones entre mis pertenencias.– a veces le sorprendía el rumbo tan rebuscado que tomaban los pensamientos de la chica, tenía una mente ágil, lástima que tendía a usarla siempre para desquiciarlo. Porque lo lograba, sabía perfectamente cómo dejarlo con la duda en la cara y en la boca.
–¿Qué tienen que ver tus ojos con esto?– se dio por vencido, o eso pareció. Dejó de esperar su prenda de regreso y sin comprender a dónde quería llegar Julietta con esa pregunta ancló la mirada en los orbes de ella. No era la clase de persona que sabía infinidad de colores, si lo que quería era un nombre específico no iba a conseguirlo de él. Pensativo frunció el ceño y en cuanto afiló la mirada el par de manos femeninas le tomaron el rostro de improviso. En situaciones como esa agradecía que sus mejillas no fuesen presa fácil del color o la temperatura. –Chocolate con leche, en barra. Y no, yo te atrapé.– en el acto sujetó una de las muñecas de la castaña, su otra mano le atrapó por la cintura y al tener ambas partes bajo su control se incorporó rápidamente llevándola consigo. Habría sido más sencillo hurgar bajo su espalda mientras la retenía pero no iba lucir precisamente decente. La sonrisa del pelinegro apareció al tener ya a la vista su prenda, solo tenía que retener a Julietta un poco más y todo estaría arreglado.
–Sabes que tengo que hacer una llamada, agradecería que te quedaras quieta unos… cuantos minutos.– dijo con cansancio mental y exceso de atención en las zonas que sus manos tocaban. Vivir literalmente con ella iba a ser más complicado de lo esperado. Giró parcialmente para apartarla de la cama y la soltó entonces de la muñeca para finalmente dar alcance a su prenda. Sintió alivio, respiró profundamente y en un abrir y cerrar de ojos cortó el contacto directo con el cuerpo de la chica. Se había salvado de discutir con ella en la cama, algo como eso podría haber dado una errada imagen si por casualidad alguien abría la puerta sin aviso. “Intento de homicidio en la academia”. No, no quería ni pensarlo.
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
-Tienes hambre, Sergei -repliqué entre ligeras risas ante su respuesta con respecto al color de mis ojos. Me halagaba que se hubiera tomado el cuestionamiento tan literal, pero la verdad era que no había estado esperando una respuesta por su parte. Sencillamente había formado parte de mi estrategia, eso había sido todo.
Aquella coqueta sonrisa aún se mantenía en mi expresión... hasta que fui cruelmente asaltada por el hombre que tenía ante mí. La sorpresa del acto me dejó momentáneamente incapacitada para reaccionar, pero ahora ya era demasiado tarde para hacer algo: mi botín estaba en manos enemigas. Me retorcí ligeramente, pero sin reales ánimos de luchar, ¿para qué si la victoria era ajena? Pero no sólo había sido eso, sino que el recordatorio de la llamada hizo que mi humor descendiera drásticamente por los suelos. Claro, tenía que contactar con los Tescotti para posponer la visita al igual que enterarles formalmente de nuestro arribo. Y todo regresó a mí como el plomo, percatándome así que aquellos minutos de sana diversión habían concluido de cuajo. Sin embargo eso no fue comparado al sentimiento que me invadió cuando el pelinegro se deshizo de todo contacto hacia mi persona una vez recuperada su prenda. Empalidecí notoriamente y al instante desvié la mirada hacia otro lado, apretando discretamente el puño para contenerme. Por supuesto, ¿qué me había hecho creer que a mi compañero le pudiera gustar estar conmigo más tiempo del indispensable? No me había percatado en su momento, pero sentir el cuerpo ajeno cerca del mío y ser capaz de percibir su calidez había resultado ser mejor remedio para mis problemas que cualquier otra cosa. ¿Por qué tenía que sentirme de aquella manera? Segura y en confianza, como si fuera capaz de enfrentarme a cualquier cosa siempre y cuando él se mantuviera a mi lado. Aunque, por supuesto, esa forma de ver las cosas era unilaterial, visiblemente. A Sergei no le interesaba nada más que desempeñar con eficacia su papel de guardaespaldas y hasta allí. Debería de recordarlo más seguido antes de permitir que las distancias tanto físicas como emocionales se acortaran tan radicalmente como hacía un momento. Y aún así, como doloroso recordatorio de lo sucedido, podía sentir un leve cosquilleo allí donde las manos de Sergei me habían sujetado para apartarme del colchón. No era justo, pero la vida no solía serlo muy a menudo.
Suspiré con cansancio, resignada, y dando así por finalizado el momento de las jugarretas. Le miré de reojo, aparentando calma y despreocupación aunque en el fondo un torbellino de emociones creaba caos en mi interior.
-Vale, vale, entendí... se acabó el receso -me encogí de hombros, aceptando mi derrota- la próxima vez armaré mejor estrategia, seguramente~ -canturré divertida, aunque ya me había impuesto a que no hubiera una próxima vez. No deseaba ser desairada de nuevo, muchas gracias-. Tienes que hacer una llamada, ¿cierto? Y ahora ya has recuperado tus calzoncillos -aquello último iba impregnado con un claro matiz de burla puesto que era totalmente visible que aquello difería a lo que había dicho Sergei que sería. Me coloqué detrás de él y comencé a encaminarle, empujando con suavidad su espalda con ambas manos mías colocadas a la altura de sus omoplatos... o lo que podía alcanzar de ellos- ya no hay absolutamente nada que te retenga aquí. Haz lo que debes y mientras tanto me encargaré de hacer caos en este orden... ¡Quiero decir! Poner orden a esta caos, sí... eso... -lo traspasé por el umbral que dividía ambas habitaciones. Le miré de forma terminante- tengo que acomodar mi ropa interior y no quiero que la veas, así que aquí te quedas -sin esperar más, cerré la puerta frente a él. Sin colocar el seguro, obviamente.
Nada más lejos de la realidad, pero necesitaba un momento a solas para poder asimilar ciertas cosas que no había captado anteriormente y que tenía que resolver si es que deseaba que aquella convivencia mutua no se convirtiera en un infierno. Cruzar la línea la menor cantidad posible, eso sería fundamental. Me hería, puesto que yo realmente confiaba en Sergei y su presencia me ayudaba en muchas más formas de las que él pudiera pensar y yo admitir; mas no se valía ser egoista tanto tiempo, sólo estaba poniendo en apuros a mi acompañante y lo último que deseaba ser era una real molestia. Precisamente porque no deseaba que terminara apartándose de mi lado, era que tendría que comenzar a reprimirme ciertas libertades que me había adjudicado.
Me dirigí hacia el montículo de caos que tenía allí, suspirando por enésima vez en el día, y para asombro de cualquiera que me conociera y viera, comencé a acomodar la ropa que tenía allí desperdigada en el rincón.
Primero la doblé y amontoné en varias columnas, para después buscarles un acomodo en el mobiliario. Una vez finalizado lo de afuera, le secundó aquello que aún se mantenía adentro de la maleta, lo cual no era realmente mucho. O esa habría sido mi intención de no toparme con un pequeño rectángulo de grueso y lustroso papel, al fondo de todo. Un vuelco me dio en el corazón e inmediatamente después fui a tomar a aquel tesoro con ambas manos para llevármelo al pecho. ¿Cómo había podido ser tan descuidada y olvidar que en dicha valija se encontraba esa fotografía? Si se hubiera dañado, jamás me lo perdonaría. Miré la imagen que allí se mostraba y una nostálgica expresión acudió a mi rostro parcialmente sonriente: mi madre me sonreía desde allí, radiante y tan parecida a mí, con una belleza que lamentablemente no heredé. Me sonreía, como seguramente lo había hecho alguna vez de forma directa, como nunca lo haría ahora.
De repente la necesidad de tomar aire se volvió apremiante y me incorporé bruscamente, dejando aquella valiosa posesión sobre el colchón. Me dirigí hacia el otro extremo de la puerta de acceso al pasillo y abrí de par en par la terraza que conducía a un hermoso balcón decorado con un par de macetas en flor. Respiré profundamente y permití que la brisa de la media tarde refrescara mi rostro. Caminé hacia el barandal y me sustuve en este, prolongando el silencio al tanto que me dedicaba a la contemplación del panorama exterior. Ostentoso, pero hermoso... Tenía una maravillosa vista a una sección de los jardines, incluso al pie de mi balcón se encontraba un joven pero fuerte árbol.
Me senté parcialmente sobreel barandal, dejando una pierna sobre el suelo para mayor sostén y la otra subiéndola igualmente sobre la estrecha construcción de piedra pulida. Me aferré con una mano, cuidándome de no caer al vacío. Aunque no estaría tampoco mal la idea de arrojarse y ver qué sucedía. Sería una vía a considerar de escape para la aguda mirada del pelinegro.
Me permití estar así por varios minutos, concentrada en mis pensamientos y sin ser consciente de cuándo había comenzado, pero para cuando me di cuenta, ya estaba entonando una canción e iba a la mitad de esta. No me detuve, permití que fuera este medio de expresión el que liberara en parte todo aquello que reprimía: miedos, incertidumbre, nervios, dolor y tristeza. No permitía que nadie me escuchara cantar, por lo tanto era una actividad que no realizaba muy a menudo. Pero en esos momentos, no me importaba: tenía derecho a sentirme de esa manera.
Off: Una buena manera para que al fin Sergei pueda escuchar la voz de Julietta cantando(? xD!
Aquella coqueta sonrisa aún se mantenía en mi expresión... hasta que fui cruelmente asaltada por el hombre que tenía ante mí. La sorpresa del acto me dejó momentáneamente incapacitada para reaccionar, pero ahora ya era demasiado tarde para hacer algo: mi botín estaba en manos enemigas. Me retorcí ligeramente, pero sin reales ánimos de luchar, ¿para qué si la victoria era ajena? Pero no sólo había sido eso, sino que el recordatorio de la llamada hizo que mi humor descendiera drásticamente por los suelos. Claro, tenía que contactar con los Tescotti para posponer la visita al igual que enterarles formalmente de nuestro arribo. Y todo regresó a mí como el plomo, percatándome así que aquellos minutos de sana diversión habían concluido de cuajo. Sin embargo eso no fue comparado al sentimiento que me invadió cuando el pelinegro se deshizo de todo contacto hacia mi persona una vez recuperada su prenda. Empalidecí notoriamente y al instante desvié la mirada hacia otro lado, apretando discretamente el puño para contenerme. Por supuesto, ¿qué me había hecho creer que a mi compañero le pudiera gustar estar conmigo más tiempo del indispensable? No me había percatado en su momento, pero sentir el cuerpo ajeno cerca del mío y ser capaz de percibir su calidez había resultado ser mejor remedio para mis problemas que cualquier otra cosa. ¿Por qué tenía que sentirme de aquella manera? Segura y en confianza, como si fuera capaz de enfrentarme a cualquier cosa siempre y cuando él se mantuviera a mi lado. Aunque, por supuesto, esa forma de ver las cosas era unilaterial, visiblemente. A Sergei no le interesaba nada más que desempeñar con eficacia su papel de guardaespaldas y hasta allí. Debería de recordarlo más seguido antes de permitir que las distancias tanto físicas como emocionales se acortaran tan radicalmente como hacía un momento. Y aún así, como doloroso recordatorio de lo sucedido, podía sentir un leve cosquilleo allí donde las manos de Sergei me habían sujetado para apartarme del colchón. No era justo, pero la vida no solía serlo muy a menudo.
Suspiré con cansancio, resignada, y dando así por finalizado el momento de las jugarretas. Le miré de reojo, aparentando calma y despreocupación aunque en el fondo un torbellino de emociones creaba caos en mi interior.
-Vale, vale, entendí... se acabó el receso -me encogí de hombros, aceptando mi derrota- la próxima vez armaré mejor estrategia, seguramente~ -canturré divertida, aunque ya me había impuesto a que no hubiera una próxima vez. No deseaba ser desairada de nuevo, muchas gracias-. Tienes que hacer una llamada, ¿cierto? Y ahora ya has recuperado tus calzoncillos -aquello último iba impregnado con un claro matiz de burla puesto que era totalmente visible que aquello difería a lo que había dicho Sergei que sería. Me coloqué detrás de él y comencé a encaminarle, empujando con suavidad su espalda con ambas manos mías colocadas a la altura de sus omoplatos... o lo que podía alcanzar de ellos- ya no hay absolutamente nada que te retenga aquí. Haz lo que debes y mientras tanto me encargaré de hacer caos en este orden... ¡Quiero decir! Poner orden a esta caos, sí... eso... -lo traspasé por el umbral que dividía ambas habitaciones. Le miré de forma terminante- tengo que acomodar mi ropa interior y no quiero que la veas, así que aquí te quedas -sin esperar más, cerré la puerta frente a él. Sin colocar el seguro, obviamente.
Nada más lejos de la realidad, pero necesitaba un momento a solas para poder asimilar ciertas cosas que no había captado anteriormente y que tenía que resolver si es que deseaba que aquella convivencia mutua no se convirtiera en un infierno. Cruzar la línea la menor cantidad posible, eso sería fundamental. Me hería, puesto que yo realmente confiaba en Sergei y su presencia me ayudaba en muchas más formas de las que él pudiera pensar y yo admitir; mas no se valía ser egoista tanto tiempo, sólo estaba poniendo en apuros a mi acompañante y lo último que deseaba ser era una real molestia. Precisamente porque no deseaba que terminara apartándose de mi lado, era que tendría que comenzar a reprimirme ciertas libertades que me había adjudicado.
Me dirigí hacia el montículo de caos que tenía allí, suspirando por enésima vez en el día, y para asombro de cualquiera que me conociera y viera, comencé a acomodar la ropa que tenía allí desperdigada en el rincón.
Primero la doblé y amontoné en varias columnas, para después buscarles un acomodo en el mobiliario. Una vez finalizado lo de afuera, le secundó aquello que aún se mantenía adentro de la maleta, lo cual no era realmente mucho. O esa habría sido mi intención de no toparme con un pequeño rectángulo de grueso y lustroso papel, al fondo de todo. Un vuelco me dio en el corazón e inmediatamente después fui a tomar a aquel tesoro con ambas manos para llevármelo al pecho. ¿Cómo había podido ser tan descuidada y olvidar que en dicha valija se encontraba esa fotografía? Si se hubiera dañado, jamás me lo perdonaría. Miré la imagen que allí se mostraba y una nostálgica expresión acudió a mi rostro parcialmente sonriente: mi madre me sonreía desde allí, radiante y tan parecida a mí, con una belleza que lamentablemente no heredé. Me sonreía, como seguramente lo había hecho alguna vez de forma directa, como nunca lo haría ahora.
De repente la necesidad de tomar aire se volvió apremiante y me incorporé bruscamente, dejando aquella valiosa posesión sobre el colchón. Me dirigí hacia el otro extremo de la puerta de acceso al pasillo y abrí de par en par la terraza que conducía a un hermoso balcón decorado con un par de macetas en flor. Respiré profundamente y permití que la brisa de la media tarde refrescara mi rostro. Caminé hacia el barandal y me sustuve en este, prolongando el silencio al tanto que me dedicaba a la contemplación del panorama exterior. Ostentoso, pero hermoso... Tenía una maravillosa vista a una sección de los jardines, incluso al pie de mi balcón se encontraba un joven pero fuerte árbol.
Me senté parcialmente sobreel barandal, dejando una pierna sobre el suelo para mayor sostén y la otra subiéndola igualmente sobre la estrecha construcción de piedra pulida. Me aferré con una mano, cuidándome de no caer al vacío. Aunque no estaría tampoco mal la idea de arrojarse y ver qué sucedía. Sería una vía a considerar de escape para la aguda mirada del pelinegro.
Me permití estar así por varios minutos, concentrada en mis pensamientos y sin ser consciente de cuándo había comenzado, pero para cuando me di cuenta, ya estaba entonando una canción e iba a la mitad de esta. No me detuve, permití que fuera este medio de expresión el que liberara en parte todo aquello que reprimía: miedos, incertidumbre, nervios, dolor y tristeza. No permitía que nadie me escuchara cantar, por lo tanto era una actividad que no realizaba muy a menudo. Pero en esos momentos, no me importaba: tenía derecho a sentirme de esa manera.
- Hotaru:
Off: Una buena manera para que al fin Sergei pueda escuchar la voz de Julietta cantando(? xD!
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
No tuvo argumentos normales para quedarse en la habitación ajena, ella le estaba restregando en la cara sus propias palabras y de paso lo echaba literalmente del lugar. No dio resistencia pues evidentemente debía hacer la llamada y la chica arreglar sus pertenencias, ¿pero entonces por qué se sentía mal? No solo consigo mismo, también con la castaña aunque no le cruzó por la cabeza que su drástico cambio se debiera al contacto físico que él cortó. Lo mas obvio fue pensar que retomar el tema del padre desconocido le había sentado mal y no quería que él se lo estuviese recordando.
Desperdició la oportunidad de decir algo y pronto tuvo una puerta cerrada frente a sus ojos. –Julietta yo…– exhaló frustrado, ya era tarde para hablarle –…no te comprendo.– Recordó que su saco y armas se encontraban del otro lado pero privacidad debía darle para que atendiera lo que había dicho, así que se resignó a recuperar las cosas mas tarde. Primero haría la llamada.
Tenía el número del asistente de Leone Tescotti en el móvil, con ceño fruncido lo observó por más minutos de los que se consideraría normal y adoptando absoluta seriedad marcó para informar el cambio de planes de su ama. ¿O era suyo? Hizo a un lado el pensamiento que lo señalaba como el primero que puso en palabras la posibilidad de cambiar la presentación con el señor Tescotti.
Un hombre respondió al otro lado y Sergei sin preámbulos le puso al tanto de la situación: la Señorita Julietta se encontraba agotada por el viaje y necesitaba descansar, o de otro modo no estaría en óptimas condiciones para presentarse como es debido frente a su padre. Ambas partes sabían que tal evento no sería sencillo, quizá por eso su interlocutor aceptó el cambio y aseguró que le informaría personalmente al padre de la chica. Después le regresarían la llamada para hacerle saber si se aceptaba o no la petición. La neutralidad al otro dejó en Sergei una extraña sensación que no pudo descifrar. No le ayudó a sentirse en paz con toda aquella situación.
Con el teléfono en la mano se acercó al ventanal que al igual que la otra habitación daba al balcón, deslizó el cristal para recibir el aire pero no cruzó hacia el exterior. En lugar de eso volvió hacia su equipaje y en silencio observó la maleta que Julietta había dejado abierta. –¿Realmente fue por lo que dije?– se preguntó a sí mismo con cierta preocupación. –Debería darme lo mismo.– pero no era así y saberlo le complicaba la existencia.
En su mano el celular vibró al entrar una llamada, contestó a la brevedad y entonces respiró ligeramente más tranquilo: no tendrían que pisar la residencia Tescotti ese día. Debía informarle a la mujer que tenía por jefa pero antes de eso se tomaría un par de minutos para tomar un cigarrillo. De los recovecos de su maleta sacó la verdosa cajetilla tras haber guardado en su bolsillo el teléfono, luego se dirigió hacia el ventanal y a unos pasos de cruzar se detuvo en seco.
Nunca la había escuchado cantar, de ahí que percibir su voz creando arte lo desconcertara. Ni siquiera sabía que tuviera ese gusto y, mucho menos, que se le diera bien. Comprendió que Julietta se ubicaba en su lado del balcón y aunque nada le impedía salir y atraparla en pleno acto, prefirió aguardar de pie entre los muros que le correspondían, con el panorama de los jardines mas allá del edificio. –¿Es a él a quién le cantas?– murmuró al recargarse sobre la pared para escuchar hasta el fin la interpretación de la jovencita que sin saber lo tenía con una tenue sonrisa en el rostro. Lo que a sus oídos llegaba no era manifestación de felicidad pero a pesar de eso en él tenía un efecto tranquilizador.
La voz femenina cesó, solo entonces el guardaespaldas salió y sin decir nada caminó directo al barandal sobre el que apoyó ambos brazos. Algo de intranquilidad le dio el encontrar a Julietta sentada en un sitio tan riesgoso pero se abstuvo de romper el silencio con un regaño. Lo prolongó unos cuantos minutos, luego miró a la chica de perfil. –Literatura, teatro, música… ¿Me he perdido de algo más?– preguntó dejando la cajetilla sobre el barandal para poder ofrecer la mano diestra a la castaña. Quería que bajara de allí, porque su seguridad era la máxima prioridad y no solo por cuestiones de trabajo. Él necesitaba saber que Julietta estaba a salvo de todo y de todos.
Desperdició la oportunidad de decir algo y pronto tuvo una puerta cerrada frente a sus ojos. –Julietta yo…– exhaló frustrado, ya era tarde para hablarle –…no te comprendo.– Recordó que su saco y armas se encontraban del otro lado pero privacidad debía darle para que atendiera lo que había dicho, así que se resignó a recuperar las cosas mas tarde. Primero haría la llamada.
Tenía el número del asistente de Leone Tescotti en el móvil, con ceño fruncido lo observó por más minutos de los que se consideraría normal y adoptando absoluta seriedad marcó para informar el cambio de planes de su ama. ¿O era suyo? Hizo a un lado el pensamiento que lo señalaba como el primero que puso en palabras la posibilidad de cambiar la presentación con el señor Tescotti.
Un hombre respondió al otro lado y Sergei sin preámbulos le puso al tanto de la situación: la Señorita Julietta se encontraba agotada por el viaje y necesitaba descansar, o de otro modo no estaría en óptimas condiciones para presentarse como es debido frente a su padre. Ambas partes sabían que tal evento no sería sencillo, quizá por eso su interlocutor aceptó el cambio y aseguró que le informaría personalmente al padre de la chica. Después le regresarían la llamada para hacerle saber si se aceptaba o no la petición. La neutralidad al otro dejó en Sergei una extraña sensación que no pudo descifrar. No le ayudó a sentirse en paz con toda aquella situación.
Con el teléfono en la mano se acercó al ventanal que al igual que la otra habitación daba al balcón, deslizó el cristal para recibir el aire pero no cruzó hacia el exterior. En lugar de eso volvió hacia su equipaje y en silencio observó la maleta que Julietta había dejado abierta. –¿Realmente fue por lo que dije?– se preguntó a sí mismo con cierta preocupación. –Debería darme lo mismo.– pero no era así y saberlo le complicaba la existencia.
En su mano el celular vibró al entrar una llamada, contestó a la brevedad y entonces respiró ligeramente más tranquilo: no tendrían que pisar la residencia Tescotti ese día. Debía informarle a la mujer que tenía por jefa pero antes de eso se tomaría un par de minutos para tomar un cigarrillo. De los recovecos de su maleta sacó la verdosa cajetilla tras haber guardado en su bolsillo el teléfono, luego se dirigió hacia el ventanal y a unos pasos de cruzar se detuvo en seco.
Nunca la había escuchado cantar, de ahí que percibir su voz creando arte lo desconcertara. Ni siquiera sabía que tuviera ese gusto y, mucho menos, que se le diera bien. Comprendió que Julietta se ubicaba en su lado del balcón y aunque nada le impedía salir y atraparla en pleno acto, prefirió aguardar de pie entre los muros que le correspondían, con el panorama de los jardines mas allá del edificio. –¿Es a él a quién le cantas?– murmuró al recargarse sobre la pared para escuchar hasta el fin la interpretación de la jovencita que sin saber lo tenía con una tenue sonrisa en el rostro. Lo que a sus oídos llegaba no era manifestación de felicidad pero a pesar de eso en él tenía un efecto tranquilizador.
La voz femenina cesó, solo entonces el guardaespaldas salió y sin decir nada caminó directo al barandal sobre el que apoyó ambos brazos. Algo de intranquilidad le dio el encontrar a Julietta sentada en un sitio tan riesgoso pero se abstuvo de romper el silencio con un regaño. Lo prolongó unos cuantos minutos, luego miró a la chica de perfil. –Literatura, teatro, música… ¿Me he perdido de algo más?– preguntó dejando la cajetilla sobre el barandal para poder ofrecer la mano diestra a la castaña. Quería que bajara de allí, porque su seguridad era la máxima prioridad y no solo por cuestiones de trabajo. Él necesitaba saber que Julietta estaba a salvo de todo y de todos.
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Tras finalizar la canción, una suave brisa se alzó y removió con gentileza mi castaña cabellera. Me permití mantenerme así un poco más, antes de obligarme a regresar a la realidad. ¿En verdad era justo que tuviera que llevar un peso tan abrumador sobre mis hombros? Muchas veces me cuestioné qué había hecho yo para que mi vida fuera siempre tan complicada. ¿Era algo indebido sentir cierto rencor por no haber crecido a lado de mis padres? ¿Por culpar al destino por carecer de unos? Probablemente sí... pero a pesar de existir dicho sentimiento, no me arrepentía de nada. En verdad mi infancia a lado de mis tíos y los Sumuyoshi había sido, de cierta forma, bastante gratificante. No, no era correcto desear más de lo que ya tenía. Pero, ¿qué hacer cuando aquella insatisfacción no abandonaba mis pensamientos?
Ahora tenía la oportunidad de, una vez más, encarar de frente a mi padre. ¿Cómo sería el encuentro? ¿Me había pedido venir porque deseaba verme? Y si era eso verdad, ¿por qué había esperado tanto tiempo? No, la respuesta más lógica era creer que sólo era necesaria para algo en específico, y por eso habían requerido mi presencia. No más, cualquier otra cosa ajena sería sólo una molestia. Clavé con fuerza las uñas sobre mi rodilla y aguardé el aliento de golpe, prometiéndome a mí misma que no iba a permitir mostrar mis reales sentimientos tan fácilmente. Ya me había desahogado cantando, algo que no me permitía muy a menudo, no pediría más a la vida.
Tan absorta estaba en estos pensamientos y en el panaroma exterior, que me pasó totalmente por ajena la cercanía de mi guardaespaldas. Fue su voz grave la que me trajó a la realidad de un tirón. Abrí los ojos con desconcierto y en un veloz movimiento giré mi perfil para encararle. Por supuesto dicho movimiento costó que perdiera por unos segundos el equilibrio, pero logré restablecerme antes de que cualquier percance pudiera acontecer. Fijé mi mirada en los ojos contrarios de color verde, siendo notoria la confusión y asombro de la que era víctima a través del reflejo de mi propia expresión. ¿Qué había dicho? ¿Que...?
-Oh, por dios... ¿m-me escuchaste? -musité casi con incoherencia, empalideciendo de golpe. Mis cejas se arquearon aún más y la mano con la que no me sostenía fue a parar directamente a mi rostro, bajando la mirada y enrojeciendo por la vergüenza. Algo que trataba de cubrir- dime que no es cierto... -¡Claro que era cierto! ¿Qué razón tenía de mentirme? E hipotéticamente de que así fuera, ¿cómo se sabría que yo había estado cantando? Inaudito, pero cierto. Justo en ese momento deseé que la frase de 'trágame tierra' no fuera sólo una expresión. Había bajado la guardia, demasiado... ¿Qué había estado pensando momentos atrás, mientras odernaba mi pieza? Que iba a mantener las distancias con el pelinegro, ¡por supuesto que sí, idiota!
Con ayuda suya volví a plantar los pies sobre el suelo con seguridad, pero en cuanto conseguí dicho objetivo solté su diestra tan repentinamente como él lo había hecho conmigo en la habitación anteriormente. No por venganza, sino por temor a acostumbrarme a la sensación y a ya no querer dejarle ir por eso. En un inicio hice absolutamente todo por mantener mi rostro fuera del campo visual ajeno, así que le di la espalda casi de forma radical para conseguirlo.
-Debiste interrumpirme o algo -le reclamé casi infantilmente. Contraje mi mano, aquella que había sostenido la de Sergei- de seguro fue horrible para ti escucharme, ¡es por eso que no canto en público! Prefiero evitarles la molestia de que arruinen su capacidad auditiva...
Y era la verdad, la confianza con respecto a mi talento musical era nula. Para mí, no existía algo como talento en ese ámbito. Aun si era mi verdadera pasión, prefería ahorrarme la vergüenza y en cambio refugiarme en la literatura. Al menos era un camino que sabía recorrer con cierta agilidad, que me gustaba, y que me brindaba cierta estabilidad y seguridad. Lancé un pesado suspiro y me dejé caer al suelo, sentada y recargada mi espalda en uno de los pilares del barandal. Me abracé las rodillas y eché el cuello hacia atrás para ser capaz de contemplar las alturas. Nada dije por un prolongado silencio, hasta que de pronto comencé a reír. No sarcásticamente o por nerviosismo: era una risa cristalina, sincera y fluída. Rara vez se me podía escuchar de esa manera tan abierta. Pero no hay que olvidar que a mi lado no se encontraba cualquier persona con la que debía mantener alguna apariencia o recelo, no... era Sergei, y precisamente porque se trataba de él era que podía sentirme libre de alguna manera.
Pero claro, para el yakuza yo sólo era su trabajo, el tesoro ajeno que se le había asignado proteger y nada más. No podía ser tan confianzuda a su lado, y sin embargo allí estaba, riendo con delicadeza.
-L-lo siento... -musité entre leves jadeos causados por la risa. Con el índice me quité una pequeña lágrima atrapada entre mis pestañas- pero no fui capaz de evitarlo, me resulta divertido el asunto -ladeé el rostro hacia él, apoyándolo de igual manera sobre el pilar y dedicándole una radiante sonrisa a modo, quizá no muy efectivo, de disculpa-. Me había prometido a ya no meterte en más líos y de alguna manera termino causándote el doble de molestias. Sé que tu obligación es protegerme, sólo un trabajo más por realizar... Y aún así, para mí, no puedo evitar mirarte con otros ojos -tanta franqueza por mi parte no fue asimilada con la velocidad que debió haber sido. Tarde, como siempre, me di cuenta del peso en las palabras que había dicho. Abrí los ojos una vez más, desconcertada, antes de sentir que el calor y rubor acudían en un santiamén a mi rostro, específicamente en mis mejillas. Por un segundo más lo contemplé directamente, antes de desviar la mirada-. Olvida lo que dije -me incorporé bruscamente y sacudí mi pantalón de mezclilla con desenfado, como si realmente no tuviera ninguna relevancia el asunto. Pero si realmente era eso cierto, ¿por qué ya no podía sostenerle la mirada? Gracias a eso pude percatarme de la presencia de la cajetilla. La señalé con un simple gesto de mi barbilla-. ¿Ibas a fumar? Te dejo para que lo hagas con tranquilidad, pero antes dime si pudiste contactarte con... los Tescotti.
Off: Creo que quedó raro, pero la fiebre y el dolor de cabeza no me permiten hacerlo con mayor consciencia. Igual se vale decir que le cambie algo, o lo que sea.
Ahora tenía la oportunidad de, una vez más, encarar de frente a mi padre. ¿Cómo sería el encuentro? ¿Me había pedido venir porque deseaba verme? Y si era eso verdad, ¿por qué había esperado tanto tiempo? No, la respuesta más lógica era creer que sólo era necesaria para algo en específico, y por eso habían requerido mi presencia. No más, cualquier otra cosa ajena sería sólo una molestia. Clavé con fuerza las uñas sobre mi rodilla y aguardé el aliento de golpe, prometiéndome a mí misma que no iba a permitir mostrar mis reales sentimientos tan fácilmente. Ya me había desahogado cantando, algo que no me permitía muy a menudo, no pediría más a la vida.
Tan absorta estaba en estos pensamientos y en el panaroma exterior, que me pasó totalmente por ajena la cercanía de mi guardaespaldas. Fue su voz grave la que me trajó a la realidad de un tirón. Abrí los ojos con desconcierto y en un veloz movimiento giré mi perfil para encararle. Por supuesto dicho movimiento costó que perdiera por unos segundos el equilibrio, pero logré restablecerme antes de que cualquier percance pudiera acontecer. Fijé mi mirada en los ojos contrarios de color verde, siendo notoria la confusión y asombro de la que era víctima a través del reflejo de mi propia expresión. ¿Qué había dicho? ¿Que...?
-Oh, por dios... ¿m-me escuchaste? -musité casi con incoherencia, empalideciendo de golpe. Mis cejas se arquearon aún más y la mano con la que no me sostenía fue a parar directamente a mi rostro, bajando la mirada y enrojeciendo por la vergüenza. Algo que trataba de cubrir- dime que no es cierto... -¡Claro que era cierto! ¿Qué razón tenía de mentirme? E hipotéticamente de que así fuera, ¿cómo se sabría que yo había estado cantando? Inaudito, pero cierto. Justo en ese momento deseé que la frase de 'trágame tierra' no fuera sólo una expresión. Había bajado la guardia, demasiado... ¿Qué había estado pensando momentos atrás, mientras odernaba mi pieza? Que iba a mantener las distancias con el pelinegro, ¡por supuesto que sí, idiota!
Con ayuda suya volví a plantar los pies sobre el suelo con seguridad, pero en cuanto conseguí dicho objetivo solté su diestra tan repentinamente como él lo había hecho conmigo en la habitación anteriormente. No por venganza, sino por temor a acostumbrarme a la sensación y a ya no querer dejarle ir por eso. En un inicio hice absolutamente todo por mantener mi rostro fuera del campo visual ajeno, así que le di la espalda casi de forma radical para conseguirlo.
-Debiste interrumpirme o algo -le reclamé casi infantilmente. Contraje mi mano, aquella que había sostenido la de Sergei- de seguro fue horrible para ti escucharme, ¡es por eso que no canto en público! Prefiero evitarles la molestia de que arruinen su capacidad auditiva...
Y era la verdad, la confianza con respecto a mi talento musical era nula. Para mí, no existía algo como talento en ese ámbito. Aun si era mi verdadera pasión, prefería ahorrarme la vergüenza y en cambio refugiarme en la literatura. Al menos era un camino que sabía recorrer con cierta agilidad, que me gustaba, y que me brindaba cierta estabilidad y seguridad. Lancé un pesado suspiro y me dejé caer al suelo, sentada y recargada mi espalda en uno de los pilares del barandal. Me abracé las rodillas y eché el cuello hacia atrás para ser capaz de contemplar las alturas. Nada dije por un prolongado silencio, hasta que de pronto comencé a reír. No sarcásticamente o por nerviosismo: era una risa cristalina, sincera y fluída. Rara vez se me podía escuchar de esa manera tan abierta. Pero no hay que olvidar que a mi lado no se encontraba cualquier persona con la que debía mantener alguna apariencia o recelo, no... era Sergei, y precisamente porque se trataba de él era que podía sentirme libre de alguna manera.
Pero claro, para el yakuza yo sólo era su trabajo, el tesoro ajeno que se le había asignado proteger y nada más. No podía ser tan confianzuda a su lado, y sin embargo allí estaba, riendo con delicadeza.
-L-lo siento... -musité entre leves jadeos causados por la risa. Con el índice me quité una pequeña lágrima atrapada entre mis pestañas- pero no fui capaz de evitarlo, me resulta divertido el asunto -ladeé el rostro hacia él, apoyándolo de igual manera sobre el pilar y dedicándole una radiante sonrisa a modo, quizá no muy efectivo, de disculpa-. Me había prometido a ya no meterte en más líos y de alguna manera termino causándote el doble de molestias. Sé que tu obligación es protegerme, sólo un trabajo más por realizar... Y aún así, para mí, no puedo evitar mirarte con otros ojos -tanta franqueza por mi parte no fue asimilada con la velocidad que debió haber sido. Tarde, como siempre, me di cuenta del peso en las palabras que había dicho. Abrí los ojos una vez más, desconcertada, antes de sentir que el calor y rubor acudían en un santiamén a mi rostro, específicamente en mis mejillas. Por un segundo más lo contemplé directamente, antes de desviar la mirada-. Olvida lo que dije -me incorporé bruscamente y sacudí mi pantalón de mezclilla con desenfado, como si realmente no tuviera ninguna relevancia el asunto. Pero si realmente era eso cierto, ¿por qué ya no podía sostenerle la mirada? Gracias a eso pude percatarme de la presencia de la cajetilla. La señalé con un simple gesto de mi barbilla-. ¿Ibas a fumar? Te dejo para que lo hagas con tranquilidad, pero antes dime si pudiste contactarte con... los Tescotti.
Off: Creo que quedó raro, pero la fiebre y el dolor de cabeza no me permiten hacerlo con mayor consciencia. Igual se vale decir que le cambie algo, o lo que sea.
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
¿Tan malo era que él la hubiese escuchado? La confusión se contagió al hombre que no encontraba sentido a la primer pregunta que Julietta le hizo pues era obvio que así había sido, que acababa de escucharla cantando. –Lo es– confirmó lo ya obvio pero ella parecía todavía conmocionada con lo ocurrido, sumergida en sus propios pensamientos, muy lejos de él. Demasiado lejos. Distancia que recalcó la espalda que la castaña le mostró. En el acto Sergei frunció el ceño, no le gustó esa actitud de su parte, si él no había hecho nada incorrecto que ameritara su desprecio. Porque así lo tomó, como una pequeña dosis de “No te acerques, no lo mereces”. ¿Qué quería que le dijera? ¿Perdón por permitir que cantaras hasta el final? ¡Por supuesto que no iba a hacer algo así! Si para él había sido… como un obsequio, sí, uno no dedicado a él pero que igual había disfrutado y guardado en su memoria.
Los puños tensó al igual que la quijada, molestó alejó de ella la mirada. La escuchó suspirar y por el rabillo del ojo vio cómo se acomodaba en el suelo, parecía cansada, o mejor dicho… agotada, pero en el sentido físico. ¿La estaba leyendo bien o desde ahí estaba equivocado? Mal se sintió consigo mismo por la falta de seguridad al interpretar a su ama y a punto estuvo de dar un paso para marcharse cuando la risa de su protegida le hizo frenar la retirada. ¿Estaba… riendo? Perplejo la observó y escuchó los primeros segundos, después cerró la mirada y una sonrisa se permitió esbozar. –No tienes de qué disculparte– alcanzó a decir antes de que la castaña volteara a verlo con una expresión que no recordaba haberle visto lucir antes, y por lo mismo se quedó embobado en un principio. –¿Líos??– ¿era en serio? ¿Julietta Tescotti intentaba no molestarlo? ¡Pero si de eso se trataba! De protegerla mientras ella daba rienda suelta a sus impulsos… De… ser el único que viviera esa faceta de ella… ¿Ahora lo iba a privar también de eso? O al menos esa había sido la intención de la muchacha, hasta que según lo dicho por ella misma, había fallado. Y a pesar del duro golpe que fue escuchar eso de su boca, no fue lo más inesperado que llegó a sus oídos. Julietta acababa de agregar que… lo miraba con otros ojos, pero… ¿a qué se refería exactamente con eso? La respuesta le fue otorgada no con palabras sino de manera visual, con el tono rojizo que invadió las mejillas de la señorita teniendo a Hwergelmir como testigo. La sorpresa también en él se instaló, en su cabeza –y su corazón– lo recién escuchado se estaba procesando.
Si estaba entendiendo bien las cosas, entonces los dos eran estúpidos. Julietta por no darse cuenta de lo valiosa que era a nivel personal para su guardia y él también por no ser capaz de sincerarse con la mujer a quien trataba absolutamente todos los días. Tenía ya aceptados sus sentimientos por ella, ¿entonces por qué no simplemente se lo decía? Todo entre ellos parecía ser un completo desastre…
Una mano se llevó a la frente, frustrado, repitiéndose mentalmente que de ningún modo podría olvidar lo que la señorita sin querer acababa de confesarle. ¿Estaría mal interpretando él las palabras ajenas? No alcanzó a responderse, el tema familiar acababa de ser lanzado al aire de nuevo y estaba seguro de que en parte fue para cortar la complicada situación en que ambos estaban inmersos.
–Sí, contacté con el asistente de Leone Tescotti. Somos libres por hoy.– informó adoptando una postura formal frente a ella de principio a fin, como el subordinado que era.. –Y no, ya no voy a fumar así que no tienes que irte.– aclaró la voz, relajando luego el cuerpo para continuar con sus palabras. Buscó los ojos de Julietta –Y antes de que algo me impida decírtelo, debes saber que cantas bien, demasiado… ¿Por qué me lo escondiste?– lo último fue una queja en voz baja, un pensamiento que se le escapó. Le molestó que se guardara eso, significaba que en realidad no le tenía confianza. Sin que su enojo se difuminara caminó hasta interponerse en el camino de la castaña hacia el interior de su habitación, por una vez, pediría más de ella –No te equivocas al decir que mi obligación es protegerte pero… lo haría aún si nadie me lo pidiera. Por deseo personal.– apretó los labios para no decir nada más pues seguramente terminaría confundiéndola si le confesaba todos los sentimientos que su persona le despertaba. Lo que sí se permitió fue alzar una mano y acariciarle con los dedos la mejilla, lento, suave, conteniendo el impulso de tocarle con las yemas los labios. Ah… si continuaba adjudicándose esos permisos iba a terminar dando mucho más que una caricia a la jovencita, por eso abandonó en silencio su rostro y sobre su cabeza dio un pequeño golpe, nada doloroso.
–Salgamos de aquí. Vayamos a donde puedas cantar para mi– soltó junto con una sonrisa traviesa que revelaba que no se trataba de una broma. Quería escucharla de nuevo, ésta vez para él.
Los puños tensó al igual que la quijada, molestó alejó de ella la mirada. La escuchó suspirar y por el rabillo del ojo vio cómo se acomodaba en el suelo, parecía cansada, o mejor dicho… agotada, pero en el sentido físico. ¿La estaba leyendo bien o desde ahí estaba equivocado? Mal se sintió consigo mismo por la falta de seguridad al interpretar a su ama y a punto estuvo de dar un paso para marcharse cuando la risa de su protegida le hizo frenar la retirada. ¿Estaba… riendo? Perplejo la observó y escuchó los primeros segundos, después cerró la mirada y una sonrisa se permitió esbozar. –No tienes de qué disculparte– alcanzó a decir antes de que la castaña volteara a verlo con una expresión que no recordaba haberle visto lucir antes, y por lo mismo se quedó embobado en un principio. –¿Líos??– ¿era en serio? ¿Julietta Tescotti intentaba no molestarlo? ¡Pero si de eso se trataba! De protegerla mientras ella daba rienda suelta a sus impulsos… De… ser el único que viviera esa faceta de ella… ¿Ahora lo iba a privar también de eso? O al menos esa había sido la intención de la muchacha, hasta que según lo dicho por ella misma, había fallado. Y a pesar del duro golpe que fue escuchar eso de su boca, no fue lo más inesperado que llegó a sus oídos. Julietta acababa de agregar que… lo miraba con otros ojos, pero… ¿a qué se refería exactamente con eso? La respuesta le fue otorgada no con palabras sino de manera visual, con el tono rojizo que invadió las mejillas de la señorita teniendo a Hwergelmir como testigo. La sorpresa también en él se instaló, en su cabeza –y su corazón– lo recién escuchado se estaba procesando.
Si estaba entendiendo bien las cosas, entonces los dos eran estúpidos. Julietta por no darse cuenta de lo valiosa que era a nivel personal para su guardia y él también por no ser capaz de sincerarse con la mujer a quien trataba absolutamente todos los días. Tenía ya aceptados sus sentimientos por ella, ¿entonces por qué no simplemente se lo decía? Todo entre ellos parecía ser un completo desastre…
Una mano se llevó a la frente, frustrado, repitiéndose mentalmente que de ningún modo podría olvidar lo que la señorita sin querer acababa de confesarle. ¿Estaría mal interpretando él las palabras ajenas? No alcanzó a responderse, el tema familiar acababa de ser lanzado al aire de nuevo y estaba seguro de que en parte fue para cortar la complicada situación en que ambos estaban inmersos.
–Sí, contacté con el asistente de Leone Tescotti. Somos libres por hoy.– informó adoptando una postura formal frente a ella de principio a fin, como el subordinado que era.. –Y no, ya no voy a fumar así que no tienes que irte.– aclaró la voz, relajando luego el cuerpo para continuar con sus palabras. Buscó los ojos de Julietta –Y antes de que algo me impida decírtelo, debes saber que cantas bien, demasiado… ¿Por qué me lo escondiste?– lo último fue una queja en voz baja, un pensamiento que se le escapó. Le molestó que se guardara eso, significaba que en realidad no le tenía confianza. Sin que su enojo se difuminara caminó hasta interponerse en el camino de la castaña hacia el interior de su habitación, por una vez, pediría más de ella –No te equivocas al decir que mi obligación es protegerte pero… lo haría aún si nadie me lo pidiera. Por deseo personal.– apretó los labios para no decir nada más pues seguramente terminaría confundiéndola si le confesaba todos los sentimientos que su persona le despertaba. Lo que sí se permitió fue alzar una mano y acariciarle con los dedos la mejilla, lento, suave, conteniendo el impulso de tocarle con las yemas los labios. Ah… si continuaba adjudicándose esos permisos iba a terminar dando mucho más que una caricia a la jovencita, por eso abandonó en silencio su rostro y sobre su cabeza dio un pequeño golpe, nada doloroso.
–Salgamos de aquí. Vayamos a donde puedas cantar para mi– soltó junto con una sonrisa traviesa que revelaba que no se trataba de una broma. Quería escucharla de nuevo, ésta vez para él.
Última edición por Sergei Hwergelmir el Miér Mar 09, 2016 2:32 am, editado 1 vez
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
-Ah, ya veo... -musité, casi distraida, cuando el hombre ante mí afirmó haber contactado con los Tescotti. Mi corazón se aceleró de improviso y por un segundo temí que mis piernas me fueran a fallar. ¿Por qué volvían los nervios y el temor a mí? Debería sentirme aliviada y con un peso menos al saber que mi padre había accedido a posponer el encuentro. Pero eso sólo significaba que la espera se prolongaría, y aunque tenía a mi lado a Sergei y de esta forma me sentía más segura, por dentro me estaba quebrando. ¡No, las cosas no debían ser así! Tenía que mantenerme fuerte... por el bienestar de todos. Alcé la mirada y pestañeé con sutileza ante las siguientes palabras contrarias. Olvidándome de aquel desliz pasado que me había impedido mantener contacto visual con él, retorné mi mirada a la suya y le demostré lo confundida que me sentía ante lo dicho- porque no canto bien, es por eso que nunca he permitido que nadie me escuche cantar. Sé muy bien que mi talento es ajeno al ámbito de la música... -¿qué acaso ese joven no tenía oído? ¿No pudo apreciar lo horrendo de mi interpretación? Al parecer el trabajo de ser mi guardaespaldas también incluía el de ser masoquista... mira que tener que fingir y soportar mis berridos. Y eso me molestó, de alguna forma. ¿No podía ser sincero al menos en eso? No necesitaba verme la cara sólo para complacerme.
Mi intención fue retomar mis planes de regresar a la habitación para terminar con lo que debía, y así animar al contrario a no abandonar su deseo de fumar un cigarrillo. Total, por ello había salido al balcón, ¿no? Pero mi camino fue interrumpido por su cuerpo, y no pude más que mirarle con incredulidad y el ceño fruncido con sutileza. Vaya, ¿iba a seguir mintiéndome por bien de su trabajo? Podía ahorrarse la molestia, no me interesaba las condolencias... y mucho menos proviniendo de él. El pelinegro significaba mucho en mi vida, era quien me inspiraba en muchos más sentidos de los que podría estar dispuesta a admitir y si existía alguien a quien le confiaría todo, absolutamente todo, sería, con probabilidad, él. Ya era demasiado doloroso hacerme a la idea de que aquel sentir no era recíproco, podía ahorrarse... las molestias.
Ladeé el rostro y me abstuve de poner los brazos en jarras. Ya, le creía... por supuesto que sí. Y no, el sarcasmo no estaba exento en esa oración. Si realmente yo le importase, independiente de que fuera una obligación para él mi bienestar, ¿por qué rehuía del contacto físico? Como en la habitación, que no se molestó en ocultar su deseo de apartarme de su lado, de privarme del calor que me brindaba el sólo contacto con él... No era su culpa el no saber lo valiosa que era para mí su cercanía, no tenía forma alguna de saberlo si no se lo expresaba en alta voz, ¿verdad? Pero...
Abrí los ojos, olvidando cualquier actitud recelosa que hubiera podido adquirir segundos antes, y sólo mi mirada se encajó en la contraria mientras aquel tacto que había estado clamando a gritos volvía a manifestarme en forma de una suave caricia a mi mejilla. Mi cuerpo se estremeció y tuve que hacer un gran esfuerzo para no tomar aire de golpe y así demostrar el grado en el que me afectaba una sencilla acción como esa. Pero estábamos hablando de él, ¿cierto? No debería de sorprenderme a aquellas alturas el que se apartara de la misma forma en la que rompía toda distancia entre nosotros: de un segundo a otro. Y de la misma manera, volvió a arrebatarme aquello que hacía latir mi corazón con más fuerza de la que a mí me gustaría. No debería sorprenderme ya... pero lo hacía.
Bajé mi mirada, para ocultar la decepción que pudiera mostrarse en mis ojos castaños. Ni siquiera me percaté de aquel 'juguetón' golpe a mi cabeza.
-Olvídalo -exclamé tras unos segundos de tenso silencio después de haber lanzado él aquella sugerencia y los cuales yo empleé para poner en orden mis pensamientos y sentimientos. No, no era correcto perder el control. Tenía que recuperar el hilo de la cordura y retomar mi indiferencia ante la situación lo más pronto posible, pero llegados a aquel momento ya no podía contenerme... ya no podía retener aquellas palabras que bien haría en seguir callando- no pienso moverme de aquí sin que me escuches antes.
Antes de que terminara de retirar por completo su mano y llevase su brazo a un costado, le retuve con fuerza y me aferré a esta como si mi vida dependiera de ello. No iba a dejar que se escapara de nuevo, me arriesgaría con él... a ser sincera y a confiar. Quizá fuera un error, pero sólo con él podía perder la compostura de aquella forma. Sólo él causaba que perdiera mi fachada de adolescente desenfadada. Él conocía mis dudas y temores, no era justo que yo no pudiera leerle tan bien como al parecer mi protector lo hacía conmigo. Mis ojos le encararon, no disgustada mas sí con intensidad.
-¿Por qué siempre haces lo mismo? No puedo... me cuesta mucho entenderte, Sergei. Y no sé si realmente eres tonto y no te pasas por enterado o lo haces de forma intencional, pero me confundes... demasiado. Si vas a tocarme, hazlo bien o si no será mejor que no lo vuelvas a hacer, porque de esta forma sólo consigues torturarme, y no es justo. Si me vas a ofrecer un poco de tu calidez sólo para arrebatármela segundos después, prefiero que no me des nada y así yo dejaré de desear algo que no es posible. Pero... si realmente quieres estar cerca de mí... no te contengas...
Y sin más, tiré con fuerza de su mano que tenía sujeta con una de las mías para con dicho movimiento anular todo espacio entre nosotros y poder encontrarme con sus labios. Tan impuestuosa y atrevida acción por mi parte me dejó desconcertada por varios segundos, por lo que no hice nada salvo asimilar la sensación de aquel brusco beso, pero gracias a esto pude apreciar una nueva faceta de su calidez y no dudé más de dos segundos en deleitarme con esta. Cerré los ojos y con timidez acaricié los labios ajenos con los míos... sólo por un instante, puesto que de inmediato corté todo contacto con estos y fui a esconder mi rostro en él, apoyando la frente sobre su hombro derecho. Contuve el aliento por un tiempo antes de soltarlo de forma pausada. Y aún así, no quise soltar su mano ni apartarme de su lado.
-¿Fue muy desagradable? -pregunté con un susurro quedo que apenas si se podía percibir, pero esperaba que fuera capaz de escucharme de todas formas. Volví a tomar aire profundamente y cerré los ojos. Una suave y avergonazada sonrisa hizo acto de presencia en mis labios, pero él no podía apreciarla. Me sentía como una idiota, aún más cuando ya estaba esperando el momento en el cual fuera rechazada, sin embargo, de alguna manera que no me podía explicar, también me sentía más libre y renovada. Mientras me permitiera él estar así, no desaprovecharía el tiempo.
Comencé a cantar una vez más, obsequiándole aquello que él había pedido en un inicio: una canción dedicada sólo para él. No me moví, no me atreví ni a alzar el rostro siquiera... en mí, lo único que tenía vida en aquellos momentos era mi voz que transmitía parte de los sentimientos que solía ocultar día con día.
¿Estos serían capaces de llegar a donde los sentimientos de Sergei se encontraban?
Mi intención fue retomar mis planes de regresar a la habitación para terminar con lo que debía, y así animar al contrario a no abandonar su deseo de fumar un cigarrillo. Total, por ello había salido al balcón, ¿no? Pero mi camino fue interrumpido por su cuerpo, y no pude más que mirarle con incredulidad y el ceño fruncido con sutileza. Vaya, ¿iba a seguir mintiéndome por bien de su trabajo? Podía ahorrarse la molestia, no me interesaba las condolencias... y mucho menos proviniendo de él. El pelinegro significaba mucho en mi vida, era quien me inspiraba en muchos más sentidos de los que podría estar dispuesta a admitir y si existía alguien a quien le confiaría todo, absolutamente todo, sería, con probabilidad, él. Ya era demasiado doloroso hacerme a la idea de que aquel sentir no era recíproco, podía ahorrarse... las molestias.
Ladeé el rostro y me abstuve de poner los brazos en jarras. Ya, le creía... por supuesto que sí. Y no, el sarcasmo no estaba exento en esa oración. Si realmente yo le importase, independiente de que fuera una obligación para él mi bienestar, ¿por qué rehuía del contacto físico? Como en la habitación, que no se molestó en ocultar su deseo de apartarme de su lado, de privarme del calor que me brindaba el sólo contacto con él... No era su culpa el no saber lo valiosa que era para mí su cercanía, no tenía forma alguna de saberlo si no se lo expresaba en alta voz, ¿verdad? Pero...
Abrí los ojos, olvidando cualquier actitud recelosa que hubiera podido adquirir segundos antes, y sólo mi mirada se encajó en la contraria mientras aquel tacto que había estado clamando a gritos volvía a manifestarme en forma de una suave caricia a mi mejilla. Mi cuerpo se estremeció y tuve que hacer un gran esfuerzo para no tomar aire de golpe y así demostrar el grado en el que me afectaba una sencilla acción como esa. Pero estábamos hablando de él, ¿cierto? No debería de sorprenderme a aquellas alturas el que se apartara de la misma forma en la que rompía toda distancia entre nosotros: de un segundo a otro. Y de la misma manera, volvió a arrebatarme aquello que hacía latir mi corazón con más fuerza de la que a mí me gustaría. No debería sorprenderme ya... pero lo hacía.
Bajé mi mirada, para ocultar la decepción que pudiera mostrarse en mis ojos castaños. Ni siquiera me percaté de aquel 'juguetón' golpe a mi cabeza.
-Olvídalo -exclamé tras unos segundos de tenso silencio después de haber lanzado él aquella sugerencia y los cuales yo empleé para poner en orden mis pensamientos y sentimientos. No, no era correcto perder el control. Tenía que recuperar el hilo de la cordura y retomar mi indiferencia ante la situación lo más pronto posible, pero llegados a aquel momento ya no podía contenerme... ya no podía retener aquellas palabras que bien haría en seguir callando- no pienso moverme de aquí sin que me escuches antes.
Antes de que terminara de retirar por completo su mano y llevase su brazo a un costado, le retuve con fuerza y me aferré a esta como si mi vida dependiera de ello. No iba a dejar que se escapara de nuevo, me arriesgaría con él... a ser sincera y a confiar. Quizá fuera un error, pero sólo con él podía perder la compostura de aquella forma. Sólo él causaba que perdiera mi fachada de adolescente desenfadada. Él conocía mis dudas y temores, no era justo que yo no pudiera leerle tan bien como al parecer mi protector lo hacía conmigo. Mis ojos le encararon, no disgustada mas sí con intensidad.
-¿Por qué siempre haces lo mismo? No puedo... me cuesta mucho entenderte, Sergei. Y no sé si realmente eres tonto y no te pasas por enterado o lo haces de forma intencional, pero me confundes... demasiado. Si vas a tocarme, hazlo bien o si no será mejor que no lo vuelvas a hacer, porque de esta forma sólo consigues torturarme, y no es justo. Si me vas a ofrecer un poco de tu calidez sólo para arrebatármela segundos después, prefiero que no me des nada y así yo dejaré de desear algo que no es posible. Pero... si realmente quieres estar cerca de mí... no te contengas...
Y sin más, tiré con fuerza de su mano que tenía sujeta con una de las mías para con dicho movimiento anular todo espacio entre nosotros y poder encontrarme con sus labios. Tan impuestuosa y atrevida acción por mi parte me dejó desconcertada por varios segundos, por lo que no hice nada salvo asimilar la sensación de aquel brusco beso, pero gracias a esto pude apreciar una nueva faceta de su calidez y no dudé más de dos segundos en deleitarme con esta. Cerré los ojos y con timidez acaricié los labios ajenos con los míos... sólo por un instante, puesto que de inmediato corté todo contacto con estos y fui a esconder mi rostro en él, apoyando la frente sobre su hombro derecho. Contuve el aliento por un tiempo antes de soltarlo de forma pausada. Y aún así, no quise soltar su mano ni apartarme de su lado.
-¿Fue muy desagradable? -pregunté con un susurro quedo que apenas si se podía percibir, pero esperaba que fuera capaz de escucharme de todas formas. Volví a tomar aire profundamente y cerré los ojos. Una suave y avergonazada sonrisa hizo acto de presencia en mis labios, pero él no podía apreciarla. Me sentía como una idiota, aún más cuando ya estaba esperando el momento en el cual fuera rechazada, sin embargo, de alguna manera que no me podía explicar, también me sentía más libre y renovada. Mientras me permitiera él estar así, no desaprovecharía el tiempo.
Comencé a cantar una vez más, obsequiándole aquello que él había pedido en un inicio: una canción dedicada sólo para él. No me moví, no me atreví ni a alzar el rostro siquiera... en mí, lo único que tenía vida en aquellos momentos era mi voz que transmitía parte de los sentimientos que solía ocultar día con día.
¿Estos serían capaces de llegar a donde los sentimientos de Sergei se encontraban?
- Unmei no hito:
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
¿Olvídalo? ¿Ahora por qué estaba molesta exactamente? Definitivamente esa mujer era excesivamente complicada, al menos para él pero aún así la escucharía, hasta que el aire se le agotara. Con expresión seria esperó a que la castaña se dignara a mirarlo pero lo que no esperó fue que ella retuviera su mano, su agarre no dolía ni un poco, zafarse tampoco le habría costado y sin embargo no hizo ni amago de resistirse. No era una acción común en ella, por eso decidió averiguar hasta dónde pretendía llegar con eso, y lo que recibió fueron… ¿quejas? No, reclamos.
Al principio no entendió a qué se refería su ama, el segundo punto parecía ser recíproco porque él claramente tampoco la comprendía y al pasar al tercero, no supo si sentirse regañado u ofendido. ¡Pero si justamente se frenaba para confundirla! ¿Y ahora ella le decía que sí lo estaba por su culpa?? ¿En qué parte él se había equivocado tanto?! Porque las cosas evidentemente no estaban siguiendo la ruta que él creía haber trazado. Pero claro, unas palabras más bastaron para dejarle todo claro, excesivamente claro y en sus pensamientos, todo fue más lejos.
Lo estaba enojando, la línea de sus labios lo dejó en evidencia y a pesar de eso no dejó de observarla ni un segundo. Nadie le dijo que Julietta Tescotti era tan letal cuando se lo proponía, pero él mejor que nadie lo sabía, ¿no? ¿Entonces por qué se sorprendía? Porque nunca imaginó ser correspondido por ella. Mucho menos con tal intensidad y arrebato.
Jamás cruzó por su mente que su protegida fuese a tener la iniciativa de acercarse a él de ese modo, lo tomó completamente por sorpresa y antes de que pudiese asimilarlo mentalmente, sus labios ya estaban disfrutando del beso con el que antes solo se había permitido divagar. A diferencia de Julietta, Sergei no cerró los ojos. Disfrutó de la chica no solo a través del cálido y húmedo tacto, sino también visualmente. ¿Por qué iba a privarse de algo como eso? Ah, bueno, él no quería parar, pero al parecer ella sí. Y de paso, huyó. No muy lejos afortunadamente para el hombre.
Sintió su pausada exhalación, y mientras lo hacía, intentó memorizar la sensación que aún perduraba en sus labios porque sabía que poco a poco se difuminaría, a menos que… A menos que nada. Porque la estudiante de literatura volvió a demostrar lo insegura que podía llegar, dando por supuesto que el beso había sido desagradable para su protector. Ésta vez fue Hwergelmir quien exhaló despacio, en ese aspecto Julietta no cambiaría fácilmente, ¿cierto?
El sirviente se dispuso a responder la incógnita de su ama, pero una vez más, se le negó la iniciativa. Fue la voz contraria entonando una melodía diferente la que le pidió guardarse un poco más las palabras y él, tras entender que la castaña intentaba en cierto modo complacerlo, le escuchó con atención. Los ojos cerró para que cada uno de sus sentidos se dedicara a apreciar la canción. Y la letra, de alguna forma le dolió.
Sin darse cuenta tensó los labios y con el brazo que tenía libre rodeó a Julietta por la cintura para prevenir que se le escapara, casi llegando al final de la interpretación. Solo cuando su voz cesó hizo por soltarse del agarre en que ella le tenía la muñeca del otro brazo, no fue brusco pero sí decidido. Ah, pero no era su intención el cortar de nuevo todo contacto, sino todo lo contrario. –Julietta– pronunciarla le hizo sonreír, y enseguida marcó la distancia indispensable para poder inclinarse y aproximarse a los labios que otro poco de sí le habían regalado con la canción –Me gustó. Y te lo pediré constantemente– Los besos, sus canciones, todo. En los ojos contrarios se ancló al decirlo ya que estaba claro que ambos necesitaban ser extremadamente claros al expresarse para darse a entender correctamente.
Una mejilla le abrazó con la mano recién liberada y directo a sus labios se dirigió. Antes de llegar a ellos ladeó el rostro y en cuanto pudo sentirlos corroboró lo que ya tenía como teoría: deseaba demasiado sus labios como para ir suave y pausado. Al segundo roce le saboreó con mayor intensidad y al tercero, ya fue demasiado evidente su necesidad de besarla con amplitud y exceso de fuerza. Si no profundizó con la lengua fue porque algo de masoquista le quedaba todavía y quería tomarla de a poco. De a poco, pero no por eso suave. “No te contengas” le había pedido ella, ¿pero tenía idea del alcance de esas palabras?
–¿Todavía quieres quedarte aquí?– preguntó en voz baja cuando sintió que el aire le hacía falta a la jovencita que se había atrevido a besarlo primero. No se había separado mucho de su boca, la necesidad de besarla persistía, pero le dejaría a ella la decisión de continuar en un lugar donde más de un entrometido podría mirarlos o regresar a la habitación y tomar el riesgo que eso implicaba. ¿Se rompería la magia o ya era definitivo que se habían entendido?
Al principio no entendió a qué se refería su ama, el segundo punto parecía ser recíproco porque él claramente tampoco la comprendía y al pasar al tercero, no supo si sentirse regañado u ofendido. ¡Pero si justamente se frenaba para confundirla! ¿Y ahora ella le decía que sí lo estaba por su culpa?? ¿En qué parte él se había equivocado tanto?! Porque las cosas evidentemente no estaban siguiendo la ruta que él creía haber trazado. Pero claro, unas palabras más bastaron para dejarle todo claro, excesivamente claro y en sus pensamientos, todo fue más lejos.
Lo estaba enojando, la línea de sus labios lo dejó en evidencia y a pesar de eso no dejó de observarla ni un segundo. Nadie le dijo que Julietta Tescotti era tan letal cuando se lo proponía, pero él mejor que nadie lo sabía, ¿no? ¿Entonces por qué se sorprendía? Porque nunca imaginó ser correspondido por ella. Mucho menos con tal intensidad y arrebato.
Jamás cruzó por su mente que su protegida fuese a tener la iniciativa de acercarse a él de ese modo, lo tomó completamente por sorpresa y antes de que pudiese asimilarlo mentalmente, sus labios ya estaban disfrutando del beso con el que antes solo se había permitido divagar. A diferencia de Julietta, Sergei no cerró los ojos. Disfrutó de la chica no solo a través del cálido y húmedo tacto, sino también visualmente. ¿Por qué iba a privarse de algo como eso? Ah, bueno, él no quería parar, pero al parecer ella sí. Y de paso, huyó. No muy lejos afortunadamente para el hombre.
Sintió su pausada exhalación, y mientras lo hacía, intentó memorizar la sensación que aún perduraba en sus labios porque sabía que poco a poco se difuminaría, a menos que… A menos que nada. Porque la estudiante de literatura volvió a demostrar lo insegura que podía llegar, dando por supuesto que el beso había sido desagradable para su protector. Ésta vez fue Hwergelmir quien exhaló despacio, en ese aspecto Julietta no cambiaría fácilmente, ¿cierto?
El sirviente se dispuso a responder la incógnita de su ama, pero una vez más, se le negó la iniciativa. Fue la voz contraria entonando una melodía diferente la que le pidió guardarse un poco más las palabras y él, tras entender que la castaña intentaba en cierto modo complacerlo, le escuchó con atención. Los ojos cerró para que cada uno de sus sentidos se dedicara a apreciar la canción. Y la letra, de alguna forma le dolió.
Sin darse cuenta tensó los labios y con el brazo que tenía libre rodeó a Julietta por la cintura para prevenir que se le escapara, casi llegando al final de la interpretación. Solo cuando su voz cesó hizo por soltarse del agarre en que ella le tenía la muñeca del otro brazo, no fue brusco pero sí decidido. Ah, pero no era su intención el cortar de nuevo todo contacto, sino todo lo contrario. –Julietta– pronunciarla le hizo sonreír, y enseguida marcó la distancia indispensable para poder inclinarse y aproximarse a los labios que otro poco de sí le habían regalado con la canción –Me gustó. Y te lo pediré constantemente– Los besos, sus canciones, todo. En los ojos contrarios se ancló al decirlo ya que estaba claro que ambos necesitaban ser extremadamente claros al expresarse para darse a entender correctamente.
Una mejilla le abrazó con la mano recién liberada y directo a sus labios se dirigió. Antes de llegar a ellos ladeó el rostro y en cuanto pudo sentirlos corroboró lo que ya tenía como teoría: deseaba demasiado sus labios como para ir suave y pausado. Al segundo roce le saboreó con mayor intensidad y al tercero, ya fue demasiado evidente su necesidad de besarla con amplitud y exceso de fuerza. Si no profundizó con la lengua fue porque algo de masoquista le quedaba todavía y quería tomarla de a poco. De a poco, pero no por eso suave. “No te contengas” le había pedido ella, ¿pero tenía idea del alcance de esas palabras?
–¿Todavía quieres quedarte aquí?– preguntó en voz baja cuando sintió que el aire le hacía falta a la jovencita que se había atrevido a besarlo primero. No se había separado mucho de su boca, la necesidad de besarla persistía, pero le dejaría a ella la decisión de continuar en un lugar donde más de un entrometido podría mirarlos o regresar a la habitación y tomar el riesgo que eso implicaba. ¿Se rompería la magia o ya era definitivo que se habían entendido?
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
El corazón se me contrajo cuando, con firmeza, el contrario apartó el amarre que le tenía a su mano. Contuve el aliento, una vez finalizada la canción, y me resigné a regresar a la realidad aún si no estaba preparada para ello. Pero ya lo había sabido de antemano, ¿no? Que sería rechazada... y aún así dolía. Mas lo que no terminaba de asimilar era su agarre a mi cintura, atrayándome a su cuerpo como si no quisiera dejarme ir, y eso me desconcertaba de alguna forma, a pesar del dolor asfixiante de la inminente separación a su calidez.
Separé mi frente de su hombro y le contemplé por unos momentos, mis ojos mostrando la confusión de la cual era víctima ante sus acciones y palabras, antes de que toda posibilidad de réplica fuera nula. Me estaba besando... ¿Era cierto eso? ¿No estaba soñando? Porque era imposible, ¿no? Mis ojos se abrieron de par en par y fui incapaz de reaccionar por varios segundos, pero de forma instintiva mi cuerpo se aclimató al ritmo apasionado con el que el pelinegro conducía aquel beso, ese que provocaba que mi corazón diera un vuelco de alegría y otra mezcla de sentimientos radiantes que no podía explicar justo en ese instante. Pero estaban allí y me arrastraban como un enorme torbellino. De forma automática rodeé su cuello con mis brazos y de esta forma le atraje más a mí, cerrando los ojos y permitiéndome sucumbir a aquella maravillosa sensación de su contacto y calor. ¿Cómo iba a imaginar que se sentiría así? Que las cosas terminarían así... Ni siquiera fui capaz de comprender a tiempo la clase de sentimientos que albergaba por Sergei, hasta ahora, mas sí había sido consciente, de forma parcial, de aquella necesidad de tenerle a mi lado; porque sólo con él podía sentir que mi verdadero ser salía a la luz sin contemplaciones, sólo junto a él podía sentirme de verdad protegida y completa.
La urgencia por recuperar el aliento se hizo latente con la profundidad del beso, pero me contenía porque no quería que aquel momento terminara... quería quedarme así, justo de esa forma, para siempre. ¿Egoísta? Sí, mucho, pero desde que era pequeña había aprendido a conocerme y no podía negar mi naturaleza. Y ahora que sabía que mi protector me correspondía, aunque fuera un poco, no quería dejarle ir. ¿Eso le desagradaría a él? Esperaba que no, quería creer que no.
Sin embargo, a pesar de mi deseo, este era imposible de llevar a cabo por cuestiones físicas, y fue mi compañero quien tuvo la gentileza de darle la oportunidad a mis pulmones de recibir oxígeno. Con la respiración un tanto agitada, volví a abrir los ojos para centrarlos en el mirar verdoso del hombre, sintiendo también mi rostro enrojecer. Y, aún así, no desvié la mirada ni tampoco me aparté.
No era la primera vez que besaba a un chico. En el instituto al cual asistía en Japón, antes de trasladarme aquí, llegué a tener uno que otro noviazgo a escondidas con compañeros míos. El mantenerlo secreto para los Sumiyoshi había sido un éxito, o al menos era lo que creía pues nunca recibí reclamos al respecto. Pero ahora descubría que todo aquello no había sido nada, sólo un juego de niños. Me sentía abrumada por la intensidad con la que Sergei se imponía ante mí. Era... extraño, tratar de analizarlo sólo causaba que me doliera la cabeza. Todo estaba yendo demasiado rápido y no estaba segura de ser capaz de ponerme al corriente al respecto.
Por lo mismo fue que tardé en responder a la pregunta reciente lanzada por él. Negué con sutileza y después sonreí.
-Sólo quiero quedarme contigo, dónde sea con exactitud no tiene relevancia para mí -susurré antes de estirarme y así ser capaz de volver a reclamar sus labios con los míos. Esta vez ya no hubo duda ni escapatoria, me permití disfrutar sin temor a ser rechazada y lo hice siendo suave, como si no quisiera dañar algo sagrado. No tardó mucho para que me separara y le volviera a sonreír- por ahora, volvamos adentro.
Sin más me aparté para poder tomarle la mano y encaminarle hacia el interior de mi habitación, allí donde reinaba un caos a medio arreglar. En la cama aún se encontraban las armas de mi acompañante, al igual que el saco colgado de la perilla del lado de mi puerta. Lo primero que hice fue concentrarme en aquella imagen y la tomé con cuidado para dejarla, casi de forma reverencial, recargada sobre la lámpara en la mesita de noche. De allí fui a tumbarme de manera exhausta sobre el mullido colchón y estirarme cual larga era, gimiendo de gozo ante el alivio que sintió mi cuerpo cansado con aquella acción.
-Estoy muerta, no quiero saber de nada que tenga que ver con mudanzas o deshacer maletas... si te molesta el desorden, tú mismo puedes hacerte cargo de guardar mi ropa interior -y aunque lo decía con sarcasmo, fue en ese instante que recordé el montículo de prendas interiores, de variados colores, que tenía formado junto a la maleta que había estado revisando antes de salir al balcón. Rayos-. ¡No veas! -con el cuerpo repentinamente tenso, tomé lo primero que tuve al alcance y lo arrojé hacia donde estaba la ropa íntima con la vaga esperanza de que fuera capaz de cubrirla ante los mirones... pero un ruido sordo me hizo darme cuenta que aquello que había lanzado no fue otra cosa sino... las armas de Sergei, las cuales, por obvias razones, fueron incapaces de cumplir la tarea inicial cuando dieron a parar sobre el objetivo, desordenándolo.
¡Demonios! ¡Debí haber tomado la blusa del otro lado! Ahora sí me iban a matar...
Separé mi frente de su hombro y le contemplé por unos momentos, mis ojos mostrando la confusión de la cual era víctima ante sus acciones y palabras, antes de que toda posibilidad de réplica fuera nula. Me estaba besando... ¿Era cierto eso? ¿No estaba soñando? Porque era imposible, ¿no? Mis ojos se abrieron de par en par y fui incapaz de reaccionar por varios segundos, pero de forma instintiva mi cuerpo se aclimató al ritmo apasionado con el que el pelinegro conducía aquel beso, ese que provocaba que mi corazón diera un vuelco de alegría y otra mezcla de sentimientos radiantes que no podía explicar justo en ese instante. Pero estaban allí y me arrastraban como un enorme torbellino. De forma automática rodeé su cuello con mis brazos y de esta forma le atraje más a mí, cerrando los ojos y permitiéndome sucumbir a aquella maravillosa sensación de su contacto y calor. ¿Cómo iba a imaginar que se sentiría así? Que las cosas terminarían así... Ni siquiera fui capaz de comprender a tiempo la clase de sentimientos que albergaba por Sergei, hasta ahora, mas sí había sido consciente, de forma parcial, de aquella necesidad de tenerle a mi lado; porque sólo con él podía sentir que mi verdadero ser salía a la luz sin contemplaciones, sólo junto a él podía sentirme de verdad protegida y completa.
La urgencia por recuperar el aliento se hizo latente con la profundidad del beso, pero me contenía porque no quería que aquel momento terminara... quería quedarme así, justo de esa forma, para siempre. ¿Egoísta? Sí, mucho, pero desde que era pequeña había aprendido a conocerme y no podía negar mi naturaleza. Y ahora que sabía que mi protector me correspondía, aunque fuera un poco, no quería dejarle ir. ¿Eso le desagradaría a él? Esperaba que no, quería creer que no.
Sin embargo, a pesar de mi deseo, este era imposible de llevar a cabo por cuestiones físicas, y fue mi compañero quien tuvo la gentileza de darle la oportunidad a mis pulmones de recibir oxígeno. Con la respiración un tanto agitada, volví a abrir los ojos para centrarlos en el mirar verdoso del hombre, sintiendo también mi rostro enrojecer. Y, aún así, no desvié la mirada ni tampoco me aparté.
No era la primera vez que besaba a un chico. En el instituto al cual asistía en Japón, antes de trasladarme aquí, llegué a tener uno que otro noviazgo a escondidas con compañeros míos. El mantenerlo secreto para los Sumiyoshi había sido un éxito, o al menos era lo que creía pues nunca recibí reclamos al respecto. Pero ahora descubría que todo aquello no había sido nada, sólo un juego de niños. Me sentía abrumada por la intensidad con la que Sergei se imponía ante mí. Era... extraño, tratar de analizarlo sólo causaba que me doliera la cabeza. Todo estaba yendo demasiado rápido y no estaba segura de ser capaz de ponerme al corriente al respecto.
Por lo mismo fue que tardé en responder a la pregunta reciente lanzada por él. Negué con sutileza y después sonreí.
-Sólo quiero quedarme contigo, dónde sea con exactitud no tiene relevancia para mí -susurré antes de estirarme y así ser capaz de volver a reclamar sus labios con los míos. Esta vez ya no hubo duda ni escapatoria, me permití disfrutar sin temor a ser rechazada y lo hice siendo suave, como si no quisiera dañar algo sagrado. No tardó mucho para que me separara y le volviera a sonreír- por ahora, volvamos adentro.
Sin más me aparté para poder tomarle la mano y encaminarle hacia el interior de mi habitación, allí donde reinaba un caos a medio arreglar. En la cama aún se encontraban las armas de mi acompañante, al igual que el saco colgado de la perilla del lado de mi puerta. Lo primero que hice fue concentrarme en aquella imagen y la tomé con cuidado para dejarla, casi de forma reverencial, recargada sobre la lámpara en la mesita de noche. De allí fui a tumbarme de manera exhausta sobre el mullido colchón y estirarme cual larga era, gimiendo de gozo ante el alivio que sintió mi cuerpo cansado con aquella acción.
-Estoy muerta, no quiero saber de nada que tenga que ver con mudanzas o deshacer maletas... si te molesta el desorden, tú mismo puedes hacerte cargo de guardar mi ropa interior -y aunque lo decía con sarcasmo, fue en ese instante que recordé el montículo de prendas interiores, de variados colores, que tenía formado junto a la maleta que había estado revisando antes de salir al balcón. Rayos-. ¡No veas! -con el cuerpo repentinamente tenso, tomé lo primero que tuve al alcance y lo arrojé hacia donde estaba la ropa íntima con la vaga esperanza de que fuera capaz de cubrirla ante los mirones... pero un ruido sordo me hizo darme cuenta que aquello que había lanzado no fue otra cosa sino... las armas de Sergei, las cuales, por obvias razones, fueron incapaces de cumplir la tarea inicial cuando dieron a parar sobre el objetivo, desordenándolo.
¡Demonios! ¡Debí haber tomado la blusa del otro lado! Ahora sí me iban a matar...
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Disfrutó el ver a Julietta con las mejillas enrojecidas, también el comprobar que la señorita no tenía intenciones de separarse de él, lo cual le confirmó ella con palabras pasados unos segundos. Sergei sonrió satisfecho, y mucho se sintió al ser abordado por los labios de la castaña. A sus labios correspondió de inmediato, grabándose la suavidad con que tomó la iniciativa de besarlo. Se estaba enviciando demasiado pronto, no fue consciente de ello aunque sí se manifestó ligeramente en el fruncir de su ceño cuando la distancia entre ambos surgió de nuevo. Él quería continuar. ¿Debería sentirse abusivo por eso?
Pero la chica sonreía para su sirviente, y eso le bastó de momento. La sonrisa le devolvió y de buena gana se dejó llevar al interior de la habitación. Fue extraño el ser tomado por su fina mano, y también el que fuera ella quien “tomara el mando” de la situación. No es que le molestara, pero algo de gracia le causó el dominio que sin darse cuenta Julietta marcó. Después de todo era su jefa, ¿no? La futura líder del clan y la joya que nadie debía tocar. Sí, claro, que eso se lo dijeran a otro, no a él. Porque después de lo ocurrido no iba a ser capaz de mantenerse lejos de la piel de la joven Tescotti.
Con tranquilidad la observó tirarse sobre la cama y a sí mismo se descubrió feliz de verla más relajada que antes, ¿sería demasiado decir que la castaña lucía más serena que nunca? –No, no estas muerta. No tengo problema con arreglar tu desorden, pero al menos deberías encargarte personalmente de acomodar tu ropa in…– no terminó la frase, porque su vista se desplazó rápidamente hacia las armas que repentinamente vio ser tomadas por su protegida y luego salir literalmente volando hacia paradero desconocido. Casi con espanto siguió la trayectoria en el aire, puede que le devorara la boca con gusto a Julietta, pero eso no lo hacía menos impresionable por las locuras de la chica. Ni menos propenso a los dolores de cabeza por su culpa.
–Julietta… esas son mis armas…– dijo con voz muerta lo que ya era obvio para los dos. Y no, no apartó la vista del sitio a donde habían ido a parar las pistolas. De pie y con el semblante brevemente ensombrecido observó el resultado y, contra todo pronóstico, un matiz rojizo –casi imperceptible– tiñó sus mejillas. –Decide de una vez si quieres que lo haga o no.– pidió y luego se aclaró la voz, antes de encaminarse hacia las armas sin mirar ni una vez a su ama. Se agachó para recuperar lo que le pertenecía, cuidando no tocar las prendas que le pertenecían a la sobrina de los Sumiyoshi. –Sabes que haré lo que me pidas…– la sobaquera se colocó de nuevo antes de que otra anormalidad ocurriera con sus armas, luego giró hacia la cama y en esa dirección caminó –siempre y cuando no sea una extravagancia sin sentido. Desde luego tendrás que hacerte responsable de tus mandatos y aceptar las consecuencias que desencadenen tus órdenes.– nada frío iba a pasar si la muchacha se decidía a dejar la labor de guardar su ropa interior a su guardia y sirviente personal.
En el borde de la cama tomó asiento y sin saber exactamente por qué –o mejor dicho sin querer aceptarlo– se inclinó hasta alcanzar el hombro de Julietta, donde dio una breve pero marcada mordida. Siempre había gustado de su aroma natural, de hecho cuando recién la conoció se decía a sí mismo que eso era lo único bueno que tenía la mocosa. Claro está que con el pasar del tiempo encontró en ella muchos más puntos atractivos. No estaría mal hacérselos notar. –Supongo entonces que nos quedaremos aquí. ¿Debería ordenar de una vez tus pertenencias? ¿O prefieres que lo haga mientras duermes?– así él no tendría que lidiar con las críticas de Julietta que seguramente lo estresarían, aunque muy probablemente ella disfrutaría sacarlo de sus casillas.
Pero la chica sonreía para su sirviente, y eso le bastó de momento. La sonrisa le devolvió y de buena gana se dejó llevar al interior de la habitación. Fue extraño el ser tomado por su fina mano, y también el que fuera ella quien “tomara el mando” de la situación. No es que le molestara, pero algo de gracia le causó el dominio que sin darse cuenta Julietta marcó. Después de todo era su jefa, ¿no? La futura líder del clan y la joya que nadie debía tocar. Sí, claro, que eso se lo dijeran a otro, no a él. Porque después de lo ocurrido no iba a ser capaz de mantenerse lejos de la piel de la joven Tescotti.
Con tranquilidad la observó tirarse sobre la cama y a sí mismo se descubrió feliz de verla más relajada que antes, ¿sería demasiado decir que la castaña lucía más serena que nunca? –No, no estas muerta. No tengo problema con arreglar tu desorden, pero al menos deberías encargarte personalmente de acomodar tu ropa in…– no terminó la frase, porque su vista se desplazó rápidamente hacia las armas que repentinamente vio ser tomadas por su protegida y luego salir literalmente volando hacia paradero desconocido. Casi con espanto siguió la trayectoria en el aire, puede que le devorara la boca con gusto a Julietta, pero eso no lo hacía menos impresionable por las locuras de la chica. Ni menos propenso a los dolores de cabeza por su culpa.
–Julietta… esas son mis armas…– dijo con voz muerta lo que ya era obvio para los dos. Y no, no apartó la vista del sitio a donde habían ido a parar las pistolas. De pie y con el semblante brevemente ensombrecido observó el resultado y, contra todo pronóstico, un matiz rojizo –casi imperceptible– tiñó sus mejillas. –Decide de una vez si quieres que lo haga o no.– pidió y luego se aclaró la voz, antes de encaminarse hacia las armas sin mirar ni una vez a su ama. Se agachó para recuperar lo que le pertenecía, cuidando no tocar las prendas que le pertenecían a la sobrina de los Sumiyoshi. –Sabes que haré lo que me pidas…– la sobaquera se colocó de nuevo antes de que otra anormalidad ocurriera con sus armas, luego giró hacia la cama y en esa dirección caminó –siempre y cuando no sea una extravagancia sin sentido. Desde luego tendrás que hacerte responsable de tus mandatos y aceptar las consecuencias que desencadenen tus órdenes.– nada frío iba a pasar si la muchacha se decidía a dejar la labor de guardar su ropa interior a su guardia y sirviente personal.
En el borde de la cama tomó asiento y sin saber exactamente por qué –o mejor dicho sin querer aceptarlo– se inclinó hasta alcanzar el hombro de Julietta, donde dio una breve pero marcada mordida. Siempre había gustado de su aroma natural, de hecho cuando recién la conoció se decía a sí mismo que eso era lo único bueno que tenía la mocosa. Claro está que con el pasar del tiempo encontró en ella muchos más puntos atractivos. No estaría mal hacérselos notar. –Supongo entonces que nos quedaremos aquí. ¿Debería ordenar de una vez tus pertenencias? ¿O prefieres que lo haga mientras duermes?– así él no tendría que lidiar con las críticas de Julietta que seguramente lo estresarían, aunque muy probablemente ella disfrutaría sacarlo de sus casillas.
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Aquello iba de mal en peor, no había duda alguna de ello.
-¡Por supuesto que son tuyas! ¡Igual que todo lo demás aquí...! Ah, no, espera... creo que eso no aplica en este contexto -exclamé, devolviéndole sus justas palabras de hacía un rato, y tratando de mitigar un poco la tensión que se estaba formando en el pelinegro. Le dediqué una sonrisa un tanto nerviosa, consciente de que esta vez la había liado. Cuando vi que se dirigía allí donde su pertenencia había caído sobre las mías, y que la sombra que cruzaba el rostro ajeno no auguraba nada bueno, terminé por cubrirme los ojos con una de mis manos cual niña inocente que no puede ver algo perturbador... el lío era que yo, de inocente, no tenía ni un pelo-. Si te digo que fue un accidente y sin dolo de molestarte, ¿me creerás?
Esperaba que sí, porque en verdad que lo había hecho por impulso y no con la premeditación de hacerle sacar de sus casillas. Pero cierto era que una reputación me precedía, y que aún si esta vez era una excepción, nada me impedía que en futuras oportunidades no pudiera gastarle alguna buena treta a mi amado sirviente. Lancé un quedo suspiro, escuchándolo hablar acompañado con el sonido de sus movimientos, pero sin atreverme aún a dirigirle la mirada. ¿Estaría demasiado enojado? Por lo general contaba con un Dios aparte que me ayudaba a salir de mis embrollos casi siempre y de forma airosa... esperaba que esta vez no me abandonara, rezaba para que no fuera así. Aunque su insistencia en tratar de ponerle orden al caos que yo misma había formado estaba comenzando a enrabiarme un poco, cosa que provocó que al fin le echara un vistazo por el rabillo del ojo, haciendo una mueca de disgusto justo en el momento en el que mi acompañante se encaminaba hacia la cama.
-¿Es muy necesario poner una pronta solución justo en este momento? -inquirí con cierto desafío, enfocando mi vista en el techo y frunciendo el ceño, concentrada en encontrar hasta la más mínima irregularidad en la pintura.
Sentí el peso de Sergei sobre el colchón cuando se sentó mi lado, pero no mostré ninguna reacción de haberme enterado de su presencia, o al menos en un inicio fue así. Lancé un leve quejido, más de sorpresa que de dolor, al sentir sobre mi piel aquella mordida patrocinada por Hwergelmir. Abrí los ojos desorbitadamente y de un veloz movimiento mi mirada viajó a las facciones contrarias, pestañeando con total desconcierto e incredulidad. ¿Esa era su venganza por haber maltratado tan valiosas armas suyas? ¿Por ignorarle ante su insistente entusiasmo en desempacar? O con qué motivo lo había hecho... no lo entendía...
Sólo un segundo más de mutua contemplación y mi cuerpo actuó por sí mismo. Le tomé con suavidad de la solapa de su camisa y le atraje hacia mí, aprovechando el factor sorpresa a mi favor para que el peso contrario cayera sobre el mío y causara que el sonrojo que había aparecido en mis mejillas tras su mordida, se intensificara. De esta forma le seguí examinando, hurgando en aquel interior de profunidades verdes que eran sus ojos, buscando alguna señal que me motivara a detenerme o a continuar. Podía sentirme avergonzada, pero el deseo de sentirlo cerca era superior a cualquier convención social. Y el poder percibir su cálido aliento en mi rostro no ayudaba en lo más mínimo para que mi razón se hiciera con el dominio de mis acciones. Mi mano libre fue a parar sobre la mejilla izquierda de él, acunándole con suavidad al tanto que mis ojos bajaron de sus ojos a sus labios, entreabriendo los míos por acto reflejo. ¿Me vería muy desesperada si le dejaba ver mi necesidad de besarle una vez más? Suspiré quedamente, arqueando un poco mi espalda para acercar mi rostro al de mi compañero y así quedar a escasos centímetros de tocarlo. A punto estuve de reclamarle los labios, y de hecho me quedé por varios segundos en esa posición, cerrando los ojos con lentitud, pero en el último momento deslicé la mano en su mejilla hacia su mentón para así echarle la cabeza hacia atrás y tener su cuello expuesto para mí.
-Sergei...
Sin darle oportunidad al mencionado de que pudiera arrepentirse, con mucha delicadeza, casi con reverencia, me dediqué a trazar con frágiles besos un camino sobre su cuello que partía desde la base hasta la parte posterior de su oreja, allí donde aspiré su aroma e hice una ligera presión con la punta de mi nariz antes de tomar su piel con mis labios entreabiertos y dar una marcada succión.
Al fin y al cabo... él dijo que acataría cualquier orden dada y que en mí estaría tener que cargar con las consecuencias de la misma. Yo estaba dispuesta, ¿y él?
-¡Por supuesto que son tuyas! ¡Igual que todo lo demás aquí...! Ah, no, espera... creo que eso no aplica en este contexto -exclamé, devolviéndole sus justas palabras de hacía un rato, y tratando de mitigar un poco la tensión que se estaba formando en el pelinegro. Le dediqué una sonrisa un tanto nerviosa, consciente de que esta vez la había liado. Cuando vi que se dirigía allí donde su pertenencia había caído sobre las mías, y que la sombra que cruzaba el rostro ajeno no auguraba nada bueno, terminé por cubrirme los ojos con una de mis manos cual niña inocente que no puede ver algo perturbador... el lío era que yo, de inocente, no tenía ni un pelo-. Si te digo que fue un accidente y sin dolo de molestarte, ¿me creerás?
Esperaba que sí, porque en verdad que lo había hecho por impulso y no con la premeditación de hacerle sacar de sus casillas. Pero cierto era que una reputación me precedía, y que aún si esta vez era una excepción, nada me impedía que en futuras oportunidades no pudiera gastarle alguna buena treta a mi amado sirviente. Lancé un quedo suspiro, escuchándolo hablar acompañado con el sonido de sus movimientos, pero sin atreverme aún a dirigirle la mirada. ¿Estaría demasiado enojado? Por lo general contaba con un Dios aparte que me ayudaba a salir de mis embrollos casi siempre y de forma airosa... esperaba que esta vez no me abandonara, rezaba para que no fuera así. Aunque su insistencia en tratar de ponerle orden al caos que yo misma había formado estaba comenzando a enrabiarme un poco, cosa que provocó que al fin le echara un vistazo por el rabillo del ojo, haciendo una mueca de disgusto justo en el momento en el que mi acompañante se encaminaba hacia la cama.
-¿Es muy necesario poner una pronta solución justo en este momento? -inquirí con cierto desafío, enfocando mi vista en el techo y frunciendo el ceño, concentrada en encontrar hasta la más mínima irregularidad en la pintura.
Sentí el peso de Sergei sobre el colchón cuando se sentó mi lado, pero no mostré ninguna reacción de haberme enterado de su presencia, o al menos en un inicio fue así. Lancé un leve quejido, más de sorpresa que de dolor, al sentir sobre mi piel aquella mordida patrocinada por Hwergelmir. Abrí los ojos desorbitadamente y de un veloz movimiento mi mirada viajó a las facciones contrarias, pestañeando con total desconcierto e incredulidad. ¿Esa era su venganza por haber maltratado tan valiosas armas suyas? ¿Por ignorarle ante su insistente entusiasmo en desempacar? O con qué motivo lo había hecho... no lo entendía...
Sólo un segundo más de mutua contemplación y mi cuerpo actuó por sí mismo. Le tomé con suavidad de la solapa de su camisa y le atraje hacia mí, aprovechando el factor sorpresa a mi favor para que el peso contrario cayera sobre el mío y causara que el sonrojo que había aparecido en mis mejillas tras su mordida, se intensificara. De esta forma le seguí examinando, hurgando en aquel interior de profunidades verdes que eran sus ojos, buscando alguna señal que me motivara a detenerme o a continuar. Podía sentirme avergonzada, pero el deseo de sentirlo cerca era superior a cualquier convención social. Y el poder percibir su cálido aliento en mi rostro no ayudaba en lo más mínimo para que mi razón se hiciera con el dominio de mis acciones. Mi mano libre fue a parar sobre la mejilla izquierda de él, acunándole con suavidad al tanto que mis ojos bajaron de sus ojos a sus labios, entreabriendo los míos por acto reflejo. ¿Me vería muy desesperada si le dejaba ver mi necesidad de besarle una vez más? Suspiré quedamente, arqueando un poco mi espalda para acercar mi rostro al de mi compañero y así quedar a escasos centímetros de tocarlo. A punto estuve de reclamarle los labios, y de hecho me quedé por varios segundos en esa posición, cerrando los ojos con lentitud, pero en el último momento deslicé la mano en su mejilla hacia su mentón para así echarle la cabeza hacia atrás y tener su cuello expuesto para mí.
-Sergei...
Sin darle oportunidad al mencionado de que pudiera arrepentirse, con mucha delicadeza, casi con reverencia, me dediqué a trazar con frágiles besos un camino sobre su cuello que partía desde la base hasta la parte posterior de su oreja, allí donde aspiré su aroma e hice una ligera presión con la punta de mi nariz antes de tomar su piel con mis labios entreabiertos y dar una marcada succión.
Al fin y al cabo... él dijo que acataría cualquier orden dada y que en mí estaría tener que cargar con las consecuencias de la misma. Yo estaba dispuesta, ¿y él?
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
En ningún momento se detuvo a pensar sobre las posibles reacciones de la castaña tras recibir la mordida en el hombro, simplemente se había dejado llevar por el antojo de presionarla con los dientes y los segundos siguientes su ser se dedicó a disfrutar de la consistencia. Pero para cuando su cuerpo tenía ya decidido buscar los orbes ajenos, Julietta ya se le había adelantado y se encontraba en proceso de reclamarlo físicamente a otro nivel.
Le había tomado desprevenido, razón por la que ni tiempo tuvo de prepararse para disimular lo inesperadamente delicioso que era estar literalmente sobre ella –un breve gemido se le escapó al presionarse contra su protegida– y poder sentirla a un nivel sumamente interesante. Sus ojos rápido dieron con los contrarios y al bajar ella la mirada, él se enfocó en el color rojizo que más apetecible la hacía lucir. La marcada línea que debía respetar por ser solo el protector de la chica ya había quedado en el pasado y, contrario a lo esperado, ni un poco de culpa sentía Sergei por ello. Disfrutar de su tacto valía cualquier castigo que pudiesen imponerle, sentir las caricias que sus dedos le obsequiaban en esos momentos y tenerla bajo su cuerpo lo dejaron suficientemente claro.
Y por supuesto, el hombre se preparó para formar junto con Julietta una nueva colección de besos, solo que, para su sorpresa, ella cambió los planes en el último momento, aún después de haber dado todas las señales de estar lista para lo primero. ¿Intentaba torturarlo negándole los labios?
Casi parecía un sueño, pues solo en ellos la señorita le atendía con tal detenimiento y sin embargo, era obvio que cada milímetro del cuerpo femenino era tangible y, más importante aún, sus emociones claras como el agua. –A tu entera disposición…– respondió tardíamente al profundo “llamado” de su dueña tras superar lo inesperado que resultaba tener los labios ajenos recorriéndole el cuello. Él mantenía los ojos cerrados, concentrado en lo que la succión le hizo experimentar. Todo era culpa de Julietta, culpa suya que una mezcla de ardor y calor despertara en su cuerpo, culpa suya que quisiera probar y hacer mil cosas más unido a ella. ¿Debía hacérselo saber?
Sí, se dijo mentalmente. El darse a entender con claridad ya había pasado a ser una regla para con la joven estudiante. –Voy a pedirte más de eso....– avisó sin duda en la voz, al tiempo que se instalaba con comodidad sobre la señorita. Porque al menos el pelinegro no tenía intenciones de apagar el momento en los próximos minutos.
Entre las piernas ajenas hizo espacio para una de él, mientras que ansioso recorría con la palma derecha el costado de su “acosadora” hasta llegar a su cadera. Ahí se detuvo y la apretó con delicia, una que podía percibirse también en la sonrisa que portaba y a la vez en su mirar. Ésta no le permitía ocultar lo dispuesto que estaba a derretirse con su jefa hasta que la hora los obligara a hacer otra cosa. –Mientras tanto, ¿puedo entrar?– preguntó retornado hacia los labios de la chica, los cuales acaparó ampliamente con los propios sin deseos de dar tregua. Tal vez debería medirse. O tal vez no. Mucho les había costado abrirse al otro, no era momento de frenarse y arriesgarse a quedar con arrepentimientos.
Le había tomado desprevenido, razón por la que ni tiempo tuvo de prepararse para disimular lo inesperadamente delicioso que era estar literalmente sobre ella –un breve gemido se le escapó al presionarse contra su protegida– y poder sentirla a un nivel sumamente interesante. Sus ojos rápido dieron con los contrarios y al bajar ella la mirada, él se enfocó en el color rojizo que más apetecible la hacía lucir. La marcada línea que debía respetar por ser solo el protector de la chica ya había quedado en el pasado y, contrario a lo esperado, ni un poco de culpa sentía Sergei por ello. Disfrutar de su tacto valía cualquier castigo que pudiesen imponerle, sentir las caricias que sus dedos le obsequiaban en esos momentos y tenerla bajo su cuerpo lo dejaron suficientemente claro.
Y por supuesto, el hombre se preparó para formar junto con Julietta una nueva colección de besos, solo que, para su sorpresa, ella cambió los planes en el último momento, aún después de haber dado todas las señales de estar lista para lo primero. ¿Intentaba torturarlo negándole los labios?
Por enésima vez en lo que iba del día, Hwergelmir estaba equivocado.
Casi parecía un sueño, pues solo en ellos la señorita le atendía con tal detenimiento y sin embargo, era obvio que cada milímetro del cuerpo femenino era tangible y, más importante aún, sus emociones claras como el agua. –A tu entera disposición…– respondió tardíamente al profundo “llamado” de su dueña tras superar lo inesperado que resultaba tener los labios ajenos recorriéndole el cuello. Él mantenía los ojos cerrados, concentrado en lo que la succión le hizo experimentar. Todo era culpa de Julietta, culpa suya que una mezcla de ardor y calor despertara en su cuerpo, culpa suya que quisiera probar y hacer mil cosas más unido a ella. ¿Debía hacérselo saber?
Sí, se dijo mentalmente. El darse a entender con claridad ya había pasado a ser una regla para con la joven estudiante. –Voy a pedirte más de eso....– avisó sin duda en la voz, al tiempo que se instalaba con comodidad sobre la señorita. Porque al menos el pelinegro no tenía intenciones de apagar el momento en los próximos minutos.
Entre las piernas ajenas hizo espacio para una de él, mientras que ansioso recorría con la palma derecha el costado de su “acosadora” hasta llegar a su cadera. Ahí se detuvo y la apretó con delicia, una que podía percibirse también en la sonrisa que portaba y a la vez en su mirar. Ésta no le permitía ocultar lo dispuesto que estaba a derretirse con su jefa hasta que la hora los obligara a hacer otra cosa. –Mientras tanto, ¿puedo entrar?– preguntó retornado hacia los labios de la chica, los cuales acaparó ampliamente con los propios sin deseos de dar tregua. Tal vez debería medirse. O tal vez no. Mucho les había costado abrirse al otro, no era momento de frenarse y arriesgarse a quedar con arrepentimientos.
Off :: Primer post en... ocho meses??? Sorry si perdí maña...
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Por un momento temí que a Sergei no le gustara tanto atrevimiento de mi parte, pero después descarté esa idea y preferí concentrarme en las sensaciones, en el sabor de su piel mientras le succionaba con suavidad. Cerré los ojos y me aferré más al cuerpo ajeno al tanto que mostraba mayor insistencia en aquella zona sensible de su anatomía, como si quisiera unirme a él de aquella forma. No planeaba arrepentirme, y esperaba que el pelinegro estuviera igual dispuesto a pagar las consecuencias de permitirme llegar tan lejos. ¿O no sería más bien al revés? No importaba.
Mi corazón dio un vuelco cuando sentí, al fin, la reacción contraria y descubrí con suma sorpresa y deleite cómo se acomodaba mejor sobre mi cuerpo. Se escapó un ligero gemido de mi garganta que fue a ahogarse en mis labios y al fin le solté, segura ya de la marca que mostraría por un tiempo considerable. Me recosté por completo sobre el mullido colchón y le contemple con seguridad al rostro. Mis piernas se abrieron ligeramente a sus insistencias y mi cadera se apegó a la mano del hombro, buscando su tacto y calor.
-Puedes tomar todo lo que quieras, sin pedirlo... -susurré, ligeramente agitada, y al segundo siguiente me sorprendí de la pasión con la que estaba cargada mi voz.
¿Qué me estaba sucediendo? Nunca me había sentido de aquella manera, tan querida y tan necesitada de alguien... Tragué en seco y cerré los ojos, conteniendo un ligero estremecimiento al tanto que mi cuerpo se deleitaba con la presión y el calor que el peso de Sergei ejercía sobre mí. Esa sensación... podría volverme adicta a ella, más que a cualquier otra cosa. Pero las palabras ajenas hicieron que volviera a abrir los ojos, confundida.
-¿Ser...? -antes de que pudiera continuar, los labios ajenos me robaron el aliento y sin siquiera pensarlo, le correspondí con la misma intensidad. Ahora entendía a qué se refería.
Mis brazos en automático fueron a rodearle el cuello para atraerlo más a mí al tanto que mi rostro se ladeaba para amoldarse al de mi amado guardaespaldas. Entreabrí los labios, ortorgándole toda la invitación que necesitaba para entrar en mí y hacer aquel beso aún más profundo; incluso la punta de mi lengua fue a tentarle, acariciándole superficialmente. Un gemido se ahogó en mi garganta una vez más y mis brazos, ante la necesidad de no mantenerme quieta, comenzaron a deslizarse sobre el cuerpo de mi compañero. El derecho fue a deslizarse por la nuca hasta enterrar los dedos en el nacimiento de su suave cabello, de un intenso y cautivante negro. El izquierdo fue a la dirección opuesta, recorriéndole ampliamente toda la zona de los omoplatos y más allá, hasta las caderas contrarias.
Por instinto, abrí un poco más el arco de mis piernas para poder rodear la ajena con la izquierda mía. Así, si él quería apartarse, no se lo permitiría. No en aquel justo momento, no cuando mi corazón latía con tal desenfreno y mi cabeza giraba en un vortex que me conduciría hacia la mismísima locura. No quería que se detuviera, no ahora.
Mis pulmones comenzaron a arder, clamando su necesidad de nuevo oxígeno, por lo que interrumpí el beso con un poco de brusquedad sólo para jalar un poco de aire y volver a atacarle con la misma intensidad. No importaba si moría en el proceso, siempre y cuando fuera bajo aquellas circunstancias y en los brazos del único hombre que había podido brindarme el calor que mi cuerpo tanto había reclamado por años.
Pero no sólo era el calor ajeno, sino el mío propio que se había disparado, para aquellas alturas, a unos límites que jamás creí posibles. Toda yo ardía por un deseo de obtener más que incluso me resultaba desconocido y difícil de explicar. Quería más, y a la vez deseaba que durara y poder disfrutar del momento. Aquello era nuevo y confuso al mismo tiempo; contradictorio.
Finalmente mi cuerpo ganó ante su necesidad primordial de recuperarse momentáneamente de aquel primer asalto y me aparté con suavidad, pero sin permitir que Sergei pudiera irse muy lejos, y duré unos segundos más con los ojos cerrados, no queriendo despertar aún a la realidad, reteniendo tras mis párpados las sensaciones recién experimentadas. Al fin me animé a mirarle a los ojos, con la respiración agitada y mi corazón bombeando sangre aceleradamente; podía sentir su martillear tanto en mi pecho como en mis sienes. Tomé una de las manos ajenas y la conduje a mi seno izquierdo, para que fuera capaz de sentir las palpitaciones.
-¿Lo sientes? -pregunté, con voz entrecortada- tú lo provocas... -la mano en su nuca se deslizó hasta su mejilla para acunarle- ¿qué harás ahora para calmar el fuego que me está consumiendo por tu culpa?
Off: ¡No te preocupes! A mí me encantó ♥ Además, yo igual tenía rato de no poder responder un rol como dios manda... así que es más probable que sea yo la que perdió la maña x3
Mi corazón dio un vuelco cuando sentí, al fin, la reacción contraria y descubrí con suma sorpresa y deleite cómo se acomodaba mejor sobre mi cuerpo. Se escapó un ligero gemido de mi garganta que fue a ahogarse en mis labios y al fin le solté, segura ya de la marca que mostraría por un tiempo considerable. Me recosté por completo sobre el mullido colchón y le contemple con seguridad al rostro. Mis piernas se abrieron ligeramente a sus insistencias y mi cadera se apegó a la mano del hombro, buscando su tacto y calor.
-Puedes tomar todo lo que quieras, sin pedirlo... -susurré, ligeramente agitada, y al segundo siguiente me sorprendí de la pasión con la que estaba cargada mi voz.
¿Qué me estaba sucediendo? Nunca me había sentido de aquella manera, tan querida y tan necesitada de alguien... Tragué en seco y cerré los ojos, conteniendo un ligero estremecimiento al tanto que mi cuerpo se deleitaba con la presión y el calor que el peso de Sergei ejercía sobre mí. Esa sensación... podría volverme adicta a ella, más que a cualquier otra cosa. Pero las palabras ajenas hicieron que volviera a abrir los ojos, confundida.
-¿Ser...? -antes de que pudiera continuar, los labios ajenos me robaron el aliento y sin siquiera pensarlo, le correspondí con la misma intensidad. Ahora entendía a qué se refería.
Mis brazos en automático fueron a rodearle el cuello para atraerlo más a mí al tanto que mi rostro se ladeaba para amoldarse al de mi amado guardaespaldas. Entreabrí los labios, ortorgándole toda la invitación que necesitaba para entrar en mí y hacer aquel beso aún más profundo; incluso la punta de mi lengua fue a tentarle, acariciándole superficialmente. Un gemido se ahogó en mi garganta una vez más y mis brazos, ante la necesidad de no mantenerme quieta, comenzaron a deslizarse sobre el cuerpo de mi compañero. El derecho fue a deslizarse por la nuca hasta enterrar los dedos en el nacimiento de su suave cabello, de un intenso y cautivante negro. El izquierdo fue a la dirección opuesta, recorriéndole ampliamente toda la zona de los omoplatos y más allá, hasta las caderas contrarias.
Por instinto, abrí un poco más el arco de mis piernas para poder rodear la ajena con la izquierda mía. Así, si él quería apartarse, no se lo permitiría. No en aquel justo momento, no cuando mi corazón latía con tal desenfreno y mi cabeza giraba en un vortex que me conduciría hacia la mismísima locura. No quería que se detuviera, no ahora.
Mis pulmones comenzaron a arder, clamando su necesidad de nuevo oxígeno, por lo que interrumpí el beso con un poco de brusquedad sólo para jalar un poco de aire y volver a atacarle con la misma intensidad. No importaba si moría en el proceso, siempre y cuando fuera bajo aquellas circunstancias y en los brazos del único hombre que había podido brindarme el calor que mi cuerpo tanto había reclamado por años.
Pero no sólo era el calor ajeno, sino el mío propio que se había disparado, para aquellas alturas, a unos límites que jamás creí posibles. Toda yo ardía por un deseo de obtener más que incluso me resultaba desconocido y difícil de explicar. Quería más, y a la vez deseaba que durara y poder disfrutar del momento. Aquello era nuevo y confuso al mismo tiempo; contradictorio.
Finalmente mi cuerpo ganó ante su necesidad primordial de recuperarse momentáneamente de aquel primer asalto y me aparté con suavidad, pero sin permitir que Sergei pudiera irse muy lejos, y duré unos segundos más con los ojos cerrados, no queriendo despertar aún a la realidad, reteniendo tras mis párpados las sensaciones recién experimentadas. Al fin me animé a mirarle a los ojos, con la respiración agitada y mi corazón bombeando sangre aceleradamente; podía sentir su martillear tanto en mi pecho como en mis sienes. Tomé una de las manos ajenas y la conduje a mi seno izquierdo, para que fuera capaz de sentir las palpitaciones.
-¿Lo sientes? -pregunté, con voz entrecortada- tú lo provocas... -la mano en su nuca se deslizó hasta su mejilla para acunarle- ¿qué harás ahora para calmar el fuego que me está consumiendo por tu culpa?
Off: ¡No te preocupes! A mí me encantó ♥ Además, yo igual tenía rato de no poder responder un rol como dios manda... así que es más probable que sea yo la que perdió la maña x3
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Por dentro sus emociones se intensificaron al ser bien recibido entre los labios de Julietta y con ansias correspondió al roce con que la lengua contraria le dio la bienvenida. Frotó la propia contra la de ella, queriendo robarse su cálido sabor. ¿Siempre había tenido su joven protegida ese toque atrevido? Definitivamente no lo sabía, pues a pesar de que estaba al tanto de algunos encuentros de la castaña había tenido en el pasado con otros chicos, a Sergei le era desconocido qué tanto había profundizado en esos casos. Pero no importaba, él se aseguraría de borrar cualquier rastro que otro hombre hubiese dejado en el alma de la señorita. Después de todo, ya le había dado luz verde para tomar a libre demanda de ella.
Lo más grato era saber que él no era el único con deseos de más, la castaña parecía estar marcando ya su dominio sobre el pelinegro, y eso era un gran incentivo. ¿Pensaba ella que en algún punto su sirviente intentaría huir? No, eso no iba a pasar. La intensidad con que se hundía en su boca debería ser una señal más que aceptable de ello, aunque a él no le molestaría dejarlo aún más claro.
Ni él mismo se sabía tan sediento de Julietta hasta ese entonces, sus propios deseos superaban el nivel que ya tenía asimilado. Se reflejaba en lo agitado que se encontraba en esos instantes y al igual que su protegida respiró a profundidad una vez que se declaró una nueva tregua. Unas palabras iba a dedicarle aprovechando la pausa solo que antes de poder pronunciarlas ya era reclamado una vez más por los labios que declararía oficialmente como un vicio. Y para cuando finalmente hubo tiempo y espacio para hablar, las ideas ya estaban revueltas en el pecho del hombre.
Sergei abrió pausadamente los ojos, su atención se fijó los primeros segundos en la expresión de la castaña y ganas tuvo de hacer algún comentario al respecto pero como seguramente él lucía igual de alterado por la temperatura del ambiente, desistió. –Julietta, podrías…– murmuró en medio de sus incesantes intentos por regularizar la respiración, sin embargo antes de que pudiese hacer su petición su atención fue dirigida a otro punto por la mujer que lo tenía tan extasiado. Justo antes de que la chica le tomara una mano él ya tenía puestos los ojos en los contrarios por lo que confuso siguió con la mirada el breve recorrido que se trazó hacia el pecho de su añorada ama.
Se tensó inevitablemente, demasiadas ideas acudieron a su mente en un abrir y cerrar de ojos con el “simple” hecho de ser invitado a seguir el rastro de unos latidos que sin duda quería sólo para él. Pero a sus calurosos pensamientos puso pausa para enfocarse en la respuesta a la pregunta que se le acababa de formular. –Sí, lo siento.– afirmó con una sonrisa que ni él se conocía –Y me alegra ser el culpable. – admitió regresando a los ojos color chocolate de su dueña. Todavía estaba sorprendido de la felicidad que lo llenaba en esos momentos y que estaba seguro que ella también experimentaba. –Mhm… Hay muchas cosas que podemos hacer. Tu me dirás de cuál quieres más.– dijo divertido, sin dejar de enfocar las facciones de Julietta a quien a partir de ese día ya consideraría como su chica.
Como obviamente no iba a desaprovechar la ubicación, presionó con amplitud el tesoro sobre el cual se encontraba su mano gracias a la atrevida ¿o inocente? heredera de los Sumiyoshi. Y repitió, una y otra vez, incrementando la intensidad mas no el ritmo. Quería sentirla directamente y al pensarlo inconscientemente se mordió los labios, ladeando enseguida el rostro para acercarse al oído derecho de la estudiante y repartir besos consecutivamente sobre esa zona. En contraste con las caricias que aplicaba sobre el pecho de Julietta los besos eran suaves. –No me sueltes Julietta– pidió en voz baja. Lo requería en todos los sentidos existentes, no quería que soltara su corazón ni su alma, de ser posible tampoco su mejilla. Incluso el agarre en que lo tenía con la pierda izquierda deseaba que persistiera por mucho tiempo. Sergei por su parte tampoco dejaría caer su corazón, ahora tenía la certeza de que podía hacer algo la felicidad de esa persona que le importaba más que nada en el mundo.
Lo más grato era saber que él no era el único con deseos de más, la castaña parecía estar marcando ya su dominio sobre el pelinegro, y eso era un gran incentivo. ¿Pensaba ella que en algún punto su sirviente intentaría huir? No, eso no iba a pasar. La intensidad con que se hundía en su boca debería ser una señal más que aceptable de ello, aunque a él no le molestaría dejarlo aún más claro.
Ni él mismo se sabía tan sediento de Julietta hasta ese entonces, sus propios deseos superaban el nivel que ya tenía asimilado. Se reflejaba en lo agitado que se encontraba en esos instantes y al igual que su protegida respiró a profundidad una vez que se declaró una nueva tregua. Unas palabras iba a dedicarle aprovechando la pausa solo que antes de poder pronunciarlas ya era reclamado una vez más por los labios que declararía oficialmente como un vicio. Y para cuando finalmente hubo tiempo y espacio para hablar, las ideas ya estaban revueltas en el pecho del hombre.
Sergei abrió pausadamente los ojos, su atención se fijó los primeros segundos en la expresión de la castaña y ganas tuvo de hacer algún comentario al respecto pero como seguramente él lucía igual de alterado por la temperatura del ambiente, desistió. –Julietta, podrías…– murmuró en medio de sus incesantes intentos por regularizar la respiración, sin embargo antes de que pudiese hacer su petición su atención fue dirigida a otro punto por la mujer que lo tenía tan extasiado. Justo antes de que la chica le tomara una mano él ya tenía puestos los ojos en los contrarios por lo que confuso siguió con la mirada el breve recorrido que se trazó hacia el pecho de su añorada ama.
Se tensó inevitablemente, demasiadas ideas acudieron a su mente en un abrir y cerrar de ojos con el “simple” hecho de ser invitado a seguir el rastro de unos latidos que sin duda quería sólo para él. Pero a sus calurosos pensamientos puso pausa para enfocarse en la respuesta a la pregunta que se le acababa de formular. –Sí, lo siento.– afirmó con una sonrisa que ni él se conocía –Y me alegra ser el culpable. – admitió regresando a los ojos color chocolate de su dueña. Todavía estaba sorprendido de la felicidad que lo llenaba en esos momentos y que estaba seguro que ella también experimentaba. –Mhm… Hay muchas cosas que podemos hacer. Tu me dirás de cuál quieres más.– dijo divertido, sin dejar de enfocar las facciones de Julietta a quien a partir de ese día ya consideraría como su chica.
Como obviamente no iba a desaprovechar la ubicación, presionó con amplitud el tesoro sobre el cual se encontraba su mano gracias a la atrevida ¿o inocente? heredera de los Sumiyoshi. Y repitió, una y otra vez, incrementando la intensidad mas no el ritmo. Quería sentirla directamente y al pensarlo inconscientemente se mordió los labios, ladeando enseguida el rostro para acercarse al oído derecho de la estudiante y repartir besos consecutivamente sobre esa zona. En contraste con las caricias que aplicaba sobre el pecho de Julietta los besos eran suaves. –No me sueltes Julietta– pidió en voz baja. Lo requería en todos los sentidos existentes, no quería que soltara su corazón ni su alma, de ser posible tampoco su mejilla. Incluso el agarre en que lo tenía con la pierda izquierda deseaba que persistiera por mucho tiempo. Sergei por su parte tampoco dejaría caer su corazón, ahora tenía la certeza de que podía hacer algo la felicidad de esa persona que le importaba más que nada en el mundo.
Sergei Hwergelmir
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Una sonrisa traviesa acudió a mis labios ante su respuesta con respecto a mis latidos. A lo que me llevaba a cuestionarme... ¿También yo era capaz de causar una reacción semejante en mi guardaespaldas? ¿Sus latidos estarían acelerados a causa mía?, o sólo era yo la única con el alma suspendida de un hilo. Cerré los ojos y me permití disfrutar del momento. Aun si era sólo yo, no podía evitar sentir aquella felicidad y calidez abrasar mi corazón con gentileza, pero tan intenso que incluso dolía. Sentimientos contradictorios, pero que deseaba aferrarme a ellos como si fueran mi única verdad, mi única razón de ser.
¿Qué me estaba sucediendo? ¿Bajo qué clase de hechizo había caído presa? Lo sabía, sabía bien a qué se debía... y cuando volví a abrir los ojos fui capaz de contemplarlos a profundidad. Un hechizo en forma de unos hermosos ojos verdes... Un hechizo de nombre Sergei.
Di un respingo cuando aquella mano fue a ejercer cierta presión sobre mi seno izquierdo, causando que un escalofrío desconocido, pero no desagradable, recorriera mi cuerpo... Y se volvió a repetir, una y otra vez, bajo las insistencia de aquella grande y cálida mano. ¿En qué estaría pensando el pelinegro? ¿Este momento qué significaba para él? ¿Sería igual de especial que lo era para mí? Era una tonta, por llenar mi mente de pensamientos que no me llevarían a ningún otro lado que no fuera a la duda... Debería estar disfrutando de su cercanía y caricias, mientras duraran.
Ladeé el rostro y permití que sus labios tuvieran acceso a mi oreja, y la combinación de sus besos y caricias me llevaron a permitir que un gemido escapara de mis labios. Abrí los ojos, sorprendida ante aquella reacción involuntaria de mi propio cuerpo. ¿Qué había sido eso? ¿Era capaz de soltar sonidos semejantes? Avergonzada a un nivel que nunca creí capaz en mí, el brazo con el que me aferraba a las caderas de mi acompañante, lo subí a mi rostro para cubrir con la mano aquellos labios delatadores, para ser capaz de encubrir aquellos gemidos y jadeos que salían sin control alguno.
Estaba ardiendo, y no entendía la razón de ello. Pero a pesar de eso, no solté la suave mejilla de Sergei, tal como lo había pedido.
-Nunca... nunca te soltaré, Sergei... -musité con voz entrecortada y ligeramente ahogada cuando me creí con el suficiente dominio para al menos poder retener en mi garganta aquellos sonidos ajenos a las palabras. Tomé aire y permití que mi cuerpo se relajara sobre el colchón, entregándome voluntariamente al hacer de mi compañero. Entregándome por completo a él-. A cambio... tú tampoco me soltarás, ¿verdad? No me dejarás atrás...
Al decir lo último sentí un doloroso nudo formarse en el inicio de mi garganta. Por alguna extraña razón, el miedo a ser rechazada y a que me hicieran de lado volvió a manifestarse dentro de mí, provocando que mi corazón se contrajera repentinamente. Me aferré con mayor fuerza a su mejilla y abrí los ojos para fijar la vista en el techo. Pequeñas lágrimas se quedaron atrapadas entre mis pestañas, pero no podía definir el origen de estas. Si era por el placer y la vergüenza, o por la mezcla de sentimientos y emociones que estaba experimentando en aquellos momentos, y que me amenazaban con arrastrarme a una locura de la que quizá no habría ya escapatoria. Fuera por una o por otra razón, ninguna era mala.
Mi cuerpo involuntariamente se arqueó hacia él ante una nueva sensación de deleite, y mi mano en su mejilla se deslizó con suavidad hacia abajo, por su cuello, hombro y brazo, hasta llegar a aquella mano que tenía posicionada sobre mi seno y apartarla de allí. Quizá mis acciones le desconcertaran, pero estaba actuando con base a mis necesidades. Como lo hice hace poco, guié de nuevo su mano pero esta vez hacia mis labios. Me aparté un poco de él, lo suficiente para dejarle en claro que quería que alzara su propio rostro y me mirara a los ojos.
Cuando me perdí en la inmesidad de aquella poderosa y atrayente mirada, guardé silencio por varios segundos, antes de cerrar mis ojos y con delicadeza besarle los nudillos, con sumo cariño.
-Júramelo, Sergei... que nunca me dejarás atrás... -uní mi frente con la ajena y suspiré- que siempre permanecerás a mi lado y que sea a donde sea que vayas, me llevarás contigo... -con mis labios delineé el contorno de sus facciones, en caricias apenas perpectibles-... que nunca me dejarás sola... ¿Podrás cumplirlo?
Yo no quería volver a ser rechazada, y por la misma razón era que siempre me había mantenido apartada de los demás. Porque sería menos doloroso así. Pero, si era Sergei, valía la pena confiar e intentarlo.
¿Qué me estaba sucediendo? ¿Bajo qué clase de hechizo había caído presa? Lo sabía, sabía bien a qué se debía... y cuando volví a abrir los ojos fui capaz de contemplarlos a profundidad. Un hechizo en forma de unos hermosos ojos verdes... Un hechizo de nombre Sergei.
Di un respingo cuando aquella mano fue a ejercer cierta presión sobre mi seno izquierdo, causando que un escalofrío desconocido, pero no desagradable, recorriera mi cuerpo... Y se volvió a repetir, una y otra vez, bajo las insistencia de aquella grande y cálida mano. ¿En qué estaría pensando el pelinegro? ¿Este momento qué significaba para él? ¿Sería igual de especial que lo era para mí? Era una tonta, por llenar mi mente de pensamientos que no me llevarían a ningún otro lado que no fuera a la duda... Debería estar disfrutando de su cercanía y caricias, mientras duraran.
Ladeé el rostro y permití que sus labios tuvieran acceso a mi oreja, y la combinación de sus besos y caricias me llevaron a permitir que un gemido escapara de mis labios. Abrí los ojos, sorprendida ante aquella reacción involuntaria de mi propio cuerpo. ¿Qué había sido eso? ¿Era capaz de soltar sonidos semejantes? Avergonzada a un nivel que nunca creí capaz en mí, el brazo con el que me aferraba a las caderas de mi acompañante, lo subí a mi rostro para cubrir con la mano aquellos labios delatadores, para ser capaz de encubrir aquellos gemidos y jadeos que salían sin control alguno.
Estaba ardiendo, y no entendía la razón de ello. Pero a pesar de eso, no solté la suave mejilla de Sergei, tal como lo había pedido.
-Nunca... nunca te soltaré, Sergei... -musité con voz entrecortada y ligeramente ahogada cuando me creí con el suficiente dominio para al menos poder retener en mi garganta aquellos sonidos ajenos a las palabras. Tomé aire y permití que mi cuerpo se relajara sobre el colchón, entregándome voluntariamente al hacer de mi compañero. Entregándome por completo a él-. A cambio... tú tampoco me soltarás, ¿verdad? No me dejarás atrás...
Al decir lo último sentí un doloroso nudo formarse en el inicio de mi garganta. Por alguna extraña razón, el miedo a ser rechazada y a que me hicieran de lado volvió a manifestarse dentro de mí, provocando que mi corazón se contrajera repentinamente. Me aferré con mayor fuerza a su mejilla y abrí los ojos para fijar la vista en el techo. Pequeñas lágrimas se quedaron atrapadas entre mis pestañas, pero no podía definir el origen de estas. Si era por el placer y la vergüenza, o por la mezcla de sentimientos y emociones que estaba experimentando en aquellos momentos, y que me amenazaban con arrastrarme a una locura de la que quizá no habría ya escapatoria. Fuera por una o por otra razón, ninguna era mala.
Mi cuerpo involuntariamente se arqueó hacia él ante una nueva sensación de deleite, y mi mano en su mejilla se deslizó con suavidad hacia abajo, por su cuello, hombro y brazo, hasta llegar a aquella mano que tenía posicionada sobre mi seno y apartarla de allí. Quizá mis acciones le desconcertaran, pero estaba actuando con base a mis necesidades. Como lo hice hace poco, guié de nuevo su mano pero esta vez hacia mis labios. Me aparté un poco de él, lo suficiente para dejarle en claro que quería que alzara su propio rostro y me mirara a los ojos.
Cuando me perdí en la inmesidad de aquella poderosa y atrayente mirada, guardé silencio por varios segundos, antes de cerrar mis ojos y con delicadeza besarle los nudillos, con sumo cariño.
-Júramelo, Sergei... que nunca me dejarás atrás... -uní mi frente con la ajena y suspiré- que siempre permanecerás a mi lado y que sea a donde sea que vayas, me llevarás contigo... -con mis labios delineé el contorno de sus facciones, en caricias apenas perpectibles-... que nunca me dejarás sola... ¿Podrás cumplirlo?
Yo no quería volver a ser rechazada, y por la misma razón era que siempre me había mantenido apartada de los demás. Porque sería menos doloroso así. Pero, si era Sergei, valía la pena confiar e intentarlo.
Julietta Tescotti
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Re: Sólo un tiempo para respirar [Sergei Hwergelmir]
Si alguien le hubiese dicho que ese día, estando en tierras desconocidas, tendría la oportunidad de escuchar a Julietta en tan distintas tonalidades no lo habría creído nunca. Y sin embargo, ahí estaba, deseando con todas sus fuerzas poder provocar en ella incesantes oleadas de placer, las suficientes como para conocer cada milímetro de la voz de la mujer por quien indudablemente rompería miles de reglas. Pero… ¿lo que él pudiera dar a cambio sería suficiente? Tal cuestionamiento se formuló en los pensamientos de él, quien disfrutó incluso del intento que hizo la señorita por silenciarse a sí misma después de haber dejado fluir su inquietante voz.
Los segundos de inseguridad se disolvieron en un abrir y cerrar de ojos en cuanto a sus oídos llegó la confirmación de la solicitud que minutos atrás él había lanzado. Un cálido estremecimiento le recorrió tras escucharla consiguiendo que el hombre detuviera sus acciones durante los segundos que dicha sensación duró. ¿Cuántas cosas más experimentaría gracias a la hija de Leone?
Pero el amar no era tan sencillo, conseguir que la otra persona tuviese plena confianza en los sentimientos de su pareja requería mayor esfuerzo y dedicación. A eso debía dedicarse Sergei, hasta el cansancio, hasta que su ama pudiese sentir permanentemente los sentimientos que por ella profesaba. –Jamás te soltaré Julietta.– respondió al instante, seguro de cada letra pronunciada. ¿Entendía ella que lo decía con seriedad? Esta cuestión comenzaba a preocuparle, especialmente luego de observar a detalle el semblante de la chica en esos momentos. ¿Por qué… no lo miraba?
Tiempo no le dio para buscar una posible respuesta, aunque la vista ajena no estuviese puesta en él sino en el techo pudo sentir como la mano que hasta entonces le protegía desde su posición en la mejilla ahora le acariciaba con dulzura y, no tardó en adivinar a donde se dirigía. El pelinegro no se opuso a ser removido de los encantos físicos de Julietta, además el nuevo destino también lo atraía en exceso. Tocarle los labios era algo que por mucho tiempo se había contenido de hacer, por lo que ahora agradecido seguía las silenciosas indicaciones de su dueña. Y con la misma obediencia alzó el rostro para encontrarse directamente con los orbes castaños que tantas veces le habían robado el sueño en el pasado.
Con el asombro de recibir un beso en los nudillos y la sorpresa del juramento que le fue solicitado el ritmo cardiaco del guardaespaldas perdió todo orden. Todavía no entiendes que eres la única importante para mi, señaló mentalmente al mismo tiempo que los delicados labios de ella lo consentían sin descanso en las facciones. En todo momento mantuvo la mirada clavada en la contraria y aunque él no se percatara, una paz inusual fue adueñándose de su alma. Para Hwergelmir todo estaba claro como el agua.
– Te llevaré conmigo incluso si eso significa robarte del dominio de los Sumiyoshi.– afirmó con fuerza –Juro que estaremos juntos sin importar nada más. No permitiré que nadie nos separe, eres la persona que más me importa Julietta y así será hasta el día en que no pueda respirar más. Puedes estar segura de que lo daré todo por ti.– ¿Qué tenía que hacer para que esa mujer comprendiera que sin ella vivir carecería de sentido? No ser capaz de transmitirle semejante verdad le frustraba. Sin dejar de mirar sus ojos a profundidad acortó de nuevo la distancia entre sus rostros, adueñándose con potencia y devoción de los dulces labios que para él deberían estar prohibidos. Ya nada de eso le importaba, el fino cuerpo de la castaña reclamó con un fuerte abrazo y sobre la cama giró hasta quedar ambos de costado. –Estoy aquí, por favor nunca lo olvides…– agregó entre besos, con cierta preocupación en su semblante y en la voz. Deseaba hacerla feliz sin importar el precio, pero… ¿ella se permitiría a sí misma tal condición? Temía que por sí sola intentase alejarse…
Los segundos de inseguridad se disolvieron en un abrir y cerrar de ojos en cuanto a sus oídos llegó la confirmación de la solicitud que minutos atrás él había lanzado. Un cálido estremecimiento le recorrió tras escucharla consiguiendo que el hombre detuviera sus acciones durante los segundos que dicha sensación duró. ¿Cuántas cosas más experimentaría gracias a la hija de Leone?
Pero el amar no era tan sencillo, conseguir que la otra persona tuviese plena confianza en los sentimientos de su pareja requería mayor esfuerzo y dedicación. A eso debía dedicarse Sergei, hasta el cansancio, hasta que su ama pudiese sentir permanentemente los sentimientos que por ella profesaba. –Jamás te soltaré Julietta.– respondió al instante, seguro de cada letra pronunciada. ¿Entendía ella que lo decía con seriedad? Esta cuestión comenzaba a preocuparle, especialmente luego de observar a detalle el semblante de la chica en esos momentos. ¿Por qué… no lo miraba?
Tiempo no le dio para buscar una posible respuesta, aunque la vista ajena no estuviese puesta en él sino en el techo pudo sentir como la mano que hasta entonces le protegía desde su posición en la mejilla ahora le acariciaba con dulzura y, no tardó en adivinar a donde se dirigía. El pelinegro no se opuso a ser removido de los encantos físicos de Julietta, además el nuevo destino también lo atraía en exceso. Tocarle los labios era algo que por mucho tiempo se había contenido de hacer, por lo que ahora agradecido seguía las silenciosas indicaciones de su dueña. Y con la misma obediencia alzó el rostro para encontrarse directamente con los orbes castaños que tantas veces le habían robado el sueño en el pasado.
Con el asombro de recibir un beso en los nudillos y la sorpresa del juramento que le fue solicitado el ritmo cardiaco del guardaespaldas perdió todo orden. Todavía no entiendes que eres la única importante para mi, señaló mentalmente al mismo tiempo que los delicados labios de ella lo consentían sin descanso en las facciones. En todo momento mantuvo la mirada clavada en la contraria y aunque él no se percatara, una paz inusual fue adueñándose de su alma. Para Hwergelmir todo estaba claro como el agua.
– Te llevaré conmigo incluso si eso significa robarte del dominio de los Sumiyoshi.– afirmó con fuerza –Juro que estaremos juntos sin importar nada más. No permitiré que nadie nos separe, eres la persona que más me importa Julietta y así será hasta el día en que no pueda respirar más. Puedes estar segura de que lo daré todo por ti.– ¿Qué tenía que hacer para que esa mujer comprendiera que sin ella vivir carecería de sentido? No ser capaz de transmitirle semejante verdad le frustraba. Sin dejar de mirar sus ojos a profundidad acortó de nuevo la distancia entre sus rostros, adueñándose con potencia y devoción de los dulces labios que para él deberían estar prohibidos. Ya nada de eso le importaba, el fino cuerpo de la castaña reclamó con un fuerte abrazo y sobre la cama giró hasta quedar ambos de costado. –Estoy aquí, por favor nunca lo olvides…– agregó entre besos, con cierta preocupación en su semblante y en la voz. Deseaba hacerla feliz sin importar el precio, pero… ¿ella se permitiría a sí misma tal condición? Temía que por sí sola intentase alejarse…
Sergei Hwergelmir
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