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Mensaje por Leone Tescotti Dom Dic 21, 2014 3:26 pm

Patria del cuore
๑Non è né la carne, né il sangue ma il cuore, che ci rende padri e figlia.


¡Directooor!~ —Una alegre voz irrumpió en la dirección. El Director de la academia, un hombre particular, tanto como su escuela, levantó la mirada, entre desconcertado y sorprendido por la inesperada interrupción de sus pensamientos ¡Leone Lobbosco había entrado sin llamar! Y él, tan despreocupado por aquello, como si realmente las puertas no fueran algo para mantener cerrada una habitación, caminó a grandes zancadas hasta el escritorio del hombre. Apoyó ambas manos en la lisa madera y se inclinó hacia delante.— ¡Julieta, Julieta Lobbosco! —Pronunció, quizás levantando demás la voz e, inclinándose hacia el frente como si quisiera dar más énfasis a sus palabras.—Quiero que la llame pero no le diga que fui yo a pedírselo. —Pidió, cambiando su infantil actitud a una más seria, lentamente, pausado mientras volvía a tomar la compostura. ¡Su hija estaba allí! ¿Cómo no poder desear volver a verla?. El Director, entendiendo a qué se estaba refiriendo, asintió y, tomando el pequeño micrófono a un lado suyo, lo encendió y habló con voz tranquila y clara. Todos lo escucharían y permitirían a la joven incluso salir de clases. Era más rápido y efectivo que mandar a alguien a por ella.

«Julieta Lobbosco, le pido que se presente en la Dirección. Repito, Julieta Lobbosco en la Dirección.»

Después de ello, el Director lo acompañó hacia una habitación al lado de la dirección, hermosamente adornada con pulcros sofás de seda blanca y una mesa en medio, lista para que en ella se apoye cualquier cosa. Le pidió que esperara, añadiendo que llevaría allí a Julieta en cuanto se presentara ante él. Leone asintió y, mientras se cerraba la puerta tomó asiento en uno de los sofás. Se hizo el silencio y con él se abrieron las puertas de las memorias. No importaba cuanto luchara para mantenerlas a raya, era algo que siempre volvía, en los momentos menos esperados y le llenaban la boca de un sabor amargo y dulce. ¿Hacía cuantos años no volvía a ver a Julieta? La amaba, la amaba tanto que no había podido ocultar aquél sentimiento. Pero, no lo malentiendan, él la amaba tanto como un padre podía amar a una hija. En aquél entonces, después de la pérdida de su esposa, su mundo se vino abajo, toda la luz que una vez lo había envuelto, había desaparecido junto a su respiro, el de Aiko. Había sido y sería, la única persona que existiría en su corazón. Sus sonrisas, sus suaves caricias, sus cabellos, sus labios. Amaba todo de ella y aun después de tantos años no había desaparecido de su mente.

¿Qué le habría dicho? Había roto aquella hermosa familia que había llegado a querer tanto, con toda su alma y corazón, había roto aquél legado que una vez estuvo dispuesto a proteger con su vida. Salvatore se había quedado con él y Julieta se había ido con sus tíos, aquellos que llenos de resentimiento le habían culpado por la muerte de su amada hermana. Pero, él también se había sentido triste, había sentido en piel propria como su corazón parecía pararse cuando seguía bombeando sangre, había sentido la muerte sin estar siquiera cerca a ella. Pero, jamás lo había demostrado, había sido tan buen actor que escondió todos aquellos sentimientos en algún lugar de su alma y se había obligado a sonreír, como lo estaba haciendo ahora, una sonrisa que reflejaba un claro: "no pasa nada, todo estará bien". Era mentira y lo sabía. Aquellos sentimientos escondidos se habían comenzado a asentar y, resultaban cada vez más pesados. Temía haberse equivocado, temía que Julieta lo odiara... No, estaba seguro que eso sucediera y aun así, un sentimiento de vaga esperanza habitó su mente. Se inclinó hacia el frente, ocultando sus doradas orbes con su albino cabello. ¿Cómo podía perdonarlo? ¿Cuántos cumpleaños pasados y navidades festejadas solos? Se sentía culpable, horriblemente culpable aun cuando lo había hecho todo para ellos, para que no sufrieron más de lo debido, para que los gritos y los insultos fueran el pan de cada día.

Mordió su labio inferior con suavidad y, respirando hondo volvió a enderezarse en el sofá. Obligó a su sonrisa volver a aparecer y, a sus ojos olvidarse de la tristeza que los estaba ahogando. Dejó que el silencio se apoderara de la habitación y esperó. ¿A qué daría comienzo aquella reunión? ¿Sería una historia con buen final o... toda una tragedia? La respuesta parecía clara como el agua, pero ¿Qué había de las profundidades? Muchas personas se olvidaban de ellas y no las miraban.
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Mensaje por Julietta Tescotti Lun Ene 12, 2015 7:46 am

Estaba de más decir que quedé totalmente sorprendida al escuchar mi nombre ser pronunciado por la voz del director mediante las bocinas distribuidas a lo largo de toda la institución y que servían para dar avisos oficiales a toda la población estudiantil. Fruncí ligeramente el ceño, sintiendo las miradas de mis compañeros sobre mi persona al tiempo que la voz del director, levemente distorcionada, volvía a repetir aquella orden explícita para que me presentara en la dirección. Mi profesor observó a lo alto del aura, de donde provenía el sonido, como tratando de verificar de que no se tratase de un error y después enfocó sus ojos en mí, compartiendo ambos miradas de total desconcierto. Después, con una seca cabezada, me hizo una señal para que abandonara el salón y así cumpliera con lo que se me dictaba, siendo aún objeto de atención de todos los allí presente mientras me ponía en pie y salía al pasillo.
Maravilloso, lo único que me faltaba. Detestaba que los demás se fijaran de más en mí, y ahora gracias a este breve acontecimiento todos sabrían que era requerida en la dirección para sabría dios por qué. Traté de hacer memoria de todas mis acciones en los últimos días mientras me alejaba del edificio de Literatura y Teatro y me encaminaba, atravesando los hermosos jardínes del lugar, hacia el edificio general donde la dirección se encontraba. Seguí buscando entre mis memorias, sin poder encontrar entre ellas alguna razón válida por la que fuera solicitada de esa manera. Quizá Sergei hubiera puesto queja sobre mi comportamiento y mis continuas escapadas a la ciudad cuando definitivamente no tenía autorización, pero recientemente no había realizado ninguna de estas y hasta se podría decir que mi conducta había sido "ejemplar", al menos el de las últimas 72 horas... Además, aunque fueran amenazas constantes del pelinegro, no era su forma de actuar. Antes me acusaría con mis tíos que hacerlo directamente con el director, no le encontraba ningún objeto de hacerlo.
No, tenía que haber otro motivo... La pregunta del millón era: ¿Cuál?
Sin querer causarme dolores de cabeza antes de tiempo, decidí hacer a un lado mis cavilaciones, que no me llevarían a ningún lado y sólo conseguían que me mareara, y preferí esperar para averiguarlo de primera mano; ya no faltaba mucho para hacerlo.
Me adentré en el interior de la construcción de estilo clásico y recorrí los múltiples pasillos que me conducirían a la dirección. No era la primera vez que veía refugiada bajo el techo y muros de esa edificación, pues tenía clases de asignaturas comunes obligatorias en esa parte de la academia tres veces por semana. Cuando recién llegué allí tuve que hacer la forzosa visita a la oficina del director para ver el tema de mis papeles junto con Sergei, y también para recibir el aburrido discurso de bienvenida. Pero después de ese acontecimiento no había vuelto a pisar pie en aquella zona destinada a las oficinas, sólo la área de las aulas y el comedor. Y, sin deberla ni temerla, me encontraba una vez más en aquel terrorífico lugar, terror de cualquier estudiante sensato. Lo bueno era que la sensatez no contaba entre mis virtudes.
Cuando llegué ante la secretaria le expliqué quién era yo y no bastó más para que me hiciera pasar a la dirección, la cual se encontraba protegida por la puerta cerrada, sin siquiera anunciarme antes. Fruncí el ceño, comenzando a temer por lo que allí me podría encontrar, y tras llamar suavemente y escuchar un firme "adelante" opacado tras los muros del otro lado, me atreví a abrir y a penetrar en la austera estancia. El joven director me miró con suspicacia, como queriendo corroborar antes que yo fuera la persona a la que había llamado antes, y asintió conforme con el resultado de sus observaciones. Se puso de pie para recibirme y aunque por dentro estaba hecha todo un manojo de nervios e incertidumbre, en el exterior me mostraba tan imperturbable como de costumbre. Siendo siempre conciso, cosa que agradecí profusamente, al fin me aclaró que el motivo de mi estadía allí nada tenía que ver con algún rompimiento a las normas y que, por el contrario, tenía una visita, cosa que me dejó más incrédula aún. ¿Visita para mí? ¿De quién? Dudaba bastante que alguno de mis tíos hubiera viajada desde Japón sólo para verme, pero conociendo las descabelladas ideas que a veces solía tener Kamui, el menor de los dos, no debería sorprenderme realmente.
Me indicó amablemente el camino al salón contiguo a esa habitación y, tras abrir la puerta y con un leve empujón suave para que avanzara los escasos pasos que me faltaban para cruzar el umbral del marco de esta, cerró tras de mí dejándome sola y a merced de aquel quien estaba ya allí con anterioridad.
No supe cómo reaccionar, no supe ni siquiera qué pensar, cuáles eran los sentimientos y emociones que debería experimentar. Sólo me quedé allí, contemplando la figura del peliblanco con una fría indiferencia mostrada en mi semblante. Nuestras miradas se cruzaron y aunque sus profundos ojos ambarinos habían provocado un enorme y pesado nudo en mi pecho, por nada del mundo mi rostro y mirar demostró cuánto me afectaba la sola presencia del cabeza de familia de los Lobbosco, de aquel que me había dado la vida. Era como si hubiera salido de mis recuerdos más recónditos y dolorosos, sólo para atormentarme...
Me mantuve quieta en medio de la estancia, sin atreverme a mover ni un sólo músculo por temor a quebrar aquel escudo de desinterés que me protegía del abismo al cual caería sin remedio si lo permitía. No podía... no debía derrumbarme. No ahora; no en aquel lugar. Sólo atiné a decir, tras todos esos años de no haberle visto ni saber nada de él; con voz diplomática y carente de emoción alguna:
-¿Para qué deseaba verme?
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Mensaje por Leone Tescotti Sáb Ene 02, 2016 2:53 pm

Permaneció sentado, jugueteando distraidamente con sus dedos mientras dejaba su mente vagar, recoger sus recuerdos esparcidos aquí y allá a los que no había tenido tiempo de rememorar por causas obvias. ¿Desde hacía cuando no veía a su hija? Sus tíos debían aún odiarle por la muerte de Aiko, esposa de Leone y hermana de los tíos de Julieta. ¿Pero él que habría podido hacer? Desgraciadamente su esposa había muerto sin que él pudiera hacer nada, el dolor que le asaltó por ser un ser espiritual, además, le hizo dudar de todo lo que estaba a su alrededor, de lo que era o no correcto, su corazón se quebrantó y lo único que aún le permitió quedar de pie fue sus dos pequeños hijos... Ellos lo necesitaban, no podía traicionarlos, pero, el odio de los Sumiyoshi se hizo presente y las riñas fueron comenzando a ser diarias... Él quería que sus hijos crecieran en un ambiente lleno de amor y felicidad, no quería que se vieran envueltos en los problemas de los adultos, ellos no tenían el derecho de mezclar sus problemas con la inocencia de los infantes y aun así... Lo habían hecho. Por eso fue también que decidió aceptar, dejar que los Sumiyoshi se llevaran a Julieta, a la viva imagen de Aiko... ¿Acaso había cometido un error al hacerlo? Seguramente así era, las cosas le habían escapado de entre las manos y en ese momento se sentía terriblemente mal por eso... Pero... ¿Cuál habría sido la otra alternativa? El en ese entonces no la vio. Un hondo suspiro escapó de su pecho y, sus dedos pasaron a entrelazarse entre ellos, su cabeza bajo lo suficiente como para que la oscuridad cubriera sus dorados ojos y era que... El alegre y despreocupado Leone no era más que una fachada, la otra, era mucho más seria y calculadora, aun siendo un ser espiritual, después de todo, se había visto obligado a asumirla para poder llevar adelante toda la familia y la empresa, no habría podido hacer de otra forma. Pero no le gustaba, que los otros se preocuparan por él, que le preguntaran que andaba mal... Por eso prefería mantener una alegre sonrisa, como la que en unos segundos florecería en sus labios.

Pero, en cuanto escuchó la puerta de la habitación abrirse y vio la figura que había hecho acto de aparición, sus labios se entreabrieron y lo primero que pasó por su cabeza fue lo mucho que Julieta se parecía a su madre, de hecho, incluso lo habría dicho si no fuera porque sabía, a la perfección que ellas eran dos personas totalmente diferentes, pero, eso no cambiaba que su corazón diera un vulco al verla... ¡Cuanto había crecido su niña! Ignorando aquella fría pregunta se levantó, dibujando una sonrisa de oreja a oreja en sus facciones y, tras levantarse, caminó hacia ella, lo suficiente como para impedir que se escapara cuando sus brazos la atraparon en un fuerte abrazo, lleno de cariño— ¡Julieta!¡Julieta cuanto has crecido! —Pronunció y, el caso era que el Lobbosco no solía mentir, por lo que, la verdad estaba manchando sus palabras, una genuina felicidad que difícilmente iba a poder desaparecer de su  rostro. Solo segundos después se alejó, aunque la siguió sujetando de los brazos con suavidad— ¡Te has vuelto toda una hermosa mujer! —Su sonrisa se ensanchó... Sí... Además inevitablemente se preocupó, lo que significaba ser jóvenes... Él también había pasado por eso— ¡Papá está taaan contento de volver a verte~! —Añadió. ¿Ella que diría? Quizás no era la mejor forma de empezar las cosas, estaba seguro que ella lo iba a rechazar, ahora, después de tanto tiempo, quizás era demasiado tarde. Pero, Leone era terco, malditamente terco, así que, no había forma para hacerle desistir, él seguiría intentándolo, una y otra vez hasta que ella lo aceptaría, hasta el último momento lo intentaría, porque, sus sentimientos eran sinceros, no había ni pizca de mentira en ellos y él, mejor que nadie sabía eso.
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Mensaje por Julietta Tescotti Dom Ene 03, 2016 11:15 pm

Sólo le miré, con aquella fría fachada de indiferencia, casi con el desdén brillando en sus ojos castaños. Mi impulso primero hubiera sido dar media vuelta y salir de allí diplomáticamente, para después, cuando nadie fuera capaz de verme, salir corriendo. Huir a un lugar donde nadie fuera capaz de ver a Julieta Lobbosco derrumbarse finalmente. Pero no podía, algo pesado me imposibilitaba el moverme y mis pies se quedaron clavados en el piso, expectantes. ¿Qué era? Claro, el orgullo... aquel maldito y estúpido orgullo que me había impulsado, con ingenuidad, a mudarme a aquel lugar donde ya sabía que mis parientes residían, donde había esperado... no, necesitado era la palabra correcto, poder demostrarles que, tal como ellos hacia mí, de igual manera me eran sus existencias indiferentes. Nada tenían que ver conmigo, pero claro... ¿Qué podía saber una chiquilla siempre temerosa en el interior, como yo? Absolutamente nada, y sólo me había equivocado... Pero el orgullo me había impedido regresar a los protectores brazos de los Sumiyoshi, donde nada ni nadie podría alcanzarme. Lo sabía, sabía que una vez dado el paso nada podría ser como antes aún si aparentaba que fuera así. Por eso me había mantenido firme en mi determinación de permanecer en aquel lugar, porque de todas formas mi corazón invariablemente había terminado más destrozado que desde el principio. Lo supe cuando me encontré por vez primera a mi hermano, y ahora lo reafirmaba al ver directamente los ojos ambarinos de aquel que había dado mi vida, de aquel que tanto tiempo fue mi héroe y uno de los seres más importantes en mi inútil vida como infante.
Cada que algo me asustaba, o que me sentía herida, sin decir palabra alguna sobre mi sentir, silenciosamente había acudido siempre a refugiarme en su regazo, a ocultarme tras sus piernas y buscar el cobijo en sus brazos, lanzando un desesperado grito mudo para que me protegiera. Nunca fui capaz de decirle cuán importante era su presencia para mí, de cuánto lo necesitaba a mi lado al igual que mi madre, y más aún cuando esta faltó... y él nunca fue capaz de ver en mí a la desamparada niña que era. Así habían sido las cosas, y por más que uno lo deseara el pasado no iba a cambiar. ¿Culpables? No valía la pena encontrarlos, ya no...
Yo había sido rechazada por ser una persona incompleta e insensible, y ahora yo los rechazaba a ambos por su desdén primero. Lo más justo, ¿no? Ojalá las cosas... realmente fueran así, y aquel dolor que habitaba en mí al mirarles no existiera, que no quemara...
Apreté los puños y tensé la mandíbula al ver aquella hipócrita ilusión adornar el rostro ajeno, el cual se mantenía intacto al de mis recuerdos. No había envejecido nada Leone... Tuve que morderme la lengua para no explotar allí mismo y reclamarle por todo lo pasado, por haberme vendido a mis tíos y demostrar que nunca fui importante para él. Por dentro era un mar de furiosa y decepción, de dolor y agonía... pero por dentro me mantenía tan fría e impasible que antaño... incluso, aún más. ¿Qué no había tenido años para perfeccionar mi técnica de mentir? Así había sido, al parecer. Quise escupir al sentirle acercarse y rodearme con aquel falso abrazo de supuesta alegría, cuando en el fondo ambos sabíamos que no era más que el compromiso lo que motivaba aquel estúpido reencuentro. Porque, al fin y al cabo, sería indignante que el líder de los Lobbosco no le diera su debido saludo a su vástaga aún si en el pasado se deshizo de esta.
-Como el beso de Judas, ¿cierto? -hablé por fin con mordaz voz cuando él se separó y me miró. De igual manera aquella expresión de 'amor' no era más que un símbolo de la traición que había sufrido.- ¿Podría soltarme? Me resulta incómodo y hasta desagradable su contacto -y sin esperar a que el otro lo hiciera, en un suave pero firme movimiento que dejaba en claro un 'no vuelvas a tocarme', me deshice de su amarre a mis brazos. Retrocedí un par de pasos, para evitar de esta manera que volviera a hacerlo. Mi mirar no expresaba absolutamente nada que no fuera una fría indiferencia. Mi expresión, a pesar de todo, seguía siendo neutra, como si no me importara ni el lo más mínimo que frente a mí se encontraba aquel al que alguna vez reconocí como padre. Sin embargo, mi corazón... no pensaba lo mismo. Entorné ligeramente mis ojos castaños- ¿se puede saber qué desea? Si me solicitó, debo suponer que fue para algo... No puedo tragarme esta farsa de bienvenida, no cuando fue usted, señor Lobbosco, quien dejó en claro hace diez años que no deseaba tener nada que ver con mi persona. Pero en caso de que realmente sea esta su razón de verme, entonces tendrá que disculparme, pues tengo cosas más importantes por atender. Paso a retirarme... -y sin más, di la media vuelta para encaminarme una vez más hacia la salida, con paso sereno y despreocupado... cuando en realidad por dentro punzaba la necesidad de salir corriendo.
Bueno, ciertamente nadie podría negar que era hija suya, pues había heredado una peculiar cualidad de él. Ambos, sin importar las circunstancias, no eramos más que unos viles mentirosos a nuestra manera.
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