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¿Y mis frijolitos? ¡¿Dónde están mis frijolitos?! [Liudivicas Laurinaitis]

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Mensaje por Zafirah I. Laurinaitis Miér Ago 03, 2016 6:25 am

Era sábado por la noche y aquel día habíamos tenido reunión con nuestros amigos para jugar cartas en nuestro departamento. Miré a mi lado izquierdo y derecho con una ceja enarcada, con toda la intención de intimidar a mis contrincantes. Eramos cinco en total: Liudivicas, Giovanni, Alessandro, Luigi y yo, la única mujer del grupo. Mi marido estaba sentado a mi mano izquierda y aunque su cara de poker era inigualable sabía de antemano que era incapaz de rivalizar con mi mano de cartas, lo podía ver a través del reflejo de sus anteojos. El pobre no sabía lo que le esperaba... y no es que hiciera trampa con toda la extensión de la palabra, sencillamente tenía habilidad en este juego desde mis dorados años de instituto; tantas desveladas con mis compañeros tenían que surtir frutos algún día. Después de algunos segundos más de silencio, luego de haber cada quien arrojado sus últimas apuestas que no eran otra cosa que simples fichas de plástico, los hombres mostraron sus juegos y por poco pierdo mi ensayada postura de buena jugadora. Bingo, había ganado de nuevo.
Parece que ando de buena racha, señores —exclamé con cierta ironía, dejando al descubierto mis propias cartas y así revelando un full de reyes con jotos, la mano más alta de las que se veían sobre la mesa. Las quejas por parte de los amigos de mi esposo no tardaron en hacerse oír—, creo que deberían de dejarlo por hoy si no quieren que les termine por desfalcar todos sus preciados frijolitos...
Y es que cuando era niña, en mi pueblo natal, apostábamos con legumbres... lo malo era cuando perdías y te quedabas sin comer por el resto de la semana. Que lindos recuerdos eran esos. Pasé a tomar todas las fichas que estaban en el centro y las arrastré hacia mí, con una sonrisa jubilosa a la vez que ladeaba el rostro de un lado a otro cual pequeña inocente. Si tan sólo aquello en verdad fueran frijoles y no fichas de plástico, ya tendría para hacerle un rico potaje a Liu. Vi que ya no tenía casi bebida y me puse en pie para ir por más mientras barajaban para iniciar con la siguiente partida, sin embargo antes de que pudiera terminar de formular el ofrecimiento de traerles algo a ellos también, Luigi comentó que ya era medianoche y que tenían que partir, ya que al parecer tenían un compromiso familiar él y su hermano, Alessandro, quien no se mostró muy contento con la idea pues había sido el primero en saltar por la revancha. Lástima, ya sería para la otra, yo con gusto estaría dispuesta y esperando a por otra oportunidad en la que pudiera demostrar mis habilidades en los juegos de cartas. Giovanni también aprovechó para retirarse y mientras el de cobriza cabellera se encargaba de despedirlos en la puerta, yo me dediqué a poner un poco de orden tanto en la sala como en la cocina, recogiendo las fichas, cartas y trastos sucios.
Cargada de todo lo usado en la velada, me dirigí hacia la cocina y lo eché en el fregadero para después comenzar a enjuagarlos. Ya los lavaría como Dios mandaba al día siguiente, por ahora me percataba de lo realmente cansada que me encontraba y dudaba poder ser capaz de rendir mucho más. La cama se me ofrecía como una de las mejores recompenzas tras todas las victorias obtenidas y con este pensamiento en mente al tanto que mis ojos casi se cerraban por voluntad propia, seguí en mi labor de poner un poco de orden allí. Sin embargo tuve que detener todo de golpe y mi mente se despejó de un segundo a otro al sentir un agudo dolor atravesar toda la extensión de mi palma izquierda. Por acto reflejo solté el cuchillo que accidentamente me había clavado y lancé un fuerte jadeo de dolor seguido de un estallido de improperios en arábigo. Cerré los dedos de mi mano sana entorno a la muñeca de la otra e hice fuerte presión en un vago intento por contener las ardientes punzadas provocadas por la herida para después salir corriendo, dejando que el chorro de agua corriera con libertad, hacia la encimera en busca de un trapo que pudiera usar para evitar que la sangre siguiera dejando un caminito de gotas en el suelo.
¡Si serás estúpida, Ilona! —exclamé para mí mientras usaba una servilleta para cubrir la herida, empapándola en sangre casi de inmediato.
¡Y a mí que me daban pavor las cosas sangrientas! Por fortuna sabía que esta era demasiado escandalosa como para tomarme la lesión en serio, pero de todas formas mientras no dejara de fluir no miraría.
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Mensaje por Liudivicas Laurinaitis Vie Ago 05, 2016 6:56 am

Otra lúdica noche de sábado, con Zaf una de nuestras más amenas costumbres desde que comenzamos a salir había sido la de juntarnos los fines de semana con amigos; como siempre habíamos sido quienes teníamos la casa más grande nos tocaba juntarnos en casa y así transcurría la noche con buena comida, buena bebida, buenos amigos y juegos.

Cierto era que desde que nos habíamos mudado a la isla en un principio ese hábito se había visto interrumpido y por ende los fines de semana los dedicábamos a nosotros mismos; pero cuando nuestro círculo social se había ampliado un poco, de nuevo habíamos retomado esta tan querida costumbre.

Sin embargo comenzaba a dudar que nuestros amigos quisieran seguir viniendo si Zafirah seguía humillándolos de la manera implacable en que lo hacía, y es que afortunadamente apostábamos fichas de plástico, de lo contrario todos ellos habrían acabado en bancarrota.

Cuando aquella ronda devastadora acabó los tres hombres decidieron que era momento de regresar sus perdedores traseros a casa, entre bromas los escolté a la puerta, despidiéndolos y animándondolos a regresar la semana siguiente con la promesa de que jugaríamos a alguna cosa en la que Zafira no fuera tan condenadamente buena. Quizás mímicas o pictionary, pero ningún juego de mesa en los que ella se hubiera labrado toda una reputación en sus años del Instituto.

Ilona se fue a la cocina para hacerse cargo de los trastos, ya que esa era nuestra dinámica; cuando yo cocinaba ella limpiaba. Apenas acabé de despedir a Alessandro, Giovanni y Luigi me encargué de supervisar que en la sala ella hubiera guardado correctamente los elementos del juego y los hubiera dispuesto organizadamente en el moderno mueble que ocupábamos para los juegos y demás objetos de recreación.

Efectivamente todo había quedado en orden para dispones cómodamente de la sala al día siguiente, por lo que fui hasta la biblioteca para pillar los diálogos De Clementia de Séneca en latín, de manera de darme una lectura ligera antes de irme a la cama.

Me había dispuesto en el sofá para disfrutar de la lectura cuando escucho un jadeo proveniente de la cocina y luego una seguidilla de insultos que podrían haber puesto de rodillas al Espíritu Santo. Con resignación, me levanté dejando mi libro en la mesita ratona de la sala de estar y me dirigí a la cocina dando zancadas mientras mi mente intentaba hilvanar de qué se trataría esta vez el asunto en vista de que no había escuchado el sonido de nada romperse.

-¿Qué bicho te ha pic---?- La pregunta fue drásticamente interrumpida cuando me percaté de que el agua del grifo se vertía sobre una profunda herida en su mano, coloreando el transparente con una gama cobriza- ¿Qué hiciste? –Le exclamo quitando su mano de debajo del grifo para examinarla y tomar un repasador limpio que utilizo para comprimir la herida con un torniquete improvisado.

-Está sangrando demasiado… Es una herida profunda, probablemente necesite puntos… -Le exclamo masajeándome las sienes mientras me hacía más y más consciente del destino que me aguardaba, pero no me quedaba mucha más alternativa, tenía que llevarla a la guardia del hospital y lógicamente tendría que conducir yo en vista de que ella no estaba en condiciones de maniobrar con una de sus manos.

-Iré  a buscar el coche…-Le murmuro regresando a la sala para buscar las llaves del vehículo, mi cartera y un abrigo para mí así como otro para ella- Vamos, Ilona… -Le hablo en voz alta desde la sala para que me escuche- En el camino me contarás como es que has acabado así… -Aguardando a que ella me siguiera me coloqué en el umbral de la puerta, sostenidéndola abierta para que ella pasara.
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Mensaje por Zafirah I. Laurinaitis Sáb Ago 06, 2016 4:22 am

En el momento en que pretendía enjuagar la herida para ver si de esta forma se podía detener en algo la hemorragia, fue que llegó Liudivicas con aquel tono en la voz que me dejaba en claro que ya se las sabía que había armado algún desastre... ¡Pero esta vez no había sido mi culpa y la valiosa vajilla se mantenía a salvo! Por ahora... Ni siquiera me dio tiempo a explicar, con aquella mente fría y siempre lista para actuar en el momento, comenzó a tomar las riendas de la situación y antes de darme cuenta, ya tenía un torniquete improvisado en la herida y mi esposo había desaparecido de mi vista. Parpardeé, incrédula, y no me quedó de otra salvo resignarme a seguirle los pasos, pero sólo para aclarar los acontecimientos y dejarle en claro que aquello era de lo más innecesario. ¿Ir al hospital sólo por una herida como esa? No podía creerlo... Lo cierto era que el pañuelo blanco ya estaba comenzando a tornarse de un intenso rojo, pero todo el mundo sabía que la sangre era escandalosa con su color y que además, por más profunda que fuera, no me iba a morir por esta.
Eché un vistazo en la sala pero él ya no estaba allí y su voz me reveló que ya se encontraba en el umbral de nuestro hogar, así que suspiré y me encaminé hacia donde él aguardaba y cruzar el umbral, dando la posible errónea idea de que saldría con él rumbo al vehículo. Nada más alejado de la realidad. Me planté frente a él y comencé a andar haciendo un gesto con la mano sana a modo de alto para que el cobrizo, por acto reflejo, retrocediera ante mi cercanía y de este modo terminar ambos en el interior de la casa una vez más. Le miré con solemnidad directamente a los ojos por un momento antes de, sin previo aviso y con cuidado de no manchar la blusa con mi propia sangre, quitarme esta por encima de la cabeza para terminar del torso totalmente desnuda salvo por el sostén. Me hice un poco de lado para que la luz del vestíbulo diera de lleno sobre mi cintura y así revelar una platinada cicatriz que apenas era perceptible pero sí poseía la suficiente longitud como para que no pudiera apreciarse.
¿Ves esto? La cicatriz que siempre acaricias. Nunca te he dicho cómo la conseguí, ¿verdad? Pues bien... cuando tenía diez años, recién que nos mudamos una vez a Lituania y por un tiempo vivimos en el pueblo de mi padre con los abuelos, a mí se me ocurrió que sería una grandísima idea montar una cabra... Pero no las que criaban mis abuelos, no... Yo quería una cabra montés. Y me fui a las montañas a buscarla... y cuando la pesqué y pude montarla... ¿Quieres en verdad que te diga qué pasó? Pues que probé literalmente el dicho 'estás loca como una cabra'... ¡De verdad que se puso como loca la desgraciada! Y terminó mandándome por los aires para caer encima de uno de sus cuernos. Me atravesó la carne hasta brotar por detrás —me di la vuelta para que pudiera contemplar por la espalda una cicatriz mucho más pequeña y poco notoria, a unos cinco centímetros de la primera—. En mi inocencia, a pesar de estar llorando y muriendo de dolor, me daba más miedo pensar que mis padres pudieran enojarse y castigarme por el resto de mi vida, así que le hice jurar a mi hermana que guardaría el secreto y con la ayuda de ella pude recuperarme como si nada... Que ahora que lo pienso, mis padres siguen sin estar al tanto de dicho suceso... —me llevé la mano sana al mentón en postura pensativa, pero después negué—, la moraleja de todo esto es que tengo la experiencia suficiente para saber que puedo atenderlo yo misma en casa. Así no tendrás que liarte tampoco con lo de conducir.
Recogí mi blusa del suelo y sin previo aviso moví las caderas frente a él como en mis épocas de estudiante, pero si no me hacía el tonto entonces las dolorosas punzadas que atravesaban toda mi palma me superarían. Y por ahora no deseaba ponerme a llorar cual cría de diez años. Reí un tanto forzada y regresé a la sala, arrojando la prenda al sillón más cercano para después tomar asiento sobre el sofá. Con cuidado de no manchar ni de provocarme mayor dolor, comencé a retirar el torniquete colocado por él para así dejar al descubierto la profunda herida. El ver la sangre aún fluir me provocó un escalofrío desagradable y sin poder evitarlo, desvié la mirada por un momento, tragando en seco. Vaya, mi trauma por la sangre regresaba a mí...
¿Podrías ayudarme en esto? Necesito que me traigas el botiquín y la caja de costura... La aguja más delgada que te encuentres hay que esterilizarla en fuego. No será hilo quirúrgico, pero el corriente servirá...
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Mensaje por Liudivicas Laurinaitis Miér Ago 10, 2016 2:35 am

No se por qué en algún rincón de mi mente despierta, pude haber albergado la ilusión de que, al menos por un momento, Zafirah procedería de la manera más racional con respecto a este suceso.

Desde luego que algo así no podía pasar. No. Mi mujer tenía que ir siempre contra la corriente del mundo y, a pesar de que ya debiera estar acostumbrado a semejante proceder, siempre terminaba por ocasionarme una punzada de dolor en las sienes.

Cuando ella nos dejó dentro de la casa negándose a que fuéramos al hospital y procedió a quitarse la camisa para luego deleitarme con aquel fatídico relato de su infancia, no hice más que contemplarla con neutralidad… después de todo, como dije, la conocía a la perfección y en la lógica general que configuraba su comportamiento este tipo de episodios parecían encajar a la perfección. Nada sorprendente.

Lo que sí acabó por ser sorprendente es que en verdad ella pensara que la “moraleja” del asunto era la que acababa de inferir. Definitivamente el pensamiento lógico jamás sería lo suyo; aunque contrario a resultarme remotamente frustrante, me acababa por divertir.

-A ver, Ilona… -Suspiro negando con la cabeza ante su última petición- En primera instancia tu conclusión no es una moraleja; la moraleja como su constitución etimológica indica, persigue el fin de un aprendizaje de índole moral. En este sentido la moraleja habría sido, por ejemplo, si la herida se hubiera infectado y hubiera empeorado tu condición: Que no debes ocultarles cosas a tus padres. –Sonrío indicándole que vuelva a colocarse la camisa-

-Vístete que nos vamos, tú dices que es una tontería pero a mí no me deja tranquilo que sangres tanto porque puede que te hayas dañado una arteria o que necesites puntos y te has herido una mano, con lo cual si has dañado algún ligamento puede que necesites hacer una pequeña rehabilitación o de lo contrario podrías truncarte su funcionamiento normal. –Desde luego que hablaba con conocimiento de causa por incontables heridas que había visto en mi infancia producirse en la familia con las herramientas del arado-

-Por lo demás realmente me molesta que realmente pienses que, en esta ocasión, no puedo tomarme la molestia de conducir para asegurarme de que te curen correctamente ¿En serio? ¿Para eso crees que me casé contigo? ¿Para no preocuparme y sobre todo ocuparme de proveerte bienestar aún a costa de algún pequeño sacrificio? –Suspiro resignado negando con la cabeza- Anda… Vamos. Si no tienes nada perderemos unas pocas horas de nuestras vidas y si lo tienes te van a curar.-Lógica aplastante, desde luego. Ante ello me recline hacia ella para besarle la mejilla-

-A todo esto, realmente pensaba que las cabras no atacaban a las de su misma condición… -Sonrío mientras vuelvo a andar hacia el umbral de la puerta para aguardar a que ella me siguiera, pues esta vez no aceptaría que reculara, me pusiera excusas o me saliera con relatos de su infancia en los que salía herida, pues estaba seguro de que de las últimas dos cosas iba sobradísima y podría tenerme toda la noche en agonía narrativa con tal de llevarme la contra en este asunto.
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Mensaje por Zafirah I. Laurinaitis Mar Ago 16, 2016 7:18 pm

No pude evitar rodar la mirada con pereza cuando empezó a corregirme con lo de haber usado erróneamente el término 'moraleja'. ¿Por qué no me sorprendía a estas alturas del camino? Ah, claro, porque ya teníamos seis años de casados y era lo más natural para él no morderse la lengua cuando se trataban de asuntos lógicos y filosóficos. Lancé un suspiro, resignada.
Bueno, me entendiste creo yo... —musité en voz baja, más para mí que para él, al tanto que volvía a fijar mi mirada en la herida y aguardaba a que el otro me hiciera el favor de... ¿Cuál favor estaba esperando? Si ya me estaba dejando en claro que no tenía ni el más mínimo interés en ayudarme de la forma que yo se lo solicitaba. Fijé la mirada en sus ojos ambarinos al tanto que él me daba las instrucciones, una vez más, de vestirme y seguirle. Claro que entendía que no nos habíamos casado sólo para tener noches eternas de pasión y fingir que allí nada había pasado, para eso habíamos tenido parte del noviazgo, pero estaba al tanto de su desagrado por manejar y era una molestia que hubiera decidido evitarle. Pero ya que insistía tanto... Le miré de mala forma ante su comentario disfrazado con respecto a mi locura, después sonreí con cierta ironía—. ¿Y así terminarás todo, amor mío? ¿Con un beso en la mejilla? —me puse en pie y tomé con la mano sana mi blusa—, ¿acaso no sabías que así fue como Judas entregó a Jesucristo a los fariseos?
Negué lentamente, haciendo un leve ruidito de reprobación al tanto que con cuidado volvía a colocarme la blusa, pasándola por encima de mi cabeza. Después volví a colocarme aquella compresa que me ayudaba en algo a detener la hemorragia, aunque la tela ya estaba casi impregnada en totalidad por el color oscuro de mi sangre. Y le iba a obedecer sólo por dos motivos... La primera, porque en verdad ya me sentía débil y estaba segura que esta condición se podía apreciar claramente en la palidez de mi rostro; la segunda y más importante, porque de esta forma haría algo inesperado para él. Porque seguro mi esposo ya se estaría esperando a que le contradijera y me comportara cual cría pequeña, negándome a asistir al hospital, listo también para contraatacar mis exigencias con aquel adusto y ágil pensamiento suyo. Pues no, no siempre solía ser tan inmadura al respecto.
Reteniendo un nuevo suspiro de resignación tras mis labios, me encaminé hacia el umbral con el semblante dramáticamente decaído, como si estuviera poniendo rumbo hacia mi propia ejecución. Crucé la puerta hacia el exterior, sin voltear a verle ni una vez, y me dirigí derecho hacia nuestro vehículo aparcado en el cajón de estacionamiento justo enfrente de nuestra casa, ese que nos correspondía. Por inercia llegué a la puerta del conductor y revisé en el bolsillo de mi pantalón por las llaves, hasta que recordé que esta vez no conducía yo, y que las llaves las traía Liudivicas, así que sin decir nada, fingiendo como que no me había equivocado, rodeé el auto por la parte trasera y me acerqué a la del copiloto, a la espera de que con el mando el de cobriza cabellera levantara los seguros para poder entrar. Cuando así lo hizo, me deslicé con cuidado de no manchar la pulcra tapicería de los asientos. Lo último en lo que quería gastar mi quincena era en limpiar o, en el peor de los casos, reponerla sólo por ese pequeño descuido. Y con lo ordenado que era él, ya me lo imaginaba poniendo el grito en el cielo.
No, gracias. Demasiado tendríamos que sufrir ya ambos: yo yendo hacia el hospital cuando sabía de antemano que no era necesario, él torturándose en conducir hacia dicho destino. Hablando de eso...
Liu, ¿me puedes ayudar con el cinturón? Por favor —pedí en cuanto mi pareja estuvo instalada detrás del volante. No pude quitarle la mirada de su perfil, el verle manejar sería un espectáculo al menos entretenido.
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Mensaje por Liudivicas Laurinaitis Miér Ene 11, 2017 3:04 pm

La observé rodear nuestro vehículo entretenido por el hecho de que el acto reflejo la hubiera llevado, inicialmente, hacia el lado del piloto.

Siendo completamente honesto, no estaba seguro de cómo saldría esto pero, así mismo, tenía la certeza de que no podía quedarme allí cruzado de brazos mientras esta mujer se desangraba… Ya no solo porque era mi esposa, el sentido común indicaba que no era lo correcto con ningún ser humano.

Seguí cada uno de sus movimientos, asegurándome de que no ejerciera ninguna brusquedad en el proceso de acomodarse en el vehículo; con ella nunca se sabía… O mejor dicho… Sí que se sabía; por eso había que mantener el ojo encima.

Debía reconocer que la sensatez con la que se estaba comportando me había sorprendido gratamente; eso sí que había sido algo inesperado… Quizás solo quería asegurarse de que tenía razón siendo constatada por alguien cuya opinión yo no pudiera desautorizar ni siquiera con el manejo locuaz de vocabulario que ocupaba para la mayor parte de los asuntos serios.

Pronto estaba junto al coche y creo que sentí algo muy parecido a una punzada de ternura cuando requirió mi ayuda para algo tan trivial como abrocharse el cinturón; desde luego que en un caso como este era lo más lógico y racional, pero que Zafirah estuviera actuando lógica y racional en una seguidilla de sucesos, realmente era lo más parecido a un milagro que mis ojos habían presenciado jamás… ¡Incluso más milagroso que el hecho de que yo fuera a conducir hacia el hospital aún cuando prefería llevarla a cuestas  toda la distancia antes que enfrentarme al vehículo.

Asintiendo a su petición, le ayudé con el cinturón de seguridad una vez que me subí al coche. Con cuidado de no aplastarla con mi cuerpo cuando tuve que encaramarme un poco sobre ella para poder atrapar el cinturón y jalarlo en diagonal hacia mí.

Cuando ella estuvo asegurada, me encargué de colocar la llave en el arranque del coche y luego comprobar los espejos.

-Entonces… ¿Qué seguía? –Ah, sí… luego lo recordé, una vez que le daba arranque, desplazaba la palanca de cambios hacia la posición de primera y luego embragaba.

Gracias a que la fuerza del azar que disponía todo el caos y la entropía del universo, no había ningún coche aparcado delante o detrás del nuestro, por lo que no me vi en la penosa necesidad de maniobrar para desencajonar el auto.
-Bien... ¿Ahora qué?-Parpadeo algo desconcertado mientras el coche se mueve a la velocidad de un peatón.- La seguridad vial es lo primero; tú ya estás herida y no queremos que las cosas empeoren.
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Mensaje por Zafirah I. Laurinaitis Sáb Jun 17, 2017 5:07 am

En cuanto se acercó a mí, por acto reflejo subí mis brazos para evitar que su ropa tocase mi mano lesionado y mancharle. Le contemplé con cierta curiosidad mientras me ayudaba y después trataba de recordar los pasos a seguir para arrancar el auto. Contuve un suspiro de frustración y abrí la boca para darle las instrucciones aunque eso no fue necesario, así que miré por el parabrisas sin decir nada. Y esa era mi intención, no decir nada que pudiese atribuirse a una especie de queja mientras duraba el trayecto, pero a los tres minutos me fue imposible no volver a abrir la boca, esta vez para expresar mi inconformidad por la situación que se me presentaba.
Liu, a este paso vamos a llegar al hospital pasado mañana. Detén el auto, será más fácil si me bajo y continúo andando... es más, creo que llegaría antes que tú.
¿Sarcasmo? ¿Qué era eso?
Fruncí el ceño, perdiendo la paciencia mientras las llantas giraban a una velocidad casi tortuosa... ¿Aquel hombre en realidad estaba procurando mi bienestar? O sólo quería hacer tiempo para hacerme desangrar y así cobrar el seguro de vida... Hubiese sido mucho más sencillo y práctico quedarnos en casa y curarme de modo casero, al menos a estas alturas del partido ya no tendría la herida abierta. Pero no, el de cobriza cabellera, de tan lógico que era, terminaba actuando del modo más ilógico posible.
Cerré los ojos, de verdad tratando de mantenerme serena y guardar silencio; permitir que él manejara bajo su propio criterio y no intervenir, porque sabía de primera fuente lo fastidioso que era que criticaran el cómo manejabas... Y aquel hombre siempre se la pasaba tirándome indirectas por mi 'salvaje' estilo. Suspiré y giré el rostro hasta apoyarlo en el vídrio, contemplé el oscuro exterior, iluminado ocasionalmente por los faros de las calles, y aguardé por varios minutos más en silencio. Tanto, que incluso me sentí adormecer... Hasta que pegué un ligero brinco en mi asiento.
¡Mira, mi cielo! Acabo de ver a un caracol en la acera rebasarnos... —giré mi rostro hacia él, penetrándole con mi mirar rojizo. Mi expresión dejaba en claro lo fastidiada que ya me encontraba—, ¿este acaso es tu nuevo método de venganza a todas las que te he llegado a hacer? Te aseguro que, si le pisas un poco al acelerador, nada malo va a pasar —el tono de voz condescendiente que estaba empleando, como si le hablase a un chiquillo de cinco años temeroso, estaba un poco más marcado del que debería... pero no podía culparme—. Es casi de madrugada, así que el tráfico a esta hora es básicamente nulo. Además, si llegásemos a tener un carro detrás nuestro, te aseguro que estaría pitando ya para que le bajes a tus pachorras. Incluso podría estarte recordando el día de la madre, y ninguno de los dos queremos eso, ¿cierto? No sé tú, pero en lo personal le tengo alta estima y cariño a mi suegra como para que la mencionen sin deberla ni temerla...
¿Funcionaría para hacerle recapacitar en el hecho de que estaba siendo jodidamente desesperante en estos momentos? Hasta cierto punto entendía su preocupación por los peatones, pero eso era una cosa y otra muy distinta era su medida de hacer andar el automóvil a la velocidad de una tortuga.
A este paso moriré desangrada y tú ni siquiera llorarás por mí en mi tumba... —mascullé, cual adolescente que todo lo dramatiza y exagera.
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